SITUACIÓN D E L A FABULA DE PÍRAMO Y TISBE Según i n f o r m a Chacón, Góngora compuso l a Fabula de Píramo y Tisbe, en 1618, instado p o r unos amigos a que rematase el romance " D e T i s b e y Píramo q u i e r o " , comenzado por él catorce años antes, y abandonado tras escribir los primeros cuarenta y ocho versos . Esta fábula, de extensión semejante a l a d e l Polifemo —si b i e n en romance octosilábico—, i b a a ser l a última obra de envergadura que saliese de su p l u m a , y también la que mereció su mayor aprecio. L o s testimonios de tal predilección son concluyentes. P e l l i c e r afirma: " E n t r e las obras que más estimó en su v i d a D . L u i s de Góngora, según él me d i j o muchas veces, fue la p r i n c i p a l el romance de Piramo y Tisbe" . Pocos años después, otro amigo d e l poeta, Cristóbal de Salazar Mardones, decide escribir u n a Defensa e ilustración de la misma (1636) y, en l a dedicatoria al C o n d e de R i e l a , asegura que l a obra defendida e ilustrada fue " l a que más l i m a costó a su autor, y de la que hacía mayores estimaciones". E n otro lugar (fol. 8 r°), nos i n f o r m a de que d o n L u i s "repetía infinitas veces. . . de m e m o r i a este romance". Y el prologuista del l i b r o , A n t o n i o Cabreras (si b i e n su testimonio parece de segunda mano), repite: "[Esta obra], en la estimación de su dueño, fue l a que le llevó envuelta en su b u e n gusto la admiración" . 1 2 3 T a l preferencia n o ha sido considerada p o r l a crítica —aparte el esfuerzo de Salazar Mardones— hasta fecha reciente. L u c i e n - P a u l T h o m a s resumía así su j u i c i o sobre el poema: "Je ne puis que regretter q u ' u n auteur dont le génie est incontestable n'ait su tirer " N o pasó adelante con este romance [«De Tisbe y Píramo quiero»]. Y pidiéndole después, el año de 618, algunos amigos suyos que l e continuase, gustó más de hacer el que se sigue [«La ciudad de Babilonia»]" (ed. FoulchéDelbosc, t. 1, p. 245). 1 2 Lecciones solemnes, 1630, col. 775. R. J A M M E S , en sus importantes "Notes sur la Fábula de Píramo y Tisbe de Góngora", LNL, 55 (1961), núm. 1, pp. 1-47, se muestra reservado sobre el valor de esta preferencia, dado que, en u n manuscrito, al margen de u n romance gongorino de 1620, ha escrito u n contemporáneo: "Este Romance fue por quien dixo D o n L u i s de Góngora (preguntándole quál era el mexor Romance que auía hecho): —¡Víctor Hacéní" (p. 41). Sin embargo, la preferencia por esta fábula burlesca —aparte la calidad de los testimonios que la abonan— halla plausible apoyo en otras razones, como veremos. 3 FERNANDO LÁZARO CARRETER 464 NRFH, XV de cette touchante histoire q u ' u n rébus r i d i c u l e et absolument g r o tesque" . F u e Dámaso A l o n s o el p r i m e r o en plantearse como problema el porqué de aquella extraña preferencia: "¿Sería por ver en ella l a fórmula completa de su p r o p i o estilo? P o r q u e esa fábula es precisamente el p u n t o de l a poesía de Góngora donde se cortan más claramente los dos planos; tema serio tratado de u n modo que es serio y humorístico al mismo tiempo, composición con todas las complejidades de las Soledades y el Polifemo, más los donosos realces de romances y letrillas, o romance arreado con todos los recargamientos d e l Polifemo y el Panegírico" . E n términos parecidos se ha expresado después otro gongorista eminente, E m i l i o O r o z c o . P o r último, José María de Gossío, en su e x t r a o r d i n a r i o l i b r o sobre las Fábulas mitológicas en España (1952), afirma con resolución que la gongorina de Píramo y T i s b e es " l a composición más representativa del poeta cordobés"; y comenta que "frente a este texto, el del Polifemo parece l l a n o y sencillo". E l difícil y enigmático poema ha sido estudiado por A r t h u r T e r r y , en su artículo " A n i n t e r p r e t a r o n of Góngora's Fábula de Píramo y Tisbe" (BHS, 33, 1956, 202-217), l l e n o de penetrantes sugerencias que i n c i t a n , a veces, a l a discusión. Su esfuerzo se conduce a centrar l a fábula en las intenciones d e l autor, refiriéndolas, sobre todo, a l a doctrina vigente sobre los estilos, para resolver que Góngora n o intenta u n a mera yuxtaposición de rasgos nobles y bajos, sino que tiene u n a conciencia m u y nítida de l o que el decoro poético exige en cada caso. N u e s t r a interpretación seguirá, como veremos, otros derroteros, pero consideramos sumamente valiosa esta inserción de l a contradictoria fábula en l a retórica de los estilos. T e r r y percibe con claridad l a i m p o r t a n c i a de éste, al c o n c l u i r : " T h e n u m ber of Góngora's poems w h i c h receive regular study is s t i l l regrettably small a n d seems every reason why the Píramo y Tisbe should receive more general consideration". C o m o respondiendo a esta incitación, ha a c u d i d o últimamente R o b e r t Jammes con u n importante trabajo sobre el poema, que citamos en la nota 3. Ofrece en él u n texto m u y autorizado de la fábula, c o n variantes de otros manuscritos e impresos, acompañado de u n a traducción en prosa francesa y de m u y inteligentes notas, que desenmarañan b u e n a parte de las dificultades que ofrece l a obra. C i e r r a n el trabajo unas breves pero enjundiosas reflexiones sobre el 4 5 6 4 1909, L . P. p. THOMAS, Le lyrisme et la préciosité cultistes en Espagne, Halle-Paris, 149. "Temas gongorinos", RFE, 14 (1927), p. 366; recogido ahora en Estudios y ensayos gongorinos, Madrid, 1955, p. 308. Véase igualmente Góngora y el "Polifemo", 3^ ed., Madrid, 1960, p. 97. 5 6 Góngora, M a d r i d , 1953, pp. 204 ss. (La redacción del libro es anterior a 1950). N R F H , L A " F Á B U L A DE PÍRAMO Y XV 4&5 TOBE" sentido y el valor del romance. Particularmente aguda nos parece la demostración de su originalidad, b i e n alejada de l a parodia. Más débil encontramos l a explicación de l a mezcla de estilos, plausiblemente interpretada por T e r r y en el plano retórico; Jammes escribe, e n efecto, que " s i d o n L u i s évoque dans ses vers tant d'éléments n o n poétiques, o u antipoétiques a u x yeux des théoriciens de son temps, c'est que p o u r l u i ces éléments étaient en réalité poétiques, o u pouvaient le devenir, et q u ' i l fallait l e u r donner droit de cité dans l a poésie la plus raffinée". Estos dos trabajos, pues, j u n t o c o n las alusiones y valoraciones anteriormente citadas, r o m p e n felizmente el silencio que se mantuvo, en las polémicas gongorinas d e l x v n , en torno a l a fábula. T a l desc u i d o se debe, indudablemente, a que sólo se consideró como exponente fundamental d e l estilo de d o n L u i s l a línea señalada p o r los poemas "mayores". E l comentario que P e l l i c e r le dedicó es más leve que el reservado a las restantes obras, y hasta parece escrito de comp r