Escenas tomadas de un teatro imposible

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Escenas tomadas de un
teatro imposible
Floriano Martins
Coleção de Areia
© Escenas tomadas de un teatro imposible, Floriano
Martins | 2010
© Traducción | Marta Spagnuolo | 2009
© Portada y proyecto gráfico | Floriano Martins
Foto do Autor: José Ángel Leyva
Coleção de Areia – 01
Projeto Editorial Banda Hispânica
Caixa Postal 52817 – Agência Aldeota
Fortaleza Ceará 60150-970 Brasil
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Escenas tomadas de un
teatro imposible
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Todo es posible, sólo yo imposible.
Carlos Drummond de Andrade
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1.
El reflejo en el vestido elige el asombro con el que se
hace notar. Por instantes piensa en quien se deja
seducir, en miradas inestables que adoran a la
envidia, en risas de agasajo. Hay una elegancia fuera
de lo común en el ardid que concilia. Ondula como si
promulgase la inquietud. Sin embargo a los ojos de
quien lo ve, es todo menos un mecanismo planeado.
A veces el reflejo cae dentro del cuerpo en que
prefigura sus juegos sensuales. Y eriza enredos
distintos en cada labio que se inclina a cotejarlos. El
reflejo es un corte perfecto de un tratado de encantos
imprevisibles.
Avanza como un compañero del abismo. ¿Habrá
humanidad suficiente para este baile de sombras? Si
uno de nosotros se pusiera a rastrear en busca de un
ángulo por donde deshilar el milagro de tal escena, es
posible que algo cómico se produzca. Debe de haber
alguien dentro de esa esfera enigmática que nos
resume. Hay una orquesta en el tablado que cambia
el ritmo de la música siempre que comenzamos a
danzar. El reflejo se pone a reír, lo que lo vuelve aún
más seductor. Y en seguida reímos todos, llevados
por la conjetura de que aquellos cuerpos dentro del
reflejo evocan la pantomima de un gran amor.
Cuando las sombras ensangrentadas se desgarran de
la escena, entrevemos las marionetas que corren de
un lado a otro, como cascadas sin peso, temiendo que
el destino se deshile por completo.
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El enredo entreteje las sospechas fatigadas. Podemos
fingir de varias maneras lo que vimos. El reflejo sigue
en su trabajo, despertando un asombro inusitado en
cada uno de nosotros. Las escenas observan a los
espectadores. Las luces no necesitan disfrazarse de
fieras domadas. El reflejo vuelve a configurar sus
meneos. Y por donde escaparon unos labios
aturdidos con la excitación defraudada, nuevos
hilitos de sombras rojizas esbozan cierta excitación
en la platea. No había una música prevista para quien
contrariase el programa. El silencio oprimió los
sentidos. Por un segundo fuimos mundanos al punto
de no saber quiénes somos. Fuimos de un horror
sublime.
El reflejo se tornó sangre derramada del vestido de
donde pendían las imágenes de una fascinación
incomparable. ¿Cómo recurrir a un artificio tan
consciente de sus males? ¿El teatro entonces no es
más que un mueble con pequeños brazos donde
colgamos el reflejo de nuestras contradicciones más
terribles? Y ahora se desencadena toda una onda de
preguntas. El vestido no se desgasta por el exceso de
sombras. Para algunos residentes, el infierno no es
más que una ropa apretada. Tal vez alguien sepa la
medida cierta de su abismo. Pero no se puede exigir
esto del vestido. Menos aún de su reflejo en una
percha.
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2.
Al retirar la cómoda unos días retenidos cayeron por
detrás como fulgores que fuesen reencontrados.
Lámparas deformes deletreaban bosques por todas
las ranuras de sus cuerpos desconocidos. Ramaje de
objetos acariciados por el olvido. Por donde cae una
imagen de nuestra angustia, los fuegos fatuos se
constriñen. Dejamos escapar algunos secretos de la
rivalidad entre esos monstruos que se confunden con
lo eterno. A veces lo visible no es más que unos senos
arbitrarios tallados en una madera podrida.
Éste es el traje con que bendecimos el carbón
orgulloso de la existencia. No vestimos sino una
combinación de naufragios. Y el mobiliario se ríe de
la manera como lo utilizamos para disfrazar la
ineptitud para el abismo. Piezas inestables, que a
cada instante requieren un reflejo distinto de su
utilidad, ensayan efectos sonoros, simulaciones de
tinieblas, hilan sombras que puedan proyectar al
menos una interrogación presumible. Unos pocos
objetos rezongan, no aceptando que la realidad se
conforme con el entendimiento. Los muebles
entonces comienzan a retirarse de las paredes. La
casa entera entreabre sus labios para un nuevo
sobresalto. Revisan las gavetas del tiempo. Ya no
quieren soñar con nosotros.
Rechazan el misterio que les impusimos. Por entre
unos trapos inseguros de sueños y el baile
desacompasado de fantasmas, las mismas fugas
ensayadas. Estos son los primeros velos que el
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tiempo se lleva. Cuando me tocas, no pienso en lo
que me puede estar pasando. Si tu piel descubre el
fuego en contacto con la mía, no te amo más por esa
comprensión. El mobiliario no festeja las llamas de la
casa como si un nuevo cuadrante fuese instaurado en
su visión del mundo. ¿No hay magia sin la conciencia
de sus ingredientes? ¿Cuánto cuesta soñar contigo?
Hago los cálculos entre suspiros, devaneos, vómitos,
desarmonías, masturbaciones.
Es fácil llevar un texto a recurrir a su equipo de
incendio. Presumimos una salida de emergencia para
todo, considerando la existencia de una caída
conjunta. Los muebles ensayaron repetidas veces el
mismo procedimiento. ¿Para el caso de quien desista
de sí? Tratemos de prever las dislocaciones
improbables del pasado. No caben argumentos en
favor de la transparencia. Las películas a las que
sometemos nuestro tráfico entre visible e invisible
denuncian
que
somos
infractores
de
la
sustancialidad. Mis sentidos son tan confiables como
los tuyos. Toda realidad se evapora en la medida en
que es considerada.
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3.
Un espejo camina por las calles, atormentado por
imágenes que insisten en acusarlo de demasiada
pasividad. Las sombras proyectadas sobre su
angustia tejen un manto de lujuriosas figuras en
trance. Nada comparte la metafísica frustrada de esa
realidad deshecha en síncopes aparentes. El espejo
sabe que recae sobre sí el desconcierto de estampas
que fluctúan en el sentido pendiente de sus
representaciones. ¿Cómo explicar ahora el tráfico
intenso de inversiones? Vacila en su caminar. Los
pasos comienzan a chorrear un torrente de bultos
que se dispersan asustados.
Saltan del resto del cuerpo emblemas, fotocopias,
figuraciones agónicas. Incontables rostros salpican
desde la mirada aturdida. A esta altura el poema no
piensa sino en una manera de retirar de escena la
ruinosa aparición del espejo en su escritura
automática. ¿El escenario tendrá que ser rehecho en
destrozos? El arte se evapora en aposentos vulgares
rendido por una trascendencia que lo torna ausente
de sí. El espejo ya no rehúsa la desigualdad de sus
modelos. Las imágenes son inconstantes, es su
naturaleza, confiesa cabizbajo sin retener aunque sea
una imitación de lo que anduvo resonando. Delante
de todos insiste en que no alarga escenas, que a la
platea le encanta el cuadro real que el espejo
configura. Y mientras lo asevera facsímiles se agitan
como si garantizasen la permanencia de la realidad.
Ya no mira a ninguna parte.
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Refleja un vacío aún más carente de sentido. Frente a
todo, ¿cuál es la extensión de nuestra reacción
elemental? Y ya de tal manera decaído en la
conmoción de sombras descompuestas, el espejo se
retrae, y toda forma se calla. La platea vocifera,
inadaptada. Cualquiera que sea la manera con que el
espejo pruebe su humanidad, jamás será aceptado si
se niega a espejarla. La ilusión no tendría otra dieta
más favorable a su gula.
