Un requisito para una nueva cultura política

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Un requisito para una nueva cultura
política
María Celeste Gigli Box [1]
Argentina
Abrid escuelas para cerrar prisiones.
Víctor Hugo
Resumen
Este trabajo presenta una selección conceptual de la cultura política, desde los aportes
de la Ciencia Política, dándole una nueva desinencia: la importancia de la educación en y
para los derechos humanos. Incluiremos la primera como nexo básico –e insumo a
utilizar- para actores con dicha formación. El formato de estas líneas también remarcará
esa intención, presentando primero la cultura política; relacionándola luego con la
democracia y ciudadanía; para continuar en el protagonismo determinante de la
educación en y para los derechos humanos. Esto aparentemente concluiría nuestra
empresa, pero en realidad, pretendemos que sea un nuevo comienzo para posibilitar la
relectura (o mejora) de nuestra cultura política; y así hacerlo con nuestra democracia.
Claro que, para volver a terminar en la necesidad de una mejor –y siempre permanente-,
educación en y para los derechos humanos.
De lo que sigue
En lo que sigue proponemos recorrer un camino alternativo en lo que atiene a la
educación en y para los derechos humanos. Concretamente, haremos una selección
conceptual desde una de las nociones más importantes del corpus teórico de la Ciencia
Política, como es la cultura política. Esta suele ser motivo de análisis -y fuente de
explicación- para las conductas ciudadanas y los diversos tipos de regímenes de
gobierno (desde autoritarios a democráticos –con los modos intermedios y parciales en
que cada uno de ellos se presenta). Aquí, construiremos un sumario acercamiento a
dicha cultura política; mas le daremos una nueva desinencia: el hacerla interactuar con
una educación en y para los DDHH (en más, “DDHH”).
Esta combinación no es dable de soslayar, ya que tal educación es la clave que
consideramos determinante para el ejercicio de una [necesitada] nueva cultura política.
Podemos cotejar por doquier, estudios que abordan la cultura política de un grupo o
región –en el sentido más genérico de ambos términos-, con diversos aspectos de la
realidad política (podrán ser tipos de regímenes políticos o casos concretos,
explicaciones de un fenómeno; o bien cualquier otro cruce que se proponga); pero no es
posible encontrarla como una consecuencia concreta –y posterior retroalimentación-, de
una herramienta plena de ventajas como es la educación en y para los DDHH.
Simplemente, creemos que ella es un proceso continuo y permanente, en orden a lograr
el entendimiento de la responsabilidad que todos y cada uno tenemos, en hacer una
realidad concreta el respecto de los DDHH en cada individuo, grupo y/o sociedad. Así,
podremos proyectar una experiencia cotidiana de la justa defensa de la dignidad humana,
la solidaridad, la libertad y equidad. En pocas palabras, vivir los DDHH como una práctica
tangible, en un criterio de coincidencias que hagan de la persona humana -su dignidad y
su valor-; sujeto de vínculos sustentados en la formación -y sea su consecuencia en el
mismo tiempo. En este sentido, huelga mencionar que, para erigir y sostener sociedades
democráticas y pluralistas, son necesarios determinados valores, derechos y actitudes
que faciliten y mejoren su nivel de convivencia –en una dinámica para la paz.
Terceras aclaraciones son necesarias. Debemos atender aquellas que pueden surgir por
consecuencia del concepto elegido -cultura política-, y de otros necesariamente
relacionados –como democracia y ciudadanía. Cualquiera de ellos –o sus
combinaciones-,
pueden
ser
blanco
de
objeciones/correcciones/precisiones/resignificaciones de muchos tipos: epistemológicas,
metodológicas, históricas y hasta geográficas. Mucha tinta se ha usado, para expresar
puntos de vista politólogicos, sociológicos, históricos y demás, analizando el fenómeno, o
bien, de lo que de él predican sus colegas. A diferencia de esto, en estas líneas
podremos evitar este tipo de pláticas/coincidencias/disputas/objeciones; las que, si bien
muy prósperas para la ciencia, podrían inmovilizarnos para seguir avanzando hacia
donde queremos llegar: la educación en y para los DDHH. Por supuesto, la pregunta
procedente sería: ¿Por qué podremos evitarlo con tanta ligereza? La razón requiere ser
explicada con detenimiento:
En primera instancia, nuestra empresa en estas líneas no pretende -ni precisa- presentar
tal o cual concepto teórico de cultura política –con sus nociones relacionadas-, como
“primordial”, o bien el “más completo” o “crítico”. En vez de ello, procuraremos partir
desde las coincidencias básicas que los diferentes modos de conceptualizar la cultura
política han tenido en la heurística del tema. En otras palabras, plantearemos una
construcción teórica amplia de la noción, para usarla como sustrato (y, por supuesto,
haremos una selección que la sintetice, por razones particulares de espacio). Esto no
implica, desde ya, que lo seleccionado carezca de refutaciones o precise ser ajustado en
función de las diferentes sociedades, pero no nos detendremos en ello, porque nuestro
fin radica en continuar con la tarea.
