san juan del castillo

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SAN JUAN DEL CASTILLO
Jaime Correa Castelblanco, S.J.
Presentación
Esta vida de San Juan del Castillo es la vigesimocuarta de una serie dedicada a los
santos de la Compañía de Jesús.
San Juan del Castillo estuvo en Chile. Él es único santo jesuita, canonizado, que ha
vivido en esta parte del mundo.
Sufrió el martirio en las Reducciones jesuitas del río Uruguay.
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CONTENIDO
SAN JUAN DEL CASTILLO
Nacimiento y patria
Alumno de los jesuitas
Discernimiento vocacional
Ofrecimiento para las misiones
El viaje a las Indias
Buenos Aires y Córdoba
Destino a Chile
El cruce de la cordillera
Santiago de Chile
Concepción, la capital del sur
La guerra defensiva y los mártires de Elicura
El magisterio
Un recorrido por misiones de indios
La teología cordobesa
Destino al río Uruguay
Una carta del santo
La Reducción de San Nicolás
La Reducción del Yjuhí
Sus Compañeros en el Caaró
El martirio de Roque
El martirio de Alfonso
El martirio de Juan
La glorificación
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San Juan del Castillo
Fiesta: 16 de noviembre
Es el único santo canonizado que haya vivido en Chile. Como estudiante jesuita estuvo
en Santiago y ejerció el magisterio por tres años en la ciudad de Concepción.
Nacimiento y patria
Nace en Belmonte, España, el día 14 de septiembre de 1596. Sus padres, Alonso del
Castillo y María Rodríguez se cuentan entre las personas importantes y adineradas de
la ciudad. Una semana después recibe el sacramento del bautismo en la Colegiata de la
villa. Por ser el primogénito recibe el nombre del abuelo paterno.
Después de él, los padres tienen nueve hijos. Sus hermanas Juana, Jerónima y Jacinta
ingresan como religiosas de clausura en el convento de las Concepcionistas
franciscanas de Belmonte. Don Alonso, el padre, es el Corregidor de la villa.
Alumno de los jesuitas
Los padres de Juan se esmeran por formarlo muy cristianamente. Desde joven estudia
en el Colegio de la Compañía de Jesús en su ciudad natal.
El Colegio ha sido fundado por san Francisco de Borja. "El Señor sea servido de poner
gente de la Compañía, porque tengo particular esperanza de Belmonte". El Colegio
tiene m s de cuatrocientos alumnos, no sólo del pueblo, sino también de los lugares de
la comarca.
Uno de los maestros de Juan es el P. Diego de Boroa quien va a ser más tarde su
compañero de misión en las Reducciones paraguayas.
Discernimiento vocacional
En el Colegio conoce y lee con gusto las cartas de San Francisco Javier, el gran apóstol
de la Compañía de Jesús. A través de esas cartas y bajo la dirección de los jesuitas
hace su discernimiento vocacional.
Después estudia derecho en la Universidad de Alcalá, un año, para dar gusto a sus
padres.
El 21 de marzo de 1614 ingresa a la Compañía de Jesús, en el Noviciado de Madrid. El
P. Boroa dice: "Se ejercitaba en los oficios más humildes y trabajosos de la Compañía,
de cocinero, panadero y hortelano".
Ofrecimiento para las misiones
Después del noviciado y sus votos religiosos de pobreza, castidad y obediencia, Juan
es destinado al Colegio de Huete para iniciar los estudios de filosofía. Es otro Colegio
también fundado por el incansable San Francisco de Borja.
Recién iniciado el curso de 1616, escucha allí al Procurador del Paraguay y Chile, el P.
Juan de Viana, quien tiene la misión de llevar refuerzos a las Indias de occidente. El
padre Procurador pondera la abundancia de la mies americana, las penas y fatigas de
los misioneros y señala la esperanza de un martirio. Juan se ofrece. Logra de sus
superiores que se le cambie su destino al Perú por el más duro de Chile y Paraguay. Es
aceptado.
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El viaje a las Indias
El 2 de noviembre de 1616 inicia el viaje al continente americano en el gran puerto de
Lisboa.
A bordo traba amistad con el joven jesuita Alfonso Rodríguez, de Zamora, quien
también viaja en la misma expedición de misioneros. Tiene éste dos años menos, pero
los deseos son los mismos.
