El cristiano es una obra maestra Queridos diocesanos: Si te dignas leer esta carta, estoy convencido de que, de entrada, quizás el título te parezca muy presuntuoso. Pero, si sigues leyendo, espero que al final no te lo parezca tanto y hasta es posible que te haga feliz el ser lo que eres o lo que puedes ser. 1. Un cristiano es una obra maestra de Dios y a lo largo de toda su ejecución siempre se podrá ver la hermosura infinita de su amor. Desde el mismo diseño tiene todos los detalles que se necesitan para alcanzar la perfección. Pero el diseño de Dios se ejecuta siempre a cuatro manos: las dos de Dios y las dos de cada ser humano. Entre las cuatro se hace la obra maestra, aunque las de Dios tengan a veces que retocar, si se le deja, lo que la libertad oscurece, cambia, ensucia o intentan malograr por el pecado. La obra de Dios en el camino de fe de un cristiano siempre sucede entre la gracia y la libertad. ¡Esa pedagogía de Dios es maravillosa! ¡Ese camino del hombre es siempre maravillosamente humilde! 2. El diseño de Dios y el paso libre del cristiano cuentan en su ejecución con la mediación de otros artistas, algunos imprescindibles. Todos están tocados por la mano infinita y amorosa del que hace esa maravilla. Por eso el esmero en completar la obra divina ha de ser tan delicado y generoso: es el esmero de los padres y es el de la Iglesia, que se complementan y enriquecen mutuamente. Si la obra maestra de Dios comienza al nacer, en ese momento empieza la colaboración del hombre y de la mujer que pusieron al ser humano en la vida. Toda la ternura de los padres, a partir de entonces, es reflejo de la ternura de Dios, que caerá como gloria bendita en la vida de los hijos. Con pequeños pasos, lo que Dios diseñó por amor para ser amado, se va embelleciendo poco a poco por la gracia, esa que algunos tienen reservada por haber nacido en tierra sagrada bañada por la carne y la sangre del Hijo de Dios. Esa tierra es la que pisan los hombres y mujeres que han conocido a Jesucristo en el seno de la Iglesia. La Iglesia, que primero es doméstica y después pueblo de Dios, les va dando a los nacidos del agua y del Espíritu los tonos de belleza, bondad y verdad que necesitan para crecer en santidad, que es el fruto precioso que el diseño divino va buscando. 3. Por el misterio de la Pascua de Cristo, a iniciativa primero de los padres y después bajo su protección, los nacidos van entrando, por el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía y a veces por la Penitencia, en una dinámica de vida nueva, en un camino espiritual que les va enriqueciendo como seres humanos y como cristianos. Por el camino de los sacramentos de iniciación se va ejecutando el diseño del Creador, que toma cuerpo en las decisiones, en las actitudes, en los sentimientos, en las opciones de los chicos y chicas, a medida que van creciendo. Aunque nunca esté acabado del todo lo que Dios diseñó, en el camino de la vida, con sus matices, sus empeños, sus luchas e incluso en sus fracasos, la obra de Dios va poco a poco resplandeciendo. Por la libertad de elegir el bien de los chicos y por la acción de la Iglesia, que les va mostrando los diversos perfiles de la vida cristiana, se puede hacer la maravilla que Dios espera y que el mundo necesita. Interactuando la educación en la fe y la gracia sacramental, hay que esperar que se pueda decir al final del camino: “Y vio Dios que todo era bueno, porque surgió un cristiano”. Día grande en el que actuó el Señor. 4. Como escribo para iniciados en la fe, enseguida habréis entendido de estoy describiendo la iniciación cristiana. Sé muy bien que lo que acabo de presentar, con matices poéticos y, por tanto, ideales, transcurre siempre entre muchas dificultades, entre situaciones muy difíciles y también sin una clara conciencia de que lo que hacemos es tan maravilloso que exija toda nuestra creatividad y nuestro esfuerzo. Con más frecuencia de la que debiéramos dejamos de hacer lo que a nosotros nos corresponde y, por eso, además de poner en peligro el diseño original de Dios, no acabamos de encontrarnos, al final de los itinerarios de iniciación, al cristiano que esperábamos. 5. A veces no nos damos cuenta de que las obras de arte proceden de una genialidad que las hace únicas. Pensamos que hacer un cristiano es automático, quizás porque nos dejamos llevar por viejos y pasados modos de hacer, que ya no nos sirven en las nuevas formas de este arte: ahora hay que poner amor, cercanía, paciencia y un acompañamiento continuo de todos los que han de colaborar con el diseño de Dios y la libertad de cada uno de nuestros chicos. Ahora hay que poner el trazo exacto que la obra necesite en cada momento. Y ahora, sobre todo, hay que poner lo único que de verdad crea con naturalidad belleza cristiana: el testimonio de la fe. 6. La fe le da la luz que la obra necesita; le da la verdad que la identifica; le da la vida que la proyecta. Porque la obra maestra de Dios, la que sale de la iniciación cristiana de cada chico y de cada chica, si bien es irrepetible, se hace para que embellezca la vida de otros, sobre todo cuando actúan por el amor. Porque el amor es el color que Dios pone en el diseño, el que acompaña todos los retoques, el que luce en su mejor expresión. Se trata de un color que, al brillar, contagia a otras vidas y les deja el destello de una estela especial, que siempre se admira en “color esperanza”. 7. En estos días de la Pascua, desde la misma Vigilia Pascual, la Iglesia, en unos casos está iniciando y en otros completando, por los Sacramentos de iniciación cristiana muchas obras maestras de Dios. Si supiéramos ver así a nuestros niños que se bautizan, a los que participan por vez primera en la Eucaristía y a los adolescentes que reciben el Sacramento del Espíritu, la Confirmación, todo cambiaría para cuántos han de intervenir en su magistral acabado. Nacería una más sensible responsabilidad y disfrutaríamos más al hacernos esta pregunta: ¿Qué puse yo en lo que Dios mismo diseñó, perfeccionó y acabó? Porque, no lo olvidemos, un cristiano es obra de la gracia, y nosotros colaboramos con ella. Feliz Pascua de Resurrección. + Amadeo Rodríguez Magro, Obispo de Plasencia