EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. LA NUEVA IMAGEN DE DIOS. SECULARIZACIÓN Y FUTURO DEL HOMBRE EN LA TIERRA Tras dilucidar ciertos equívocos que suelen cometerse al hablar --con excesiva facilidad-- de «secularización», el autor puede plantear, en su justo alcance, el problema de la nueva imagen de Dios que el cristianismo está descubriendo. No se trata de hacer apologética, contraponiendo un nuevo concepto de Dios a una interpretación secularista, sino que se parte, más bien, de una situación personal del cristiano que realiza, también él, la revolución cultural. Rastreando, desde ahí, las posibilidades de una vivencia de Dios realmente integrada en la nueva cultura, Schillebeeckx nos habla de una secularización de la fe, en sentido teológico. Y delimitado, a su vez, el significado de esta fe en un mundo secular, puede mostrarnos lo que el nuevo planteamiento religioso tiene que decir al hombre de hoy en su angustia existencial ante un futuro que es su propia obra. HEt nieuwe Godsbeeld, secularisatie en politiek, Tidjschrift voor Theologie, 8 (1968) 44-66 Nota previa sobre el término "secularización" Se habla hoy mucho de un mundo "secularizado". Pero hay peligro, si no se matizan bien los términos, de caer en un nuevo tipo de dogmatismo. Sociólogos e historiadores han empezado así, con razón, a criticar el contenido de esta expresión, pues en ella se mezclan lo sociológico y lo teológico. La "secularización", en efecto, expresa un fenómeno complejo, cuyo núcleo es el cambio radical que se ha operado en la relación del hombre con su mundo y con su ámbito comunitario. Este cambio afecta también a la religión, pero sólo indirectamente: es decir, en la medida en que nuestra imagen de Dios y nuestro modo de vivir religioso quedan determinados por la imagen que nos formamos del hombre y del mundo. Ya que la esencial dimensión social de la religión hace que ésta sea afectada por las mutaciones que la sociedad experimenta en la historia. En la actualidad, la ciencia y la planificación tecnológica asumen de forma creciente la dirección y edificación del mundo y el desarrollo del bienestar de todos los pueblos. De ahí que la mirada del hombre tienda cada vez más al futuro, entendido como tarea, a diferencia de lo que sucedía en época pretérita (preindustrial y precientífica), cuando su atención se centraba en el pasado. Así, mientras las ciencias del espíritu se esfuerzan por actualizar dicho pasado - interpretándolo-, las ciencias de la naturaleza planifican la sociedad y lanzan al hombre hacia el porvenir. Actualmente, pues, la religión ha de insertarse en una cultura orientada hacia el futuro. Y ha de aceptar un mundo científicotécnico que realiza unas funciones que son las que la Iglesia ejercía en la sociedad de antaño. La cultura de entonces dejaba al hombre en situación de impotencia ante el mundo y lo intramundano, y Dios -esperanza del hombre religioso- tenia que ser visto como un seguro en los sectores intramundanos que escapaban al dominio del hombre. Ahora, en cambio, cuando el hombre se siente cada vez más dueño del cosmos, ya no se puede seguir apelando a Dios como sustitutivo -en lo terreno- de nuestra impotencia. Este aspecto de la situación actual puede llamarse, con justicia, "secularización". EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. Pero cabe el peligro de generalizar, identificando una visión de Dios y de la religión, ligada a una cultura ya superada, con la esencia misma de la religión. Hacer esto supone una falta ideológica muy considerable: se pasa de una apreciación sociológica. a un juicio teológico que, por lo mismo, resulta ciertamente injusto. Se habla entonces de secularización sin matizar que ésta no es más que un aspecto del fenómeno moderno; y se concluye, sin más, que el mundo se encamina hacia un futuro sin Dios y que la Iglesia y la religión pueden ser ya borradas de la historia. Se hace esto, por lo demás, creyendo basarse en análisis sociológicos, siendo así que la sociología muestra, por el