Buenos Aires y Córdoba
Entre mareos y tormentas, entre calmas y calores, llegan al puerto de Santa María de
los Buenos Aires, el 15 de febrero de 1617. Descansan unos días en el Colegio, los
necesarios para reponer las fuerzas. El Colegio es modesto, pero para los viajeros la
caridad de recibimiento los llena de consolación.
Desde Buenos Aires los dos estudiantes jesuitas viajan a la ciudad de Córdoba del
Tucumán, al Colegio Máximo, para terminar allí sus estudios de filosofía. Es un caminar
cansino, a través de la inmensa pampa argentina. La carga y los libros van en carretas
tiradas por bueyes y ellos montan a caballo.
Con su amigo Alfonso Rodríguez, Juan mira, asombrado, la inmensidad sin horizonte. A
veces, a lo lejos, observa, con algún entusiasmo y temor, a los indios pampas que
sienten invadido el territorio.
En la docta y universitaria ciudad de Córdoba, Juan del Castillo es un muchacho que no
pierde el tiempo. No se distingue mucho en los estudios. La salud no parece buena. El
duro clima de la ciudad lo agota m s de la cuenta. Tiene, por cierto, mejor éxito en los
cortos apostolados entre los pobres de la ciudad y sus alrededores.
En el silencio y la oración, se decide a trabajar en esta América que ya empieza a
querer.
Destino a Chile
En los finales de 1619, al terminar la filosofía, es destinado a la ciudad de Concepción,
en el vecino país de Chile. Es la experiencia de magisterio.
Tal vez influye en los superiores el hecho de que el otro lado de la cordillera tenga un
mejor clima. Juan ahí, sin duda, podrá reponerse.
Los informes de los superiores no lo favorecen. Las expresiones lacónicas poco dicen:
"Es mediano de inteligencia y también en la prudencia. La experiencia es poca. El
progreso en el estudio de filosofía es mediocre. Pero es capaz de enseñar gramática".
Eso último es suficiente para su magisterio en Chile, en el muy modesto Colegio de
Concepción.
Antes de viajar conversa muy largamente con el jesuita Alonso de Ovalle y Manzano. El
es nacido en Santiago de Chile y estudia ahora en la ciudad de Córdoba. Ovalle conoce
bien los paisajes, las costumbres y los habitantes de su país. Juan, a través de Alonso,
empieza a amar ese último rincón de la tierra.
Otro largo viaje. A caballo y en carretas, termina por atravesar la pampa. Está
contento. Puede decir que la conoce ahora casi entera.
Unos pocos días descansan los viajeros en la ciudad de Mendoza, en la Residencia y el
pequeño Colegio de la Compañía. Ya están en Chile, el cual comienza en la Provincias
de Cuyo. Pero Juan y los otros jesuitas que viajan a Santiago parecen impacientes por
continuar y atravesar la imponente cordillera.
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El cruce de la cordillera
El cruce de la gran cordillera de los Andes, lo hacen en mula y a pie, entre cuestas y
precipicios enormes. El sendero va por la ladera escarpada, tan estrecho que apenas
cabe la mula. Una de las bestias pisa mal y cae con su carga hacia el río que corre en
lo profundo. Es un ruido que aterroriza.
La admiración de Juan parece infinita. Sus ojos, incansables, recorren, uno a uno, los
paisajes. Agradece a Dios esas alturas con nieves eternas, esos saltos sonoros de las
cascadas, los ríos correntosos.
Al bajar de las cimas, empiezan los viajeros a recorrer el valle del río Aconcagua.
Algunos Padres del Colegio han venido a recibirlos. Juan se maravilla de los
campesinos tan tranquilos, de sus campos y los frutos. Será una hermosa experiencia
la del magisterio en Chile.
Santiago de Chile
Santiago, la capital de Chile, lo recibe sonriendo. El gran Colegio de San Miguel, tan
junto a la catedral, es ahora su casa. Los jesuitas chilenos insisten. Es necesario
descansar, conocer los alrededores y prepararse para el largo viaje al sur. El joven
jesuita no se cansa de agradecer a Dios por la caridad de sus hermanos.