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4.
Viscosa simetría de deleites en brazos innúmeros que
saltan por el proscenio de un cuerpo a otro, labios
líricos que se bañan en tintas desconcertantes, un
discurso de gozos se esfuma en la labia frenética de
piernas que apenas se tocan expanden toda
conjunción posible. Irradiar a la deriva de tu beso en
el mío en el otro en alguno más. Los surcos de la
escena se rehacen. Somos animados por una utilería
fanática:
vestíbulos
fantasistas,
abanicos
automáticos, peines facciosos, una pleamar de
desiertos oblongos, greña de conceptos, gemidos que
son un regazo entre dolores sordos. ¿Quién nos dice
una palabra impura esta noche?
¿Quién teme a la propia piel? A veces el orden es el
desperdicio. Un bullicio de ansiedad, tu pene pasa
sobre mí y abro las salas para el descenso diverso de
la ilusión. Pequeñas muertes con fondo falso,
pantomimas labradas en partituras: un poema todo
así, partiendo al medio la esperanza. Dame aquí tu
pluma mojadita. Rodamos unos sobre otros, audaces
en la confusión, bañados en muslos, codos, barbillas,
estimulados por el anonimato. ¿Este labio es tuyo?
¿De quién la pelvis revoloteante? Esta pelusa
barroca, ¿a quién pertenece? Hay un teatro del
palabrerío, del cual toda la escena se resguarda, mi
nombre, tu piel, la memoria del otro.
Juerga de denuncias de lugares donde nunca estuve.
Tú eres mi cuándo dónde. Avideces del momento en
que nunca estás. Dame tu caída desenfrenada, el
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lenguaje apasionado por sí mismo, peculado de
orgasmos.
Busca
una
rodilla
cualquiera,
zigzagueante, una espalda experta en caídas, una
vestal… No hay representación sin falla. Esto el
poema nos enseña a cada instante, cuando lo leemos
y le confiamos nuestra vida. Por detrás de tus muslos
pasa un verbo, por detrás del script el sueño que
nunca se aplica. Estar donde la propia caída se
desvanece, cadáver exquisito a cada instante
consultando manuales de a bordo. ¿El reverso es lo
que de hecho se escribe?
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5.
Fricciones entre cuatro paredes. Tu inmensidad
desnuda al lado de los vasos momentáneamente
olvidados, transparentes como la pintura aplicada de
la realidad sobre nuestra piel esquiva. Gozos
descascarados como quien se desembaraza de cierto
moho de ideas que nos persiguen hasta este punto
capital en que nos ahogamos en la más plena
libertad. Después, abrir la llave esmaltada del paraíso
y dejar que el agua consuma al menos una parte de la
calentura que nos llevó a aquel hotel. Estar allí nos
deleitaba, en medio de la insuficiencia de todo acto
humano. Describías en tragos de un tinto seco los
paisajes recorridos dentro de mí mientras la música
arañaba la piel del tiempo y nos provocaba: – ¿cuál
tiempo? – y aceptabas la provocación repetida como
una travesura: ¿en qué parte del mundo estamos? –
me arañabas la espalda en busca de la localización de
nuestro desatino.
Una extraña ciudad tallada en lo escarpado de una
montaña que nos recibió con el batuque de un
temporal. El campo clavado en la mirada del guía que
nos llevó por laberintos solares cuyo recurso
hambriento era darse un nuevo nombre a cada paso.
La curva bien diseñada de tus caderas al escalar la
aspiración de que todo retornase allí… Siempre tú, mi
amor ya sin nombre, la última hambre de la tierra, ya
no dar nombre a nada más, ¿me aceptas así? Lo
sagrado no sabe de sí sin descarnarse. Hay un doble
por detrás de la piel de todo amor. No
necesariamente una réplica, un tratado de la
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desilusión o una latitud indescifrable. Un poco más
de vino y jugabas conmigo: – Loco, sabes dónde va a
terminar esto… – Mantén el agua caliente, tienes la
llave.
No hay realidad suficiente para el amor, reímos. Por
más que excavemos en el deseo, él no se muestra, no
es real, no cabe en un plato. El amor es
representación de sí, cuya persuasión le es atributo
fatal. No vive en parte alguna. No hay atlas que lo
convenza de hospedarse en una coordenada, ni aun a
la deriva. – Está fría el agua, bandida linda. –
Muerde aquí. – Dame más vino. Sínglame. Aun así ¿el amor es sumersión?- poco [muy poco] se revela
entre cuatro paredes que pueda ser aplicado a la
pintura de la realidad. – No estamos, amor, en
ninguna parte, no existe este hotel, menos todavía
bañera y vino, no somos la detonación de ningún
misterio, ni del más tonto, o el más infantil de los
misterios. Aunque sea un segundo, tus piernas [ellas]
amarradas a mi cuerpo, mientras sientes la locura
más plena, y sola. El infinito no sueña consigo
mismo. Todo el mundo parece tener una aversión
natural a la representación como si fuera un hecho
real. ¿Cuándo dejamos de ser lo que somos? ¿Cuándo
dejamos de ser lo que aparentamos ser?
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6.
Los pasos corren de un lado al otro del escenario a
preparar las sombras para un próximo acto. Se
confunden en la marcación y las cortinas se ponen a
reír. Oigo tu cuerpo por toda la noche, inventariando
los modos como nos despegaremos unos de los otros.
La memoria postergada por el baile sibilante de la
sangre arrebatando la belleza de las manos de los
cordeles que prendían una víctima a otra. ¿Cómo
seguir la ruta de sus huecos? ¿Cómo abrir cuevas en
el alargamiento de tus caídas? ¿Qué hicieron del
adiós que no daremos a todos nuestros vicios? Las
voces iban llegando al ensayo. Las cortinas vigilaban
las improvisaciones con una mirada hechizada. Las
grietas se ponían inmóviles. Las sombras se
engranaban en círculos, repeticiones que se vuelven
pegajosas en medio de una sentencia: el texto no te
salva.
Pequeños fraudes de enumeración. Ruidos girando
en sentidos confusos. Cuerpos entreverados con las
sombras que representan. Mis dedos fueron
deglutidos por tus senos como un metal que se
licuara en nombre del deseo. Tu felicidad se disfraza
de pez en el vestíbulo de mis sueños. Una misma
llama viola nuestro tormento. ¿Dónde fueron a
recoger esas frases? Las cortinas apenas disfrazan la
duda de que ese abuso se desborde. El escenario
todavía no se puso la ropa debida. Hay un exceso de
sangre en relación con la porción de cuerpos de que
pueden valerse los actos. Son bocados de dramas
desencontrados. No se sabe si hubo crimen o fiesta.
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Los hábitos son capaces de todo. Mi cuerpo no sabe
vivir sin tus participios. Es testimonio de todo cuanto
me sangras. Las cortinas confabulan lo imaginario.
Ríen porque saben que son fantoches que pueden ser
retiradas de sí. Todo es mucho más fácil en el balcón
de los hechizos. Unas sombras rasgadas, símbolos
con aire fatal de enigmas insolubles, testimonios
improbables. Todo en nuestra vida se repite de
manera tan aburrida que nos cerramos a la
intromisión de lo encantador. Los cordeles ataban a
los fantoches en una combinación de elementos
palpitantes en el encaje. La muerte aprisionada por
sus razones de ser. Hasta el cuerpo roto de la escena
todavía suspiraba. Había lugar para todo. Las heridas
se habían viciado en recursos fáciles. Una orgía de
fantoches, una matanza de títeres. Se hace cada vez
más difícil abrir una brecha en la moral del hombre
contemporáneo donde podamos afirmar sus
limitaciones. Los pasos corren de un lado a otro del
escenario a preparar las sombras para un próximo
acto.
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7.