contrario, que la secularización es sólo un aspecto del cambio cultural y constata nuevas formas de vivencia religiosa, que no son residuo de culturas pasadas, sino claramente otros patrones de religiosidad, en el seno de la nueva cultura. Si no se tiene esto en cuenta, la secularización se convierte en un concepto pseudocientífico, que puede ser fácilmente usado al servicio de cualquier ideología. Un error semejante se ha cometido, por ejemplo, con respecto al término "nueva cultura": se la ha querido denominar, sin más, anticultura por los muchos elementos que contiene de subordinación a una "razón científica omnipotente". Bajo este aspecto es cierto que la necesidad de racionalización amenaza con convertir al hombre y al futuro en una "cosa". De ahí la fuerte réplica de la juventud -en sus más diversos movimientos y manifestaciones- que se ve amenazada humanamente en su futuro. La actual revolución cultural -que quiere construir su futuro- no puede identificarse con un optimismo ingenuo. Hoy, la cuestión ya no es: ¿qué ha sucedido con el hombre?, sino ¿qué va a suceder con él? Y el peligro real ya no es el de una "huida del mundo", sino el de un "huir del futuro". Sin embargo, esta nuestra adolescencia cultural - abandono del nido caliente del pasado, para andar el propio camino y hacernos el futuro - no puede ser tildada, sin más, de anticultura. Hacer esto sería tan injusto como aquel generalizar, sin matices, el término de "secularización". Sólo a un aspecto del cambio radical de la conciencia religiosa -en el creyente que pretende vivir en la nueva cultura- se le puede llamar secularización. Emplear la expresión "Dios ha muerto" para definir el fenómeno del mundo moderno no es sólo científicamente incorrecto, sino que supone entrar en contradicción con esta misma secularización de la que se pretende deducir dicho enunciado. "Dios ha muerto" es la expresión más claramente nosecular que se puede encontrar en los secularistas: ni se puede verificar empíricamente, ni deja de ser una cuestión tan metafísica como la implicada en la expresión "Dios existe". Ya nos hemos referido, por lo demás, a la existencia -sociológicamente comprobada- de hombres religiosos, testigos de la nueva vivencia de Dios. LA NUEVA CULTURA Y EL NUEVO CONCEPTO DE DIOS La cultura como "ocasión" de la nueva imagen de Dios Para expresarse y para vivir, la religión se inserta en el medio en que vive. En la actualidad, el nuevo concepto de Dios estará, pues, determinado -en su expresión, contenido y presupuestos- por la cultura moderna, orientada dinámicamente hacia el futuro. La esperanza será principio y meta. Dios no podrá ser ya un sustitutivo y la fe aspirará a una formulación más concorde con la nueva temática cultural circundante. EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. ¿Qué elementos destacarán en este nuevo concepto de Dios? Si antes proyectábamos la imagen de Dios hacia el pasado - la eternidad era algo así como un pasado eternizado-, ahora Dios será, ante todo, el Dios de nuestro futuro. El "totalmente otro" aparece ahora como el "totalmente nuevo": Él es siempre "el que viene". Se muestra como el Dios que, en Jesucristo, nos da la posibilidad de hacer futuro, es decir, hacerlo todo nuevo y superar nuestra historia pecadora. Así, la nueva cultura es ocasión para redescubrir sorprendentemente el mensaje del AT y NT: que el Dios de la promesa nos da la misión de emprender el camino hacia la tierra prometida; una tierra que hemos de edificar nosotros sobre la confianza en la promesa. Este "nuevo" concepto escatológico de Dios está cambiando no sólo los tratados de teología, sino también - y a nivel más profundo- toda la vivencia cristiana. La legitimación de ésta y la verificación de nuestra fe -que no descansa, ciertamente, sobre lo empírico y objetivamente controlable, pero que ha de ser reconocida como existencialmente posible- se hacen realidad allí donde el cristiano muestre, en la práctica, que su esperanza es capaz de cambiar - ya ahora- la historia y el mundo. La