o m i s o . E n cuanto a Salazar Mardones, cuya anotación ocupa casi cuatrocientas páginas, escribe m o v i d o , según confiesa, por l a cólera q u e le p r o d u j o u n a copla denigradora de l a fábula ; quizá h u b i e r a preferido enfrentarse con las Soledades: lástima que se le adelantaran Salcedo y P e l l i c e r . D e i g u a l m o d o , l a reivindicación de d o n L u i s en nuestro siglo se ha centrado casi exclusivamente en los poemas correspondientes a su estilo noble, por ser los más combatidos, pero que distan de ofrecer l a "fórmula c o m p l e t a " del gran lírico. C o m o Ortega y Gasset dijo, " e l culto Góngora tenía u n alma i n c u l t a , rústica, b á r b a r a " , y hay que atender a esta dualidad, máxime si, como he expuesto en otro l u g a r , inclinaciones caracterológicas le hacían moverse con mayor satisfacción en l a vertiente grotesca o satírica de su arte. Su alma, atraída simultáneamente por las más remotas cumbres y por las llanezas más triviales, se realizó a l a perfección en l a Fábula de Píramo y Tisbe; n i u n a palabra hay que m o d i f i c a r en l a precisa valoración que de ella hizo Dámaso A l o n s o . S i n embargo, la predilección d e l poeta, el hecho de que su redacción siga a la de los poemas "mayores", l a extraña fórmula que 7 8 9 10 11 Consta de 86 columnas, frente a las 350 que glosan el Polifemo. Tras el testimonio aludido más arriba, añade: " Y así, he determinado que vaya en este tomo primero de sus obras, con algunas observaciones mías" (col. 775). E l poema gongorino que estimaba más Pellicer era el Panegírico (cf. cols. 616-617). T a l vez la que recoge A d o l f o de Castro, BAE, t. 32, p. 525a: "Este romance compuso / el poeta Soledad, / en lo largo la ciudad, / Babilonia en lo confuso". Véanse las acusaciones de Salazar contra Pellicer, en A L F O N S O R E Y E S , "Pellicer en las cartas de sus contemporáneos" (1919), recogido en Obras completas, t. 7, México, 1958, pp. 141 y 143-144. "Góngora. 1627-1927", en sus Obras completas, t. 3, 1950, p. 584. 11 " P a r a una etopeya de Góngora", en el volumen de homenaje al profesor M a n u e l García Blanco, que actualmente imprime la Universidad de Salamanca. 7 8 9 1 0 FERNANDO LÁZARO CARRETER 466 N R F H , X V ofrece y, especialmente, e l q u e Góngora desdeñase los cuarenta y ocho versos escritos sobre e l tema en 1604 para empeñarse e n u n a o b r a de nueva planta, son cuestiones enormemente atractivas, cuyo pleno desarrollo habría de ocupar más espacio del d i s p o n i b l e aquí. H a b r e m o s de ceñirnos a u n esbozo de l o que, en su día, puede const i t u i r u n estudio de más amplias bases. D o n L u i s es el p r i m e r poeta español que expone burlescamente u n a fábula mitológica . Se trata de u n a innovación, entre las múltiples que acometió y, muchas veces, logró: e l destello de sus grandes poemas nos está i m p i d i e n d o v e r l a i n f i n i t a gama de sus tentativas poéticas, que esperan todavía inventario y valoración. Concretamente, esta novedad pasó p o r ensayos sucesivos, a p a r t i r de u n a m u y temprana inclinación de Góngora a l a visión chusca de los mitos, sobre todo si describían grandes pasiones de amor. A los veinte años alude con gestos de sumo desdén a Píramo y L e a n d r o : era completamente incapaz de sentir simpatía, y menos admiración, p o r sus proezas amatorias. P o r l o demás, tal incomprensión se inscribe en u n a m p l i o m o v i m i e n t o c u l t u r a l , e l Barroco, que representa casi siempre l a destrucción o l a más deformante refracción de los supuestos y prestigios renacentistas. L a imagen h a b i t u a l d e l barroquismo como remate fatal y culminación de las grandes líneas estéticas y culturales d e l R e n a c i m i e n t o puede, quizá, ser m a n t e n i d a si se refiere a los elementos materiales de las nuevas construcciones; pero n i su c o m b i n a t o r i a n i , p o r tanto, los ideales q u e l a dictan responden a los estímulos q u e f u e r o n eficaces a mediados d e l siglo x v i . Es verdad que n o existe u n a frontera impenetrable entre ambas edades; pero, sin duda, sus zonas de mayor espesura comienzan precisamente en l a obra gongorina. H a y poemas de d o n L u i s , como e l Polifemo, que acarrean u n a gran carga de materia renacentista; pero su barroquismo dista de ser sólo u n a cuestión de f o r m a ; obedece a u n a actitud m e n t a l nueva, originariamente idéntica a l a que preside u n a creación tan extraña como l a Fábula de Píramo y Tisbe. Podemos definirla como u n a objetivación del m i t o , como u n señoreo absoluto del tema sin q u e éste enajene a l autor, e l c u a l l o convierte en pretexto para ejercitar 12 13 Cf. Cossío, op. cit., pp. 517 ss. T E R R Y , art. cit., pp. 203-204, matiza esta afirmación de Cossío, sin quitarle por eso valor. Aduce luego e l hecho de que este tipo de deformaciones era frecuente en l a poesía inglesa del x v n , lo cual privaría a este hecho de su carácter típicamente barroco español (culterano, dice él). Si l a interpretación de u n fenómeno es posible sin rebasar los supuestos ideológicos de una cultura dada —como creemos que acontece con esta y las restantes innovaciones gongorinas—, resulta peligroso ponerlo en contacto con otros fenómenos alejados, que sólo a título de ilustración —como seguramente hace Terry— pueden aducirse. Recuérdense sus mordaces alusiones en "Ándeme yo caliente" (1581) y en "Llegó a una venta C u p i d o " (a. 1588). 1 2 1 3 NRFH, X V LA " F Á B U L A DE P Í R A M O Y 467 TISBE" sobre él u n a emoción de segundo grado, exclusivamente estética. Góngora fue el adalid de esta empresa destructora, desmixtificadora, de todo cuanto, m e d i o siglo antes, enajenaba al artista desde u n a fascinante lejanía; él realiza l a r u p t u r a sentimental con los prestigios antes dominantes, lo cual le permite emplearlos, a l a vez, como mero adorno o como cebo para el sarcasmo. Ilustrará cuanto decimos u n a rápida ojeada p o r varios momentos del tratamiento de l a fábula de T i s b e y Píramo en nuestra literatura. Sea el p r i m e r o l a traducción del De claris mulieribus de Boccaccio, p u b l i c a d a en 1494; l a exposición de la trágica historia concluye con u n largo epifonema: ¡Quién dexará de se adolescer e hauer manzilla de la tan cruel, tan sin sazón, tan descuidada e llamentable muerte destos donzeles! ¡Qué priessa de se atrauessar la leona entre tales dos mocos e acometer la desdicha de engañar tales ánimos e atreuerse el cuchillo a derramar sangre tan limpia e de su mesmo señor!... ¡Quán lezne resuala el que pone los pies en el camino del infierno! ¡quán dulce que sabe la mortal po^oña de amor, si no fuesse buelta con resalgar e veneno! ¡quán presto que da con vos en infierno.. . ! 