A los amores ocultos, A los que no pudieron ser, A los que siempre

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A los amores ocultos,
A los que no pudieron ser,
A los que siempre aguardamos,
Y a los que no debieron ser.
El autor.
Marco Tulio Robayo
I
MERRICK PARK
Para
algunos de sus allegados era claro que el matrimonio de Mathieu y Scarlett no estaba pasando
por su punto más álgido. Serias discusiones agrietaban continuamente la relación. Ella incluso contempló posibilidad de
darse un tiempo para determinar si el vínculo que mantenía
con aquel hombre tendría un futuro cierto.
En principio todo había marchado a pedir de boca, nada
podía ser más perfecto. Mathieu se mostraba siempre cariñoso y colmaba con creces todos los caprichos de la hermosa chica. Sin embargo nunca nada era suficiente para Scarlett que, dueña de un egocentrismo excesivo, pretendía que
Mathieu respirara solamente para ella y consagrara todo su
tiempo solamente a su atención.
Para Mathieu en principio la situación era, en cierta forma, divertida. Le agradaba sentir los celos de su compañera.
No obstante estaba lejos de imaginarse que dichos celos,
unidos al incontrolable capricho de la muchacha, deteriorarían la relación colocándola al borde de un profundo e
inexpugnable abismo.
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Scarlett... La esencia divina del deseo
Los problemas habían comenzado un par de meses atrás,
cuando Mathieu llegó a su hogar tras una extenuante jornada de trabajo y no encontró a Scarlett en el acogedor apartamento. Ella le había prometido esa mañana que le esperaría
para cuando regresara del trabajo. Por alguna desconocida
razón la promesa no se había cumplido.
Pensó que algún suceso de último minuto la habría ocupado y pensó que lo pertinente sería esperar algunos minutos.
Se sentía bastante cansado. Se desvistió con parsimonia y,
desnudo, deambuló por el apartamento situado en el quinto
piso de Merrick Park, en Salcedo Street. Siempre había disfrutado su desnudez y no perdía ocasión para experimentar
la infinita sensación de libertad que le invadía. Se acercó al
inmenso ventanal que daba al boulevard y, absorto, contempló el trasegar de jóvenes parejas tomadas de la mano,
algunas de ellas sorteando las penumbras de la noche.
Casi veinte minutos después abandonó el mirador y se
dirigió al baño para tomar una larga y reconfortante ducha.
No cerró la puerta con la intención de percatarse de la llegada de su esposa. Aunque a decir verdad sentía su libido encender con la sola idea de sentirse observado por ella mientras duchaba su juvenil cuerpo. En un par de ocasiones, y sin
que ella lo percibiera, la había sorprendido observándolo
con esa inusitada luz en los ojos, producida indudablemente
por la lujuria que él lograba despertar en su joven esposa.
Una vez terminó de bañarse se tendió en la cama y se
sumergió en un profundo sueño del que no despertó hasta
pasadas dos horas.
–¿Scarlett? –llamó con la seguridad de que la chica habría llegado al apartamento mientras él dormía–. ¿Scarlett,
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Marco Tulio Robayo
estás ahí? –llamó de nuevo alzando un poco la voz en esta
ocasión.
Al no recibir respuesta se preocupó en extremo. Buscó su
celular y marcó de inmediato. El teléfono repicó varias veces
sin que ella lo atendiera. Él insistió varias veces más sin obtener respuesta. Su mente comenzó a hilvanar toda una serie
de nefastos acontecimientos que lo estaban atormentando.
Estaba a punto de llamar a Karen, una de las mejores amigas de Scarlett, para indagarle si tenía conocimiento sobre el
paradero de la chica. Entonces su teléfono repicó con el característico sonido que había creado para identificar a su mujer.
Era ella, o por lo menos era su número. Rápidamente contestó
a la llamada y lo primero que escuchó al otro lado de la línea le
molestó de inmediato. Risas y música a alto volumen llenaban
la estancia desde donde su esposa le estaba llamando.
Ella gritaba para que él la escuchase por encima del ruido
reinante donde quisiera que se encontrara. Su voz sonaba
pastosa y algo risueña, típico en ella cuando tenía varias
copas de licor encima.
–¿Scarlett dónde estás? –le inquirió sin molestarse en
ocultar su irritación.
No encontraba ninguna excusa para que su esposa no le
hubiese contestado las múltiples llamadas, ni para que no se
encontrase en el apartamento a su llegada.
–¿Hola, cómo estás? –contestó la chica con evidente
frialdad en sus palabras. Su comportamiento había sufrido repentinos cambios en las dos últimas semanas sin que
Mathieu conociese la razón. Sin embargo asumía que era
otro de los «caprichitos de niña mimada» acostumbrados en
su inmaduro carácter.