fe en la promesa escatológica mostrará su autenticidad haciendo nueva la historia en que vive. Sólo así se manifiesta entre nosotros la verdad de Dios y la realidad de la salvación como futuro, que está siempre viniendo, de la humanidad. El compromiso de la fe: "hacer la verdad" Este concepto de Dios y de escatología incluye una critica a la visión y práctica. antiguas: quien cultural y religiosamente está orientado hacia el pasado corre el peligro de dejar el mundo como es, limitándose a interpretarlo en vez de esforzarse por cambiarlo. Mirando inmediatamente el futuro ultraterreno corre, asimismo, el riesgo de olvidar lo terreno. Es la crítica justa de Marx. El compromiso con el mundo y el cuidado por el hombre serán, pues, la hermenéutica o clave de interpretación de nuestra imagen de Dios: en la vida diaria y operante del creyente tendrá que quedar claro que el Dios "totalmente nuevo" es el Dios capaz de suscitar un futuro nuevo. Sólo desde ahí podemos volvernos hacia el pasado para reinterpretarlo: la imagen de Dios, correspondiente a una cultura anterior y entonces justificada, cae bajo la crítica del mismo "Dios de la promesa", que hemos redescubierto con ocasión de la nueva cultura. En el obrar cristiano, por lo demás, tendrá que aparecer -de modo indirecto- la identidad entre el nuevo concepto de Dios y el mensaje original cristiano; sin que esto suponga que el entender la fe se convierta en ideología. La hermenéutica de la misma praxis cristiana es, por ello, la base para una exacta interpretación de los textos de la Biblia o del Magisterio. La aportación propia de la esperanza escatológica al progreso humano interpreta, por ejemplo, el dogma del Reino de Dios, en el que no habrá lágrimas (1Pe 3,13): el blanco de nuestra esperanza encierra un contenido positivo -es positivo en su fuerza de sugestión-, pero es también una llamada poderosa a superar lo que nosotros hacemos de él, un mundo de guerras, de injusticia y de odio. El acontecimiento histórico de Jesús y la confirmación divina de su vida -como el Resucitado- es para nosotros, asimismo, estímulo e imagen: lo que esperamos en nuestro mundo futuro ha comenzado ya en Cristo. EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. A esta actitud comprometida se la llama en la Biblia "hacer la verdad". Con ello aparece un concepto de verdad distinto al occidental -tomado del helenismo-; un concepto vivo y dinámico. Así, en vez de pensar que Dios salva al hombre -a pesar de nuestra historia pecadora- como incrustando la salvación en una historia que seguirá siendo historia de condenación, hemos de insistir en que la fe -en virtud de la esperanza escatológica y gracias a la justificación de Dios- es responsable de que el mismo acontecer mundano se convierta en historia de salvación. En y por nuestra libertad - la fe nos libera- Dios quiere hacer de esta nuestra historia un acontecimiento salvífico. Por medio de la libertad humana, la gracia ha de poder cambiar -y no sólo interpretar- la historia. Y es por esto por lo que decíamos que la praxis es la que debe mostrar, indirectamente, la credibilidad de la promesa cristiana. El hombre está ya cansado de teorías y de palabras. Pero este "hacer la verdad" no sólo radicaliza nuestro compromiso por un mundo más humano, sino que a la vez relativiza todo resultado obtenido. El cristiano, que sabe de la promesa de plenitud, no podrá identificar ningún nuevo resultado con "el nuevo cielo y la nueva tierra" prometidos. Y también en esto se manifiesta la dinamicidad de la verdad cristiana: ésta deja una mayor abertura hacia el futuro que la ofrecida, por ejemplo, por el marxismo. Así, al cristiano le parece que es ideología llamar fin a lo que es un estadio. Hacia una secularnación en sentido teológico Se podrá objetar, contra lo anterior, que cometemos el mismo error que atacamos: el de identificar fe y cultura. No es esto, sin embargo, lo que hemos hecho. No se trata de oportunismo alguno, sino sólo de descubrir cómo debe "funcionar" la fe en una nueva cultura. Lo