Notas de prensa sobre Relatos Salvajes

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EL LEEDOR
Relatos salvajes
Por Rocío González
Como el nombre del film lo indica, Relatos Salvajes es una serie de seis narraciones breves donde
el hilo conductor parecería ser la violencia. Al menos eso es lo que la mayoría rescata de manera
inmediata. Sin embargo, es posible superar esa primera lectura, y analizar otras cuestiones que
están en juego en la obra de Szifrón.
En primer lugar es muy claro que el film habla de la naturaleza humana. Para hacerlo,
toma hechos de la vida cotidiana (asociada a sentimientos de venganza, de justicia, de protección)
y a partir de ellos construye el verosímil de cada historia. Sólo que en determinado momento (los
respectivos puntos de giro de los relatos) esa cotidianeidad se torna absurda, ilógica, exacerbada,
delirante. Allí es donde aparece la violencia, pero lejos de verse como una solución, o algo positivo
o catártico para el espectador, está puesta para denunciar las relaciones de poder asimétricas que
el ser humano establece con su entorno. El dinero (otro de los grandes temas del film) y la
violencia, sólo tienen cabida en este universo ficcional como la cara visible del poder.
Paradójicamente, en estas relaciones asimétricas de poder, propias del ser humano, lo que se
pone de manifiesto es la paulatina deshumanización. No es casual que los créditos del film asocien
a cada actor con un animal salvaje (desde un halcón -Darín- a un zorro -el propio Szifrón- pasando
por un cervatillo –Sbaraglia-). La locura (por definición una acción imprudente, insensata o poco
razonable que realiza una persona de forma irreflexiva o temeraria) es lo que hace que los
personajes pierdan realismo. El que quiera ver en Relatos salvajes una metáfora de la realidad del
país, pasa por alto el hecho de que los personajes actúan desde lo irracional. Y este pequeño
detalle es lo que aleja al film de convertirse en una radiografía y lo posiciona como una crítica muy
ácida de la naturaleza humana.
Uno de los grandes aciertos de la película es el tono de grotesco que imprime a los relatos.
El grotesco exhibe el rostro obsceno de toda realidad, devela las máscaras, evoca a la vez lo trágico
y lo cómico, apela a la risa que se confunde con la angustia. En todos los episodios es claro el
momento en que se da esa caída de la máscara (siempre representada por una mirada que
paradójicamente enceguece al personaje). A partir de ese momento, se deja de lado la
cotidianeidad, el lugar común con el que Szifrón atrapó al espectador, y se pasa a lo grotesco, a la
exageración que genera una risa ante el horror y lo absurdo.
La obra de Damián Szifrón es, quizás y con razón, el estreno más esperado del año en la
cartelera argentina. Esto, más allá de los méritos indudables del propio film, es interesante de
analizar. Por un lado, como los mismos partícipes lo definieron en la conferencia de prensa, el
elenco forma una suerte de dream-team. Szifrón convocó a los actores más potentes de la pantalla
argentina (la versión criolla de un sistema de estrellas) con Ricardo Darín a la cabeza, seguido de
cerca por Leonardo Sbaraglia, y otros actores que son de lo mejor de su generación como Rita
Cortese, Darío Grandinetti, Oscar Martínez, Erica Rivas y, bastante más lejos que el resto, pero con
algunos aciertos, Julieta Zylberberg. Por otro lado, hace ya unos años (más o menos de la mano de
Campanella y su éxitosa “El secreto de sus ojos”) el cine argentino está comprendiendo que hay
que pensar a las películas dentro de una industria que demanda no sólo buenas ideas y buenos
actores, sino todo un aparato de marketing. En este sentido, se han mejorado los trailers de los
films, se ha aprendido a generar expectativa a partir de ellos, se ha sacado provecho del estatus de
estrella de los actores y se los han utilizado como verdaderos promotores del film. Si los
productores capitalizan estos avances de los últimos años sin “quemar” a los directores y elencos,
tal vez nuestra cinematografía genere un salto cualitativo y no sólo cuantitativo.
Lo que es claro es que Relatos salvajes lo tiene todo: un gran elenco, una buena narración
comprensible para todos sin por ello caer en la chatura mental, y un aparato de producción que
sostiene todo lo anterior.
