EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA Revista diáLogos Universidad Nacional de San Luis - Facultad de Ciencias Humanas Vol. 5│Nro. 1│Junio│2016 │pp. 115-126 EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA Enviado: 17/05/2013 │Aceptado: 30/07/2013 Autor: Rafael Pablo Díaz Guiñazú Institución: Universidad Nacional de San Luis Email: [email protected] Resumen El presente trabajo es un intento hipotético de vinculación entre el arquetipo de la máscara, el espíritu de nuestra época y los distintos tipos de pacientes adictos a drogas pertenecientes a la clasificación propuesta por la Dra. Milán (2009). Se comenzará por definir la máscara y por caracterizar sus principales funciones. Posteriormente se intentará vincular la acción de la misma, como tendencia trascendental inconsciente, en la determinación del espíritu de nuestra época y en la tendencia actual a hacer un uso excesivo de medicación psicotrópica, la que a su vez retroalimenta el reforzamiento del arquetipo. Luego se llevará a cabo una aproximación teórica, con el aporte de algunos ejemplos extraídos de la práctica clínica realizada en la Fundación de Acción Social de la ciudad de San Luis, sobre el rol que podría estar desempeñando la máscara en el consumo de drogas de la tipología de la Dra. Milán (2009). Palabras claves: Arquetipo – Adicción – Actualidad – Medicalización Abstract The present work is an hypothetical attempt entailment between the archetype of the mask, the spirit of our times and different types of drug addict belonging to the classification proposed by Dr. Milan (2009). We will start to define the mask and to characterize its main functions. Later we will try to link up its action, as transcendental unconscious tendency, in determining the spirit of our age and current tendency to overuse of psychotropic medication, which in turn feeds the reinforcement of the archetype. Then it will be held a theoretical approach, with the input from some examples from clinical practice held in the Social Action Foundation San Luis, about the role that could be played by the mask in the consumption of drugs of Dr. Milan typology. (2009). Key words: Archetype – Addiction – Nowadays – Medicalisation. INTRODUCCIÓN Desde la psicología de C. G. Jung las características propias de un período están establecidas por la acción de determinados arquetipos que actúan a nivel colectivo dando lugar a lo que el psiquiatra suizo denominó: “el espíritu de la época”. Así, los hombres y mujeres de las distintas décadas, siglos, eones, estarían trascendidos por la acción de tendencias inconscientes que determinarían su modo de concebir y de relacionarse con el mundo. Por ejemplo, en la Edad Media, podríamos conjeturar, que un arquetipo muy constelizado1 fue el de la sombra, el que, por la acción de proyecciones colectivas desencadenó la persecución eclesiástica de la demonología (así como la extensión de la misma), la quema de brujas y, en definitiva, la inquisición y los ejércitos cruzados. Tales arquetipos no sólo determinarían el modo de posicionarnos frente a la realidad y a nosotros mismos, sino, además, desencadenarían diversas manifestaciones colectivas, entre ellas, los sufrimientos y malestares de la época, entre las nuestras, las adicciones. Considero que actualmente serían tres los principales (de ninguna manera los únicos) arquetipos fundamentales 1 Utilizo el término “constelizado” ya que fue el mismo Jung el primero en usarlo, y nada tiene que ver con las nuevas escuelas de constelaciones familiares. Una constelación psíquica está dada por un conjunto de elementos inconscientes convocados por la acción de una específica magnitud energética que permite al complejo su aparición o sus diversos modos de manifestación. Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio│2016│ISSN: 1852-8481│ 115 diáLogos│ Revista Científica de Psicología, Ciencias Sociales, Humanidades y ciencias de la Salud que definen al espíritu colectivo, a saber: el puer aeternus o niño eterno, manifestado en la incesante búsqueda de la eterna juventud, simbolizado en la fuente de la juventud eterna donde fue sumergido el griego Aquiles, o Peter Pan y su país del Nunca Jamás, o en las manzanas de oro de la mitología céltica, en el dios Baco, entre otros; la Gran Diosa o el anima en el varón, es decir, el resurgimiento del principio matriarcal-femenino (eros) que paulatinamente adquiere supremacía sobre lo patriarcal-masculino (logos); y, por último, la máscara, cuya más clara manifestación en nuestros días la constituye el facebook. Estas tres tendencias arquetípicas intervendrían en la proliferación de las adicciones. LA MÁSCARA Y EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA “Uno no se ilumina imaginando figuras de luz sino haciendo consciente la oscuridad, Un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto, impopular” C. G. Jung, 1945 La “máscara” o “persona” puede entenderse como el rostro externo de la psique, la fachada que el sujeto muestra al exterior, confeccionada, principalmente, por los roles sociales que éste desempeña. Modela la identidad consciente del sujeto, es la imagen y la teoría que de sí mismo tiene el individuo y es aquello con lo que el yo se identifica y se define. Cuando la identificación con este arquetipo es excesiva, el sujeto deja de reconocer que se trata sólo de una fachada funcional tras la cual se ocultan otros aspectos de su personalidad, para convencerse que la totalidad de su ser no se extiende más allá de los límites de su máscara. Generalmente, en