OTRO HORRIBLE DÍA Y todavía recuerdo el primer día que entré en aquel lugar. Se respiraba tensión en el ambiente. Tensión que desgraciadamente se me hacía familiar. Las trabajadoras apenas sonreían, parecía que había momentos de descanso, en los cuales se despistaban y se escuchaba alguna que otra risa nerviosa. Lo cierto es que ninguna era igual a la otra, pero lo que se respiraba allí, sin duda, era miedo. Miedo, mi eterno compañero de viaje, quizás se entremezclaba con el mismo miedo que sobrevolaba la habitación . Me resultaba cercano, tanto, que de pronto, volví a tener tres años. Entrar a la habitación me conectaba con aquel miedo que sentía cada noche, cuando el reloj que colgaba en la cocina, marcaba las diez y cuarto. La puerta de casa se abría. Aquella forma tan característica de abrir la puerta me aterraba. Soñaba con aquella horrible forma de caminar, cada pisada se clavaba en mi pecho como si de un golpe seco se tratara. Por fin estaba en casa, con nosotras, aquellas tres mujeres que vivíamos presas del miedo, presas de la rabia que cada día nos tragábamos con la expectativa de que algún día fuera él, el único que se atragantara con el odio que mostraba cada vez que hacíamos algo que no encajara en el modelo de mujeres que quería que fuéramos. Era él, con su mochila, recuerdo que a veces le esperaba en la cama, tapada hasta arriba, quizás pensaba que el hacerme la dormida, serviría para que hubiera tregua por lo menos aquel día. Recuerdo cómo sonaba la manilla de mi puerta, un golpe firme, acompañado de un largo silencio, que finalizaba con un sutil portazo. Por este día me libro, “pensaba yo”. Mañana será otro día. Otro horrible día.