Experiencia de Dios y vida cotidiana

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1-3 de mrzo de 2013
Centro Juvenil Atocha
Ejercicios Espirituales
Experiencia de Dios
y vida cotidiana
Centro Juvenil Atocha
PARROQUIA MARÍA AUXILIADORA
Ronda de Atocha, 27 - 28012 MADRID
Tel. 915 062 107
Marqués de la Valdavia 2, 3ªPrta 28012 MADRID
Tel. 915 062 102
PROPUESTA DE HORARIO ..............................................................................................................................................3
VIERNES ........................................................................................................................................................................4
ORACIÓN-MOTIVACIÓN ....................................................................................................................................................... 4
SÁBADO ........................................................................................................................................................................6
PROPUESTA 1.- ¿QUÉ ES ESO DE LA EXPERIENCIA DE DIOS? DIFICULTADES ......................................................................... 6
1. Sentir a Dios ................................................................................................................................................................. 6
2. Dificultades para “sostener” esa experiencia .............................................................................................................. 7
PROPUESTA 2.- DIOS ESTÁ EN LO COTIDIANO .................................................................................................................... 11
1.- Un desafío para el cristianismo del futuro ................................................................................................................ 11
2. Una vida más transparente ....................................................................................................................................... 11
3. ¿Por qué nos resulta difícil la experiencia de Dios? ................................................................................................... 12
4. Signos de la experiencia de Dios en la vida ................................................................................................................ 16
PARA LA REFLEXIÓN ....................................................................................................................................................... 17
PROPUESTA 3.- DINÁMICAS QUE DIFICULTAN LA EXPERIENCIA DE DIOS ........................................................................... 18
1. El “acelere” vital......................................................................................................................................................... 18
2. El “ensimismamiento”................................................................................................................................................ 19
3. El “desorden” ............................................................................................................................................................. 21
PARA LA ORACIÓN PERSONAL: DIFICULTADES PARA ENCONTRAR A DIOS..................................................................................... 22
ORACIÓN AL FINAL DE LA MAÑANA ............................................................................................................................................. 24
PROPUESTA 1.- ¿QUÉ HACER PARA POTENCIAR LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL DÍA A DÍA? ............................................. 25
1. “Estrategias” para potenciar la experiencia de Dios ............................................................................................. 25
PROPUESTA 2.- BÚSQUEDA DE JESÚS COMO CREYENTES .................................................................................................. 30
1. EL SENTIDO DE LA BÚSQUEDA .............................................................................................................................. 30
2. UNA NUEVA MANERA DE SER Y ACTUAR .............................................................................................................. 30
PROPUESTA 3.- AYUDAS PARA FACILITAR LA EXPERIENCIA DE DIOS EN NUESTRA VIDA .................................................... 32
1. El “examen” u oración sobre la vida ..................................................................................................................... 32
2. El acompañamiento espiritual .............................................................................................................................. 33
3. Discernir nuestras actividades vitales ................................................................................................................... 34
PARA LA ORACIÓN PERSONAL: MODOS DE ENCONTRAR A DIOS ............................................................................................... 36
PROPUESTA 1.- CUANDO NO CORRESPONDO AL AMOR DE DIOS ...................................................................................... 38
ORACIÓN AL TERMINAR EL DÍA ................................................................................................................................................... 40
DOMINGO ................................................................................................................................................................... 42
PROPUESTA.- SER CRISTIANO NO ES UNA ETIQUETA, ES UN PROYECTO DE VIDA .............................................................. 42
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PROPUESTA DE HORARIO
VIERNES
20.00 Llegada e instalación
21.00 Cena
22.00 Oración Motivación
SÁBADO
9.00 Desayuno
10.00 Primer momento/motivación-pautas:
 PROPUESTA 1.- ¿Qué es eso de la experiencia de Dios? Dificultades
 PROPUESTA 2.- Dios está en lo cotidiano
 PROPUESTA 3.- Dinámicas que dificultan la experiencia de Dios
 PARA LA ORACIÓN PERSONAL: Dificultades para encontrar a Dios
Tiempo personal
12.00 Puesta en común por grupos
13.30 Oración
14.00 Comida
16.00 Segundo momento/motivación-pautas:
 PROPUESTA 1.-¿Qué hacer para potenciar la experiencia de Dios en el día a
día?
 PROPUESTA 2.- Búsqueda de Jesús como creyentes.
 PROPUESTA 3.- Ayudas para facilitar la experiencia de Dios en nuestra vida
 PARA LA ORACIÓN PERSONAL: Modos de encontrar a Dios
Tiempo personal
18.00 Tercer momento/motivación-pautas de cara a la reconciliación
 PROPUESTA 1.- Cuando no correspondo al amor de Dios
Reconciliación personal
21.00 Cena
22.30 Oración
DOMINGO
9.00 Desayuno
10.00 Cuarto momento/motivación-pautas :
 PROPUESTA 1.- Ser cristiano no es una etiqueta, es un estilo de vida
11.30 Momento de Grupos de origen/revisar-proyectar…
Preparación de la Eucaristía
13.00 Eucaristía
14.00 Comida
Tempo libre
Vuelta
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VIERNES
ORACIÓN-MOTIVACIÓN
1. INTRODUCCIÓN:
A veces las personas que parece que estamos cerca de Jesús, no lo estamos en realidad tanto. Y es
importante que revisemos continuamente nuestra cercanía real a Jesús en nuestra vida, por si nos
hemos acomodado, por si nos tenemos que poner en camino. Vamos a leer el relato de los Reyes
Magos del evangelio de Mateo, y vamos a fijarnos en la actitud ante Jesús de dos grupos de personas
distintas: los Magos de Oriente, que no conocían a Jesús, pero que lo buscaban en su vida; y los
Sumos Sacerdotes y los escribas, que conocían perfectamente la profecía pero que no la buscaban en
su vida.
2. DEL EVANGELIO DE MATEO
Jesús nació en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes. Entonces, unos magos de Oriente se
presentaron en Jerusalén preguntando: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque
hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo.»
Al enterarse el rey Herodes, se sobresaltó, y todo Jerusalén con él; convocó a los sumos sacerdotes y a
los escribas del país, y les preguntó dónde tenía que nacer el Mesías.
Ellos le contestaron: «En Belén de Judá, porque así lo ha escrito el profeta: “Y tú, Belén, tierra de Judá,
no eres ni mucho menos la última de las ciudades de Judá, pues de ti saldrá un jefe que será el pastor
de mi pueblo Israel.”»
Entonces Herodes llamó en secreto a los magos para que le precisaran el tiempo en que había
aparecido la estrella, y los mandó a Belén, diciéndoles: «Id y averiguad cuidadosamente qué hay del
niño y, cuando lo encontréis, avisadme, para ir yo también a adorarlo.»
Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino, y de pronto la estrella que habían visto salir
comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se
llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de
rodillas lo adoraron; después, abriendo sus cofres, le ofrecieron regalos: oro, incienso y mirra. Y
habiendo recibido en sueños un oráculo, para que no volvieran a Herodes, se marcharon a su tierra
por otro camino.
Palabra del Señor
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3. REFLEXIÓN:
Los Magos y los Sumos Sacerdotes nos ofrecen una serie de actitudes que hacen que Jesús
esté presente en nuestra vida o no lo esté. Piensa dónde te encuentras tú, si donde los magos
o donde los sumos sacerdotes:
a) Búsqueda real de Dios (de Jesús) en mi vida: los magos buscan a Jesús, se ponen en
camino hacia tierras desconocidas porque necesitan a Dios en su vida. Salir de su país
hacia otro supone despojarse de todo lo que en mi vida es innecesario, superfluo,
consumista. Ponerse en camino supone reconocer que Dios no está siendo en verdad el
centro de mi vida, y que debo cambiar cosas para que lo sea.
Los sumos sacerdotes, en cambio, conocen bien quién es Jesús, pero no quieren ir a su
encuentro. Saben dónde nacerá, pero no les interesa descubrirle en sus vidas. Viven de
cumplir ritos religiosos, pero no buscan tener una vida donde Dios sea el protagonista
real.
Y tú, ¿eres como los magos de oriente o como los sumos sacerdotes?
b) Capacidad de austeridad: ponerse en camino significa transportar sólo lo imprescindible,
lo sabéis cualquiera que hayáis hecho una marcha en un campamento. Lo demás sobra.
Los magos se ponen en camino hacia Belén. No saben dónde está pero preguntan, buscan.
Han sabido desprenderse de todo aquello que les aparta de encontrar a Dios, por útil que
parezca en la vida, y están centrados en descubrir al Mesías.
Los sumos sacerdotes saben dónde está Belén y que allí nacerá el Mesías. Pero prefieren
seguir viviendo en su mundo, en su rutina, tranquilizando su conciencia y creyendo que
no necesitan re-descubrir a Dios, porque ya lo saben todo sobre él.
Y tú, ¿eres como los magos de oriente o como los sumos sacerdotes?
c) Capacidad de adorar a Dios y ofrecerles regalos: los magos encuentran a Jesús y lo
adoran, es decir lo reconocen como el que da sentido a su vida en la práctica. Y por eso
son capaces de ofrecerle regalos. Los sumos sacerdotes ni siquiera llegan a plantearse esta
situación porque, creyendo que están cerca de Dios, se han quedado sin viajar a Belén y,
por tanto, sin descubrirle, ni poder adorarle ni regalarle nada.
Y tú, ¿qué le estás regalando a Dios de tu vida? ¿Qué estás dispuesto a regalarle?
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SÁBADO
10:00.- Primer momento:
PROPUESTA 1.- ¿QUÉ ES ESO DE LA EXPERIENCIA DE DIOS? DIFICULTADES
1. SENTIR A DIOS
En la vida de los santos, de las personas de bien y en cada uno de nosotros, hay, sin duda, una
experiencia de Dios. Una experiencia a veces difícil de expresar o de describir con palabras, pero tan
honda y tan cierta como que cambió el rumbo de nuestra vida. Para algunos puede haber sido una
palabra, un gesto, una persona, un momento determinado y vital y de ella derivaron, sin duda,
decisiones y tomas de postura tanto en el orden de lo que pretendíamos ser como en el de lo que
queríamos hacer.
No somos sólo gente que cree en Dios, o que habla de Dios, o para quienes Dios es una cosa
importante en la vida, somos personas que nos hemos sentido movidos por Dios en algún momento
de nuestra vida y eso hace que vivamos hoy de una determinada manera.
Hablar de “experiencia de Dios” es hablar de lo esencial, de lo fundante, de lo primero... Sin embargo,
esa experiencia de Dios no es siempre algo definitivamente adquirido, pacíficamente poseído, o
alegremente vivido... En demasiados casos es más un recuerdo, un anhelo, un enunciado teórico que
el hoy por hoy, el día a día de la vida.
Tantas veces vivimos en la rutina, en el conformismo y una cierta ambigüedad, en el regateo más que
en la generosidad, no por mala voluntad, ni porque nos hayamos desdicho de nuestros deseos. No.
Sucede que vivir la experiencia de Dios, tiene en nuestro mundo y en nuestra situación innegables e
importantes dificultades. De unas somos conscientes y nos cuesta superarlas: o no sabemos cómo
hacerlo o no podemos; o no nos ayudamos y no nos dejamos ayudar para poder. De otras ni siquiera
somos conscientes, pero ello no significa que ellas no actúen.
En esta intención de ayudar a vivir con mayor plenitud la experiencia de Dios se sitúa la reflexión que
vamos a hacer estos días. Para ayudarnos a tomar conciencia de las dificultades de nuestra
experiencia de Dios, de aquellas dinámicas personales o colectivas, que quizá sin saberlo o sin
pensarlo, la torpedean. Y también para proponer maneras de vivir, dinámicas, sugerencias que nos
faciliten mantener viva en nosotros esa experiencia de Dios, que es la fuente de nuestra alegría
personal.
Quiero hacer una observación antes de nada. De lo que vamos a reflexionar no es para añadir una
complicación o tarea a nuestra vida, en muchas ocasiones ya suficientemente complicada o ajetreada.
Es simplemente llamar la atención sobre elementos que deberíamos evitar o afrontar de otro modo y
sobre aspectos y acentos que deberíamos cuidar y potenciar más. No se trata tanto de añadir, sino de
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poner en lo que ya hacemos o vivimos otros acentos y de estar vigilantes respecto a aquello que nos
impide vivir nuestra vida de cristianos con verdadera alegría.
Un apunte, sentir a Dios en el día a día es para cada uno un don, un regalo que inmerecidamente se
nos hace. No es respuesta a nuestros méritos, no es un premio a nuestras acciones. Es sentir que la
alianza que Dios ha hecho con cada uno y cada una de nosotros es real y se hace presente en lo
cotidiano. Un compromiso que Dios mantiene para siempre porque Dios ama y respeta a sus criaturas
y no juega con ellas o las manipula. Todo ello nos habla del amor de Dios, pero también nos habla de
su libertad y de su misterio.
2. DIFICULTADES PARA “SOSTENER” ESA EXPERIENCIA
A) “RUTINIZAR” LA RELACIÓN CON DIOS
Muchos de nosotros participamos de la misa dominical, de diversas celebraciones y oraciones
comunitarias y de las reuniones semanales de nuestro grupo o comunidad. Estas estructuras pueden
ser, y son de hecho para muchos, instrumentos y momentos privilegiados para profundizar y sostener
su experiencia de Dios.
Pero, sin embargo, y paradójica pero ciertamente, vemos situaciones en las que esas mismas
estructuras comunes y básicas no sólo no ayudan a una experiencia personal y viva de Dios, sino que
incluso la dificultan; no por sí mismas, sino por la actitud con que la persona las utiliza o las vive. Se
llegan a utilizar como formas de “cumplimiento”, y vividas así generan una falsa satisfacción e
impiden verdaderas búsquedas de Dios. Esta es la razón por la que muchos abandonan el ir a misa
los domingos y su vida de oración se vacía cuando no es en grupo. Para otros el asistir a estos actos
sirve para calmar la conciencia de algo que cree importante pero lo viven como un acto social.
Antonio Guillén, jesuita, escribe lo siguiente:
“Para ... sostener su espera y mantener el deseo de escucha a Dios, el creyente utiliza diversos
recursos, vocales o mentales, incluso técnicas o métodos, a los que llama oraciones o rezos. Su
utilización nos hace simplemente rezadores, porque no es lo mismo ser rezador que orante.