El mundo se olvida dentro de ti como una revelación
traviesa que se oculta. Es como un enigma que
pendiese de los bosques de lo visible, apenas lo
suficiente para que nadie se sintiera solo durante la
caída. Todos tenemos derecho a las tinieblas, he ahí
lo que leíamos en una carta mientras hacías resonar
tu inocultable ausencia entre nosotros. Las cartas
confiesan lo que hay de irreconocible en el deseo. A
través de ellas no sabemos siquiera cómo regresar a
lo desconocido. Nuestras lágrimas desterradas o
fugitivas localizadas en vagones poblados de
ansiedad. No hay mejor manera de adorar al olvido:
desaparecer. Huir de la proeza de los refugios. Dejar
atrás las noches decoradas por el extravío. Ocultarse
de sí. Las cartas se disfrazan de embarques
relámpagos y susurran caricias sombrías. A muchos
de nosotros nos hacen creer que no son más que un
instante de indiferencia. Yo sumerjo sin ceremonia
mi fragilidad dentro de ti. Tu cuerpo me acepta como
a un diluvio y deja escapar mis manos por sus
escarpas criminales.
Solamente él me atraviesa el infortunio de la
semejanza y apenas identifica en los escombros una
verdad que no se llame retratos de familia. Tu cuerpo
no dice a los vestidos del silencio cómo zurcir el
pasado y mucho menos expande las raíces hasta que
se convierte en el ruido legítimo de la esperanza.
Gime, transita, naufraga, viaja, muerde mis
temblores, me arrastra de una lámpara a otra del
abismo. He ahí por donde los subterfugios pierden el
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lacre y a través de ellos el tiempo sigue repasando
sacrificios como si fueran rutas irrepetibles. He ahí la
naturaleza humana: reproducirse. Sólo tu cuerpo se
deshace de los cerrojos de la piedad. No hay lugar
para nosotros donde el sosiego acampa con sus ojeras
previsibles y el refrán de amores perdidos. Las cartas
deletrean atavíos por toda la textura del viaje. La
experiencia vive un romance secreto con la denuncia
y juntas tejen la heráldica de la necesidad. ¿Cómo
esperar que nos quedemos quietos lo suficiente para
componer una escena?
No pude dormir con el espejo de tus vestigios
impalpables. La noche se fue satisfaciendo con la
sospecha de abandono. La realidad del crimen se
confunde con unos dolores mal vestidos. Tu cuerpo
es ágil en la tormenta de mis placeres. Las cartas se
fingen inmóviles mientras gozamos. Las imágenes
poéticas se fueron. No sobró casi nada para
garantizar la memoria de nuestro amor. ¿Decir que te
busqué la vida entera? ¿Que de otra manera jamás te
habría encontrado? ¿Alguien está grabando todo
esto? Tu cuerpo duerme dentro del mío sin una
última palabra. El mundo -ese escaparate del
inconfundible sarcasmo- es más mañoso de lo que
imaginamos. Jamás moriría por nosotros.
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8.
La noche desfigurándose mientras, en silencio,
Gabriela mondaba sus ojos hambrientos y mascaba
triángulos veloces que se despedían de todos, una
alegoría de nervios fuera de lugar, todo semejante a
resplandores ahogados para quien no conociese el
idioma de los sueños. Ella desdoblaba sus formas y la
piel tan afectuosa entretenía las sombras convulsas
diseñando interrogaciones por toda la noche. Roía
los pequeños paisajes que no conseguían escapar de
su hambre. La escritura indulgente de los sueños. Un
osario de lámparas que apenas dejaba entrever el
enredo de sus delicados pies, incompletos. Gabriela
opacada por un clamor de vapores disfrazados de una
lógica atrevida: no toque jamás sus labios o el juego
entero recomienza. ¿Con qué provecho arrancar la
vida a la propia vida? La noche desbaratada en
naipes de vidrio con dos caras, baraja saqueada por
maniquíes que a cada instante trampeaban. Yo traje
tu amor al centro del laberinto. Allí lo derramé por el
espinazo de los agotamientos. Una selva de rumores
enamorándose de todo cuanto oliese a subterráneo.
Gabriela enseñándome a desmoronar los colores
indecisos de la noche. Improvisaciones ocultas bajo
la lengua. Besos que cuestionan la legitimidad del
amor. Evitamos los paisajes con cuerpos enterrados
por la polvareda de las lágrimas. Nos sonreímos uno
al otro antes que la transparencia mude de ropa. Es
tan fácil deslustrar la lucidez. Sentarse a tomar un
café mientras la carne cae. Tu piel tatuada de
incestos del lenguaje. Temblores míticos modificados
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para atender a viejos planes de fuga. Gabriela
poniendo la centrifugadora en el último punto, para
triturar las estatuas del deseo. Muchos fragmentos no
admiten la farsa. También los sueños son
contagiosos. Hace mucho que no abrimos la puerta al
fuego fértil de la memoria. No dormimos bien la
última noche. No conquistamos los abismos más
simples. Gabriela todavía me tenía entre los dientes,
justamente sabiendo que anduve escapando de mí.
Escapamos. Nos fuimos de allí. No había otra manera
de ser. El desierto no sirve para entretener.
Tanteamos una última imagen, juntos. Ella se reía
mucho, diciendo que el amor lleva algún tiempo
hasta deshacerse.
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9.
Salimos a comprar relámpagos. La luz sollozando en
sus rincones más imprevisibles. Dejamos los cuerpos
arrastrándose por entre las nervaduras del escenario,
la blancura de la piel desatando rutas en variaciones
que revientan de sudor. Tu belleza insiste en retocar
imágenes con el pico de los relámpagos. El trazo se
desnuda si es hecho con punta abrasadora.
Comienzas a garabatear una serie de caprichos. No
recuerdo por dónde recortas el deseo, cómo perforas
las noches falsas, las puertas sin reposo, huesos
amantes de la desesperación… Tus ojos ya no salen
de aquí, y absuelven cuerpos apenas entrados en el
infierno, fantasmas espléndidos que aún no se dieron
por muertos, una fantasía de dioses bañados de
excitación. Descendemos al fondo de nuestras
manos, donde ellas deletrean un fuego de tramas. La
claridad estaba por ser presa de figuras laceradas. En
vano buscamos los utensilios de esas estampas
libertinas, curiosos por saber cómo ellas se pulen y
renuevan y se deshacen. Esbozas todo un fondo de
locura que irás rompiendo con el propio terror
descifrado en los tipos excéntricos que enmiendas.
Así reposas en mi cuerpo, mientras el escenario se
encharca de alegorías que se arrastran por un basural
de delicias. No me dejas caer de ti, y nos disfrazamos
con los labios rozando el límite de todo. A veces voy
solo a comprar más relámpagos. Al regresar te
encuentro atizando la vileza de nuevos cuerpos
apilados sobre la escena. No me llevas escrito a
ninguna parte. Tus ojos apenas sospechan de mí. Yo
casi diría que te amo, al verte así deshecha en amor,
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aceptada por una horda de sombras encarnizadas.
Son tus aspectos, emblemas, figuraciones. Procuro
estar con todos y los trato como criaturas humanas.
Veo cómo recortas las terminaciones nerviosas de
estatuas, intercalas vuelos en alas de cera o destacas
un delito en abismos ingenuos. Tus personajes
desconocen la distinción entre ternura y peligro.
Practican un tumulto de escena, lugar del ojo
devastado por la acumulación. Somos todos
deshechos en el tablado. No nos queda una
desilusión que nos dilacere en el camarín o camino a
casa.
Todos tus cuerpos se acumulan en igual ambiente,
desnudado por la misma punta abrasadora con que
me tocas el cuerpo mientras reposas dentro de mí.
Todo está allí. Arruinado o no. Los trazos se mueven
en el diseño, animación vertiginosa en un desorden
de sospechas, montón de argumentos delirantes.
Todas las figuras describen el mismo vértigo: un poco
más de infierno en el rastreo de cada víctima. Tan
dulce, te recuestas sobre mí. Salgo una vez más,
siempre a comprar relámpagos.
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10.
