NIETZSCHE 1844-1900 Contexto histórico, sociocultural y filosófico

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NIETZSCHE 1844-1900
Contexto histórico, sociocultural y filosófico
Nietzsche vive una época en la que existe un conflicto entre la burguesía
y el proletariado surgido a raíz de la Revolución Industrial. Caracteriza
también este momento el enfrentamiento entre el liberalismo burgués y
el nacionalismo, por una parte, y el anarquismo, el socialismo y el
comunismo, por otra. En Alemania, tras la guerra franco-prusiana y la
unificación de 1871, impulsada por Bismarck, se impuso un modelo de
Estado liberal-nacionalista.
Otro fenómeno característico
es esta época fue
la conquista y
explotación de imperios coloniales por las potencias industriales, así
como los enfrentamientos entre ellas, mediante el que Europa impuso
sus valores al resto del mundo. Observamos también una
homogeneización del trabajo, la cultura y las costumbres para una
sociedad de masas, menospreciando la autonomía y creatividad
individual.
Proliferan ideologías salvadoras y mesiánicas que desembocan también
en una minusvaloración del individuo y fomentan actitudes de sacrificio
y sometimiento a lo absoluto. De aquí nacerán luego las dictaduras del
XX.
La cultura se desarrolló con gran brillantez en importantes movimientos
artísticos, sobre todo en el ámbito de la literatura, de la pintura y de la
música. Es la época de escritores como Balzac, Víctor Hugo, Stendhal,
Baudelaire, Zola, Dostoievski o Tolstoi; de pintores como Courbet, Manet,
Gauguin o Van Gogh; o de músicos como Beriloz, Verdi, Bizet, Wagner o
Brahms.
La ciencia experimental se convirtió en el saber más prestigioso, sobre
todo en Alemania, debido a sus progresos y aplicaciones técnicas. El siglo
XIX es cientifista: está convencido del poder de la ciencia para hacer
progresar la humanidad. Los dos conceptos científicos más importantes
son “energía” y “evolución”.
La filosofía va siendo también cada vez más plural. Tras la muerte de
Kant, surgió el idealismo absoluto de Hegel, con su sistema centrado en
la razón, al que se opuso el materialismo histórico de Marx, que buscaba
transformar el mundo mediante la acción revolucionaria y la instauración
de una sociedad sin clases. Surgió también el positivismo de Comte y el
utilitarismo de Stuart Mill, quienes proponían sustituir la religión y la
metafísica por la ciencia para fomentar el progreso humano. Finalmente,
el irracionalismo de Schopenhauer, que hablaba de la voluntad de vivir,
un impulso irracional y ciego que provoca en la naturaleza una continua
lucha por la existencia y un profundo sufrimiento. De este dolor solo
puede escapar el ser humano mediante el cultivo del arte, de la música y
la renuncia ascética a la vida.
Biografía
Friedrich Wilhelm Nietzsche nació el 15 de octubre de 1844 en Röcken,
una pequeña ciudad de la Sajonia prusiana, hijo de Carl Ludwig y
Franziska Oehler. La temprana muerte de su padre, pastor luterano, a
causa de un proceso de degeneración cerebral, obliga a la familia a
abandonar la casa en que residían, para ser ocupada por el nuevo pastor,
trasladándose en 1849 a Naumburgo. Allí vivirá con su madre, su
hermana Elisabeth, su abuela Erdmuthe y dos tías, Auguste y Rosalie,
realizando sus primeros estudios en el instituto local, entre 1854 y 1858.
En 1858 ingresa en el internado de Pforta, que había adquirido un gran
renombre en la época, y en el que se observaba un régimen estricto y
tradicional, donde permanecerá hasta 1864. En esta época se desarrolla
su admiración por el genio griego, leyendo sobre todo a Platón y Esquilo,
así como por la música y la poesía, siendo un admirador de Hölderlin,
realizando entonces sus primeros ensayos como poeta y músico, tanto
respecto a la composición, como a la interpretación, llegando a ser
considerable su habilidad al piano. Por lo demás, comienzan los
problemas de salud de Nietzsche, sufriendo en numerosas ocasiones
intensos dolores de cabeza que podían llegar a durar varios días.
En 1864 ingresa en la universidad de Bonn, junto con su compañero y
amigo Paul Deussen, quien posteriormente sería profesor de filosofía en
Kiel y admirador de la filosofía India y de Schopenhauer y que, pese a no
compartir la futura filosofía de Nietzsche, mantendría con él una relación
de sincera amistad. El Departamento de Filología de Bonn gozaba
entonces de gran reputación con Otto Jahn y Friedrich Wilhelm Ritschl,
quienes mantenían un larvado desacuerdo que estallaría al año
siguiente, trasladándose Wilhelm Ritschl a la Universidad de Leipzig.
Nietzsche se traslada también en 1865 a dicha universidad, donde
permanecerá hasta 1869, siguiendo los pasos de su maestro Ritschl,
continuando en ella los estudios filológicos bajo su dirección, llegando a
ser su discípulo predilecto.
De esa época data su amistad con Erwin Rhode, que se irá rompiendo a
medida que Nietzsche radicaliza su pensamiento, terminando en un
alejamiento total. También de esta época data su admiración por la
música de Wagner y su primer encuentro con el músico. La lectura de
Schopenhauer y el abandono definitivo del cristianismo coinciden con su
actividad como filólogo, publicando varios trabajos por los que obtiene un
gran prestigio entre los especialistas. En 1869 la Universidad de Basilea
le ofrece la cátedra de Filología, ante los informes favorables recibidos por
su profesor Ritschl, y antes incluso de haber obtenido el grado de Doctor,
cátedra que Nietzsche ocupa en mayo de ese mismo año.
De 1869 a 1879 Nietzsche permanecerá en Basilea, desarrollando su
actividad como profesor. La amistad con Wagner se afianza y Nietzsche
le visita en numerosas ocasiones en su villa en el lago de Lucerna. En
1872 pública El origen de la tragedia, obra muy mal recibida en los
medios académicos y criticada virulentamente por algunos especialistas
en filología clásica; algunos de sus amigos, no obstante, salen en su
defensa, como Erwin Rhode; y otros, como Wagner, por ejemplo, la
celebran con entusiasmo. Pese a ello, su prestigio entre los filólogos
mermará considerablemente.
Entre los años 1873 y 1876 publica las Consideraciones intempestivas,
en las que crítica a David Strauss y el historicismo, en las dos primeras,
y alaba a Schopenhauer y Wagner, en las dos últimas. A pesar de ello, en
1876 comenzará su distanciamiento de Wagner, que culminará poco
después en una abierta oposición. Hasta entonces Nietzsche había
tomado como referencia el ideal del artista y el genio creador; en los
próximos años, aunque de forma provisional, orientará su reflexión hacia
el papel de la ciencia, interés que se plasmará en obras como Humano,
demasiado humano, escrita entre los años 1878 y 79.
En 1879, probablemente por problemas de salud, renuncia a su cátedra
en la universidad de Basilea, y comienza un período que durará diez años
caracterizado por el constante viajar de Nietzsche por Suiza, Italia y
Alemania (que sólo visitará ocasionalmente), así como por la
efervescencia creativa que le conduce a la elaboración de la mayor parte
de su obra. En 1880 reside en Naumburgo, Venecia, Marienbad y Génova.
En 1881 residirá fundamentalmente en Génova y Sils-Maria, pequeña
localidad de los Alpes suizos donde Nietzche intuirá las principales ideas
de su filosofía futura, como la del eterno retorno y la de la voluntad de
poder. Nietzsche mantendrá una activa correspondencia con sus
amistades, con las que se encontrará también en numerosas ocasiones a
lo largo de estos años, como F. Overbeck, P. Rée, E. Rhode, K. Hillebrand,
Peter Gast, Lou Salomé, a la que conocerá en 1882, etc., así como con su
madre y hermana.
En 1882 y siguientes residirá en ciudades como Génova, Messina, Roma,
Orta, Basilea, Lucerna, Naumburgo, Leipzig, Santa Margherita,
Florencia, Rapallo y Niza, entre otras, pasando varios veranos en la
localidad de Sils-Maria, especialmente querida por Nietzsche. De este
período datan algunas de sus obras más significativas, como La
genealogía de la moral, Así habló Zaratustra y Más allá del bien y del mal.
En 1889 su salud empeora bruscamente, comenzando a manifestar
síntomas de desequilibrio mental. Trasladado de Turín a Basilea es
tratado en la clínica de dicha ciudad, y posteriormente en la de Jena,
dando muestras de una ligera recuperación. No obstante su estado
empeora de nuevo, instalándose en Naumburgo con su madre y, luego de
la muerte de ésta, en 1897, con su hermana Elisabeth en Weimar. Pero
ya no se recupera jamás. Morirá en agosto de 1900, habiendo alcanzado
una considerable fama y ejerciendo un notable influjo que se dejará sentir
en el desarrollo del pensamiento contemporáneo.