Por extraño que parezca, se puede ser muy rezador, y utilizar sin embargo este comportamiento como
pretexto para renunciar a ser orante. Cuando, en contra de su verdadero sentido, los rezos se erigen
para el creyente piadoso en el absoluto de su oración, y ya no se busca el don de ver cambiada la
actitud interior, sino el protagonismo único de un hecho meritorio que ha de cumplirse, nuestros
rezos acaban bloqueando la verdadera oración. Jesús denunció ese resultado en los fariseos
repitiéndoles palabras de Isaías – “este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de
mí” (Is 29,13; Mc 7,6) -, y el aviso no parece perder oportunidad nunca”
Sucede en ocasiones que se absolutizan indebidamente estas prácticas. Se toma como absoluto el
valor de modos, maneras, tiempos... Las que podríamos llamar “prácticas oracionales” se van
convirtiendo más que en búsqueda de Dios en causa de autojustificaciones y de atribución de méritos,
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en coartada para evitar ni siquiera entrar en otros planteamientos, en medida de comparación y juicio
con otras personas... Insisto de nuevo: no por las prácticas en sí, sino por la actitud y el modo como
las utilizamos.
Habrá que pensar que algo de eso está sucediendo cuando la oración se parece a un “encefalograma
plano”, sin verse afectada por las crisis, los problemas, las emociones de cada día.... Shakespeare en
su “Hamlet” le llama a eso “palabras sin sentimiento”. Habrá que pensar también que algo de esto
está sucediendo si en la vida de la persona que reza no hay deseo ni deseos, sino que su estado es de
indiferencia ante todo, de atonía, de dejarse llevar, de pereza... Y, muy radicalmente, habrá que
cuestionar la verdad de una experiencia de Dios, por muchos ratos de oración que tengamos juntos,
por muchas reuniones que tengamos o documentos que leamos juntos, si en la persona que reza no
hay misericordia hacia el hermano o la hermana, porque si algo contagia el Dios de Jesús a quien se
acerca a El es el sentimiento de profunda misericordia.
Dicho en positivo, quiero decir que no sólo las prácticas o estructuras oracionales ayudan a la vida,
personal, comunitaria, apostólica...., sino que si la vida no entra en ellas, si se aíslan de la vida, si se
forman compartimentos estancos entre vida y comunidad, vida y oración, estas prácticas se pueden
pervertir. Quiero decir, en suma, que para estar receptivos y abiertos a la experiencia de Dios no sólo
hay que rezar (que obviamente hay que hacerlo), sino que hay que escuchar al hermano, dejarse
acompañar, servir a los demás, saborear los dones de la vida, dejarse afectar de los sufrimientos del
mundo, alegrarse con los signos de esperanza que podamos encontrar...
B) EL IMPACTO INTERIOR DE LA INDIFERENCIA AMBIENTAL
Voy a hablar de una situación de indiferencia ambiental hacia “lo de Dios”, y de cómo ella nos afecta,
más que de “secularismo”. Porque secularismo tiene otras connotaciones que ahora no vienen al caso:
connotaciones que tienen que ver con posturas más o menos agresivas y que tiene también un gran
componente de crítica o animadversión a la institución eclesial y sus representantes de diversos tipos.
Ese secularismo, según como se le interprete, provoca una serie de reacciones más o menos viscerales,
más o menos adecuadas. Pero no hablaré de eso, sino de otra cosa a la que llamo “indiferencia
ambiental” que actúa más calladamente en nosotros, y que provoca menos reacción.
Me refiero con este término de “indiferencia ambiental” a ese generalizado no importar lo de Dios, a
ese no tenerlo en cuenta ni en los planteamientos teóricos ni menos aún en la vida cotidiana, a ese no
plantearse el tema de Dios o reaccionar ante nuestros planteamientos como si estuviésemos hablando
en lenguaje desconocido y de planetas desconocidos... Una indiferencia ambiental desprovista de
agresividad, y que puede coexistir muchas veces con la tolerancia, el respeto o incluso con la
admiración y el reconocimiento público de las personas que son religiosas, de sus actividades y
proyectos, de su entrega....”Sí, tú eres majo o maja”, “se está a gusto contigo”, “hay que ver lo que me
ayudas”, “¡qué mérito tienen o qué admirables son éste o aquel que están aquí o allí!: pero ahí queda
la cosa: no se atraviesa la frontera entre el reconocimiento de la persona y la valoración de aquello que
la anima.
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Una indiferencia que no sólo está en el campo de los que están en contra de la religión, o en el de los
indiferentes, sino muy cerca: en nuestras propias familias (nos quieren, les importa cómo nos va y que
hacemos, pero no les importa o no entienden el por qué de todo ello... más allá de que seamos buena
gente); todos estamos rodeados de personar ajenas al simple planteamiento de lo de Dios... Un
planteamiento que ni entra en sus cálculos, ni en sus opciones de vida.
Es la profunda e inquietante experiencia de sentir que aquello que para nosotros es decisivo,
determinante, fundante, la experiencia de Dios, es increíble, sospechoso o simplemente irrelevante
para el mundo que nos rodea. Por muy fuerte que sea nuestra fe no todos estamos preparados ni
psicológicamente ni emocionalmente para vivir a contracorriente. Todo ello afecta la a estabilidad y
solidez de nuestra experiencia de Dios, sin duda. Son dificultades para “sostenerla” y para
sostenernos nosotros mismos en ella, para mantenernos con alegría en ella.
¿Por qué?, ¿cómo? Por una parte, genera interrogantes, interrogantes hondos sobre el valor de nuestra
vida y de lo que la sostiene, sobre si de verdad vale la pena aquello por lo que hemos apostado, o si
no estamos siendo víctimas de un monumental engaño. Por otra parte, esa indiferencia sentida
alimenta y engorda los desánimos y desalientos interiores y los cansancios vitales, minando y
quitando fuerza a nuestro empeño por ser fieles a Dios, por ir haciéndonos y manteniéndonos en una
receptividad al Señor que no es siempre fácil o barata. Finalmente, nos presenta la tentación, peligrosa
tentación porque se da “bajo especie de bien, de poner el centro de nuestra vida en algo menos
cuestionado y aparentemente más sólido: sea nuestra actividad, nuestro estatus social, nuestras
cualidades o relaciones personales... Nosotros mismos, al fin y al cabo, de una manera o de otra.
C) LA PÉRDIDA DEL SENTIDO DE GRUPO, DE LA VIDA COMUNITARIA
Cuando la comunidad pierde calidad la experiencia de Dios queda afectada. ¿Qué entiendo por
“pérdida de calidad” de la vida comunitaria? No sólo los deterioros graves, las tensiones fuertes o la
apatía de alguno de los miembros, me refiero también a otras situaciones menos excepcionales y más
cotidianas que, por desgracia, son también más frecuentes en nuestras comunidades: la
superficialidad en la relación, los pactos implícitos de no agresión por los que nadie entra en la vida
de nadie, al menos cara a cara, de frente, y es más habitual la crítica a las espaldas que la corrección
fraterna; la ausencia o el formalismo en los momentos de reunión o de oración en común o las
reuniones sin interpelaciones; la inhibición respecto a tareas comunes.
Cuando se vive una vida comunitaria de baja calidad queda afectada y dañada la posibilidad de la
experiencia de Dios de los miembros de esa comunidad. No sólo con carácter general, en el sentido de
que la calidad de vida religiosa desciende, sino también porque en estas situaciones quedan
“dañadas”, se van deteriorando poco a poco, zonas y capacidades de la persona que tienen una
influencia importante en la capacidad de captar y acoger el don personal y siempre nuevo de Dios.
Enumero brevemente algunas de ellas:
Quien vive y sufre esas situaciones va creyendo cada vez menos en la mediación del hermano en la
experiencia de Dios. No es sólo que se está menos abierto y receptivo a lo que el hermano o la
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hermana nos puedan aportar de Dios, sino que se va debilitando o reduciendo al mínimo la
convicción de que Dios nos pueda hablar o nos pueda estar hablando por medio de nuestros
concretos hermanos/as de comunidad. Eso trae como añadido, como complemento, un
convencimiento insano de que, al final, más allá de teorías más o menos hermosas, la relación con
Dios es cosa de Dios y mía. Cuando se piensa así acaba sucediendo que yo soy el protagonista que
hace decir a Dios lo que yo quiero escuchar y que acabo por no dejar sitio al Dios verdadero: ya me
formulo yo a mi mismo lo que necesito para sobrevivir.
Es inevitable que la permanencia en situaciones de baja calidad comunitaria acabe afectando a cada
una de las personas en su capacidad de auténtica y madura relación interpersonal. Se fomentan los
“vicios” a los que tendemos en este campo: la insinceridad, la falta de transparencia, las relaciones
interesadas sean de poder o de dependencia, el individualismo, el tender a mínimos en cualquier
forma de compromiso, etc... Esa forma de relacionarse con los otros, acaba afectando inevitablemente
a nuestra forma de relación con Dios: para mí es impensable que una persona inmadura en su
relación con los demás pueda tener una relación madura con Dios. Con el Dios que nos quiere libres,
autónomos, confiados en El...
Y cuando, en el contexto de una situación comunitaria deteriorada, la experiencia de Dios se ve
sometida a dificultades anejas, sean interiores o externas, la persona no sólo no encuentra apoyo, sino
que más bien su desmoralización o escepticismo se ven reforzados. La persona que vive una situación
comunitaria de baja calidad no sólo se ve más empobrecida, sino más vulnerable.
Por el contrario, en una situación comunitaria positiva (realistamente positiva, sin soñar en paraísos
comunitarios que no existen) nos sentimos más agradecidos, más capaces de reconocer los dones de la
vida, más capaces de ver en los hermanos/as el cariño y la cercanía de Dios, más alegres, más abiertos
a su presencia, más fuertes en los momentos difíciles...
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
¿Recuerdas alguno de esos momentos en los Dios ha estado presente en tu vida y así lo has sentido?
¿esos momentos es los que tomaste decisiones importantes, desde Dios, que cambiaron tu vida?
¿Esas decisiones que tomaste se han visto cambiadas por alguno de los puntos que se han señalado
(rutina, indiferencia ambiental, dificultades en la vida del grupo)?
Señala que puntos de tu vida se ven afectados y de qué modo por la rutina, el silencio de Dios
ambiental y la vida de comunidad(grupo)
¿Cómo te muestras en comunidad? ¿Piensas que también eres mediación de Dios para los demás?
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PROPUESTA 2.- DIOS ESTÁ EN LO COTIDIANO
1.- UN DESAFÍO PARA EL CRISTIANISMO DEL FUTURO
Uno de los más grandes teólogos actuales, el jesuita alemán Karl Rahner, es autor de una conocida
frase rotunda y, hasta cierto punto, inquietante: «El cristiano del siglo XXI o será místico o no será».
La expresión «místico» remite a lo exótico, chocante, extravagante. Por si no eran ya suficientes las
dificultades del creyente en el ámbito de la vida social, laboral, familiar, económica... se nos presenta
ahora una dificultad añadida que, de entrada, nos invitaría a abandonar el intento... La frase puede
ser también inquietante o sospechosa de una religiosidad etérea, falsa, centrada en nuestra
autosatisfacción.
Lo que la afirmación de Rahner quiere decir es que para ser de verdad cristiano será necesario que
cada cristiano tenga una experiencia personal de Dios. La experiencia de Dios que Rahner plantea
como ineludible para el cristiano del futuro, no consiste ni en largas horas de oración o
contemplación, ni en episodios extraordinarios alejados de la sensibilidad cotidiana, ni en visiones o
revelaciones especiales... Se trata de algo mucho más sencillo: de la capacidad, de la sensibilidad, para
encontrar a Dios. Para captar su lenguaje, para sentir su presencia y trabajo amorosos, en la vida
cotidiana.
Esta clase de mística es justo lo contrario de lo exótico: es palpar, vivir, descubrir al Dios que está
latiendo, con presencia cierta y amor entrañable, en las mil y una cosas y personas que conforman mi
vida cotidiana. Si desvinculamos a Dios de nuestra vida cotidiana, nos quedaremos sin Dios, y que
sólo si le descubrimos, le hablamos, le amamos, en los hechos cotidianos, con el lenguaje de cada día,
en las preocupaciones que nos abruman... podremos ser creyentes en este tiempo. No se nos está
invitando, pues, a alejamos a algún desierto para allí tranquilamente, sin líos, sin problemas, sin
disgustos... descubrir a Dios; se nos llama, por el contrario, a profundizar lo cotidiano, a buscar a Dios
en el bullicio de una vida que quizá no es la que nosotros elegiríamos, sino la que es.
Pero también es verdad que nunca ha resultado fácil esa posibilidad de descubrir a Dios en lo
cotidiano, de hacer la experiencia del encuentro con El en medio de los avatares de la vida.
2. UNA VIDA MÁS TRANSPARENTE
Intentaremos sugerir maneras mediante las que un cristiano de a pie puede avanzar en que su vida
cotidiana sea cada vez más transparente a la presencia de Dios en ella y sugerir formas por las que
puede ir logrando que su trabajo, su vida familiar, su participación política o social sean auténticas
experiencias de Dios.
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Si conseguimos algo de esto, estaremos no sólo dando posibilidades de futuro al seguimiento de
Jesús, sino también nuevos horizontes a nuestra vida cristiana de hoy. Nuestra experiencia de fe se
verá enriquecida de sentido y nuestra realidad cotidiana recobrará ante nuestros ojos unas
dimensiones verdaderamente nuevas.
3. ¿POR QUÉ NOS RESULTA DIFÍCIL LA EXPERIENCIA DE DIOS?
Antes de responder de modo directo a esta pregunta propongo hacer una muy sencilla reflexión sobre
aquellas páginas del evangelio que nos relatan las llamadas «apariciones» de Jesús resucitado.
Jesús, tras ser resucitado por Dios, vive y, fiel a sus promesas, sigue haciéndose presente a la vida y a
la acción de sus discípulos, sólo que de una manera distinta, diversa, a la que ellos habían
experimentado durante la existencia histórica del Maestro.