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Scarlett... La esencia divina del deseo
–¿Y cómo quieres que esté? –chilló él cada vez más enfadado–. Se supone que estarías aquí a mí llegada y sin
embargo no fue así. ¡Llevo más de dos horas esperándote!
Como si esto fuera poco, te llamo y no contestas. ¡A este
punto no sé dónde ni con quién diablos estas! –agregó con
vehemencia.
–Ay Mathieu, no hagas un drama. No pude llegar pues
mis amigos de la universidad vinieron a visitarme a Coral
Gables y estoy con ellos en este momento.
–¿Y es que acaso ellos están primero que yo?
–No tengo por qué escuchar esto. Piensa lo que quieras.
Tengo que cortar…
–¿Scarlett qué es lo que te está pasando? ¿Estás buscando echar todo por la borda? ¿Cuál es tu problema?
–Yo no tengo ningún problema. No veas fantasmas donde
no los hay. Ahora déjame porque estoy ocupada.
–¿Eres estúpida acaso? Te recuerdo que soy tu esposo.
Espero que estés de regreso en el apartamento a más tardar
en media hora. De lo contrario es mejor que ni regreses –
terminó diciendo el hombre levantando notoriamente la voz.
–Ja ja ja, me asustas –se burló despectivamente–. Mira
Mathieu, nunca vuelvas a amenazarme, ni mucho menos a
llamarme estúpida. Estoy con mis amigos y regresaré cuando lo crea conveniente –replicó ofendida.
–No te atrevas Scarlett, pues este puede ser el último de
tus caprichos. –Y dicho esto cortó la llamada intempestivamente dejando a la chica con un palmo de narices.
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A la mañana siguiente Mathieu se levantó temprano,
como de costumbre, mientras Scarlett dormía profundamente. Había llegado al apartamento cerca de las dos de la
mañana en un estado realmente censurable. Él fingió estar
dormido para evitar cualquier tipo de confrontación. Lo último que deseaba era tener una conversación a esas horas,
y menos aún con alguien que no estaba en sus completos
cabales. Ya tendrían tiempo el día siguiente para hablar sobre lo sucedido.
No obstante había algo que había rondado por su cabeza
toda la noche y que le incomodaba en extremo. No tenía la
certeza de si su esposa estuvo realmente reunida, como había mencionado, con antiguos amigos de la universidad o si
la verdad era bien diferente.
Al regreso del trabajo la encontró en la casa. Al contrario
a lo que él esperaba, ella se mostró molesta y sin mucha
disposición al diálogo. Pese a que él le recriminó duramente
por su actitud, ella solo hizo énfasis en lo incómoda que
estaba por haber sido increpada de esa inusitada manera la
noche anterior. Dejó claro que de ninguna manera permitiría
que él le hablase así una sola vez más.
Los días siguientes no fueron mejores. Ella se mostraba
distante y, a pesar de que Mathieu intentó una y otra vez
limar las asperezas, ella no estuvo receptiva. Por el contrario
se escabullía cada vez que podía.
Tres noches después del incidente él trató algo adicional.
Ella ya estaba acostada y todo lo que la cubría era un fino
camisón de seda que se ajustaba sensualmente a su grácil
cuerpo. Él, como era costumbre, se había tumbado en la
cama completamente desnudo, cubriendo parcialmente su
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Scarlett... La esencia divina del deseo
cuerpo con una sábana de lino. Se le acercó resueltamente
por detrás esperando que la chica respondiera a sus pretensiones. Pero en cuanto la rodeó con sus delineados brazos,
ella se zafó bruscamente y se levantó de la cama para dirigirse al sofá donde paso el resto de la noche.
Para Mathieu, Scarlett estaba llevando las cosas demasiado lejos. Él siempre había sido paciente y había accedido de
buena gana a cada nuevo capricho. Pero esta vez no estaba
muy seguro de seguirle el juego. La amaba pero empezaba
a cansarse de esa falta de reciprocidad en la relación. Le
molestaba en sumo grado el haber sido rechazado la noche
anterior. Deseaba estar con su esposa pero al parecer ella
no compartía el mismo sentimiento.
Si bien las cosas no empeoraron, tampoco hubo un cambio con respecto a los últimos días. Scarlett se limitaba a
hablar lo necesario y muchas veces no se encontraba en el
apartamento al llegar Mathieu. Ella no trabajaba, por lo que
Mathieu había insistido en hacerse cargo de todos los gastos
de la casa mientras ella conseguía un trabajo acorde con
sus estudios realizados. El excesivo tiempo libre lo utilizaba
saliendo con sus amigas, en el gimnasio, al cual parecía ser
adicta, o a estar embelesada al frente de la televisión observando alguna de sus series favoritas.
