Testimonios de amor y agradecimiento

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Testimonios de amor y agradecimiento
S
on innumerables. Publicamos ahora los de algunas personas más
conocidas. En el próximo número de Carta a las Iglesias publicaremos
testimonios de Jayaque y las Palmas, de estudiantes y becarios.
Comenzamos con una larga carta del director del IDHUCA y terminamos
con unas palabras de la doctora Miny Ester Romero.
Carta de Benjamín Cuéllar
Querido Dino:
El pasado miércoles te sepultaron. Esa noche estuvimos Rodolfo, Jon, Carlos y yo en la YSUCA. Ese Carlos, al
menos a mí, me tendió una emboscada de emociones al poner al aire –de entrada– tu voz un poquito cansada, pero
enormemente apreciada y agradecida, sobre todo con este tu pueblo. En el ya legendario pero siempre novedoso
“Hablemos claro”, el original, tuvimos chance de hablar sobre tu vida; perdón, más bien sobre la vida que nos diste a
quienes neceamos acá en la UCA y la que le diste a tu gente en El Salvador. Porque a eso te dedicaste durante las más
de dos décadas que te metiste a hacer el bien entre nuestra pobrería. Habrá quienes digan que no es políticamente
correcto usar esa palabra, pues hoy se acostumbra decir “población en condiciones de vulnerabilidad”; pero aunque
incomode, para mí esa resulta ser la más adecuada al referirme a la población que recibió la bendición divina de
tenerte a su servicio. Pobrería es, sin más, el “conjunto de pobres” y conjunto es, también sin más, el “agregado de
varias personas o cosas”.
A esa suma de gente te entregaste entero, sin regateo alguno, porque entre su sufrimiento encontraste o reafirmaste
la “clave” de tu vida. Al menos eso fue lo que dijiste literalmente cuando, generoso como siempre, nos grabaste el
testimonio que hoy se añade a los de monseñor Romero, Ellacu, Nacho, Segundo, María Julia y otros que tantas
gentes buenas nos transmitieron. Eso fue lo que, de tu boca, escuchamos la noche del pasado miércoles en la YSUCA.
“En este campo –aseguraste– uno tropieza con los pobres y las víctimas. Para mí ha sido central y clave. Ha sido la
clave para comprender muchas cosas, de descifrar muchas mentiras y medias mentiras sobre la Iglesia y la realidad.
Ha sido la puerta hacia la luz”. Expresaste eso con toda naturalidad y con ello sólo confirmaste, mi querido Dino, la
razón de ser de quien pretende servir en serio a las mayorías populares.
Cuando escuché esas palabras, de golpe y porrazo te imaginé como te conocí siempre. Sin necesidad de tener
un cargo público o un nombramiento eclesial para hacer el bien. En tus palabras de gringo bien nacido, nacidas del
andar entre este nuestro pueblo crucificado, dejaste claro que “ese encuentro de situaciones de vida y muerte sacude
a uno. Y estoy convencido, ¿no?, de que eso es el camino futuro para humanizar a todos los otros”. Mejor, imposible.
Ni el dinero ni los títulos, ni las investiduras ni las ambiciones vanas humanizan. Para hacer el bien como lo hiciste
siempre, no es necesario nada de ello. Ese es el legado que nos dejás y por el que siempre estarás presente, abajo y
adentro de El Salvador.
En ese “Hablemos claro” con la grata y comprometedora compañía de dos personajes de tu altura, Jon y Rodolfo,
aproveché para contar la última plática que tuvimos en tu oficina. Era raro que yo te visitara, pese a ser vecinos bien
cercanos dentro de la UCA. Lo normal era que vinieras a verme a la mía, en el IDHUCA. Nunca para pedirme algo
para vos; siempre para ocupar nuestros servicios en bien de tu gente en Las Palmas, en Jayaque o en cualquier otro
lugar donde a cántaros derramabas bondad.
Ese día, no me acuerdo si fue 24 o 25 de mayo, te pedí que me recibieras y lo hiciste de inmediato. Te vi más
delgado y eso es decir bastante. Ya estabas mal y creo que aún no sabías qué enfermedad te estaba minando el
cuerpo, aunque no el alma. Eso sí, habías suspendido un viaje que tenías a España. Te busqué porque una querida
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madre doliente como tantas otras en este tu país, con hijos e hijas que desaparecieron de manera forzada o murieron
en medio de la barbarie para que esta realidad cambiara de verdad, necesitaba tu ayuda.