la máscara se encuentran aquellos rasgos que el sujeto más ama de sí mismo y aquellos que se relacionan con su ideal. Tras ella se oculta el lado oscuro de la psique, la sombra, lo no tolerado que ha sido sepultado vivo en lo inconsciente. La máscara no es un arquetipo que existe porque sí, no es un caprichoso invento de la naturaleza humana, tiene útiles funciones específicas, sólo se torna patológica cuando es excesiva y el sujeto se identifica en forma masiva con ella, dando lugar al fenómeno de la inflación psíquica2 3. Podremos decir, entonces, que dicho arquetipo tendría dos funciones básicas: por un lado es un sistema de adaptación al medio social, por el otro, protege el mundo interno del sujeto. Cuanta mayor identificación haya con ella, más rígida se torna y más grande es la sombra que tras sí arroja4. La máscara suele confeccionarse persiguiendo los valores e ideales que rigen a una cultura. Si en un pueblo primitivo el ser guerrero estaba muy bien visto, no es descabellado pensar que muchos individuos persiguieran ese rol y que su identidad estuviera dada por el mismo. Si la debilidad era un atributo que el guerrero no debía poseer, las flaquezas del ser serían arrojadas a la sombra, pero no por ello dejarían de existir. Nuestro mundo actual parece detestar el dolor, la decrepitud, la vejez, el sufrimiento, la tristeza, la nostalgia y demás sentimientos profundos. Aparenta buscar a toda costa y sin demoras el abrazo 2 También denominada inflación del yo o inflación del ego. La identificación con la máscara produce el ensanchamiento del yo, el que recibe la energética propia del arquetipo y los atributos cualitativos que a éste le han sido otorgados. Así, según el grado de inflación psíquica se puede entrar en estados narcisistas (ver siguiente pie de página) que variarían desde tendencias ególatras menores, rasgos omnipotentes, hasta psicóticos delirios megalómanos. 3 Visto el símbolo, desde mi personal punto de vista basado en la modalidad de análisis de la perspectiva junguiana, Narciso es aquel que se enamora de su imagen externa (máscara), por negarse a escuchar o detenerse a comprender los llamados de su alma (anima), representada por la ninfa Eco. 4 Cuanto más crece el yo, más crece su sombra. 116 Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio │2016│ISSN: 1852-8481│ EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA del éxito, la inmediatez, la extraversión y el desapego afectivo respecto de los demás y de uno mismo; más que verdaderas emociones da la impresión que prefiriese las sensaciones violentas que generan euforia y dicha y, en la medida de lo posible, eviten el tedioso y aburrido ejercicio de pensar; ni qué hablar de la reflexión profunda que lleva al ser a interrogarse acerca de sí mismo. El cuerpo se constituye en el escenario de una imagen que se debe mostrar. Éxito, inmediatez e imagen parecen determinar el espíritu de nuestra época; la superficie del hombre parece confundirse con el todo; el malestar se opone al éxito y al modelo de hombre que propone nuestra época. Recordemos que una cultura, desde la visión junguiana, es la expresión de lo que acontece en el psiquismo de los hombres; es la psique la creadora de la cultura y no al revés. Los arquetipos trascienden a los individuos y por ello es tan difícil tomar consciencia de que las cosas podrían no ser tal como esta especie de genios cartesianos lo dictaminan. Así, resulta muy engorroso escapar al espíritu de una época o, al menos, no quedar tan atado ni dar cumplimiento a sus caprichos. La Dra. Milán (2006) advierte que una de las mayores luchas del hombre actual, el hombre de la instantaneidad, es contra el dolor psíquico y, siguiendo los postulados de Zarifian, considera que se confunde dolor con enfermedad. El modelo regente en medicina es extremadamente localizacionista, es decir, tiende a la detección del órgano enfermo y a la aplicación del remedio en búsqueda de la sanación del mismo; se asienta sobre un paradigma que despierta la sospecha de no poseer una clara noción de lo que es una gestalt. Cuando la ciencia del alma (psicología) pierde su libertad de búsqueda y desenvolvimiento, sometiéndose a los cánones de otras disciplinas, se aleja de sí misma. El dolor en el cuerpo puede indicar algo, pero es fácil de localizar; el dolor del alma es una parte fundamental de ésta y no se obtiene un logro en su rechazo y negación, engordando con él a las bestias que pueblan las sombras. Es el dolor el que amplía la consciencia, el que moviliza el pensamiento, el que sostiene la memoria, el que vibra en la emoción, el que necesita estar aunado al amor para no volverse extremo y aniquilador. Existe y es esencia; no una aberración, no una malformación, sino parte intrínseca de la naturaleza del hombre. Buscar extinguirlo es el yerro aberrante; por ese medio nos convertimos en autómatas, en una especie de mutilación psíquica y en una triste criatura alejada de sí misma. El sometimiento a los designios de la máscara de nuestra época provoca una gran brecha en el interior de los hombres de hoy. Se tiende a la homogeneidad del ser, a la extinción de las diferencias. Sólo sobresale el que es fiel a los valores perseguidos por el espíritu de una época, con lo cual puede sentirse muy satisfecho el ego, pero ese nada sabe acerca del sí mismo. Ya no hay lugar para lo inconsciente; lo inmaterial se desvanece, la imagen externa es la que gobierna y lo que no se ve con los ojos apuntados hacia afuera de las cuencas no existe. Más, lo inconsciente se hace síntoma que, a