habermas y la utopía

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HABERMAS Y LA UTOPÍA
Jürgen Habermas, filósofo y sociólogo alemán, señala en su ensayo polÃ-tico (La Crisis Del Estado De Bienestar Y
El Agotamiento De Las EnergÃ-as Utópicas), que hizo público en Noviembre del 84, que desde fines del siglo XVIII
existe en occidente una nueva conciencia de época. Es una percepción de aceleración de los acontecimientos
históricos, acompañado de la idea de un futuro distinto. Ya no hay referencia con el pasado, la modernidad debe
valerse por si misma.
Patricia Flores G.
En este espÃ-ritu de la época se encuentran dos pensamientos que se contraponen, pero que, sin embargo, se
interrelacionan: el pensamiento histórico y el pensamiento utópico. El pensamiento histórico critica los proyectos
utópicos y a su vez, el pensamiento utópico expone alternativas que trascienden las continuidades históricas. A pesar
de esto, la conciencia moderna mezcla ambos pensamientos. El pensamiento polÃ-tico, como plantea Habermas, está
impregnado de energÃ-as utópicas pero se somete al contrapeso conservador de las experiencias históricas.
La utopÃ-a ha sido un concepto de lucha polÃ-tica que usan todos contra todos acusándose de utópicos. Serán Ernst
Bloch (filósofo, fÃ-sico y músico alemán) y Karl Mannheim (sociólogo húngaro) quienes lograrán limpiar de la
connotación de utopismo a la utopÃ-a y la integraron en una perspectiva histórica.
Hoy, sin embargo, señala Habermas, las utopÃ-as parecieran haberse retirado del pensamiento histórico y el
pesimismo caracteriza nuestra mirada de futuro por la amenaza de nuestros intereses vitales provocada por una suerte
de crisis globales respecto a la sobre vivencia de la humanidad. La situación, nos dice Habermas, puede llegar a ser
impenetrable.
El agotamiento de las energÃ-as utópicas se deben fundamentalmente a que se ha hecho trizas la confianza puesta en
la técnica, la ciencia y la planificación como instrumentos infalibles del dominio racional sobre la naturaleza y la
sociedad.
Se cree, en los medios intelectuales, que se está asistiendo a un cambio en la conciencia moderna de la época,
producto de una nueva disolución de la amalgama entre pensamiento histórico y utópico.
Habermas opina que esa tesis, que levanta la corriente posmoderna, carece de fundamento y más bien lo que sucede
es que ha llegado a su fin una utopÃ-a concreta; aquella que se fundó en torno a la sociedad del trabajo.
En la teorÃ-a social clásica, se consideró que la estructura de la sociedad burguesa se caracterizaba por el trabajo
abstracto (trabajo industrial orientado por las leyes del mercado y organizado según criterios empresariales). Este tipo
de trabajo arrastró a las esperanzas utópicas, lo que se expresó en la idea de la emancipación del trabajo frente a la
determinación ajena. Los Estados socialdemócratas, herederos de los movimientos burgueses de emancipación,
levantaron la propuesta del Estado Social, los que siguieron alimentándose de la utopÃ-a de la sociedad del trabajo,
perdiendo la capacidad de generar alternativas que permitan avizorar alternativas de una vida colectiva mejor. La nueva
impenetrabilidad pertenece a esta situación según la tesis de Habermas.
La utopÃ-a de los Estados Sociales no necesariamente desembocó en alcanzar la autonomÃ-a del trabajo, sino que se
adoptaron medidas compensatorias a fin de subsanar los riesgos del trabajo asalariado, como una forma de neutralizar
los antagonismos de clase.
El Estado Social es un estado de compromiso en el que, por una parte, interviene con el fin de cuidar el crecimiento
económico y regular las crisis, asÃ- como también garantizar la competitividad de las empresas en el mercado
internacional, cuidando que puedan repartirse excedentes sin desincentivar la inversión privada. La posibilidad
entonces para la población de vivir en libertad, justicia social y bienestar económico, es permitida por la intervención
estatal que garantiza la coexistencia pacÃ-fica entre capitalismo y democracia.
