En defensa de Blest Gana

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El Clarí-n de Chile
En defensa de Blest Gana
autor Carlos Monge Arístegui
2007-09-23 03:02:20
Cae en mis manos un quincenario humorÃ-stico. En sus páginas de reseña literaria, descubro una sección muy
edificante, que sin duda tiende a elevar aún más el nivel cultural de los chilenos. Ya de por sÃ- muy alto, si se considera
que hasta nuestro ministro de Hacienda, ocupado como está en tareas mayores, tiene tiempo para incursionar en las
lides literarias, a través de una novela –“Lugares comunes― –, injustamente repudiada por la crÃ-tica.
¿Su nombre? (el de la sección, claro): “Pitéate un libro―. Un portento de originalidad que indica sin ambages lo al revÃ
que están las cosas en nuestro paÃ-s, donde un medio que se reivindica progresista no tiene ningún problema en
enarbolar la bandera del oscurantismo. En el recuadro en cuestión, un lector despotrica contra “El loco Estero―, de
Alberto Blest Gana. Libro de lectura obligatoria, indica, en los colegios. Y que le resultó tan indigesto como “MartÃ-n
Rivas―, que es, acota, “igual de fome―. Libros “pajeros―, añade, que sólo han contribuido a adormecer mentes.
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Por una rara casualidad, en estos dÃ-as estoy leyendo “Los trasplantados―, novela del mismo autor que analiza con
maestrÃ-a y gran arte de narrador la vida de los “rastacueros― latinoamericanos en ParÃ-s, en el siglo XIX. La expresión
rastacuero proviene de la palabra gala “rastaquoère―, que en su primera acepción significa vividor, pero era empleada
usualmente en su época para referirse a los ricos del Nuevo Mundo que llevaban un tren de vida rumboso y derrochador
en la llamada “Ciudad Luz―.
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Y debo decirle al lector aquel, que seguramente forma parte del altÃ-simo porcentaje de chilenos que no entienden lo
que leen, que está profunda y fatalmente equivocado.
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Blest Gana, hijo de un médico irlandés y militar en su juventud, tuvo la gran oportunidad de perfeccionarse en Francia
gracias a su profesión de soldado. Una vez que colgó el uniforme pretendió, en modesta escala (aunque yo creo que
en un tono nada menor), emular a Honorato de Balzac, el genial creador de la Comedia Humana, esa galerÃ-a
inagotable de personajes que recreaban los clásicos estereotipos de los que está poblada la vida misma de todos los
tiempos, y que retrató a su época, probablemente, como nadie.
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Gracias a Blest Gana tenemos hoy “Durante la Reconquista―, el vÃ-vido cuadro de una era oscura y liminar de nuestra
nación, cuando mandaba Marcó del Pont y los Talaveras (la policÃ-a polÃ-tica de los realistas) hacÃ-an de las suyas.
Aparte de los textos ya mencionados que permiten vislumbrar lo que era el Chile de sus primeros años como nación
independiente, con una riqueza descriptiva que ya quisieran para sÃ- muchos historiadores.
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Dedicado a la diplomacia a partir de 1866, tras ser regidor de Santiago e intendente de Colchagua, tuvo, sin embargo, la
sabidurÃ-a y el buen tino de quedarse en el extranjero luego de su retiro de la función pública y no volver nunca a este
paÃ-s, en general ingrato con sus máximas figuras. Se salvó, entonces, del “pago de Chile― y del chaqueteo, práctica ta
común en estas latitudes.
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Por mi parte, debo confesar que siempre he disfrutado su obra. Desde el “MartÃ-n Rivas―, en versión de telenovela con
Héctor Noguera como el joven provinciano que llega a la capital y Silvia Santelices como Leonor, la joven de la cual se
enamora, hasta “El Loco Estero―, en el mismo formato, cuando la televisión universitaria tenÃ-a aún la ilusión de que
alguna manera podÃ-a contribuir a la ilustración pública.
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Pipiolos y pelucones, la disyuntiva de siempre en nuestro paÃ-s, que se repite con ligeras variantes en las distintas
generaciones. Don Dámaso y Rafael San Luis, enfrentados en una gran aldea que todavÃ-a al parecer no despierta de
la larga siesta colonial, pese a las revoluciones exitosas o frustradas que sacuden de vez en cuando, como un sismo, la
modorra habitual.
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En esto estaba, indignado contra el “crÃ-tico― de marras, que pretendÃ-a cargarse de un plumazo a una gloria nacional,
cuando descubrÃ- en el diario otra noticia que hizo arder la sangre en mis venas.
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Ocurre que a propósito del “maletÃ-n literario―, loable iniciativa anunciada por la Presidenta Bachelet en mayo pasado,
que tiene como fin acercar textos importantes a quienes no pueden habitualmente adquirirlos, se convocó a un grupo
de escritores para que postulen los libros que ellos estimen relevantes.
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La mayorÃ-a de las propuestas apuntan a lo esperable: Neruda, Parra, Manuel Rojas. Alguno de ellos hasta propuso a
Borges, como quien descubre a América en el mapa. Pero hubo también una proposición que considero francamente
impresentable: Alberto Fuguet incluyó, entre sus ideas, un libro de Tim Burton, “La melancólica muerte de Chico Ostra―,
de editorial Anagrama.
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No he leÃ-do el libro en cuestión y puede que se trate de un monumento literario similar a “En busca del tiempo perdido―
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el “Ulises― de Joyce. No obstante, pienso que un director de cine como Burton, con todo el aparato promocional de
Hollywood a sus espaldas, no necesita del respaldo financiero del Estado de Chile para promover sus creaciones. Esto
serÃ-a, a mi juicio, tan ridÃ-culo como incluir en el maletÃ-n a Harry Potter o a CorÃ-n Tellado.
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En todo caso (y he aquÃ- el link que une a Blest Gana con Fuguet; el único posible, por otra parte), su actitud me
pareció la propia de los modernos “transplantados―.
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Aquellos que en nombre de la globalización nos llaman a renegar de los naturalismos y criollismos de vieja data para
unirnos a la asimilación acrÃ-tica de los productos culturales de las metrópolis. Y que tal como ayer nos invitaban, con
acento afrancesado y siútico, a dejar de pintar la aburrida aldea local, hoy nos proponen el modelo de Mc Ondo –con
“mac― como apóstrofe y entonación gringa– para renegar de lo poco que nos queda de lo nuestro.
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*Carlos Monge ArÃ-stegui. Escritor y periodista.
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