1. La vida como voluntad
Nietzsche es un filósofo vitalista, que descubre la vida como naturaleza
última de toda realidad y que resalta la vida por encima de todo. Se llama
«vitalista» a toda teoría filosófica para la que la vida es irreductible a
cualquier categoría extraña a ella misma
Y ¿qué es la vida? La vida es lo que se ama más profundamente, pero
también lo que no puede definirse, lo que escapa a los conceptos y
palabras, lo que se «vive» y no lo que se «piensa». Por eso la vida se
manifiesta como instinto espontáneo, lucha permanente y continuo
cambio. Nietzsche considera que la vida es «voluntad de poder», es decir,
fuerza creadora, energía, impulso, el deseo ciego de procrear y perdurar
de la realidad. La «voluntad de poder» es el principio básico de la realidad
a partir del cual se desarrollan todos los seres, es la fuerza primordial
que busca mantenerse en el ser, y ser aún más. La «voluntad de poder»
se identifica con cualquier fuerza, inorgánica, orgánica, psicológica, y
tiende a su autoafirmación: no se trata de voluntad de existir, sino de ser
más. Es el fondo primordial de la existencia y de la vida: «¿Queréis un
nombre para este mundo? ¿Una solución para todos los enigmas? ¿Una
luz también para vosotros, los más ocultos, los más fuertes, los más
impávidos? ¡Este mundo es la voluntad de poder, y nada más! ¡Y también
vosotros mismos sois esa voluntad de poder, y nada más!»
Pero la vida es también para Nietzsche un juego trágico en el que se
enfrentan en un proceso incesante generación y corrupción, vida y
muerte, exaltación y dolor. La filosofía de Nietzsche es vitalista en la
medida en que proclama la alegría de vivir, pero aceptar la vida es
asumirla en su carácter trágico, con todo lo que ella conlleva, sin
enmascararla; es aceptar el sufrimiento como el precio de su belleza.
La vida es, por tanto, el fondo último de toda realidad pero que no se deja
atrapar ni capturar por el pensamiento y el intelecto, y que nunca
logramos alcanzar a comprender del todo por mucho que lo intentemos.
Como la vida es ininteligible en sí misma, Nietzsche recurre para
estudiarla a sus manifestaciones y muy especialmente al lenguaje, cuyas
formas son síntomas de la vida y la voluntad de poder. Por eso analizará
el lenguaje y las expresiones lingüísticas como símbolo tras los que se
oculta la realidad vital.
Así, el lenguaje se convierte en el punto de partida de la reflexión
filosófica. El lenguaje nos sirve para expresar nuestras intuiciones y
pensamientos, pero no puede expresar las cosas, sino nuestra relación
con ellas. Nietzsche denunciará el poder de encantamiento del lenguaje
que puede llegar a suplantar la vida.
2. Arte y realidad: lo apolíneo y lo dionisíaco
La vida, por tanto, no es accesible a la comprensión intelectual, sino
mediante la intuición que penetra la esencia de las cosas. Antes de que
comenzase la filosofía, sin embargo, los antiguos griegos mediante el arte
y la poesía lograron aprehender la esencia originaria y profunda del
mundo.
En El origen de la tragedia, su primera obra, Nietzsche afirma que los
antiguos griegos sabían que la vida es terrible, inexplicable y peligrosa.
Pero aunque comprendían el carácter real del mundo y de la vida humana
no se entregaban al pesimismo volviendo las espaldas a la vida. Lo que
hacían era transformar el mundo y la vida por medio del arte. Y por eso
eran capaces de decir sí al mundo como fenómeno estético. La expresión
simbólica de la vida se desarrolla a partir de dos fuerzas estéticas que se
combaten, pero que se necesitan: lo apolíneo y lo dionisíaco,
representados por el dios Apolo y el dios Dionisio.
Apolo, dios de la juventud, la belleza y las artes, era también, según
Nietzsche, el dios de la luz, la claridad y la armonía, y representaba la
individuación, el equilibrio, la medida y la forma, el mundo como una
totalidad ordenada y racional.
Frente a lo apolíneo, los griegos opusieron lo dionisíaco: Dionisos, dios
del vino y las cosechas, de las fiestas presididas por el exceso, la
embriaguez, la música y la pasión, y según Nietzsche, el dios de la
confusión, la deformidad, el caos, la noche, los instintos, la disolución de
la individualidad; los griegos representaban en Dionisos una dimensión
fundamental de la existencia, que expresaron en la tragedia y que fue
relegada en la cultura occidental: la vida en sus aspectos oscuros,
instintivos, irracionales, biológicos. La grandeza del mundo griego arcaico
estribaba en no ocultar esta dimensión de la realidad, en armonizar
ambos principios.
Lo importante de El origen de la tragedia es que para Nietzsche la
suprema realización de la cultura griega radicaba en una fusión de
elementos apolíneos y dionisíacos. La tragedia griega expresaba esta
antítesis entre lo dionisíaco, que se manifestaba a través de la música y
la danza, que corresponde al coro, y lo apolíneo, que se expresa a través
de la palabra y que corresponde a los personajes. La cultura auténtica es
una unidad de la fuerzas de la vida, el elemento dionisíaco, con el amor
a la forma y la belleza, característico de la actitud apolínea.
La lucha entre ambos representa el propio juego trágico en el que consiste
el mundo: vida y muerte, nacimiento y corrupción. La vida se resuelve en
una continua oposición y sucesión entre ambos polos. La vida contiene a
ambos y es la conjunción de ambos, es un vaivén entre uno y otro. Son
como las dos caras de una misma moneda, y que constituyen dos
elementos de una misma realidad que es la vida. Reconocer la vida trágica
implica reconocer ambas dimensiones, puesto que la vida se nutre de la
oposición de ambas.
El problema es que la cultura griega entró en crisis. Cuando Eurípides
intentó eliminar de la tragedia el elemento dionisíaco en favor de
elementos morales e intelectualistas, eliminando para ello el coro, la clara
luminosidad de la vida se transformó en la superficialidad de la razón
cuyo máximo representante es Sócrates (y su discípulo Platón). Sócrates
tiene la loca presunción de comprender la vida mediante la razón, de
conceptualizarla, abarcarla. Así aparece la decadencia que se
caracterizará por su hostilidad a la vida y que será culminada por el
cristianismo y que dura, según Nietzsche, hasta nuestros días.
Es el predominio de lo apolíneo, de lo lógico, de la razón, que es incapaz
de ver la vida, de intuirla en su totalidad, tal y como se revelaba en la
tragedia griega. En la cultura occidental ha predominado y se ha ido
imponiendo lo apolíneo, que además ha sido identificado con lo
«verdadero», aunque lo dionisíaco nunca ha desaparecido del todo y
busca resquicios a través de los cuales mostrarse.
3. La crítica a la cultura occidental y la negación de la vida
El oscurecimiento de los antiguos valores griegos que estaban recogidos
en la tragedia y que expresaban la vida como lucha ha provocado el
predominio del concepto y la escisión entre el lenguaje y la vida. Sobre
esta separación se levanta la cultura occidental: la filosofía, la religión y
la moral. Nietzsche llamará a esta pérdida del sentido de la vida
nihilismo, que califica como un veneno mortal, ya que niega la vida y
exalta la debilidad humana.
El origen profundo del nihilismo como negación de la vida se encuentra
en la filosofía de Sócrates y Platón. Su pensamiento nace del intento de
escapar a la caducidad de la vida, creando conceptos e ideales eternos e
inmutables más allá de este mundo.
La contraposición de los dos mundos platónicos sitúa al concepto, a la
idea como la auténtica verdad y como lo auténticamente real, frente al
mundo del devenir, imperfecto, cambiante y aparente. Es el triunfo de la
razón contra la vida, de Apolo sobre Dionisio. Desde entonces en
adelante, la filosofía europea fue cayendo en un largo período de
decadencia y de falta de vitalidad, negando su dimensión dionisíaca.
La identificación entre la razón, la virtud y la felicidad oculta el rechazo
a los sentidos, el temor a los instintos, a la vida, que quiere ahogarse bajo
la luz de la razón: solo el sabio es virtuoso y en el conocimiento reside la
felicidad. Nietzsche quiere desenmascarar este idealismo y demostrar que
solo el devenir es. No hay un mundo real distinto del que experimentamos
por medio de los sentidos. Lo real es el devenir del que hablaba Heráclito.
El triunfo del poder del lenguaje, del concepto, es el dominio de la
conciencia frente a la intuición. La conciencia nos inventa a través de los
conceptos una identidad única, estable y pública, que se olvida de lo
sensible que es lo que nos constituye.