Nuestros fantoches se aman. Rearman el escenario
que les dedicamos. Diseñan nuevas salas en el
subterráneo. Apagan todos los puntos de fuga. La
mirada de él la socorre con la más dulce furia: mi
ángel, el hombre ya no nos controla. Y entre besos ni
siquiera desconfían que éste sea el ardid de toda
creación. Abrir los ojos mudos al despuntar la
realidad y en ellos derramar la sangre de nuevas
expectativas. Perderse en el laberinto de formas
inconexas de las llaves licuadas. La memoria renueva
su estoque de despojos. Hasta donde me acuerdo,
nuestros fantoches se aman.
Abordan los espejos interminables de sus virtudes.
Desactivan los sistemas de angustia y de venganza. Y
se despiden desconociendo los vestigios de todo
cuanto dejan atrás. Pero saben en qué se prolonga la
mentira más bella. Rever la mecánica de las escenas
para que nada sea seguro en toda la jornada.
Convertir lo imponderable en el más altivo de los
farsantes. Con indisimulable excitación, alguien
deducirá en la platea: nuestros fantoches se aman. Y
para tanto habrá contribuido el acto en que los dos
acarician las costuras deshechas de los cuerpos
después de la unión eléctrica de sus hilos. Un collar
de rugidos y vértigos entrelazados. Luces insistentes
en el estómago de las lámparas quemadas. La
creación es una hipótesis incompleta. Los personajes
se mixturan poniendo en duda los argumentos de la
farsa. Siluetas desmontan el escenario. El lenguaje
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fuma sus puros impresionantes y apresura el paso
cuando las contradicciones se agitan en las calles.
Por donde transito mi ojo perfora una nueva
geometría sin salida. Se presume que la
representación confunda los turnos de ensayo. Un
absurdo despojado de sus audacias, un épico
desmemoriado, un experimental marcado y regido
por apuntadores. No hay pantomima más espléndida
que la vanidad. Un nuevo proscenio para cada
ilusión. ¿Qué pasa después? El orgullo se ensancha,
la infamia no piensa dos veces, las virtudes no se
reconocen. Ésta es la casa que construimos para
todos y donde nos extrañamos de que los fantoches
se amen. Los dioses, en el esplendor de los
subterfugios, se ríen tanto, desgraciados, que casi no
hallamos pretexto para degollarlos. Reímos con ellos,
evasivos. Y si nos sentamos a producir algo, seguro
que no dudaríamos en trampear al lenguaje.
Nunca se sabe por qué insistimos tanto en
representar la propia vida. Somos sólo la mitad de
algo. No importa cómo un fantoche se desnuda
delante de otro, cómo se pone a reír a cada hilo de sí
que deshilacha. No importa cómo una representación
nos asombra ante su entrega, cómo se vuelve
innumerable a cada escama extraviada. No importa
cómo nos creemos tan reales al punto de que no
entramos en escena sin maquillaje. Rigurosamente
no importa nada. Algo en la creación salió mal y ya
no nos importa nada. El teatro está abierto: mismos
días, iguales sesiones programadas hace tiempo.
Alguna que otra vez un visitante se arriesga a mirar
para los lados a la salida. Este gesto minúsculo no
sabe del todo si busca aniquilar el entendimiento del
otro o unirse a él.
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CAE EL TELÓN
Ellos se fueron. Aquí sólo los escombros de sus
obras. Personas pasan por ellas y no se perturban.
Recuerdan las palabras de Blake sobre la tarea de
abrir los mundos eternos. Frente a mí este museo en
llamas. En la caja negra las instrucciones sobre cómo
proceder durante la caída. Microfilmes de las
visiones de los antiguos sabios. Única luz posible en
el interior del paisaje dilacerado. Ellos ya no están
aquí. Las formas futuras de todas las cosas derivan
del impulso de recoger los escombros de sus obras.
Unas no absorben a las otras. Personas alrededor.
Palabras queman por dentro. Casi una llave.
Reconciliación con el caos en el curso interrumpido
de las labores humanas.
Las máscaras se guardan la terrible verdad sobre
nuestras vidas. Las contradicciones son disfraces de
aquello a que no nos atrevemos sino en sigilo. Noche
en mí que el infierno atraviesa, desciende la
corriente sombría y en ella recomienza – he ahí lo
que me diría un emisario de San Juan de la Cruz.
Criaturas gravitando en la órbita de sus ansias. Mis
versos, un reconocimiento de demonios que hablan
por mí. La verdad es siempre teatral. Raskolnikov y
Willy Loman jamás se conocieron. Ambos
descendieron al infierno. Allí recomenzaran nuestras
vidas. Por detrás de sus máscaras la gente estuvo a
punto de salvarse.
Lágrimas atizan el fuego del pasado. Los elementos
allí preservados exigen el cuidado de un dios que
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todo lo ve. Los que encontraron su ley se fueron.
Árboles no son hombres. Fantasmas escorados con
un mensaje cuyo significado ya nadie descifra. La
lectura de un libro abre los portones del infierno que
llevamos en nuestras entrañas. Las furiosas revueltas
de nuestra miserable condición. ¿Cuántas veces ante
el espejo sombrío del pasado nos preguntamos qué
somos? Frente al Retablo de los eremitas aflicción
mayor nos castiga. ¿En qué serpiente de marfil nos
transformamos? También Hieronymus creó con
fuego los destinos de su alma.
Ningún hombre es capaz de hacerse algún bien a sí
mismo. Las víctimas siniestras de la esperanza
aguardan todas en la otra orilla del espejo ser
reconocidas un día por su abominable apego a la
vida. Antonio Francisco Lisboa masticó sus propias
manos en una cena implacable. Por todo el mundo
personas levantan con sus propios cuerpos un
laberinto vacío. Máscaras en agonía. Ópera voraz de
nuestra siembra de huesos por la tierra. Leda
sollozando al reunir las minúsculas criaturas de
piedra que antes bailaban en sus visiones. La
experiencia es una falla en la espalda de nuestro
tiempo. Mansamente el hombre posa la mano en su
propio fin.
Aquel que ama las letras devela el argumento de las
tinieblas con serenidad. Asevera una sentencia árabe
que el hombre se disimula atrás de su lengua. Moisés
no encontró sino en Aarón las palabras con que
transmitir a su pueblo las aspiraciones de una unión
total con Dios. Schöemberg murió sin concluir Moses
und Aron. ¿Qué luz tan severa suprime el paisaje a
nuestra vuelta? ¿Qué dibuk penetra en nuestra alma
afligida y con un escándalo la arrebata? El definitivo
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río que fluye en los tejidos del lenguaje conduce al
hombre a un abismo sin fin. Aquel que ama las letras
supera la obsesión de revelarlas.
Las innumerables formas del asombro reciben la
poesía en sus límites hechos de nada. Luz y sombra.
Residuo de las destrucciones que sostienen el
mundo. Inacabable sinfonía, la muerte nos recuerda
cuánto la vida nos devora en nombre del amor y la
oscura sombra del deseo. ¿Qué voz escucho
diciéndose destino cuando mueren los padres?
¿Quién la diosa audaz que silba por los corredores de
la Biblioteca? La que rehace con fuego y lágrimas las
diezmadas rutas de una alegoría surgida en el seno
de la madre. Cenizas… Cenizas… La tierra… Goya
penetró en los abismos ruidosos de su sordera, donde
residían alucinadas sus pinturas negras. A los ojos de
Dios la rectitud es insoportable.
La Biblioteca está en llamas. Ellos se fueron, por
encima del fuego. Lo que queda al final es lo
indecible. Cuerpo en reposo. Como en los versos de
Lezama Lima, aquí estamos hablando de los
vencimientos de la muerte universal y la calidad
tranquila de la luz. Lejos de las palabras, ¿quién nos
reconocerá? Criaturas deformes pegando fuego al
cuerpo de la historia. Cuerpos escritos en la noche.