Ella vivió en Las Palmas antes de la guerra y yo la conocí en esa época. Luchadora, entregada como ninguna,
ahora debía salir del país porque la estaban “renteando”. Sí, extorsionado como a tantas víctimas de ese flagelo,
independientemente de que las “autoridades” digan que lo han disminuido. Ni la represión gubernamental que tanto
la golpeó en aquellos años hizo que esta buena mujer saliera del país. Pero hoy, veinte años después de una falsa
paz, le tocó intentar lo que nunca quiso hacer antes: huír. Pero requería, entre otras cosas, la carta de un cura que la
conociera. Te la pedí y tu respuesta me molestó en principio. Me la negaste, porque no la conocías. Estaba a punto
de despedirme, Dino, cuando me dijiste que la trajera para conocerla y hacerle la carta. Eso se llama ser recto;
“plomada”, dicen. Ese fuiste y serás siempre para quienes tuvimos la dicha de conocerte y quererte.
Pero además de ser recto y correcto, eras despistado. Al punto que te equivocaste cuando leíste en un diario la
esquela por la muerte de Roberto Cuéllar. Fuiste creyendo que era mi papá y rezaste ante su ataúd sin saber que, en
este país, hay otra familia Cuéllar con el padre que se llamaba así y dos hijos cuyos nombres son Roberto y Benjamín,
igual que en la nuestra. Así que te echaste dos responsos para un muerto que no era, al menos la primera vez, quien
creías; porque también estuviste solidario y tierno, hace diez años, ante mi padre fallecido.
Bueno, querido Dino, te dejo. No te digo que descansés en paz porque, conociéndote, nunca estarás en paz
mientras tu pueblo sufra tanto como ahora. Un fuerte abrazo y seguí con toda tu gente que tanto te quiere. Mincho.
Jesús Sariego, Provincial de los jesuitas. Siempre de complexión delgada en su cuerpo, Dean era un hombre
grande en su fe y amor a Jesucristo. Se entregaba con generosidad a las personas para las que trabajaba, a sus
alumnos, a los universitarios norteamericanos de la Casa de la Solidaridad a quienes acompañaba, a los hermanos
jesuitas con quienes vivió. De un modo especial, profesó un hondo amor a los pobres a quienes siempre buscó y trató
de acercarse con humildad colaboradora. En los Estados Unidos y en Centroamérica, día a día seguía las dificultades
del mundo entero con gran cercanía a través de los medios de comunicación y vibraba con el sufrimiento de los más
sencillos. En medio de los dolores de su enfermedad, siempre nos solicitaba orar más por los enfermos pobres que
por él. Era en verdad un hombre bienaventurado por misericordioso y compasivo.
José María Castillo, teólogo que enseñó en la UCA. Dean nos ha dejado más cerca de Dios. Porque nos ha
dejado más cerca de los pobres y del sufrimiento humano. Dean ha sido bendición siempre, pero sobre todo en este
final, tan duro, pero tan profundamente humano. Y por eso tan profundamente divino
Martha Zechmeister, religiosa austríaca, profesora y compañera de Dean en teología. Nunca antes he sentido
con tanta fuerza que mi sitio es entre ustedeS en El Salvador. No soy tan santa que no lloro por Dean. Pero al mismo
tiempo me siento sumamente agradecida por la gracia de haber sido compañera de tal compañero de Jesús.
James P. McGovern, congresista de Estados Unidos. Para nosotros en los Estados Unidos, Dean era un puente
entre dos mundos. Cuando los seis jesuitas y dos mujeres fueron asesinados en la UCA en Noviembre 1989, Dean
dio inmediatamente un paso al frente para ofrecer sus talentos, su pasión y su vida a la comunidad universitaria y al
pueblo salvadoreño. Con este acto, él también se ofreció al pueblo norteamericano. El era nuestra ancla y nuestra
conciencia, no solamente para la comunidad de fe, sino también para todos nosotros en América que compartimos
su amor por el pueblo salvadoreño y que permanecemos comprometidos con sus esperanzas y sus luchas. Dean se
convirtió en nuestro puente de solidaridad, nuestro compromiso con la justicia, la fe y el amor.