su vez, nuevamente se busca eliminar. Si el dolor se confunde con la enfermedad y el modelo de salud se basa en la localización de la raíz del mal, el remedio es la solución para todo. Ahora bien, como está mal visto el dolor, ya que sentimos que nos detiene en el alcance del éxito y la imagen que nos devuelve es disonante a la de nuestra era, y mucho menos lo toleramos, pues pertenece al espíritu de otra época: el romanticismo y la dama sufriente ya se consumieron en las llamaradas de su histeria; buscaremos la solución a esta enfermedad del alma por la vía más rápida y segura: el psicofármaco. Aquí la ciencia entra al servicio de la máscara. La Dra. Milán (2006) advierte que se confunde remedio con medicamento. Lo que es normal es medicalizado. Muchas personas de nuestra época funcionan mediante la medicación psiquiátrica sin ser enfermos mentales, sólo por el hecho de sentir angustia, ansiedad, ira, etc. Ya no se trata de aplicarse un remedio momentáneo para algo Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio│2016│ISSN: 1852-8481│ 117 diáLogos│ Revista Científica de Psicología, Ciencias Sociales, Humanidades y ciencias de la Salud específico, sino de un agente permanente que funciona como un soporte a la personalidad desvalida, a la humanidad finita del ser, lo que la vuelve más finita aún, ya que la limita al estrecho campo de la consciencia, obstruyendo a través del medicamento la comunicación y la influencia creadora de lo inconsciente. La administración psicotrópica se pone al servicio de la máscara colectiva en la persecución de alcanzar el modelo de hombre que nuestro narcisismo persigue. Si el uso excesivo de medicación psiquiátrica en la búsqueda de sus efectos está movilizado por el arquetipo de la máscara y, a la vez, actúa en el sostenimiento de ésta, la misma se torna más amplia aún y extrema en sus funciones. Si la máscara oculta al ser interior, al volverse más amplia lo esconde cada vez más hacia lo primitivo y siniestro de la sombra. El hombre cada vez se aleja más de sí mismo y se vuelve un modelado que tal vez nada tiene que ver con su humanidad profunda, a la que no se le da posibilidad de desarrollo. Pero, así como fortalece su máscara y obtiene éxito en la esfera social, en el plano íntimo se suscitan los problemas, pues lo íntimo y familiar se vuelve terreno de la sombra. Generalmente, los vínculos cercanos sufren y ven con más claridad que el propio enmascarado, la oscuridad que le acompaña. EL PHARMAKON Y LA SOMBRA Carl Jung (1912) considera a lo inconsciente como una matriz vital creadora de la que surgen todas las potencialidades psíquicas, desde las tendencias más maravillosas hasta lo más terrible de lo que es capaz el hombre. Lo terrible y destructivo es un componente intrínseco a toda obra creativa. En alguno de sus escritos Jung advirtió que después de la luz del día se adviene el tiempo de las tinieblas, la otra cara del creador; y aquellos que estudiamos la psique humana sabemos que no existe algo más peligroso que un hombre que se considera a sí mismo absolutamente bueno. Donald Winnicott tenía una visión, en este punto, similar a la de Jung, pues suponía que la creatividad proviene del centro del ser, de lo que él denominó el verdadero self. Cerrarle las puertas a la sombra tras una máscara o un falso self (Winnicott, 1971), es cerrar el paso de acceso hacia el sí mismo y al potencial creativo, espontáneo y auténtico del hombre. Enredadas en lo más íntimo y auténtico de cada individuo se hallan las vivencias. La Dra. Milán (2003) encuentra una interesante relación entre la memoria y el tiempo; un hombre sin memoria es alguien sin consciencia de sí, como un enfermo de Alzheimer. La inmediatez se opone a la memoria. Siguiendo esta línea de pensamiento nos lanzamos en el tiempo hacia la antigua Grecia donde memoria y creatividad estaban directamente emparentadas. Las musas inspiradoras del arte y de las ciencias, eran las hijas de Mnémesis, la memoria, la memoria Mater, divina, arquetípica. Nuestra herencia humana almacenada en lo inconsciente colectivo es un componente intrínseco de la creatividad. Esa función arquetípica, propia de todo ser humano, le permite al hombre almacenar en su alma las vivencias de su historia personal, que constituyen los soportes de su existencia y de su individualidad. Si el ser se transforma en su máscara se ha alejado y traicionado a sí mismo, y nada de él surgirá, sólo repetirá lo foráneo. Dice Milán (2006): “Subyacente al consumo de psicotrópicos está implícito un poder que normaliza, en el sentido de igualar y establecer una uniformidad opuesta a la heterogeneidad y la disparidad propias de la singularidad de la subjetividad…”. En un bello, aunque extenso, escrito de C. G. Jung titulado: “Simbología del Espíritu: Estudios sobre fenomenología psíquica” de 1951, en colaboración con el Dr. Riwkah Schärf, éste último realiza un estudio detallado acerca del simbolismo de Satanás, basándose en los difusos orígenes de aquel personaje y en el desarrollo histórico del mismo. Advierte que entre los antiguos palestinos el satán era un calumniador que traicionaba a aquel que se encontraba en el cargo al que éste aspiraba a ocupar con la finalidad de acceder al mismo. Dicha concepción peyorativa 118 Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio │2016│ISSN: 1852-8481│ EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA provenía del pueblo hebreo; por lo tanto, para los judíos, Satán era un calumniador o traidor. Luego, en el libro de Job, Satán aparece como una especie de aliado