Pero para Nietzsche la forma básica del conocimiento es la intuición
mediante la que captamos lo inmediato e individual, la vida. Esta
confusión entre lo último y lo primero, entre los conceptos que son puras
generalizaciones vacías y las intuiciones que nos permiten captar los
sensible y lo real, hace de la filosofía y la metafísica un mundo vacío.
El ser humano, a través de la razón, la filosofía y la ciencia, siempre ha
pretendido conocer la realidad y desvelar su verdad, pero se ha
equivocado equiparando los conceptos y las cosas. Es la equivocación de
muchos científicos y filósofos, es la «mentira del intelecto». La ficción de
la metafísica se apoya en el lenguaje: el lenguaje fabrica cosas, las
inventa. Sin embargo, los conceptos y las palabras mediante los cuales
nos referimos a las cosas para comprenderlas, no son la realidad ni la
alcanzan. Las palabras son meras metáforas que expresan no las cosas,
sino las intuiciones originarias que tenemos de las cosas. El lenguaje solo
indica la relación entre las cosas y los hombres. Gracias al lenguaje,
damos nombre a las cosas y creemos captar su esencia, pero no es así.
La vida es siempre una realidad dinámica, en movimiento constante,
mientras que las palabras cosifican e igualan la realidad.
Cuando las palabras se transforman en conceptos, se abandonan las
diferencias individuales para servir de instrumento de comunicación. El
concepto abstrae para destacar lo común; sin embargo, lo que existe es
siempre individual y particular.
Nietzsche atribuye a la necesidad de supervivencia que da lugar al
contrato social la tendencia a buscar la «verdad» como algo uniforme y
vinculante. Aceptamos así como «verdadero» lo agradable, lo que tiene
consecuencias positivas para la convivencia.
El error de la filosofía es haberse olvidado de las intuiciones como el
origen de los conceptos y aceptar que estos son lo que designa la realidad
y no puras metáforas. Ese olvido es el fundamento de la metafísica que
considera lo abstracto y universal, lo inteligible, como lo «verdadero». Pero
para Nietzsche no hay verdad en el concepto.
También en el cristianismo, Nietzsche encuentra encarnados los valores
del nihilismo, el odio y temor a la vida, que constituyen una «voluntad de
nada» y una negación de los valores de la vida. El cristianismo lleva hasta
el final el desprecio por la vida iniciado por la filosofía platónica. Nietzsche
parte del ateísmo: la religión no es una experiencia verdadera pues Dios
no existe. La religión surge del resentimiento, del no sentirse cómodo en
la vida, del afán de ocultar la dimensión trágica de la existencia.
Por último, Nietzsche critica también la moral tradicional que consiste en
creer en la objetividad y universalidad de los valores morales. Pero se
equivoca totalmente, pues los valores morales no tienen una existencia
objetiva; los valores los crean las personas, son proyecciones de nuestra
subjetividad, de nuestras pasiones, sentimientos e intereses, existen
porque nosotros los hemos creado. La moral tradicional creyó también
que las leyes morales valen para todos los hombres y que si algo es bueno
es bueno para todos. Si realmente los valores existiesen en un Mundo
Verdadero y Objetivo podríamos pensar en su universidad, pero no existe
dicho Mundo, por lo que en realidad los valores se crean, y por ello
cambian y son distintos a lo largo del tiempo y en cada cultura. Una vez
criticado el fundamento absoluto que sirve de soporte a la validez de la
moral, no se puede pensar en su universalidad. Por otra parte, la moral
tradicional es antivital: los valores de la moral tradicional son contrarios
a la vida, es «antinatural» pues presenta leyes que van en contra de las
tendencias primordiales de la vida, es una moral de resentimiento contra
los instintos y el mundo biológico y natural, como se ve en la obsesión de
la moral occidental por limitar el papel del cuerpo y la sexualidad.
4. Moral de esclavos y de señores
Los valores «bueno» y «malo» son también conceptos, palabras que nos
sirven como criterio de comportamiento en la vida. Nietzsche indagará y
analizará el origen de estos conceptos, descubriendo los instintos desde
los que nacen. El método genealógico permite estudiar cómo surgieron
los conceptos morales y cómo se impusieron como valores aceptados por
todos a partir de la fuerza del grupo social que los propone. La genealogía
muestra la realidad que está detrás de las palabras, la voluntad de poder
sobre la que se levantan. Nietzsche distinguirá dos tipos de moral para
explicar dos formas de entender la vida y dos actitudes frente a la misma:

Moral de esclavos. Es la moral del rebaño y de la mediocridad, una
moral impregnada de instinto de venganza contra la vida superior.
El esclavo es débil y cobarde; siente el resentimiento hacia el
poderoso y proclama los valores que le hacen la vida más
soportable a los débiles. Para esta moral «bueno» es igual a pobre,
impotente, enfermo, etc. Es una moral pasiva que no crea valores,
sino que los encuentra ante sí y por tanto iguala a los individuos.

Moral de señores. Es la moral noble en la cual «bueno» es todo
cuanto eleva el individuo, todo cuanto lleva a afirmar la vida; bueno
es igual a noble, poderoso, bello, feliz, grato a Dios. Obviamente,
malo es su contrario. Es una moral activa, que crea valores y aspira
a una superación y autenticidad personal constante. Nace de la
fuerza y está llena de alegría de vivir. El señor, el noble, vive de
modo autónomo, encontrando la felicidad en sí mismo y
despreciando la aprobación de los demás. Afirma la vida tal cual es
sin miedo alguno, sin esperar ninguna compensación o consuelo
en el más allá.
MORAL DE SEÑORES
voluntad de jerarquía, de
excelencia
ama lo que eleva, lo noble
quiere la diferencia
es la moral del héroe, del
guerrero, del que no teme el
dolor ni el sufrimiento
es la moral de la persona que
crea valores
MORAL DE ESCLAVOS
voluntad de igualdad
resentimiento contra la vida superior
iguala, censura la excepción
glorifica lo que hace soportable la
vida a los pobres, los enfermos y débiles
de espíritu, la concordia
se encuentra con los valores dados
Nietzsche contempla la historia de la cultura occidental como un triunfo
de los valores plebeyos de la moral de los esclavos sobre los valores
aristocráticos de la moral de los señores, es decir, se ha producido una
inversión de los valores. Es el triunfo de la moral cristiana. La actitud de
la moral de esclavos debe ser rechazada, pues es el fruto del
resentimiento y conduce a la degradación de la vida. Sin embargo, ambos
tipos de moral están presentes siempre en mayor o menor medida a lo
largo de la historia, e incluso dentro de la vida de cada individuo. Es
decir, aunque Nietzsche dio una genealogía de la moral de esclavos y de
señores, siempre sostuvo que esta genealogía era una tipología ahistórica
de rasgos en toda persona. Porque lo importante no es tanto lo que
hacemos y valoramos sino por qué, es decir, cuál es la actitud vital de
fondo.
5. El nihilismo y la muerte de Dios
Nihilismo significa en general una negación o rechazo hacia realidades y
valores que se consideran importantes. Nietzsche califica como nihilista
a toda la historia de la filosofía y la metafísica occidental porque desde
Parménides y Platón los filósofos han rechazado el valor del mundo
sensible, el de la verdadera vida y, consecuentemente el valor de los
sentidos como fuente de conocimiento verdadero. Han definido al ser
verdadero como eterno e inmutable. Este rechazo supone la
desvalorización de la vida misma y de su carácter dinámico. Un gran
error, según Nietzsche, oculto tras un lenguaje metafísico dominante a lo
largo de toda la historia occidental.
Frente a este nihilismo pasivo y metafísico, que subvierte los valores, que
niega y sustituye la vida por un mundo inteligible, que desprecia los
sentidos e idolatra la razón, nuestro autor propone un nihilismo
postmetafísico activo, que vuelva a poner las cosas en su sitio: el valor de
la vida, de los sentidos, etc., y que sea capaz de superar el pensamiento
metafísico contrario a los valores vitales. Se trata del descubrimiento de
que detrás de todas las teorías, ideas y conceptos referidos a algo distinto
y más allá de este mundo no hay nada. Nietzsche expresa por primera
vez este nihilismo en La gaya ciencia con la frase «Dios ha muerto», o lo
que representa Dios: mundo trascendente o inteligible. Dios era el último
fundamento ideal y abstracto de los valores religiosos y culturales de
Europa. Ha muerto el dios de los metafísicos, el dios monoteísta,
omnipotente, creación del hombre provocada por el miedo que le produce
una realidad sometida al devenir y a la continua dialéctica entre fuerzas
de distinto signo. Con la creación de un ser supremo como Dios, el
hombre ha creído conjurar todos sus males, ha despreciado la vida
porque no la entiende y se ha refugiado en la esperanza del más allá, de
la vida eterna como promesa y contrapunto a esta vida terrena efímera y
llena de conflictos. Nietzsche nos advierte además de que ese ídolo ha
sido sustituido por otros nuevos que también tendrán que caer: la
ciencia, la razón, el estado, el progreso, etc. Por eso, la afirmación de la
muerte de Dios quiere decir que la creencia en la verdad absoluta ha
terminado y que no hay verdad ni valores absolutos de ningún tipo. El
nihilismo como pérdida del sentido unitario de la vida abre camino a una
nueva visión de la realidad y del hombre. Frente al monoteísmo y el
pensamiento único, Nietzsche reconoce la multiplicidad de
interpretaciones sobre la realidad haciendo posible la libertad del ser
humano.