Fragmentos de un mismo dios que no se conocerá a
sí mismo muy bien. Ellos ya no están aquí. El
supliciado adiós al mundo de Violetta Valéry. Las
veredas terribles de la muerte por donde Trakl se
fuera. Una pequeña multitud de rostros se identifica
con el vacío. Fuego… Fuego… Luces…
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Coleção de Areia - 28
Cenas apanhadas de um
teatro impossível
Coleção de Areia - 29
Tudo é possível, só eu impossível.
Carlos Drummond de Andrade
Coleção de Areia - 30
1.
O reflexo dentro do vestido escolhe o espanto com
que fazer-se notar. Por instantes pensa em quem se
deixa seduzir, em olhares instáveis que cultuam a
inveja, em risos de aconchego. Há uma elegância
incomum no ardil que concilia. Ondula como se
promulgasse a inquietude. Porém aos olhos de quem
o vê, é tudo menos um mecanismo planejado. Por
vezes o reflexo cai dentro do corpo em que prefigura
seus jogos sensuais. E eriça enredos distintos em
cada lábio que se incline a cotejá-los. O reflexo é um
corte perfeito de um tratado de encantos
imprevisíveis. Progride como um comparsa do
abismo. Haverá humanidade suficiente para este
bailado de sombras? Se um de nós se puser a rastejar
em busca de um ângulo por onde desfiar o milagre de
tal cena, é possível que algo cômico se produza. Deve
haver alguém dentro dessa esfera enigmática que nos
resume. Há uma orquestra no palco que muda o
ritmo da música sempre que começamos a dançar. O
reflexo se põe a rir, o que o torna ainda mais sedutor.
E em seguida rimos todos, levados pela conjetura de
que aqueles corpos dentro do reflexo evocam a
pantomima de um grande amor. Quando as sombras
ensangüentadas se desgarram da cena, entrevemos
as marionetes que correm de um lado para outro,
como cascatas desaprumadas, temendo que o destino
se desfie por completo. O enredo entretece as
suspeitas fatigadas. Podemos fingir de várias
maneiras acerca do que vimos. O reflexo segue em
seu trabalho, despertando um espanto inusitado em
cada um de nós. As cenas observam os espectadores.
Coleção de Areia - 31
As luzes não necessitam disfarçar-se em feras
domadas. O reflexo torna a configurar seus meneios.
E por onde escaparam uns lábios aturdidos com a
excitação defraudada, novos filetes de sombras
rubras esboçam certa excitação na platéia. Não havia
uma música prevista para quem contrariasse o
programa. O silêncio oprimiu os sentidos. Por um
segundo fomos mundanos a ponto de não sabermos
quem somos. Fomos de um horror sublime. O reflexo
tornou-se sangue entornado do vestido de onde
pendiam as imagens de um fascínio incomparável.
Como recorrer a um artifício tão ciente de seus
males? O teatro então não passa de um móvel com
pequenos braços onde pendemos o reflexo de nossas
contradições mais terríveis? E agora desencadear
toda uma onda de perguntas. O vestido não se
desgasta pelo excesso de sombras. Para alguns
residentes, o inferno não passa de uma roupa
apertada. Talvez alguém saiba o número certo de seu
abismo. Mas não se pode cobrar isto do vestido.
Menos ainda de seu reflexo em um cabide.
Coleção de Areia - 32
2.
Ao afastar a cômoda uns dias retidos caíram por trás
como fulgores que fossem reencontrados. Lâmpadas
disformes soletravam bosques por todas as ranhuras
de seus corpos desconhecidos. Ramagem de objetos
acariciados pelo esquecimento. Por onde cai uma
imagem de nossa angústia, os fogos-fátuos se
constrangem. Deixamos escapar alguns segredos da
rivalidade entre esses monstros que se confundem
com o eterno. Por vezes o visível não passa de seios
arbitrários entalhados em uma madeira apodrecida.
Este é o traje com que abençoamos o carvão
orgulhoso da existência. Não vestimos senão uma
combinação de naufrágios. E a mobília se ri da
maneira como a utilizamos para disfarçar a inaptidão
para o abismo. Peças instáveis, que a todo instante
requerem um reflexo distinto de sua utilidade,
ensaiam efeitos sonoros, dissimulações de trevas,
afiam sombras que possam projetar ao menos uma
interrogação presumível. Uns poucos objetos
resmungam, não aceitando que a realidade se
conforme com o entendimento. Os móveis então
começam a afastar-se das paredes. A casa inteira
entreabre seus lábios para um novo sobressalto.
Vasculham as gavetas do tempo. Não querem mais
sonhar conosco. Rejeitam o mistério que impusemos
a cada um deles. Por entre uns trapos inseguros de
sonhos e o bailado descompassado de fantasmas, as
mesmas fugas ensaiadas. Estes são os primeiros véus
que o tempo leva para dentro de si. Quando me tocas,
não penso no que pode estar se passando comigo. Se
a tua pele descobre o fogo no contato com a minha,
Coleção de Areia - 33
não te amo mais por esta compreensão. A mobília
não festeja as chamas na casa como se um novo
quadrante fosse instaurado em sua visão de mundo.
Não há magia sem a consciência de seus
ingredientes? Quanto custa sonhar contigo? Faço os
apontamentos em suspiros, devaneios, vômitos,
desarmonias, masturbações. É fácil levar um texto a
recorrer a seu equipamento de incêndio. Presumimos
uma saída de emergência para tudo, considerando a
existência de uma queda unida. Os móveis ensaiaram
repetidas vezes o mesmo procedimento. Para o caso
de quem desistir de si? Tratemos de prever os
deslocamentos improváveis do passado. Não cabem
argumentos em favor da transparência. As películas a
que submetemos nosso tráfico entre visível e invisível
denunciam
que
somos
infratores
da
substancialidade. Os meus sentidos são tão
confiáveis quanto os teus. Toda realidade se evapora
na medida em que é considerada.
Coleção de Areia - 34
3.
Um espelho caminha por entre as ruas, atormentado
por imagens que insistem em acusá-lo de demasiada
passividade. As sombras projetadas sobre sua
angústia tricotam um manto de luxuriosas figuras em
transe. Nada comparte a metafísica frustrada dessa
realidade desfeita em síncopes aparentes. O espelho
sabe que recai sobre si o embaraço de estampas que
flutuam no sentido suspenso de suas representações.
Como explicar agora o tráfico intenso de inversões?
Hesita em seu caminhar. Os passos começam a jorrar
uma torrente de vultos que se dispersam assustados.
Saltam do restante do corpo emblemas, fotocópias,
figurações agônicas. Incontáveis rostos salpicam do
olhar aturdido. A esta altura o poema não pensa
senão em uma maneira de retirar de cena a ruinosa
aparição do espelho em sua escritura automática. O
palco terá que ser refeito em destroços? A arte
evapora-se em aposentos vulgares rendida por uma
transcendência que a torna ausente de si. O espelho
já não recusa a desigualdade de seus modelos. As
imagens são inconstantes, é da natureza delas,
confessa cabisbaixo sem reter uma imitação que seja
do que andara ressoando. Diante de todos insiste que
não alonga cenas, que a platéia se encanta pelo
quadro real que o espelho configura. E enquanto
depõe fac-símiles se agitam como se garantissem a
permanência da realidade. Já não olha para parte
alguma. Reflete um vazio ainda mais carente de
sentido. Diante de tudo, qual a extensão de nossa
reação elementar? E já de tal maneira decaído no
abalo de sombras decompostas, o espelho se retrai, e
Coleção de Areia - 35
toda forma se cala. A platéia vocifera,
desambientada. Qualquer que seja a maneira com
que o espelho prove sua humanidade, jamais será
aceito se recusar espelhá-la. A ilusão não teria outra
dieta mais favorável à sua gula.
Coleção de Areia - 36
4.
Viscosa simetria de deleites em braços inúmeros que
saltam pelo proscênio de um corpo a outro, lábios
líricos que se banham em tintas desconcertantes, um
arrazoado de gozos se esfuma na lábia frenética de
pernas que mal se tocam expandem toda conjunção
possível. Irradiar a deriva de teu beijo no meu no
outro em mais algum. Os sulcos da cena se refazem.