OTROS CINES
Cuando el cine argentino entra en la dimensión desconocida
Por Diego Batlle
Como para compensar su ausencia de casi una década (Tiempo de valientes es de 2005), Damián
Szifron vuelve con una película que, en verdad, son ¡seis! historias sin más vinculación entre ellas
que ofrecer en todos los casos una mirada impiadosa, desgarradora y, sí, salvaje (como bien
sostiene el propio título del proyecto) sobre la argentinidad al palo, con todas sus miserias, sus
contradicciones, su cinismo y su doble moral.
En principio, hay que decir que Szifron contó con los recursos necesarios para desplegar en
todas las facetas imaginables su creatividad como guionista, su inventiva visual, su destreza como
narrador en un film que encuentra muy escasos antecedentes dentro del cine argentino industrial
en cuanto a ambición, riesgo y audacia. La cantidad de figuras convocadas, de locaciones
conseguidas y de posibilidades técnicas (incluidos sofisticados efectos visuales) que tuvo a su
disposición lo ubican en una dimensión que hasta hace poco parecían imposibles de alcanzar para
la producción mainstream local (quizás, en otro registro, Metegol también fue precursora).
Con La dimensión desconocida y Cuentos asombrosos como lejanos pero posibles
referentes, Relatos salvajes arranca con un pequeño episodio (Pasternak) incluso previo a los
títulos de apertura con Darío Grandinetti en el papel de un crítico de música clásica que, en pleno
vuelo y de la manera más inesperada, descubre que todos están a bordo por un motivo en común.
Aquí ya se aprecia una de las constantes de Szifron: el humor negro, negrísimo, que puede
alcanzar dosis muy altas de crueldad (la mirada del director hacia sus personajes es una de las
cuestiones que seguramente generará más de un cuestionamiento) y hasta irrupciones extremas a
puro gore.
[…]
La tercera entrega (El más fuerte) –probablemente, la mejor en cuanto a puesta en escena
y capacidad de sorpresa- tiene que ver con la lucha de clases, con los prejuicios sociales más
arraigados, los resentimientos, la paranoia, esa violencia contenida que crece y crece hasta
explotar de la peor manera con un exponente de clase alta (Leonardo Sbaraglia) en su reluciente
Audi 0 KM, que vivirá una verdadera pesadilla en una ruta de Salta.
[…]
El cierre es con Hasta que la muerte nos separe, la historia que ofrece más humor (siempre
oscuro, claro) y más recursos con un casamiento judío a todo trapo en el que la novia (Erica Rivas)
descubre in situ que su flamante marido (Diego Gentile) la engaña con una de las asistentes al
evento. En medio de un ataque de nervios por la infidelidad (esta tragicomedia tiene una fuerte
veta almodovariana, así como en varios pasajes afloran referencias a la comedia italiana del estilo
Los monstruos, de Dino Risi), la humillada protagonista generará un crescendo de locuras y
excesos que transformarán al evento en una fiesta a todas luces inolvidable.
Más allá de que, como quedó dicho, no pocos seguramente atacarán a Szifron por la
manera en que mira y hasta juzga a sus atribuladas criaturas, lo cierto es que este talentosísimo
director, uno de esos auténticos "animales de cine", logra hacer creíble y disfrutable las
situaciones más inverosímiles y delirantes sobre esas personas ordinarias que, llevadas a atravesar
situaciones extraordinarias, pueden convertirse en verdaderos monstruos.
De más está decir que las actuaciones son impecables, que el equipo técnico se luce en
todos los rubros y que hay aquí más ideas por minuto que en buena parte del cine argentino de los
últimos años. La polémica, inevitable, tendrá que ver con la ideología y el tono del retrato de una
sociedad en descomposición. A nivel artístico, el resultado es apabullante, fascinante y demoledor.