El nihilismo, la nada, es el destino al que ha llegado Occidente. Una vez
descubierto y desenmascarado el engaño del lenguaje y de la cultura, que
ha suplantado la vida por los conceptos, descubrimos que no hay ningún
fundamento último absoluto e inmutable, tanto en el saber como en la
moral. Nos quedamos a la intemperie, desnudos, sin ninguna seguridad,
sin nada a lo que asirnos y agarrarnos.
Las consecuencias futuras de la muerte de Dios podrán ser desastrosas
para muchos que, frente a la nada, se llenan de angustia, de miedo, de
tristeza, se abaten y no pueden asumirlo. Necesitan agarrarse a algo. Pero
para otros, como para el propio Nietzsche es la aurora de un nuevo
mundo al asumir la vida tal cual, sin seguridades, y sentirse
verdaderamente libres.
La muerte de Dios permite que afloren las energías creadoras del hombre,
la transvaloración de los valores que el superhombre está en condiciones
de realizar. El lugar de Dios lo ocuparán ahora la vida y el superhombre
creador de nuevos valores.
6. La voluntad de poder y la transvaloración de los valores
La vida es una apasionada voluntad de poder. Afirmar que la vida es
voluntad de poder significa que la vida es dinámica, continuo devenir,
fuerza que puja por ser más, ansia por existir, afirmarse y superarse
constantemente. La voluntad de poder es la esencia de la realidad, está
presente en la naturaleza y en todos los seres. Todo es manifestación de
la voluntad de poder, que no es voluntad de dominio o complejo de poder,
sino que es la fuerza y la afirmación de la vida misma.
La muerte de Dios ha precipitado al hombre al nihilismo, dejándole sin
valores, en la nada. Es el reino del último hombre, el hombre que vive el
final de una civilización.
La superación del nihilismo y la creación de nuevos valores que den
sentido a la vida necesitan una transvaloración de los antiguos. Esta
tarea de creación es propia de la voluntad de poder que dará lugar a
nuevo tipo de hombre: el superhombre, en el que se manifestará su poder
creativo y la superación de sí mismo. «El hombre es algo que debe ser
superado; el hombre es un puente y no un fin», dice Nietzsche.
Por tanto, si queremos recuperar la vida y valorarla, habrá que crear
nuevos valores. Se trata de cambiar la manera de ver para llegar a una
nueva forma de sentir, devolviendo al hombre el valor de la vida. Habrá
que sustituir los valores que provienen de la debilidad y la sumisión (los
valores del platonismo por su rechazo de lo sensible y la vida de este
mundo; los valores cristianos que son negativos y expresan debilidad; los
valores e ideales de la ciencia que dan más importancia a las normas, las
leyes, la lógica, lo estático y la razón exclusivamente) por otros que
provengan de la alegría y exaltación de la vida. «¿Qué es bueno? Todo lo
que acrecienta en el hombre el sentimiento de poder, la voluntad de
poder, el poder mismo. ¿Qué es malo? Todo lo que proviene de la
debilidad. ¿Qué es la felicidad? La conciencia de que se acrecienta el
poder, de que queda superada una resistencia».
Por tanto, transvaloración o transmutación de los valores quiere decir
inventar y crear nuevos valores que superen a los anteriores, que nos
lleven a afirmar y amar el devenir de la vida y su pluralidad. Este es el
camino que nos lleva hacia el superhombre.
7. El superhombre
Semejante fuerza y aspiración moral para crear valores nuevos sería
propio del superhombre. El superhombre es el sentido de la tierra. El
superhombre cultiva todos los valores de la vida, se percata del nihilismo
y lo afronta sin huidas, se rige por una moral de señores, afirma la vida
sin resentimiento y asume con alegría su eterno retorno. Vive
afirmándose sin reservas y sin miedos cada instante de la vida, como si
fuera a repetirse eternamente, queriéndolo así. El superhombre es la
mejor expresión, para Nietzsche, del hombre que ama la vida.
El espíritu que está buscando Nietzsche para el hombre es un espíritu
libre, no subordinado a alguna forma de señorío sino a él mismo. Sin
embargo, para que el hombre llegue a ese estado de vida, tiene que pasar
antes por un proceso que Nietzsche llama las tres transformaciones del
espíritu. Desarrollaremos este proceso como sigue:
a) El camello. «Muchas cargas soporta el espíritu cuando está
poseído de reverencia, es espíritu vigoroso y sufrido». De hecho,
para Nietzsche, el hombre se ha vuelto como un animal de carga,
lleva en sus espaldas una pesada carga de teorías y tradiciones
religiosas porque tiene la esperanza de una supuesta vida eterna
después de la muerte. Al pensar de esa manera no estamos
haciendo otra cosa que refugiarnos en una falsa idea. Esta idea
debe ser erradicada de nuestra mente. En el fondo lo que queremos
con esa idea de una supuesta vida eterna después de la muerte es
encubrir nuestro patético miedo a morir. Debemos enfrentar la vida
con todas sus contrariedades y contradicciones. Tenemos que
asumir que la vida humana es bella, pero también trágica.
El hombre con espíritu de camello lo único que hace es asumir un
«yo debo». Ese «yo debo» lo asume porque cree que de esa forma se
ganará la «vida eterna». En consecuencia, este hombre en condición
de camello no hace otra cosa que aceptar los sufrimientos, acepta
la vida como un valle de lágrimas por el hecho que según él no se
encuentra en una verdadera vida. Cae y a veces se levanta con gran
dificultad, pero tiene que hacerlo para ganar «la eternidad». Pero el
hombre, no debe seguir viviendo y pensando de esa manera, debe
convertirse de camello en león.
b) El león. Este caso diría Nietzsche, es la etapa del proceso de
transformación antes mencionado, donde el espíritu «quiere
conquistar su propia libertad [...]». De ahí que se puede decir que
el león es aquel que sabe que el sentido de su vida depende de una
elección, que la voluntad de poder es la realidad última de la vida.
Tiene el valor de diseñar sus propios valores y vivir conforme a
ellos; en consecuencia, la virtud por excelencia vendría a ser la
autenticidad de los propios valores, el cambio de actitud frente a la
vida.
Niechzsche dice que en esta etapa de transformación del espíritu
humano, el hombre experimenta su voluntad de poder, el «yo
quiero». Por tanto, ningún valor debe ponerse por encima de mis
propios valores, por encima de mi voluntad; pues el «yo quiero»
implica asumir mi propia vida, decidir por voluntad propia y no que
otros decidan por mí. Se trata por tanto de asumir un espíritu libre.
Sin embargo dice Nietzsche, en esta etapa el espíritu humano,
entendido como león, se enfrenta a un formidable adversario, el
dragón. Ese dragón no es otro que el «tú debes». Pero el resultado
de esta batalla es el triunfo del león. Pero el león necesita
convertirse en niño, pues es la última transformación del espíritu
para conquistar su libertad absoluta y convertirse en superhombre.
c) Niño. El hecho de que el león haya triunfado no significa que
permanecerá para siempre en ese estado de vida. Para que el
proceso llegue a su plenitud, el león se debe convertir en niño.
Si bien es cierto diría Nietzsche que el león ha triunfado y ha
vencido al formidable dragón, en él anida un doloroso y lacerante
recuerdo que le produce melancolía y hiere su espíritu, además
recuerda su etapa de camello; entonces, ¿cómo hacer? La única
forma que implique el olvido es la transformación del león a niño.
Por lo tanto, asumir el papel de niño implica un volver a empezar,
asumir un nuevo «yo quiero», pero ya sin el recuerdo. El sentido es
tener un espíritu absolutamente libre y no esclavo. Debemos ser
como los niños que en su inocencia tienen su propia voluntad de
poder y ningún recuerdo los perturba. Sólo con ese espíritu somos
verdaderamente libres, superhombres como lo diría Nietzsche,
capaces de vivir la vida con jovialidad y de crear nuevos valores.
8. El «eterno retorno»
La tarea genealógica nos muestra según Nietzsche que durante toda la
historia de Occidente han predominado las fuerzas reactivas que
negaban la vida (resentimiento, mala conciencia, ideal ascético). El
nihilismo como negación de la vida, propio de esa historia de Occidente,
conservaba la vida débil, la negación, el triunfo de la vida reactiva y
dividida. La metafísica, la moral, el cristianismo, han conseguido durante
muchos siglos que la voluntad de negar reinara sobre nuestras cabezas.
