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EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA
Revista diáLogos
Universidad Nacional de San Luis - Facultad de Ciencias Humanas
Vol. 5│Nro. 1│Junio│2016 │pp. 115-126
EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA
DROGADEPENDENCIA
Enviado: 17/05/2013 │Aceptado: 30/07/2013
Autor: Rafael Pablo Díaz Guiñazú
Institución: Universidad Nacional de San Luis
Email: [email protected]
Resumen
El presente trabajo es un intento hipotético de vinculación entre el arquetipo de la máscara, el espíritu de nuestra
época y los distintos tipos de pacientes adictos a drogas pertenecientes a la clasificación propuesta por la Dra. Milán
(2009). Se comenzará por definir la máscara y por caracterizar sus principales funciones. Posteriormente se intentará
vincular la acción de la misma, como tendencia trascendental inconsciente, en la determinación del espíritu de
nuestra época y en la tendencia actual a hacer un uso excesivo de medicación psicotrópica, la que a su vez
retroalimenta el reforzamiento del arquetipo. Luego se llevará a cabo una aproximación teórica, con el aporte de
algunos ejemplos extraídos de la práctica clínica realizada en la Fundación de Acción Social de la ciudad de San Luis,
sobre el rol que podría estar desempeñando la máscara en el consumo de drogas de la tipología de la Dra. Milán
(2009).
Palabras claves: Arquetipo – Adicción – Actualidad – Medicalización
Abstract
The present work is an hypothetical attempt entailment between the archetype of the mask, the spirit of our times
and different types of drug addict belonging to the classification proposed by Dr. Milan (2009). We will start to define
the mask and to characterize its main functions. Later we will try to link up its action, as transcendental unconscious
tendency, in determining the spirit of our age and current tendency to overuse of psychotropic medication, which in
turn feeds the reinforcement of the archetype. Then it will be held a theoretical approach, with the input from some
examples from clinical practice held in the Social Action Foundation San Luis, about the role that could be played by
the mask in the consumption of drugs of Dr. Milan typology. (2009).
Key words: Archetype – Addiction – Nowadays – Medicalisation.
INTRODUCCIÓN
Desde la psicología de C. G. Jung las características propias de un período están establecidas por la
acción de determinados arquetipos que actúan a nivel colectivo dando lugar a lo que el psiquiatra
suizo denominó: “el espíritu de la época”. Así, los hombres y mujeres de las distintas décadas,
siglos, eones, estarían trascendidos por la acción de tendencias inconscientes que determinarían
su modo de concebir y de relacionarse con el mundo. Por ejemplo, en la Edad Media, podríamos
conjeturar, que un arquetipo muy constelizado1 fue el de la sombra, el que, por la acción de
proyecciones colectivas desencadenó la persecución eclesiástica de la demonología (así como la
extensión de la misma), la quema de brujas y, en definitiva, la inquisición y los ejércitos cruzados.
Tales arquetipos no sólo determinarían el modo de posicionarnos frente a la realidad y a nosotros
mismos, sino, además, desencadenarían diversas manifestaciones colectivas, entre ellas, los
sufrimientos y malestares de la época, entre las nuestras, las adicciones. Considero que
actualmente serían tres los principales (de ninguna manera los únicos) arquetipos fundamentales
1
Utilizo el término “constelizado” ya que fue el mismo Jung el primero en usarlo, y nada tiene que ver con las nuevas escuelas de constelaciones
familiares. Una constelación psíquica está dada por un conjunto de elementos inconscientes convocados por la acción de una específica magnitud
energética que permite al complejo su aparición o sus diversos modos de manifestación.
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que definen al espíritu colectivo, a saber: el puer aeternus o niño eterno, manifestado en la
incesante búsqueda de la eterna juventud, simbolizado en la fuente de la juventud eterna donde
fue sumergido el griego Aquiles, o Peter Pan y su país del Nunca Jamás, o en las manzanas de oro
de la mitología céltica, en el dios Baco, entre otros; la Gran Diosa o el anima en el varón, es decir,
el resurgimiento del principio matriarcal-femenino (eros) que paulatinamente adquiere
supremacía sobre lo patriarcal-masculino (logos); y, por último, la máscara, cuya más clara
manifestación en nuestros días la constituye el facebook. Estas tres tendencias arquetípicas
intervendrían en la proliferación de las adicciones.
LA MÁSCARA Y EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA
“Uno no se ilumina imaginando figuras de luz sino
haciendo consciente la oscuridad,
Un procedimiento, no obstante, trabajoso y, por tanto,
impopular”
C. G. Jung, 1945
La “máscara” o “persona” puede entenderse como el rostro externo de la psique, la fachada que el
sujeto muestra al exterior, confeccionada, principalmente, por los roles sociales que éste
desempeña. Modela la identidad consciente del sujeto, es la imagen y la teoría que de sí mismo
tiene el individuo y es aquello con lo que el yo se identifica y se define. Cuando la identificación
con este arquetipo es excesiva, el sujeto deja de reconocer que se trata sólo de una fachada
funcional tras la cual se ocultan otros aspectos de su personalidad, para convencerse que la
totalidad de su ser no se extiende más allá de los límites de su máscara. Generalmente, en la
máscara se encuentran aquellos rasgos que el sujeto más ama de sí mismo y aquellos que se
relacionan con su ideal. Tras ella se oculta el lado oscuro de la psique, la sombra, lo no tolerado
que ha sido sepultado vivo en lo inconsciente.