Los jesuitas han llegado a Chile en 1593. Desde un comienzo educan en la capital y
son misioneros. Los indios mapuches son los preferidos. Los catequizan en los
alrededores y hacen excursiones hacia el sur. Aprenden la lengua y establecen
catequistas con el nombre de "fiscales" para asegurar el fruto.
Desde 1608 forman una Provincia independiente con jurisdicción en Chile, Buenos
Aires, Tucumán y el Paraguay. El provincial Padre Pedro de Torres Bollo vive en
Santiago, pero la Provincia tiene el nombre del Paraguay. El Noviciado, que estuvo en
los comienzos en Santiago, está ahora en la ciudad de Córdoba.
Ese mismo año se ha celebrado en Santiago la primera Congregaci¢n provincial. Los
jesuitas se muestran muy contentos con los resultados. Sus decretos son notables,
especialmente los referentes a los indios, a la abolición de la esclavitud, a la supresión
del servicio personal y al modo de evangelizar.
Juan escucha. Se admira de los inicios de las misiones en Arauco y Chiloé, en el
extremo sur. Se siente bien con esos nuevos amigos. Con los jesuitas jóvenes recorre
la ciudad y los alrededores.
Concepción, la capital del sur
Un mes después, poco más que menos, inicia su peregrinación al sur. Hasta la ciudad
de Concepción son otros 500 kilómetros. Lo normal es hacerlo a caballo y por etapas.
El camino es malo, pero no hay en ‚l el peligro de los indios en guerra. La lucha, entre
españoles y mapuches, se desarrolla al sur de Concepción.
La ciudad está junto al mar, en una tranquila bahía en el puerto de Penco. Es el
bastión ubicado en la frontera. Esta es la causa del por qué vive en ella el Gobernador
del Reino.
Concepción tiene un Colegio. Es muy reciente. Lo ha fundado el célebre jesuita P. Luis
de Valdivia hace seis años, en 1614.
La guerra defensiva y los mártires de Elicura
Al llegar Juan a su destino todo parece estar en calma. El excelente rector Padre Juan
Romero lo abraza con cariño. La primera misión, que da al recién llegado, es
descansar.
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Las veladas comunitarias son agradables. El clima, el suave murmullo del mar, los
lomajes siempre verdes, los ríos y la gente, ayudan a la paz y a la oración.
A los pocos días ya conoce con detalles la historia de los mártires de Elicura. Son tres
jesuitas que, por obediencia, se internaron en el país de los mapuches. La guerra
parecía haber terminado. Unicamente la guerra defensiva está permitida.
Ese fue el mejor logro y la gloria del P. Luis de Valdivia, el fundador del Colegio.
Los Padres Martín de Aranda Valdivia, Horacio Vecchi y el Hermano Diego de
Montalbán fueron elegidos para la difícil misión de predicar el Evangelio entre los
mapuches. El primero es chileno, el segundo italiano y el tercero, español o mejicano.
Los elige el Superior porque ellos se han distinguido como los mejores defensores de
los derechos del pueblo mapuche, de la mujer y de la paz. Los tres deciden entrar sin
armas, sólo con la cruz.
Martín ha nacido m s al sur, en Villarrica, a la sombra de un volcán que aún humea. Se
inició en la carrera de las armas casi siendo un niño.
En plena juventud, Martín asciende a capitán y el Virrey del Perú lo envía como
Corregidor de Riobamba en Ecuador. Los informes del soldado son, pues, excelentes.
En uno de sus viajes a Lima, por razones de su cargo, se decide a hacer los Ejercicios
espirituales del Fundador de los jesuitas. Después de terminarlos, ingresa a la
Compañía de Jesús en la ciudad de los Reyes. Martín tiene treinta y dos años. En Lima
también, recibe la ordenación sacerdotal. Martín regresa a Chile, en 1607, al crearse la
Provincia del Paraguay, separada de la del Perú.
Horacio Vecchi es un italiano que también llega a Chile en 1607. Es también sacerdote.
Diego de Montalbán es un soldado. Ingresa en la Compañía de Jesús en Chile. En la
hora de su muerte todavía es un novicio.
Juan del Castillo se impone del desenlace de esa misión por obediencia. Un cacique
descontento, Ancanamón, les ha dado muerte en el pequeño valle de Elicura, el 14 de
diciembre de 1612. La causa del martirio es de todos conocida. Martín de Aranda,
Horacio Vecchi y Diego de Montalbán defendían los derechos de dos mujeres
españolas, cautivas, que defendían su religión.