de Yahvé, un acusador; su función era no sólo la de tentar al pecado al pueblo elegido, sino además, comunicarle a Dios acerca de las faltas cometidas por dicha comunidad. Es claro que Satanás es un símbolo de la sombra. A mi entender, lo anteriormente dicho significa que la sombra ha sido puesta allí para recordarnos quienes somos y de lo que somos capaces; el peor peligro es olvidarlo, es decir, no ser conscientes de nuestra oscura naturaleza. Cuanto más desconozcamos nuestra sombra, nuestra obra de vida será mucho más parecida a aquello que odiamos y tememos, a aquello que realmente no desearíamos sea. El hombre que busca un perfil determinado a través de los psicofármacos es idéntico al común en su superficie pero distinto a su interior, se ha traicionado a sí mismo, por ende, el Satán, el traidor, la sombra, ha comandado la obra de vida. Los profesionales de la salud mental muchas veces somos condescendientes con tal fin, en lugar de levantar la máscara en aquellos pacientes que podríamos hacerlo sin riesgos de ocasionar catástrofes psíquicas, la reforzamos ya que también estamos atravesados por el espíritu de nuestra época y por un modelo de lo que “se debe ser” y avasallamos la verdad profunda del ser, la tendencia natural y creativa del sí mismo y el saber que mora en lo inconsciente. No deberíamos olvidar que nuestros pacientes entran en transferencia y por ello están sometidos al influjo de un enorme poder psíquico que los trasciende; en muchos casos aceptarán lo que de nosotros provenga sin cuestionamiento alguno. Más aún, los psicotrópicos recetados pueden no causar conflicto ético ya que su administración pertenece al terreno de las prácticas legalizadas y avaladas por la comunidad científica. Los psiquiatras y psicólogos deberíamos, antes que nada, saber algo acerca de nuestra propia sombra, de no ser así, corremos el riesgo de proyectarla en nuestros pacientes e intentar silenciar en ellos al ser siniestro que en nosotros habita. Un adicto, con todas las humanas miserias que en su existencia arrastra hasta nuestro consultorio, es un muy buen blanco de proyección. Dentro de las escuelas psicológicas también existen modelos que atentan contra el desarrollo del sí mismo en pos de la inflación psíquica por la exacerbación del desarrollo de la máscara. Las teorías de la asertividad son un ejemplo de esto. En el campo del tratamiento de las adicciones existen dispositivos prefigurados que se aplican a todos los individuos por igual sin tener en cuenta las grandes diferencias, sino sólo algunas menores. En ciertos dispositivos la medicalización es obligatoria, sólo varía el tipo de droga según el perfil del paciente. Hay quienes aseguran que los adictos no pueden rehabilitarse sin medicación ya que carecen de la posibilidad de controlar sus impulsos. En mi experiencia clínica esto no es así en modo alguno, en muchos casos he obtenido importantes progresos en tratamientos de pacientes adictos a drogas sin el uso de medicación psiquiátrica. Los adictos no son enfermos mentales por el sólo hecho de depender de una sustancia, muchos cuentan con sorprendentes recursos internos, otros necesitan medicación por un lapso de tiempo determinado, y otros tal vez de por vida, sobre todo cuando la adicción está asociada a trastornos psíquicos graves. No estoy en desacuerdo con el uso de medicación psiquiátrica, pero sí con el abuso. Los avances científicos son un arma de doble filo y debemos ser muy responsables en la utilización de los mismos. Los psicotrópicos son un fabuloso descubrimiento y su desarrollo puede mejorar la calidad de vida de muchas personas. Pero todo abuso tiende a la perversión del fin, y ello cambia radicalmente las cosas. El psicofármaco ya parece ser el fin en sí mismo; más allá de él no hay nada. Muchos profesionales de la salud mental parecen haber perdido el interés por conocer la psique en sí misma y desconfían del potencial sanador que ésta posee. Es cierto que hay casos en Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio│2016│ISSN: 1852-8481│ 119 diáLogos│ Revista Científica de Psicología, Ciencias Sociales, Humanidades y ciencias de la Salud los que la destrucción mental nos sitúa ante la helada sensación de estar frente a un páramo infértil cuya atmósfera es densa y venenosa, y en donde nada puede crecer; pero no sucede esto en todos los casos, y cuando abusamos del pharmakon allí donde aún hay fertilidad, emponzoñamos y quemamos el potencial germinal de la psique. En mi experiencia, en más de una ocasión me he visto obligado a plantearle a algunos psiquiatras la necesidad de moderar los niveles de ansiedad, pero no de aniquilar la angustia, como he notado que se suele hacer a través del uso de antidepresivos y de ansiolíticos. El paciente adicto tiende a la evasión del dolor. Si se provee un psicofármaco que anula el dolor, el paciente ya obtuvo lo que buscaba, se considera curado y abandona la psicoterapia en los inicios de la misma. LA DROGA Y LA MÁSCARA SEGÚN EL TIPO DE PACIENTE En el caso de los pacientes adictos a drogas, la sustancia psicoactiva también estaría, a mi entender, relacionada con la máscara, pero en estos casos no necesariamente en la persecución del modelo social dominante, sino más bien como un soporte funcional a la mente y constituyendo una identidad acorde a la cosmovisión omnipotente (Dupetit; 1983) de los mismos, diferenciándolos del resto de la sociedad como los seres especiales que suponen ser, a través del ocultamiento de intensos sentimientos de inferioridad constitutivos de una sombra