14 Reconocemos en esta toma de postura, en las imprecaciones y reflexiones éticas, u n a actitud b i e n medieval. L a m i r a d a del autor carece de perspectiva; los hechos le cercan y, sin embargo, no l o i n c o r p o r a n : entre l a tragedia y sus propios sentimientos interpone u n p r i s m a que selecciona los aspectos morales de l a fábula, con lo cual se l i b e r a de los patéticos estímulos que de ella emanan. Las moralidades han desaparecido de l a p r i m e r a versión poética castellana de esta leyenda: La historia de Píramo y Tisbe, o r i g i n a l de Cristóbal de Castillejo (1528). T a l hecho sirve a Cossío (op. cit., p. 111) para negar el carácter medieval de esta versión: "Estamos. . . ante el p r i m e r ensayo de u n a sensibilidad realista y de u n gusto tradicional frente a u n tema mitológico, sentido ya con sentido distinto d e l medieval, alegórico y moralizador. L o esencial del nuevo estilo o, p o r mejor decir, de l a sensibilidad renacentista, es sentir la belleza e interés de l a fábula sin más razón que su belleza y su interés sustantivos, y a sabiendas de que el relato es i n d i g n o de crédito. . . Este paso dado por Castillejo. . . es c a p i t a l " . P o r nuestra parte, no nos atreveríamos a afirmar tan resueltamente el carácter renacentista de esta obra, ante la cual adopta el poeta posturas distintas en el remate de l a m i s m a y en l a dedicatoria a A n n a v o n Schaumburg. Efectivamente, al escribir l a fábula, el castizo poeta no parece haber salido de l o que podríamos l l a m a r u n a m e n t a l i d a d de cancionero. H a y , en el hecho m i s m o de tratar el m i t o en su totalidad, u n signo 1 4 De las ilustres mujeres, Zaragoza, 1494, pp. xvii-xix. Cito por la ed. facsímile de la R e a l Academia Española, M a d r i d , 1951. 468 FERNANDO LÁZARO CARRETER N R F H , X V de n u e v a época que nadie puede discutir. Pero l a seducción de su belleza n o justifica enteramente e l interés de Castillejo por l a fábula, según se desprende d e l a l u d i d o remate: No hay temor que no le prive el amor. E l peligro de l a vida, y a veces el de l a fama, al que bien de veras ama a más osar le convida. Si la llama está encendida del amor, también se quema el temor . 15 N o es ya el grave e imprecatorio epifonema que cierra l a traducción castellana de Boccaccio, sino u n a conclusión que expone e l viejo tópico c a n c i o n e r i l de cuánta sea l a fuerza del amor. Son, pues, ojos nuevos los que h a n contemplado l a bella historia de Píramo y T i s b e , pero l a h a n r e d u c i d o en seguida a u n sistema ideológico y estético cuatrocentista. Castillejo trató muchas veces e l tópico; así escribe, dirigiéndose a l A m o r : Tornóme siervo y vasallo de tu querer y poder sin darte que agradescer, pues aunque busco, no hallo otra cosa qu'escoger. Poner a tus demasías reparo n i defensión son ya muy vanas porfías, pues tengo visto que son tus fuereras sobre las m í a s . . . Y lo que recelo más y me pone turbación, porque sé tu condición, es que no me tomarás a muerte, sino a prisión. Mas haz tú lo que quisieres, que yo a merced te me doy y he de querer lo que quieres. N o mío, mas tuyo soy y he de ser lo que tú fueres . 16 Pero, a l a vez, n o vacila en arremeter contra e l abuso de tales hipér1 5 E d . de J . Domínguez Bordona, Clás. cast., t. 2, 1927, p. 203. Ibid., pp. 14 y 15. E n este entregarse sin resistencia a l amor ha hallado precisamente, una nota distintiva de nuestra poesía de cancionero, frente al petrarquismo; véase La trayectoria poética de Garcilaso, M a d r i d , 1948. p. 18. 1 6 R A F A E L LAPESA, N R F H , X V L A " F Á B U L A DE PÍRAMO Y TISBE" 469 boles, en su poema Contra los encarecimientos de las coplas españolas que tratan de amores, mostrando así u n gusto contradictorio; él quiere burlarse, dice (ed. cit., p p . 221 y 223), "de las trovas españolas", y de aquellos estremados que por estilo perfeto sacan del pecho secreto hondos amores penados. Son del cuento Garci-Sánchez y otros ciento muy gentiles caballeros, que por esos cancioneros echan sospiros al v i e n t o . . . Y de aquí debe venir que, contando sus pasiones, las más más comparaciones van a parar en morir; van de suerte que nunca salen de muerte o de perderse la vida; quitaldes esta guarida: no habrá copla que se acierte. Este tono de displicencia, de insatisfacción ante l o que él m i s m o cultivó, dicta l a dedicatoria de l a fábula, en que comenta socarronamente: "Simples fueron, a m i parecer, [Píramo y T i s b e ] en matarse así con el calor d e l amor y de l a edad; porque p u d i e r a n esperar a resfriarse y envejecerse, especialmente si v i n i e r a n a palacio y a A l e m a n a , como yo; pero q u i s i e r o n perder la v i d a a trueco de la f a m a " (ibid., p. 183). E r a u n argumento m a n i d o contra el a r d i m i e n t o del amor; en su n o m b r e , urgirá Sempronio a l a vieja el c u m p l i m i e n t o de sus planes (Celestina, acto III): " N i n g u n a llaga tanto se sintió q u e por luengo tiempo no aflojase su t o r m e n t o . . . ; todo es así, todo pasa desta manera, todo se olvida, todo queda atrás. Pues así será este a m o r de m i a m o " . Castillejo a d m i r a unas veces, y sonríe escéptico otras; pero se guarda b i e n de perder el respeto a las "locuras de a m o r " —así las llama—, como hará noventa años después Góngora. Es l a suya u n a obra de encrucijada, en l a cual los estímulos m i t o lógicos del R e n a c i m i e n t o se insertan en u n a conciencia que aún no h a salido del sistema de valores vigente a fines d e l siglo x v . Quizá acontezca otro tanto con Jorge de M o n t e m a y o r . Cossío (op. cit., p. 221) vacila en situar su Píramo y Tisbe en la confluencia de u n a línea tradicional y de u n a corriente italiana. S i n embargo, emergiendo de u n claro sustrato c a n c i o n e r i l , parece que su nuevo espíritu se declara en las q u i n t i l l a s finales, donde el poeta identifica sus propios sentimientos con los de Píramo, hasta el p u n t o de que en v i - 470 FERNANDO LÁZARO CARRETER N R F H , X V d i a su muerte, y estaría dispuesto a trocar su destino p o r el de los infelices amantes: Ved qué amada y qué amador, qué llaneza y desengaño: no sé cuál fue más extraño, o aquel principio de amor o este fin de tanto daño: mas viendo cómo mostraron lo mucho que se quisieron, yo tomara, según fueron, por amar como se amaron el morir como murieron. L a historia no es, pues, u n exemplum como para Castillejo, sino que se i n c o r p o r a simpáticamente al sentir del poeta, el cual canta enajenado aquellos preclaros sentimientos, sin interponer otros fines. E n esto hallamos el p r i n c i p a l síntoma renacentista: el m u n d o clásico deja de aludirse como documento, para ser realmente habitado por los artistas; el poeta no refiere o compara al m o d o trovadoresco (todavía Santillana, en el Soneto XIX, escribía: " E si m u r i e r e , m u e r a por su amor; / murió L e a n d r o en el mar por E r o : / partido es dulc~e al aflicto muerte"), sino que compadece con los héroes del m i t o o la leyenda. L l e g a a más: fuerza o i n v e n t a los datos de su p r o p i a circunstancia a l a m e d i d a de ilustres situaciones; Garcilaso, al encontrar —¿imaginativamente?