Para ello, en segundo lugar, propondremos focalizarnos en las implicancias de las
teorizaciones elegidas al combinarlos. Pero esto no pretende ser tautológico: intentamos
construir un espacio dinámico para analizar la interacción de la noción cultura política en
conjunción con la educación en y para los DDHH. El objeto de hacerlo es destacar la
importancia de ésta última para la transformación de una nueva cultura política resultante
de tal instrucción a lo largo del tiempo. En concreto, una cultura política construida en
presencia de educación en y para los DDHH, dará lugar a un tipo de democracia
diametralmente diferente [del resultante si la primera estuviese ausente]: Simplemente,
porque una realidad con fluida educación en y para los DDHH, implica un insumo
diferente a la hora de abordar la acción política para todos los individuos y grupos que
conforman un espacio político. De este modo, pretendemos que las líneas siguientes
ilustren la necesidad de agregar -a los abundantes estudios sobre la problemática en
DDHH-, la cultura política como factor básico para representar[se] la política, y como
índice de las posibilidades de los actores –a un mismo tiempo.
En último lugar -relacionado a lo anterior, pero en cuanto al formato de la exposición-,
pretendemos remarcar nuestra intención al presentar un primer acápite en donde
desarrollaremos sumariamente la noción de cultura política; un segundo, donde
abordaremos los espacios de la democracia y la ciudadanía –como conceptos
relacionados con el primero-; para continuar en el último apartado, donde comentaremos
la importancia que tienen en esas teorizaciones la educación en y para los DDHH. Pero
esto no concluye allí, sino que prepara un desenlace donde se presenta la posibilidad de
una nueva cultura política. Por supuesto, conforme la ecuación clave: la formación para y
en los DDHH, que devendrá en una mejor democracia y ejercicio ciudadano. Algo así
como un palíndromo, sólo que no de letras sino de ideas: la cultura política por la que
comenzamos, nos llevará a una [determinada] democracia y ciudadanía, siendo éstas, el
espacio en que se concreta lo que la primera informa en el individuo/grupo/s. Y, una
educación en y para los DDHH, posibilitará un nuevo comienzo de posibilidades a cada
actor político, al proveer un “capital cívico” que permite una relectura y/o ejercitación y/o
mejoramiento de la cultura política; para luego seguir con una relectura y/o nueva
ejercitación y/o mejoramiento del ejercicio ciudadano y democrático, que termine en la
continuidad de la enseñanza en y para los DDHH. La “magnitud” de esa necesidad de
perseverancia en tal instrucción, es producto de la concreción de esa misma cultura
política –que ya fue informada por la instrucción. En concreto, nuestro objeto es destacar
la dinámica que estas dos fuentes producen –como causa y efecto mutuo-; y que nos
alecciona la importancia de tal formación específica, al focalizarse en su ejercicio
concreto: una nueva cultura política.
En concreto, nuestra aspiración de lograr una dinámica singular, tiene como fin lo ya
expresado más arriba: señalar la importancia de una educación en y para los DDHH
como comienzo, fin y nuevo comienzo de…. lo que sigue:
Cultura Política: un modo de ver y hacer
No proclaméis la libertad de volar: dad alas; tampoco la de pensar: dad pensamiento.
Miguel de Unamuno
Comencemos brevemente con el desarrollo de nuestro primer tópico: la cultura política.
Su acontecer multidisciplinario, fue producto de la explosión de estudios de la conducta hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial-, en áreas como la Sociología, la Antropología
y la Ciencia Política. [2] El mayor alcance de este concepto dentro del espacio de la
última, tuvo por protagonista a Gabriel Almond. [3] Su enfoque -de impronta conductista,
enmarcado en el estructural funcionalismo-, abordaba la dimensión macro de la política
(estructuras, funciones del sistema político, instituciones, efectos de políticas públicas), y
aquélla micro (enfocando el individuo, sus actitudes y motivaciones), junto con la relación
que existe entre ambas. Esto daba lo que llamó orientaciones políticas, las que provenían
del conocimiento, sentimiento y evaluación de lo que los actores veían en los distintos
objetos que constituyen la política como tal. Pero, al mismo tiempo, esas orientaciones
que construyen su visión política –y se posicionan de acuerdo a ella-, son también, un
insumo para guiar la acción. Tales orientaciones incluyen: a) disposiciones cognitivas
[precisas o no] acerca de “lo político”, y diversas creencias sobre ello b) orientaciones
afectivas, compromisos, rechazos respecto de esos objetos, y c) juicios y opiniones sobre
aspectos políticos que suponen criterios de evaluación hacia los acontecimientos
políticos. De este modo, podríamos presentar la cultura política como una suerte de
conexión entre los niveles macro y micro políticos, en tanto que resultado de la historia
colectiva del sistema político y las experiencias de los actores individuales y/o grupales
que lo integran. En este espacio se incluyen significados compartidos de la vida política –
lo que nos indica que la cultura política es diferente que la sumatoria de las opiniones
individuales.