primitiva y destructiva. Según la Dra. Milán (2009) estos sujetos, a causa de una gran dificultad para conectarse con las emociones y para apelar al pensamiento y, por ende, a la palabra, utilizan el cuerpo como un medio sustitutivo para expresar sus conflictos y relacionarse con el exterior. Parecen ser sujetos que llevan la vida psíquica a lo corpóreo, a lo material y concreto, afectando la posibilidad de desarrollo de las capacidades superiores del espíritu. Tienden a actuar en desmedro del pensamiento y de la emoción. Así, el cuerpo pasa a ser el escenario principal en el que se plasman retazos de su mundo interno y el casi exclusivo medio de relacionarse con el mundo. Si decimos que la máscara es el rostro externo de la psique y el medio de relación con el mundo externo, podemos conjeturar que la máscara de muchos de estos sujetos es casi indiferenciada del cuerpo; esto se ve plasmado en las vestimentas, tatuajes, perforaciones, lesiones, etc., que muchos de estos pacientes portan. Dice Milán (2004): “La adicción se caracteriza por una externalización, una corporización (…): los fenómenos externos predominan y están directamente referidos a actos, objetos materiales, predominancia de situaciones concretas sobre lo imaginario; las sensaciones corporales y las situaciones externas dominan la vida psíquica”. Si el cuerpo y su actuar son el rostro visible, las funciones del pensamiento y la emoción pasan a ser propiedad de la sombra, mientras que la sensación se constituye como la principal función psíquica a disposición del yo. La vida consciente queda básicamente regida por las sensaciones (función dominante); el pensamiento y la emoción (funciones secundarias), al quedar relegadas a la sombra, se encuentran cada vez con mayor impedimento de desarrollo y en estado de mayor primitividad. Si la función dominante es la sensación, es probable que el pensamiento y la emoción se tornen funciones auxiliares de la primera, por lo tanto, muchas veces están al servicio de aquella. Así, el pensamiento del adicto, puede actuar como una torpe racionalización que sostenga la máscara y sirva para justificar su cosmovisión omnipotente y sentirse (sentimiento-emoción) conforme con su propia imagen. Sin embargo, tras esta máscara omnipotente ocultará las debilidades de su humanidad, su inmadura emocionalidad y sus dificultades para pensar y así evitar pasar a la acción inmediata. Muchos de estos sujetos suelen mostrarse independientes, sin necesitar de nadie, mas, en las relaciones afectivas, suelen fracasar por sus desbordantes 120 Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio │2016│ISSN: 1852-8481│ EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA sentimientos e ideas celotípicas. Estas tendencias, por supuesto, son impuestas por la sombra (inconsciente), pues, son de su propiedad. La Dra. Milán (2009) en su clasificación de sujetos adictos a drogas, postula cinco tipos de pacientes diferentes: suspendidos, parásitos, ordálicos, todopoderosos e imposibles. Tal vez las ciencias de la salud, históricamente, se hayan enfocado preferentemente en el tipo todopoderoso y en el ordálico como el prototipo del adicto. A mi entender, la tipología propuesta por la Dra. Milán implica una ampliación a la estrecha concepción tradicional de las características adjudicadas al sujeto drogodependiente, por lo tanto, la considero un gran aporte al campo de la psicopatología y de la clínica de las adicciones. Siguiendo el lineamiento del presente trabajo, intentaré hipotetizar acerca de la función que podría estar cumpliendo el arquetipo de la máscara en estos pacientes, por supuesto, vinculado a la función y a las fantasías inconscientes con que se utilizaría la droga. EL PARÁSITO Y LA MÁSCARA ESTRIBO Pareciera ser que en estos pacientes la droga y la máscara son casi inseparables, pues en el uso de las drogas estaría interviniendo la acción de la máscara y, a su vez, los efectos de las drogas tenderían, en parte, al reforzamiento de ese arquetipo. En el caso de los pacientes de tipo “parásitos”, se trataría de individuos que no han logrado resolver la problemática de la dependencia primaria, por lo que establecen un modo de relación parasitaria con el otro para existir. Un parásito necesita de su huésped para sostenerse, nutrirse y sobrevivir. La psique de estos pacientes depende de la psique ajena; la subsistencia mental estriba en ello. La relación con el otro no implica el intercambio creativo y la posibilidad de separación, por el contrario, todo acto creativo es anulado, atacado, aniquilado, ya que el mismo trae implícita la posibilidad de crecer hacia la independencia. Ahora bien, éste modo de vinculación intrusiva y voraz despierta sentimientos inconscientes de quedar atrapado en la relación sin poder salir de ella, por lo tanto, la ansiedad paranoide tiende a ser muy intensa. La droga se constituye como un gran sustituto de los vínculos humanos pues, dependiendo de la droga, no se depende de los seres humanos. En un psiquismo frágil como éste, que requiere de un apoyo permanente para existir, la droga cumple una función de prótesis, de sostén de la identidad del sujeto. En tales casos, la máscara funciona proveyendo un soporte a la fragilidad yoica. Las drogas, en el reforzamiento de la máscara, son utilizadas como un modo de supervivencia. Como terapeutas debemos ser muy cuidadosos al intentar correr la droga y la máscara de estos pacientes, pues ambas, constituyen los medios más eficientes que ellos han encontrado para la continuidad de su existencia. Recuerdo