la pared entraban sus amigos. El resto de la escena se realizó en un casi vacío escenario, con algunos elementos de utilería que fueron descolgados de la pared, como la cama para Mimì y el abrigo de Colline. Scot Piper (Rodolfo) y Grazia Doronzio (Mimì) en Nantes Foto: Jef Rabillon Ópera en Francia La bohème en Nantes Esta ópera —la eterna oda de alegría de la vida, la celebración de la vida misma— aún llena los teatros de ópera en el mundo. Una de las razones de este éxito debe ser su construcción simétrica, su ying y yang, ya que las cosas se reflejan a sí mismas como espejos y todo esta entrelazado. Vida y muerte juegan en medio de la miseria, la juventud y la vejez. Mimì es frágil y sensible, como lo es Rodolfo, su poeta; y Musetta, cuyo generoso y afectivo corazón se muestra hasta el final, tiene a Marcello, su pintor. El alegre grupo de jóvenes triunfa sobre los hombres viejos, aunque la muerte se sienta con ellos a la mesa; y Mimì y Rodolfo se separarán en la primavera, mientras que Musetta y Rodolfo discuten junto a ellos mostrando que su separación será inminente. Todas estas ambiguas situaciones de Giuseppe Giacosa, Luigi Illica y Giacomo Puccini fueron perfectamente ilustradas en esta producción del 2011 proveniente de la Nationale Reise Opera de Holanda, que fue repuesta tanto en Angers como en Nantes Francia en abril y en mayo del 2012. El moderno y sobrio montaje de Stephen Langridge, con diseños y vestuarios concebidos por Connor Murphy, transfirieron la acción al siglo XX, donde el miserable ático continúa siendo lo que es, pero con paredes en color azul cielo y un texto visible sobre los bohemios que es quizás el artículo que escribe Rodolfo o el libro de Henri Murger. Aquí, la estufa fue remplazada por un radiador en la pared, y la puerta de entrada se encontraba ladeada. En el Café Momus, también en color azul cielo, los del coro vestían chaquetas de cocineros, y los bailarines que acompañan a Musetta se encontraban subidos en una enorme pila de regalos de Navidad. Clara y sobria, en esta escena las cosas son más entendibles que en otras producciones. Aún sobrio, para más sombrío, fue la tercera escena, en la parte trasera de un club nocturno, donde de un enorme agujero en la pared caían bolsas de basura. La gente que pasaba por ahí, lógicamente, eran basureros y empleados de restaurantes. En la última escena encontramos a Marcello y a Rodolfo nuevamente en el ático, sólo que vistos desde arriba: uno, acostado en un diván; y el otro, en el suelo, y es en esta postura con ilusión óptica donde cantaron su dueto. Cuando se bajaban de julio-agosto 2012 Paul Keogan iluminó perfectamente la acción e hizo resaltar detalles por aquí y por allá, sin ser nunca redundante en su aportación. Un sobresaliente elenco habitaba este mundo, en el que cada uno ocupó su lugar y estuvo a gusto en el canto y la actuación. La Mimì de Grazia Doronzio fue fuerte en su fragilidad, y sus pianisimi fueron intensamente conmovedores. Cuando describió cómo renacía con los primeros rayos, el público lo hizo con ella, y en su muerte el público estuvo tan abrumado como Rodolfo, que en esta ocasión fue personificado con ternura y convicción por Scott Piper, quien con claro y cálido timbre dio vida a una mezcla de júbilo y desesperación, particularmente en su conmovedor final. Julie Fuchs fue Musetta una mujer sin compromiso, que sabía lo que valía y lo que quería; que no tuvo miedo a ser una chica a go-go, o de vender sus pertenencias para una amiga enferma. Con su rica y redonda voz vivió el personaje y todos sus matices. Con colorida y buena voz de barítono, Armando Noguera interpretó un adorable Marcello de fingida ligereza y verdadera sensibilidad. Finalmente, Colline, interpretado por Gordon Bintner y Schaunard, por Igor Gnidii, pensativos y juguetones por momentos, completaron muy bien el elenco. La Orchestre National des Pays de la Loire, dirigida por Mark Shanahan, guió a este ensamble con densa y discreta intensidad, con pianisimi sostenidos y llenos de suspenso (el pequeño dialogo entre Mimì y Marcello (‘Musetta e tanto buona’ – ‘Lo so’) se convirtió por sí mismo en una novela completa con fuerza y fuga en las partes tutti. Cabe señalar el silencio del público hasta el final de la última nota, antes de los meritorios aplausos y bravos. Fue una hermosa producción que dejó al público con música en la mente, meditando sobre la vida y la muerte, que al final es una misma. por Suzanne Daumann La clemenza de Tito en Toulouse Esta producción, que proviene del festival de Aix-enProvence, donde se representó el año pasado, se realizó con un elenco renovado. Una puesta simple y buenos vestuarios del Escena de La clemenza di Tito en Toulouse Foto: Patrice Nin pro ópera Renacimiento fueron suficientes para cautivar al público, ya que David McVicar no necesitó de vistosos accesorios ni de extravagante actuación para mantener la trama en alta tensión y al público absorto. Sin embargo, esto no pudo haberse realizado sin el sólido