Por otro lado, los autores proponen una clasificación de la conducta de los ciudadanos:
serán parroquiales, quienes manifiestan poca o ninguna conciencia acerca de los
sistemas políticos nacionales. Es un tipo presente en cualquier sociedad, aunque los
autores sostienen que son escasos en sociedades occidentales modernas. Además,
mencionan sistemas políticos similares, con poca o ninguna conciencia del sistema
político como entidad especializada. Una segunda categoría son los súbditos, aquellos
que se orientan hacia el sistema político y sus servicios (bienestar, beneficios, leyes,
etc.), pero no participan en las estructuras que los producen. El tercer grupo, está
constituido por quienes se comprometen con la política real o potencialmente. En ese
caso, afirman que se ha alcanzado un cierto nivel de secularización cultural (aunque por
supuesto, existen -y existirán- muchos individuos que no lo han alcanzado o bien nunca
lo alcanzarán). Aplicada esta clasificación a la viabilidad del funcionamiento democrático,
la participación no deberá ausentarse, pero tampoco ser excesiva: fundamentalmente, la
clave del funcionamiento democrático óptimo, se basa en lo que ellos llamaron la lógica
de Ricitos de oro. [4] Recordemos que la teoría de la Civic Culture que integraba esta
teorización, postula el just right, el equilibrio, el justo medio.
Por supuesto que este enfoque –y los muchos que se relacionaron y basaron en él-, fue
objeto de análisis críticos; que al dialogar con ellos, nos enriquecieron señalando sus
debilidades. Veamos: mas arriba mencionamos la posición articuladora de la cultura
política entre las variables más generales del sistema político como son las percepciones,
conocimientos, juicios, etc. más cercanos a los grupos de referencia y/o los individuos.
En un perspicaz análisis de Brian Girvin, [5] encontramos su señalamiento acerca de esa
supuesta transición desde lo macro a lo micro/individual, como poco fluida –incluso, hasta
forzada. Por eso, propone un espacio intermedio denominado meso-nivel. Así, clasificó la
cultura política teniendo en cuenta la cantidad de elementos que se tomen de cada nivel:
Será macro, cuando tome en cuenta elementos del sistema político que raramente son
cuestionados por sus miembros. Del tipo meso, si refiere al cuestionamiento de las reglas
del juego establecidas. En la dimensión micro, estará compuesta por las variables que
hacen a la actividad política cotidiana.
Pero allende este caso –que sólo utilizamos para ilustrar, ya que existen numerosos-,
también es dable aclarar que el abordaje de cultura política no sólo ha sido definido de
manera diferente, sino que además ha sido puesto a interactuar desde distintas
dinámicas a la hora de estudiarlo. Sólo para mencionar otro caso, cuando se la relaciona
con la capacidad de estabilidad democrática, podemos encontrar el trabajo de Robert
Merelman, [6] quien pretende una concepción mundana de la cultura política. Con ello se
interesa por la política tal como aparece en la vida cotidiana: asistemática e implícita, en
conversaciones e intercambios que expresan la manera que los individuos construyen,
usan e interpretan las ideas, términos y símbolos que resultan centrales en el quehacer
político. Para explicar, por ejemplo, algo como la estabilidad política con este concepto, el
autor afirma que la respuesta reside en el carácter multivalente y contradictorio de las
ideas y símbolos de ella; en su desconexión de la acción política vigorosa, como el vacío
de instituciones sociales y políticas. Estos símbolos multivalentes, inhiben a los
ciudadanos de la participación política institucional relevante. El resultado, puede ser la
estabilidad -no desde el consentimiento con el estado de cosas, sino desde esa
ambivalencia, que los ha desactivado.
Además de esta objeción, encontramos muchas otras de gran soporte, como aquellas
que señalan su naturaleza [procedencia] etnocéntrica y con pretensiones universalistas;
lo que implica dejar fuera aspectos histórico-culturales. Incluso, metodológicamente se le
impugnó la preponderancia exclusiva de corte cuantitativa sobre las posibilidades del
herramental cualitativo-interpretativo. Un caso de esas objeciones fue el de Francisco
Cruces y Angel Díaz de Rada, [7] quienes critican a Almond y Verba por su sentido
occidentalista, además de concebir la cultura política [sólo] como la opinión que los
grupos e individuos tienen de “los políticos” (siendo “la política” un fenómeno no reducido
a aquellos solamente). Por otra parte, critican la disociación de política y cultura, al
restringir la segunda a valores, creencias y disposiciones de comportamiento. Aplicando
métodos etnográficos a las relaciones entre política y vida cotidiana, estudian la
existencia de sentidos prácticos, inmediatos, como la organización de la convivencia
básica en el nosotros colectivo, sugiriendo soluciones locales a la identidad y la
participación, como las formas genuinas de cultura política. Además, señalan que esas
formas locales no coinciden necesariamente con las soluciones y demandas
institucionales -aunque se superpongan o imbriquen. En síntesis, los autores proponen
un concepto de Cultura Política con mayúsculas, antropológico, plural y localizado,
viendo relaciones posibles y desencuentros.
Sin acotarnos en el espacio de las meras discusiones interdisciplinarias, debemos dejar
resaltado un factor importantísimo: no es preciso mucha perspicacia para aseverar que
la(s) cultura(s) política(s) en América Latina tiene(n) características específicas
(coyunturales y estructurales) que la diferencia de los casos abordados por muchos
especialistas europeos y norteamericanos. Sólo para mencionar algunas situaciones
manifiestas, podemos afirmar que en muchos casos latinoamericanos, los aparatos de
Estado y ciudadanía se erigieron con un vínculo social dificultoso, al igual que la
estructura del propio Estado en tanto que constructo social. Otra característica saliente,
es la conflictiva gobernabilidad dada por la convivencia entre un orden jurídico en
igualdad ciudadana y un orden político/social muchas veces autoritario y en la mayoría de
los países con grandes sectores excluyentes. Así, la cultura política latinoamericana
referirá a imágenes/sentidos sobre la acción colectiva de la sociedad, tal como se
presenta en estos lares, y no como la teoría pudiere señalar/exhortar.