el caso de un paciente que a los 12 años recibió el apodo “picardía” y al poco tiempo se inició en el consumo de las drogas y el alcohol. Ese personaje, “picardía”, ocupó casi toda la vida psíquica del paciente, sosteniéndose ambos del consumo de drogas. Tras el mote de picardía se encontraba un ser invalido y estéril, una sombra tenebrosa y destructiva, un ladrón de vida psíquica. “Picardía” le permitió, durante algún tiempo, establecer relaciones con el mundo, mantenerse de pie y proveerse una mera imagen de sí mismo. Ese personaje, asociado al consumo incesante de drogas, constituía la muleta de sus discapacidades anímicas. EL ORDÁLICO Y LA MÁSCARA DE ACERO Recuerdo el caso de un paciente cocainómano, de 21 años de edad, que llevó adelante una beneficiosa psicoterapia, con importantísimos avances, sin necesidad de acudir en ningún momento del tratamiento a medicación psiquiátrica. Se trataba de un varón inteligente y sensible, Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio│2016│ISSN: 1852-8481│ 121 diáLogos│ Revista Científica de Psicología, Ciencias Sociales, Humanidades y ciencias de la Salud mas, su sensibilidad fue apareciendo gracias a que se pudo correr, lentamente, su máscara, además, contaba con capacidades para reconocer e integrar la sombra; la sensibilidad era parte de esta última, mas él intentaba no conectase con ella, pues ser sensible no condecía con la imagen que él, por educación, había recibido, de lo que debe ser un hombre. A mi entender tal vez este joven podría corresponderse con aquel tipo de pacientes que la Dra Milán denomina “ordálicos”5. Pareciera ser que estos pacientes inconscientemente están atravesados por intensos sentimientos de culpa, por lo que buscan cierto castigo purificador y redentor. Inconscientemente no se sienten conformes consigo mismos, por lo que su máscara intentará constituirse de un modo opuesto, es decir, necesitan de una imagen que les asegure que ellos son fuertes y pueden superar todo obstáculo que se presente. La droga estaría al servicio de esta fantasía y de este fin, es decir, funcionaría como un fortalecedor de la identidad. La cocaína es una droga muy especial en estos casos, pues provee una sensación de poder y bienestar que, a su vez, obnubila a la consciencia en un estado, muchas veces, de intensa lucidez, una luz que encandila y oculta las sombras. Debido a estos sentimientos de culpa son sujetos que se exponen a situaciones de extremo riesgo, por un lado, bajo la necesidad de mostrarse a sí mismos que son fuertes y que pueden afrontar todo tipo de obstáculos, por el otro, bajo la fantasía inconsciente de muerte-renacimiento, una suerte de autoengendramiento, la obtención de una nueva existencia purificada, expiada de toda mancha y culpa. El paciente al que me referí anteriormente llegó a mi consulta a causa de una sobredosis de cocaína que casi le costó la vida. En otro caso, cercano a la mediana edad, también con muy buenos resultados terapéuticos, sobresalían características de ordálico. Sus prácticas eran mucho más riesgosas que las del primero. Su historia estaba atravesada por vivencias de humillación que justificaban la necesidad de la construcción de una máscara omnipotente que sirviera para evadir el dolor. Con este paciente se pudo llevar adelante un interesante trabajo de integración de la sombra. En mi experiencia, es con este tipo de pacientes próximos a la clase de los ordálicos, con los que mejores resultados terapéuticos he obtenido. Desde la escuela junguiana se podría pensar que están destacadamente atravesados por el arquetipo del héroe, el cual, para crecer, debe ir renunciando a sus fuerzas físicas para obtener mayor sabiduría profunda a través del encuentro y la superación de diversas pruebas en las que se topa con algún aspecto de su sombra. Un claro ejemplo es el del héroe griego Hércules quien debe hundirse en el barro y sacar de esa fétida ciénega a la Hidra. Odín, el dios Nórdico, para obtener la sabiduría de las runas en las aguas del anciano Mimir debió perder un ojo, lo que lo acerca más al ciego, al sabio, pero lo aleja del héroe. Este tipo de pacientes posee la fantasía de que cuanto más droga se tiene más fuerte se es. Como la droga es casi indiferente a la máscara, cuanto más droga incorpora mayor es la máscara y mayor es la sombra que tras sí arroja. Por esta razón se horroriza ante la posibilidad de correr la máscara epopéyica, mas, en mi experiencia, si poseen cierta salud mental, cierta sensibilidad y cierta capacidad de pensamiento, logran reconocer su máscara, su sombra, y los beneficios de ésta última. EL TODOPODEROSO Y LA MÁSCARA SEMIDIVINA Con respecto a los sujetos adictos del tipo “todopoderosos”, en mi práctica he notado que, generalmente, se trata de pacientes más patológicos en su funcionamiento mental que los del grupo anterior, más allá de que muchas conductas de los ordálicos puedan asustarnos por la naturaleza y los efectos de las mismas. Los todopoderosos también tienen esa tendencia a generar 5 Quiero aclarar que las comparaciones que aquí presento son formulaciones hipotéticas. Constituyen un intento de enlazar mis observaciones clínicas a las teorías de la mencionada autora. 