PAGINA 12
En los dominios de la narración clásica
Por Horacio Bernades
[…]
Lo primero es lo primero: se impone contar brevemente cuáles son los seis relatos que dan título a
la película. Hay un episodio de apertura, breve y previo a los créditos, que es casi un chiste largo y
eficaz, protagonizado por María Marull y Darío Grandinetti, a bordo de un avión que resulta no
estar en manos amigas. El segundo, algo más extenso, presenta a Julieta Zylberberg como
camarera y la siempre imponente Rita Cortese como cocinera de un bar rutero, atendiendo a un
cliente indeseado (notable casting de César Bordón, en un personaje repulsivo). De allí en más, lo
que puede considerarse el “núcleo duro” del largo film (para el canon argentino, dos horas lo son),
integrado por los tres “cuentos” (eso es lo que son) protagonizados por las cabezas del elenco:
Leonardo Sbaraglia, Ricardo Darín y Oscar Martínez.
Suerte del Coyote y el Correcaminos en versión gore, el de Sbaraglia y el notable “Oso”
(Oscar Bertea) de Bolivia, de Adrián Caetano (2001), narra un proceso de aniquilación mutua a
cargo de dos choferes, en medio de una desolada (y soleada) ruta secundaria salteña. El episodio
Darín –en el que éste, “ciudadano común” sometido al entre kafkiano y dictatorial régimen
público, termina haciendo justicia por mano propia– es sin duda el más abierto a la polémica, del
que más se va a hablar y al que más leche van a querer extraerle los tamberos mediáticos al
acecho. Si Szifron no lo hubiera pensado antes, podría tomarse el de Oscar Martínez como
reescritura del reciente film rumano La mirada del hijo: el hijo de un poderoso atropella por
descuido a una mujer embarazada, y su familia recurrirá a lo que más domina (el dinero) para
salvarlo de prisión. Finalmente, el de Erica Rivas, novia rica, que, al enterarse de lo que no debería
en plena boda, patea el tablero y convierte en grotesco infierno ese paraíso burgués.
Como sucedía más en sus series de televisión (incluyendo la magnífica Hermanos y
detectives, 2007) que en sus películas, Szifron da la sensación de saber exactamente qué quiere y
cómo lo quiere. Con la única excepción del último episodio (en el que el tono y registro de farsa
sangrienta patinan tanto como los protagonistas bailando tijeras), Szifron domina todos los
resortes de la narración clásica. La sorpresa (ver el primer episodio), el humor (el primero y, en un
plan más negro, el de Sbaraglia), la identificación (en el segundo y cuarto todo el malestar moral
que se transmite al espectador está sostenido, como en Hitchcock, en la empatía con los
protagonistas), la progresión (una vez que se desata, la guerra entre Sbaraglia y su némesis rutero
no para hasta la calcinación), el manejo del punto de vista (el personaje de Oscar Martínez pasa de
victimario a víctima, y de patrón considerado a manipulador despiadado), la economía (a la
película entera no le sobra ni le falta un plano), la dosificación, la consistencia, la ajustadísima
dirección de actores (salvo, otra vez, el último episodio, donde todo el mundo parecería perder el
control, tanto como los personajes).
A todas esas virtudes clásicas, Szifron suma algunas bien modernas: el humor negro, el
exceso (ambos expresados sobre todo en el “cuento” de Sbaraglia), la escatología (en el mismo
episodio), el nihilismo (ver los finales del tercero y quinto episodio), la propia cinefilia. Hay fuertes
ecos de Hitchcock (el episodio del bar parece salido de la serie Alfred Hitchcock presenta),
Spielberg (la primera parte del de Sbaraglia es Reto a muerte; la segunda, Tom y Jerry), Scorsese
(el de Darín se desarrolla como Después de hora y se cierra como Taxi Driver) y, por el lado gore,
una posible tríada Tarantino-Robert Rodríguez-Alex de la Iglesia, circunscripta en exclusividad a la
sangrienta guerra de la ruta.