Así, a los discípulos les cuesta reconocerle, hasta tal punto que el evangelio de Marcos afirma que
Jesús «les echó en cara su incredulidad y su terquedad» (Mc 16, 14). Lucas cuenta que los discípulos
que iban a Emaús «estaban cegados y no podían reconocerle” y que los once «se asustaron y,
despavoridos, pensaban que era un fantasma» (Lc 24. 37). De la Magdalena dice Juan que «se volvió
hacia atrás y vio a Jesús de pie, pero no se daba cuenta de que era él» (Jn 20. 14) y de los discípulos
que estaban pescando que cuando se presentó Jesús en la orilla «no se dieron cuenta de que era El»
(Jn 21. 4). Jesús está vivo, Jesús se hace presente en la historia cotidiana de sus seguidores... pero son
éstos los que no le reconocen. Su miedo, su desesperación, su pesimismo, sus remordimientos.., o bien
el ser incapaces de aceptar un nuevo modo de ser y de estar de Jesús les impide descubrirle.
Todo ello nos remite muy sencilla y directamente a nuestra propia situación. Jesús vive hoy: ese es el
núcleo de nuestra fe que proclamamos tantas veces. Jesús se hace presente en nuestras vidas e
historias cotidianas, porque así lo prometió: sus últimas palabras, según el evangelio de Mateo, son
éstas: «Mirad que yo estoy con vosotros cada día, hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). A las mujeres,
primeras testigos de la resurrección, les dijo: «Id a avisarles a nuestros hermanos que vayan a Galilea,
allí me verán». Y Galilea es para los discípulos, entre otras cosas, el lugar cotidiano, el de la familia y
el trabajo. Pero no le reconocemos, seguimos llorando su ausencia cuando lo tenemos al lado
nuestro... ¿qué nos sucede, pues, que le sentimos ausente o lejano de nuestra vida y preocupaciones
cotidianas?, ¿cuáles son las causas o las circunstancias que nos impiden tener una experiencia viva y
transformadora de Dios en nuestra vida ordinaria a nosotros, cristian@s de hoy?
Quiero enunciar y comentar brevemente algunas de estas causas o circunstancias. Os invito a que
cada un@ de nosotr@s examine hasta qué punto se siente concernid@ por alguna o por varias de ellas.
A. BUSCAMOS UN DIOS QUE NO EXISTE
Pienso que muchas veces no encontramos a Dios en nuestra vida cotidiana, sencillamente porque
esperamos al Dios que no existe, y aquel al que nos encontramos nos parece de poca categoría para
llamarle así. Esperamos encontrarnos a un Dios que no es el de Jesús, el verdadero Dios.
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Seguimos esperando a un Dios aparatoso, triunfal, espectacular, apabullante e innegable... O
seguimos esperando a un Dios que nos resuelva los problemas, que nos libre de los malos tragos, que
se anticipe a nuestros sufrimientos para evitarlos... Seguimos esperando a un Dios que conceda
privilegios a quienes creen en El... Y ese no es el Dios que se manifestó en Jesús, que nos dijo en Jesús
quién y cómo era; esa no es la lógica del Dios que entra en la historia por ese portillo que es Belén y
muere fuera de la ciudad; ese no es el Dios que «se despojó de su rango y tomó la condición de
esclavo, haciéndose uno de tantos» (Fil 2, 7).
Dios, cuando lo es de verdad, es, humilde. Cuando se encarna se hace, por ello, limitado; cuando
resucita es, por ello mismo, irreconocible con ojos terrenos. Y su presencia, cuando es verdadera, es
también humilde. No esperemos ni revelaciones ni manifestaciones portentosas; no esperemos vernos
liberados mágicamente de las angustias y los sufrimientos de la vida; no creamos que encontrar a
Dios en lo cotidiano es como vivir flotando en una especie de nube.
Nada de eso. ¿Qué nos cabe, pues, esperar? Cosas muy sencillas, pero muy divinas: semillas de vida
en campos de muerte, vivir humanamente el dolor, palabras de esperanza donde uno no esperaría
escucharlas nunca, dignidad increíble en los despreciados del mundo, capacidad de gratuidad más de
la nunca pensada, fuerza para decir no y luchar contra lo que nos dan por evidente, paciencia ante la
manifestación humillante, lucidez bañada en misericordia, gusto por los pequeños, atrevimiento para
mirar a los ojos... ¿Es poco? No esperéis encontrar más. En cualquier caso, regalos impagables para
nuestra vida, mucho más de lo que tienen millones de seres humanos, lo suficiente para salvarnos.
B. VAMOS ABSORTOS EN NOSOTROS MISMOS
Otras veces no encontramos a Dios porque vamos tan embebidos y tan absortos en nosotros mismos
que no le podemos encontrar ni a Él ni a nadie. Y quisiera que este ir absortos en nosotros mismos no
se interpretara sólo, ni principalmente, en clave moral, como egoísmo. En primer lugar, quiero
referirme a la manera como vivirnos o como nos afectan los problemas de toda índole que la vida nos
presenta y de los cuales necesariamente nos hemos de hacer cargo. Hay ocasiones en que los vivimos
de modo que ocupan totalmente nuestro campo de visión, nuestro horizonte vital y ya no tenemos
ojos ni capacidad de ver otra cosa. Es importante saber poner distancia entre nosotros y nuestros
problemas. Alguna distancia, aunque sea pequeña, es la que me permite ver; si pongo directamente
los ojos sobre algo, difícilmente lo percibiré. La distancia entre mí y mis problemas es la que me da la
libertad de actuación ante ellos y, sobre todo, el espacio que dejo para que Alguien pueda intervenir.
El combate cuerpo a cuerpo entre nosotros y nuestros problemas tiene mal pronóstico; las más de las
veces, sólo en la medida en que dejo intervenir a un tercero puedo vencer. Buscar a Dios es
presentarle ese espacio, esa tierra de nadie, que soy capaz de dejar entre yo y mis problemas y pedirle
que El la ocupe. Dios no me va a sustituir a mí: voy a ser yo quien tenga que afrontar el asunto.
Tampoco Dios va a convertir el problema en aire: va a seguir existiendo en toda su crudeza y con
todas sus demandas. Pero dejar tiempo a la escucha de su palabra me abre a ángulos nuevos,
cuestiona certezas adquiridas, pone en crisis conductas habituales, genera en mí actitudes distintas,
hace aflorar posibilidades sumergidas.
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Y ese ir absortos en nosotros mismos, que nos dificulta encontrar a Dios en la vida, tiene mucho que
ver también con la carencia de personas a las que, compartiendo nuestra experiencia vital, damos
auténtica cancha para que nos digan en profundidad. Tendemos mucho a un cierto autismo de «yo
me lo guiso, yo me lo como», en parte por el individualismo ambiental, en parte por la falta de
personas y espacios de auténtica comunicación gratuita, en parte por la notoria banalización y
superficialidad de las relaciones afectivas, incluso de las más íntimas. Al faltamos una palabra distinta
desde fuera, nos ahogamos en el ambiente, cada vez más cerrado, de nuestras propias palabras y
discursos. Y si perdemos capacidad de escuchar palabras nos incapacitarnos para escuchar la Palabra,
y si no dejamos la puerta de nuestra vida abierta a otros, le estamos también negando la entrada al
Otro que es Dios.
Hay preguntas que todos nos debiéramos hacer: ¿con quién comparto lo más hondo de mi vida, de
mis preocupaciones?, ¿con quién o ante quién expreso mis convicciones y mis vivencias íntimas?,
¿quién me acompaña en mis búsquedas humanas y creyentes? No es posible caminar en solitario
como cristianos; el caminar cristiano requiere siempre compañía. De otra persona, de un
acompañante, de un grupo, de una comunidad... Muchas veces no encontramos a Dios porque
buscamos en solitario. Pedro necesitó que Juan le dijese «Es el Señor» (Jn 21,7) para descubrirle.
C. NUESTRO ESTILO DE VIDA NO ES EL ADECUADO
A cada uno de nosotros la vida nos depara un conjunto de situaciones y condiciones que están fuera
de nuestro control, nos vienen dadas. Esos determinantes y condicionantes, de todo tipo (social,
familiar, laboral...) son decisivos en la configuración de nuestra vida concreta. En ellos, sean los que
sean, hemos de buscar a Dios con la confianza de que «el que busca encuentra» (Mt 7,8). No se trata
de añorar permanentemente condiciones más favorables para buscar a Dios. Se trata de asumir la
vida concreta que tenemos delante con un estilo tal que nos permita encontramos con Dios en ella.
Porque en eso sí que podemos actuar: en las actitudes con las que afrontamos las cosas. Eso sí que
está, de alguna manera, en nuestras manos. Y es mucho más decisivo de lo que parece. No podemos
cambiar las condiciones dadas, pero sí las podemos afrontarlas con uno u otro talante.
Quiero ahora señalar y comentar brevemente tres rasgos que me parecen importantes para definir esa
actitud de «buscadores» de Dios en situaciones difíciles.
El primero de ellos es el de la actitud de atención y la paciencia y la capacidad de fijarse y observar,
por una parte, los detalles de las cosas y, por otra, muchas cosas que en el conjunto de la vida no son
sino detalles, pero detalles llenos de significación. Si lo queremos formular en términos de lenguaje
tradicional de la espiritualidad, la actitud y capacidad de contemplación. Contemplación que no es
otra cosa, en el fondo, que atención al detalle y atención al sentimiento. Sin esa capacidad de
contemplación nos perdemos muchos matices necesarios para hacer de la vida algo agradable y
hermoso.
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La vida, cualquier vida, está llena de matices; que, con frecuencia perdemos; se nos escapan muchas
cosas. Y en los matices y en los detalles está Dios, porque en los matices y en los detalles se percibe el
amor. Para que se dé esa actitud o capacidad de atención, es necesario el ejercicio habitual o frecuente
de la misma; son necesarios espacios, tiempos, estructuras de atención, que nos ayuden a pararnos y a
mirar lo que normalmente nos pasa desapercibido.
Con ello nos encontramos a las puertas de la segunda de las peculiaridades de un talante que busca a
Dios: la capacidad de llevar un ritmo de vida humano y equilibrado, en el que haya espacios y
tiempos para la atención, el descanso, la escucha de Dios y de los demás, el servicio...
Muchas veces se nos impone desde fuera un ritmo vital muy fuerte, y que nos viene dado más allá de
nuestra voluntad. En ocasiones, somos nosotros mismos los que forzamos nuestros ritmos de vida
para obviar u olvidar problemas personales y relacionales, o para alcanzar metas que sólo nos son
exigidas desde nuestro orgullo o ambición, o desde nuestros problemas de estima. Muchas veces
vivimos acelerados o porque nos da miedo parar o por ver si nos estrellamos ya de una vez. Y
entonces convertirnos en coartada lo del fuerte ritmo de vida. Se trata de vivir a ritmo humano,
aunque sea intenso y fuerte, pero humano. Y eso significa que en nuestra vida haya posibilidad de
poner en acción todas las dimensiones de la persona humana, también las afectivas, relacionales,
contemplativas... No ayudan al encuentro con Dios ni una vida sin actividad, sin tensión, sin
compromiso, sin realidades que nos cuestionen, interpelen e inquieten, una vida que tenga, en
definitiva, muy poco de viva; ni una vida vivida a ritmo de videoclip en el que la acción no puede
decaer dos minutos seguidos. Y mi experiencia personal, y la de otros muchos a quienes he
acompañado, me dice que, cuando se quiere, hasta en la vida más urgida se pueden poner espacios o
zonas verdes de aireación humana y espiritual. De ellas depende la calidad de vida personal. Vivir
así, con un ritmo de vida equilibrado que permita la atención y que dé calidad a nuestra experiencia
humana, no se hace, y con ello vamos al tercer rasgo del talante del cristiano que busca, sin una buena
dosis de libertad interior.
Libertad interior frente a nuestros propios impulsos que nos llevan hacia el engaño, y libertad
interior frente a unas exigencias exteriores que hay que evaluar, seleccionar en la medida de lo
posible y jerarquizar. Además, es ilusorio pensar que nadie pueda encontrar a Dios si no tiene una
mínima capacidad de autonomía de pensamiento y de obra, de sentido crítico, de mantener su propio
criterio cuando no es gratificado. A esa libertad ayudará, sin duda, ese apoyo de otras personas,
grupos y comunidades al que hacíamos referencia anteriormente.
D. NO TRATAMOS A LOS OTROS COMO HERMANOS
Hay lugares preferentes para el encuentro con Dios, ahora y siempre. Uno de esos lugares, creo que el
lugar por excelencia es la persona humana, el otro. Se ha dicho preciosamente que el otro, y
particularmente el otro al que excluimos, el distinto, el extraño, el extranjero, es la metáfora de Dios:
...el otro no hace a Dios visible; yo no veo ni sigo viendo otra cosa más que a él. Pero en ese rostro que
yo reconozco, Dios se pone a hablar, se hace audible. Dicho en el lenguaje mismo del evangelio, en la
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medida en que yo «me haga prójimo» (Lc 10, 36) del otro especialmente del caído al margen del
camino, descubriré a Dios.
Pero para encontrar a Dios en el otro hay que hacerse próximo, hay que hacer de otro nuestro
interlocutor.., y por eso nos cuesta tanto encontrar a Dios en quienes nos rodean: porque las más de
las veces nos pesa más en nuestra relación con los demás lo que nos diferencia, lo que nos separa y
nos hace extraños; porque somos indiferentes, lejanos y no escuchamos porque, a menudo, no
tratamos al otro como hermano, sino como competidor o enemigo. Cuando olvidarnos al pobre, no
sólo hacemos un acto de inhumanidad o de injusticia, sino que nos negamos a nosotros mismos la
posibilidad de ser radicalmente cristianos, de ser prójimos, y desperdiciamos el lugar más evangélico
para sentir en nuestra vida la acogida del Señor (Mt 25, 34).
4. SIGNOS DE LA EXPERIENCIA DE DIOS EN LA VIDA
La experiencia de Dios en la vida ni son levitaciones, ni los efectos especiales de una película, ni nada
que nos evada, libere o nos ponga por encima de nuestra condición humana. Va en la línea de una
certeza interior inquebrantable, de una fuerza para el bien que sentimos que no es la nuestra propia,
de una esperanza íntima desprovista muchas veces de razones, de unos ojos distintos para percibir las
realidades de siempre, de una alegría tan serena como inexplicable...
El primero de esos signos es la capacidad de misericordia, de mirar al mundo, a las personas y a mí
mismo, con lucidez y, sin embargo, con misericordia; con lucidez y con ternura. Sentir a Dios en la
vida cotidiana es sentir tan abrumadoramente un amor sin razones, es experimentar tan
frecuentemente el efecto salvador de la ternura, que acaba por contagiársenos ese modo divino de ver
el mundo.