— recuerdos de l a amada muerta, no canta " c o m o " D i d o el hallazgo de las dulces exuuiae, sino que se apropia literalmente l a voz de l a heroína para entonar su p r o p i o canto. Es ésta l a situación característica a lo largo d e l quinientos, que hará saltar l a p l u m a barroca de Góngora, con métodos sólo aparentemente irreductibles: l a conversión de lo antes v i v i d o en objeto ornamental —Polifemo—, o en pretexto cómico —"Arrojóse el mancebito"—; por ambos caminos, el gran poeta de l a nueva edad procede a u n desenajenamiento, esto es, a u n a r u p t u r a absolutamente revol u c i o n a r i a c o n los supuestos mentales y sentimentales del x v i . Góngora se sale de l a órbita renacentista para dar l u g a r a u n nuevo sistema poético, cuya o r i g i n a l i d a d , insisto, es algo m u c h o más prof u n d o que l a mera complicación de l a forma. Desde esta nueva conciencia —estimulada, según hemos dicho, p o r su incapacidad amatoria—, d o n L u i s se enfrenta, en 1589, con la fábula de H e r o y L e a n d r o . E l romance, de 96 versos, se inscribe en lo que ha solido llamarse el estilo " f á c i l " del cordobés; las alusiones cultas son mínimas ("el griego de los embustes", el ejército de jerjes, " n i n f a de V e s t a " , Venus, A m o r , M a r t e ) , y todo resulta transparente y claro. E l poeta que n o ha dejado en pie n i n g u n a de las míticas excelencias, ha q u e r i d o llevar su osadía al extremo de l a N R F H , X V L A " F Á B U L A DE P Í R A M O Y TISBE" 471 m á x i m a llaneza, haciendo accesibles, divulgándolas podríamos decir, las circunstancias de la antes remota y sublime historia. C l a r o que los únicos destinatarios posibles eran los doctos, a quienes entregaba l a fábula absolutamente degradada (el mancebito, el charco de los atunes, las pedorreras azules, el candil, l a tormenta vista como u n cólico de la noche. . .), y en u n a f o r m a t r i v i a l de romance, b i e n alejada de l a estructura s u b l i m e con que, en l a inmediata tradición poética, venían adobados tales temas. A los quince años de haber puesto en solfa l a "romántica" traged i a de L e a n d r o y H e r o , se dispone a hacer l o m i s m o con otra ilustre pareja: l a formada por los babilonios Píramo y T i s b e ; pero se desanimó d o n L u i s cuando sólo llevaba escritos 48 octosílabos, y n o había hecho más que describir someramente a la bella, con a l g u n a alusión a sus padres ("dulce, pero simple gente, / conserva de calabaza"). ¿Por qué abandonó el poeta su i n i c i a d o proyecto? A u n q u e son siempre peligrosas estas preguntas que abocan a u n a hipótesis, podemos imaginar que el breve c a m i n o recorrido no le dejaba satisfecho. C o m o en su p r i m e r a fábula burlesca, el estilo carece de escollos; sin embargo, e l tratamiento del tema perdía ahora desgarro y ganaba en respeto y atildamiento formal. Góngora escribe su romance para cantarlo a l son de u n a guitarra, y, tras u n rasgueo zumbón ( " N o sé quién f u e r o n sus padres, / mas b i e n sé cuál fue su p a t r i a ; / todos sabéis lo que yo, / y para introducción basta"), comienza el retrato de T i s b e , conforme a los tópicos consagrados p o r él en el estilo n o b l e : Era Tisbe una pintura hecha en lámina de plata, u n brinco de oro y cristal, de u n rubí y dos esmeraldas... Esta simple enumeración de metáforas se desarrolla después en versos q u e " i n f o r m a n " más c u m p l i d a m e n t e sobre el cabello, l a frente, los ojos, los labios, el cutis, los dientes de l a hermosa. C u a n d o parece q u e h a p e r d i d o el sendero de l o cómico, el poeta lo recobra en los veinte últimos versos, pero su tono es mesurado, nada semejante a los destructores zarpazos con que se ensañaba en el m i t o de H e r o y Leandro. L o breve del romance abandonado no permite juzgar con segur i d a d , pero se v i s l u m b r a l a indecisión d e l poeta, que n o alcanza a materializar su intención. Si n o yerro, ésta consistía, fundamentalmente, en tratar la fábula con sus habituales rasgos seductores, pero dentro de u n marco hilarante. E n l a de 1589, había cargado la m a n o en l o chocarrero; ahora va a intentar u n ponderado e q u i l i b r i o de especias suaves y ásperas, pero el pulso le falla. L o que va obteniendo 472 FERNANDO LÁZARO CARRETER N R F H , X V resulta poco intenso: u n a docena de coplas transparentes, n i cómicas n i graves, sólo pálidamente ingeniosas. Góngora alzó l a p l u m a , y dejó su intento para mejor ocasión. T r a s u n lapso de veintiún años, en 1610, el poeta vuelve a interesarse por los desventurados amores de H e r o y L e a n d r o . Había ciertos aspectos de su leyenda, previos a la catástrofe y no desarrollados en el romance de 1589, que se propone tratar. Chacón inform a : " E s el romance [«Arrojóse el mancebito»] segunda parte d e l pasado [«Aunque entiendo poco griego»]. Y aunque hizo D . L u i s aquél tanto después, fue para que éste se pudiese continuar con é l " . Efectivamente, a pesar del c a m b i o de r i m a , el engarce de ambos poemas es perfecto: L e a n d r o ha visto l u c i r el farol de H e r o , y exclam a enardecido: [1610] " A tus rayos me encomiendo, que si me ayudan tus rayos, mal podrá u n brazo de mar contrastar a mis dos brazos". Esto dijo, y repitiendo " H e r o y A m o r " , cual villano que a la carrera ligero solicita el rojo palio, [1589] arrojóse el mancebito al charco de los atunes, como si fuera el estrecho poco más de medio azumbre... Pero, si el tránsito argumental se realiza tan normalmente, asistimos a u n cambio r a d i c a l en l a resolución del tema. Continúa, sí, la visión degradante, pero ahora se entremezcla con descripciones exaltadas: en H e r o , crepúsculo era el cabello del día, entre oscuro y claro, rayos de una blanca frente, si hay marfil con negros rayos... E n los labios dividido se ríe u n clavel rosado, guarda-joyas de unas perlas que invidia el M a r Indiano. Góngora vuelca su prodigiosa cornucopia, a l a vez que abre l a gatera de las malicias; y presenta l a mezcla con las más sorprendentes formas de su sabiduría conceptista. E l conjunto es difícil e intenso; hay fragmentos de e x t r a o r d i n a r i a complicación y de deslumbrante ingenio. E l gran cordobés parece haber hallado l o que andaba buscando: u n a fórmula satisfactoria para resolver el p r o b l e m a de la NRFH, XV L A " F Á B U L A DE P Í R A M O Y