¿Cómo podemos poner fin a esas fuerzas reactivas, a esa vida reactiva?
A través del «eterno retorno». El «eterno retorno» asegura la
transformación de las fuerzas reactivas negativas en fuerzas activas y
creadoras.
El «eterno retorno» es la concepción del tiempo característica de la
filosofía de Nietzsche. Consiste en aceptar que todos los acontecimientos
del mundo, todas las situaciones pasadas, presentes y futuras se
repetirán eternamente. Según la tesis del eterno retorno todo va a
repetirse un número infinito de veces; es la manera en que Nietzsche
vislumbra que el superhombre amará la vida y el mundo sensible, sin
recurrir a un mundo trascendente.
¿Por qué Nietzsche propone esta extraña teoría? Cabe presentar dos
interpretaciones:
a) la primera se refiere al “argumento” que presenta en su defensa,
argumento que se expresa casi de forma matemática: dado que la
cantidad de fuerza que hay en el universo es finita y el tiempo
infinito, el modo de combinarse dicha fuerza para dar lugar a las
cosas que podemos experimentar es finito. Pero una combinación
finita en un tiempo infinito está condenada a repetirse de modo
infinito. Luego todo se ha de dar infinitas veces.
b) sin embargo, es posible entender también el eterno retorno como
la expresión de la máxima reivindicación de la vida, como una
hipótesis necesaria para la reivindicación radical de la vida: la vida
es fugacidad, nacimiento, duración y muerte, no hay en ella nada
permanente. Pero podemos recuperar la noción de permanencia si
hacemos que el propio instante dure eternamente, no porque no se
acabe nunca sino porque se repite sin fin. Así, Nietzsche consigue
con esta tesis hacer de la vida lo Absoluto.
Esta segunda interpretación de la intuición nietzscheana del eterno
retorno es la que más nos interesa para medir nuestra fuerza y amor a la
vida. «¿Qué sucedería si un demonio... te dijese: Esta vida, tal como tú la
vives actualmente, tal como la has vivido, tendrás que revivirla... una
serie infinita de veces; nada nuevo habrá en ella; al contrario, es preciso
que cada dolor y cada alegría, cada pensamiento y cada suspiro... vuelvas
a pasarlo con la misma secuencia y orden... y también este instante y yo
mismo... Si este pensamiento tomase fuerza en ti... te transformaría
quizá, pero quizá te anonadaría también... ¡Cuánto tendrías entonces que
amar la vida y amarte a ti mismo para no desear otra cosa sino ésta
suprema y eterna confirmación!», nos dice Nietzsche en La gaya ciencia.
Este pensamiento del eterno retorno le sirve a Nietzsche para medir
nuestra fuerza vital, nuestro amor a la vida: ¿querríamos volver a vivir tu
vida infinitas veces? Lo importante es que este postulado nos lleva a
plantearnos lo siguiente: suponiendo que lo que te ha dicho el duende es
cierto, ¿seguirás comportándote como lo has hecho hasta ahora?
Nietzsche va a criticar la concepción de tiempo lineal que, a su juicio, es
un invento del cristianismo. El tiempo lineal te hace mirar hacia el futuro,
hacia un evento que está por ocurrir y eso te hace negar el presente. El
tiempo lineal nos hace centrar nuestra vida en un futuro ficticio, falso, y
nos hace negar el momento, nos impide disfrutar del presente en su
máxima intensidad. «No anhelar distantes venturas ni bendiciones, sino
vivir de modo que queramos volver a vivir, y así por toda la eternidad»,
sentencia Nietzsche.
Es una formulación radical, poderosa, pues tendrás que repetirlo no sólo
una, ni dos, ni tres, sino infinitas veces más. Y esta es una forma de
superar el nihilismo en la que la muerte de Dios nos dejaba, porque nos
impulsa a superarnos al máximo constantemente haciendo de cada
instante de nuestra vida algo que desearíamos por siempre.
No hay ningún sentido último más allá de esta vida. No hay un principio
ni un fin predeterminado y establecido, ninguna finalidad. Así, lo que
adquiere pleno significado es el valor de cada instante, de cada momento
de la vida. De esta forma, el instante adquiere densidad ontológica,
recuperando todo su valor. Cada instante, el devenir, queda absolutizado
como el ser. En cada instante se expresa la voluntad de poder. Amar la
vida, su necesidad de infinita repetición, ese será el nuevo imperativo del
nuevo hombre que está por llegar.
El eterno retorno es el pensamiento y la intuición más profunda de
Nietzsche. Es amar la vida, con todo lo que conlleva e implica, sin querer
huir de ella y con alegría.
DEFINICIONES
Nihilismo: proviene de la palabra “nada” y tiene dos significaciones en
Nietzsche. En primer lugar significa la negación de la vida llevada a cabo
por la cultura occidental en su ansia por hallar la verdad absoluta. Pero
ello ha conducido al descubrimiento de que no existe tal verdad, de que
no hay ningún fundamento último.
Muerte de Dios: expresión con la que alude al proceso de secularización
de la Edad Moderna, que ha conducido a la pérdida de la fe en un Dios
trascendente. Va unido al nihilismo, ya que supone el derrumbamiento
de todos los valores que en Él se sustentaban.
Transmutación de los valores: se trata de crear nuevos valores que
recuperen el sentido de la tierra, de esta vida, que la afirmen sin miedo y
sin huidas o escapatorias.
Eterno retorno: esta intuición afirma la repetición eterna de la vida y los
acontecimientos. Es una doctrina acerca del tiempo y la vida que trata de
absolutizar el devenir como ser, de afirmar la vida, que es cambiante, al
máximo, eternizando cada instante. El instante adquiere una dimensión
eterna. Esta concepción circular de la realidad mide nuestra fuerza, y nos
obliga a que el momento presente merezca ser vivido eternamente
Voluntad de poder: es el concepto que mejor expresa la esencia de la
vida. La vida es voluntad de poder, «fuerza creadora», deseo ciego de
procrear y de perdurar en la realidad. Todo en la vida está cargado y es
manifestación de esta voluntad de poder, que es el impulso creador que
subyace a la realidad.
Superhombre: es un nuevo modelo humano, espiritualmente más
elevado. Será el hombre con una voluntad fuerte, capaz de crear nuevos
valores que recuperen el sentido de la tierra y de afirmar la vida. Se
llegará a él después de las tres transformaciones del espíritu.
ORTEGA Y GASSET 1883-1955
Contexto histórico, sociocultural y filosófico
José Ortega y Gasset fue testigo de importantes acontecimientos
históricos, como la Primera Guerra Mundial, la Revolución Rusa y, tras
la instauración de las dictaduras en Italia y Alemania, la Segunda Guerra
Mundial y la «guerra fría».
En España, no encontramos con el desastre del 98 con la pérdida de las
últimas colonias, junto a una situación de crisis e inestabilidad política.
Durante la monarquía de Alfonso XIII alternarán diferentes gobiernos
democráticos. Hasta que en 1923 Miguel Primo de Rivera da un golpe de
estado. La Dictadura durará siete años. Después, el rey fue destronado
proclamándose la Segunda República Española. Ésta pasará por
distintas formaciones de gobierno, pero el 17 de julio de 1936 se produce
el golpe de estado que dará lugar a la Guerra Civil Española. Aparte del
drama que supuso el conflicto civil, el triunfo de las fuerzas sublevadas
dirigidas por el general Franco supuso el establecimiento de una
dictadura del ejército que duraría 36 años.
Ortega no permaneció indiferente a estos hechos y defendió la necesidad
de superar la vieja política de la Restauración, se opuso a la dictadura de
Primo de Rivera y, aunque recibió con ilusión la República, pronto se
decepcionó por la actitud radical de algunos partidos políticos. A partir
de la Guerra Civil, Ortega se exilió y, a su vuelta, la dictadura de Franco
le impidió volver a la universidad.
El pensamiento científico da pasos agigantados que presagian la nueva
era en campos como la física, la biología y la genética. La ciencia,
imprescindible para la nueva civilización, muestra también un poder
destructor mayor que nunca en los grandes enfrentamientos bélicos de
las grandes potencias como la Primera Guerra Mundial.
En lo cultural nos encontramos cada vez más con una cultura de masas,
al tiempo que surgen las vanguardias artísticas.
En cuanto a la filosofía, el panorama es más heterogéneo que nunca.
Entre las escuelas y movimientos con las que Ortega tuvo relación cabe
citar el vitalismo nietzscheano, el historicismo, que sostiene que la
historia es el elemento más importante para los seres humanos, el
neokantismo y la fenomenología, que pretendía una nueva
fundamentación del conocimiento a través del análisis de los fenómenos
tal y como se presentan en la conciencia.