Los restos de esos mártires están en el Colegio. Juan los venera.
El magisterio
El célebre historiador jesuita P. Miguel de Olivares, acostumbrado a la objetividad de
los hechos, conoció a Juan del Castillo personalmente. De él son estas notas valiosas:
"Juan del Castillo se ocupó en el ejercicio de leer Gramática e instruir a la juventud en
buenas costumbres. También enseñó las primeras letras a los niños, teniendo a su
cargo la Escuela, con mucho cuidado, humildad y aprovechamiento. Entre los
muchachos que tuvo a su cargo fueron dos los más señalados: el hijo del Gobernador
Alonso de Rivera, y el del Maestre de campo Alvaro Núñez de Pineda. Como lo veían
todos tan modesto y virtuoso, le tenían gran respeto y estimación".
El Gobernador Alonso de Rivera es ahora el campeón de la guerra ofensiva. La muerte
de los jesuitas en Elicura es el argumento que esgrime para fomentar la lucha. Los
jesuitas y Juan del Castillo forman al hijo con la esperanza de tiempos futuros, en pro
de la paz. Francisco Alvarez de Pineda, el hijo del Maestre de campo, muestra
excelentes condiciones en el escribir literario. Juan del Castillo lo cultiva con esmero.
Su célebre poema "El Cautiverio feliz" lo llevará a la gloria.
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Un recorrido por misiones de indios
De este Colegio de Concepción dependen las misiones entre mapuches de Arauco y
Buena Esperanza. Cuando llega la peste de la viruela y se ceba entre los indios, a Juan
le es permitido viajar al territorio de la misión. De rancho en rancho, por valles, cerros
y quebradas, recorre y ayuda a los enfermos con remedios y alimento. Es un iniciarse
que lo llena de gozo.
Otro verano acompaña a un misionero por la falda de la cordillera, hasta llegar al río
Maule, pasando por la ciudad de Chillán.
En Concepción Juan permanece casi tres años. El P. Olivares pone de relieve la
suavidad de su trato y el acendrado amor a la Virgen María.
Los informes, al término de la experiencia de magisterio, son mejores. El parecer de
mediano y mediocre se cambia por el de bueno. "Bueno en ingenio y juicio", y se
añade una nota sobre su "temperamento vivo". Los jesuitas del lado occidental de la
cordillera parecen captar mejor las condiciones de Juan.
La teología cordobesa
Terminado el magisterio en Chile, Juan del Castillo es destinado a teología.
Nuevamente debe pasar por Santiago, cruzar la cordillera, llegar a Mendoza y terminar
en la ciudad de Córdoba.
Su amigo, Alfonso Rodríguez se le ha adelantado. Con gozo conversan, interminables,
las experiencias recién pasadas. Juan del Castillo puede ahora entusiasmar al amigo
con las historias de los indios.
El calor de Córdoba lo agota. En los informes nuevamente hay una nota que no lo
favorece. Hace "muy medianamente" el último año de teología.
Recibe la ordenación sacerdotal el último día del mes de noviembre de 1625. La
primera misa la celebra en la octava de la Inmaculada.
Destino al río Uruguay
En 1626 Juan y su amigo Alfonso Rodríguez son destinados a las nuevas fundaciones
del río Uruguay.
Ha rogado a Dios, ha suplicado tanto a los superiores. En un momento ha tenido miedo
de que su débil salud pudiera ser un obstáculo. Se ha preparado, también, en el idioma
guaraní. Los tiempos libres cordobeses han sido para la lengua paraguaya. La vida
dura del misionero no le asusta.
El juicio del P. Diego de Boroa es excelente: "Su fervor es grande, su observancia es
completa. Su celo se manifiesta en el tesón por aprender la lengua guaraní. Su
afabilidad y mansedumbre entusiasman a todos. Es bondadoso, desprendido y puro,
amable de Dios y de los hombres".
Una carta del santo
En la Colegiata de Belmonte se conserva una carta de Juan a su padre Don Alonso.