Así transcurrieron dos meses más.
Un sábado por la noche Mathieu se encontraba en la sala
del apartamento viendo un partido de béisbol, mientras que
la chica permanecía en el dormitorio. Muchos movimientos
en la habitación llamaron su atención, pues no sabía a ciencia cierta qué estaba haciendo Scarlett. Sin embargo no le
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Marco Tulio Robayo
dio importancia al asunto y se concentró en el juego mientras bebía una helada cerveza.
Minutos más tarde, su esposa salió vistiendo un traje que
él no conocía. Atravesó el salón en dirección a la puerta
con la intención de abandonar el apartamento. Se veía en
realidad seductora. El hombre procuró controlarse, pues el
comportamiento de la chica lo sacaba de casillas. No sabía
cuál era en realidad su propósito ni con quién se iba a ver
en esa forma tan sugerente.
–¿Se puede saber adónde vas? –preguntó tratando de
conservar la calma.
–No tengo por qué darte razón de lo que hago o dejo
de hacer –contestó Scarlett dirigiéndose decididamente a la
puerta.
–No irás a ninguna parte –dijo él interponiéndose entre
ella y la entrada del apartamento.
Al parecer la chica no esperaba esa reacción, pues evidenció un desconcierto total ante la inusitada respuesta de
su esposo.
–Mathieu, quítate de mi camino. No podrás detenerme.
No eres mi dueño.
–Te aseguro que de acá no saldrás. Es todo lo que te diré
–aseveró el hombre sintiendo que estaba por fin tomando el
control de la situación.
Scarlett hizo caso omiso de las palabras de su esposo y
se aventuró a alcanzar la puerta. Llevaba un vestido negro
con un gran escote en V que mostraba el blanco de su piel y
permitía adivinar la redondez de sus senos. Dio un paso más
en dirección a la puerta cuando, de repente, sintió cómo los
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Scarlett... La esencia divina del deseo
brazos de Mathieu la tomaron como dos grandes tenazas y
la lanzaron varios metros más allá encima del sillón de la
sala.
No podía creer lo que había sucedido. ¿Cómo había sido
Mathieu capaz de ponerle las manos encima? ¿Qué se había creído para tratarla de esa manera tan vulgar?
Sin pensarlo dos veces se levantó rápidamente del sillón
para dirigirse nuevamente a la puerta. Fue entonces cuando,
para su sorpresa, sintió una sonora bofetada que la llevó a
caer nuevamente sobre el sofá.
–¿Mathieu? ¡Me pegaste, maldito hijo de puta! ¿Cómo
te atreviste? –dijo sollozando sin poder dar crédito a lo que
había sucedido.
Jamás en los dos años de casados se habían faltado al
respecto de manera alguna. Al parecer ya nada sería como
antes. Habían llegado lamentablemente a un punto de no
retorno.
–¿Creíste que aguantaría tus pataletas por siempre? ¡Yo
también me cansé de esta situación! No estoy dispuesto a
que hagas lo que se te dé la gana ni un solo minuto más –
contestó el hombre mostrándose sereno y seguro de lo que
estaba haciendo–. Has tratado de alejarme de ti en los últimos meses. Te has negado a hacer el amor conmigo y me
has rechazado sin razón alguna. ¿Pues sabes una cosa? En
adelante serás tú quien me implore que este contigo. Te he
tratado como a una dama pero veo que te has aprovechado
de ello. A partir de ahora no serás más que mi puta y yo decidiré si lo hago o no contigo.
La chica se negaba a dar crédito a lo que escuchaban
sus oídos. Nunca antes había visto a Mathieu utilizar ese
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Marco Tulio Robayo
vocabulario ni comportarse como lo estaba haciendo. ¿Qué
estaba pasando con ese hombre de quien solo había conocido calidez, respeto y amor?
Mathieu, por su parte, se sentía eufórico. Pensaba que debía haber actuado así desde hacía ya mucho tiempo. Había
dejado tomar vuelo a la situación y la consecuencia era claramente el deterioro de su relación con Scarlett. Ahora ella
estaba sobre el sofá en actitud indefensa, aunque no sumisa.
Había perdido uno de sus zapatos y el elegante vestido se
veía un poco fuera de lugar. Trató de incorporarse torpemente. Se sentía un tanto aturdida por el golpe recibido pero
estaba resuelta a dar la batalla. No permitiría que aquel
hombre la ultrajara de la forma como lo estaba haciendo.