La gratuidad, como actitud y como ejercicio, es otro buen indicador de la verdad de la experiencia de
un Dios que nos lo da todo previamente y con ello hace posible el que nosotros podamos dar algo.
Gratuidad que significa capacidad de dar sin respuesta o sin recompensa, priorización de la
necesidad del otro sobre mis gustos o sentimientos, capacidad de amar lo no amable pero necesitado
de cariño, relativización tanto del éxito como del fracaso, ejercicio permanente de la paciencia... Esa
gratuidad tiende a hacerse gesto concreto en el servicio, en el sentido más evangélico de la palabra, en
el vivir la vida a los pies del otro. Servicio que es, radicalmente, poner la propia vida a disposición de
los otros y en función de los otros, experimentando en ello un gozo inefable que no nos quita, sin
embargo, ni un ápice de cansancios o ganas de dejarlo, ni de dolor por los menosprecios y
minusvaloraciones. Pero llega un momento en que uno no sabe vivir si no es de esa manera. Pienso,
finalmente, que quien experimenta la cercanía contagiosa y enloquecedora de Dios en su vida acaba
viendo las cosas de otro modo al habitual y acaba, corno Dios, prefiriendo «lo necio del mundo,.. .lo
débil,.. .lo plebeyo..., lo despreciado,.. .lo que no cuenta...» (lCor 1, 27-29). Intentar la aventura de
buscar a Dios en la vida no es algo que de entrada sea fácil ni posible a la inmediata; requiere, como
toda aventura de amor, pasión y paciencia. Pero, sinceramente, vale la pena embarcarse. Porque en
ninguna otra aventura ni por ningún otro camino nuestra humanidad llega más lejos.
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PARA LA REFLEXIÓN
Anota aspectos, actitudes, elementos… que veas necesarios para que tu experiencia de Dios sea real
en la vida cotidiana.
¿Qué debes tener presente en tu Proyecto de vida para vivir realmente como cristiano?
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PROPUESTA 3.- DINÁMICAS QUE DIFICULTAN LA EXPERIENCIA DE DIOS
Son dinámicas que bloquean los procesos espirituales y ponen en cuestión la posibilidad de una
experiencia de Dios. Es evidente que no todas van a coincidir en la misma persona o al mismo tiempo.
Habrá que examinar a cuáles somos más propensos, o cuáles son más posibles o están incidiendo en
un momento concreto de la vida para actuar sobre ellas. Y es posible que la mayoría, o incluso
ninguna de ellas, no sean nuestro problema; si es así, a dar gracias a Dios, pero sin dejar de escuchar
la opinión de los demás, y sin dejar de vigilar...
1. EL “ACELERE” VITAL
Es bastante evidente para todos que vivir “acelerados” es una dificultad para vivir una experiencia
interior de una cierta hondura y, por tanto, para vivir una experiencia de Dios en medio de la vida
cotidiana. Es, seguramente, la primera “dinámica perversa” que hubiéramos dicho casi todos
nosotros si nos hubieran preguntado por dinámicas que impiden la experiencia de Dios. Quiero hacer
algunas sencillas observaciones sobre esta dinámica.
El “acelere” no es, simplemente, trabajar mucho, o no es, simplemente, un ritmo importante de
actividad. Se da esa situación de “acelere” cuando el trabajo o la actividad desborda las posibilidades
de la persona, impidiéndole la atención o el cuidado de otras dimensiones importantes de su vida que
no son “lo que hace”. Es un desajuste entre el hacer y el ser, entre el hacer y las razones de fondo por
las que actuamos. Cuando el coche va a más velocidad de la que permiten sus posibilidades técnicas o
las características del trazado por el que circula.
Es necesario, pues, un discernimiento sobre la velocidad a la que puedo llevar mi vida, sobre el ritmo
de actividad adecuado a mis condiciones y posibilidades de cada momento. Que no son siempre las
mismas, y por eso el discernimiento ha de ser constante. Tan nocivo para la experiencia interior de la
persona es un ritmo de vida acelerado como un ritmo de vida indolente: se trata de dar con el
adecuado y eso no se hace sin discernimiento, y es enormemente facilitado por el acompañamiento.
Tan peligroso es para el motor de un coche, y tan peligroso para los otros conductores, ir pasado de
velocidad, como ir por debajo de aquello que es posible o circular a velocidad reducida por una
autopista. Lo primero produce dispersión, hartazgo, saturación, quemazón interior... (una cosa es
cansarse, algo inevitable, y otra quemarse, que sí es evitable); lo segundo produce desmotivación,
pereza, deseo que se apaga, búsqueda que se abandona...
Los síntomas de que uno va acelerado, de que ha pasado el nivel adecuado de trabajo o actividad son
claros. La agresividad, o simplemente la irritabilidad, es uno de ellos: no sólo contra los otros (que es
la más visible y, en el fondo la menos peligrosa), sino contra uno mismo; agresividad que suele
adoptar formas de desvalorización, culpabilidad, descenso de la propia estima...; esa agresividad se
manifiesta también en forma de “malestar” contra la institución o personas que, según nosotros, nos
“obligan” a este ritmo infernal y a la que echamos en cara las culpas que tienen y también las que no
tienen. Otro síntoma es el descenso de calidad de lo que hacemos: las cosas cada vez se preparan
menos y se improvisan más: sabemos que el nivel de lo que ofrecemos es deficiente, pero... Otro
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síntoma es un descanso compulsivo: pasar del no dormir al dormir compulsivamente, horas
derrotados en el sofá delante de la televisión, o uso del ordenador sin medida navegando por donde
en situación normal nunca hubiéramos navegado, etc...
Es importante detectar estas situaciones cuanto antes, sin tener que llegar a situaciones críticas en las
que, quizá, ya se han “quemado” zonas de nuestra sensibilidad interior y espiritual que después no
será fácil recuperar. El peligro último de que el centro de mi vida sea sólo y principalmente lo que
hago, es que así al final el centro de mi vida soy yo, que soy el que hago, y cuando me canse de hacer,
o cuando fracase en aquello que hago, me hundiré yo mismo con todo el equipo. Y eso no tiene por
qué ser así...
2. EL “ENSIMISMAMIENTO”
Creo que no hace falta extendernos mucho en definir lo que entendemos como “ensimismamiento”:
son situaciones vitales en las cuales uno mismo, su modo de ver, sus preocupaciones, sus deseos, sus
logros y sus fracasos, sus proyectos, son el centro de la vida. Él es claramente el protagonista en el
escenario y en el teatro de la vida: todo lo demás está referido a él, y adquiere relieve e importancia
sólo y en la medida en que el protagonista se la da.
Hay otros personajes en la vida del ensimismado: Dios, los demás… pero su papel es secundario;
tanto Dios como los demás están, en el fondo, aunque de distinta manera, a su servicio: Dios para
sacarle de apuros o para facilitarle las cosas o para proporcionarle coartadas y justificaciones; los
demás como necesarios para que él se realice (los buenos) o como obstáculos en su marcha triunfal
(los malos). Hay una sobrevaloración, en ocasiones incluso ridícula, de lo suyo y una minusvaloración
de lo demás. Creo que tampoco es necesario que me extienda mucho en hacer ver que con esta actitud
de fondo es muy difícil “ver” a Dios: si uno sólo tiene ojos para él mismo… detrás de todo sólo se ve a
si mismo... La mirada que descubre a Dios es la mirada contemplativa: la mirada centrada en el Otro,
exenta de posesividad, gratuita...
Nadie de nosotros quiere, de entrada, ni ser ni vivir ensimismado; todos nos situamos críticamente
ante personas así. Eso es evidente. Pero también es evidente que todos conocemos personas
ensimismadas (que lo son sin haberlo querido ser), y que en momentos nuestros de lucidez nos
hemos descubierto muchas veces centrados en nosotros mismos. Por tanto es necesario preguntarnos
cómo llegamos a ese punto, qué procesos interiores nos llevan a él... para vigilar, para guardarnos de
ellos, para combatir...
En el apartado anterior ya hemos hecho una cierta reflexión sobre los ensimismamientos producidos
por la “borrachera” de la acción. Si lo único importante, de hecho, es lo que hago, y no es muy
importante lo que me dan, lo que recibo, lo que convivo, lo que experimento en mi interior..., al final
el único importante soy yo que soy quien hago: “lo que hago soy yo; yo soy lo que hago”. Y hemos
aludido a lo pernicioso y peligroso que es eso, no sólo para la vida espiritual, sino para la madurez
humana. Pero los procesos que nos llevan al ensimismamiento son muchos más y quiero citar tres que
he observado que se dan con alguna frecuencia en la vida de personas creyentes y religiosas.
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Habría un ensimismamiento “ideológico”, de origen ideológico. Es aquel al que nos lleva a esa
postura personal de leer, escuchar, prestar atención y dar validez a las cosas y a los argumentos, no ya
en función del valor que me merecen tras una reflexión o un discernimiento, sino en función de quién
lo dice, en función de acuerdos o desacuerdos previos, de “pre-juicios”. En esa dinámica sólo es a
considerar lo que dicen determinadas personas, determinados medios de comunicación,
determinadas escuelas... en función, además, de criterios previamente tomados y no siempre
rigurosos u objetivos. Todo ello se va absolutizando y, al final, más que tener nosotros tal o cual
opinión, es la opinión tal o cual la que nos tiene a nosotros, que nos convertimos en sus “defensores”
contra los enemigos o detractores; nos vamos convirtiendo en seguidores de ideas, de programas, de
consignas..., más que seguidores del Señor.
En situaciones así Dios mismo queda empequeñecido, reducido por ese limitado espacio mental a una
caricatura, puesto él mismo al servicio de los argumentos preestablecidos... Es algo que se posee, se
maneja y se manipula según propia conveniencia... y ese no es, claro, el Dios vivo, el Dios Padre de
Jesús, el Dios que nos trasciende y que se nos revela en la vida. Lo que pasa es que uno queda tan
atrapado por su discurso ideológico que es muy difícil que se abra al Dios inefable, desconcertante,
más grande que nosotros... a no ser que El haga un milagro.
Otra forma de ensimismamiento es el ensimismamiento “por objetivos”. Yo tengo claros mis
objetivos, esos van antes que cualquier otra cosa y pasan por encima de cualquier cosa. Mis objetivos,
mis metas, mis propósitos son mi absoluto... caiga quien caiga. Estoy ensimismado en ellos, sólo
tengo ojos y corazón para ellos, vivo para conseguirlos... Pueden ser situaciones coyunturales o pasar
a ser dinámicas vitales más permanentes. Me impiden, en un caso y en otro situar, ver fuera de mí y
percibir la presencia, la llamada, el desafío, la interpelación de Dios... desde otro lugar vital.
El que esos objetivos sean “buenos” no cambia las cosas, no hace buena la dinámica de absolutización
y ensimismamiento o autocentramiento en uno mismo y en “sus” objetivos. Algunos autores han
hablado del “egoísmo sagrado”: “... el hombre que sigue el camino del egoísmo – aunque sea sagrado
– que no se ocupa más que de su propia salvación, que no se siente responsable del sufrimiento y del
pecado del mundo, ese no oye lo que dice el Señor y no comprende por qué ha asumido Cristo el
sacrificio del Gólgota”.
Aludiré, finalmente, a una forma de ensimismamiento que llamaré ensimismamiento por
“victimismo”. Uno se siente víctima de todo tipo de males, de persecuciones, de injusticias y
minusvaloraciones y se instala en la dinámica del lamento y del quejido constantes: a partir de ahí, su
vida es estar pendiente de la conmiseración de los vecinos y compañeros y su oración es desplegar
ante Dios el “memorial de agravios”. De uno o de otro modo, él es el centro y sólo tiene oídos para
escuchar la lástima de los demás y todo lo que no sea eso le parece irrelevante en su situación,
cualquier otra palabra no significa nada ni le dice nada. Con frecuencia va acompañada esa actitud de
una lectura muy interesada y banal de la “cruz”, por la cual su cruz es sobredimensionada (en
ocasiones hasta extremos ridículos) y aislada de las demás, y verdaderas, cruces el mundo.
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Una variante muy peligrosa de ese ensimismamiento victimista es la instalación en el resentimiento o
el rencor por algo que me hicieron. El resentimiento me atrapa, alarga el poder del mal de forma
indefinida y deforma mis percepciones de las cosas y las personas generando una visión deformada,
unas tomas de postura que no son objetivas y una exacerbación del narcisismo. En situaciones así el
encuentro auténtico con Dios se encuentra absolutamente mediatizado y bloqueado... Sólo el perdón
nos libera y nos abre al diálogo auténtico con el Señor.
En este sentido pegan mucho estas palabras de José I. González Faus aparecidas en una reflexión
publicada en el diario La Vanguardia de 23 de agosto de 2006 con el título “Perdonar”: “...el
resentimiento es una especie de VIH (virus de inmunodeficiencia humana) que nos queda a todos tras
la agresión injusta. El mayor daño que nos puede causar el mal recibido no será aquello de que nos
prive, sino el dejarnos dentro el resentimiento, que alimenta en nosotros la misma lógica malvada del
agresor: no es quitarnos algo sino volvernos malos. Y el germen de esa maldad es el resentimiento,
que siempre se parece a una herida mal curada”.
Una herida que concentra demasiado de nuestra atención vital y nos resta muchas fuerzas para el
diálogo y la acogida del Otro. Por eso, antes de ir al altar, para que allí sea posible de verdad
encuentro con Dios, “hay que ir a reconciliarse con el hermano” (Mateo 5, 23-24)
3. EL “DESORDEN”
No me refiero con esta expresión, como es obvio, a un simple desorden material. Tiene que ver con
jerarquía interna de la vida, con integración, con que cada cosa ocupe el lugar que debe ocupar en
función de su relación al fin último de nuestra vida que es Dios. Una vida cristianamente “ordenada”
es aquella en la que lo que marca la pauta y resitúa todo lo demás es el servicio a Dios. Aquello que
nos conduce a ese fin último tiene cabida, y aquello que nos distrae de él no ocupa lugar. Vivir
“ordenadamente”, entendido de esta manera, nos pone a punto para la experiencia de Dios.