La máscara no es un arquetipo que existe porque sí, no es un caprichoso invento de la naturaleza
humana, tiene útiles funciones específicas, sólo se torna patológica cuando es excesiva y el sujeto
se identifica en forma masiva con ella, dando lugar al fenómeno de la inflación psíquica2 3.
Podremos decir, entonces, que dicho arquetipo tendría dos funciones básicas: por un lado es un
sistema de adaptación al medio social, por el otro, protege el mundo interno del sujeto. Cuanta
mayor identificación haya con ella, más rígida se torna y más grande es la sombra que tras sí
arroja4.
La máscara suele confeccionarse persiguiendo los valores e ideales que rigen a una cultura. Si en
un pueblo primitivo el ser guerrero estaba muy bien visto, no es descabellado pensar que muchos
individuos persiguieran ese rol y que su identidad estuviera dada por el mismo. Si la debilidad era
un atributo que el guerrero no debía poseer, las flaquezas del ser serían arrojadas a la sombra,
pero no por ello dejarían de existir.
Nuestro mundo actual parece detestar el dolor, la decrepitud, la vejez, el sufrimiento, la tristeza, la
nostalgia y demás sentimientos profundos. Aparenta buscar a toda costa y sin demoras el abrazo
2
También denominada inflación del yo o inflación del ego. La identificación con la máscara produce el ensanchamiento del yo, el que recibe la
energética propia del arquetipo y los atributos cualitativos que a éste le han sido otorgados. Así, según el grado de inflación psíquica se puede entrar
en estados narcisistas (ver siguiente pie de página) que variarían desde tendencias ególatras menores, rasgos omnipotentes, hasta psicóticos delirios
megalómanos.
3
Visto el símbolo, desde mi personal punto de vista basado en la modalidad de análisis de la perspectiva junguiana, Narciso es aquel que se enamora
de su imagen externa (máscara), por negarse a escuchar o detenerse a comprender los llamados de su alma (anima), representada por la ninfa Eco.
4
Cuanto más crece el yo, más crece su sombra.
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del éxito, la inmediatez, la extraversión y el desapego afectivo respecto de los demás y de uno
mismo; más que verdaderas emociones da la impresión que prefiriese las sensaciones violentas
que generan euforia y dicha y, en la medida de lo posible, eviten el tedioso y aburrido ejercicio de
pensar; ni qué hablar de la reflexión profunda que lleva al ser a interrogarse acerca de sí mismo. El
cuerpo se constituye en el escenario de una imagen que se debe mostrar. Éxito, inmediatez e
imagen parecen determinar el espíritu de nuestra época; la superficie del hombre parece
confundirse con el todo; el malestar se opone al éxito y al modelo de hombre que propone
nuestra época. Recordemos que una cultura, desde la visión junguiana, es la expresión de lo que
acontece en el psiquismo de los hombres; es la psique la creadora de la cultura y no al revés. Los
arquetipos trascienden a los individuos y por ello es tan difícil tomar consciencia de que las cosas
podrían no ser tal como esta especie de genios cartesianos lo dictaminan. Así, resulta muy
engorroso escapar al espíritu de una época o, al menos, no quedar tan atado ni dar cumplimiento
a sus caprichos.
La Dra. Milán (2006) advierte que una de las mayores luchas del hombre actual, el hombre de la
instantaneidad, es contra el dolor psíquico y, siguiendo los postulados de Zarifian, considera que
se confunde dolor con enfermedad. El modelo regente en medicina es extremadamente
localizacionista, es decir, tiende a la detección del órgano enfermo y a la aplicación del remedio en
búsqueda de la sanación del mismo; se asienta sobre un paradigma que despierta la sospecha de
no poseer una clara noción de lo que es una gestalt. Cuando la ciencia del alma (psicología) pierde
su libertad de búsqueda y desenvolvimiento, sometiéndose a los cánones de otras disciplinas, se
aleja de sí misma. El dolor en el cuerpo puede indicar algo, pero es fácil de localizar; el dolor del
alma es una parte fundamental de ésta y no se obtiene un logro en su rechazo y negación,
engordando con él a las bestias que pueblan las sombras. Es el dolor el que amplía la consciencia,
el que moviliza el pensamiento, el que sostiene la memoria, el que vibra en la emoción, el que
necesita estar aunado al amor para no volverse extremo y aniquilador. Existe y es esencia; no una
aberración, no una malformación, sino parte intrínseca de la naturaleza del hombre. Buscar
extinguirlo es el yerro aberrante; por ese medio nos convertimos en autómatas, en una especie de
mutilación psíquica y en una triste criatura alejada de sí misma. El sometimiento a los designios de
la máscara de nuestra época provoca una gran brecha en el interior de los hombres de hoy. Se
tiende a la homogeneidad del ser, a la extinción de las diferencias. Sólo sobresale el que es fiel a
los valores perseguidos por el espíritu de una época, con lo cual puede sentirse muy satisfecho el
ego, pero ese nada sabe acerca del sí mismo. Ya no hay lugar para lo inconsciente; lo inmaterial se
desvanece, la imagen externa es la que gobierna y lo que no se ve con los ojos apuntados hacia
afuera de las cuencas no existe. Más, lo inconsciente se hace síntoma que, a su vez, nuevamente
se busca eliminar.