único que se pretende, pues, es evitar que el cristiano -que en cada época tiene que tematizar de nuevo su confesión de fe, de acuerdo con las culturas con las que de hecho dialoga- lleve una doble contabilidad: con la ciencia y la técnica, por una parte, como medios para realizar su misión, y con la fe, por otra, como un mundo fantástico. Objeciones como la anterior dan la impresión de que suponen una fe en estado puro. Como cristiano, sin embargo, creo que sólo podemos esperar alcanzar una fe más pura siempre dentro de nuestra cultura concreta. También las próximas generaciones tendrán que revisar nuestra forma de fe, pues no se trata de algo que haya de ser único para todo tiempo. Se podría también objetar: ese Dios que se llama "fuerza del futuro", ¿no es una nueva proyección del hombre? La respuesta es que tal objeción se refiere a toda religión e idea de Dios, mientras que aquí se trata sólo de ver cómo el creyente -para quien Dios no es proyección humana alguna- puede tematizar, en la nueva cultura, su confesión de fe. Desde esa nueva tematización podrá surgir de nuevo un diálogo fructuoso con ateísmo y secularización. Se podrá hablar, entonces, de una total secularización es decir, entendida ésta en sentido teológico, y no en el sentido pseudocristiano de rechazar (o, al menos. silenciar) toda realidad de Dios. Sin confundir sociología y teología, podremos hablar de secularización en sentido teológico y cristiano porque nuestra fe en Dios se hace "mundana": reconoce a Dios como presencia eficaz en la historia, en el hombre Jesús y en nuestros semejantes, que son una llamada concreta al amor de justicia para con todos. En esta secularización, por tanto, Dios no desaparece. No es tan asequible, ciertamente, como para aquella actitud EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. que reservaba parte del mundo a la actividad religiosa y otra parte a la mundana (esquizofrenia ésta desconocida para el auténtico cristiano). Pero sigue presente, viene a transir toda nuestra vida humana: se oculta en el hombre y en él -a cuyo servicio nos dispone- anticipa su venida. En el hombre es Dios "el que viene". Esta es, al fin y al cabo, la paradoja cristiana: seguimos las huellas del Dios que nos viene desde el futuro y, por ello mismo, somos nosotros los que podemos y debemos hacer nuestra propia historia. LO ESPECÍFICO DE LA APORTACIÓN CRISTIANA La "negatividad critica" como función de la fe Supuesto lo anterior, hemos de preguntarnos cómo se relaciona una semejante actitud cristiana, orientada hacia el futuro, con el objetivo humano de un mundo mejor. Es decir, ¿cuál es la aportación propia de nuestra fe dentro de la construcción del mundo y de la historia? Porque, ciertamente, no se puede tratar de una nueva "suplencia", como si Dios y la religión tuvieran que completar el objetivo de un futuro propio del hombre: ese Dios y esa religión han muerto ya. Pero, por otro lado, sigue siendo posible hablar de un mensaje propio de la fe dirigido a lo intramundano. Se trata de un cometido específico de la fe, al que podríamos llamar "negatividad critica" y que podría definirse como la fuerza positiva que presiona por conseguir un mundo mejor -el mundo de lo que Ricoeur llama le souhaitable humain- sin sacrificar al hombre. He ahí el ideal humano al que tan a menudo apelamos para condenar abusos contra la no realizada dignidad del hombre. El cristiano no sabe, ciertamente, de forma positiva, lo que este ideal humano supone en concreto y con pormenor. Pero no nos falta de él un conocimiento negativo: el hombre es capaz de ir reconociendo lo que no es humano. El creyente, por lo demás, sabe que no busca. en vano un ideal semejante: sabe que Dios se lo ha prometido en Cristo, no sólo como gracia, sino también como misión y tarea a realizar. De ahí que el cristiano no quiera pactar prematuramente con quienes pretenden haber alcanzado ya el futuro anhelado. La esperanza escatológica no es una espera inactiva, pero tampoco es autosalvación: el hombre no puede pretender