El “desorden vital” se ve con toda claridad en el fenómeno de la adicción. La adicción a las drogas, al
poder, al alcohol, al chismorreo, al sexo, la dependencia de la televisión o el egoísmo narcisista son
diversas formas en las que el ser humano se hace dependiente, hasta perder la libertad, de una
sustancia, de unas costumbres, de otras personas y, sobre todo, de sí mismo... En esencia la adición es
una forma de idolatría...”.
Es importante caer en la cuenta de que este desorden no tiene por qué ser, y en la mayoría de casos no
son, pecados o no se refieren a cosas pecaminosas. Pero al ocuparnos el corazón más de lo debido, nos
hacen dependientes, nos desvían de aquello que son nuestros objetivos y deseos últimos en la vida,
provocan conflictos interiores y se interponen como obstáculo en nuestro encuentro sincero con Dios.
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MOMENTO
1.
PARA
LA
ORACIÓN
PERSONAL:
DIFICULTADES
PARA
ENCONTRAR A DIOS
El encuentro con Dios confiere una experiencia duradera de plenitud vital, de felicidad completa.
Produce un cambio duradero en la persona sin ruptura de su personalidad: la persona sigue siendo
esencialmente la misma, pero cambia su visión del mundo y de su lugar en él. Parece que le
“complica” la vida y le lleva a volcarse en los demás, se abre al otro, especialmente al más débil, a las
víctimas de las injusticias.
El encuentro con Dios te compromete para siempre.
“En esa misma hora exultó de alegría por el Espíritu Santo y dijo: Te bendigo Padre, Señor
del Cielo y de la tierra, porque escondiste esto a los sabios y entendidos y lo revelaste a los
pequeños” (Lc 10, 21).
1. TIEMPO DE PAZ
A ratos me hace falta un instante gratuito. Música suave, o ninguna. Un paseo que me conduzca a
ningún sitio. Una página de la agenda vacía de citas. Un rato de ensimismamiento, para pensar en
poco, para reír por nada, para cantar sin tono. Me hace falta un rato de sereno abandono en el que
deje de estar alerta, en el que no haya nada que mostrar, un rato de sinceridad sin juicio. Me hace falta
un tiempo perdido, un tiempo de silencio, para el encuentro con uno mismo. Y por eso a veces tengo
que frenar.
“Después de despedirse de ellos, se fue al monte a orar” (Mc 6, 46).
REFLEXIONA:
· ¿Qué espacios de quietud hay en mi vida?
· ¿Cómo puedo hacer que haya espacios de paz en mi día a día?
2. LAS DIFICULTADES
Un Dios que se hace carne y sangre, lágrima y risa, herida y huella. Un Dios que se asoma a lo
chiquito y, al entrar en ello, lo hace grande (sin dejar de ser pequeño). Un Dios al que no encuentro
debido a:
-
la falta de método para orar
-
la opulencia de este mundo occidental
-
la rapidez con el que vivo el día a día
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-
la diversión perpetua
-
que lo quiero todo de forma inmediata y sin esfuerzo
-
que tengo una imagen de Dios que me aleja de Él
-
que creo que encuentro el sentido de mi vida en el éxito de mi trabajo, mis estudios, …
-
las estructuras y ritualismos que originariamente estaban destinados a facilitar el
acceso al encuentro personal con Dios, pero que ahora me lo impiden
“El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1)
REFLEXIONA
· ¿Qué impedimentos pongo al encuentro con Dios?
· ¿Le dejo espacio para que venga a buscarme?
· ¿Cuáles creo que son las dificultades?
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ORACIÓN AL FINAL DE LA MAÑANA
ERES UN/A IMPACIENTE
AMBIENTACIÓN
No soportas esperar cola en el cine. Te pones nervioso en cuanto el autobus, el metro o el cercanías
tarda más de cinco minutos. Esperas que te contesten los Whatsapp en cuestión de segundos y los
correos en el día… Entonces, eres como casi todos. Eres como yo, un impaciente sociológico. Y sin
embargo, sabes que lo importante requiere su tiempo, que los buenos platos se cuecen a fuego lento.
Te gustaría saber esperar… Sentarte cerca del fuego y solamente esperar. Pero no es tan fácil.
La paciencia no es una palabra de moda hoy en día. Suena a consejo de abuela. Y quizá por eso es de
las más necesarias. La paciencia supone esperar y respetar los tiempos. Supone desear la llegada de
otro y no tener más que hacer que esperar. Desear y esperar.
Estos días de Ejercicios pueden ser una buena oportunidad para recordar esto. Ejercitarse en el arte de
esperar con paciencia. Desear, imaginar, echar a volar la ilusión por lo que va a llegar… sin que esté
en mi mano adelantarlo. Quizá así el corazón esté más preparado para cuando llegue el Momento,
para cuando Dios sea el Dios de tu vida cotidiana. Quizá así este tiempo no pase inadvertido como
una tarea más, como un bus o un Whatsapp más. Quizá así, esta vez sí, vivamos más profundamente
nuestra vida de fe.
CANTO: NADA TE TURBE
INVITACIÓN A LA ORACIÓN

…trata de descubrir en tus “aceleres” y ritmos da vida, cómo Dios se esconde.

…trata de agradecer su presencia a pesar de tu inconsiencia.

…pide a Dios lo que necesitas, no lo que él debe hacer, sino lo que debes convertir tu.
GESTO: ABRIR LOS OJOS
Escribe los lugares donde Dios está en tu vida cotidiana… a pesar de tu cegueras.
ORACIÓN FINAL
Día tras día, mi Señor,
Te voy a pedir tres cosas:
Verte más claramente,
Amarte más tiernamente
Y seguirte más fielmente.
Día tras día, día tras día, Señor
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16:00.- Segundo momento:
PROPUESTA 1.- ¿QUÉ HACER PARA POTENCIAR LA EXPERIENCIA DE DIOS EN EL
DÍA A DÍA?
Conscientes de todas esas dificultades, vamos ahora a reflexionar sobre qué elementos están en
nuestra mano para poderlas superar cuando se presenten. Gracias a Dios, nuestras posibilidades son
muchas: se trata de conocerlas, cuidarlas y ponerlas en juego.
1. “ESTRATEGIAS” PARA POTENCIAR LA EXPERIENCIA DE DIOS
Al pensar en “estrategias” o modos de ayudar a la experiencia de Dios en nosotros cabe hablar de dos
cosas fundamentalmente: de cómo potenciarnos a nosotros mismos como sujetos capaces de acoger y
de qué modo hemos de vivir para captar en nuestra vida aquellos momentos, maneras y
circunstancias en las que ese don se nos está ofreciendo. Esta tarde hablaremos de esas herramientas
que tenemos para acoger lo que Dios nos ofrece y para mañana dejaremos el estilo de vida.
A) PERSONAS DISPUESTA A ACOGER
En el lenguaje clásico de la espiritualidad se ha llamado a esta tarea de potenciarnos como sujetos
“disponerse”, hacernos “disponibles” al don de Dios. Así lo recoge de modo muy bello y completo
Juan Martín Velasco en su excelente libro sobre “La experiencia cristiana de Dios”:
“... el esfuerzo del hombre desde esta fase de disposición no se orienta a lograr, conseguir, captar o
dominar un “objeto” al que se dirija. El esfuerzo está orientado, más bien, a hacer disponible, vaciar el
propio interior, hacer silencio en torno a uno mismo y en el propio interior: “estando ya mi casa
sosegada”, para que resuene la Palabra presente en el corazón. El esfuerzo, podríamos decir con una
imagen utilizada por los místicos, va orientado no tanto a conseguir una reproducción fiel de Dios
con los recursos de nuestra mente, como a “adelgazar” nuestras facultades para que dejen
transparentarse al Dios del que ellas surgen o, con otra imagen, a abrillantar nuestro ser hasta que
refleje perfectamente la Presencia que lo habita”.
Voy a destacar algunos aspectos que me parecen importantes en ese “disponernos” vaciarnos de
nosotros mismos para dejar espacio al Dios que se nos acerca. Son un conjunto de cosas que
componen, en autenticidad y plenitud, lo que llamamos “vida interior”.
B) VIVIR DESDE DENTRO
Entiendo que una vida interior es auténtica y plena cuando somos sensibles, atentos y lúcidos ante
aquello que sucede dentro de nosotros mismos (emociones, pensamientos, reacciones...), porque todo
ello es muchas veces el lenguaje de Dios en nuestra vida.
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Pero no es sólo eso: una vida interior pide también ser capaces de vivir desde dentro, y vivir lo
exterior y relacionarnos y situarnos ante ello desde las zonas más hondas, más interiores, de nuestra
persona.
El primero es que debemos cuidar la interioridad de nuestra actividad exterior, la que fuere; es decir,
que hay, por llamarlo así, un modo “interior” de hacer lo exterior. Hay un modo de actuar, de
trabajar, de operar, propio de la persona que vive desde su interioridad: atento al detalle más que
acelerado, paciente más que apresurado, observando al otro más que centrado en sí mismo,
priorizando las necesidades del otro más que sus propios impulsos, etc...
Cuando en nuestra acción somos nosotros los protagonistas y el punto de referencia, sólo nos
encontramos al final con nosotros mismos, que lo hacemos bien o mal, que acertamos o fracasamos,
que ganamos estima o la perdemos; en cambio, si actuamos contemplativamente, se enriquece sin
medida lo que descubrimos en nuestra acción, y es entonces cuando nos encontramos de verdad con
el hermano al que servimos, y en él podemos descubrir a Dios mismo. Es el paradigma de modo de
actuar que Jesús presenta en la parábola del samaritano que se compadeció: en contraste con al andar
apresurado y ensimismado del sacerdote y del levita, Jesús valora el caminar “contemplativo”, atento,
del samaritano.
C) EL USO DE LOS SENTIDOS Y LA MEDIACIÓN DEL CUERPO
El mensaje que hemos recibido sobre los sentidos es que hay que controlarlos. Durante muchos siglos
ha habido un auténtico divorcio entre los sentidos y la vida cristiana. Tenemos que recuperar su
sentido, nunca mejor dicho. En primer lugar, los sentidos nos los ha dado el Señor para usarlos; para
usarlos adecuadamente. Hay que abrir los ojos, hay que escuchar con oído fino, hay que educar el
olfato para captar dónde se huele evangelio, hay que saborear lo dulce y lo amargo de la vida, hay
que poner nuestras manos sobre la gente para acariciar, levantar, sanar, abrazar...
Todo eso no es otra cosa que un uso interior de nuestros sentidos, un uso de nuestros sentidos
marcado por la interioridad. El uso inadecuado de los sentidos tiene el peligro de la dispersión, del
descontrol, pero la mera represión de los mismos tiene el peligro del encerramiento en uno mismo,
del ensimismamiento. Ni una cosa ni otra facilitan la experiencia de Dios. Porque quien sólo se mira o
se escucha a si mismo sólo se encuentra a sí mismo. Y quien nunca se mira o se escucha a si mismo no
captará el mensaje que Dios le hace llegar desde fuera de él.
También es un desafío para nuestra vida interior vivir desde dentro y en clave de interioridad la
experiencia del propio cuerpo. Temas como el papel del cuerpo en la oración o a las formas diversas
de relajación, de expresión corporal o a la incidencia de elementos corporales en la vida interior son
importantes. La manera de relacionarnos, de besarnos, abrazarnos. Todo influye. Dar sentido real al
cuerpo frente a la banalización que la cultura actual hace de él.
Las experiencias humanas repercuten en nuestra vida interior y en nuestra relación con Dios. Un
cuerpo en juventud, y más en una cultura como la actual que da tanta importancia al cuerpo, es un
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factor de bienestar consigo mismo, autoestima, posibilidad de relaciones humanas. Nada de eso es
malo. Puede haber, sin embargo, al menos dos problemas importantes relacionados con esto. Uno el
del precio que se está dispuesto a pagar por el cuidado y desarrollo de ese cuerpo, por tener un buen
cuerpo, o que el cuerpo se convierta en objetivo en si mismo, cosa perfectamente posible, porque a eso
nos lleva de modo descarado nuestra cultura. Otro, cuando las deficiencias o limitaciones corporales
(quien es feo/fea, bajito/bajita o sufre alguna limitación o incapacidad) se convierten en auténticos
dramas interiores. Algunos/as podéis pensar ¿está este hombre. hablando de vida interior?. Creedme
que sí, veo la necesidad de que la vida interior ayude a leer desde Dios la propia corporalidad y que
la sitúe nítidamente en el ámbito del servicio.
Cuando, por el contrario, vamos entrando en la decadencia corporal que la condición humana nos
impone, hay que estar muy vivos y atentos interiormente para vivir ese proceso, doloroso e
incontrolable, de tal modo que no nos encierre en nosotros mismos sino que nos abra nuevas vías de
encuentro con Dios y con los demás. Y os aseguro que este será un reto para todos y todas.
D) EL SILENCIO
Para vivir interiormente lo exterior, que es lo que estoy proponiendo, y así acoger el don de Dios que
se nos da en las circunstancias de la vida, sean de trabajo, de salud, de relación con los demás, es
importante la capacidad de silencio.
Hay silencios y silencios, y el silencio del que hablamos refiriéndonos a la interioridad no es cualquier
silencio:
“Se trata de un silencio que tiene que ser elocuente con la vida, que es disposición para la escucha de
la voz de Dios en la propia existencia y que no tiene nada que ver con la cerrazón huraña o con la
hosca mudez en la que, con demasiada frecuencia, pretendemos esconder nuestra falta de
autocomprensión de nuestra propia realidad y, obviamente, de los acontecimientos que vivimos a lo
largo de las horas, del tiempo y del espacio... Ese silencio no es lo opuesto a la palabra, es lo opuesto
al ruido y a la distracción permanente...” (Trinidad León, profesora de la Facultad de Teología en
Granada. )
El silencio interior, espiritual, el que nos abre al don de Dios y a su experiencia, no es, pues, el silencio
del malhumorado/a, de quien se aísla, de quien “castiga” a los demás, de quien les desprecia... Creo
que es importante no confundir. El silencio del que hablamos es un silencio lleno de vida, cercano a
los demás y deseoso de Palabra.
E) LA LIMPIEZA DE VIDA
Dios nos quiere libres, maduros, humildes, hijos y no esclavos. Y como a tales nos quiere en la
relación con El: así lo manifiesta claramente Jesús en su parábola del Padre y los dos hijos. En ella
somos invitados a situarnos ante Dios no como deudores, porque El nos perdona las deudas; y
tampoco como acreedores, por que El nos lo ha dado todo y mucho más de lo que nos cabía esperar.