"Con mucho deseo he querido este año recibir cartas suyas. Casi había perdido las
esperanzas por estar el puerto de Buenos Aires cerrado y el comercio de Lisboa tan
impedido.
De mis cosas le doy cuenta. En el mes de septiembre del año pasado de 1625 me
orden‚ de subdiácono y después de dos meses salí ordenado de sacerdote.
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Dije mi primera misa ocho días después de la fiesta de la Inmaculada. La ofrecí por Ud.
y por la señora, mi madre, como obligación tan debida. Muy a menudo ofrezco misas
por Uds. y mis abuelos, paternos y maternos. Mis estudios los acabaré dentro de
cuatro meses. Despee‚s subir‚ a las misiones de Paraguay, a trabajar y morir entre
ellos.
El portador de esta carta es el P. Gaspar Sobrino quien va a Roma como Procurador.
Me ha dado su palabra de que se verá con Ud. y que irá a Belmonte a sólo esto.
El año pasado le escribí acerca de mi hermano Melchor. Lo encomiendo muy de veras a
Nuestro Señor. Yo confío que Ud. lo gobierne con amor, que ése es el camino m s
ordinario por donde la gente moza se gobierna. Cuando Ud. me escriba le ruego me
avise cómo van mis hermanas, las monjas, y qué se determina sobre Diego, si quiere
ser de la Compañía. Muy en particular le ruego escribirme de cómo le va a mi hermana
Catalina con Pedro, su marido, y si tienen hijos. De todo me holgaré mucho.
Yo quisiera enviar los mejores regalos del mundo, pero esta tierra es tan pobre que
antes convida a pedir que a dar. De Córdoba 8 de marzo de 1626. Indigno hijo, Juan.
Post data. Hoy los superiores me han señalado para las misiones del Paraguay. Saldré
de aquí, el 13 de junio, para esta empresa de pelear con indios gentiles. Allí se me
ofrecerán muchas ocasiones de larga paciencia".
En la Reducción de San Nicolás
El P. Juan Bautista Ferrufino dice en el proceso:
"En la Reducción de San Nicolás, Juan se empleó en la educación católica de aquella
reciente cristiandad, con m s medro del pueblo que de su salud. Habiéndola perdido,
por esas cristianas ganancias, fue menester que la obediencia lo sacara a convalecer.
Pero apenas recobró las fuerzas, y juzgándolas inútiles para otras ocupaciones, quiso
consumirlas en su reducción más que en el ocio del retiro religioso. Volvió a San
Nicolás".
Es interesante el fragmento de la carta que conservamos del P. Juan del Castillo a su
antiguo profesor el P. Diego de Boroa.
"Nos consolamos harto al vernos por amor de Dios, Nuestro Señor, en partes tan
remotas y apartadas. Ambos nos acomodamos en la choza, con unos apartadizos de
caña. Con lo mismo está atajada la capilla, poco m s ancha que el altar.
En esta casita vivimos con mucha necesidad, porque el frío no tiene defensa. Era tanto
que nos quitaba el sueño. La comida es un poco de maíz cocido, o harina de mandioca
que comen los indios. El trabajar es de todo el día, sudando hasta podrir la camisa en
el cuerpo. El caminar, las más de las veces es a pie, por haberse muerto los caballos.
La enfermedad en nuestra Reducción es tan grande que las casas de los indios parecen
hospitales. Lo que más me aflige es no tener qué darles de comer, porque el mayor
regalo que puedo darme es una o dos espigas de maíz.
Es indecible cuánta virtud se necesita para catequizar a los indios. Yo tenía reunidas
cuarenta familias, cuando algunos salvajes empezaron a probar mi paciencia.
Por nada del mundo me apartar‚ del camino que debo seguir. Ojalá tuviera las virtudes
del P. González y entonces yo sería digno de apacentar este rebaño".
La Reducción del Yjuhí
Algunos caciques de las orillas del río Yjuhí, afluente oriental del Uruguay, ofrecen
construir casa y capilla para los misioneros.
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Continúa el testimonio del P. Ferrufino: "El Padre Roque lo eligió para la nueva
Reducción, y así los dos partieron a tomar la posesión en nombre de Jesucristo,
poniendo el título de su glorioso estandarte en las tierras de ¥ezú. El 15 de agosto de
1628, día de la Asunción de Nuestra Señora dan nombre a ese pueblo con el sacrificio
santo de la Misa".