Somos animados por utensílios fanáticos: vestíbulos
fantasistas, leques automáticos, pentes facciosos,
uma preamar de desertos oblongos, grenha de
conceitos, gemidos que são um regaço entre dores
surdas. Quem nos diz uma palavra impura esta
noite? Quem teme a própria pele? Por vezes a ordem
é o desperdício. Um bulício de ansiedade, teu pênis
passa sobre mim e abro as salas para a descida
variada da ilusão. Pequenas mortes com fundo falso,
pantomimas lavradas em partituras: um poema todo
assim, quebrando ao meio a esperança. Dá-me aqui a
tua pluma molhadinha. Damos volta uns por sobre
outros, afoitos no embaraço, banhados em coxas
cotovelos queixos, agitados pelo anonimato. Este
lábio é teu? De quem a pelve esvoaçante? Esta
penugem barroca, a quem pertence? Há um teatro do
palavreado, do qual toda cena se resguarda, meu
nome, tua pele, a memória do outro. Carraspana de
denúncias de lugares onde nunca estive. Tu és meu
quando onde. Sofreguidões do momento em que
nunca estás. Dá-me a tua queda desenfreada, a
linguagem enrabichada por si mesma, peculato de
orgasmos. Procura um joelho ziguezagueante
qualquer, um dorso experiente em quedas, uma
Coleção de Areia - 37
vestal… Não há representação sem falha. Isto o
poema nos ensina a todo instante, quando o lemos e
a ele confiamos nossa vida. Por trás de tuas coxas
passa um verbo, por trás do script o sonho que nunca
se aplica. Estar onde a própria queda se esvai,
cadáver esquisito a todo instante consultando
manuais de bordo. O reverso é o que de fato se
escreve?
Coleção de Areia - 38
5.
Fricções entre quatro paredes. Tua imensidão nua ao
lado dos copos momentaneamente esquecidos,
transparentes como a pintura aplicada da realidade
sobre a nossa pele esquiva. Gozos descascados como
quem se desembaraça de certo mofo de idéias que
nos perseguem até este ponto capital em que nos
afogamos na mais plena liberdade. Depois abrir a
chave esmaltada do paraíso e deixar a água consumir
ao menos uma parte do tesão que nos levou àquele
hotel. Estar ali nos deleitava, em meio à insuficiência
de todo ato humano. Descrevias em goles de um tinto
seco as paisagens percorridas dentro de mim
enquanto a música arranhava a pele do tempo e nos
provocava: – qual tempo? – e aceitavas a provocação
ecoada como uma travessura: em que parte do
mundo estamos? – me arranhavas as costas à
procura da localização de nosso desatino. Uma
estranha cidade entalhada na escarpa de uma
montanha que nos recebeu com o batuque de um
temporal. O sertão encravado no olhar do guia que
nos levou por labirintos solares cujo recurso
famigerado era dar a si um novo nome a cada passo.
A curva bem desenhada de tuas ancas ao escalar a
aspiração de que tudo retornasse ali… Sempre tu,
meu amor já sem nome, a última fome da terra, não
dar nome a mais nada, me aceitas assim? O sagrado
não sabe de si sem que se descarne. Há um duplo por
trás da pele de todo amor. Não necessariamente uma
réplica, um tratado da desilusão ou uma latitude
indecifrável. Um pouco mais de vinho e brincavas
comigo: – Louco, sabes onde isto vai dar… – Mantém
Coleção de Areia - 39
a água quente, tens a chave. Não há realidade
suficiente para o amor, rimos. Por mais que
escavemos o desejo, ele não se mostra, não é real,
não cabe em um prato. O amor é representação de si,
cuja persuasão lhe é atributo fatal. Não mora em
parte alguma. Não há atlas que o convença a
hospedar-se em uma coordenada, mesmo em deriva.
– Está fria a água, bandida linda. – Morde aqui. –
Dá-me mais vinho. – Singra-me. Mesmo assim – o
amor é submersão? – pouco [muito pouco] se revela
entre quatro paredes que possa ser aplicado à pintura
da realidade. – Não estamos, amor, em parte alguma,
não há este hotel, menos ainda banheira e vinho, não
somos a detonação de mistério algum, por mais tolo,
o mais infantil dos mistérios. Um segundo que seja,
tuas pernas [elas] atracadas ao meu corpo, enquanto
te sentes a doidice mais plena, e só. O infinito não
sonha consigo mesmo. Tudo no mundo parece ter
uma aversão natural à representação como sendo o
fato real. Quando deixamos de ser o que somos?
Quando deixamos de ser o que aparentamos ser?
Coleção de Areia - 40
6.
Os passos correm de um lado para outro do cenário a
preparar as sombras para um próximo ato.
Confundem-se na marcação e as cortinas se põem a
rir. Ouço teu corpo por toda noite, a inventariar os
modos com que nos desfizemos uns dos outros. A
memória postergada pelo bailado sibilante do sangue
arrebatando a beleza das mãos dos barbantes que
prendiam uma vítima à outra. Como seguir a rota de
seus desvãos? Como abrir covas no alongamento de
tuas quedas? O que fizeram do adeus que não demos
a todos os nossos vícios? As vozes iam chegando para
o ensaio. As cortinas vigiavam os improvisos com um
olhar enfeitiçado. As falhas se punham imóveis. As
sombras se engrenavam em círculos, repetições que
se tornam pegajosas em meio a uma sentença: o texto
não te salva. Pequenas fraudes de enumeração.
Ruídos girando em sentidos confusos. Corpos
embaralhados com as sombras que representam.
Meus dedos foram deglutidos por teus seios como
um metal que se liquefizesse em nome do desejo. Tua
felicidade se disfarça em peixe no vestíbulo de meus
sonhos. Uma mesma chama viola nosso tormento.
Onde foram recolher essas frases? As cortinas mal
disfarçam a dúvida de que esse abuso transborde. O
cenário ainda não pôs a roupa devida. Há um excesso
de sangue em relação ao quinhão de corpos de que
podem se valer os atos. São bocados de dramas
desencontrados. Não se sabe se houve crime ou festa.
Os hábitos são capazes de tudo. Meu corpo não sabe
viver sem teus particípios. Não devo socorro ao
encaixe de tua pele em meu desejo. És testemunha de
Coleção de Areia - 41
tudo quanto me sangras. As cortinas confabulam o
imaginário. Riem porque sabem que são fantoches
que podem ser retirados de si. Tudo é muito fácil no
balcão dos feitiços. Umas sombras rasgadas,
símbolos com ar fatal de enigmas insolúveis,
testemunhas improváveis. Tudo em nossa vida se
repete de maneira tão maçante que nos fechamos
para a intromissão do encantador. Os barbantes
amarravam os fantoches em uma combinação de
elementos palpitantes no encaixe. A morte
aprisionada por suas razões de ser. Mesmo o corpo
quebrado da cena ainda suspirava. Havia lugar para
tudo. As feridas se viciaram em recursos fáceis. Uma
orgia de fantoches, uma matança de títeres. Está cada
vez mais difícil abrir uma brecha na moral do homem
contemporâneo onde possamos afirmar suas
limitações. Os passos correm de um lado para outro
do cenário a preparar as sombras para um próximo
ato.
Coleção de Areia - 42
7.
