Aqui pasan cosas raras _5

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Luisa Valenzuela
Vacío era el de antes
De Aquí pasan cosas raras, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 1996.
Lo bueno de los mediodías grises es el olor a asadito que se escapa de
las obras en construcción. Ahora bien, me pregunto qué pondrán los
obreros sobre sus parrillas. Antes la cosa era simple: asado de tira, tan
sabroso y tan útil para hacer con los huesitos el acabado fino del
palier. ¿Y ahora? Nuevos materiales sintéticos han reemplazado a los
huesitos tan vistosos, y además siempre hay veda de carne. Pero el
olor a asado forma parte indispensable de las obras en construcción y
no hay edificio que adelante si no se lo consagra con los vahos de la
parrilla.
Las cosas ya no vienen como antes: el acabado fino con mosaico de
huesitos ha caído en desuso y los albañiles no trabajan como en otras
épocas por culpa de la mala nutrición y de las huelgas. Ahora todos
los cucharas y los media cucharas desprecian las obras en barrios
populares y tratan de conchabarse por Palermo Chico o en la zona
aledaña a Callao y Quintana. Saben que allí la última moda son los
ángulos adornados con huesos de bife de costilla, y eso vale más que
un doble aguinaldo. Claro que cuando logran, después de paciente
espera y de uno que otro empujoncito, ser tomados en alguna de esas
obras, la cruda realidad nada tiene de edificante a pesar de tratarse de
un edificio en contrucción. Es decir que: en esos rascacielos de
superlujo nada puede ser librado al azar y entonces una legión de
peladores de huesos de bife de costilla se apersona a la hora indicada
que es la del mediodía y se apresta 1º a devorar los bifes y 2º a dejar
los huesos perfectamente pelados y pulcros, listos para ser colocados
sin el consabido tratamiento a la cal viva que deteriora las tonalidades
rosadas.
Para ingresar en este equipo de peladores se requiere una dentadura
tan perfecta y filosa que pocos pueden ser los elegidos. Cada vez
menos, si se tiene en cuenta además la escasez no sólo de bifes de
costilla, sino también de construcciones de superlujo a partir de los
tres últimos desmoronamientos. (No puede decirse que la falla sea
imputable a los ángulos de hueso en el hall de entrada o en los
salones. El hueso es, como se sabe, el material de construcción más
resistente que se encuentra en plaza, si es que se encuentra.) (En las
altas esferas de la Cámara de la Construcción se habla de conseguir
huesos de procedencia ajena al ganado vacuno pero los obreros —aun
los de los equipos especializados que fueron elegidos por la agudeza
de sus dientes y no por la finura de su paladar— se niegan a
limpiarlos.) Ya se ha creado una liga de protección al mejor amigo del
hombre, que junta fondos por la calle Florida. La preside un grupo
conspicuo de obreros de la construcción en defensa de los perros,
hasta de los hidrófobos. No se sabe si los impulsan motivos de moral o
de simple sabor, sin embargo la Cámara de la Construcción nada
puede contra esta campaña a la que ya se han adscripto varias
sociedades de damas de beneficencia del barrio norte (el subcomité
Pulgas, con sede en Avellaneda, lucha con creciente fervor por la
protección del can y ya ha recibido una medalla del Kennel Club
International y otra de la asociación Happy Linyeras con asiento en
Nebraska). La Cámara de la Construcción se reúne a diario para tratar
esta inesperada consecuencia del desabastecimiento.
En los barrios menos aristocráticos la parálisis de la construcción es
imputable más a la falta del olor a asado que al desabastecimiento de
huesitos, reemplazables como ya dijimos por sucedáneos plásticos. La
ausencia del olor a asado y el bajo índice de productividad de los
obreros por falta de proteínas son también tema obligado en toda reunión de directorio. Hasta se ha apelado a técnicos extranjeros que estudian el problema desde todos los ángulos. Y precisamente el técnico
más imaginativo e informado dio por fin con una solución bien argentina: el vacío. Gracias al vacío y a bajísimo costo (¡costo nulo!) se
puede de ahora en adelante engañar el estómago de la masa obrera y
sahumar los futuros rascacielos. Por eso digo que es bueno en los días
grises, los de mucha niebla, pasar frente a las obras en construcción y
percibir el olorcito a asado. En días resplandecientes, no: resulta más
bien triste entrever por algún hueco de la tapia las brasas ardiendo
bajo las parrillas y sobre las parrillas, nada.
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