elenco conformado, ya que todos los cantantes se mostraron comprometidos realizando sus interpretaciones de manera intensa y convincente hasta llegar al corazón del drama, en el que la “culpa” fue el elemento clave que atormentó a los personajes durante la función. El público contuvo su respiración y se estremeció con Sesto, como si presenciara una película de acción llena de inesperadas situaciones y apasionantes intrigas. Tamar Iveri resultó ser una muy expresiva y poderosa Vitellia de cuya boca parecían emanar llamas de fuego. Artísticamente pudo manipular al pobre Sesto para sus fines pero al final su culpa la hizo casi enloquecer. Maite Beaumont cantó con pasión y ofreció su cálida y hermosa voz aterciopelada de mezzo para hacer un conmovedor Sesto. Es una pena que haya carecido por momentos de mayor proyección pero esta debilidad realizó el débil carácter de su personaje. Anna Bonitatibus en La Didone en París Foto: Vincent Pontet La gran sorpresa vino del tenor Woo-Kyung Kim en el papel principal, con su poderosa, refinada y vibrante voz mozartiana. Su Tito no fue un pobre espíritu, si no que inspiró respeto a través de su noble canto y decisiones. Una revelación y una voz para tener en cuenta. Los papeles secundarios no fueron de ninguna manera sacrificados, al contrario se tuvo la suerte de escuchar a una voz muy encantadora del momento: la de Anne-Catherine Gillet, cuya aria ‘S’altro che lacrime’ fue uno de los puntos más altos Escena de La muette de Portici Foto: Elizabeth Carecchio pro ópera julio-agosto 2012 de la función. Fue frustrante que haya tenido pocos momentos para cantar porque su suave y sencillo canto fue divinamente conmovedor. Gillet ha cantando con regularidad en Toulouse y podría haber exigido un papel mayor, pero es también un reto aceptar una parte pequeña y convertirla en una bendición. Annio fue convincente y aun en este pequeño papel Paula Murrihy exhibió un fuerte temperamento. El barítono Andreas Bauer también hizo un buen papel como Publio. La conducción apresuró un poco a los cantantes en la primera parte, mientras que algunos tiempos fueron lentos en la segunda. Aun así, David Syrus dirigió con pasión envolviéndose en la función. En resumen, se trató casi de un elenco de ensueño en una emocionante producción que nos gustaría escuchar en otra opera de Mozart como Idomeneo. por Ruggero Meli Tres óperas en París Los otros tres teatros que presentan de forma continuada óperas en París (Pleyel lo hace muy de tarde en tarde y siempre en concierto) continuaron sus temporadas con tres aciertos. El Théâtre des Champs-Elysées eligió el primer encuentro lírico de Francesco Cavalli y William Christie con sus Arts Florissants. La Didone tuvo una puesta desabrida de Clément Hervieu-Léger, pero una magnífica interpretación musical de Anna Bonitatibus y Krasimir Spicer en los dos amantes, y buenas prestaciones de Maria Streijffert, Marina Rewerski y Tahila Nini Goldstein, unas promisorias de Damien Guillon, Valerio Contaldo y Francisco Javier Borda, en tanto no llegaron al aprobado Xavier Sabata ni Mathias Vidal. En la Opéra Comique se presentó en coproducción con La Monnaie (su orquesta, coro y la dirección –buena, si no genial— de Patrick Davin) el “incendiario” Auber que significó el punto de partida en Bruselas para la revolución que crearía el estado belga: La muette de Portici. Una excelente producción de Emma Dante que, pese a algún detalle discutible, logró integrar a la muda-bailarina del título (Elena Borgogni) con los cantantes: el que más destacó en todos los aspectos fue Michael Spyres en tanto resultaron cuestionables por distintos motivos Maxim Mironov (voz pequeña y con defectos de emisión) y Eglise Gutiérrez (voz descontrolada en el agudo y de vocalizaciones descuidadas). Incluso Laurent Alvaro terminó vociferando su parte baritonal. Bien los comprimarios. El Théâtre du Châtelet proponía la primera reposición de la primera ópera de John Adams Nixon in China (1987) con gran éxito, en una nueva producción de Chen Schi Cheng sumamente movida, colorida y en sintonía con la repetición minimalista que es la base sobre la que se construye una obra que no resulta indigesta aunque sí a veces monótona. El coro del teatro y la Orquesta de Cámara de París dirigidos por el dinámico (a veces demasiado) Alexander Briger dieron una excelente versión y los protagonistas se lucieron, empezando por las dos esposas de los mandatarios, June Anderson y Sumi Jo, aún capaces de hacer frente a tesituras difíciles. Los protagonistas masculinos fueron un excelente Franco Pomponi (atlético —no sólo en lo vocal— Nixon) y un buen Alfred Kim, acompañados por un grotesco Kissinger (como lo pintan texto y música) de Petr Sidhom, un ambiguo (y vocalmente muy exigido) Chou en Lai de Kyung Chun Kim y las tres excelentes secretarias de Mao (Sophie Leleu, Alexandra Sherman y Rebecca de Pont Davies). o por Jorge Binaghi Sumi Jo como Madame Mao en Nixon in China Foto: Marie-Noëlle Robert julio-agosto 2012 pro ópera