En términos políticos y sociales, Relatos salvajes parece narrada justo en el lugar o tiempo
en que la grieta de clase se ensancha y ahonda. El ciudadano tipo se vuelve loco. El parroquiano
del bar es una rata mafiosita de provincia (candidato a intendente, para más datos). El nuevo rico
de Sbaraglia entra al infierno en Audi, en el momento mismo en que le grita “negro de mierda” al
chatarrero al que pasa en la ruta. La gente de plata compra y vende crímenes y pecados. Hablando
de estos últimos, no puede dejar de señalarse, en el haber de Relatos salvajes, un pecadillo que los
clásicos jamás cometerían: la explicitación verbal del tema que se aspira a tratar. Lo cual, por
suerte, sucede en apenas un par de ocasiones. Pero no por ello deja de provocar un ruido molesto,
en medio de tan alta condensación narrativa.
CLARIN
"Relatos salvajes": aplastante y excepcional
Un cineasta es alguien que piensa, sueña y habla en términos de cine. Damián Szifron es un
cineasta como Hitchcock, como Spielberg, como Scorsese. Bastarían charlar tres minutos con él
para advertirlo, pero mejor es ver el resultado de lo que pasa por la cabeza de este animal de cine,
y que en Relatos salvajes llega a su expresión más acabada, aplastante y abrumadora a la vez,
mucho más que en El fondo del mar o Tiempo de valientes.
Szifron es un creador, dueño de una inventiva audiovisual apabullante, que hace que cada
una de las historias se sigan -se disfruten, bah- como en una montaña rusa.
El asunto, lo que lo hace más adrenalínico aún, es que nunca se sabe cuándo el carrito va a
pegar una vuelta de golpe, o va a llegar el descenso en velocidad más espeluznante.
Y se ha dicho desde su presentación en mayo en la competencia en el Festival de Cannes
que los personajes -todos los personajes- de Relatos salvajes son seres más o menos comunes que
se ven expuestos a situaciones que los desconciertan. Circunstancias que ciertamente son más
fuertes de lo que ellos pueden aceptar. Y actúan en consecuencia. Como pueden. A veces, sólo a
veces, sin medir los efectos.
La mirada de Szifron es para nada condescendiente. Y disculpen, pero contar de qué va
cada uno de los episodios le quita el plus, el juguito intrínseco a cada historia.
Narrativamente, Szifron estructura cada cuento como el viejo y querido relato presentación, desarrollo y desenlace, este último con giros totalmente inesperados, para los
protagonistas como para el público-. Y el espectador atento notará que nada está hecho por que
sí. Que Szifron opta, cuando puede, por cerrar y abrir cada relato con un fundido a negro
(observen cómo abre y cierra Bombita, el corto de Ricardo Darín).
Con el tiempo a Relatos salvajes se la verá como al Tiempo de revancha de Aristarain. La
película en seis episodios refleja la idiosincrasia argentina, es un espejo de la sociedad nacional
hoy, desprotegida, con lucha de clases, corrupción generalizada y varios etcétera.
La suma de los factores sorpresa y humor -negro, negrísimo- hace que cada relato sea
tragicómico, a excepción, claramente, del quinto, La propuesta, con Oscar Martínez, el más duro
de todos.
Szifron es provocativo antes que un provocador. Un maestro en crear tensiones, y
desatarlas, en jugar con los temores del espectador al enfrentarlo a estos personajes y situaciones.
¿Qué haría uno si le pasara lo que al automovilista en la ruta de Salta (El más fuerte)? ¿Salvaría
como fuera a un hijo de ir a la cárcel? ¿Cuáles son nuestros límites morales?
Porque aquí hay personajes con doble moral, como corderitos. Y otros que van de
frente.¿Qué les pasa a los protagonistas de Relatos salvajes? Lo inesperado, lo cruel; se
encuentran con la violencia que halla una vía de escape; la indignación, el sentirse solo ante el
mundo, y que lo pisoteen, que se le rían en la cara. O se preguntan cómo escapar de una situación
apremiante. El filme habla también de la justicia por mano propia, o al menos hay personajes que
intentan enmendar las cosas cuando la justicia -no la divina-, no aparece. No es que tarde en
llegar. No llega nunca.
Hay cortos más tribuneros que otros (Bombita, por caso), en los que uno puede sentirse
más identificado. Y unos con más humor que otros, o más de género -El más fuerte-, después del
gran aperitivo que es Pasternak (con Darío Grandinetti), aún antes de los títulos. No importa. El
nivel de las actuaciones -los secundarios de Bombita son todos sencillamente para la mesita de
luz-, y la música, la cámara y la fotografía, los efectos especiales, todo está unido en la
construcción de la mejor película argentina que combina arte y cine comercial en muchísimos
años.