Dean pedía a quienes encontraba en los Estados Unidos que vinieran a conocer El Salvador de primera mano –
estudiantes, religiosos, miembros del Congreso, reporteros, ciudadanos ordinarios. El les diría, “El Salvador romperá
su corazón y después lo sanará de nuevo”. Durante mis muchos viajes a El Salvador, su entusiasmo, su inteligencia,
su humor y pasión mantuvieron mi espíritu en alto, mi mente enfocada, y mi corazón comprometido. La vida nunca
fue aburrida alrededor de Dean.
Dean se une a Monseñor Oscar Romero, a mis amigos los mártires jesuitas, a las cuatro religiosas norteamericanas,
y a tantos salvadoreños como una antorcha de integridad y esperanza. El estará siempre “presente” en nuestras vidas
y en nuestro trabajo. Era un hombre bueno y bello. Lo extrañaré.
Medardo Gómez, obispo de la Iglesia Luterana. Dean fue un gran amigo, y muy ecuménico. Especialmente
cercano a un matrimonio de Jayaque, Francisco Carrillo y Jesús Calzada de Carrillo, marido y mujer, ambos pastores
comprometidos que murieron asesinados. Dean fue muy solidario con nosotros.
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Luis Armando González, durante muchos años director del CIDAI de la UCA. Dean quiso a este país y a su
gente de manera incondicional. Se trató de un querer natural, no forzado ni artificial, como si siempre hubiera estado
entre nosotros. Fue parte de una oleada de jesuitas inteligentes y buenos que se hicieron cargo del desafío de apoyar
a la UCA y al pueblo salvadoreños tras el asesinato de los jesuitas.
Noris Ramírez, viuda de Miguel Cavada, su hija América y su hijo Felipe. En estos momentos en que las
palabras nos rebasan, les comunico nuestra solidarida y pésame por la partida del Padre Dean. Y como no me puedo
atrever a decir que Dios lo reciba sino con la fe de que únicamente se nos ha adelantado y se encuentra en mejor
lugar. Un abrazo fraterno,
Rev. Miguel Tomás Castro, Pastor de la Iglesia Bautista Emmanuel. Se hace conflicto en el corazón la
experiencia de separarnos físicamente de un amigo, de un hermano, en este caso de Dean, un hombre noble,
generoso, fraterno y sobre todo fiel testigo del Evangelio del Reino de Dios. Perdemos en su ausencia un hombre
ejemplar, de extraordinaria calidad humana, pero celebramos en la certeza y en la esperanza de la Resurreción su
presencia en el Casa del Padre y en la comunión de las santas y los santos.
Marina Cruz, cocinera de la comunidad de los jesuitas en Santa Tecla. Le vi muchas veces cuando venía a
trabajar y a reuniones. Y al final cuando estaba enfermo. Era un hombre amoroso, sincero, cariñoso, con un corazón
tan grande y tan humanitario. Dejaba de descansar para atender a la gente que él quería, los pobres. Era sacrificado
de su descanso y de las comidas. De enfermo, rezaba, ya sabía que iba a morir. Comía todo lo que le daba y no quería
desperdiciar nada porque decía que otra gente lo necesitaba. Lo quiero recodar siempre así de sonriente y alegre.
Ulrike Purrer Guardado, alemana, de la Iglesia luterana, que fue estudiante de teología en la UCA. Antes
de llegar a El Salvador en 2002 visité la comunidad jesuita de San Diego y allí me hablaban de un tal profesor Dean,
famoso por su personalidad tan especial. Después, en la vigilia de noviembre ya le encontré en El Salvador en medio
de un montón de gente humilde y muy agradecida con él. Sus clases de antropología me encantaban. Nos hizo reír
con sus palabras: “Compañeros, abróchense el cinturón”. A sí mismo se calificó de “su servidor”. En el año 2003 me
tocó escribir un pequeño trabajo sobre “María – un desafío luterano”, y tuve conversaciones muy ricas con él. ¡Qué
regalo tan especial ha sido su presencia en El Salvador para tantos estudiantes de la UCA y tantas personas en las
comunidades! Realmente debemos darle gracias a Dios.
Patricia Montalvo, becaria. Aun me pregunto, cómo Dios cruzó mi camino con el del Padre Dean, pero es así.