122 Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio │2016│ISSN: 1852-8481│ EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA una máscara omnipotente, mas, aquella, no parece estar compensando sentimientos de culpa sino un vacío psíquico aún más tenebroso; a mi entender la omnipotencia compensaría una gran impotencia y sentimientos inconscientes de inferioridad. Su psique parece regirse por un principio de poder; necesitan sentir el poder del yo. Se consideran a sí mismos superiores y extraordinarios, mejores que el resto de los mortales, por ende, siendo tan especiales, no hay necesidad de respeto por los demás; son pacientes que tienden a la transgresión permanente. Respecto a su identidad se consideran personas que pueden con todo, mas su sombra es un ser impotente que no avanza hacia ningún lado y que tiende a atacar toda posibilidad de progreso, quedando en un permanente estado de improductividad, estado que también se manifiesta en el espacio psicoterapéutico. Recuerdo el caso de un paciente de este tipo con el que se llevó a cabo un ejercicio de imaginación activa. La misma es una técnica desarrollada por Jung que tiene como resultado la integración de lo inconsciente a la consciencia. En la imaginación activa se lleva al sujeto a un estado de relajación tal que, sin llegar al sueño, aparecen proyectadas en la consciencia imágenes que no controla, autónomas, formaciones de lo inconsciente. El sujeto, que participa en el escenario, interactúa con dichas imágenes. Su propia imagen representa al yo, las imágenes autónomas a la vida psíquica inconsciente. En muchos casos el paciente no figura en las escenas. En tal ejercicio este paciente llegó hasta un pueblo y allí se encontró con dos personajes: uno de ellos, un ídolo para él, completamente de su agrado, se trataba del dios germano Thor; el otro, un ser repulsivo para él, Cantinflas, el personaje de la televisión mejicana. Del dios nórdico mi paciente tenía conocimientos debido a que, en estos últimos años, se convirtió en uno de los superhéroes norteamericanos y se hicieron películas sobre sus sagas; este muchacho no poseía conocimiento alguno de mitología. Por lo tanto, para él no se trataba de un dios sino de un superhéroe. La característica fundamental del mismo es la fuerza bruta, física, y su poderoso martillo; mientras que Cantinflas fue juzgado por el paciente como: pobre, inútil, vago, feo y, mientras lo describía, su cara lucía gesto de asco. Thor representaba su máscara, así se mostraba él al mundo; Cantinflas es la sombra que contiene la humilde humanidad que no posee el héroe divino y que necesita ser integrada. EL IMPOSIBLE Y LA MÁSCARA CRIPTA Con respecto a los “imposibles” la autora postula que se encontrarían en las cercanías de los inanalizables de Freud. Se trata de pacientes, por decirlo de algún modo, impermeables a la labor analítica, que suelen obtener mejores resultados con otros dispositivos terapéuticos, por ejemplo, mediante la sugestiva conversión religiosa. El sentimiento de vacío interior es tal que buscan el adormecimiento, la anestesia del dolor psíquico a través de las drogas, el letargo del superyó. Tienden a las transgresiones y a fuertes consumos de drogas. Recuerdo el caso de un paciente, varón de 30 años, de riesgo constante. Su sentimiento era que nadie podría ayudarlo ya que no lo comprendían. Era rara la sesión a la que acudiera sin haber tenido un episodio de pelea callejera. El consumo de drogas era excesivo y su vida estaba rodeada por todo tipo de prácticas ilegales. Por supuesto, era incapaz de reconocer su responsabilidad en sus acciones, siempre adjudicaba al afuera la culpa por sus reacciones violentas. Resultaba llamativo lo que de él decía su máscara: peinado a la gomina con raya al costado; camisa adentro del pantalón prendida casi hasta el último botón del cuello; zapatos; impecable, sólo que siempre tenía alguna lesión en el rostro o en las manos; trabajador (aunque la droga también era usada para llevar adelante sus actividades laborales). Máscara de grandes dimensiones cuya finalidad, en cierto modo, era la de ocultar, de sí mismo sus debilidades y su violencia, y del mundo, pero en modo más consciente, su adicción a las drogas. Advierto que este paciente tenía un marcado perfil psicopático. Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio│2016│ISSN: 1852-8481│ 123 diáLogos│ Revista Científica de Psicología, Ciencias Sociales, Humanidades y ciencias de la Salud EL SUSPENDIDO Y LA MÁSCARA SOMNÍFERA El grupo de los “suspendidos” abre una interrogante respecto a la máscara. Según la Dra. Milán, estos pacientes habrían sufrido en su temprana infancia una sensación de desprendimiento respecto a la figura materna similar a un desgarro, ocasionando una terrible vivencia de abandono, que ha perpetuado en ellos la sensación de desvanecerse, desaparecer, perder la identidad. Por ello muchas veces encuentran la calma en una modalidad de aislamiento autístico a través del uso de drogas. Cuando anteriormente, en este mismo texto, hablamos de sujetos en los que primaría la función sensitiva por sobre el intelecto y la emoción, tal vez sea éste el grupo en el que se da ese fenómeno con mayor intensidad. Pareciera ser que la adaptación al medio es demasiado precaria. A través del uso de drogas conforman un caparazón autístico cuya función es la protección, la de frenar esa sensación de peligro inminente de desaparición a través de la provocación de sensaciones placenteras. El consumo de drogas es intenso y tiende hacia la tranquilidad somnolienta. Arquetípicamente podríamos pensar que interviene la fantasía inconsciente de retorno al paraíso perdido, donde aún no hay diferenciación con la Gran Madre. Decíamos que la máscara tendría dos funciones primordiales: la de adaptación al mundo y la de protección. Da la impresión que en este tipo de pacientes, esta segunda función ha ocupado casi