Si el dolor se confunde con la enfermedad y el modelo de salud se basa en la localización de la raíz
del mal, el remedio es la solución para todo. Ahora bien, como está mal visto el dolor, ya que
sentimos que nos detiene en el alcance del éxito y la imagen que nos devuelve es disonante a la de
nuestra era, y mucho menos lo toleramos, pues pertenece al espíritu de otra época: el
romanticismo y la dama sufriente ya se consumieron en las llamaradas de su histeria; buscaremos
la solución a esta enfermedad del alma por la vía más rápida y segura: el psicofármaco. Aquí la
ciencia entra al servicio de la máscara. La Dra. Milán (2006) advierte que se confunde remedio con
medicamento. Lo que es normal es medicalizado. Muchas personas de nuestra época funcionan
mediante la medicación psiquiátrica sin ser enfermos mentales, sólo por el hecho de sentir
angustia, ansiedad, ira, etc. Ya no se trata de aplicarse un remedio momentáneo para algo
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específico, sino de un agente permanente que funciona como un soporte a la personalidad
desvalida, a la humanidad finita del ser, lo que la vuelve más finita aún, ya que la limita al estrecho
campo de la consciencia, obstruyendo a través del medicamento la comunicación y la influencia
creadora de lo inconsciente. La administración psicotrópica se pone al servicio de la máscara
colectiva en la persecución de alcanzar el modelo de hombre que nuestro narcisismo persigue. Si
el uso excesivo de medicación psiquiátrica en la búsqueda de sus efectos está movilizado por el
arquetipo de la máscara y, a la vez, actúa en el sostenimiento de ésta, la misma se torna más
amplia aún y extrema en sus funciones. Si la máscara oculta al ser interior, al volverse más amplia
lo esconde cada vez más hacia lo primitivo y siniestro de la sombra. El hombre cada vez se aleja
más de sí mismo y se vuelve un modelado que tal vez nada tiene que ver con su humanidad
profunda, a la que no se le da posibilidad de desarrollo. Pero, así como fortalece su máscara y
obtiene éxito en la esfera social, en el plano íntimo se suscitan los problemas, pues lo íntimo y
familiar se vuelve terreno de la sombra. Generalmente, los vínculos cercanos sufren y ven con más
claridad que el propio enmascarado, la oscuridad que le acompaña.
EL PHARMAKON Y LA SOMBRA
Carl Jung (1912) considera a lo inconsciente como una matriz vital creadora de la que surgen todas
las potencialidades psíquicas, desde las tendencias más maravillosas hasta lo más terrible de lo
que es capaz el hombre. Lo terrible y destructivo es un componente intrínseco a toda obra
creativa. En alguno de sus escritos Jung advirtió que después de la luz del día se adviene el tiempo
de las tinieblas, la otra cara del creador; y aquellos que estudiamos la psique humana sabemos
que no existe algo más peligroso que un hombre que se considera a sí mismo absolutamente
bueno. Donald Winnicott tenía una visión, en este punto, similar a la de Jung, pues suponía que la
creatividad proviene del centro del ser, de lo que él denominó el verdadero self. Cerrarle las
puertas a la sombra tras una máscara o un falso self (Winnicott, 1971), es cerrar el paso de acceso
hacia el sí mismo y al potencial creativo, espontáneo y auténtico del hombre.
Enredadas en lo más íntimo y auténtico de cada individuo se hallan las vivencias. La Dra. Milán
(2003) encuentra una interesante relación entre la memoria y el tiempo; un hombre sin memoria
es alguien sin consciencia de sí, como un enfermo de Alzheimer. La inmediatez se opone a la
memoria. Siguiendo esta línea de pensamiento nos lanzamos en el tiempo hacia la antigua Grecia
donde memoria y creatividad estaban directamente emparentadas. Las musas inspiradoras del
arte y de las ciencias, eran las hijas de Mnémesis, la memoria, la memoria Mater, divina,
arquetípica. Nuestra herencia humana almacenada en lo inconsciente colectivo es un componente
intrínseco de la creatividad. Esa función arquetípica, propia de todo ser humano, le permite al
hombre almacenar en su alma las vivencias de su historia personal, que constituyen los soportes
de su existencia y de su individualidad. Si el ser se transforma en su máscara se ha alejado y
traicionado a sí mismo, y nada de él surgirá, sólo repetirá lo foráneo. Dice Milán (2006):
“Subyacente al consumo de psicotrópicos está implícito un poder que normaliza, en el sentido de
igualar y establecer una uniformidad opuesta a la heterogeneidad y la disparidad propias de la
singularidad de la subjetividad…”.
En un bello, aunque extenso, escrito de C. G. Jung titulado: “Simbología del Espíritu: Estudios
sobre fenomenología psíquica” de 1951, en colaboración con el Dr. Riwkah Schärf, éste último
realiza un estudio detallado acerca del simbolismo de Satanás, basándose en los difusos orígenes
de aquel personaje y en el desarrollo histórico del mismo. Advierte que entre los antiguos
palestinos el satán era un calumniador que traicionaba a aquel que se encontraba en el cargo al
que éste aspiraba a ocupar con la finalidad de acceder al mismo. Dicha concepción peyorativa
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provenía del pueblo hebreo; por lo tanto, para los judíos, Satán era un calumniador o traidor.