Se levantó decididamente y se colocó frente a su esposo,
quien se mantenía alerta con la mirada fija en ella. Dejaba
entrever que estaba listo para entrar en acción si fuese necesario. Ella le miró con rabia mientras mordía sus labios
al tiempo que buscaba en su mente la mejor manera de
ofenderlo.
–¿Y crees que golpeándome podrás detenerme? ¿Crees
que con la violencia lograras que cambie mi decisión respecto a ti? No eres más que un resentido, cobarde y poco
hombre. ¡Cómo me gustaría en verdad tener un hombre de
verdad a mi lado!
–Ahhh, ¿Es eso lo que estás buscando? ¿Es por eso que
te vistes de esa manera? Para pavonearte como puta frente
a tus amigos. Ahora lo tengo claro. Por eso rehúsas estar
conmigo, porque prefieres buscar hombres en la calle para
revolcarte con ellos.
No era Mathieu el que hablaba sino su irreflexión, que le
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Scarlett... La esencia divina del deseo
dictaba aquellas palabras buscando herir a su esposa en lo
más profundo de sus ser. Si de algo estaba seguro era de la
fidelidad de su esposa, pero en ese momento quería utilizar
cualquier argumento para estar un paso adelante de ella.
–Piensa lo que quieras. No me importa. Y si quieres saberlo
te lo diré. Sí, disfruto mucho teniendo sexo con mis amigos y
con extraños que suelo encontrar en la calle –mintió sin medir
las consecuencias de sus palabras–. Ellos sí saben cómo hacerle el amor a una mujer –terminó diciendo en tono triunfante.
Para Mathieu aquellas palabras supusieron un duro y certero golpe. No esperaba esa respuesta de su chica. Ahora
se le presentaban ciertas dudas de si, en efecto, era verdad
lo que ella había mencionado o solo pretendía herir su ego.
Había jugado con candela y ahora sentía quemarse en su
propia hoguera.
En un arrebato de cólera tomó a Scarlett por los hombros y
la tiró boca abajo sobre el sofá. La sujetó fuertemente con su
mano izquierda mientras con la derecha se dispuso a retirarle
la ropa interior. Ella trataba en vano de liberarse pero era
clara la superioridad de él que, aunque con dificultad, pudo
finalmente despojarla bruscamente del fino panty negro de
encajes. Sin quitar la presión que ejercía sobre su espalda,
abrió su pantalón y liberó su pene, el cual había ido ganando
volumen rápidamente. Acto seguido se colocó sobre la parte
trasera de ella y, en un solo movimiento, la penetró con fuerza
inusitada ante lo cual la chica gimió de dolor.
Mathieu la sujetaba firmemente de su cabello mientras sus
embates eran cada vez más fuertes. Scarlett, por su parte, se
mantenía inerme en el sofá sintiendo con impotencia cómo
estaba siendo vulnerada por su compañero.
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–Mathieu, déjame. ¡Te juro que te arrepentirás de lo que
estás haciendo! –decía la chica una y otra vez en medio
de sollozos. Solo quería que terminara pronto para salir corriendo de allí.
–Tranquila, mi putita. ¿Esto es lo que te hacen esos hombres que ves afuera? –preguntaba Mathieu enloquecido
dándole imagen a las palabras que había mencionado su
esposa algunos minutos atrás–. Pues te daré lo mismo. ¿Esto
es lo que te gusta? –agregó mientras continuaba la arremetida sexual contra la indefensa mujer.
Tras un par de minutos, que a ella le parecieron eternos,
él logró su tan deseado orgasmo, cesando finalmente el forcejeo entre los dos. Ahora yacía sobre la chica, quien le
apartó con brusquedad y, en medio del llanto, se dirigió al
baño contiguo al cuarto.
Herida en lo profundo de su orgullo, giró el grifo del agua
fría y dejó que el cristalino líquido recorriera su cuerpo sin
límites. No obstante que fuera su esposo, quien la ultrajara
de manera tan vil y despreciable, no podía dejar de sentirse
sucia y mancillada.
Las lágrimas se confundieron rápidamente en su rostro,
con el agua que a borbotones le anegó los sentidos. Se resistía a aceptar lo sucedido. No era capaz de admitir que
había sido violada por el hombre que juró amarla y respetarla por siempre.
En tanto sentía con amargura como el agua recorría su
cuerpo, le dio a su mente la libertad de internarse en el
tiempo y en segundos se vio transportada a su lejana niñez,
cuando tuvo su primer acercamiento sexual.
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