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Nos invita a comparecer y situarnos ante Él como hijos. Limpia y sencillamente como hijos que
confían en su Padre, porque se sienten amados por El: sin pretensiones, sin exigencias, sin
condiciones... Es importante trabajar esas actitudes interiores para encontrarnos con el verdadero
Dios, con el Dios de Jesús. Con limpieza ante Dios “Dichosos los limpios de corazón, porque ésos van
a ver a Dios” (Mt 5,8) nos dice la sexta bienaventuranza del evangelio de Mateo. Una limpieza de
corazón que apunta, además, a la sinceridad en la búsqueda de Dios, al deseo hondo de que nuestra
vida se ajuste a su voluntad, a la sinceridad en la relación con El, al esfuerzo por la mayor coherencia
posible entre aquello que creemos y aquello que vivimos... Las ambigüedades consentidas, las dobles
vidas, los fariseísmos en definitiva, ocultan el rostro de Dios. Se dan entonces situaciones en las que
Dios sencillamente no se deja ver, no se deja conocer.
Pero esa misma limpieza interior, si es auténtica, se manifiesta necesariamente en una limpieza en la
vida exterior y en el trato con los demás. En ser personas que viven con limpieza y transparencia, que
juegan limpio en la vida y en las relaciones humanas, que promueven sinceridad y transparencia,
poco amigos de maniobras, conspiraciones y manejos ocultos. Se trata, en definitiva, de vivir con
humildad y sencillez: quienes viven así son la “gente sencilla” en la que Jesús encontró la revelación
del Padre (Mt 11, 25) La falta de transparencia es en toda la tradición espiritual cristiana uno de los
modos de actuar propios del enemigo de Dios y del hombre. Y muchos de nosotros tenemos la
experiencia propia y ajena de hasta qué punto los procesos espirituales quedan bloqueados y ciegos
cuando se entra en dinámicas de poca transparencia y poca limpieza de corazón.
F)
LA SOLIDARIDAD CON LOS POBRES
Hablar de solidaridad con los pobres como una de las actitudes básicas de la vida interior no es ni
una moda, ni una deformación. Está avalado por la Escritura, en múltiples pasajes. Por citar sólo un
ejemplo, en el capítulo 58 de la profecía de Isaías, Dios vincula, de un modo muy claro y explícito, la
justicia con el pobre con el auténtico culto y ayuno: “El ayuno que yo quiero es éste... partir tu pan
con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia
carne” (Is 58, 7). Muchos siglos más tarde, Simone Weil decía que ella conocía si alguien había tenido
una auténtica experiencia de Dios por el modo como hablaba de los hombres.
La solidaridad con los pobres, la cercanía afectiva y efectiva con ellos, abre nuestro corazón al don de
Dios, a su Palabra y a su luz. Y hay que entender por qué y cómo eso es así. Porque esa presencia de
Dios en los pobres se ha entendido en ocasiones de modo muy ingenuo o muy equivocado.
No se trata, obviamente, de que el mundo de los pobres sea el paraíso en este mundo. ¡Hasta ahí
podríamos llegar!, ¡menudo insulto a su sufrimiento!: al contrario, acercándonos a ellos entramos en
los infiernos de este mundo. Tampoco se trata de una visión “angelista” de las personas de los pobres:
son hombres y mujeres como los demás, y deteriorados además por las situaciones de pobreza y
exclusión vividas. Otra cosa es que, misteriosamente, en esos contextos y en esas personas aparece
una vida y unos rasgos de vida y de auténtica humanidad que sorprenden, impactan y convierten a
quien los percibe... Pero eso ciertamente no se ve a la primera, cuando uno hace turismo social o
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solidario o experiencias más o menos puntuales, sino tras mucho tiempo de cercanía, de
contemplación, de sufrimiento compartido, de desesperanza vencida...
Tampoco es que, al acercarnos a los pobres, nosotros que somos buenos y estupendos porque nos
acercamos a ellos hagamos unos méritos especiales y entonces Dios nos da el premio, la recompensa,
de un manifestarse más abiertamente en nuestra vida o en nuestro interior. Tampoco es eso. El
acercarnos a los pobres, nuestra solidaridad con ellos, cuando existe y es verdadera, no es un mérito
nuestro sino un don, y muy grande, de Dios. Dios no hace de los pobres una moneda de cambio.
¿Qué sucede pues? Se trata de que la auténtica cercanía y solidaridad con los pobres, si es verdadera y
perseverante, nos va desposeyendo de muchas cosas, nos va vaciando de muchas cosas. De
posesiones y comodidades materiales, de lugares y valoraciones sociales, incluso de prestigio y
posición en la Iglesia, y también, y eso es lo importante, de nosotros mismos. Palpamos nuestra
miseria, nuestra impotencia, nuestro pecado, la vaciedad de muchas de nuestras cosas lo equivocado
de muchos de nuestros planteamientos, lo limitado de nuestra bondad, lo frágil de nuestra voluntad y
compromiso... Y es ahí, en eso, en ese vaciarnos de nosotros mismos donde somos visitados por Dios,
por ese Dios que El mismo se hizo pobre para así podernos enriquecer con su pobreza.
PREGUNTAS PARA LA REFLEXIÓN
¿Cómo definirías tu vida interior en este momento? ¿Eres más de acción o de contemplación? Repasa
la parábola del buen samaritano, fíjate en los personajes ¿dónde te sitúas?
¿Cómo considerarías tus momentos de silencio?
¿Crees que realmente en tu vida, en tu día a día se dan las condiciones para poder ver a Dios? ¿para
responder desde él?
En qué situaciones de pobreza te has visto/sentido visitado por Dios.
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PROPUESTA 2.- BÚSQUEDA DE JESÚS COMO CREYENTES
1. EL SENTIDO DE LA BÚSQUEDA
El verdadero encuentro con Jesús sólo es posible cuando uno adopta una actitud sincera de búsqueda
de un sentido más profundo para su vida. No es posible encontrarse con Jesús y acoger su mensaje
cuando uno adopta una postura de indiferencia, apatía, insensibilidad y superficialidad ante la propia
vida o la vida de los demás.
Actitud de apertura. Es necesaria una postura de apertura y disponibilidad. Nos debemos acercar a
Jesús con nuestras preguntas, no con nuestras soluciones y respuestas. Se trata de dejarnos alcanzar
por él en lo más íntimo de nuestro ser, sin reservas, sin defensas, incondicionalmente. Quizás la
pregunta fundamental con la que debemos abrirnos a Jesús es ésta: ¿Cómo puedo ser más persona?
¿De dónde le puede llegar un sentido verdadero a mi vida? ¿En qué dirección he de buscar?
Búsqueda de Alguien. No se trata de encontrar algo, sino de encontrarse con Alguien. Lo
verdaderamente decisivo y lo que transformó realmente a los primeros discípulos fue el encuentro
con la persona de Jesús. Cada vez se hace más difícil creer seriamente en algo. Parece que las personas
nos animamos a creer en alguien que nos ayude a vivir. En este sentido, debemos hacer un esfuerzo
para que Jesús no sea un recuerdo del pasado, sino alguien vivo y actual, capaz de responder a los
anhelos, aspiraciones, temores y preguntas que nos rodean por doquier.
Búsqueda progresiva. A Jesús se le encuentra poco a poco en la medida en que le buscamos con
sinceridad. Muchas veces, sólo se entrevé, se intuye, se desea lo que un día encontraremos con gozo.
Con frecuencia, se trata de una búsqueda costosa. Hay que desprenderse de muchas maneras de
pensar, sentir, reaccionar y actuar, que nos son muy familiares. Muchas veces, todo se vuelve oscuro,
y hay que seguir creyendo fielmente en la oscuridad lo que habíamos visto antes en la luz. Hay que
seguir caminando. Se hace camino al creer.
2. UNA NUEVA MANERA DE SER Y ACTUAR
Creer en Jesucristo no es simplemente conocerlo cada vez mejor o admirarlo cada día más. Se trata de
que Jesús sea el centro de nuestra vida y aprendamos desde él una manera nueva de ser y de actuar.
La llamada de Jesús. La llamada de Jesús a entrar en el Reino es una llamada a una manera nueva,
plena y definitiva de ser. Un nuevo estilo de vivir que exige la renovación de nuestro corazón, de
nuestras relaciones sociales y de nuestro quehacer diario. Se nos pide, por un lado, un no rotundo e
incondicional al pecado que va contra el Reino de Dios; es decir, un no contra todo aquello que
deshumaniza a la persona humana, y amenaza y destruye la fraternidad humana querida por el
Padre. Y por otra parte, se nos pide escuchar y acoger el sí de Dios a un mundo que debe ser
reconciliado en el amor, la verdad y la justicia.
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Aprender a vivir. Desde Jesús, debemos aprender a vivir. Él nos descubre que merece la pena vivir,
porque la vida es una aventura positiva, algo que camina hacia una plenitud final en Dios. No se trata
de ir tirando la vida, ni de ser un vividor, sino de aprender a vivir humanamente. Ser cristiano o
cristiana es ir descubriendo desde Jesús cuál es la manera más humana, más acertada de enfrentarse
al misterio de la vida. Ir descubriendo el tipo de hombre y de mujer que Dios quiere, y atrevernos a
serlo hasta el final. Nos pasamos la vida buscando razones para justificar nuestra vida y nuestras
actuaciones. Lo importante es descubrir en Jesucristo la razón de vivir. La conversión es el paso de
unas razones para vivir a la razón de vivir.
Radicalidad del cambio. La llamada de Jesús es radical y absoluta. La entrada en el Reino de Dios es
una alternativa. No es posible una actitud intermedia. No se puede servir a dos señores. No se puede
servir a Dios y al dinero. No se puede poner la mano al arado y volver la vista hacia atrás. Hay que
optar. Optar por la fe en Dios Padre, en una sociedad secularista que ve en Dios a un enemigo de la
vida. Optar por la esperanza y el amor que Dios nos muestra en Cristo, frente a otro tipo de esperas
más o menos fáciles o inmediatas, o evasiones egoístas.
El seguimiento de Jesús. Creer en Jesucristo es seguirle. Éste es el término técnico que empleaban los
primeros creyentes. Pero no se trata de ver en Jesús un modelo de vida virtuosa, un santo -sin duda,
el mayor, el Santísimo- al que hay que imitar desde fuera, copiando e imitando literalmente sus
gestos. Se trata de acoger su Espíritu, inspirarnos en él, y continuar hoy nosotros la obra apasionante
del Reino de Dios que comenzó en él y desde él. Más en concreto, el seguimiento a Jesucristo consiste
en asimilar las actitudes fundamentales que dieron sentido a su vida, y tratar de vivirlas hoy
nosotros, en nuestra propia situación y de manera creativa. En esto consiste la vida cristiana. En creer
en lo que Jesús creyó. Dar importancia a lo que él se la dio. Interesarnos por lo que él se interesó.
Defender las causas que él defendió. Vivir la vida como él la vivió. Ser cristiano o cristiana es hacerse,
poco a poco, personas nuevas desde Jesucristo, descubriendo nuevas posibilidades de amar, servir,
esperar, creer, sufrir, trabajar, luchar y morir.
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PROPUESTA 3.- AYUDAS PARA FACILITAR LA EXPERIENCIA DE DIOS EN
NUESTRA VIDA
Voy a enumerar y explicar brevemente algunas actividades, estrategias, modos que nos pueden
ayudar positivamente en nuestro abrirnos y disponernos a la experiencia de Dios.
1.
EL “EXAMEN” U ORACIÓN SOBRE LA VIDA
El “examen” es un momento de oración breve y frecuente consistente en pararnos y poner nuestra
atención sobre aquello que va sucediendo en la vida, tanto lo que sucede dentro de mi como aquello
que sucede fuera y me impacta. Un ejercicio de atención en el cual la pregunta básica no es “¿qué he
hecho yo?”, sino “¿qué cosas están pasando en mi vida?, ¿qué va haciendo Dios?, ¿cómo se puede
haber hecho presente?, ¿qué signos me puede haber dejado?, ¿en qué circunstancias o
acontecimientos puede haber estado?”. Insisto: el examen no es un ejercicio discursivo, sino
contemplativo. Ejercicio de atención y contemplación, de volver a pasar por mi corazón los
acontecimientos de la vida y ver qué poso van dejando... Un ejercicio contemplativo, sencillo, breve...
Un ejercicio que se puede hacer en cualquier momento del día (no sólo por la noche) y en cualquier
lugar...
No se trata, pues, primariamente de un ejercicio “moral”, sino “espiritual”. No se trata e de
cuestionarnos acerca de nuestro comportamiento, sino que hacemos un ejercicio de “atención
amorosa, cayendo en la cuenta de lo que Dios me va amando, me va dando, va haciendo por mí... Es
obvio que, al caer en la cuenta de ello, del amor grande y constante de Dios, aflorará en mi conciencia,
y de modo vivo, mi medianía, mi poca generosidad en la respuesta a Dios e incluso mi pecado: pero
eso no es lo primero que busco ni el objetivo central del examen.
Caigamos en la cuenta también de que el “examen” es un ejercicio oracional, no de introspección. Es
un ejercicio oracional porque es un ejercicio en diálogo, en contexto de diálogo con Dios. No me veo
yo ante mi mismo, ante mi espejito mágico que me tiene que decir lo bueno o lo malo que soy: me veo
ante Dios. Comienzo dándole gracias por todo aquello que he recibido, sigo pidiéndole luz para
captar el fondo de lo que voy viviendo, y, tras el discernimiento sobre mi vida, acabo pidiéndole su
ayuda para seguir adelante. Mi discernimiento, la mirada a mi vida, se sitúa entre la acción de gracias
y la petición de ayuda.
Saltan a la vista los beneficios que el ejercicio habitual del examen tiene para nuestra vida y cómo nos
ayuda para la experiencia de Dios y para combatir muchas de las dinámicas perniciosas a las que
antes hemos aludido. Ayuda a serenarnos, a poner atención sobre lo que vamos haciendo y viviendo,
a tener vivencia de agradecimiento y de positividad en la vida, a conectar con nuestros sentimientos y
emociones, a discernir nuestras dificultades y trampas en el seguimiento del Señor, a actualizar
nuestros deseos y propósitos básicos de vida...
