Pensar, actuar y amar en Cristo y por Cristo

Anuncio
Pensar, actuar y amar en Cristo y por Cristo
Pensar, actuar y amar en Cristo y por Cristo
(RV).- Ante la presencia de varios miles de fieles y peregrinos de numerosos países,
Benedicto XVI celebró esta mañana a las 10,30 en el Aula Pablo VI del Vaticano su habitual
audiencia semanal.
En su catequesis sobre la oración en las cartas de San Pablo, el Papa se refirió al himno
cristológico que el Apóstol nos ofrece en su carta a los Filipenses.
En el resumen que leyó de este tema para los fieles de nuestro idioma, el Sucesor de Pedro
dijo:
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo tratar hoy del himno cristológico que san Pablo ofrece en su carta a los Filipenses,
centrado en los «sentimientos» de Cristo y en su condición divina y humana: en la
encarnación, en la muerte de cruz y en la exaltación en la gloria del Padre. Este cántico inicia
con una exhortación: «Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo». Se trata no
sólo de seguir los ejemplos de Jesús, sino también de conformar toda nuestra existencia
según su modo de pensar y obrar. Esta composición ofrece además dos indicaciones
importantes para nuestra oración. La primera es la invocación de Jesucristo como «Señor». Él
es el tesoro por el cual vale la pena gastar la vida. La segunda indicación es la postración:
Ante este Nombre, toda rodilla se ha de doblar en el cielo y en la tierra. De este modo, cuando
nos arrodillamos ante Cristo, confesamos nuestra fe en Él y lo reconocemos como único
Señor. La oración debe conducir, pues, a una más plena toma de conciencia para pensar,
actuar y amar en Cristo y por Cristo. Así, la mente, el corazón y la voluntad se abren a la
acción del Espíritu Santo y somos transformados por medio de la gracia.
De los saludos del Papa a los diversos grupos de peregrinos que asistieron a esta audiencia
semanal destacamos el dirigido a los polacos, a quienes el Santo Padre les recordó que se
acerca la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. “De modo particular -les dijo- los
recordamos en Roma, donde han enseñado, dado su testimonio y sufrido el martirio en
nombre de Cristo”, razón por la cual, antes de bendecirlos, les deseó que la visita a sus
tumbas sea para todos ellos una ocasión para consolidarse en la fe, en la esperanza y en el
amor.
También al saludar cordialmente a los fieles húngaros, especialmente a los grupos
procedentes de Budapest y de Orosháza, el Pontífice les recordó que se acerca esta
solemnidad. De la misma manera hablando en eslovaco el Obispo de Roma saludó a los
1/4
Pensar, actuar y amar en Cristo y por Cristo
peregrinos de la parroquia de Šuňava, a quienes les deseó que la visita a las tumbas de los
santos Pedro y Pablo profundice su amor por la Iglesia, fundada en los Apóstoles.
Al dar su cordial bienvenida a los peregrinos italianos, el Papa saludó de modo particular a los
fieles de la región de las Marcas, acompañados por su Arzobispo, Monseñor Edoardo
Menichelli; a los de la parroquia de Santo Domingo en Acquaviva delle Fonti, que recuerdan un
significativo aniversario jubilar; a las religiosas Franciscanas Inmaculatinas, que están
celebrando su Capítulo general, y a los representantes de la Consulta Nacional contra la
usura. A todos estos queridos amigos, el Obispo de Roma les agradeció su visita y los animó a
dar un valeroso e insistente testimonio cristiano en los diversos ambientes en que trabajan.
Como es costumbre, el pensamiento del Papa se dirigió, en fin, a los jóvenes, enfermos y
recién casados presentes en esta audiencia. Teniendo en cuenta que por estas latitudes ya
hemos entrado en el verano, lo que para muchos representa un tiempo de vacaciones y
descanso, el Obispo de Roma deseó a los jóvenes que este período sea una “ocasión para
realizar útiles experiencias sociales y religiosas”. Formuló votos a los recién casados para que
sea un tiempo oportuno “para hacer crecer su unión y profundizar su misión en la Iglesia y en
la sociedad”. Y manifestó su deseo de que a los queridos enfermos no les falte “durante estos
meses veraniegos la cercanía de personas queridas”.
Texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas
Nuestra oración está hecha, como hemos visto en los pasados miércoles, de silencio y de
palabras, de canto y de gestos que implican a toda la persona: desde la boca hasta la mente,
del corazón a todo el cuerpo. Es una característica que encontramos en la oración judía,
especialmente en los Salmos. Hoy quisiera hablar de uno de los cantos o himnos más
antiguos de la tradición cristiana, que San Pablo nos presenta en lo que, en cierto sentido, es
su testamento espiritual: la Carta a los Filipenses. Se trata de una carta que el Apóstol escribe
mientras está en la cárcel, tal vez en Roma. Él se siente cercano a la muerte, porque afirma
que ofrecerá su vida como una libación (cf. Flp 2,17).
A pesar de esta situación de grave peligro para su incolumidad física, San Pablo, en todo el
texto, expresa la alegría de ser discípulo de Cristo, de poder ir a su encuentro, hasta el punto
de ver la muerte no como una pérdida sino como una ganancia. En el último capítulo de su
carta hay una fuerte invitación a la alegría, una característica fundamental de nuestro ser
cristianos y de nuestra orar. San Pablo escribe: "Estén siempre alegres en el Señor, lo repito
de nuevo: ¡Alégrense!" (Fil. 4,4). ¿Pero cómo puede regocijarse frente a una sentencia de
muerte, ya inminente? ¿De dónde, o mejor, de quién San Pablo recoge la serenidad, la
fuerza, el coraje de ir hacia su martirio, y al derramamiento de sangre?