Luego, en el libro de Job, Satán aparece como una especie de aliado de Yahvé, un acusador; su
función era no sólo la de tentar al pecado al pueblo elegido, sino además, comunicarle a Dios
acerca de las faltas cometidas por dicha comunidad. Es claro que Satanás es un símbolo de la
sombra. A mi entender, lo anteriormente dicho significa que la sombra ha sido puesta allí para
recordarnos quienes somos y de lo que somos capaces; el peor peligro es olvidarlo, es decir, no ser
conscientes de nuestra oscura naturaleza. Cuanto más desconozcamos nuestra sombra, nuestra
obra de vida será mucho más parecida a aquello que odiamos y tememos, a aquello que
realmente no desearíamos sea. El hombre que busca un perfil determinado a través de los
psicofármacos es idéntico al común en su superficie pero distinto a su interior, se ha traicionado a
sí mismo, por ende, el Satán, el traidor, la sombra, ha comandado la obra de vida. Los
profesionales de la salud mental muchas veces somos condescendientes con tal fin, en lugar de
levantar la máscara en aquellos pacientes que podríamos hacerlo sin riesgos de ocasionar
catástrofes psíquicas, la reforzamos ya que también estamos atravesados por el espíritu de
nuestra época y por un modelo de lo que “se debe ser” y avasallamos la verdad profunda del ser,
la tendencia natural y creativa del sí mismo y el saber que mora en lo inconsciente. No deberíamos
olvidar que nuestros pacientes entran en transferencia y por ello están sometidos al influjo de un
enorme poder psíquico que los trasciende; en muchos casos aceptarán lo que de nosotros
provenga sin cuestionamiento alguno. Más aún, los psicotrópicos recetados pueden no causar
conflicto ético ya que su administración pertenece al terreno de las prácticas legalizadas y
avaladas por la comunidad científica. Los psiquiatras y psicólogos deberíamos, antes que nada,
saber algo acerca de nuestra propia sombra, de no ser así, corremos el riesgo de proyectarla en
nuestros pacientes e intentar silenciar en ellos al ser siniestro que en nosotros habita. Un adicto,
con todas las humanas miserias que en su existencia arrastra hasta nuestro consultorio, es un muy
buen blanco de proyección.
Dentro de las escuelas psicológicas también existen modelos que atentan contra el desarrollo del
sí mismo en pos de la inflación psíquica por la exacerbación del desarrollo de la máscara. Las
teorías de la asertividad son un ejemplo de esto. En el campo del tratamiento de las adicciones
existen dispositivos prefigurados que se aplican a todos los individuos por igual sin tener en cuenta
las grandes diferencias, sino sólo algunas menores. En ciertos dispositivos la medicalización es
obligatoria, sólo varía el tipo de droga según el perfil del paciente. Hay quienes aseguran que los
adictos no pueden rehabilitarse sin medicación ya que carecen de la posibilidad de controlar sus
impulsos. En mi experiencia clínica esto no es así en modo alguno, en muchos casos he obtenido
importantes progresos en tratamientos de pacientes adictos a drogas sin el uso de medicación
psiquiátrica. Los adictos no son enfermos mentales por el sólo hecho de depender de una
sustancia, muchos cuentan con sorprendentes recursos internos, otros necesitan medicación por
un lapso de tiempo determinado, y otros tal vez de por vida, sobre todo cuando la adicción está
asociada a trastornos psíquicos graves.
No estoy en desacuerdo con el uso de medicación psiquiátrica, pero sí con el abuso. Los avances
científicos son un arma de doble filo y debemos ser muy responsables en la utilización de los
mismos. Los psicotrópicos son un fabuloso descubrimiento y su desarrollo puede mejorar la
calidad de vida de muchas personas. Pero todo abuso tiende a la perversión del fin, y ello cambia
radicalmente las cosas. El psicofármaco ya parece ser el fin en sí mismo; más allá de él no hay
nada. Muchos profesionales de la salud mental parecen haber perdido el interés por conocer la
psique en sí misma y desconfían del potencial sanador que ésta posee. Es cierto que hay casos en
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los que la destrucción mental nos sitúa ante la helada sensación de estar frente a un páramo
infértil cuya atmósfera es densa y venenosa, y en donde nada puede crecer; pero no sucede esto
en todos los casos, y cuando abusamos del pharmakon allí donde aún hay fertilidad,
emponzoñamos y quemamos el potencial germinal de la psique. En mi experiencia, en más de una
ocasión me he visto obligado a plantearle a algunos psiquiatras la necesidad de moderar los
niveles de ansiedad, pero no de aniquilar la angustia, como he notado que se suele hacer a través
del uso de antidepresivos y de ansiolíticos. El paciente adicto tiende a la evasión del dolor. Si se
provee un psicofármaco que anula el dolor, el paciente ya obtuvo lo que buscaba, se considera
curado y abandona la psicoterapia en los inicios de la misma.
LA DROGA Y LA MÁSCARA SEGÚN EL TIPO DE PACIENTE
En el caso de los pacientes adictos a drogas, la sustancia psicoactiva también estaría, a mi
entender, relacionada con la máscara, pero en estos casos no necesariamente en la persecución
del modelo social dominante, sino más bien como un soporte funcional a la mente y
constituyendo una identidad acorde a la cosmovisión omnipotente (Dupetit; 1983) de los mismos,
diferenciándolos del resto de la sociedad como los seres especiales que suponen ser, a través del
ocultamiento de intensos sentimientos de inferioridad constitutivos de una sombra primitiva y
destructiva.