alcanzar el futuro definitivo por sí mismo. El futuro sólo será humano, sólo traerá salvación, si es reconciliación en la gracia. Y, puesto que el pecado nos amenaza siempre, desde nosotros mismos, la salvación de la historia debe ser continuada hasta el fin de los tiempos: nunca nuestras realizaciones podrán agotar la realidad de la promesa; la responsabilidad que ésta trae consigo es siempre un quehacer. El redimido, con el "nuevo corazón" que se le ha dado, ha de ir redimiendo nuestra historia concreta. La fe, como instancia critica, juzga como ideología todo intento "izquierdista" de dar un nombre positivo y definitivo a lo digno-humano, al igual que recrimina -basada en la esperanza de la plenitud final- cualquier corriente "derechista" que absolutiza el "orden establecido" como si se tratara de una ordenación sancionada por el mismo Dios. Critica, asimismo, toda planificación puramente científico-técnica. que pretenda poder realizar un futuro pleno para la humanidad. Ciencia y técnica no pueden ser ignoradas, pero no hacen del hombre un buen hombre, no lo liberan. Más bien lo convierten en una cosa y, por ello, no pueden ofrecer un futuro realmente humano. EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. La fe cristiana, por su esencial carácter escatológico, es una toma de posición crítica. contra cualquier intento de reducir las posibilidades del hombre. Y esto, precisamente, al delatar toda pretensión de absolutizar lo alcanzado por el hombre. Podemos, pues, decir que en Cristo se ha hecho posible lo imposible: ¡"ser hombre es posible!", proclama la fe en el foro de lo intramundano. El hombre no puede renunciar a ser hombre. Porque el hombre ha sido redimido es posible para el hombre llegar a ser enteramente hombre. He ahí el sentido teológico de la secularización cristiana. La ineludible tensión cristiana En la práctica se ha de concluir que la fe implica una crítica social. En lo económico y en lo político ha de urgir el no detenernos, el no absolutizar los diversos estadios que puedan ir siendo alcanzados. En este sentido, su aportación a la mejora de la ciudad terrena, a la construcción de un mundo más humano -mediante el cuidado por los otrosconsiste en ejercer una fuerte presión para superar las limitaciones, en camino hacia un máximo humano indefinible que supera toda expectación humana. El que la aportación cristiana estribe en una negatividad crítica, basada en una esperanza positiva, no ha de ser infravalorado. La cuestión básica, en efecto, está en saber si aquel souhaitable humain puede ser fácilmente reconocido - cada vez de nuevo- sin una instancia crítica. ¿Y de dónde puede venir ésta sino de la fe en que Dios mismo es el futuro del hombre? Por lo demás, ¿se puede hablar de "inspiración cristiana positiva", al referirse -por ejemplo- a partidos políticos cristianos con miras a la ordenación político-social y económica de la sociedad? Si con ello se alude a la presión positiva ejercida por la fe urgiendo que lo humanamente imposible es en realidad posible-, no hay dificultad. Pero de no ser así se corre el riesgo de caer en un nuevo tipo de "ideología". No se pueden olvidar, ciertamente, los valores humanos adquiridos en la historia: lo que se ha reconocido positivamente como humano debe ser inspirador del futuro. Pero la defensa de lo ya adquirido puede frenar la búsqueda de lo todavía no alc anzado. Lo alcanzado está siempre -testigo de ello es la esperanza escatológica- bajo la medida del máximo alcanzable. Olvidar esto es desconocer a Dios, que es siempre el Dios de nuestro futuro. Y es también desconocer la secularización -en su sentido teológico-, que quiere hacer justicia a Dios en nuestra misma historia humana. El evangelio no ofrece directamente planes de acción social, política o económica. Nos interpela a todos a un compromiso radical por el hombre y la sociedad y a una crítica, en la fe, de la forma de convivencia que se da de hecho. En el futuro, los fieles - las Iglesias cristianas como tales, y mejor en unidad