La respuesta la encontramos en el centro de la Carta a los Filipenses, en lo que la tradición
cristiana llama carmen Christo, el canto para Cristo, o más comúnmente el "himno
cristológico"; un canto que centra toda la atención en los "sentimientos" de Cristo, es decir, en
2/4
Pensar, actuar y amar en Cristo y por Cristo
su modo de pensar y su actitud concreta, vivida. Esta oración comienza con una exhortación: "
Tengan los mismos sentimientos de Cristo Jesús " (Fil. 2,5). Estos sentimientos se presentan
en los siguientes versículos: el amor, la generosidad, la humildad, la obediencia a Dios, el don
de uno mismo. No se trata simplemente de seguir el ejemplo de Jesús como algo moral, sino
de involucrar toda la existencia en su propia manera de pensar y actuar. La oración debe llevar
hacia un conocimiento y una unión en el amor cada vez más profunda con el Señor, para
poder pensar, actuar y amar como Él, en Él y por Él. Ejercitarse en eso, aprender los
sentimientos de Jesús es el camino de la vida cristiana.
Ahora voy a referirme brevemente sobre algunos elementos de esta canto denso, que resume
todo el itinerario divino y humano del Hijo de Dios, que abarca toda la historia humana: del ser
en la condición de Dios, a la encarnación, a la muerte en una cruz y a la exaltación en la gloria
del Padre, y en parte también el comportamiento de Adán, del hombre desde el principio. Este
himno a Cristo parte de su ser "en morphe tou Theou", dice el texto griego, es decir, de estar
"en la forma de Dios", o mejor dicho, en la condición de Dios. Jesús, verdadero Dios y
verdadero hombre, no vive su "ser como Dios" para triunfar o para imponer su supremacía, no
lo considera como una posesión, un privilegio, un tesoro al qué aferrarse. Es más, "se
desnudó," se vació de sí mismo tomando, dice el texto griego, la "morphe Doulos", la "forma
de siervo, de esclavo", la realidad humana marcada por el sufrimiento, por la pobreza, por la
muerte; en todo se asimiló a los hombres, excepto en el pecado, comportándose como un
servidor dedicado completamente al servicio de los demás. En este sentido, Eusebio de
Cesarea (siglo IV) dice: "Él tomó sobre sí las fatigas, con los miembros que sufren. Ha hecho
suyas nuestras humildes enfermedades. Sufrió tribulaciones por amor a nosotros: esto en
conformidad con su gran amor por la humanidad "(La demostración Evangélica, 10, 1, 22).
San Pablo continúa delineando el marco "histórico" en el que se realizó esta disminución de
Jesús. Escribe el Apóstol: "se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte." (Flp 2,8).
El Hijo de Dios se hizo verdaderamente hombre y cumplió un camino en completa obediencia
y fidelidad a la voluntad del Padre, hasta el supremo sacrificio de su vida. Aún más, el Apóstol
especifica "hasta la muerte, y muerte de cruz." En la cruz Jesucristo alcanzó el mayor grado de
humillación, ya que la crucifixión era el castigo reservado a los esclavos y no a las personas
libres: " mors turpissima crucis", escribe Cicerón (cf. En Verrem, V, 64, 165).
En la cruz de Cristo, el hombre es redimido y la experiencia de Adán se modifica, dándose
vuelta completamente: Adán, creado a imagen y semejanza de Dios, pretendía ser como Dios,
con sus propias fuerzas, ocupar el lugar de Dios, y así perdió la dignidad original que se le
había dado. Jesús, sin embargo, aun estando en la condición divina, se abajó, se sumergió en
la condición humana, en total fidelidad al Padre, para redimir al Adán, que está en nosotros y
para volverle a dar al hombre la dignidad que había perdido. Los Padres subrayan que Él se
hizo obediente, volviendo a dar a la naturaleza humana, a través de su humanidad y
obediencia, lo que se había perdido por la desobediencia de Adán.
En la oración, en la relación con Dios, nosotros abrimos la mente, el corazón y la voluntad a la
acción del Espíritu Santo, para entrar en esta misma dinámica de vida, como afirma San Cirilo
de Alejandría, cuya fiesta celebramos hoy: "La obra del Espíritu intenta transformarnos, por
medio de la gracia, en una copia perfecta de su humillación" (Carta Festale 10, 4). La lógica
3/4
Pensar, actuar y amar en Cristo y por Cristo
humana, sin embargo, intenta a menudo la realización de sí mismos en el poder, en el
dominio, en los medios poderosos. El hombre sigue queriendo construir con sus propias
fuerzas la torre de Babel para llegar – con sus propias fuerzas - a la altura de Dios, para ser
como Dios. La Encarnación y la Cruz nos recuerdan que la plena realización estriba en
conformar la propia la voluntad humana en la del Padre, en el desapego total de sí mismo, del
propio egoísmo, para llenarse del amor y de la caridad de Dios y, así, llegar a ser
verdaderamente capaces de amar a los demás. El hombre no se encuentra a sí mismo,
cuando queda ensimismado, sino cuando logra salir de sí mismo. Sólo si logramos salir de
nosotros, nos encontramos. Adán quería imitar a Dios, pero tenía una idea equivocada de
Dios. Dios no quiere sólo la grandeza, Dios es amor que da, ya desde la Trinidad y luego en la
Creación. Imitar a Dios significa salir de sí mismo y entregarse en el amor.
(Traducción del italiano: Eduardo Rubió y Cecilia de Malak - RV)
4/4
Descargar