España vivirá una época de renacimiento cultural con hombres
destacables en la ciencia (Ramón y Cajal), y en las artes (la Generación
del 98 y del 27) surgiendo una generación de intelectuales preocupados
por las cuestiones sociales. Especial importancia tuvo en nuestro país el
krausismo, movimiento de renovación cultural promovido por Giner de
los Ríos y la Institución Libre de Enseñanza, que defendía la tolerancia y
la libertad frente al dogmatismo. Le siguió la generación del 98,
caracterizada por su preocupación por España, en la que hay que
destacar a Miguel de Unamuno. Sin embargo, frente al tono más bien
pesimista de Unamuno, hay que destacar la vitalidad y el optimismo de
Ortega y Gasset.
Biografía
José Ortega y Gasset, el segundo de cuatro hermanos, nació en Madrid
el 9 de mayo de 1883. Su padre, José Ortega y Munilla, aunque autor de
varias novelas de asunto preferentemente social y de corte realista fue,
ante todo, periodista. Como tal fue redactor de "La Iberia", el periódico de
Sagasta, creador de la revista literaria "La Linterna" y director del
periódico "El Imparcial", del que era propietaria la familia de su madre,
Dolores Gasset, que pertenecía a la burguesía liberal e ilustrada de
finales del siglo XIX. La tradición liberal y la actividad periodística de su
familia marcarán la futura actividad de Ortega, tanto en su participación
en la vida política española, como en su actividad periodística con la
publicación de numerosos artículos de prensa, culturales y políticos. Por
lo demás, el estilo periodístico puede reconocerse también en las obras
más técnicas y filosóficas de Ortega.
Luego de haber realizado sus primeros estudios en Madrid, Ortega se
trasladará a Málaga, en 1891, para comenzar los estudios de Bachillerato
en el colegio de los jesuitas de Miraflores del Palo, donde entrará en
contacto con otros jóvenes de la burguesía malagueña. Terminados sus
estudios, en 1897, se trasladará a Deusto, para comenzar sus estudios
universitarios, en 1898, estudios que continuará, poco después, en la
Universidad de Madrid. Son los años de la guerra hispanonorteamericana, y de la consiguiente pérdida de las colonias (Cuba,
Filipinas y Puerto Rico) que marcarán, como se sabe, la conciencia
política y cultural de buena parte de los intelectuales españoles, elevando
el tema de la decadencia de España al primer plano de la reflexión, así
como el de la necesidad de una regeneración.
En 1902 obtiene la licenciatura en Filosofía, defendiendo su tesis doctoral
dos años después, también en la Universidad de Madrid. En 1905 viajará
a Alemania para completar su formación, siguiendo la tradición de la
época o buscando las fuentes de la futura regeneración de España en la
asimilación del pensamiento europeo. Así, visitará las universidades de
Leipzig, Berlín y Marburgo, donde entrará en contacto con los
neokantianos H. Cohen y P. Natorp, en 1906, asistiendo a sus cursos,
ejerciendo ambos una gran influencia en su pensamiento, aunque Ortega
no se limitará a aceptar los principios del neokantismo sin más, sino que
adoptará una actitud crítica y constructiva ante ellos. En 1908 regresa a
Madrid y, luego de una breve actividad docente en la Escuela de
Magisterio obtiene, por concurso, la cátedra de Metafísica de la
Universidad de Madrid en 1910, hasta entonces ocupada por Nicolás
Salmerón, sin haber llegado a publicar todavía ninguna obra. Ese mismo
año contraerá matrimonio con Rosa Spottorno y Topete.
Tras otro viaje a Alemania, en 1911, comenzará su incansable actividad
pública, intentando llevar a la práctica sus ideas regeneracionistas. Así,
en 1914, año en que comienza la primera guerra mundial, fundará la
"Liga de Educación Política Española"; en 1915 la revista "España"; y en
1916 será cofundador del diario "El Sol". Al mismo tiempo comienza la
publicación de sus primeras obras, como las Meditaciones del Quijote y
El Espectador, iniciando el período perspectivista de su filosofía, que
predominará en su obra hasta 1923.
En 1923 se instaura en España la dictadura de Primo de Rivera. Ese año
fundará la "Revista de Occidente", de marcada oposición política la
dictadura, oposición que le llevará, en 1929, a dimitir de su cátedra en la
Universidad de Madrid, continuando sus actividades filosóficas en
lugares no vinculados anteriormente a la filosofía, como la Sala Rex y el
Teatro Infanta Beatriz (actualmente el conocido restaurante Teatriz),
impartiendo clases a modo de conferencia, algunas de las cuales serán
recogidas posteriormente en su obra ¿Qué es filosofía?, y cuyos
contenidos corresponden ya al período racio-vitalista de su pensamiento,
iniciado en 1923.
En 1930 volverá a la cátedra de la Complutense, bajo la dictadura de
Berenguer, más tolerante que la de Primo de Rivera, continuando, no
obstante, su actividad pública. Ese mismo año publicará La rebelión de
las masas. En 1931, junto con otros intelectuales entre los que se
contaban Gregorio Marañón y Pérez de Ayala, fundará la "Agrupación al
Servicio de la República" y será elegido diputado a las Cortes
Constituyentes de la recién proclamada II República por la provincia de
León. Luego de su experiencia parlamentaria retornará a la actividad
académica publicando, en 1934, En torno a Galileo, y en 1935 Historia
como sistema.
A raíz del golpe de estado de 1936 contra la II República, que dará lugar
a la guerra civil española, Ortega se autoexilia, estableciendo su
residencia primero en París, y luego en Holanda y Argentina, hasta 1942,
año en que establecerá su residencia en Portugal. Al finalizar la segunda
guerra mundial regresará a España, en 1945 y, aunque se le autoriza un
ciclo de conferencias en el Ateneo de Madrid, no se le permite recuperar
su cátedra de Metafísica, ante lo cual funda, en 1948, el "Instituto de
Humanidades", donde vuelve a impartir docencia ante un público no
universitario. En 1950 realiza un último viaje a Alemania, decepcionado
ante las dificultades de su estancia en España, siendo nombrado en 1951
Doctor Honoris Causa por las universidades de Marburgo y Glasgow.
Regresará a España en 1955, muriendo en Madrid el 18 de octubre de
ese mismo año.
1. La vida como realidad radical
Para Ortega y Gasset la filosofía, consideradas las líneas esenciales de su
historia, ha transcurrido por dos grandes fases que tienen que ver con la
postura que han adoptado en la relación entre razón y ser: realismo e
idealismo.
La postura realista es la perspectiva general desde sus orígenes hasta el
Renacimiento, y consiste en conceder mayor importancia, independencia
y capacidad de imposición a la cosa sobre el hombre.
La postura idealista transcurre desde el Renacimiento hasta la
actualidad y, frente al realismo, para el idealista será la razón, el sujeto
humano, quien tenga primacía y protagonice la relación hombre-mundo.
Pues bien, frente a este antagonismo, para Ortega lo auténticamente real
es el yo y las cosas. Pero las cosas no como algo ajeno y distinto de mí,
sino referidas a mí. Las cosas adquieren su significado siempre por
relación a nosotros. Nos prestan servicios o se convierten en obstáculos,
nos gratifican o nos hacen sufrir. El yo y las cosas se encuentran
íntimamente ligados. ¿Qué es lo auténticamente real? Yo y las cosas, la
vida, mi vida. La vida es la realidad radical.
Esto quiere decir que el principio de toda realidad es la «vida», siempre
dinámica, en un perpetuo hacerse. La vida es movimiento y creación
incesante de nuevas formas. Es un torrente vital de la que brota toda la
realidad. Todo está en marcha y cambiando constantemente.
La vida en su desarrollo tiene diferentes grados: materia, vegetales,
animales y, finalmente, el hombre. Y ¿qué es nuestra vida?, ¿en qué
consiste? Si observamos cualquier vida real, nos encontramos con los
siguientes elementos estructurales:



La vida es aquí y ahora, algo que se realiza en este instante.
La vida es siempre la suma de un yo con las cosas (superando así
tanto el realismo como el idealismo). La vida, mi vida, soy yo y mi
circunstancia.
Por último, vivir es siempre estar haciendo algo.
2. La circunstancia
Resulta que el hombre no es un ser aislado, sino que coexiste con todo lo
que forma su contorno. No nos queda más remedio que vivir con lo que
nos rodea, aunque no lo hayamos elegido. Cada uno de nosotros es «yo y
mi circunstancia».
Mi circunstancia es el conjunto de cosas que hay a mi alrededor y que le
han sido dadas al yo. Pero no son cosas en sí mismas, ajenas por
completo a mí, sino referidas a mí. Las cosas nos afectan, y adquieren
para nosotros un significado. Suponen siempre facilidades o dificultades
para existir.