“La práctica regular de este ejercicio crea en nosotros algo así como una infraestructura espiritual.
Nos damos cuenta de la importancia de las infraestructuras cuando, por ejemplo, una catástrofe
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destruye la carretera y ningún vehículo puede pasar para socorrernos. Algo parecido ocurre en la
vida espiritual: se tienen buenas ideas, sólidos propósitos, etc..., y a menudo se constata lo poco que
sirven. En cambio el hábito de los ejercicios breves diarios asegura un espacio fijo, una carretera a
través de la cual las resoluciones y los propósitos pueden llegar a buen puerto. Cada día el examen
me recuerda lo que busco y deseo. Es una ayuda inestimable y una seguridad para el camino”.
Son muchos y diversos los modos como se puede hacer este examen, incluso es bueno el ir variando
de vez en cuando de forma de hacerlo para adaptarlo a los distintos momentos y circunstancias de la
vida, para evitar caer en rutinas... Hacer silencio y dejar que fluyan las cosas, repasar el video del día,
basarnos en un salmo u oración bíblica, repasar los rostros con los que nos hemos encontrado...
Incluso en días y circunstancias en los que, por lo que sea, n podemos tener un tiempo largo y
tranquilo de oración deberíamos cuidar el examen: mantiene la “máquina” espiritual a punto...: nos
ayuda a ser agradecidos en los días buenos y a no dejar de confiar y rogar en los días grises.
2. EL ACOMPAÑAMIENTO ESPIRITUAL
Otra de las ayudas muy valiosas para mantenernos en una actitud espiritual de apertura y
disponibilidad a la experiencia de Dios es el acompañamiento espiritual. Se trata de una práctica y
dinámica de confrontar, con una cierta regularidad y constancia, mi proceso espiritual con otra
persona. Un proceso espiritual que abarca tanto mis mociones, sentimientos, pensamientos e
inquietudes más “interiores” como el modo de vivir y las repercusiones más personales de aquello
más “exterior” de mi vida. El acompañamiento no se identifica con la reconciliación sacramental en el
sacramento de la penitencia: la puede incluir o no, pero la desborda.
Ayuda a no caer en autoengaños y trampas, a salir de ensimismamientos, a discernir con serenidad y
objetividad. El acompañamiento es, además, una necesaria mediación eclesial en los procesos de
discernimiento personal. Pero, previamente incluso a que podamos conversar con el acompañante, el
acompañamiento nos ayuda a parar en nuestra vida, a hacer una lectura de la misma, a seleccionar
sus datos más relevantes, a formular nuestros procesos interiores... Nos ayuda a esa actitud de
“atención” que tan necesaria e importante ha sido siempre y es hoy para captar el don de Dios. Por
eso, vale la pena vencer resistencias y perezas que siempre nos provoca el abrir nuestra interioridad a
otras personas. El fruto es grande.
Dos elementos son importantes para asegurar un buen acompañamiento, dos elementos que se
condicionan mutuamente: la confianza en la persona que escoja como acompañante y la calidad de
esa persona, la confianza que me merece y el criterio y experiencia de quien acompaña. La elección
del acompañante es una decisión importante que ha de ser madurada y tomada con responsabilidad.
Creo que en esa elección hay que evitar dos extremos. El primero, que desvirtúa el acompañamiento,
es buscar como acompañante a un “colega”, alguien que me cae muy bien, con el que puedo tener
confianza, que es un buen amigo... pero que sé que no me va a contrastar, que me va a decir que sí a
todo, que no va a tener la libertad de decirme mis trampas, engaños o errores. El segundo extremo,
que suele provocar la ausencia de acompañamiento, es buscar un acompañante que no existe, con el
que sé que rara o ninguna vez tendré la posibilidad real de acompañarme.
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Se trata sencillamente de buscar un compañero, accesible, cercano, con quien pueda tener confianza y
que tenga sentido común y honestidad espiritual.
El ritmo del acompañamiento puede ser variado, en función de muchas circunstancias; sí que es
importante que tenga una cierta regularidad, de modo que se sigan los procesos, y que el
acompañante no se vea convertido en una especie de “bombero espiritual”, o de alguien al que se
acude cuando las cosas ya no tienen mucho remedio.
¿Puede un grupo, una comunidad, ser una forma válida de acompañamiento? Creo que sí, que lo es.
Sin embargo, pienso que el acompañamiento grupal o comunitario no anula la conveniencia de un
acompañamiento personal, porque hay cuestiones personales o íntimas que difícilmente se
acompañarán en grupo, ya que en grupo es limitada la libertad que se siente y se tiene tanto para
expresarse como para aconsejar, y porque en el grupo entran en juego otros elementos y dinámicas
que pueden impedir la confianza, la sinceridad y la claridad que el acompañamiento requiere.
3. DISCERNIR NUESTRAS ACTIVIDADES VITALES
Hemos comentado en otra reflexión lo dañino que es un ritmo de “acelere” y dé hiperactividad para
nuestra experiencia interior. Y lo engañoso y tentador que resulta, pues nos facilita escaparnos de
nuestra vida interior justificándolo o vistiéndolo de dedicación apostólica. Es muy necesario el control
y el discernimiento sobre nuestras actividades: es materia evidente de nuestro acompañamiento.
Hay actividades que son del todo ineludibles, y en ellas habrá que revisar tanto la pureza de
intención como los modos en que las hacemos. Pues, indudablemente, se pueden realizar de modos
diversos y no todos son los adecuados o los necesarios. En esa revisión no se podrá olvidar que es el
servicio a los demás la finalidad de lo que hacemos y nunca nuestro lucimiento, triunfo o mera
satisfacción personal pueden ser su meta; ciertamente en la medida en que menos nos busquemos a
nosotros mismos en todas nuestras actividades, y más limpiamente busquemos a Dios y a los demás,
menos tensión nos generarán.
Y hay otras actividades que son susceptibles de ser incluidas o no en nuestro programa de vida, y hay
que ser muy finos en el discernimiento sobre ellas y muy firme en los criterios de ese discernimiento.
Somos nosotros los que hemos de confeccionar nuestra agenda y no nos ha de ser confeccionada
desde fuera. Y al confeccionarla ha de haber ya en la agenda, previamente a incluir otras cosas, los
espacios reservados para nuestra vida interior. Aprender a decir que no, y decirlo es también parte de
una ascesis contemporánea.
Sin duda, y además de todo ello, vendrá lo imprevisible, aquello con lo que nadie podía contar, lo
repentino ineludible que rompe todo plan y programación. Cuando más sensata sea nuestra agenda y
cuando menos tensos estemos mucho menos será su impacto negativo, mucho menos vulnerables
seremos: estaremos mucho más preparados para afrontarlo.
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Una palabra hay que decir del descanso. El auténtico descanso no es no hacer nada, sino hacer
actividades o cultivar relaciones que me gustan, que me son placenteras, que las disfruto porque no
acudo a él derrotado.
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MOMENTO 2: PARA LA ORACIÓN PERSONAL: MODOS DE ENCONTRAR A DIOS
Toda persona que de algún modo se ha encontrado con Dios en su vida conserva de ese encuentro
una sed, un deseo irrenunciable de búsqueda, de nuevos encuentros con el Señor. Nos vivimos
sedientos, necesitados de Dios, anhelando su presencia y su consuelo. En ocasiones aparece y lo
transforma todo. Luego parece que se va, es imposible aferrarle, y así, se va trenzando una historia de
presencias y silencios, de llamadas y respuestas, de muertes y resurrecciones.
1. LA BÚSQUEDA
“A ti, Señor, te invoco. Roca mía, no te me hagas el sordo, que si te me callas, seré uno de
tantos como bajan a la fosa” (Sal 28)
Tengo sed de ti, Señor. Sed de encuentro, de abrazo, de sentido. En muchas ocasiones no sé dónde
andas. Se me va pasando la vida y no sé hacia dónde mirar para encontrarte. Le pregunto a los rostros
amigos, a la gente lejana, a los libros, al silencio, a mi corazón “¿Dónde está Dios?” “¿Cómo es?”
“¿Qué dice?” Y no siempre hay respuesta. Toca seguir persiguiendo tus pasos, tus huellas, tu
promesa. Para que tú llenes un poco mis días, el trabajo, el estudio, la amistad, el amor, para que me
fortalezcas en las horas tristes y en los momentos alegres. Para que arrulles, con voz infinita, mis
noches…
REFLEXIÓN:
· ¿Busco a Dios en mi vida? ¿Cómo le busco?
· ¿De qué modos lo he ido encontrando en mi vida?
2. EL ENCUENTRO
“Me casaré contigo para siempre, me casaré contigo a precio de justicia y de derecho, de
afecto y de cariño. Me casaré contigo a precio de fidelidad, y conocerás al Señor” (Os 2, 21-22)
Luego apareces. No sé muy bien cómo. En las situaciones más impensables. Apareces con esa manera
tan tuya, te revelas en el abrazo que me hace sentir en casa, en los ojos brillantes que me miran
cercanos, apareces como buena noticia que me dice que la vida es plena, y que hay que hacerla buena
para todos. Con cada uno/a de nosotros/as tienes un modo de darte, un lenguaje, una manera de
llegar al corazón. Tú y yo tenemos nuestra relación, que es única y preciosa.
REFLEXIÓN:
· ¿Encuentro a Dios alguna vez?
· ¿Dónde le encuentro?
· ¿Cómo es mi relación con el Señor?
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3. CONTAR NUESTRA HISTORIA CON DIOS
¿No estaba ardiendo nuestro corazón dentro de nosotros cuando nos hablaba en el camino y
nos explicaba las Escrituras?» Y, levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén (Lc
24,32-33).
Las mujeres al encontrarse con el Resucitado corren a contarlo a los otros discípulos. A nosotros nos
ha llegado la historia de Jesús por innumerables testigos de su Iglesia que nos han transmitido su
experiencia. Sin embargo, en nuestro día a día nos cuesta compartir nuestros encuentros con el Señor.
Jesús insiste “id y anunciad”.
REFLEXIÓN:
· ¿Cómo es mi historia con Dios?
· ¿Puedo compartir algún capítulo?
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18:00.- Tercer momento:
PROPUESTA 1.- CUANDO NO CORRESPONDO AL AMOR DE DIOS
Ser cristiano no es primeramente un compromiso… Es, ante todo, un don: el regalo de sentir
el amor que Dios me ha mostrado en Jesús, y el deseo de vivir mi propia vida desde ese
amor.
Como todo regalo, el amor no se puede imponer. Ésa es la “debilidad” del amor, también del de Dios,
que es todopoderoso... Ni siquiera Dios puede imponernos su amor (como tampoco un padre, una
madre, un hermano o un amigo pueden hacerlo). Desde mi libertad puedo responder o no a esa
oferta… Dios sufre esas faltas de amor, pero no deja de amarnos. Más bien espera impacientemente
que nos volvamos hacia Él…
Y ¿qué pasa cuando no correspondo a ese amor? ¿Vivo como si nada? Cuando alguien me
importa y le he hecho daño, o he defraudado su confianza, o me he apartado de su amor,
¿me duele? ¿Busco reconciliarme? Seguramente sí, salvo que sea un insensible… Dicen las
parejas que lo mejor de las discusiones es la reconciliación que viene después…
¿Con Dios me ocurre lo mismo? ¿Me duelen mis faltas de amor? ¿Me afecta interiormente cuando me
aparto de Dios y de su amor? ¿Busco reconciliarme con Él? ¿Siento disgusto cuando pienso sólo en lo
mío y me olvido del proyecto de Dios?
Te propongo una preparación orante al sacramento de la reconciliación, que luego tendrás
ocasión de celebrar, y te sugiero una guía de trabajo para el resto de la tarde: rezar y situarte
en tu relación con Dios desde tu proyecto de vida cristiano, celebrar el sacramento de la
reconciliación y dar gracias a Dios por empeñarse en hacerte feliz.
 Propuesta de oración: Acepta que eres perdonado, siente el amor misericordioso de Dios
Preparación previa: ponte en actitud de oración. Serénate, cálmate y ponte en manos de Dios.
Petición inicial: dejarme afectar por mi falta de amor, desear corresponder de corazón a su amor,
desear la conversión (=volverme de nuevo hacia Dios), sentir y gustar su bondad y amor
incondicionales… Sinceridad para reconocer mis miserias, y humildad para dejar que la misericordia de
Dios las desborde… Dejar que Dios me descentre de mí mismo, desear vivir desde su amor…
Examino (sin fariseísmo ni culpabilidad, sin “darme latigazos”) aquello que últimamente me ha
apartado del amor, en todos los aspectos de mi vida (relación con Dios, oración, Eucaristía, familia,
amigos, estudios-trabajo, compromiso con mi grupo, compromiso con los chavales, relaciones
personales, sexualidad, uso del dinero...). Busco en mi interior aquellas actitudes que han hecho de
mí un “desagradecido”, que me han impedido corresponder al amor inmenso de Dios. Examino lo
mucho bueno que he dejado de hacer… Lecturas: Lc 15,11-32 (hijo pródigo) y Mt 13,24-30 (somos
trigo y cizaña).
Diálogo con el Dios de la misericordia: convencido de que SÓLO EL AMOR ME SALVA; seguro de
que sólo sentirme amado incondicionalmente —tal y como soy, también en mis miserias— ME
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TRANSFORMA y me hace HIJO, me hace querer llegar a la MEJOR VERSIÓN DE MÍ MISMO (ser
hijo como el Hijo, porque el “molde” es Jesús…). Lectura: Jn 3,1-21
Mirando a Jesús, habla con Él y deja que te hable. Cae en la cuenta de todo lo que ha hecho por ti y
por cada persona; dale gracias. Pregúntate y pregúntale qué podrías haber hecho y no hiciste; si te
sientes movido a ello, pídele perdón confiadamente. Pregúntate y pregúntale qué haces actualmente por
Él, y lo que podrías hacer; pídele que te lo diga o te lo haga ver. Pregúntate y pregúntale qué puedes
hacer por Él en el futuro. Suplica su gracia y ayuda para responderle con generosidad y constancia.