El Padre Roque elige el sitio. El Padre Juan del Castillo, por decisión del superior, queda
en Yjuhí, solo, como padre, párroco y maestro.
Roque, el "Paí guazú", el Padre grande, entrega todos sus poderes al "Paí miní", el
Padre chico.
En octubre Roque y Alfonso siguen viaje para fundar, no muy lejos, otra misión en el
Caaró.
"Lo que allí pasó el P. Juan del Castillo en trabajos, por la ferocidad intratable de
aquella gente no acostumbrada a los preceptos evangélicos ni a las leyes humanas,
sólo lo creerá aquel que se sienta solo, sin consuelo y sin amigos".
Sus Compañeros en el Caaró
El 1 de noviembre, en el Caaró, Roque González levanta la cruz y bautiza a tres niños.
Consagra la Reducción a "Todos los Santos".
Desde ese día, hasta el quince, una gran parte de los caciques comarcanos visita a los
Padres Roque y Alfonso. Vienen a tratar los medios para establecerse en la Reducción.
Todo parece marchar muy bien.
Sin embargo el cacique principal de Yjuhí, llamado ¥ezú, se opone. Es una oposición
tenaz al plan del P. Roque. No tolera abandonar la hechicería, ni la poligamia, ni
convertirse al cristianismo.
¥ezú hace junta con los suyos en su poblado de Yjuhí y los persuade para eliminar a
los Padres. Así podrán ellos dejar la fe cristiana. Finge acatamiento.
Envía al cacique Caarupé y a otros dos indios al Caaró. La orden es matar a los Padres
Roque González y Alfonso Rodríguez.
El martirio de Roque
El cacique Caarupé y su gente asisten, el 15 de noviembre de 1628, a la misa y a la
ceremonia solemne de instalación de la campana.
El Padre Roque termina la santa misa. De rodillas da la acción de gracias. Un
muchacho paraná, entretanto, hace los agujeros en el mástil.
El Padre Roque sale de la capilla, sonríe y se inclina para dejar bien atado el badajo. Al
verlo en esa posición, Caarupé hace una señal al indio Maranguá. Este descarga sobre
la cabeza del Padre un golpe con el itaizá, o hacha de piedra. La muerte es
instantánea.
El martirio de Alfonso
El joven paraná, horrorizado, corre a donde está el P. Alfonso Rodríguez que se
prepara a su vez para la misa. Al ruido y alboroto, ya está en la puerta de la iglesia.
Sólo alcanza a decir: "¿Qué han hecho, hijos, qué hacen?".
A golpes de itaizá le deshacen el cráneo. Cae muerto en la misma puerta de su
querida capilla. El muchacho paraná monta en su caballo veloz y huye a Candelaria.
Caarupé vuelve hacia el cadáver de Roque. A golpes de itaizá le destruye la cara. Los
dos cuerpos son introducidos en la iglesia. Destruyen y roban.
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La imagen de la Virgen, la Conquistadora, queda en jirones, el cáliz en pedazos, el
misal destruido y el crucifijo roto. Después Caarupé pone fuego a la casa y a la iglesia.
Un cacique, amigo de los padres, protesta. También él es muerto a golpes de itaizá.
Todo es quemado.
Después, dos emisarios, en veloz carrera, se dirigen a Yhují a dar la noticia al gran jefe
¥ezú. Caarupé y sus indios van hacia la Reducción Candelaria para matar a los otros
jesuitas.
El martirio de Juan
Después del martirio de los Padres Roque González y Alfonso Rodríguez en la
Reducción de Todos los Santos en el Caaró, los caciques seguidores de ¥ezú se
presentan, al día siguiente, en la Reducción de la Asunción de Yjuhí.
Son las tres de la tarde. Juan está a la puerta de su choza rezando el breviario. ¿Qué
te dice el libro? le preguntan. Juan contesta: "Nada, estoy rezando". Ellos dicen: "Aquí
te traemos a estos indios forasteros para que les des anzuelos".
La narración de los hechos pertenece a un testigo presencial, Pablo Arayú. La hace con
juramento:
"Preguntado si se halló presente cuando echaron mano y prendieron al Padre,
respondió que sí. Preguntado si se halló presente cuando lo mataron, respondió que sí,
que vio cuando lo arrastraron y lo mataron en el lodazal.