La circunstancia de cada cual está formada por muchos elementos: seres
humanos que me rodean, cosas, lugares, instituciones, ideas,
costumbres y todos los elementos sociales y naturales que integran la
vida del hombre. Por otro lado, el cuerpo es también una circunstancia
para el yo en la medida en que el yo tiene, habita un cuerpo, pero no lo
es, y lo mismo ocurre con la estructura psíquica: se puede ser inteligente
o simpático, pero no somos inteligencia o simpatía.
Por tanto, vivimos en inmersos en una circunstancia que es inseparable
de cada uno de nosotros. Con y en nuestra circunstancia plural y variada,
gracias a ella y por ella, hemos de resolver la tarea nuestra vida, y todo
lo que hacemos lo hacemos en vista de las circunstancias.
3. El hombre
Como en todos los demás seres, la realidad radical y el hecho primordial
del hombre es su propia vida. La vida, nuestra vida, es lo primero de todo
con que nos topamos. En ella el hombre se encuentra como un náufrago:
arrojado, perdido, abandonado y desamparado. La vida, además de
haberla recibido sin saber cómo ni por qué, no se nos da hecha y resuelta,
sino que tenemos que hacerla nosotros. A diferencia de los animales, las
personas nos preguntamos qué queremos hacer con nuestra vida y cómo
la queremos vivir. Por eso, podemos decir que nuestra vida es un drama,
porque es un problema y una tarea continua que tenemos que resolver,
nos guste o no.
Yo, en mi última y radical realidad, no soy ni mi cuerpo ni mi
personalidad, mi inteligencia, etc.: soy quien quiere llegar a ser esto o lo
otro, quien se ha identificado con un proyecto de sí mismo y se ha
afanado en llevarlo a la práctica, en hacerlo realidad, en realizarlo. Yo soy
un proyecto vital de mí mismo. Así, el yo carece de un proyecto vital
constitutivo o natural y ha de identificarse con un querer ser algo con el
que se identifica en función de sus propias circunstancias.
4. Perspectivismo
Si los elementos fundamentales son el yo y la circunstancia, entonces, el
punto de vista individual es el único desde el cual puede mirarse el
mundo en su verdad. Cada uno de nosotros observa el mundo y lo ve
desde su circunstancia particular y, por eso, solo podemos conocer
aquella parte de la realidad accesible desde nuestra circunstancia. Esto
quiere decir que cada uno tiene una perspectiva de la realidad. La
perspectiva individual, por tanto, es la única manera de captar la
realidad.
El hombre, ser finito y limitado, no puede abarcar en su totalidad el
torrente vital de la vida. Cada uno ha de contemplar la realidad desde su
limitación y desde su peculiar punto de vista. Ni nuestra visión ni nuestra
actitud pueden ser absolutas. La vida, la realidad, se fragmenta en
multitud de perspectivas diferentes, cada una de las cuales será un
aspecto real del mundo.
De esta forma, Ortega pretende superar tanto el escepticismo -que frente
al cambio y la pluralidad renuncia a la búsqueda de la verdad-, como el
racionalismo extremo -que anula el dinamismo de la realidad y la
perspectiva personal-.
Los conceptos de circunstancia y perspectiva nos enseñan esta nueva
concepción de la verdad como perspectiva. Frente a la verdad afirmada
contra el otro debemos reconocer el valor de las perspectivas individuales.
En vez de disputar, Ortega nos anima a integrar nuestras vidas en una
generosa colaboración para tener una mayor aproximación a la verdad.
Esta idea queda recogida en un bello pasaje de El Espectador que dice:
«La realidad, precisamente por serlo y hallarse fuera de nuestras mentes
individuales, solo puede llegar a éstas multiplicándose en mil caras.
Desde este Escorial, donde he asentado mi alma, veo en primer lugar el
curvo brazo ciclópeo que extiende hacia Madrid la sierra del Guadarrama.
El hombre de Segovia, desde su tierra roja, divisa la vertiente opuesta.
¿Tendría sentido que disputáramos sobre cuál de ambas visiones es más
verdadera? Ciertamente, ambas lo son. La realidad, pues, se ofrece en
perspectivas individuales.»
Por tanto, la única perspectiva o postura incorrecta es la que pretende
ser absoluta y anular al resto, la del dogmático e intolerante.
5. Razón vital
Para Ortega, la causa de los grandes y graves problemas por los que
atraviesa Europa es que la razón humana ha entrado en crisis.
El Renacimiento supuso la crisis de la fe en Dios para ser sustituida por
una nueva fe, la fe en la razón científica físico-matemática. Pero, ahora,
se hace necesario otorgar un nuevo papel a la razón, una nueva
racionalidad que atienda más al hombre concreto y que sea capaz de dar
respuesta a los problemas vitales de nuestro tiempo.
No se trata, por tanto, de una nueva capacidad, sino de no ignorar la
vida. La razón no puede quedarse solo en ideas, conceptos, teorías… sino
que ha de aplicar sus procedimientos (observar, analizar, sintetizar,
juzgar, abstraer, deducir, etc.) pero a la vida concreta, para resolver el
problema de nuestra vida.
Ortega no descalifica a la razón en ningún momento, sino los excesos del
racionalismo que no han servido al hombre para ser más humano. Los
abusos y barbaridades que se comenten muchas veces cuando
separamos la razón de la vida. La razón y la vida no son dos cosas
distintas, sino que ambas están intrínsecamente entrelazadas.
La vida precede al pensamiento y por eso la razón no puede estar
separada de la vida. Nuestra vida es una vida con razón. La razón es un
producto vital y un instrumento del que nos ha dotado la vida en su
desarrollo creador. Por eso, la razón es para el hombre razón vital, pues
la razón no puede concebirse al margen de la vida, ni la vida humana al
margen de la razón. Renunciar a la vida o renunciar a la razón son dos
modos de renunciar a ser hombre. Con la razón vital, Ortega pretende
evitar el desprestigio al que los filósofos vitalistas someten a la razón, el
irracionalismo, proponiendo un nuevo concepto de razón que sustituya a
la razón pura, que degenera en un racionalismo abstracto al margen de
la realidad cambiante que es la vida. La razón debe emplearse en contacto
con la vida, y hay que aplicarla para que el hombre pueda comprender
los elementos de su realidad, incluida la razón misma. Por tanto, ni
vitalismo ni racionalismo, sino raciovitalismo. El raciovitalismo es la
teoría filosófica de Ortega, con la que trata de mostrar tanto la
racionalidad de la vida como la vitalidad de la razón, clarificando y
detallando su mutua interacción.
Además, la razón vital va acompañada por una ineludible dimensión
histórica, porque el hombre se encuentra ya en medio de la historia. La
vida humana es esencialmente histórica: heredera de un pasado concreto
y lanzada a un futuro por hacer. El hombre no puede salirse de la
historia, y la razón, por tanto, debe ser un instrumento más dentro de la
misma. Si la naturaleza puede entenderse como el fluir de la vida, la
historia es el lugar específico del fluir de los asuntos humanos, de modo
que la vida humana es siempre un proceso, algo abierto e inacabado.
Así, descubrimos la importancia de la historia y el momento histórico que
nos ha tocado vivir para la vida del hombre, ya que los acontecimientos
tienen una importancia decisiva tanto en la configuración de nuestra
realidad como de nuestra razón. De ahí que la razón vital sea también
razón histórica. Ésta trata de comprender toda identidad humana,
individual y colectiva como resultado de un proceso histórico, a la vez
que actúa sobre la realidad misma.
6. El pensamiento y el conocimiento
Parar Ortega pensar es una necesidad. No hemos venido a la vida para
dedicarla al ejercicio intelectual, sino que como estamos metidos en la
faena de vivir no nos queda más remedio que ejercitar nuestro intelecto.
No tenemos más remedio que razonar ante nuestra circunstancia para
aclarar nuestra propia situación. No se trata ya de la simple curiosidad o
admiración aristotélica. El conocimiento nace de la necesidad de saber.
Pero no para saber qué son las cosas, sino para saber a qué atenerse en
la vida. En este sentido, nuestro filósofo hará una distinción entre ideas
y creencias:

Las ideas son pensamientos explícitos que se nos ocurren y
podemos analizar y adoptar. Es una obra nuestra o de alguien, pero
no anterior a mí mismo. Solo existen y actúan cuando y en tanto
las pensamos. No las vivimos como la realidad misma sino como
algo distinto.

Las creencias, sin embargo, son una clase especial de ideas tan
arraigadas en nosotros que son la sustancia de nuestra vida.
Estamos en ellas y son anteriores a nosotros. No son un contenido
de mi vida sino su continente. Se confunden con la realidad misma.
Nos encontramos inmersos en ellas. Toda creencia es
originariamente una idea extendida a una colectividad que ha sido
transmitida en el tiempo y la historia.
