ÉTICA EMPRESARIAL Parece tarea compleja, a estas alturas, añadir algo nuevo a lo ya escrito sobre la ética en general y, más en particular, sobre la ética en los negocios. Tanto la sociedad como el mundo empresarial conocen las ventajas que reporta tener un comportamiento ético. Si bien es cierto, que una cosa es intentarlo (parecerlo) y, otra más difícil, serlo. Nadie dudaría en afirmar que la ética debe guiar nuestros actos, pues decir lo contrario parecería de una moral dudosa y a ninguna persona de bien le gustaría que le calificaran de inmoral. Hasta ahí, bien, pero cuando la ética, como concepto, se vincula a una empresa y no al individuo, parece que la cuestión se diluye, por parecernos una realidad más lejana y porque quizá tendemos a pensar que las organizaciones son entes independientes, sin alma, que actúan por sí mismas, de acuerdo a unas leyes que se nos escapan. Pues bien, dicho lo anterior, insistiremos en una idea que ya ha ocupado algunas páginas de este Boletín, y es que las personas son el principal activo de las empresas. Las personas son las que toman las decisiones que conducen a la empresa de tal o cual manera y hacia un sitio u otro muy diferente; las que hacen que las entidades se distingan como socialmente responsables o todo lo contrario. Para tomar decisiones es preciso que las personas que tienen responsabilidad en las organizaciones, tengan libertad, capacidad para poder elegir entre varias opciones posibles, sin presiones de ningún tipo. Si además, a los responsables, a los directivos, se les presupone la capacidad de tomar decisiones adecuadas, añadiremos otra condición más y es la de la responsabilidad. Solamente tomando decisiones responsables se puede tener la certeza de actuar con “justicia y equidad”, tomando conciencia de todas las partes y respetando a las personas y a los valores de la empresa. Recapitulemos y hagamos un repaso de las cualidades que, entonces, se le deben presuponer a un directivo que desee distinguirse por su comportamiento ético: responsabilidad, respeto, libertad, justicia, equidad… Gran parte de ellas quedan recogidas en el “Código ético y de conducta” de MAPFRE, vigente desde el año 2009, cuyo principal objetivo es reflejar los valores corporativos (Independencia, Actuación ética y socialmente responsable, Humanismo y Rigurosa separación entre actividades empresariales y actividades fundacionales) y los principios básicos que deben guiar la actuación de MAPFRE y de las personas que la integramos. Aunque no es imprescindible, sí es de gran trascendencia que las organizaciones den el paso de dejar constancia escrita sobre este tipo de cuestiones, y así eliminar cualquier resquicio de duda respecto a lo que se debe y no se debe hacer, respecto a lo que está permitido y aquello que no se tolerará bajo ninguna circunstancia. Tenemos libertad para actuar como creamos conveniente y justo, pero sin olvidar que formamos parte de una empresa basada en fuertes valores y sólidos principios, que nos anima a constantemente a practica el “vicio” de obrar bien. Como bien dice Fernando Savater, en Ética para Amador, “para lo único que sirve la ética es para intentar mejorarse a uno mismo”. ¿No es esto ya un motor en sí para impulsarnos a actuar bien?. Y si, además, en la búsqueda de nuestra mejora personal, contribuimos a mejorar nuestra organización, podremos darnos doblemente por satisfechos. Solamente el hecho de intentarlo ya merecerá la pena. FELIZ 2011 Centro de Formación de MAPFRE