Estas condiciones han podido ser alcanzadas en las sociedades industriales desarrolladas en el contexto de posguerra.
A la postre, este Estado Social o de bienestar resultó tener un marco muy estrecho que condicionó las polÃ-ticas frente
a los imperativos del mercado mundial, y menos pudo salvar al interior la resistencia de los capitales privados. Es asÃcomo se produce inevitablemente una caÃ-da en las tasas de crecimiento mientras, por otra parte, aumenta la tasa de
desocupados.
Ante esto, el Estado Social pierde su base social de apoyo. Las clases ascendentes, al igual que la llamada vieja clase
media, construyen alianzas en pos de la defensa de la propiedad ante los grupos marginados. Se debilita también el
papel de los sindicatos que, frente a la precariedad del empleo, ven debilitado su potencial de amenaza al perder
afiliados. Esta nueva situación impacta fundamentalmente en los partidos que habÃ-an generado su sustentación
electoral en el proyecto de Estado Social (Partido Demócrata, Laboristas y Socialdemocracia).
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Por otra parte, los Estados Sociales que se dieron la tarea de controlar el poder económico y proteger el mundo vital de
los trabajadores, es decir, que se constituyeron en estados intervencionistas en ambas direcciones, necesitaron
acumular un gran poder que les permitiera llevar a cabo estas tareas. Se conforma asÃ- una tupida red de normas
jurÃ-dicas y burocracia estatal que, lejos de mantener una posición neutral, manifiestan en la práctica una fuerza
normativa y vigilante sobre sus ciudadanos. Sufre este modelo, afirma Haberlas, la contradicción entre objetivo y
método; El proyecto de Estado Social se propone establecer formas vitales estructuradas igualitariamente pero que, al
mismo tiempo, permitan espacios para la autorrealización y espontaneidad individuales. La tarea era excesiva para un
programa de orden polÃ-tico.
Este fracaso no invalida su realización, puesto que las instituciones del Estado Social han implicado un impulso del
sistema polÃ-tico en su conjunto y, respecto a las funciones del Estado Social, como a la normatividad que éste generó,
no existen modelos que puedan sustituirlos. Habermas propone incluso que los paÃ-ses que aún no han transitado este
camino, no deben separarse de él.
Sin embargo, en el mundo desarrollado se vive el dilema de que el capitalismo no puede vivir sin Estado Social y
tampoco puede hacerlo con él. Se manifiesta asÃ- el fracaso de la utopÃ-a de la sociedad del trabajo.
Siguiendo al sociólogo, también alemán, Claus Offe, Habermas señala que se pueden distinguir tres tipos de
reacciones ante esta situación:
Los legitimistas, que renunciando al componente que el Estado Social habÃ-a tomado de la utopÃ-a de la sociedad del
trabajo, se convierten en los auténticos conservadores al tratar de consolidar lo que se habÃ-a alcanzado y buscar un
nuevo equilibrio entre el desarrollo del Estado Social y la modernización por medio del mercado.
Los neoconservadores, movimiento que se encuentra en ascenso y que, orientándose en el sentido de la sociedad
industrial, dirige una crÃ-tica decidida al Estado Social, se caracteriza por tres componentes:
 -   Una polÃ-tica orientada hacia la oferta para mejorar las condiciones de capitalización y poner en marcha
nuevamente el proceso de acumulación. La redistribución del ingreso perjudica a los más pobres y la tasa de
desempleo es relativamente elevada. Son los propietarios de las grandes empresas los que ven mejorados sus ingresos.
-   La legitimación del sistema polÃ-tico se reduce. Se propugna una desvinculación entre la administración y la
formación pública de la voluntad. Se fomenta la asociación neocorporativista: empresarial y de sindicatos y el Estado
pasa a ser una parte negociadora más, renunciando a importantes ámbitos de su responsabilidad social.
