Contrapunto - Film Club Café

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Contrapunto
Exposición de fotografía digital en gran formato, en el Film Club Café
por Lefteris Becerra ([email protected])
El 13 de diciembre de 2008 se inauguró una
exposición singular en el único espacio cultural
significativo del norte de la ciudad, el Film Club
Café. Singular por su tema y formato, fotografía
modificada por medios digitales en impresiones
de gran tamaño (1.4 x .9 metros), tres autores
presentaron tres obras cada uno. Esta es la
crónica posible de un paseante disperso,
desvelado, atribulado por el peso del año que
termina…
En la antesala del quirófano hay quien espera,
sólo hay un sillón. Es tarde, hace mucho que
sobre la mesa de disección se encontraron un
paraguas y una vieja máquina de cocer. Un
amasijo de carne, muñones, llagas, pelos,
arrugas, orificios, alguna extremidad, sangre y
cicatrices, espera su turno para recostarse. No
hay cirujano, no hay bisturí. Hace tanto de aquel
encuentro fundante, que es probable que ya no
exista tampoco el quirófano.
La carne tiene memoria. Son sus cicatrices y
llagas. La carne tiene su identidad: pelo o no
pelo, una forma que aporta la estructura ósea,
otras marcas como pecas o manchas. La carne en
su esplendor se reproduce, copula, se funde en
otra, y se retira para que nazca otra.
Homero describe en el noveno canto de la Odisea el modo en el que el héroe de Ítaca clava sobre el ojo
del antropófago cíclope Polifemo una estaca ardiente cegándolo. Una mole de carne ciega es la que 3
fotógrafos captaron y exponen en Contrapunto. ¿Es una? Son muchas. Todos de la estirpe del Polifemo
herido, ciegos, esplendentes de monstruosidad.
El pintor inglés Francis Bacon era un manipulador analógico de lo que pasaba por sus ojos, se puede
pensar, de forma transparente. La deformación que plasmaba de los rostros y de los cuerpos —como
aquel memorable Estudio según el retrato del papa Inocencio X realizado por Velázquez (1953)— se
convirtió en un retrato fiel del ánima de todo aquello sobre lo que se posaba su atención. No debe
haber representado un gran esfuerzo elegir lo retorcido entre lo demás, pues en el mundo que
amaneció de esa orgía de destrucción que fue la segunda guerra mundial, ¿qué persona o cosa que
hubiera sobrevivido o nacido después de esa fiesta de muerte podría pasar por alguien o algo inocente
y puro? De los retratos de Bacon, los de él mismo son inclementes. El esperpento que subyace en toda
carne por bella que sea… el pintor tenía un ojo penetrante e implacable que desnudaba esa belleza
Contrapunto
superficial y exponía la podredumbre. La veía hasta en los retratos que Velázquez realizó del papa
Inocencio X. Ejecutó un célebre Estudio que describe de manera puntual la descomposición de la puta
de babilonia —como los albigenses nombraban a la iglesia católica— y, en especial, de su cabeza, el
papado romano. Al lado de los bacons, los seres de Contrapunto parecen alegres y optimistas escolares
cerca de la hora del recreo. Habrá que equiparlos con una educación estupidizante patrocinada por ese
bacon viviente de una siniestra galaxia que es Elba Esther Gordillo para que pierdan su inocencia y
galanura.
Hay un escritor devastador. Se llama Thomas, se apellida Bernhard. Murió, pero antes, escupió sobre
cada cosa y persona que pudo. Sólo apartó de su infalible tino a algunos amigos, como el sobrino del
filósofo Wittgenstein. Escribió un inri sobre los artistas vieneses que se titula Tala. Con toda la furia de
la que es capaz, Bernhard capta sin respiros —el texto no tiene un solo punto y aparte en sus 208
páginas de invectiva devastadora— sus feroces y lúcidos pensamientos hechos desde un sillón de
orejas: “Mientras todos esperaban al actor que les había prometido venir a su cena de la Gentzgase,
después del estreno de El pato salvaje, hacia las once y media, yo observaba al matrimonio
Auersberger, precisamente desde el sillón de orejas en el que, a principios de los años cincuenta, me
sentaba a diario… Durante veinte años no había querido saber nada del matrimonio Auersberger y
durante veinte años no había visto al matrimonio Auersberger y en esos veinte años el matrimonio
Auersberger me había dado bascas sólo al oír su nombre pronunciado por un tercero, pensaba en mi
sillón de orejas…”. Otro retazo del inicio de Tala dice: “porque rompí con todos esos vieneses de
entonces y no quise verlos más ni tener absolutamente nada que ver con ellos… y cuya aparición me
causa todavía hoy todas las crispaciones físicas y mentales imaginables.”
Sin duda, las criaturas creadas y fotografiadas de Contrapunto, son parientes de la bestia húmeda e
invertebrada de Posesión de Andrzej Zulawski. Ávidas de cópula, son igualmente repugnantes a ojos
de muchos, atractivas para las de otros. Comparten algo de esa cualidad que refiere el crítico George
Steiner del filósofo Martin Heidegger: provocan opiniones extremas y opuestas, pero nadie puede
quedar indiferente. Dividen de modo provocativo a los espectadores.
La fealdad es una cualidad que los románticos admiraron por encima de la belleza. Lo abominable tuvo
su carta de naturalización estética entonces. Lo horrible, lo monstruoso, lo abominable se volvió digno
de entrar en los museos y adornar las paredes. Pero algo de subversivo se sigue conservando en el
opuesto de la belleza. Fascina tanto como motiva el rechazo. Las fotos modificadas de Contrapunto
entran por derecho propio en esa tradición que las aleja definitivamente de las casas de la gente bien.
En un cuaderno que no existe, escribí: “Aunque todos son ¿desnudos?, esas cosas orgánicas que son
soportadas por el sillón rojo son como personajes de tres obras distintas, según el autor del que se
trate. Augusto Martínez ofrece vistas laterales de bestias que recuerdan a los humanos sobre todo por
sus extremidades, porque parecen estar en cópula de carne y porque carecen de pelo. José Ignacio
Sánchez presenta una visión frontal de sus delirios orgánicos que tienen pelo y cicatrices, que parecen
detalles amplificados y fundidos con otros, una cabeza que es una nariz contra una mucosa, el señor
dedo haciendo yoga con lo que le queda de piernas y brazos. Hay entes que imagina Gustavo Estudillo
que son monstruosos no porque los haya sometido a una inescrupulosa y excesiva mutación digital,
sino por un más contenido afán que quiso que un hombre perdiera su cabeza y ganara un muñón,
acaso al haberle llagado el corazón. El señor muñón es mucha llaga, es un cíclope sin ojo con una llaga
en el corazón. Retorcimiento puro.”
1y
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