O mundo se esquece dentro de ti como uma
revelação traquina que se oculta. És como um enigma
que pendesse dos bosques do visível, apenas o
suficiente para que ninguém se sentisse só durante a
queda. Todos temos direito às trevas, eis o que
líamos em uma carta enquanto ecoavas tua
indisfarçável ausência entre nós. As cartas confessam
o que há de irreconhecível no desejo. Através delas
não
sabemos
sequer
como
regressar
ao
desconhecido. Nossas lágrimas desterradas ou
fugidias localizadas em vagões povoados de
ansiedade. Não há melhor maneira de cultuar o
esquecimento: desaparecer. Fugir da proeza dos
refúgios. Deixar para trás as noites decoradas pelo
extravio. Sumir de si. As cartas se disfarçam de
embarques relâmpagos e sussurram carícias
sombrias. A muitos de nós fazem crer que não
passam de um instante de indiferença. Eu mergulho
sem cerimônia a minha fragilidade dentro de ti. Teu
corpo me aceita como um dilúvio e deixa escapar
minhas mãos por suas escarpas criminosas. Apenas
ele me atravessa o infortúnio da semelhança e
identifica nos escombros uma verdade que não se
chame retratos de família. Teu corpo não diz aos
vestidos do silêncio como cerzir o passado e muito
menos expande as raízes até que se torne o ruído
legítimo da esperança. Geme, trafega, naufraga, viaja,
morde os meus tremores, arrasta-me de uma
lâmpada a outra do abismo. Eis por onde os
subterfúgios perdem o lacre e através deles o tempo
segue a repassar sacrifícios como se fossem rotas
Coleção de Areia - 43
irrepetíveis. Eis a natureza humana: reproduzir-se.
Apenas teu corpo se desfaz dos ferrolhos da piedade.
Já não sei enlouquecer sem tua mão escavando meu
desejo. Talismã surpreendente que aceita o inferno
da insônia. Não há lugar para nós onde o sossego
acampa com suas olheiras previsíveis e o refrão de
amores perdidos. As cartas soletram atavios por toda
a textura da viagem. A experiência vive um romance
secreto com a denúncia e juntas tecem a heráldica da
necessidade. Como esperar que fiquemos quietos o
suficiente para compor uma cena? Não pude dormir
com o espelho de teus vestígios impalpáveis. A noite
foi se satisfazendo com a suspeita de abandono. A
realidade do crime confunde-se com umas dores mal
vestidas. Teu corpo é ágil na tormenta de meus
prazeres. As cartas se fingem de imóveis enquanto
gozamos. As imagens poéticas se foram. Não sobrou
quase nada para garantir a memória de nosso amor.
Dizer que te busquei a vida inteira? Que de outra
maneira jamais te encontraria? Alguém está
gravando tudo isto? Teu corpo dorme dentro do meu
sem uma última palavra. O mundo – essa vitrina do
inconfundível sarcasmo – é mais manhoso do que
imaginamos. Jamais morreria por nós.
Coleção de Areia - 44
8.
A noite desfigurando-se enquanto, em silêncio,
Gabriela descascava seus olhos famintos e mascava
triângulos velozes que se despediam de todos, uma
alegoria de nervos fora de lugar, tudo em semelhança
com resplendores afogados para quem não
conhecesse o idioma dos sonhos. Ela desdobrava
suas formas e a pele tão afetuosa entretinha as
sombras convulsas a desenharem interrogações por
toda a noite. Ela roia as pequenas paisagens que não
conseguiam escapar de sua fome. A escrita
indulgente dos sonhos. Um ossuário de lâmpadas
que mal deixavam entrever o enredo de seus
delicados pés, incompletos. Gabriela embaçada por
um clamor de vapores disfarçados em uma lógica
atrevida: não toque jamais em seus lábios ou o jogo
inteiro recomeça. Com que bom proveito arrancar da
vida a própria vida? A noite desbaratada em naipes
de vidro com duas faces, baralho saqueado por
manequins que a todo instante blefavam. Eu trouxe o
teu amor para o centro do labirinto. Ali o derramei
pelo espinhaço dos esgotos. Uma selva de rumores a
enamorar-se de tudo quanto cheirasse a subterrâneo.
Gabriela me ensinando a desmoronar as cores
indecisas da noite. Improvisos ocultos sob a língua.
Beijos questionando a legitimidade do amor.
Evitamos as paisagens com corpos soterrados pela
poeira das lágrimas. Sorrimos um para o outro antes
que a transparência mude de roupa. É tão fácil
deslustrar a lucidez. Sentar para um café enquanto a
carne cai. A tua pele tatuada de incestos da
linguagem. Tremores míticos modificados para
Coleção de Areia - 45
atender a velhos planos de fuga. Gabriela pondo a
centrífuga no último ponto, ao triturar as estátuas do
desejo. Muitos fragmentos não admitem a farsa.
Também os sonhos são contagiantes. Há muito não
abrimos a porta para o fogo fértil da memória. Não
dormimos bem na última noite. Não conquistamos os
abismos mais simples. Gabriela ainda me tinha entre
dentes, mesmo sabendo que andei a escapar de mim.
Escapamos. Fomos dali. Não havia outra maneira de
ser. O deserto não está para entreter. Tateamos uma
última imagem, juntos. Ela ria muito, dizendo que o
amor leva algum tempo até se desfazer.
Coleção de Areia - 46
9.
Saímos para comprar relâmpagos. A luz soluçando
em seus recantos mais imprevisíveis. Deixamos os
corpos se arrastando por entre as nervuras do
cenário, a brancura da pele desatando rotas em
variações rebentadas de suor. Tua beleza insiste em
retocar imagens com o bico dos relâmpagos. O traço
se desnuda se é feito com ponta abrasadora. Começas
a rabiscar uma série de caprichos. Não recordo por
onde recortas o desejo, como perfuras as noites
falsas, as portas sem repouso, ossos amantes do
desespero… Teus olhos não saem mais daqui, e
relevam corpos mal entrados do inferno, fantasmas
esplêndidos que ainda não se deram por mortos, uma
fantasia de deuses banhados de excitação. Descemos
ao fundo de nossas mãos, onde elas soletram um fogo
de tramas. A claridade era para estar tomada de
figuras laceradas. Em vão procuramos os utensílios
dessas estampas devassas, curiosos por saber como
elas se lapidam e renovam e se desfazem. Esboças
todo um fundo de loucura que irás romper com o
próprio terror decifrado nos tipos excêntricos que
emendas. Assim repousas em meu corpo, enquanto o
cenário se encharca de alegorias a rastejar por um
monturo de delícias. Não me deixas cair de ti, e nos
disfarçamos com os lábios roçando o limite de tudo.
Por vezes vou sozinho comprar mais relâmpagos. De
regresso te encontro atiçando a vileza de novos
corpos empilhados sobre a cena. Não me levas escrito
para parte alguma. Teus olhos mal suspeitam de
mim. Eu quase diria que te amo, ao te ver assim
desfeita em amor, aceita por uma horda de sombras
Coleção de Areia - 47
encarniçadas. São teus aspectos, emblemas,
figurações. Procuro estar com todos e os trato como
criaturas humanas. Vejo como recortas as
terminações nervosas de estátuas, intervalas vôos em
asas de cera ou salientas um delito em abismos
ingênuos. Teus personagens desconhecem a
distinção entre ternura e perigo. Praticam um
tumulto de cena, lugar do olho devastado pelo
acúmulo. Somos todos desfeitos em palco. Não nos
resta uma desilusão que nos dilacere no camarim ou
a caminho de casa. Todos os teus corpos se
acumulam em igual ambiente, despido pela mesma
ponta abrasadora com que me tocas o corpo
enquanto repousas dentro de mim. Tudo está ali,
arruinado ou não. Os traços se movimentam no
desenho, animação vertiginosa em uma desordem de
suspeitas, amontoado de argumentos delirantes. As
figuras todas elas descrevem a mesma vertigem: um
pouco mais de inferno no rastejo de cada vítima. Tão
doce, recostas sobre mim. Saio uma vez mais, sempre
para comprar relâmpagos.
Coleção de Areia - 48
10.
Nossos fantoches se amam. Remontam o cenário que
lhes dedicamos. Desenham novas salas no
subterrâneo. Apagam todos os pontos de fuga. O
olhar dele a acode com a mais doce fúria: meu anjo, o
homem não mais nos controla. E entre beijos sequer
desconfiam ser este o ardil de toda criação. Abrir os
olhos mudos ao despontar a realidade e neles
derramar o sangue de novas expectativas. Perder-se
no labirinto de formas desconexas das chaves
liquefeitas. A memória renova seu estoque de
despojos. Até onde me recordo, nossos fantoches se
amam. Abordam os espelhos intermináveis de suas
virtudes. Desativam os sistemas de angústia e
vingança. E se despem desconhecendo os vestígios de
tudo quanto deixam para trás. Mal sabem em que se
prolonga a mentira mais bela. Rever a mecânica das
cenas para que nada seja seguro em toda a jornada.