Hay milagros que simplemente Dios los realiza. Soy una de las semillas que el plantó. Parece que el creía hasta en
el mas testarudo de sus alumnos, ya que era la única opción de enseñarnos a usar una de las herrramientas que el
campesino deja de lado, los libros. Nos regaba con amor, con una lluvia de sabiduría, no se desprendió hasta que
veía nuestras raíces fuertes y completamente arraigadas de la tierra. Creía en nosotros y nos ha transformado, ha
incluido en nuestras familias horizontes nuevos, cosechas de médicos, abogados, periodistas. Debe ser increíble para
Jesús abrazar al Padre Dean después de ver el trabajo que realizó y cómo ayudó a su pueblo a multiplicar los talentos
hasta de el mas humilde y despreciado, por ser pobre, por ser campesino. Ahora seguimos siendo pobres, pero no de
corazón. Y seguimos siendo campesinos y servimos a nuestros hermanos, con orgullo y amor, como solo él lo supo
hacer y disfrutar, como el nos enseño. Gracias Padre Dean.
Cardenal Keith Patrick O’Brien, arzobispo St Andrews y Edinburgo.
Muchas gracias por comunicarnos la hermosa muerte de Dean. Ha debido ser una tarea conmovedora ayudar a
Dean a prepararse a su encuentro con el buen Dios. Qué hermosa muerte la suya, acompañado de tanta gente que
lo quería. Pudo arreglar tantas cosas que llevaba entre manos.
Recuerdo con qué cariño me atendió cuando estuve en San Salvador en aquel maravilloso XX aniversario del
asesinato de los seis jesuitas. Qué momentos tan maravillosos debieron ser estas celebraciones en su vida. Entra la
tristeza de esos asesinatos, muchas cosas buenas han ocurrido desde entonces. Lo mismo ha ocurrido con la muerte
y resurrección de Dean a una nueva vida.
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En San Francisco, CA.
Doctora Miny Ester Romero
Mi Burito
Qué difícil empezar a escribir sobre mi Burito. Se me vienen muchos recuerdos a la mente. Sobre todo momentos
gratos y algunos en los que me tocó hacer de “teóloga” como él me decía.
Durante estos últimos 6 meses, aparte del teólogo y sacerdote, tuve la bendición de conocer a la persona, un ser
maravilloso, transparente en todo el sentido de la palabra; viviendo como nuestro Señor Jesús, acompañando a los
pobres no solo en sus problemas y necesidades, sino viviendo de manera más parecida a ellos:
Cuando viajamos a San Francisco, el Padre Dean llevaba en su maleta 2 pantalones y 7 camisas, algunas ya muy
gastadas, algunos libros y la computadora. Al regresar yo a El Salvador fui a su habitación para enviarle más ropa y
me encontré únicamente con dos camisetas raídas, una camisa de vestir y un pantalón en su armario. Nada más.
Wow. Me quedé impresionada. Mi Burito había llevado TODO lo que tenía, y como decía él, “no necesitaba nada más”.
Todo este tiempo fue una lucha constante. Peleaba contra el cáncer y con la avalancha de sentimientos internos,
y todo esto produjo, como dicen las Escrituras, “que el oro se purificara en el crisol”. Y nuestro Señor Jesús lo estaba
preparando para continuar la misión ya en su reino.
Tres días antes de su llamada al Padre tuvimos esta conversación:
-
P.. Dean: Me falta poco... y me van a olvidar.
-
Miny: No, mi Burito.
-
P. Dean: ¿Cómo sabes?
-
Miny: Porque usted. vive en nuestros corazones.
-
P. Dean: ¿Por cuánto tiempo?
-
Miny: For ever!!
Y se quedó tranquilo.
No puedo escribir sin que el llanto me invada, lágrimas por la partida del amigo y lágrimas de consuelo porque ya
no sufre, porque el ORO se purificó y hoy está sonriendo plenamente junto al Padre.
Mi Burito, I love you so much... for ever.
Miny Romero
El Padre Dean y la doctora Miny iban a almorzar con frecuencia a Chevy’s, un sencillo restaurante de comida
mexicana cerca de la UCA. Un día Dean pidió un “burrito vegetariano”, pero no lo pronunció bien y dijo un
“burito”. Desde entonces Miny le llamó “my burito”.
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