SANTA JUANA 1 Una mujer de fe, de fuerza creadora y de luchas incansables JUANA DE LESTONNAC, UN EJEMPLO DE VIDA Juana nació en Burdeos, Francia en 1556. Era la mayor de los ocho hijos de Ricardo de Lestonnac y Juana Eyquen de Montaigne, hermana del famoso filósofo Miguel de Montaigne, cuyas palabras influyeron mucho en su vida y le ayudaron a superar las dificultades de su fe. Creció en medio de las contradicciones y conflictos de un hogar donde el padre era un ferviente católico y su madre una decidida calvinista, deseosa de convertir a su hija a esta religión. Su padre era su amigo y confidente, aquel que siempre daba respuesta a sus preguntas de adolescente y especialmente a sus inquietudes religiosas. Su madre, no pudo serlo totalmente. Una Mujer de Fe Dios se hace presente con una llamada: "Cuida hija mía de no dejar apagar el fuego que he encendido en tu corazón y que te mueve con tanto ardor a servirme". Interpretando esa llamada como una invitación muy concreta, quiso entregar la vida a su servicio. No le fue posible dada la situación crítica de la vida religiosa en ese momento (relajación o extremo rigor), condiciones que poco facilitan la realización de una mujer en este campo. La familia Lestonnac, de acuerdo a las costumbres de la época, concertó el matrimonio de su hija con el Barón Gastón de Montferrant (miembro de una familia noble muy conocida y apreciada de sus padres). La ocupación de su esposo exigía de ella una atención completa a los cuidados de su casa, especialmente al Castillo de Landiras, un mundo complejo y amplio de trabajo: Establos, telares, sembrados, reservas para el invierno, alimentación, administración y atención a los trabajadores. Dedicación a la enseñanza, comunicación, corrección y formación de sus hijos. A la Baronesa de Montferrant le gustaba compartir su riqueza. Sentía que también tenían derecho a participar de ella los que pasaban necesidad. Los moradores del Castillo y sus alrededores la llamaban "La Señora Buena". De este enlace que duró 24 años, nacieron siete hijos. Los tres primeros murieron muy pronto causando un profundo dolor. Llegaron a adultos: Francisco el mayor, Marta, Magdalena y Juanita. 2 En 1597 muere Gastón de Montferrant y se dedicó, entonces, con empeño a tomar el tiempo necesario para llevar alivio a los enfermos y presos, para ayudar a los necesitados y para descubrir en la oración la forma de continuar su camino. Concibió la posibilidad de entrar al Cister de Tolosa, una comunidad contemplativa, austera, que le ofrecía garantía de seriedad en el servicio de Dios. Pasados seis meses en su nueva vida, la exigencia en el ayuno, el silencio, la mortificación y las penitencias corporales quebrantaron su salud hasta el punto que el médico declaró: "Su permanencia aquí asegura la proximidad de su muerte". Buscó nuevamente a Dios, él era el único que tenía la respuesta y en la oscura oración de esa noche lo comprendió: las jóvenes se estaban perdiendo, era necesario tenderles la mano. Resolvió retirarse al Castillo de la Mothe, silencioso lugar donde en el encuentro profundo con Dios descubriría, las características del plan que, poco a poco, se le iba haciendo más claro. "Una Orden desconocida en la Iglesia" que pretendía: Ofrecer a las jóvenes deseosas de servir al Señor una comunidad con un estilo de vida contemplativo-apostólico que no sobrepasara las fuerzas físicas. Abrir escuelas, que bajo la protección de María, nuestra Señora, extendieran su nombre y su influencia en la juventud femenina que quisiera educarse allí. Una mujer creadora Los padres Juan de Bordes S.J., y Francisco Raymond S.J., estaban preocupados por la desorientación en que se encontraban las jóvenes católicas. Para ellas no existían colegios de formación humano-cristiana, por lo que se veían obligadas a confiar su educación a maestras Calvinistas que dedicaban algunas horas de la semana a esta tarea. Fueron a visitar a Juana y con la ayuda de ellos se aseguró que la inspiración que había tenido no era efecto de la imaginación sino del querer de Dios. Ella veía que sola no podía hacerlo, invitó a otras, que de hecho, se habían unido en el deseo de llevar a cabo una tarea común. Estaba convencida de que no es posible una proyección válida sino a través del grupo, del esfuerzo conjunto de una comunidad. 3 El 7 de abril de 1607 el Instituto fue confirmado como ORDEN DE NUESTRA SEÑORA. Se inició así, en la casita del Espíritu Santo (Burdeos) la Primera casa de la comunidad, de la Compañía de María, (nombre actual de la Orden de Nuestra Señora) formada en el primer momento por Serena Coqueau, Magdalena de Landrevie, Isabel de Maisonneuve, Margarita Poyferré y la Madre de Lestonnac. Las nuevas religiosas se interesaron con mucho entusiasmo por vivir unidas en la oración y en el trabajo de la educación de las jóvenes. Se sentían estimuladas porque cada vez era mayor el número de niñas que acudían a sus escuelas. Una mujer educadora Juana de Lestonnac sabe que educar es dar la vida, es ser madre, es gestar al hombre nuevo que hay dentro de cada uno. Es esculpir en el corazón del niño y del joven los valores que son capaces de transformar el mundo según el proyecto de Dios. Algunas de sus alumnas saben que esta obra grande requiere continuadoras que la extiendan. Donde la Comunidad está se hace esperanza para el futuro. En la nueva casa en la Calle del Ha, en la ciudad de Burdeos, vieron felizmente confirmados sus deseos de constituirse en grupo de apóstoles con la profesión de votos solemnes el ocho de diciembre de 1610. Poco a poco se iba apagando la vida de Juana, las casas fundadas sumaban 30. Mientras su cuerpo se debilitaba, su espíritu se fortalecía, muere el 2 de febrero de 1640, tenía ochenta y cuatro años de edad. Diez años después de su muerte en 1650 la comunidad de Beziers funda la primera casa en España (Barcelona). De allí nace Tudela en 1687, que se convierte en puente para el salto a América con las fundaciones de México en 1774; Mendoza (Argentina) en 1780 y Santa Fe de Bogotá en 1783. Ante el dolor, los fracasos, las oposiciones, las dificultades, venció siempre la fuerza de su amor a Dios y a sus hermanos, en ella se cumplieron las palabras de San Pablo: "El que siembra poco, poco cosecha, el que siembra mucho, mucho cosecha". (2Cor, 6-9). Apartes tomados del artículo de Cecilia García, odn 4