TISBE" 473 fábula mitológica burlesca. Es, n i más n i menos, l a fórmula que habrá de u l t i m a r y consagrar definitivamente con su obra más querida, el Píramo y Tisbe de 1618. L o s hechos, tal como h a n quedado expuestos, plantean inexorablemente l a cuestión del proceso e v o l u t i v o que experimenta l a poesía gongorina. E l p u n t o de observación es aquí especialmente favorable: u n tema idéntico —dos momentos de u n a m i s m a narración— abordado p o r d o n L u i s a los veintiocho y a los cuarenta y nueve años. Las diferencias son enormes; l a sencillez del p r i m e r tratamiento deja paso a u n a extremada c o m p l e j i d a d en el segundo. ¿No nos hallamos ante el famoso y secular problema de las "dos épocas" de Góngora? Recordemos sus términos. A l d i f u n d i r s e las Soledades y el Polifemo, u n importante g r u p o de escritores y humanistas disiente del abigarrado estilo de ambas obras, que les parece apartarse de la trayectoria mantenida hasta entonces p o r el poeta; esta disensión se expresa, por unos, en términos discretos y hasta alentadores para el artista; otros, al contrario, l a manifiestan abierta y agriamente. Pero todos —en v i d a de Góngora o después de su muerte— dedican grandes elogios a la producción anterior, para apoyar en ellos los dardos q u e lanzan contra los poemas mayores. D e esta manera, en los orígenes mismos de l a polémica, se inserta, como pieza dialéctica fundamental, l a oposición entre dos estilos o épocas en el quehacer l i t e r a r i o d e l cordobés. Pedro de V a l e n c i a habla de su "antiguo estil o " ; Cáscales, de sus dos " p r i n c i p a d o s " ; Faría y Sousa, de " l o que escribió antes de aquel c a p r i c h o " , etc. E n t r e los defensores de Góngora se sintió l a necesidad de neutralizar este argumento, ya que, a sus ojos, resultaba imposible negarlo. D i j e r o n , por ejemplo, que d o n L u i s , "juzgando que l a opinión que tenía en todas las naciones era p o r obras no dignas por sí solas de v e n i a t a n t a . . . , quiso añadirse reputación más sólida y fama más elevada, b u s c a n d o u n r u m b o n u e v o para l a i n m o r t a l i d a d " ( P e l l i c e r ) . E r a u n a significativa explicación, que conviene m u c h o retener. L a hallamos también en Vázquez S i r u e l a : " M a s como su espíritu fuese tan generoso, n o p u diéndose contener en aquellos estrechos márgenes [los versos líricos de c a n t i d a d corta], d e s p u é s d e l a r g a y p r o f u n d a m e d i t a c i ó n rompió los canceles que él m i s m o se había impuesto, y s a l i ó c o n a q u e l l o s p a r t o s h e r o i c o s que, como adm i r a r o n a unos, ansí en otros causaron notable t u r b a c i ó n . . . y, como defendiendo su posesión antigua, v o l v i e r o n las lenguas y las plumas contra e l e s t i l o n u e v o d e d o n L u i s , desacreditándolo con el v u l g o " ; pero Vázquez S i r u e l a da u n paso más, que ha de tener, en nuestra época, importante resonancia en la polémica: "Cotejadas las unas y las otras [las obras de ambos estilos], apenas 17 17 Vida mayor, en la ed. Foulché-Delbosc, t. 3, pp. 300-301. 474 NRFH, X V FERNANDO LÁZARO CARRETER hay más diferencia que l a q u e se concibe entre e l arroyo q u e c o n las pocas aguas que bebió en su fuente, mientras está vecino a ella, corre apacible y claro, dejándose vadear de todos; y el mismo, cuando ya con caudal de r í o y acrecentado de fuerzas, fernet, immensusque fuit, como cantaba H o r a c i o de P i n d a r o " . L a división e n dos épocas halló a m p l i o eco hasta b i e n entrado nuestro siglò, y se buscaron diversas claves para interpretarla, q u e tenían en común el situar e l supuesto cambio fuera de u n a evolución i n t e r n a y progresiva d e l arte g o n g o r i n o : i n f l u j o de C a r r i l l o , i m i t a ción de poetas latinos e italianos, demencia d e l poeta, etc. L a acción rehabilitadora del gran lírico se presentó con u n a nota importante: en vez de justificar, como en e l x v n , l a d u a l i d a d de l a poesía de Góngora,Tos críticos se lanzaron, sencillamente, a negarla. A l f o n s o Reyes escribe, en 1920, que l a supuesta segunda manera "tiene tan lejanos comienzos, que acaso se c o n f u n d a con los primeros desarrollos interesantes de su p o e s í a " ; M i g u e l Artigas, en 1925, d i c t a m i n a con firmeza: " N o se habla ya, por fortuna, entre los críticos discretos, del tópico r i t u a l de las dos épocas. . . N o hay dos épocas" ; José M a ría de Cossio, tras apoyar su disidencia en Cañete, exclama: "Este afán simplista de artistas Janos, p r o p i a de críticos hemipléjicos, n o puede p r e v a l e c e r " ; y Dámaso A l o n s o , c o n su l i b r o , ya clásico, sobre l a lengua de Góngora, fundamenta científicamente estas opiniones. Sus conclusiones son tajantes: l a frontera entre e l estilo claro y el oscuro no es u n punto cronológicamente preciso; hay cultismos y dificultades antes de 1613, como hay transparencia y sencillez después de esa fecha; la única división aceptable sería l a de u n a vertiente "escépt i c a " y otra "entusiasta" en su producción, y ambas estarían afectadas de oscuridad y claridad. S u demostración es contundente: Góngora construye los poemas mayores con elementos formales que están ampliamente documentados desde su lírica más temprana. D e esté m o d o , en su obra no habría tránsito; a lo más —y a u n esto se concede con dificultad— u n a gradación: " L a división cronológica n o existe, lo más que se puede a d m i t i r es u n a gradación, aunque más exacto es pensar q u e las obras más características y censuradas (Soledades, Polifemo, Panegírico. . .) emergen de todas las otras, de las primeras y de las últimas, como l a espuma de u n m a r c o m ú n " . T o d a s las 1 8 19 20 21 22 Discurso sobre el estilo de D. Luis de Góngora, pubi, por Don Luis de Góngora y Argote, M a d r i d , 1925, pp. 384-385. 18 1 9 • M I G U E L ARTIGAS, "Necesidad de volver a los comentaristas", Obras completas, t. 7, p. 150. 