Sabiendo que, la matriz social se define en la dinámica que establece un Estado (como
unidad, cristalización de relaciones de dominación, instituciones públicas dotadas del
monopolio legítimo de la fuerza, agente de desarrollo e integración -a un mismo tiempo),
con la estructura político-partidaria (régimen político y mediación institucional entre
Estado y sociedad, sistema de actores políticos que representan y las demandas
globales) y la sociedad civil (sus movimientos sociales, con su diversidad y participación);
América Latina adquirirá sus propias características espacio-temporales. Además,
nuestras sociedades han privilegiado una cultura política de fusión, subordinación o
eliminación en las alternativas para conformarse (concretamente, por la participación y
peso de sus grupos sociales).
Con esto, referimos a las dinámicas alternativas que dieron/dan las diferentes
combinaciones -y ponderaciones- de los sectores sociales que se presentan/han
presentado para la configuración del juego político latinoamericano. En este sentido, es el
líder populista quien guía la conformación. También puede serlo la identificación entre
Estado-Partido, la que decide quién tendrá el poder hegemónico. Incluso, el sistema de
partidos, el que fusiona corporaciones totalizando la acción colectiva (sin espacio para la
vida política autónoma); y podríamos mencionar muchos más casos. En síntesis, estas
características someramente mencionadas, conforman e informan la cultura política
latinoamericana –otorgándole una entidad e identidad determinada. Por ello, es necesario
estar prevenidos al abordar los análisis foráneos –no por ello menos rigurosos, pero sí
especializados en sus perspectivas y realidades.
Pero como nuestra empresa en estas líneas no hace a detenernos en las teorizaciones
más sólidas, “convenientes”, adecuadas a muestro espacio latinoamericano –en clave de
su cultura política-, continuemos con lo que nos corresponde. Expongamos algunas
nociones relacionadas, que nos llevarán luego, a la importancia de la formación en y para
los DDHH.
Cultura Política Democrática (sólo con ciudadanos educados)
La libertad sin educación es siempre un peligro; la educación sin libertad resulta en vano.
John Fitzgerald Kennedy
Retomemos sumariamente la idea de democracia para sumarla a lo ya dicho –y así
construirla en orden a nuestro último apartado. Seleccionaremos en este caso, trabajos
de Norberto Bobbio [8] y tomaremos algunos desarrollos de la producción de Phillippe
Schmitter y Ferry Lynn Karl. [9]
El primero, defiende una definición mínima de democracia. [10] Caracterizarla, implica
observar el conjunto de reglas básicas que establecerán los autorizados para tomar
decisiones colectivas, con procedimientos ya establecidos por una mayoría. Además,
será preciso garantizar la participación directa/indirecta de un número elevado de
ciudadanos, con reglas que garanticen la libertad de elección y la decisión entre
alternativas reales definidas (esto refiere al pluralismo de grupos políticos organizados en
competencia, y minoría(s) garantizada(s) a convertirse -con el tiempo- en mayoría,
gracias a elecciones periódicas). En esencia, Bobbio mantiene una definición
procedimental, difiriendo de alguna sustancial o ética. [11] Es posible que se tengan
disidencias y/o afinidades de ése tipo de conceptos (es decir, se aprecien más estos
últimos, de corte ético) pero seguramente podremos encontrar un núcleo de
coincidencias básicas al acordar que ciertas libertades son necesarias para el ejercicio
del poder democrático. Aunque en este sentido, deberemos remarcar que la filiación que
Bobbio plantea para la democracia práctica no es la de todos los DDHH, sino la de las
libertades del liberalismo político. Claro que eso no implica que estén completamente
divorciados del orden democrático… por el contrario: el individualismo es el fundamento
común de la democracia y los DDHH.
Para el autor, desde una concepción organicista social hasta una individualista, tenemos
una revolución copernicana en la historia moral secular. El detonante de ello es el
individualismo, como los Derechos del Hombre y, lo que la Ciencia Política ha llamado
ciudadano. Históricamente, el individualismo tiene origen en el contractualismo del siglo
XVII/XVIII, con la concepción de sujetos en estado de naturaleza, soberanos, libres e
iguales. A esto debemos sumar el nacimiento de la economía política, con la idea de
homo æconomicus -quien al perseguir su interés propio, promueve el bienestar social
más eficazmente-, y adicionarle la filosofía utilitarista –desde Bentham a Mill-, al resolver
el bien común en la suma de bienes individuales. [12] Por supuesto que los antecedentes
remotos tampoco faltan, siendo la concepción cristiana de la vida y su secularización por
medio de la doctrina moderna del derecho natural (en términos de autores, debemos
mencionar el hilo que uniría a Hobbes hacia Kant). [13]
En el caso de la realización de los derechos del hombre, se los ha concibido como señal
del progreso moral de la humanidad, y el camino de la paz y la libertad. Pero es
necesario aclarar, que existen tres dimensiones dentro de aquéllos: una histórica, otra
moral y la última jurídico-institucional. Veamos: son históricos en su surgimiento,
determinado por la lucha múltiple por la defensa de nuevas libertades frente antiguos
poderíos. En otras palabras, son una reacción a formas de opresión. En el caso de la
divergencia entre la dimensión moral y la jurídico-institucional, notemos que el cimiento
de un derecho que debería tenerse, alude a una realización de valores últimos –y por ello
no justificables. Es preciso buscar una norma que los traduzca al ordenamiento jurídico
positivo. En otras palabras, los DDHH alcanzan estatus de derechos públicos subjetivos
por la positivización constitucional: si la dimensión jurídica supone la cuestión moral,
cuando aparece en lo constitucional, el consenso reside en que no es opinable.