Según la Dra. Milán (2009) estos sujetos, a causa de una gran dificultad para conectarse con las
emociones y para apelar al pensamiento y, por ende, a la palabra, utilizan el cuerpo como un
medio sustitutivo para expresar sus conflictos y relacionarse con el exterior. Parecen ser sujetos
que llevan la vida psíquica a lo corpóreo, a lo material y concreto, afectando la posibilidad de
desarrollo de las capacidades superiores del espíritu. Tienden a actuar en desmedro del
pensamiento y de la emoción. Así, el cuerpo pasa a ser el escenario principal en el que se plasman
retazos de su mundo interno y el casi exclusivo medio de relacionarse con el mundo. Si decimos
que la máscara es el rostro externo de la psique y el medio de relación con el mundo externo,
podemos conjeturar que la máscara de muchos de estos sujetos es casi indiferenciada del cuerpo;
esto se ve plasmado en las vestimentas, tatuajes, perforaciones, lesiones, etc., que muchos de
estos pacientes portan. Dice Milán (2004): “La adicción se caracteriza por una externalización, una
corporización (…): los fenómenos externos predominan y están directamente referidos a actos,
objetos materiales, predominancia de situaciones concretas sobre lo imaginario; las sensaciones
corporales y las situaciones externas dominan la vida psíquica”.
Si el cuerpo y su actuar son el rostro visible, las funciones del pensamiento y la emoción pasan a
ser propiedad de la sombra, mientras que la sensación se constituye como la principal función
psíquica a disposición del yo. La vida consciente queda básicamente regida por las sensaciones
(función dominante); el pensamiento y la emoción (funciones secundarias), al quedar relegadas a
la sombra, se encuentran cada vez con mayor impedimento de desarrollo y en estado de mayor
primitividad. Si la función dominante es la sensación, es probable que el pensamiento y la emoción
se tornen funciones auxiliares de la primera, por lo tanto, muchas veces están al servicio de
aquella. Así, el pensamiento del adicto, puede actuar como una torpe racionalización que sostenga
la máscara y sirva para justificar su cosmovisión omnipotente y sentirse (sentimiento-emoción)
conforme con su propia imagen. Sin embargo, tras esta máscara omnipotente ocultará las
debilidades de su humanidad, su inmadura emocionalidad y sus dificultades para pensar y así
evitar pasar a la acción inmediata. Muchos de estos sujetos suelen mostrarse independientes, sin
necesitar de nadie, mas, en las relaciones afectivas, suelen fracasar por sus desbordantes
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sentimientos e ideas celotípicas. Estas tendencias, por supuesto, son impuestas por la sombra
(inconsciente), pues, son de su propiedad.
La Dra. Milán (2009) en su clasificación de sujetos adictos a drogas, postula cinco tipos de
pacientes diferentes: suspendidos, parásitos, ordálicos, todopoderosos e imposibles. Tal vez las
ciencias de la salud, históricamente, se hayan enfocado preferentemente en el tipo todopoderoso
y en el ordálico como el prototipo del adicto. A mi entender, la tipología propuesta por la Dra.
Milán implica una ampliación a la estrecha concepción tradicional de las características
adjudicadas al sujeto drogodependiente, por lo tanto, la considero un gran aporte al campo de la
psicopatología y de la clínica de las adicciones. Siguiendo el lineamiento del presente trabajo,
intentaré hipotetizar acerca de la función que podría estar cumpliendo el arquetipo de la máscara
en estos pacientes, por supuesto, vinculado a la función y a las fantasías inconscientes con que se
utilizaría la droga.
EL PARÁSITO Y LA MÁSCARA ESTRIBO
Pareciera ser que en estos pacientes la droga y la máscara son casi inseparables, pues en el uso de
las drogas estaría interviniendo la acción de la máscara y, a su vez, los efectos de las drogas
tenderían, en parte, al reforzamiento de ese arquetipo. En el caso de los pacientes de tipo
“parásitos”, se trataría de individuos que no han logrado resolver la problemática de la
dependencia primaria, por lo que establecen un modo de relación parasitaria con el otro para
existir. Un parásito necesita de su huésped para sostenerse, nutrirse y sobrevivir. La psique de
estos pacientes depende de la psique ajena; la subsistencia mental estriba en ello. La relación con
el otro no implica el intercambio creativo y la posibilidad de separación, por el contrario, todo acto
creativo es anulado, atacado, aniquilado, ya que el mismo trae implícita la posibilidad de crecer
hacia la independencia. Ahora bien, éste modo de vinculación intrusiva y voraz despierta
sentimientos inconscientes de quedar atrapado en la relación sin poder salir de ella, por lo tanto,
la ansiedad paranoide tiende a ser muy intensa. La droga se constituye como un gran sustituto de
los vínculos humanos pues, dependiendo de la droga, no se depende de los seres humanos. En un
psiquismo frágil como éste, que requiere de un apoyo permanente para existir, la droga cumple
una función de prótesis, de sostén de la identidad del sujeto. En tales casos, la máscara funciona
proveyendo un soporte a la fragilidad yoica. Las drogas, en el reforzamiento de la máscara, son
utilizadas como un modo de supervivencia. Como terapeutas debemos ser muy cuidadosos al
intentar correr la droga y la máscara de estos pacientes, pues ambas, constituyen los medios más
eficientes que ellos han encontrado para la continuidad de su existencia. Recuerdo el caso de un
paciente que a los 12 años recibió el apodo “picardía” y al poco tiempo se inició en el consumo de
las drogas y el alcohol. Ese personaje, “picardía”, ocupó casi toda la vida psíquica del paciente,
sosteniéndose ambos del consumo de drogas. Tras el mote de picardía se encontraba un ser
invalido y estéril, una sombra tenebrosa y destructiva, un ladrón de vida psíquica. “Picardía” le
permitió, durante algún tiempo, establecer relaciones con el mundo, mantenerse de pie y
proveerse una mera imagen de sí mismo. Ese personaje, asociado al consumo incesante de drogas,
constituía la muleta de sus discapacidades anímicas.