LA NACION
Humor negrísimo y éxito asegurado
Fernando López
Relatos salvajes podrá generar los comentarios más dispares y contradictorios, pero el espectador
saldrá de la sala con, por lo menos, dos certezas. De una ya hemos tenido reiterados testimonios
desde que el film se presentó en Cannes: es una obra destinada al éxito; le sobra adrenalina; por
algo se ha asegurado la distribución en los más importantes mercados del mundo. La otra,
directamente vinculada con la primera, o su principal sustento, está a la vista desde las primeras
imágenes: es la habilidad con que Damián Szifron sabe conectar con el ánimo del espectador
usando un tono humorístico y zumbón, incluso para colocarlo frente a sus peores flaquezas,
mostrándole sus crueldades y sus sentimientos más inconfesables.
Por cierto, no es la suya una mirada muy generosa hacia las conductas humanas, por muy
descontento o enojado que esté con el mundo en que le toca vivir, tal como no tardan en
manifestarlo los que pueblan las seis historias que reúne su película. Que la realidad de estos días
exaspere y ponga a prueba la resistencia de cada uno parecería operar a veces como un
justificativo de sus coléricas extremadas reacciones. Ya lo resume Rita Cortese en el relato que
sigue a la admirable secuencia de títulos: dice -en otro lenguaje, claro-, algo así como que todos
quieren que los malditos paguen sus crímenes y pecados como merecen, pero nadie mueve un
dedo. Esa especie de reclamo metafórico de la mal llamada justicia por mano propia podría
entenderse como el espíritu que por momentos auspicia el film; sin celebrarlo, claro, pero sin
excesivo ánimo crítico. El humor aligera, es cierto, pero no disuelve la dosis de misantropía que
está presente en la mirada que el realizador echa sobre sus congéneres. Por supuesto que los
trazos que dibujan los comportamientos de los personajes son más bien gruesos; de ellos, de su
exageración y su desatino nace el humor. En el fondo, se insinúan los borrosos apuntes que
denotan un clima de violencia social. La memoria convoca el lejano parentesco con Los monstruos,
pero hay también otros: Reto a muerte (Duel), Los inútiles, Tarantino.
La certera puntería de Szifron para dar en el clavo de iras y deseos no siempre muy ocultos
del habitante de las grandes ciudades invita a una identificación que da risa, pero quizá también
una sombra de culpa. Si se observa el film con sincera honestidad, no es tan difícil que esa
identificación se produzca en algún momento. Casi podría apostarse que en el caso de "Bombita",
el corto animado por Ricardo Darín -el ingeniero experto en explosivos que resulta víctima
inocente y reiterada de la burocracia-, esa identificación será inevitable e inmediata, por lo menos
para los que manejan -y estacionan- en la ciudad.
La colección de cortos -son seis relatos independientes que no tienen otra conexión que el
estado de alteración al que llegan sus protagonistas por diferentes motivos y en grados diversos,
aunque siempre conducen al estallido- tiene un prólogo que anticipa el clima de irritabilidad que
estará presente en todos los relatos.
[…]
Las diferencias sociales y el prejuicio asoman con más peso en "El más fuerte",
probablemente el mejor relato, tanto por su concepción cuanto por la precisión del montaje y el
gran trabajo de la cámara y sus actores (Leonardo Sbaraglia y Walter Donado). Aquí, la tensión y la
violencia crecen hasta el delirio. Y también en "La propuesta", en la que ya sin tanto margen para
el humor un Oscar Martínez millonario saca provecho de su poder y de la codicia ajena para evitar
que su hijo pague con cárcel el delito que cometió.
"Hasta que la muerte nos separe" es el relato final, a toda orquesta y a todo desborde, con
una fastuosa boda judía que desemboca en escándalo cuando la novia se entera de una traición y
opta por la venganza. Érica Rivas se luce y otra vez es destacable la puesta en escena, aunque aquí
los trazos son todavía más gruesos y la duración, algo excesiva
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