Pero estas no son las únicas diferenciaciones que Bobbio hace para la clásica distinción
al interior de los derechos: repara en la designación derechos de libertad y sociales:
ambos de natura individual, mas los primeros con fundamento en el individuo (en tanto
que persona moral), y los segundos en la persona social. Específicamente, el hombre es
persona moral considerada en sí misma, y persona social en las dimensiones que la
rodean: familia, nación y la sociedad universal. La segunda diferencia, es su carácter
prestacional, que impetra la intervención del Estado por medio de prestaciones
adecuadas (mientras los derechos de libertad exigen lo contrario). De ésta, deriva la
tercera: los derechos sociales no pueden aplicarse inmediatamente, mas los de libertad
son de aplicación directa. En el caso de los derechos políticos, ellos fundan la
participación directa/indirecta de los individuos y grupos en las decisiones colectivas.
Continuemos abocándonos en la problemática de la democracia, desde otra perspectiva,
pero manteniendo nuestro norte final. En el caso de Schmitter y Karl, aquélla es un
sistema de gobierno en el que los gobernantes responden por sus acciones públicas
como representantes electos, con ejercicio indirecto, por medio de la
concurrencia/cooperación ante los ciudadanos, (Schmitter y Karl, 1995: 38). Aquí se
tornan fundamentales los ciudadanos, siendo una característica privativa del ejercicio
democrático efectivo. En relación con ello, y también como su característica natural, la
real democracia debe poseer y ofrecer variedad de procesos y procedimientos
competitivos (partidarios o no, funcionales o territoriales), para la expresión de intereses,
valores y demandas (sean colectivos o individuales).
Al igual que Bobbio, los autores se basan en los análisis de Robert Dahl, [14] dando
ciertas condiciones necesarias pero no suficientes para su ejercicio efectivo. Entre ellas:
la posibilidad de control de las decisiones de gobiernos sobre la política de los
funcionarios electos (que deben ser elegidos con frecuencia y sin ejercer coerción alguna
en este acto soberano); amplia habilidad para votar entre los ciudadanos, como para
presentarse en candidatura electivas; garantía de expresión sin represalia alguna al
emitirla; libre modo de asociación (sea en partidos políticos o grupos de interés).
Sumamos ahora, otras características, como: defensa de las minorías, igualdad de
derechos, resistencia al autoritarismo, valoración positiva de la crítica pública, respeto por
la ley –como caución contra la prepotencia y arbitrariedad-, y el rechazo de la violencia
estatal y privada. Además, presencia de recelo ante mesianismos políticos –que pueden
someter las libertades del individuo. En esencia, podríamos resumir y caracterizar a la
democracia en algunos componentes básicos: ciudadanía, secularización, legalidad,
cooperación desde políticos electos hacia los ciudadanos (y viceversa), participación y
competencia efectiva -o “cívica”. En lo que respecta al ejercicio efectivo de los DDHH,
deben viabilizarse en tal medio, diferentes aspectos: tolerancia a múltiples identidades,
criterios y creencias en un mismo grupo social, pluralidad, autoridad políticamente
responsable de las garantías que otorga el reconocimiento de los DDHH (y su
universalidad) -sin olvidar su carácter inalienable.
Una vez planteado esto, atengámonos a la relación que reside entre la cultura política
democrática y los DDHH. Y para hacerlo, reconstruyamos la convivencia en los diferentes
ámbitos -y niveles- de la vida social, en una sociedad con Estado democrático. En ella, el
grado de integración y articulación de diversos planos y dinámicas de la política serán
detonantes: por un lado, es preciso cotejar la política como acción colectiva esencial a la
solución de dificultades y desafíos –tanto públicos, como colectivos y privados. En
segundo lugar, es requisito el restablecimiento del acuerdo general de convivencia entre
ciudadanos y/o fuerzas y/o sectores sociales, con la aceptación y motivación a la
materialización de una institucionalidad democrática. Si partimos de la premisa que los
seres humanos son sujetos de derecho (y éstos inherentes a su condición de tal),
entonces (con)formaremos una concepción de relaciones sociales y cultura política que
de suyo asume una cultura política donde los DDHH son elemento fundamental. Por
tanto, no podemos referirlos sin hablar de una cultura política aparejada (y viceversa). Y
su interrelación cada vez más evidente en las acciones cotidianas.