EL ORDÁLICO Y LA MÁSCARA DE ACERO
Recuerdo el caso de un paciente cocainómano, de 21 años de edad, que llevó adelante una
beneficiosa psicoterapia, con importantísimos avances, sin necesidad de acudir en ningún
momento del tratamiento a medicación psiquiátrica. Se trataba de un varón inteligente y sensible,
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mas, su sensibilidad fue apareciendo gracias a que se pudo correr, lentamente, su máscara,
además, contaba con capacidades para reconocer e integrar la sombra; la sensibilidad era parte de
esta última, mas él intentaba no conectase con ella, pues ser sensible no condecía con la imagen
que él, por educación, había recibido, de lo que debe ser un hombre. A mi entender tal vez este
joven podría corresponderse con aquel tipo de pacientes que la Dra Milán denomina “ordálicos”5.
Pareciera ser que estos pacientes inconscientemente están atravesados por intensos sentimientos
de culpa, por lo que buscan cierto castigo purificador y redentor. Inconscientemente no se sienten
conformes consigo mismos, por lo que su máscara intentará constituirse de un modo opuesto, es
decir, necesitan de una imagen que les asegure que ellos son fuertes y pueden superar todo
obstáculo que se presente. La droga estaría al servicio de esta fantasía y de este fin, es decir,
funcionaría como un fortalecedor de la identidad. La cocaína es una droga muy especial en estos
casos, pues provee una sensación de poder y bienestar que, a su vez, obnubila a la consciencia en
un estado, muchas veces, de intensa lucidez, una luz que encandila y oculta las sombras. Debido a
estos sentimientos de culpa son sujetos que se exponen a situaciones de extremo riesgo, por un
lado, bajo la necesidad de mostrarse a sí mismos que son fuertes y que pueden afrontar todo tipo
de obstáculos, por el otro, bajo la fantasía inconsciente de muerte-renacimiento, una suerte de
autoengendramiento, la obtención de una nueva existencia purificada, expiada de toda mancha y
culpa. El paciente al que me referí anteriormente llegó a mi consulta a causa de una sobredosis de
cocaína que casi le costó la vida.
En otro caso, cercano a la mediana edad, también con muy buenos resultados terapéuticos,
sobresalían características de ordálico. Sus prácticas eran mucho más riesgosas que las del
primero. Su historia estaba atravesada por vivencias de humillación que justificaban la necesidad
de la construcción de una máscara omnipotente que sirviera para evadir el dolor. Con este
paciente se pudo llevar adelante un interesante trabajo de integración de la sombra. En mi
experiencia, es con este tipo de pacientes próximos a la clase de los ordálicos, con los que mejores
resultados terapéuticos he obtenido. Desde la escuela junguiana se podría pensar que están
destacadamente atravesados por el arquetipo del héroe, el cual, para crecer, debe ir renunciando
a sus fuerzas físicas para obtener mayor sabiduría profunda a través del encuentro y la superación
de diversas pruebas en las que se topa con algún aspecto de su sombra. Un claro ejemplo es el del
héroe griego Hércules quien debe hundirse en el barro y sacar de esa fétida ciénega a la Hidra.
Odín, el dios Nórdico, para obtener la sabiduría de las runas en las aguas del anciano Mimir debió
perder un ojo, lo que lo acerca más al ciego, al sabio, pero lo aleja del héroe. Este tipo de
pacientes posee la fantasía de que cuanto más droga se tiene más fuerte se es. Como la droga es
casi indiferente a la máscara, cuanto más droga incorpora mayor es la máscara y mayor es la
sombra que tras sí arroja. Por esta razón se horroriza ante la posibilidad de correr la máscara
epopéyica, mas, en mi experiencia, si poseen cierta salud mental, cierta sensibilidad y cierta
capacidad de pensamiento, logran reconocer su máscara, su sombra, y los beneficios de ésta
última.
EL TODOPODEROSO Y LA MÁSCARA SEMIDIVINA
Con respecto a los sujetos adictos del tipo “todopoderosos”, en mi práctica he notado que,
generalmente, se trata de pacientes más patológicos en su funcionamiento mental que los del
grupo anterior, más allá de que muchas conductas de los ordálicos puedan asustarnos por la
naturaleza y los efectos de las mismas. Los todopoderosos también tienen esa tendencia a generar
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Quiero aclarar que las comparaciones que aquí presento son formulaciones hipotéticas. Constituyen un intento de enlazar mis observaciones clínicas
a las teorías de la mencionada autora.
