Chuquicamata, el País de Nunca Jamás

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El Clarí-n de Chile
Chuquicamata, el País de Nunca Jamás
autor Aristóteles España
2007-04-04 02:42:14
El 23 de abril de 2001 llegamos a Chuquicamata a trabajar en la Fundación Educacional que lleva su nombre. Las
autoridades de aquel entonces me propusieron escribir un libro sobre el mineral y gracias a gestiones del ex Director
JurÃ-dico de Codelco Norte, Juan Pablo Scroggie, llegamos una noche llena de viento, estrellas, y silencio. Nuestra
primera cena fue en el Chilex Club donde más tarde escribirÃ-a por las tardes los primeros apuntes de mi novela, con
personajes de carne hueso, los mismos mineros que en sus tardes de fin de semana en el Club Obrero, o en el Club de
Empleados me enseñaron que dos más dos son ocho como en los poemas de Vicente Huidobro y que la
autodestrucción que proviene de los hombres solos, estaba a 18 kilómetros de Calama.
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Los indios Chucos que habitaron esas soledades hace cientos de años lo sabÃ-an. Volar por las dunas, sobre el viento,
debajo de la arena, no sólo es producto de los delirios de esos esforzados trabajadores que llegaron a partir de 1915,
sino también puede ser el escenario de un cuento o como en el famoso poema “Vientos de Chuquicamata― que Pablo
Neruda escribió como un homenaje a las piedras y a las extensiones metafÃ-sicas de sus cerros y túneles del mineral a
tajo abierto más grande del planeta.
Caminamos por las calles del Campamento por las noches, con las pequeñas aves ateridas del silencio y del tiempo,
con los perros vagos y de amos, que cantaban por las noches cerca de los edificios César Aguilar, de la villa  John
Bradford, del Hospital Roy Glover, el que era visitado por el Dios de los Metales, el famoso Cóndor de Oro que un
indÃ-gena logró derrotar cerca donde hoy está la entrada del mineral hace miles de años  según cuenta la leyenda.
Detrás de la Villa Aukahuasi habÃ-a un pájaro abandonado. Todos los dÃ-as le convidábamos agua y alimento. Una
tarde de julio de 2001 lo fuimos a sepultar al cementerio y contemplamos allÃ- como cientos de tumbas con apellidosÂ
irlandeses, chilotes, ingleses, franceses eran el testimonio del esfuerzo de hombres y mujeres que soñaron con edificar
el paraÃ-so en un lugar llamado Chuquicamata, y donde la logia masónica de ese tiempo delineó los portales del
cementerio con cruces y cÃ-rculos que sólo la inteligencia crÃ-ptica puede soñar.
Los clubes deportivos eran un epicentro de sueños y alegrÃ-as. En ningún lugar se practicó el deporte de esa manera
apasionada y fuerte. Hombres y mujeres hacÃ-an del tenis, el fútbol, el béisbol, una cotidianidad para respirar y amar.
Con mi perro “Melchor― Ã-bamos a la iglesia los domingos. También visitábamos los sindicatos y la feria donde más d
una vez se enamoró de una perrita minera.
Aún recuerdo ese dÃ-a de abril de 2001 cuando llegamos a sus calles y espacios vacÃ-os. Nuestro primer dÃ-a en el
Colegio Chuquicamata fue una sorpresa. Un Colegio enclavado en el desierto más árido del mundo.
AllÃ- empezó el proyecto escritural y la lectura de todo lo que se habÃ-a escrito sobre esos territorios, con la mirada
tutelar de Héctor Lagos, el escritor del desierto chileno.
Adiós Chuquicamata. La tierra empezará a caer sobre tu cuerpo, el polvo del olvido, sin embargo, no hará desaparecer
el juego y la risa de los niños, los fantasmas que habitarán para siempre la plaza, las mujeres con sus atuendos del
siglo XIX, los mineros con sus cascos como soldados de una guerra infinita e imaginaria, los cánticos religiosos de
todas las creencias, la música de los bomberos, militares, policÃ-as, el viaje de las prostitutas, a escondidas, desde
Calama a visitar a algún amigo hospitalario, los amantes que se encuentran en un recodo del tiempo, la poesÃ-a de los
agujeros, el mundo que estará por siempre detenido en tus ojos, por los siglos de los siglos.
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