Fácil es, objetar lo anterior con una situación tan concreta como plausible: el común
problema de observar una cultura política (y la formación general, orientada a la política),
muy distante de la realidad concreta. Frente a ese alejamiento, la educación en y para los
DDHH, hace que las problemáticas concretas de la vida de cada persona abra un portal
enorme para el diálogo de las dificultades que cada uno -formado en y para DDHH-,
tenga. La posibilidad que este diálogo brinda –que es otra fuente de esa educación, pero
ya en acción-, es la materialización de esa instrucción -y le da sentido. Este conocimiento
-que pudo ser impartido en la educación formal- deja el espacio de mera erudición, para
concretarse en herramientas para la acción, y en nueva fuente de respuestas necesarias.
Y aquí es donde debemos recordar la dinámica de la cultura política como una batería de
herramientas para actuar. Luego de las aportadas por la educación en y para los DDHH,
la pretérita devendrá en nueva cultura política.
Como agregado, debemos saber que la relación entre una nueva cultura política y su
inspiración en una educación en y para los DDHH, debe ser un proceso en constante
inoculación mutua (donde uno se vea enriquecido por el otro –y desafiado por la realidad,
para acortar esa distancia entre la concreta cultura política y lo que se obtiene de tal
formación). Un estilo activo desde el aula (o dónde fuere que se forme a los ciudadanos
como tales), se presenta como el factor para el despliegue de una nueva cultura política.
Además, gesta una personalidad política, que cada individuo puede y debe poseer; sin
perjuicio que ella puede diferir -en muchos o pocos aspectos- con respecto a sus pares y
cambiar en el tiempo -según las experiencias de vida de cada uno.
Por ello, nuestro objeto fundamental en este planteo, será el de destacar esta dinámica
de dos fuentes -que son causa y efecto mutuo-, que ilustra la importancia de este tipo de
una formación específica como la que presentamos, pero que tiene objeto también en su
ejercicio concreto, y que aquí llamamos nueva cultura política. Adentrémonos un poco
más en la primera, para poder cotejar su importancia fundamental.
Educación para y en los Derechos Humanos: Conclusión… y nuevo comienzo
Las democracias son capaces de sobrevivir sólo cuando son entendidas por sus
ciudadanos.
Giovanni Sartori
Apuntarnos a la educación en y para los DDHH nos relaciona con mejorías tangibles en
nuestra ciudadanía democrática; y, por ello, beneficia nuestra cultura política. La justicia y
equidad, el aseguramiento de una vida digna, la inclusión, el respeto a la diversidad y el
combate a la discriminación, pueden ser aprendidos y ejercitados a diario por quienes
estén formados en ello. [15] Por ello, es vital centrarse en que a corto plazo, la infancia y
adolescencia son el momento de formar sujetos de derecho –momento en que también
se gestan gran parte de las creencias de los individuos, algo que los acompañará de por
vida. La incorporación de contenidos pedagógicos en y para los DDHH, como el ejercicio
democrático en la educación formal que reciben los ciudadanos, es la medida para lograr
una cultura política de reconocimiento de esos derechos, en el ejercicio de la tolerancia
en la diversidad, equidad y ejercicio activo de la ciudadanía. Pero es dable destacar que
el lograr un nuevo modo de comprender la política y la sociedad, no puede reducirse
solamente a la educación en y para los DDHH en escolares. Antes por el contrario, debe
ser blanco de ella todas las personas, independientemente de su origen nacional o
étnico, condiciones socio-económicas y culturales. Y con esto nos referimos a una
educación sistemática, de calidad que permita comprender, aprender (y aprehender), las
responsabilidades como ciudadano, y la existencia de sistemas nacionales e
internacionales de protección de los DDHH. Es por ello que debemos verla como un a
porción de la formación vital del derecho a la educación –y como condición necesaria
para el ejercicio efectivo de todos los derechos del hombre, en todas sus dimensiones.
Desde ya, esta herramienta implica otorgar el poder de evitar, actuar, reclamar y
asociarse ante la detección de una eventual violación de los mismos. No nos referimos
solamente a las minorías que desgraciadamente han sido atávicamente pacientes de
tales, sino también a todas las situaciones cotidianas -y acotadas- donde esas faltas
ocurren (ámbitos laborales, artísticos, académicos, barriales e incluso, familiares). [16]
Estos mismos ciudadanos educados, podrán ser móviles y demandantes de la
trascendente incorporación/adecuación de legislaciones que los protejan en variados
niveles. Porque una formación política orientada a la acción, hace concretamente
comprensibles los roles de la ciudadanía democrática, al transmitir parte del sistema
democrático en términos prácticos, preparando disposiciones equivalentes para ella, y
enfrentando al educando con situaciones con lo que deberá lidiar en su cotidianidad. En
esencia, se debe tratar de proyectar al ciudadano -como unidad de valores e
inclinaciones-, en condiciones en que buscará medios para influir una/la situación según
aquellos.