El Padre estaba matriculando a un cacique llamado Chetihagu‚ y su gente y les di
anzuelos y alfileres. Después el viejo cacique Quarabí mandó a un cacique, llamado
Araguirá, que embistiera al Padre. Él lo hizo. Lo abrazó por la espalda y le torció los
brazos. Así lo arrastraron hacia el bosque. Le rasgaron la ropa, sólo dejaron una media
y las mangas en los brazos.
Un indio, llamado Mirungá, lo derribó en tierra. Le pusieron dos cuerdas en las
muñecas y lo arrastraron por el bosque. Desconcertaron un brazo. Otro indio, llamado
Tacandá, con una maza de piedra lo golpeó varias veces en el vientre. Lo siguieron
arrastrando, hasta un lodazal. Iba todo desgarrado, hecho sangre.
Allí le destrozaron con una piedra grande la cabeza. Después quebraron los huesos y lo
dejaron diciendo: déjenlo para que se lo coman los tigres. El no estuvo con los que
quemaron el cuerpo, cuando volvieron en la mañana siguiente.
Preguntado de lo que hizo y dijo el Padre cuando lo prendieron y mataron, respondió:
Cuando le echaron mano, hizo fuerza por soltarse. Dijo: Hijos, ¿qué pasa, qué es esto?
Mientras lo tenían asido, llamó a los amigos en su favor. Cuando lo arrastraban le oyó
decir: ¡Ay, Jesús! Y otras palabras en su lengua que no entendió. Cuando le rompían la
ropa pedía que se la sacaran poco a poco.
Después entraron en su casa e iglesia. Repartieron entre ellos las cosas pequeñas. Los
ornamentos sagrados se los llevaron a ¥ezú".
Esta narración concuerda con la de otros cinco testigos con juramento, todos
presentes.
La glorificación
Juan repartió su vida jesuita casi por igual: tres años en España, seis en Córdoba del
Tucumán en dos etapas iguales, tres en Chile y casi tres en Uruguay.
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Los procesos de su causa se iniciaron pronto. En Asunción, Buenos Aires y Corrientes.
Los decretos del papa Urbano VIII les impidieron avanzar. La supresión de la Compañía
de Jesús casi los pone en el olvido.
En este siglo, el P. Francisco Ginebra, en Santiago de Chile, retoma la Causa.
Juan del Castillo fue beatificado en Roma por el papa Pío XI el día 28 de enero de 1934
junto a sus compañeros Roque González y Alfonso Rodríguez.
El papa Juan Pablo II decidió efectuar la canonización de los "tres santos mártires",
solemnemente, en Asunción del Paraguay, cuna de las Reducciones jesuitas. La
ceremonia con inmenso gentío tuvo lugar el día 16 de mayo de 1988.
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SANTOS JESUITAS
Colección
. San Ignacio de Loyola
. San Francisco Javier
. San Estanislao de Kostka
. San Francisco de Borja
. San Luis Gonzaga
. San Edmundo Campion
. San Alexander Briant
. San Pedro Canisio
. San Pablo Miki
San Juan Soan
San Diego Kisai
. San Roberto Southwell
. San Enrique Walpole
. San Claudio La Colombière
. San Alonso Rodríguez
. San Pedro Claver
. San Roberto Belarmino
. San Juan Ogilvie
. San Bernardino Realino
. San Juan Berchmans
. San Nicolás Owen
. San Roque González
San Alfonso Rodríguez
. San Juan del Castillo
. San Juan Francisco Régis
. San Isaac Jogues
. San René Goupil
San Juan de La Lande
. San Juan de Brébeuf
. San Antonio Daniel
San Gabriel Lalement
. San Carlos Garnier
San Natal Chabanel
Distribuye:
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Alonso Ovalle 1480
Casilla 597 - Tel‚fono 6984868
Santiago de Chile.
Nihil Obstat
Imprimi Potest
Guillermo Marshall Silva, S.J.
Provincial de la Compañía de Jesús en Chile
Santiago, 30 de marzo de 1995
Imprimatur
Sergio Valech Aldunate
Vicario General de Santiago de Chile
Santiago, 3 de abril de 1995
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