-   Se exige una polÃ-tica cultural en dos frentes: por un lado, el descrédito del mundo intelectual, puesto que su mundo
simbólico (el juicio crÃ-tico de una moral ilustrada universalista) es una amenaza para esta propuesta y, por otro lado, se
siguen cultivando los poderes de una ética convencional, del patriotismo, de la religión burguesa y de la cultura popular.
Esta polÃ-tica puede imponerse en sociedades fuertemente divididas en dos segmentos, en que uno de ellos, la de los
marginados, ya no es necesario para el otro.
Un tercer modelo de reacción lo compone la disidencia, o los crÃ-ticos del crecimiento, que conforman una alianza
antiproductivista y mantienen una posición ambigua frente al modelo de Estado Social. Se expresan en movimientos
sociales compuestos por una gran diversidad de minorÃ-as que rechazan la visión productivista de progreso. Son ellos
los que parten del convencimiento de que el mundo vital está amenazado tanto por la mercantilización como por la
burocratización y, en este sentido, consideran necesario fortalecer la autonomÃ-a del mundo vital y proclaman romper, o
por lo menos detener, la incidencia del poder y del dinero en la vida social, particularmente, acota Habermas, en su
estructura interna comunicativa.
Los disidentes son los herederos de aquella parte del programa del Estado Social que los legitimistas han abandonado,
su componente democrático radical. Sin embargo, mientras no vayan más allá de la mera disidencia, no lograrán
superar una de sus facetas.
Se llega a la conclusión, según Habermas, de que el Estado Social ha entrado en un callejón sin salida, puesto que en
su propuesta se han agotado las energÃ-as de la utopÃ-a de la sociedad del trabajo.
Los disidentes podrÃ-an, ante esta situación, dar una salida si pasaran a una actitud ofensiva por medio de una
propuesta que permitiera continuar el proyecto de Estado Social con una reflexión que pasara a un escalón superior.
Habermas dice que las sociedades modernas poseen tres recursos mediante los cuales se orientan: poder, dinero y
solidaridad. En relación a estos ámbitos es preciso buscar un nuevo equilibrio que reoriente sus esferas de influencia.
Es el ámbito de la solidaridad en el que debe generarse una voluntad polÃ-tica capaz de tener incidencia tanto en los
espacios de intercambio vital, como en el Estado y la economÃ-a.
Habermas recoge de Claus Offe la distinción de tres terrenos que se superponen en la sociedad:
-   En el primero, las élites polÃ-ticas aplican sus decisiones dentro del aparato del Estado.
-Â Â Â En el segundo, una multiplicidad de actores y grupos influyen unos en otros, controlando los medios de
comunicación y de producción y determinan el marco en donde se resuelven los problemas polÃ-ticos.
-Â Â Â En un tercer plano se encuentran las corrientes comunicativas que determinan la forma de la cultura polÃ-tica y
compiten por la hegemonÃ-a cultural. Es en este terreno donde se producen los cambios en el espÃ-ritu de la época.
Cualquier proyecto que quiera desplazarse a favor de las tendencias solidarias debe movilizar este último ámbito en
contra de los dos anteriores.
Habermas propone entonces una tarea que dé continuidad al proyecto de Estado Social, superando las limitaciones que
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éste tuvo. Una de ellas es pasar de lo que fue su sustento, es decir la utopÃ-a de la sociedad del trabajo, que no logró
generar las formas de cooperación esperada, a la utopÃ-a de la sociedad de la comunicación. El autor considera que la
dimensión utópica de la sociedad no ha desaparecido y más bien en la sociedad moderna se ha afirmado el
pensamiento histórico, mezclado con el pensamiento utópico.
No obstante, lo que sÃ- ha desaparecido son las ilusiones en las que se sostenÃ-a la utopÃ-a anterior, esto es hacer
confluir las dimensiones de felicidad y emancipación con las de aumento de poder y producción de riqueza social.
Fracasan asÃ- las ilusiones generadas por la razón instrumental y por la razón funcionalista. Por otra parte se
desvanece la ilusión metodológica que estaba unida a los proyectos de totalidad.
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