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EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA
una máscara omnipotente, mas, aquella, no parece estar compensando sentimientos de culpa sino
un vacío psíquico aún más tenebroso; a mi entender la omnipotencia compensaría una gran
impotencia y sentimientos inconscientes de inferioridad. Su psique parece regirse por un principio
de poder; necesitan sentir el poder del yo. Se consideran a sí mismos superiores y extraordinarios,
mejores que el resto de los mortales, por ende, siendo tan especiales, no hay necesidad de
respeto por los demás; son pacientes que tienden a la transgresión permanente. Respecto a su
identidad se consideran personas que pueden con todo, mas su sombra es un ser impotente que
no avanza hacia ningún lado y que tiende a atacar toda posibilidad de progreso, quedando en un
permanente estado de improductividad, estado que también se manifiesta en el espacio
psicoterapéutico. Recuerdo el caso de un paciente de este tipo con el que se llevó a cabo un
ejercicio de imaginación activa. La misma es una técnica desarrollada por Jung que tiene como
resultado la integración de lo inconsciente a la consciencia. En la imaginación activa se lleva al
sujeto a un estado de relajación tal que, sin llegar al sueño, aparecen proyectadas en la
consciencia imágenes que no controla, autónomas, formaciones de lo inconsciente. El sujeto, que
participa en el escenario, interactúa con dichas imágenes. Su propia imagen representa al yo, las
imágenes autónomas a la vida psíquica inconsciente. En muchos casos el paciente no figura en las
escenas. En tal ejercicio este paciente llegó hasta un pueblo y allí se encontró con dos personajes:
uno de ellos, un ídolo para él, completamente de su agrado, se trataba del dios germano Thor; el
otro, un ser repulsivo para él, Cantinflas, el personaje de la televisión mejicana. Del dios nórdico
mi paciente tenía conocimientos debido a que, en estos últimos años, se convirtió en uno de los
superhéroes norteamericanos y se hicieron películas sobre sus sagas; este muchacho no poseía
conocimiento alguno de mitología. Por lo tanto, para él no se trataba de un dios sino de un
superhéroe. La característica fundamental del mismo es la fuerza bruta, física, y su poderoso
martillo; mientras que Cantinflas fue juzgado por el paciente como: pobre, inútil, vago, feo y,
mientras lo describía, su cara lucía gesto de asco. Thor representaba su máscara, así se mostraba
él al mundo; Cantinflas es la sombra que contiene la humilde humanidad que no posee el héroe
divino y que necesita ser integrada.
EL IMPOSIBLE Y LA MÁSCARA CRIPTA
Con respecto a los “imposibles” la autora postula que se encontrarían en las cercanías de los
inanalizables de Freud. Se trata de pacientes, por decirlo de algún modo, impermeables a la labor
analítica, que suelen obtener mejores resultados con otros dispositivos terapéuticos, por ejemplo,
mediante la sugestiva conversión religiosa. El sentimiento de vacío interior es tal que buscan el
adormecimiento, la anestesia del dolor psíquico a través de las drogas, el letargo del superyó.
Tienden a las transgresiones y a fuertes consumos de drogas. Recuerdo el caso de un paciente,
varón de 30 años, de riesgo constante. Su sentimiento era que nadie podría ayudarlo ya que no lo
comprendían. Era rara la sesión a la que acudiera sin haber tenido un episodio de pelea callejera.
El consumo de drogas era excesivo y su vida estaba rodeada por todo tipo de prácticas ilegales.
Por supuesto, era incapaz de reconocer su responsabilidad en sus acciones, siempre adjudicaba al
afuera la culpa por sus reacciones violentas. Resultaba llamativo lo que de él decía su máscara:
peinado a la gomina con raya al costado; camisa adentro del pantalón prendida casi hasta el
último botón del cuello; zapatos; impecable, sólo que siempre tenía alguna lesión en el rostro o en
las manos; trabajador (aunque la droga también era usada para llevar adelante sus actividades
laborales). Máscara de grandes dimensiones cuya finalidad, en cierto modo, era la de ocultar, de sí
mismo sus debilidades y su violencia, y del mundo, pero en modo más consciente, su adicción a las
drogas. Advierto que este paciente tenía un marcado perfil psicopático.
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EL SUSPENDIDO Y LA MÁSCARA SOMNÍFERA
El grupo de los “suspendidos” abre una interrogante respecto a la máscara. Según la Dra. Milán,
estos pacientes habrían sufrido en su temprana infancia una sensación de desprendimiento
respecto a la figura materna similar a un desgarro, ocasionando una terrible vivencia de
abandono, que ha perpetuado en ellos la sensación de desvanecerse, desaparecer, perder la
identidad. Por ello muchas veces encuentran la calma en una modalidad de aislamiento autístico a
través del uso de drogas. Cuando anteriormente, en este mismo texto, hablamos de sujetos en los
que primaría la función sensitiva por sobre el intelecto y la emoción, tal vez sea éste el grupo en el
que se da ese fenómeno con mayor intensidad. Pareciera ser que la adaptación al medio es
demasiado precaria. A través del uso de drogas conforman un caparazón autístico cuya función es
la protección, la de frenar esa sensación de peligro inminente de desaparición a través de la
provocación de sensaciones placenteras. El consumo de drogas es intenso y tiende hacia la
tranquilidad somnolienta. Arquetípicamente podríamos pensar que interviene la fantasía
inconsciente de retorno al paraíso perdido, donde aún no hay diferenciación con la Gran Madre.