Las ideas y las creencias son pensamientos. Que un pensamiento sea
creencia o idea depende del papel que tenga en la vida del sujeto; por lo
tanto la diferencia entre uno y otro tipo de pensamiento es relativa,
relativa a su significación en la vida de cada persona, al arraigo que dicho
pensamiento tiene en su mente. Las ideas se tienen; en las creencias se
está. El mismo pensamiento puede ser creencia o idea: las primeras
noticias científicas que de la Luna tiene un niño las vive como ideas, con
el tiempo, con el vivir en sociedad, estas ideas se instalarán en su mente
en la forma de creencias.
No hay que limitar las creencias, como se suele hacer, a la esfera de la
religión: hay creencias religiosas, pero también científicas, filosóficas y
relativas a la esfera de la vida cotidiana.
Ideas y creencias nos permiten saber a qué atenernos en la vida. En la
medida en que nuestro sistema de creencias tenga huecos, vacíos, zonas
problemáticas… pondremos en funcionamiento nuestra actividad
intelectual para tratar de suplir esas deficiencias e ir elaborando nuevas
ideas que poco a poco se convertirán en nuevas creencias. Por tanto, es
la duda la que activa el pensamiento, que surge cuando se ha perdido la
fe en una creencia y nos permite pasar de una certeza que estaba
quebrada y con grietas a otra que nos ayude a vivir mejor.
La vida es, por consiguiente, un conjunto de problemas esenciales a los
que el hombre responde con un conjunto de soluciones que van
conformando la cultura y el conocimiento humano.
7. La vida como elección y quehacer
El conocimiento nos sirve para saber a qué atenernos en la vida pero, a
diferencia de otras realidades que están naturalmente forzadas, el
hombre no está determinado por naturaleza a ser esto o lo otro. La
circunstancia, aunque forzosa, siempre presenta varias opciones. En
todo momento de la vida, frente al individuo se abre un abanico de
posibilidades. En consecuencia, la vida del hombre consiste en una
permanente elección de aquello que vamos a hacer a continuación. Elegir
una cosa u otra dependerá de lo que yo haya elegido ser. De ahí que en
la raíz de toda elección haya una autoelección, para realizar en mí el
proyecto que haya elegido.
Somos libres porque cada uno construye su vida, y por eso somos
también responsables de nuestra vida y debemos llevarla a la plenitud en
lo personal, transformando la circunstancia en un permanente servicio a
mi proyecto. La vida es un continuo quehacer y el hombre es pretensión
de ser, proyecto, un programa de vida. Esto tiene como consecuencia la
carencia de una identidad constitutiva y la necesidad de adjudicársela y
realizarla uno mismo. Es por esto por lo que Ortega afirma que somos
seres que más que tener naturaleza como las cosas, tenemos historia. La
historicidad es un constitutivo esencial del hombre.
Por lo tanto, la realidad radical de la vida trasciende más allá de nuestra
vida individual y particular. Es también todo lo que el ser humano ha ido
creando y elaborando a lo largo de la historia y con lo que cada hombre
se encuentra. Cada uno de nosotros no estrena la vida humana, sino que
somos herederos de la historia recibida, de manera que cada vida
individual es lo que ha recibido de los que le precedieron y lo que él hace
de sí mismo. La historia recibida nos da las coordenadas para orientarnos
en el futuro.
Analizando la historia, propone Ortega una distribución de la historia por
generaciones. La generación es la división mínima de la historia que
afecta en sus creencias, ideas y costumbres a la vida de cada hombre.
Los contemporáneos comparten un periodo de historia, pero solo los
coetáneos pertenecen a la misma generación. Las generaciones se
suceden ininterrumpidamente llevando en sí creencias, ideas y
costumbres de la generación precedente.
Cuando una generación trata de conservar lo recibido da lugar a una
época cumulativa, y aquellas que pretenden superar y cuestionar lo
recibido a épocas polémicas.
Por último, Ortega concibe la vida social y política como un quehacer
comunitario en el que se desarrollan al máximo las virtualidades
humanas en la realización de una empresa nacional, bajo la rectoría
intelectual de los mejores y dentro de un Estado reducido al mínimo de
intervención coercitiva.
La clave de este ideal aristocrático es la excelencia y categoría intelectual
de las minorías selectas y la docilidad de las masas para dejarse regir por
aquéllas. La pérdida de la conciencia de ejemplaridad de unos y la
indocilidad de los otros, la rebelión de las masas, es para nuestro filósofo
uno de los graves problemas de Occidente.
8. La moral, la religión y Dios
Siendo la vida la realidad radical y el hombre un producto más del
torrente vital, no puede tener más finalidad que la vida misma. La vida
es para vivirla y nada más, la vida existe simplemente para ser vivida,
dice nuestro filósofo.
La moral consiste en vivir la propia vida enriquecida por la multitud de
formas bellas creadas por la cultura, con elegancia y con un sentido
alegre, deportivo, festival y jovial. Se trata de hacer de nuestra vida una
«vida bella», como si de una obra de arte se tratara.
No hay un fin último de la vida. Vivimos para vivir. No hay que vivir para
nada distinto de la vida misma (religión, ciencia, moral, economía,
trabajo, arte, etc.), y descalifica cualquier moral que se oponga a la vida
misma. Son la cultura, el arte, la razón, la ética quienes han de servir a
la vida y a la felicidad del hombre. Una moral que haga del hombre un
ser descontento e infeliz es una moral falsa, y Ortega tiene la ilusión de
que quizá de esta manera se logrará que el amor vaya ligando cada cosa
y todo a nosotros, a fin de que vivamos en conexión.
El interés por lo trascendente no es constante en Ortega ni tampoco lo
suficientemente claro, y lo más habitual es que calle sobre el tema de
Dios. Al ser la vida la realidad radical, la religión consistiría en una
manifestación más de la vida humana. Dios sería como lo absoluto, la
suma de todas las perspectivas, lo que podríamos decir que es «la verdad»,
a eso lo llamaríamos Dios. Insinúa también que Dios sería como una
necesidad del hombre, una idea a la que el ser humano se ve abocado en
su afán por conocer y resolver los problemas últimos. Dice Ortega: «llega
un instante en que la ciencia acaba sin acabar la cosa; este núcleo
trascientífico de las cosas es su religiosidad.» Es decir, la religiosidad
tiene que ver con el misterio y lo trascendente. En cualquier caso, no se
afirma la existencia de ningún Dios personal.
El cristianismo primitivo es visto como algo positivo en el progreso de la
cultura, ya que supuso una esperanza de futuro para la humanidad, pero
que necesita purificar sus mitos en consonancia con la ciencia. Criticará,
en todo caso, la desvalorización de la vida y las instituciones más que la
religiosidad en sí misma como trascendencia.
DEFINICIONES
Vida: es la realidad radical, indudable y fundamental sobre la que se
asientan las demás y adquieren su sentido. Designa una relación
dinámica entre el yo y el mundo.
Perspectivismo: nuevo modo de conocimiento que trata de comprender
la realidad teniendo en cuenta no sólo lo cuantificable, sino también el
punto de vista, el momento histórico, los juicios de valor implicados, etc.,
es decir, las circunstancias. La perspectiva es la forma que adquiere la
realidad para el sujeto sin caer en el subjetivismo. La verdad absoluta es
la suma de perspectivas individuales y parciales.
Circunstancia: es todo el conjunto de cosas que hay a nuestro alrededor
y de lo cual se nutre nuestra experiencia cotidiana: cosas, lugares,
personas, costumbres, afectos, acontecimientos sociales, etc. Todo el
conjunto de elementos sociales y naturales que integran el mundo del
hombre y que le son dados.
Razón vital: es un modelo de razón, distinto de la razón físicomatemática, más atento al hombre concreto tal y como es, que no ignora
la vida ni deja de lado las circunstancias concretas en que se desarrollan
los hechos, y que es capaz de dar respuesta a los problemas de nuestro
tiempo. La razón no puede estar separada de la vida ni ignorarla si quiere
comprender la realidad. La razón vital es por ello también razón histórica.
Raciovitalismo: consiste en el método de análisis filosófico del mundo y
del conocimiento que combina el conocimiento racional del mundo y de
los hechos con el intento de comprender todos los elementos vitales que
intervienen en el ejercicio de nuestra razón. En su búsqueda de la verdad
tiene en cuenta tanto la racionalidad de la vida, como la vitalidad de la
razón.
Creencias e ideas: las creencias son parte de la realidad que las personas
no se cuestionan: los supuestos, las convicciones y respuestas sobre las
que se asienta nuestra vida; las ideas son los pensamientos que cada ser
humano elabora sobre lo que le rodea, las respuestas que damos a los
problemas que hemos decidido afrontar. Cuando las ideas son aceptadas
por la comunidad, se convierten en creencias.
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