2° Don Luis de Góngora y Argote, op. cit., p. 228. Prólogo a Romances de Góngora, Madrid, 1927, p. 8. La lengua poética de Góngora, Madrid, 1935, p. 40. Sin embargo, la idea 2 1 2 2 de una posible gradación no l a desecha nunca Dámaso Alonso: " U n estudio pormenorizado prueba que esos elementos [mitología, cultismos, hipérbatos...] se van acumulando a lo largo de su vida y llegan a l máximo hacia el momento del Polifemo y las Soledades. Ese hecho y l a longitud de esos poemas (que N R F H , X V L A " F Á B U L A DE PÍRAMO Y TISBE" 475 pruebas v i e n e n a coincidir, pues, en el hecho dé que e l poeta, en ningún momento de su vida, cambió súbitamente de orientación. D e esta manera, el maestro da sólido asiento a l a antigua apreciación de Vázquez Siruela ("apenas hay más diferencia que l a que se concibe entre el a r r o y o . . .", etc.). Y sin embargo, quizá merezcan alguna atención tanto los amigos como los adversarios de d o n L u i s que hablan de u n " r u m b o n u e v o " en su arte, y lo sitúan en el tiempo a l a a l t u r a de 1613; unos lo interpretan como aspiración a más altas empresas; otros, como errada ambición. E n c u a l q u i e r caso, la seguridad de que algo extraño se estaba produciendo en l a lírica gongorina fue unánime. Pienso que este hecho es por sí solo suficiente para n o a r r u m b a r por completo la vieja idea de las dos "maneras". A l testimonio de los contemporáneos debe añadirse el del propio poeta, que parece perfectamente consciente de l a importante novedad que a l u m b r a ; l a "segunda época" no fue u n a r d i d dialéctico, sino u n hecho presente en el espíritu de Góngora. L o prueba el cuidado, propagandístico diríamos hoy, con que rodeó l a difusión de sus grandes poemas, confiándolos en M a d r i d a u n corredor de prestigios —el famoso Andrés M e n d o z a — y poniéndolos en manos ilustres; y sobre todo, Varias afirmaciones que contiene l a célebre carta dé 1613 o 1614, las cuales proclaman l a r a d i c a l innovación en que se h a l l a c o m p r o m e t i d o : "Caso qué fuera error [el estilo de las Soledades], m e h o 1 g a r a d e h a b e r d a d o p r i n c i p i o a a l g o [. . . ] . E n dos maneras considero me ha sido honrosa esta poesía: si entendida de los doctos, c a u s a r m e h a auctoridad [ . . . ] . Demás que h o n r a me ha causado h a c e r m e e s c u r o a los ignorantes". Estas palabras a n u n c i a n , s i n l u g a r a dudas, l a decisión de u n nuevo empeñó, quizá tras u n a lenta revisión de sus propios hallazgos ("después de larga y p r o f u n d a m e d i t a c i ó n . . . " ) , v i v i d a por él con perfecta lucidez. L o cual parece u n suceso n o r m a l en c u a l q u i e r artista de larga v i d a productiva. H a y , p r i m e r o , u n penoso procesó de tanteos, de afirmación p a u l a t i n a tanto de lo que n o se es como de l o que se anhela ser; y hay, quizá inexorable, otro momento en que los tanteos —posiblemente nimbados ya por l a perfección— cuajan en u n sistema definitivo, a l que el poeta se adhiere^ y del que dará constante testimonio. L a "segunda m a n e r a " , si nuestra interpretación es cierta, resultaría de la seguridad que Góngora va a d q u i r i e n d o en la eficacia estética de sus hallazgos e invenciones. T a n t o los temas como los procedimientos expresivos ya existentes en su poesía anterior se someten a u n tratamiento m u c h o más consciente e intenso. Puede aumenta el efecto acumulativo) es lo que ha ocasionado la idea falsa dé dos épocas netamente divididas, y de u n cambio súbito de Góngora al empezar la segunda" (Góngora y el "Polifemo'% ed. cit., p. 92). FERNANDO LÁZARO CARRETER 47^ N R F H , X V situarse esta etapa de transición en u n extenso período que va, aproximadamente, de 1604 (fecha en que comienza y abandona el romance " D e T i s b e y Píramo quiero") a 1610 (año al que corresponde el romance " A u n q u e entiendo poco griego", cuyo estilo tanto difiere d e l de la p r i m e r a fábula de H e r o y L e a n d r o ) . P o r esta época, entra Góngora en u n a p l e n i t u d cuyo p r i m e r testimonio definitivo será la oda De la toma de Larache (1610), aunque la explosión de ataques y defensas sea desencadenada por el Polifemo y las Soledades, en 1613. H a y otro hecho que denuncia inequívocamente el " r u m b o nuev o " ; ahora d o n L u i s realiza u n esfuerzo ingente por alcanzar l a gloria del poema a m p l i o y majestuoso; l o notaron tanto sus adversarios como sus devotos. A los fragmentos de P e l l i c e r y Vázquez Siruela antes citados, añádanse éstos: " M u c h o tiempo ha que estimo. . . todas las cosas de v . m . , juzgando de sus poesías que se aventajan con exceso a todo lo m e j o r . . . Este m i s m o sentimiento tengo en las p o e s í a s de a r g u m e n t o s m á s g r a v e s e n q u e v. m . h a q u e r i d o h a c e r p r u e b a e s t o s d í a s " (Pedro de V a l e n c i a ) ; " E l estilo del señor d o n L u i s de Góngora en estas últimas obras. . . h a p a r e c i d o n u e v o e n n u e s t r a e d a d " (Díaz de R i vas) ; " D i g n o es v . m . de gran culpa, pues h a b i e n d o experimentado en tantos años cuan b i e n se le daban las burlas, q u i s o p a s a r s e a o t r a f a c u l t a d t a n t o m á s d i f í c i l y contraria a su naturaleza, donde ha p e r d i d o gran parte de l a opinión que los juguetes le a d q u i r i e r o n " ( J á u r e g u i ) , etc. L a índole de su fama —Pellicer l o explicó m u y b i e n — tenía insatisfecho a d o n L u i s , pero estaba d o m i n a d o p o r su inactividad c a r a c t e r o l o g í a , de la que sólo conseguía fácil evasión a través de los versos lozanos y mordaces. Frente a L o p e , glorioso en todos los géneros, él se sentía insignificante, y se sabía superior; cuando acabó de leer l a Dragontea (1598), su p l u m a d i o testimonio de ambas cosas (ed. Millé, son. LI, p. 553): 23 24 25 ¡Oh planeta gentil, del mundo Apeles, rompe mis ocios, por que el mundo vea que el Betis sabe usar de tus pinceles! Y estaba seguro de que su enemigo mayor era l a pereza: " A q u í —decía en M a d r i d — me i n c i t a n motivos para trabajar, y a dejar el ocio con que Córdoba me persuade" (Escrutinio, ed. Millé, p. 1294). Halló, por fin, fuerzas en su madurez para mostrarlas y extenderlas, n o sólo a l poema heroico sino —y con poco éxito— al teatro: notemos ^ E n la ed. Millé, p. 1140. Discursos apologéticos, ed. E U N I C E J O I N E R E l Colegio de México, 1960, pp. 177-178. Antídoto, en J O R D Á N D E U R R Í E S , Biografía M a d r i d , 1899, pp. 177-178. 3 2 4 25 GATES, Documentos gongorinos, y estudio critico de Jáuregui, N R F H , X V L A " F Á B U L A DE PÍRAMO Y TISBE" 477 q u e Las firmezas de Isabela fue escrita en la significativa fecha de 1610. Existe, pues, en l a actividad literaria de Góngora u n largo trecho caracterizado por u n a reelaboración intensificadora de temas y procedimientos muchas veces ya tratados por él; desde el punto de vista d e l estilo, se advierte en esta etapa cómo los rasgos más llamativos, q u e en l a etapa anterior aparecían con densidad variable, pasan a hacerse típicos por su concentración mayor y más frecuente. Se caracteriza igualmente este " n u e v o r u m b o " por l a extensión del interés de Góngora a nuevos géneros. E n suma, el poeta somete ahora todas sus potencias a u n a exigencia mayor. S i n embargo, no todo l o que sale de su p l u m a , tras l a experiencia decisiva de los grandes poemas, posee idéntico grado de dificultad; a veces, n i dificultad existe. Pero sí se advierte en tales poemas cómo Góngora escribe c o n mayor