toda la energética del arquetipo. Tres conocidos autores postularon, a principios de siglo XX, tres conceptos distintos pero semejantes, que hacen referencia a un modo de funcionamiento mental temprano o primitivo, y que pueden ser aplicados en estos casos. Freud planteó el “autoerotismo”, en el cual es el propio sujeto el que se elije como objeto de su libido, lo cual constituye una etapa normal en el desarrollo temprano de la psicosexualidad, pero puede entenderse como patológico si se da una intensa fijación en esta modalidad. Las manifestaciones autoeróticas son comunes en estos pacientes; hemos dicho que tienden a generar sensaciones placenteras en su propio cuerpo que funcionan al modo de un caparazón protector. Jung, por su parte, habló de la “introversión” de la libido, esta última entendida como energía psíquica (no de origen sexual, sino vital). En este caso la libido se desprende de los objetos del mundo externo y se repliega hacia el mundo interior cobrando una enorme fuerza las fantasías inconscientes. Esta tendencia sólo es patológica cuando es extrema, ya que es normal encontrar sujetos del tipo psicológico introvertidos y extravertidos, en los cuales habría una leve inclinación predominante hacia el mundo interno o hacia el mundo externo, pero en ninguno de los casos implicaría una desconexión total con alguno de ambos escenarios. Nuestro tercer autor es Eugen Bleuler quien incorpora a la psiquiatría el concepto de autismo; el mismo hace referencia a un proceso por el cual el sujeto renuncia, sólo en cierta medida, al contacto con la realidad exterior, para recluirse a su mundo de fantasías, como un modo de defensa propio de la esquizofrenia ante el impacto de la incrementada emocionalidad patológica; es decir, mediante el estado mental autista el enfermo se defiende de la violencia de sus propias emociones. Basándonos en estos tres conceptos podríamos pensar que la máscara no estaría del todo desarrollada como medio de adaptación social y de vinculación con el exterior en el tipo de pacientes suspendidos, sino sólo al modo de un círculo psíquico protector. Uno de mis primeros pacientes en la práctica clínica de adicciones fue un joven de aproximadamente 19 años de edad, que parecía prácticamente captar sólo la superficie de los hechos externos; era como si estuviera conectado en el tiempo y en el espacio presente, pero no desde lo emocional y mucho menos comprendiendo o analizando la situación vivida, sólo parecía estar ahí, captando el movimiento de las cosas a su alrededor, entendiendo las palabras pero no la profundidad de éstas, parecía que lo que a su alrededor acontecía no tuviese para él casi sentido más allá del estímulo. Su aislamiento respecto al valor de los hechos, al sentido global de las situaciones en su conjunto, era asombroso, sólo estaba presenciando pasivamente lo que allí sucedía, mas esto, no provocaba ningún germen de reflexión. Más aún, se comportaba igual frente 124 Revista diálogos │Vol. 5│No. 1│Junio │2016│ISSN: 1852-8481│ EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA a su mundo interior. Su yo estaba desvalido de procesos de pensamiento, pero a través del tolueno había obtenido un calmo estado de aislamiento y lograba situarse como un observador pasivo de sus fantasías que se desplegaban al modo de alucinaciones. Había logrado un mundo de imágenes y sensaciones cálidas, pero no de pensamiento alguno. Se comportaba hacia estas imágenes y sensaciones tal como lo hacía respecto al mundo externo. Sin embargo, cada vez se fue inclinando más hacia su mundo interior como realidad en la que prefería vivir. Estos pacientes, en su rostro externo, pueden mostrarse dispersos, desinteresados, desconectados y, en algunos casos, hasta darán una falsa imagen de autosuficiencia. CONCLUSIONES El exceso en el uso de psicotrópicos avalado por la comunidad científica y por las legislaciones vigentes podría estar vinculado al espíritu de nuestra época en el que el arquetipo de la máscara modela, en gran medida, sus características. El tiempo de la superficialidad, la imagen, la inmediatez, el éxito, la belleza y la juventud eterna en detrimento del dolor, del pensamiento creativo, de la sombra y de todo aquello que no condice con el ideal de nuestra época, demuestran los efectos de la máscara como una de las tendencias dominantes de la actualidad, arquetipo que en muchos casos ha dejado de ser adaptativo para convertirse en un acartonado personaje aparente que nos aleja de nuestra verdad más íntima. Las drogas actúan a través y a favor de la máscara, tanto en pacientes con problemas de adicción a sustancias ilegales, como en aquellos que han sido diagnosticados de enfermos por el sólo hecho de ser personas que sufren, viven, se angustian y son defectuosos, en fin, por ser humanos. Estar con uno mismo comienza, antes que todo, por el encuentro con la propia sombra, y para alguien que tanto se miente pasando largas horas de su vida dando coloridas pinceladas a su máscara, hasta quedar embelesado por ella, ese encuentro resulta intolerable. Más aún, si logra permanecer frente a su rostro más siniestro, todavía tardará mucho tiempo en descubrir que en lo más oscuro del carbón habita el potencial de la luz. Lo que muchos de los hombres y mujeres de nuestra época rechazan, al igual que nuestros pacientes adictos tras su cosmovisión omnipotente, es lo que más humanos los hace. BIBLIOGRAFÍA BLEULER, E., (1911); Demencia precoz. El grupo de las esquizofrenias, Buenos Aires, Ed. 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