La Capacidad Ejecutiva en el Directivo y la Necesidad de Conocer a las Personas Alejandro Fontana, PhD en Planificación y Desarrollo. Profesor del PAD La capacidad ejecutiva del directivo va más allá del saber hacer, y hacer bien muchas tareas. Supone le conocimiento personal de los individuos que le rodean. Por eso un buen directivo complementa esta capacidad con la tarea de formar a sus subordinados. A continuación voy a comparar el provecho que ofrece el conocimiento de los distintos puestos de trabajo con el conocimiento de las personas. Haré además una breve descripción de las características de este conocimiento y mostraré las razones por las que la capacidad ejecutiva debe complementarse con el liderazgo. Muchas personas piensan que alguien es ejecutivo cuando puede hacer muchas cosas, y las hace, además, bien. Hacer algo por sí mismo da un conocimiento invalorable. A la ciencia se une la experiencia: muchos directivos han alcanzado un puesto elevado yendo desde posiciones inferiores. En estos casos, estos directivos hablan del valor de su propia experiencia y de cómo esto les ha ayudado en la delegación de esas mismas tareas. Sin embargo, en la medida que se asciende a posiciones más superiores, cada vez es menos posible tener una experiencia personal de cada puesto de trabajo. Por lo tanto, en la delegación de esas tareas no se contará con una experiencia personal. Tener experiencia de los puestos inferiores es deseable, pero no siempre, realizable. Como se ve, el conocimiento propio de los distintos puestos no es indispensable, ¿qué conocimiento, sin embargo, sí lo será? El directivo no sólo es quien sabe cómo se hace una tarea: el directivo es un hombre de acción. Lo esencial para él es conseguir que se haga lo que él piensa que se debe hacer. Pero como él no está en condiciones de hacerlo por sí mismo, lo verdaderamente relevante será saber quién otro tiene la capacidad para hacerlo. Pero este conocimiento tiene varias dificultades. En primer lugar, tener que reconocer esas capacidades dentro de un grupo determinado de personas. Digo determinado, porque las empresas no siempre cuentan con la caja necesaria para buscar el mejor perfil del mercado para el desempeño de unas labores específicas. En segundo lugar, muchas veces las personas que rodean al directivo son sujetos sin experiencia en la cuestión que tiene que delegarse. Esta situación plantea una dificultad adicional: la necesidad de reconocer el potencial para enfrentar con éxito las tareas en cuestión. Por tanto, no basta reconocer las capacidades actuales, hay que ver también las capacidades en potencia, aunque, ni él propio interesado las haya descubierto aún. Este análisis conduce a una conclusión: el directivo ejecutivo ha adquirido un buen conocimiento de las personas. Por eso es conveniente recordar algunas de las características de este conocimiento. Es más fácil conocer la realidad material que las personas. La realidad material es estable, en cambio la persona siempre está en proceso de cambio. Además, toda persona siempre está abierta al infinito: hoy no es lo que puede ser. Y este poder ser, puede superar la imaginación, incluso del propio interesado. Conocer personas es una tarea ardua, e inacable. Uno mismo no se conoce bien: muchas veces ni siquiera es capaz de identificar las acciones que puede hacer en el futuro. Un conocimiento elemental, pero que siempre ayuda es identificar los niveles de los componentes fundamentales del temperamento: emotividad, actividad y reverberación. No se trata de etiquetar a las personas mediante estas características. Ya he dicho que la persona es un sujeto cambiante por naturaleza. Sin embargo, estas componentes describen las características de inicio del modo de ser del individuo. Son el punto de partida, y por tanto, marcan las tendencias a las que tenderá, incluso involuntariamente, su actuar. Pero, al mismo tiempo, son modificables por el propio interesado, y cuando se modifican, se convierten en los elementos claves de su carácter: el sello propio de su modo de ser. De otro lado, para conocer el potencial y las capacidades escondidas de un individuo, el conocimiento debe llegar al nivel personal. Llegar al nivel personal significa haber profundizado en sus circunstancias y en su entorno personal. Implica también un acercamiento y una identificación con esa persona, porque a nadie se le permite ingresar en la intimidad de otro, si antes no se gana su confianza: nadie puede ingresar a este nivel si el propio interesado no lo permite. Se requiere, por tanto, un acto de confianza, y nadie otorga confianza si previamente no hace una lectura positiva de las intenciones del que desea explorar ese nivel. Llegados a este punto, conviene mucho recordar que cada persona es un sujeto digno por sí mismo: él es más importante que todo el universo junto. La persona es digna por sí misma, aunque al conocerla nos quedemos sólo con las percepciones limitadas de nuestras facultades, y por las que, en ocasiones, solemos etiquetarlas: su modo de andar, de vestir, de comer, etc. Saber que una persona es digna por sí misma, nos ayudará a valorarla por lo que es, y no por lo que parece ser. Por este motivo, cada persona es sujeto de una atención detenida, de una búsqueda de su mejora y de su desarrollo: ninguno es medio para alcanzar un fin específico, sino que cada uno, es fin en sí mismo. Y este fin esta vinculado con su mejora, con su desarrollo. Quien es ejecutivo distingue a priori estas potencialidades, pero esto no basta. Hay que tener también la capacidad de ayudar a explotarlas. Con lo expresado hasta aquí podemos concluir con el profesor Ferreiro, que un directivo no sólo debe ser ejecutivo, debe ser además un formador. Alguien capaz de descubrir potencialidades, y alguien que, al mismo tiempo, ayuda a explotarlas sin sentirse dueño de esas capacidades ni propietario de esas personas.