cautela y vigilancia. Su espíritu crítico se ha habituado a d o m i n a r continuamente y sin desmayos el torrente de l a elocuencia " i n s p i r a d a " ; l o que antes era esporádico, se hace ahora n o r m a . L o s poemas n o presentan nada que se haya escapado a su v i g i l a n c i a ; no serán siempre difíciles, pero llevarán siempre l a h u e l l a de su nacim i e n t o difícil y laborioso. E l reconocimiento de esta "segunda m a n e r a " dista, según creemos, de ser u n a cuestión bizantina. Su negación acarrea el peligro de ofrecer u n a imagen inmóvil del arte gongorino, a n i m a d a sólo por l a riqueza de los elementos que esgrimía y su portentosa a p t i t u d c o m b i n a t o r i a . C o n el temor que me produce disentir de eximios gongoristas, pienso que satisface más esta interpretación evolutiva. E n c u a l q u i e r caso, el hecho de que el p r o p i o poeta y sus lectores contemporáneos c o i n c i d a n en que se ha p r o d u c i d o u n cambio (progreso o regresión), n o puede ser absolutamente desdeñado. L a Fábula de Píramo y Tisbe reúne todos los caracteres que definen l a época plena de Góngora. A la l u z de nuestra interpretación, podemos comprender fácilmente por qué d o n L u i s , incitado p o r algunos amigos a c o n t i n u a r el romance " D e T i s b e y Píramo q u i e r o " , prefiriera volver a empezar. Posee ahora unos medios expresivos y u n sistema organizador de los mismos de que, literalmente, carecía en 1604; tras el romance " A u n q u e entiendo poco griego", q u e muestra ya a aquéllos en franca definición, ha pasado p o r la experiencia de los poemas heroicos. L a trágica historia de los amantes babilonios sigue, por otra parte, haciéndole guiños maliciosos, y siente, con seguridad, l a tentación de ensayar en ella su " m a n e r a " definitiva, conjugando el i m p u l s o de ancho aliento que aplicó al Polifemo, c o n su tendencia genial a abatir prestigios. Góngora emprende, pues, su última obra extensa. M u y escasos rastros d e l p l a n antiguo hallamos en l a obra definitiva. E l más visible es el m i s m o deseo de narrar por completo el 478 FERNANDO LÁZARO CARRETER N R F H , X V m i t o ; pero l o que es ahora logro fue entonces mero propósito. E n cambio, los realces y primores, que d o m i n a b a n en 1604, se f u n d e n con bestiales zarpazos en mezcla hilarante; así el retrato de l a bella, l i n d o en el romance p r i m i t i v o , es, e n " L a c i u d a d de B a b i l o n i a " , u n prodigio de belleza y sarcasmo. E l p r i m e r poema constaba de u n a introducción de ocho versos, que pasa a tener dieciséis en e l último; seguidamente, aquél i n i c i a b a e l citado retrato, mientras que, en l a fábula de 1618, antes de empezarlo, se alude, en 28 versos, a O v i d i o , al perpetuo l u t o del m o r a l , a l a fatídica p a r e d . . . E n e l estilo, el cambio es igualmente completo. E l tono desvaído de 1604 deja paso a ese alarde de concentración que es l a versión definitiva. L o s rasgos conceptistas, tenues antes, se hacen complicados y densos, hasta d i ficultar gravemente, muchas veces, l a intelección de " L a c i u d a d de B a b i l o n i a " . H e aquí enfrentados algunos pasajes homólogos: [1618] [1604] Su cabello eran sortijas, memorias de oro y del alma; su frente, el color bruñido que da el sol hiriendo el nácar; la alegría eran sus ojos, si no eran la esperanza que viste la primavera el día de mayor gala. Sus labios, l a grana fina, sus dientes, las perlas blancas, porque, como el oro en paño, guarden las perlas l a grana Terso marfil su esplendor, no sin modestia, interpuso entre las ondas de u n sol y la luz de dos carbunclos. U n rubí concede o niega, según alternar le plugo, entre veinte perlas netas, doce aljófares menudos . 26 L a pequeña T i s b e , conforme a l tópico h a b i t u a l en Góngora, era l a niña de los ojos de sus padres: Mas ¿qué mucho, si es l a niña, como quien no dice nada, alma de sus cuatro ojos, los ojos de sus dos almas? E n 1618 se ha borrado l a alusión a los padres; y T i s b e , ápice conceptista, es l a niña de los ojos de u n ciego: Ésta, pues, desde el glorioso umbral de su primer lustro, niña l a estimó el A m o r de los ojos que no tuvo. Adopto en esta estrofa l a lectura de Salazar Mardones, mejor que l a de Chacón. Cf. E. M . W I L S O N , " E l texto de la Fábula de Píramo y Tisbe, de Góngora", RFE, 22 (1935), p . 294. 2 6 N R F H , X V LA " F Á B U L A DE P Í R A M O Y TISBE" 479 M a y o r extensión, mayor concentración y, por tanto, aumentada dificultad, definen sin lugar a dudas u n a concepción estética distinta en el poeta. Se ha borrado el camino que, desde el romance de 1604, podía c o n d u c i r al de 1618; en cambio, el Hero y Leandro de 1610 presenta u n aire más f a m i l i a r con éste. P o r l o pronto, u n o de los mayores aciertos cómicos, la r e n u n c i a a todo intento arqueológico y la reducción de los héroes y sus circunstancias a u n n i v e l costumbrista contemporáneo, que en 1589 no se producían, y que en 1604 a p u n t a n c o n levísimos toques ("pocos años en chapines / con reverendas de dama"; "regalaban a Tisbica"), se dan, en " A u n q u e entiendo poco griego" y, por supuesto, en " L a c i u d a d de B a b i l o n i a " , con toda decisión. L e a n d r o es u n " v i r o t e de A m o r " , y Píramo será u n " c h u z o " de C u p i d o (en 1613, A c i s había sido definido, a lo noble, como u n "venablo de C u p i d o " ) . A m b o s son vistos como dos galancetes audaces, presumidos y algo jaques. L a densidad de conceptos es m u y superior en l a fábula de 1618, aunque en l a de 1610 hallamos ya a l g u n a experiencia que, en Píramo y Tisbe, será llevada a colmo; véanse, p o r ejemplo, cuatro aves, tomadas en u n a como término de comparación, y cuatro clases de seda adoptadas como metáforas sucesivas en l a otra: [1610] [1618] Pióla cual gorrión, cacareóla cuál gallo, arrullóla cual palomo, hízola rueda cual pavo. Su copetazo pelusa, si tafetán su testuzo, sus mejillas mucho raso, su bozo poco velludo. Pero ya sabemos que " L a ciudad de B a b i l o n i a " representa u n extrem o t e r m i n a l de u n a línea que pasa, sí, p o r el romance de 1610, mas también p o r el Poltfemo. T a n t o en este poema como en aquél, Góngora acomete la fábula mitológica extensamente desarrollada, desde los supuestos estilísticos de l a "segunda m a n e r a " . Q u i e r e ello decir que Píramo y Tisbe se ofrece al lector como el resultado de u n trabajo tenaz, sin vacíos de atención, d o m i n a d a en todas sus partes, en todas sus palabras, por la v o l u n t a d consciente d e l autor, el c u a l , en los moldes estrechos del octosílabo y de u n a r i m a nada fácil, a c u m u l a dilogías, equívocos, saberes, hermosuras y bellaquerías. E l cuadro, amplísimo, aparece