Pero no negamos algo fundamental: junto con la preparación pedagógica convencional,
debe existir la formación en las dimensiones de acción concretas que pueden darse en
organizaciones no gubernamentales, municipalidades, prefecturas, organizaciones en
grupos profesionales, entre otras. Cuando son utilizadas situaciones concretas para
lograr ingresar a un tema pensado y problematizado, se hacen claras las dificultades de
una situación, y las tareas pedagógicas se llenan de sentido en cada clase. Con una
enseñanza en y para los DDHH orientada a la acción, los estudiantes desempeñan sus
roles posibles como ciudadanos -y como eventuales políticos- determinados por normas
de acción y/o reglas y funciones. Por eso, vigorizar organizaciones locales/nacionales en
pro de los DDHH, identificar los casos en que las personas se ven privados de su goce
pleno -y cuidar por el remedio de esa situación-, debe ser también, un recurso para
comentar y trabajar en esa instrucción. Paralelamente, es necesario tomar medidas como
promover la diversidad de fuentes, enfoques, metodologías e instituciones respecto de la
educación en DDHH; además de desarrollar la cooperación en actividades pedagógicas
en materia de estos derechos, y no olvidar la importancia de recalcar su rol en el proceso
de desarrollo nacional. Se trata de formar y dar posibilidades de un ejercicio activo de la
ciudadanía, ni más ni menos.
Es muy cierto que la participación directa del ciudadano en las decisiones del sistema
político, no es posible en una democracia representativa. En su lugar, la capacidad de
intervención (que también implica discernir cuándo es necesaria, dónde y cómo puede
llegar a tener consecuencias); llevará a un ciudadano/grupo al ejercicio correcto y
completo de su rol. En otras palabras, un ciudadano educado en y para los DDHH,
también será más activo en el ejercicio de la democracia. Esto acontece por causa que
del conocimiento, que hace a las personas más seguras en las acciones que realiza (a
diferencia de la poca confianza y temor que produce un contexto autoritario). Por ello, un
ciudadano con tal formación, es capaz de buscar averiguar, acercarse a la participación
(en partidos, asociaciones, iniciativas ciudadanas), potenciando también, una
observación crítica de los hechos políticos. Todo esto redundará en la confianza social
que permitirá la apertura hacia el Otro en tolerancia. En esto, algo es fundamental: esa
confianza mencionada -en el sentido de la participación política-, aumentará la seguridad
para que cada ciudadano activo sepa que una situación, puede ser cambiada si se actúa
sobre ella.
Pero es muy posible -y frecuente- que a fin de que la enseñanza en y para los DDHH no
se transforme en una simple retórica declamatoria, es precisa la referencia continua de la
realidad –caso contrario, hará eco en vacío. Y, si sólo hablamos del individuo y el
aseguramiento de sus DDHH, lo necesario será apuntar a la comprensión y respeto del
hombre y los pueblos. Serán una convicción que debe ser asumida por la familia, la
escuela, la comunidad, las iglesias, sindicatos, etc.; pero no de modo fragmentario, sino
global. Para ello, se hace indispensable el conocimiento del derecho a ocupar un lugar
digno en una sociedad, a la participación y a una conciencia global de la reflexión crítica.
Si a la educción en y para los DDHH, le sumamos la paz, debemos saber que ésta
también se asemeja a lo expuesto, ya que ellas no están alejadas en lo absoluto. Y
ambas, deben aparecer como la defensa de los valores sustantivos en forma, y un
contenido imbuido de la problemática espacio-temporal. Al igual que planteamos una
nueva cultura política inspirada en la instrucción en y para los DDHH, cuando a ésta le
sumamos la paz, debemos ver también sus confluencias, contribuciones, y mutua
alusión. Sólo para mencionar un ejemplo, veamos uno de los focos principales de la
última: la prevención de la violencia. Pues bien, en el espacio de los DDHH, el
reconocimiento de la dignidad humana como objetivo central, concreta el contexto para
poder hacer viable la primera. Además, ambas comparten ejes que pueden resignificarse entre sí, ya que la violencia no sólo aparece como fenómeno manifiesto en
una reyerta callejera o una guerra entre naciones. Atentados contra los DDHH como el
racismo, la discriminación de género, el etnocentrismo, la colonización ideológica, la
agresión, inequidad, también constituyen formas de violencia. Incluso, no faltará el caso
en que, este tipo de intimidaciones puede ser, tal vez, mejor abordadas por las
incumbencias de la educación en y para los DDHH. Presentarlas como violaciones a
ellos, provee una construcción alternativa para que los tópicos tomados en la educación
para la paz dejen de saber “abstractos” a la realidad cotidiana.
Por eso, creemos que hemos dado varios argumentos para que esos tiempos mejores
estén por venir. Solo resta que concretemos los modos para llegar a ellos. El intento y el
comienzo de esta tarea, tal vez sea pequeño, y por ello no se traducirá inmediatamente
en una defensa fluida y concreta de los DDHH en todos los casos donde estos faltan a
muchas personas. Pero creemos firmemente que vale la pena hacer el máximo esfuerzo
por la privación de la dignidad de los ciudadanos –que se hayan visto privados de ella.
Como agregado –y nada pequeño por cierto-, es un muy buen modo de ejercer nuestra
propia dignidad también.
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[1] Licenciada en Ciencia Política y Relaciones Internacionales (UCA) y actualmente elabora su tesis de
licenciatura en Sociología (UNLP).
e-mail: [email protected]
[2] Es dable exponer que notas similares a lo que expondremos como cultura política , no están ausentes en
Platón y Aristóteles. El primero la derivaba de los valores, actitudes y experiencias que las personas obtienen a
lo largo de su vida (en términos modernos, diríamos en su socialización ). En el caso de Aristóteles, puede
rastreársela en la organización de las conformaciones de la polis y la disposición de los segmentos
estratificados. No pasa ausente en el caso de Montesquieu, Rousseau y Tocqueville: sintéticamente, ellos
destacaron la importancia de los valores morales (y en algunos casos religiosos) para explicar el decurso de las
instituciones políticas .