ecuménica- tendrán que insertarse más bien entre los hombres de buena voluntad que buscan los valores humanos, para ejercer desde ahí su crítica. social. No existe una antropología cristiana propia, y menos aún una política o sociología específicamente cristianas. en las que pueda basarse un partido confesional. Tomar posición en pro del hombre y la edificación de un mundo mejor -valiéndose de todos los medios científicos y técnicos-, por un lado; y por otro, criticar internamente sobre la base de la esperanza escatológica- todo logro humano que se pretenda definitivo y mutile al hombre mismo: he ahí el quehacer propio del cristiano. Sólo una tal función es específicamente religiosa, respetando, a la vez, la vida intramundana en EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P. sus múltiples aspectos. Y realiza, asimismo, la misión de la fe tipificada en Abraham : el cual, "por la fe... partió sin saber a dónde iba" (Heb 11,8). Los cristianos van despertándose a las exigencias de este nuevo concepto de Dios. Algunos llegan a la convicción de que la instancia crítica de la fe les lleva a medidas revolucionarias. Está surgiendo incluso una "teología de la revolución". Para evitar, con todo, que se convierta en una nueva "ideología", acaso sea mejor referirse a las implicaciones éticas de la colaboración activa -también de los cristianos- en una acción revolucionaria que se ha hecho prácticamente inevitable. Lo cual es esencialmente distinto de una teología de la revolución: en contraposición a la ética, la teología sólo puede ser una explicación de la gracia y de la salvación de Dios en Cristo; y también sin "teología" puede la revolución contar con los cristianos, cuando la injusticia es de tal naturaleza que apela intrínsecamente a la revolución, ya que no hay otro medio de combatirla. Mientras no estemos en el Reino prometido, será difícil cambiar una situación real de condenación sin "mancharse las manos". La esperanza cristiana y el papel de la Iglesia La fe en el Dios que viene, el compromiso radical por los semejantes y la "negatividad critica" se podrían resumir así: humanizar el mundo, pero hacia el éschaton. En este incisa se expresa lo que la fe ofrece al hombre ante la angustia existencial y ante la tentación de huir del futuro. Estos hechos solicitan una espiritualidad para el futuro. Y dicha espiritualidad tiene un núcleo de arraigada tradición cristiana en la llamada "mística de la noche oscura". El mundo futuro dejará al hombre mayor libertad de movimiento y, por ello, aislará y sobrecargará esa misma libertad. Esto crea un nuevo espacio, desconocido hasta ahora, para la confianza en Dios. No como "sustitutivo", sino como fuerza en virtud de la cual podremos lo imposible. La vida eclesial, con su liturgia sacramental y su anuncio de la Palabra, se presenta como necesaria para alimentar esa esperanza, celebrarla en comunión y luego llevarla al mundo. En virtud de ello, la Iglesia ejercerá en el mundo su crítica contra toda sociedad -de derechas o de izquierdas- que ignore la dinámica del souhaitable humain. Proclamando a Dios como futuro del hombre, la Iglesia no puede dejar que su misión se identifique con ayuda al desarrollo. El cristiano no se limita a ésta, sino que lleva el mensaje de Cristo. Si deja de lado dicho mensaje, lo único que hace es trasplantar problemas occidentales al Tercer Mundo. Pero si no ayuda de hecho, no sólo anuncia un mensaje indigno de fe sino que lo priva también del estimulo del Dios que viene para todos en nuestra historia. Brota de esto una nueva comprensión del ministerio del pastor en la Iglesia: firme en su autoridad doctrinal sobre la incolumidad del mensaje escatológico de Cristo, en su prudencia pastoral tendrá que ejercer la función critica con la comunidad y hacer oir proféticamente su esperanza escatológica, sin acepción de personas. También él se sabe en un mundo que se dirige al futuro y que ha de descubrir a Dios siempre de nuevo. Tradujo: ANDRÉS BARCALA Condensó: IGNACIO RIERA EDWARD SCHILLEBEECKX, O.P.