rebosante de sustancia, sin los espacios descuidados o poco relevantes que se advierten en las fábulas burlescas anteriores. Góngora n o es ya sólo el escultor que i m p r i m e a l a mater i a unos rasgos definidores, sino también el orfebre que trabaja concienzudamente, en toda su extensión, l a enorme masa. C o m o las Soledades, como el Polifemo, no es l a Fábula de Píramo y Tisbe u n a o b r a que pueda ser vista con u n a m i r a d a totalizadora, sino con ojos escrutadores y minuciosos; u n a o b r a que, como Gracián quería, 48o FERNANDO LÁZARO CARRETER N R F H , X V ofrece a m p l i a posibilidad a que "se engolfe la atención", a que tenga en q u é cebarse la "comprehensión". D o n L u i s lanzó su Píramo —y Salazar Mardones no reparó en ello—, c o n u n gesto de reto, al centro de las disputas sobre su n u e v o estilo. Se le acusaba por entonces, como hemos dicho, de haber abandonado sus temas ligeros y burlescos, en los que nadie le discutía mérito, para abrazar la oscuridad. Góngora va a aliar ahora lo culto y l o cómico, y va a echar el difícil hueso a que l o roan sus enemigos. Apenas abierto el poema, escribe: L a ciudad de B a b i l o n i a . . . digno sujeto será de las orejas del vulgo; popular aplauso quiero: perdónenme sus tribunos. Salazar, ingenuo contumaz ante las intenciones de d o n L u i s , asegura que el autor " n o ignoró contenía dificultad a u n para los eruditos, pero que, con esta ironía y cautela, quiso engañar al vulgo, para que le aplaudiesen en l o dificultoso como en l o fácil" (fol. 11 r°). N o ha e n t e n d i d o el sarcasmo de e r i g i r B a b i l o n i a —símbolo de todo l o vituperable y confuso— en tema d i g n o del vulgo, y de solicitar disc u l p a a cuantos se amparan en él para combatirle. A h o r a va a dejarles inermes, va a disputarse con ellos el aplauso p o p u l a r . . . con u n poema tan difícil como las Soledades. T a m p o c o entiende el e r u d i t o comentarista la m a l i c i a de la tirada siguiente: Píramo fueron y Tisbe los que en verso hizo culto el licenciado Nasón... dejar el dulce candor lastimosamente oscuro al que túmulo de seda fue de los dos casquilucios moral que los hospedó. N o fue sólo, por tanto, l a sangre de los amantes l a culpable del ennegrecimiento de las moras, sino también el verso culto —y oscur o — c o n que O v i d i o narró l a fábula. ( N o olvidemos que Góngora apoyaba su p r o p i a oscuridad en el ejemplo de las Metamorfosis). T r a s hablar de l a niñez de T i s b e , y para dar tiempo a que la bella crezca, d o n L u i s a n u n c i a provocativamente que v a a retratar a los enamorados: E n el ínterin nos digan ios mal formados rasguños de los pinceles de u n ganso sus dos hermosos dibujos. NRFH, X V LA "FÁBULA DE PÍRAMO Y TISBE" 481 N u e v a desorientación de Salazar: " D i j o pinceles de ganso, prosiguiendo con su h u m i l d a d . . (fol. 25 r°). ¿Humilde, Góngora? C u a l q u i e r docto recordaba la b r o m a de V i r g i l i o (Égl. IX, 35-36): nam ñeque adhuc Vario uideor nec dicere Cinna digna, sed argutos inter strepere anser olores; Anser era también el n o m b r e de u n m a l poeta, r i v a l suyo. Pero tan "ganso" era Góngora como V i r g i l i o . Y el andaluz, a q u i e n se acusa de pésimo escritor p o r sus poemas recientes, se dispone a "demost r a r l o " con u n a acumulación de sus notas típicas: Libertad dice llorada el corvo suave luto de unas cejas, cuyos arcos no serenaron diluvios. Luciente cristal lascivo, la tez digo de su vulto, vaso era de claveles y de jazmines confusos. Arbitro de tantas flores lugar el olfato obtuvo en forma, no de nariz, sino de u n blanco almendruco... Creció deidad, creció invidia de u n sexo y otro. ¿Qué mucho que la fe erigiese aras a quien la emulación culto? D o n L u i s sigue atento a que n o pase inadvertida su intención a sus censores, y cuando la m u l a t a visita a Píramo c o n noticias de su amada, escribe que el mancebo calificarle sus pasas a fuer de aurora propuso, los críticos me perdonen si dijere con ligustros. Se trata de u n a de las estrofas más difíciles de l a fábula; si l a aduzco es sólo como testimonio de esa actitud refleja c o n que Góngora escribe Píramo y Tisbe; n o es que el poeta se b u r l e de sus propios procedimientos; a l contrario, se afirma en ellos, mofándose ahora de cuantos le a c r i m i n a b a n por su latinización d e l léxico. T r a s ligustros, seguirán rima 'grieta', diuturno, coluro, coturno, cleoneo, constituto, cuadrupedales, esculpió, tradujo 'atravesó, i n t r o d u j o ' , amatuntos, palor, venusto, áulico, inclusos, o metáforas tan recónditas como la de llamar a l a yerba esmeraldas de Muso, incomprensible para el eruditísimo P e l l i c e r . 27 2 7 Véase ALFONSO REYES, "Necesidad...", loe. cit., p. 147. 482 N R F H , FERNANDO LÁZARO CARRETER X V H e m o s examinado, con rapidez suma, algunos puntos capitales en el tratamiento l i t e r a r i o de l a fábula de Píramo y T i s b e : medievalismo, de enfoque m o r a l en l a traducción castellana de Boccaccio, o de estirpe cuatrocentista en Castillejo, espíritu renacentista en Montemayor, y v i o l e n t a r u p t u r a , característicamente barroca, en Góngora, que convierte el m i t o en pretexto para el adorno o l a b u r l a , con u n gesto de señoreo sobre los prestigios intangibles del período anterior. H e m o s visto, igualmente, cómo l a actitud humorística d e l cordobés ante los temas mitológicos va evolucionando a l o largó de su vida, ya que n o en l o fundamental —la desmitificación—, sí en su concepción estética. Parece como si, en 1610, con el romance " A u n que entiendo poco griego", se manifestase en el poeta el " r u m b o n u e v o " que, tres años más tarde, se haría público entre sus lectores. S i n fuerzas para rematar las Soledades —es el típico vencimiento del nervioso ante el esfuerzo augusto, como he explicado en otro lugar—, las posee, en cambio, para acometer u n poema burlesco de enorme a m p l i t u d , en el que auna su reciente decisión de afrontar géneros extensos, con su ingénita p r o c l i v i d a d a" l o chusco. H a pasado, además, por el decisivo ejercicio de u l t i m a r su estilo, de afirmarse en él. L o conceptista " l l a n o " se mezcla con su hallazgo de l o conceptista " c u l t o " , y lo v u l g a r —voces triviales y rudas— se alia con quintaesencias léxicas, en turbadora y cómica confusión. Y a no hay versos de tránsito: en todos ellos ha actuado u n a m i s m a atención, u n idéntico y penetrante cuidado. L a Fábula de Píramo y Tisbe acudía así a dar satisfacción plena a sus sentimientos, a sus instintos y a sus ideales de artista, precisamente cuando éstos sufrían violentos ataques; era, por todo ello, " s u o b r a " , el parto más q u e r i d o de su p l u m a . FERNANDO Universidad de Salamanca. LÁZARO CARRETER