Tornar o imponderável o mais altivo dos farsantes.
Com indisfarçável excitação, alguém deduzirá na
platéia: nossos fantoches se amam. E para tanto
haverá contribuído o ato em que os dois acariciam as
costuras desfeitas dos corpos após a união elétrica de
seus fios. Um colar de urros e vertigens entrelaçadas.
Luzes insistentes no estômago das lâmpadas
queimadas. A criação é uma hipótese incompleta. Os
personagens se entreolham pondo em dúvida os
argumentos da farsa. Silhuetas desmontam o cenário.
A linguagem fuma seus finos impressionantes e
apressa o passo quando as contradições se agitam
entre ruas. Por onde trafego meu olho fura uma nova
geometria sem saída.
Presume-se
que a
Coleção de Areia - 49
representação confunda os turnos de ensaio. Um
absurdo desfeito de suas audácias, um épico
desmemoriado, um experimental sinalizado e regido
por pontos. Não há pantomima mais esplêndida que
a vaidade. Um novo proscênio para cada ilusão. O
que passa depois? O orgulho se dilata, a infâmia não
pensa duas vezes, as virtudes não se reconhecem.
Esta é a casa que construímos para todos e onde
estranhamos que os fantoches se amem. Os deuses,
no esplendor dos subterfúgios, riem tanto,
desgraçados, que mal vemos pretexto para degolálos. Rimos com eles, evasivos. E se nos sentamos
para produzir algo, decerto não hesitaríamos em
trapacear a linguagem. Nunca se sabe por que
insistimos tanto em representar a própria vida.
Somos apenas a metade de algo. Não importa como
um fantoche se despe diante do outro, como se põe a
rir a cada fio de si que desfia. Não importa como uma
representação nos assombra diante de sua entrega,
como se torna inumerável a cada escama extraviada.
Não importa como nos julgamos tão reais ao ponto
de não entrarmos em cena sem maquiagem.
Rigorosamente não importa nada. Algo na criação
deu errado e já não nos importamos com nada. O
teatro está aberto: mesmos dias, iguais sessões
programadas há tempo. Vez que outra um visitante
arrisca olhar para os lados na saída. Este gesto miúdo
não sabe ao todo se busca aniquilar o entendimento
do outro ou juntar-se a ele.
Coleção de Areia - 50
CAI O PANO
Eles se foram. Aqui apenas os escombros de suas
obras. Pessoas passam por elas e não se perturbam.
Lembram as palavras de Blake sobre a tarefa de abrir
os mundos eternos. Diante de mim este museu em
chamas. Na caixa preta as instruções de como
proceder durante a queda. Microfilmes das visões
dos antigos sábios. Única luz possível no interior da
paisagem dilacerada. Eles não estão mais aqui. As
formas futuras de todas as coisas derivam do impulso
de recolher os escombros de suas obras. Umas não
absorvem outras. Pessoas ao redor. Palavras
queimam por dentro. Quase uma chave.
Reconciliação com o caos no curso interrompido das
tarefas humanas.
As máscaras guardam em si a terrível verdade sobre
nossas vidas. As contradições são disfarces do que
não ousamos senão em sigilo. Noite em mim que o
inferno atravessa, desce a corrente sombria e nela
recomeça – eis o que me diria um emissário de San
Juan de la Cruz. Criaturas gravitando na órbita de
seus anseios. Meus versos, um reconhecimento de
demônios que falam por mim. A verdade é sempre
teatral. Raskolnikov e Willy Loman jamais se
conheceram. Ambos desceram ao inferno. Ali
recomeçaram nossas vidas. Por trás de suas máscaras
as pessoas estiveram a ponto de salvar-se.
Lágrimas ateiam fogo ao passado. Os elementos ali
preservados exigem o cuidado de um deus que a tudo
observa. Os que encontraram sua lei se foram.
Coleção de Areia - 51
Árvores não são homens. Fantasmas adernados com
uma mensagem cujo significado já ninguém decifra.
A leitura de um livro abre os portões do inferno que
conduzimos em nossas entranhas. As furiosas
revoltas de nossa miserável condição. Quantas vezes
ante o espelho sombrio do passado nos indagamos o
que somos? Ante o Retábulo dos eremitas aflição
maior nos castiga. Em que serpente de marfim nos
transformamos? Também Hieronymus criara com
fogo os destinos de sua alma.
Homem algum é capaz de fazer algum bem a si
mesmo. As vítimas sinistras da esperança aguardam
todas na outra margem do espelho um dia serem
reconhecidas por seu abominável apego à vida.
Antonio Francisco Lisboa mastigara suas próprias
mãos em uma ceia implacável. Pessoas pelo mundo
erguem com seus corpos um labirinto vazio.
Máscaras em agonia. Ópera voraz de nossa
semeadura de ossos pela terra. Leda soluçando ao
reunir as minúsculas criaturas de pedra que antes
bailavam em suas visões. A experiência é uma falha
no dorso do tempo. Mansamente o homem pousa a
mão em seu próprio fim.
Aquele que ama as letras desvela o argumento das
trevas com serenidade. Assevera uma sentença árabe
que o homem se dissimula atrás de sua língua.
Moisés não encontrara senão em Aarão as palavras
com que transmitir ao seu povo as aspirações de uma
união total com Deus. Schöemberg morrera sem
concluir Moses und Aron. Que luz tão severa suprime
a paisagem à nossa volta? Que dibuk penetra em
nossa afligida alma e com um escândalo a arrebata?
O definitivo rio que flui nos tecidos da linguagem
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conduz o homem a um abismo sem fim. Aquele que
ama as letras supera a obsessão de revelá-las.
As inumeráveis formas do espanto recebem a poesia
em seus limites feitos de nada. Luz e sombra.
Resíduo das destruições que soerguem o mundo.
Inacabável sinfonia, lembra-nos a morte o quanto a
vida nos devora em nome do amor e a obscura
sombra do desejo. Que voz escuto dizendo-se destino
quando morrem os pais? Quem a deusa audaz que
sibila pelos corredores da Biblioteca? A que refaz
com fogo e lágrimas as dizimadas rotas de uma
alegoria surgida no seio da mãe. Cinzas… Cinzas… A
terra… Goya penetrara nos abismos ruidosos de sua
surdez, onde residiam alucinadas suas pinturas
negras. Aos olhos de Deus a retidão é insuportável.
A Biblioteca está em chamas. Eles se foram, além do
nível do fogo. O que resta ao final é o indizível. Corpo
em repouso. Como nos versos de Lezama Lima, aqui
estamos falando dos vencimientos de la muerte
universal y la calidad tranquila de la luz. Longe das
palavras, quem nos reconhecerá? Criaturas disformes
ateando fogo ao corpo da história. Corpos escritos na
noite. Fragmentos de um mesmo deus que não se
conhecera a si mesmo muito bem. Eles não estão
mais aqui. O supliciado adeus ao mundo de Violetta
Valéry. As veredas terríveis da morte por onde Trakl
se fora. Uma pequena multidão de rostos se
identifica ao vazio. Fogo… Fogo… Luzes…
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FLORIANO MARTINS (Brasil, 1957). Poeta, editor, ensaísta,
tradutor. Coordenador geral da coleção Ponte Velha e do
Projeto Editorial Banda Hispânica. Estudioso do surrealismo,
sendo autor de livros sobre o tema, incluindo a única antologia
existente que abrange a produção poética do surrealismo em
todo o continente americano (Monte Ávila Editores, Venezuela,
2007). Professor convidado da Universidade de Cincinatti
(Ohio, Estados Unidos). Curador da Bienal Internacional do
Livro do Ceará (2008).
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