LXXXI «¡GRANDE ES DIANA EFESIA!» (*) 1911 Sigmund Freud (Obras completas) LA antigua ciudad griega de Efeso, en Asia Menor, cuyas ruinas han motivado precisamente tan meritorios estudios de la escuela arqueológica austríaca, era principalmente renombrada en la antigüedad por su magnífico templo consagrado a Artemisa (Diana). Emigrantes jónicos se apoderaron, posiblemente en el siglo VIII, de la ciudad, habitada desde tiempo atrás por tribus asiáticas, descubriendo en ella el culto de una antigua divinidad materna que quizá haya llevado el nombre de Oupis y a la cual identificaron con Artemisa, deidad de las regiones de que eran oriundos. Según el testimonio de las excavaciones, en el curso de los siglos se elevaron en el mismo lugar varios sucesivos templos en honor de la divinidad. Fue el cuarto de estos templos el que en el año 356, en la misma noche en que nació Alejandro Magno, quedó destruido por un incendio ocasionado por Eróstrato, el alucinado. Fue reconstruido con mayor esplendor aún. Con su abigarrado tráfico de sacerdotes, magos, peregrinos; con sus tiendas, en las que se ofrecían amuletos, recuerdos, exvotos, la gran ciudad comercial de Efeso podía compararse a la moderna Lourdes. Hacia el año 54 de nuestra era el apóstol Pablo llegó a Efeso y permaneció allí varios años predicando, haciendo milagros y conquistando una numerosa grey entre el pueblo. Perseguido y acusado por los judíos, separóse de ellos y fundó una comunidad autónoma de cristianos. La difusión de sus doctrinas comenzó a perjudicar al gremio de los orfebres, que habían fabricado para los creyentes y peregrinos de todo el mundo los recuerdos del lugar sagrado, las pequeñas imágenes de Artemisa y de su templo [*]. Pablo era un judío demasiado rígido para permitir que la vieja divinidad subsistiera con otro nombre junto a la suya; para rebautizarla, como los conquistadores jónicos habían procedido con la diosa Oupis. Así, los piadosos artífices y artistas de la ciudad debían temer por su diosa, a la vez que por su pan. Se rebelaron, y al grito incesantemente repetido de «¡Grande es Diana Efesia!», recorrieron la calle principal Arcadiana hasta el teatro, donde su dirigente, Demetrio, pronunció un discurso incendiario contra los judíos y contra Pablo. Sólo con grandes esfuerzos las autoridades lograron aplacar la rebelión, aseverando al pueblo que la majestad de la magna diosa era intocable y que estaría por encima de todo ataque. La congregación de Efeso, fundada por Pablo, no le mantuvo fidelidad durante mucho tiempo. Cayó bajo la influencia de Juan, un hombre cuya personalidad ha planteado los más arduos problemas a la crítica. Quizá fuera el redactor del Apocalipsis, plagado de invectivas contra el apóstol Pablo. La tradición lo unificó con el apóstol Juan, a quien se atribuye el cuarto Evangelio. De acuerdo con este Evangelio, Jesús en la cruz habría gritado a su discípulo predilecto, señalándole a María: «Ve, ésa es tu madre», y desde ese momento Juan llevó consigo a María. Por tanto, si Juan se dirigió a Efeso, también María habría llegado con él allí. Así, en Efeso erigióse, junto a la iglesia del apóstol, la primera basílica en loor de la nueva deidad materna de los cristianos, de la cual se hallan ya testimonios en el siglo IV. La ciudad había recuperado a su magna diosa, sin que, salvo el nombre, cambiara mucho en las condiciones anteriores; también los orfebres volvieron a encontrar trabajo, confeccionando imágenes del templo y de la divinidad para los nuevos peregrinos; sólo la función de Artemisa, expresada en su atributo, el Koupotpios, transfirióse a un santo Artemidorus, que asistía a las mujeres en los dolores del parto. Luego sobrevino la conquista de la ciudad por las fuerzas del Islam y finalmente su decadencia y devastación, cuando las arenas cegaron el cauce del río. La gran diosa de Efeso, empero, no renunció con ello a sus pretensiones. Aún en nuestros días se le apareció, en la forma de la Santa Virgen, a Katharina Emmerich, una pía muchacha alemana de Dülmen, describiéndole su viaje a Efeso, el mobiliario de la casa que allí había habitado y en la cual murió, la forma de su lecho, etc. Y la casa y la cama halláronse, en efecto, tal como la doncella las había descrito, y una vez más son la meta de peregrinación para legiones de creyentes. (Según F. Sartiaux: Villes mortes d'Asie mineure, París, 1911.)