[3] Gabriel Almond y Sidney, Verba: The Civic Culture, Political Attitudes and Democracy in Five Nations. An
Analytic Study. Boston, Little Brown, 1965. Cabe señalar que los países que abordan son Inglaterra, EUA,
Suiza y países escandinavos .
[4] En el cuento, al ingresar en casa de los tres osos, la niña escoge el plato de sopa del oso pequeño -ya que
el del oso padre estaba muy caliente, mientras el de la osa madre sabía muy fría. Con el mismo criterio escoge
la cama del osito donde se queda dormida, ya que la del padre era muy dura y la de la osa demasiado blanda .
[5] Girvin, Brian. Change and Continuity in Liberal democratic Political Culture, en John Gibbins (ed.),
Contemporary Political Culture. Politics in a Postmodern Age , Londres, Editorial Sage, 1989 .
[6] Cf. Robert Merelman, The Mundane Experience of Political Culture? En Political Communication , vol. 15,
#4, 1998 .
[7] Cf. Angel Díaz de Rada Brun y Francisco Cruces Villalobos, “La cultura política, ¿es parte de la política
cultural, o es parte de la política, o es parte de la cultura?” En Política y sociedad, Nº 18, 1995, pp. 165-184 .
[8] Concretamente, utilizaremos dos obras del autor: Teoría General de la Política (Madrid, Editorial Trotta,
2003) y El Tiempo de los Derechos (Madrid, Editorial Sistema, 1991) .
[9] Cf. Schmitter, Philippe; Karl, Terry Lynn: "¿Qué es y qué no es democracia?" en Grompone, Romeo;
Adrianzén, Alberto; Cotler, Julio; López, Silesio (comp) Instituciones Políticas y Sociedad: Lecturas
Introductorias (Colección Lecturas Contemporáneas, #1), Lima, Editorial Instituto de Estudios Peruanos, 1995
[10] Vale comentar que el concepto mínimo y procedimental de democracia del autor ha sido puesto en
términos críticos, presentándole en propio detrimento. Allende los posicionamientos, podemos afirmar que así
se vehiculiza el realismo político en Bobbio, ante los numerosos incumplimientos que la democracia ha teni do.
[11] Las posiciones sustanciales , no necesariamente desconocen el aspecto procedimental que ellas -y toda
concepción de democracia posee; sino que simplemente agregan una dimensión ética con mayor o menor
grado de prioridad. Su postura se fundamenta en que una decisión política puede ser democrática en forma (y
legal), pero no en cuanto contenido. En contraposición, se les objeta el identificar su concepto de democracia
con el de Estado de Derecho : al existir Estados de Derecho no democráticos, su posición se vulnera
ostensiblemente .
[12] Sólo para mencionar al que interesare, comentamos la existencia de muchas “rutas” posteriores al
individualismo -tan identificado con la democracia. Un ejemplo es el comunitarismo, que pretende encontrar un
nuevo equilibrio entre la autonomía individual y los deberes frente a la comunidad. Dentro de él, Amitail Etzioni
entiende que es la mejor opción crear una nueva infraestructura moral y red de experiencias políticas comunes,
en espacios como la familia, escuela, iglesia, asociaciones e iniciativas sociales .
[13] Y lo cierto, es que la democracia moderna no descansa sobre cualquier individualismo. Concretamente,
lo hace sobre la tradición liberal-libertaria. Será en la democrática, donde reconciliará al individuo con una
sociedad resultado de un acuerdo libre entre individuos. Y es en éste donde reside la base de la democracia
moderna .
[14] En Robert Dahl, Dilemas of Pluralist Democracy, Yale University Press, Editorial New Haven, 1982 .
[15] Si bien estos procesos comenzarán desde niños, en los primeros grados de la educación formal, en el
largo plazo, esos pequeños devendrán en adultos y padres, cuando cimentará esa educación en el mismo seno
familiar. Esto es, padres con una cultura política formada en y para los DDHH, irán mostrando a sus hijos una
realidad en clave de tal educación. Por supuesto, sus hijos, serán jóvenes, adultos y gerontes para continuar
estos criterios.
[16] Es necesario comentar que no se soslaya aquí, el cambio de valores que suele producirse en variaciones
combinadas: en situaciones, el cambio aumentará las exigencias. En ese caso, los ciudadanos se sentirán
insatisfechos, adoptando una actitud de protesta y reclamo por más libertades/garantías sociales y/o políticas.
En otros, los cambios de orden profundo –normativo-axiomático-, pueden potenciar intereses negativos, y
resultar en una sociedad más mezquina e individualista (cuando lo que se pretendía era un espacio para el
desarrollo personal, actividad responsable y comunidad). Por esto, no debe concebirse a la educación en y para
los DDHH olvidando que no es mera erudición jurídica, legal o moral; sino una herramienta orientada a la acción
–con un cause positivo, hacia los valores comunes, la tolerancia, la pluralidad, etc .
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