Decíamos que la máscara tendría dos funciones primordiales: la de adaptación al mundo y la de
protección. Da la impresión que en este tipo de pacientes, esta segunda función ha ocupado casi
toda la energética del arquetipo. Tres conocidos autores postularon, a principios de siglo XX, tres
conceptos distintos pero semejantes, que hacen referencia a un modo de funcionamiento mental
temprano o primitivo, y que pueden ser aplicados en estos casos. Freud planteó el
“autoerotismo”, en el cual es el propio sujeto el que se elije como objeto de su libido, lo cual
constituye una etapa normal en el desarrollo temprano de la psicosexualidad, pero puede
entenderse como patológico si se da una intensa fijación en esta modalidad. Las manifestaciones
autoeróticas son comunes en estos pacientes; hemos dicho que tienden a generar sensaciones
placenteras en su propio cuerpo que funcionan al modo de un caparazón protector. Jung, por su
parte, habló de la “introversión” de la libido, esta última entendida como energía psíquica (no de
origen sexual, sino vital). En este caso la libido se desprende de los objetos del mundo externo y se
repliega hacia el mundo interior cobrando una enorme fuerza las fantasías inconscientes. Esta
tendencia sólo es patológica cuando es extrema, ya que es normal encontrar sujetos del tipo
psicológico introvertidos y extravertidos, en los cuales habría una leve inclinación predominante
hacia el mundo interno o hacia el mundo externo, pero en ninguno de los casos implicaría una
desconexión total con alguno de ambos escenarios. Nuestro tercer autor es Eugen Bleuler quien
incorpora a la psiquiatría el concepto de autismo; el mismo hace referencia a un proceso por el
cual el sujeto renuncia, sólo en cierta medida, al contacto con la realidad exterior, para recluirse a
su mundo de fantasías, como un modo de defensa propio de la esquizofrenia ante el impacto de la
incrementada emocionalidad patológica; es decir, mediante el estado mental autista el enfermo se
defiende de la violencia de sus propias emociones. Basándonos en estos tres conceptos podríamos
pensar que la máscara no estaría del todo desarrollada como medio de adaptación social y de
vinculación con el exterior en el tipo de pacientes suspendidos, sino sólo al modo de un círculo
psíquico protector. Uno de mis primeros pacientes en la práctica clínica de adicciones fue un joven
de aproximadamente 19 años de edad, que parecía prácticamente captar sólo la superficie de los
hechos externos; era como si estuviera conectado en el tiempo y en el espacio presente, pero no
desde lo emocional y mucho menos comprendiendo o analizando la situación vivida, sólo parecía
estar ahí, captando el movimiento de las cosas a su alrededor, entendiendo las palabras pero no la
profundidad de éstas, parecía que lo que a su alrededor acontecía no tuviese para él casi sentido
más allá del estímulo. Su aislamiento respecto al valor de los hechos, al sentido global de las
situaciones en su conjunto, era asombroso, sólo estaba presenciando pasivamente lo que allí
sucedía, mas esto, no provocaba ningún germen de reflexión. Más aún, se comportaba igual frente
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EL ARQUETIPO DE LA MÁSCARA, SU TRASCENDENCIA EN EL ESPÍRITU DE NUESTRA ÉPOCA Y SU INCIDENCIA EN LA DROGADEPENDENCIA
a su mundo interior. Su yo estaba desvalido de procesos de pensamiento, pero a través del
tolueno había obtenido un calmo estado de aislamiento y lograba situarse como un observador
pasivo de sus fantasías que se desplegaban al modo de alucinaciones. Había logrado un mundo de
imágenes y sensaciones cálidas, pero no de pensamiento alguno. Se comportaba hacia estas
imágenes y sensaciones tal como lo hacía respecto al mundo externo. Sin embargo, cada vez se
fue inclinando más hacia su mundo interior como realidad en la que prefería vivir. Estos pacientes,
en su rostro externo, pueden mostrarse dispersos, desinteresados, desconectados y, en algunos
casos, hasta darán una falsa imagen de autosuficiencia.
CONCLUSIONES
El exceso en el uso de psicotrópicos avalado por la comunidad científica y por las legislaciones
vigentes podría estar vinculado al espíritu de nuestra época en el que el arquetipo de la máscara
modela, en gran medida, sus características. El tiempo de la superficialidad, la imagen, la
inmediatez, el éxito, la belleza y la juventud eterna en detrimento del dolor, del pensamiento
creativo, de la sombra y de todo aquello que no condice con el ideal de nuestra época,
demuestran los efectos de la máscara como una de las tendencias dominantes de la actualidad,
arquetipo que en muchos casos ha dejado de ser adaptativo para convertirse en un acartonado
personaje aparente que nos aleja de nuestra verdad más íntima. Las drogas actúan a través y a
favor de la máscara, tanto en pacientes con problemas de adicción a sustancias ilegales, como en
aquellos que han sido diagnosticados de enfermos por el sólo hecho de ser personas que sufren,
viven, se angustian y son defectuosos, en fin, por ser humanos.
Estar con uno mismo comienza, antes que todo, por el encuentro con la propia sombra, y para
alguien que tanto se miente pasando largas horas de su vida dando coloridas pinceladas a su
máscara, hasta quedar embelesado por ella, ese encuentro resulta intolerable. Más aún, si logra
permanecer frente a su rostro más siniestro, todavía tardará mucho tiempo en descubrir que en lo
más oscuro del carbón habita el potencial de la luz. Lo que muchos de los hombres y mujeres de
nuestra época rechazan, al igual que nuestros pacientes adictos tras su cosmovisión omnipotente,
es lo que más humanos los hace.
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