Antes de acercarte a celebrar el sacramento de la Reconciliación, puedes rezar con el Salmo 139 (138):
Tú me sondeas y me conoces… Al rezarlo, siente y “saborea” la bondad de todo un Dios que,
conociéndote hasta el fondo de tu alma, te ama incondicionalmente y quiere que te sientas de nuevo hijo
suyo. Quizá el orgullo te haga difícil aceptar que alguien pueda aceptarte en tu pequeñez, pero eso es lo
más desbordante del amor y del perdón…
 Celebra el sacramento de la Reconciliación
Es la celebración de un hijo que vuelve a los brazos de su Padre… Un hijo que siente el vértigo del
desamor y eso le hace valorar más aún el amor…
Exprésale al sacerdote no sólo tus pecados, tus faltas de amor, sino también de qué manera has
experimentado el amor de este Dios al que no has correspondido…
-
No te dé “apuro” acercarte si no sabes bien cómo empezar, cómo hablar…
Pídele al sacerdote que te ayude con el “método”.
 Después de celebrar la Reconciliación…
-
Siéntete aceptado del todo por Dios. Agradece el perdón recibido
Acepta que eres pecador perdonado… y obra en consecuencia (Mt 18,23-35)
Puedes rezar con el salmo 103 (102): Bendice, alma mía, al Señor
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ORACIÓN AL TERMINAR EL DÍA
REZAMOS
Todos Juntos
Aquí estamos, Señor
Jesús: juntos en tu búsqueda.
Aquí estamos con el corazón en alas de libertad.
Aquí estamos, Señor, juntos como amigos. Juntos.
Tú dijiste que estás en medio de los que caminan juntos.
Señor Jesús, estamos juntos y a pie descalzo.
Juntos y con ganas de hacer camino, de hacer desierto.
Juntos, como en un solo pueblo, como en racimo,
como espiga, como un puño.
Danos, Señor Jesús, la fuerza de caminar juntos.
Danos, Señor Jesús, la alegría de sabernos juntos.
Danos, Señor Jesús, el gozo del hermano al lado.
Danos, Señor Jesús, la paz de los que buscan en grupo.
Personalment en silencio
Señor Jesús, queremos un corazón vacío, desinstalado.
Queremos un corazón desnudo, despojado y pobre.
Queremos un corazón con aire fresco de la mañana.
Queremos un corazón al soplo de tu Espíritu.
Señor Jesús, ábrenos el corazón a la escucha.
Ábrenos el corazón desde la soledad, desde el silencio.
Ábrenos el corazón al contacto de tu Palabra.
Ábrenos el corazón al soplo de tu Espíritu.
Queremos, Señor Jesús, entrar dentro de nosotros.
Queremos peregrinar al interior de nuestras vidas.
Queremos hacer camino hasta el desierto de nuestro corazón.
Queremos poner la tienda en el centro de nosotros mismos.
Caminamos hacia ti, subimos cansados tu montaña.
Sabemos que la ascensión es dura pero el grupo nos aguanta.
Sabemos que tú te das en lo alto, en lo de arriba.
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Sabemos que vale la pena subir y encontrarte.
Buscamos, Señor, el manantial de nuestro río.
Buscamos, Señor, la vida que alimente y anime nuestra vida.
Buscamos, Señor, la raíz, la razón de nuestra existencia.
Buscamos, Señor, el amor, la fuerza para amar.
Señor Jesús, descúbrenos el rostro del Padre.
Señor Jesús, danos la fuerza arrolladora de tu Espíritu.
Señor Jesús, comunícanos tu presencia resucitada.
Señor Jesús, enséñanos a caminar unidos a ti.
Juntos en tu búsqueda, Señor.
¡ Señor de los encuentros !
A pie descalzo
en oración sincera.
¡Señor de los caminos!
Empeñados en esta aventura apasionante. ¡Señor del misterio !
Aquí estamos sabiendo que Tú también estás con nosotros.
Porque Tú, Señor, te manifiestas al que te busca;
porque Tú, Señor, eres la fuerza del que te encuentra.
COMPARTIMOS

…la frase que más ha acertado con nuestra situación personal, o deseo

…alguna de las reflexiones del día
CANTO: YENDO CONTIGO
Yendo contigo nada me inquieta
marcho con paz y fuerza
Yendo contigo todo se espera
cada mañana es nueva
Yendo contigo nada me inquieta
marcho con paz y fuerza
Yendo contigo todo se espera
cada mañana es nueva
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DOMINGO
10:00.- Cuarto momento:
PROPUESTA.- SER CRISTIANO NO ES UNA ETIQUETA, ES UN PROYECTO DE
VIDA
POTENCIAR ESTILOS DE VIDA QUE HAGAN AFLORAR EL DON
No basta el trabajo interior, cuidar la interioridad, si no se da, al mismo tiempo, un cuidado sobre
nuestros estilos y modos de vida. Hay modos de vivir, dinámicas de vida, que pueden ahogar, hacer
inútil y dar al traste con todo el trabajo interior que se pueda hacer, y otros modos de vida que lo
potencian y que, además, facilitan la visibilidad del don de Dios en la vida cotidiana. En ese
“disponernos” a la experiencia cotidiana de Dios hay, por tanto, unas dinámicas a evitar en nuestro
modo de vivir, y otras a potenciar.
LA LISTA DE LA COMPRA
Es importante que nos ejercitemos en un uso adecuado de aquello que hemos de tener, en controlar
las respuestas que damos a nuestras necesidades. Y hablo de necesidades en un sentido muy amplio:
no sólo las más estrictas o físicas (comer, beber, dormir) sino también otras necesidades vitales,
trabajar, descansar, tener relaciones afectivas... Hay que tener un criterio adecuado, un criterio de
austeridad, para dar respuesta a nuestras necesidades y para el uso de aquello que es necesario usar.
No se trata de una discusión sobre de lo que hay que tener o no, de si hay que tenerlo o no y va más
allá del comprar más barato porque eso es un signo de pobreza. Supuesto que hay que tenerlo, lo que
se plantea es qué uso hay que hacer de ello. Se trata de evitar que cualquiera de esas pequeñas cosas,
a base de ocupar lugar efectivo y afectivo en nuestra vida, se vaya haciendo grande, vaya ocupando
lugar en nuestro corazón y con ello vaya siendo, de entrada, un pequeño idolito que poco a poco va
desplazando a Dios...
Cuidar esa austeridad mínima nos mantendrá señores de nosotros mismos, libres frente a las cosas,
disponibles y abiertos a Dios... Ese sentido de libertad y disponibilidad, además de la mínima
solidaridad con los que carecen de lo necesario, está en la base de experiencias como el ayuno
cristiano, que no pretende otra cosa, que enseñarnos a usar austeramente de aquello que es necesario.
“... El ayuno es el medio que utiliza el fiel para crear un espacio vacío en el que repose el Espíritu... El ayuno de
pensamientos, de ruido o de imágenes es tan importante como abstenerse de comer... Es la libertad del hombre,
su deseo de unión con Dios y con toda la humanidad lo que anima su gesto guerrero. Corresponde a cada uno
saber cuáles son los ámbitos en los que le conviene ejercer este ayuno: ascesis – o ayuno – de la palabra para
aprender a escuchar; ascesis de los pensamientos para vivir en el presente; ascesis en la utilización de los medios
de comunicación (diarios, revistas, tv, radios) para poder asimilar tanta información”
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LIMPIANDO NUESTRA CASA
Empleo la expresión “orden” en un sentido mucho más amplio y hondo que el mero orden externo o
material. Inspirándome en el concepto ignaciano de “orden” que tiene que ver con la jerarquización
de la vida, de las diversas facetas de la vida, a partir de un principio integrador, apunto a una vida
“ordenada”: es decir, una vida en la que haya una adecuada jerarquización de nuestras actividades,
de nuestro tiempo, de nuestro descanso...; del tiempo dedicado a nosotros mismos, del dedicado a los
demás, del dedicado a Dios... Apunto a un ritmo de vida humano y llevado desde dentro de la
persona, no sólo fruto o consecuencia del vaivén de las circunstancias externas.
Para aquellos/as que están “moviéndose” se trata de un control y un discernimiento sobre las
actividades que marcan la vida. Es decir: ser capaces de organizar adecuadamente aquellas que son
necesarias, ineludibles; de discernir sobre aquellas que, siendo complementarias, puedan ser más o
menos útiles; de limitar o incluso suprimir otras que, incluso siendo atractivas, suponen un “plus”
que afecta a nuestra calidad de vida personal y espiritual... ¿Por qué hay que obrar así?. Todos
tenemos la experiencia que la saturación de actividades provoca tensiones y limitaciones importantes
en el ejercicio de nuestra sensibilidad y nuestra capacidad de escucha: cuando “vamos de bólido”, no
reflexionamos, no escuchamos, no atendemos al detalle... Y así es imposible una experiencia serena de
Dios.
También hemos de cuidar aquello que entendemos y hacemos como descanso. El descanso no es
simplemente no hacer nada, ni tampoco un descanso compulsivo, sino un espacio de acción y relación
distinta, más placentera, más libre, más personal. Descansar no es simplemente desplomarse en un
sillón, pasar horas delante de la televisión o del ordenador, dormir sin medida... Cuando
descansamos así algo está fallando no sólo en nuestro ritmo de vida, sino en nuestra propia vida
interior.
Y hemos de ser conscientes que ni un ritmo de vida acelerado ni un ritmo de vida “cómodo” nos van
a ayudar a la experiencia de Dios.
Y dentro de este concepto de “orden” como modo de vivir que hace más visible el don de Dios en
nuestra historia estaría también el cuidado por dedicarle a Dios un tiempo de más calidad dentro de
nuestra vida. La cuestión con respecto al tiempo que dedicamos a Dios no es sólo de cantidad, sino de
calidad. Hay en nuestra vida un tiempo valioso que es aquel en el que nos encontramos despiertos,
ágiles, frescos... y hay un tiempo-basura, un tiempo en el que por cansancio, por ritmo vital, por mil
cosas... no somos nosotros mismos. No puede ser ese tiempo, el que nos sobra, el que dediquemos a
Dios. Es obvio que con el trabajo, la vida de familia, las ocupaciones pastorales no podemos dedicar al
cuidado de actividades específicas dirigidas a la relación con Dios la mayor parte de nuestro tiempo,
pero nada nos impide dedicarle un tiempo de auténtica calidad, un tiempo de más calidad, si es que
pensamos que esa relación entre Dios y nosotros es determinante en nuestra vida.
“ESPACIOS VERDES”
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Nuestra vida necesita, al igual que nuestras ciudades, espacios verdes. Son espacios aparentemente
no rentables, que, sin embargo, son aquellos que dan calidad a nuestra vida. ¿Qué entiendo por
“espacios verdes” en la vida?: espacios de gratuidad: espacios donde se ejercita lo gratuito y en los
que se recupera oxígeno: espacios de convivencia, de cultivo y el gozo de la amistad, de ejercicio del
deporte, de disfrute de la naturaleza o del arte en cualquiera de sus manifestaciones, de puro
silencio...
En estos espacios no se hace nada “de provecho” desde un punto de vista utilitarista. Pero tienen el
efecto de liberar, o al menos aminorar, la presión que la vida nos pone encima; al liberarnos de
presión nos disponen para la relación. Tensionados difícilmente somos nosotros mismos en la
relación: nos puede la prisa, la preocupación por lo que ha pasado, la angustia por lo que va a venir...
No acabamos de estar con el otro aunque físicamente lo estemos... Tensionados difícilmente somos
nosotros mismos en nuestra relación con Dios: por eso la Escritura nos invita a “descalzarnos” al
entrar en su presencia... Si no nos “descalzamos” de nuestra tensión, nuestra oración más que un
tiempo de relación y diálogo es un tiempo de cavilación, de monólogo con nosotros mismos sobre
nuestras necesidades y nuestras angustias, de petición agitada y compulsiva..
Hay dos definiciones de la oración que tendríamos que recuperar, y que la sitúan a ella misma en este
ámbito de los “espacios verdes”. La oración como disfrutar de Dios, la oración como descansar en
Dios... Disfrutar de Dios: de esa Presencia cálida, que acoge sin exigir, que nos escucha antes que
hablemos y aunque no encontremos palabras para expresar lo que sentimos, que lava unos pies que
se han ensuciado caminando por donde no debían. Sentir eso en lo hondo del corazón es
profundamente transformador. Descansar en Dios: tanto como padecemos, tanto como deseamos,
tanta impotencia cuanta experimentamos, tanto fracaso cuanto nos cuesta asumir... Disfrutar de Dios,
descansar en Dios: sólo será posible si antes hemos “paseado” por los espacios verdes de nuestra
vida... ¿Y cómo podremos pasear por ellos si no los tenemos?
Salir a tomar el aire fresco es también importante para no encerrarnos en nosotros mismos y nuestras
cosas, para no encastillarnos, para dejarnos impactar por aquello no previsto o no programado, para
salir de nuestros círculos habituales y ver que hay otras gentes, otros modos de vivir, otras maneras
de pensar... Cuando nos aislamos nos aislamos también de Dios, cuando nos amurallamos también se
lo ponemos más difícil a Dios: al aire fresco nos abrimos también a la novedad de Dios.
GIMNASIO Y DIETA DE ADELGAZAMIENTO
Al igual que hay una gimnasia de mantenimiento corporal, será bueno que introduzcamos en nuestra
vida una gimnasia para adelgazar el ego: una gimnasia hecha de ejercicios que pretenden combatir, y
limitar su tendencia al engorde. Nuestro ego tiene una tendencia irrefrenable a engordar, es insaciable
en pedir y acaparar, y es evidente que un ego engordado nos quita mucha agilidad espiritual... Ocupa
el corazón, nubla la vista, se escucha sólo a sí mismo...
La gimnasia destinada a adelgazar el ego tiene mucho que ver con el ejercicio del servicio auténtico.
Con el humilde, callado, pero auténtico ejercicio de servir. Ese servir que no es la demostración de
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mis habilidades, sino la respuesta, muchas veces muy torpe, a las necesidades concretas, no
planificadas, de la gente que me rodea.
Cuando no hago exactamente aquello que me gusta, sino aquello que me piden, aunque no es
gratificante, aunque luego no podré presumir de ello... Servicio que se suele pedir y dar en los
ámbitos más cotidianos, domésticos de nuestra vida cotidiana, o referido a personas claramente
situadas por debajo de mÍ, sea en el escalafón social o sea en el escalafón de mis valoraciones
personales.
Mediante esta gimnasia ejercitamos la humildad, la disponibilidad el dejarnos ayudar, la aceptación
de carencias, el depender de otros...y experimentamos nuestros límites, nuestra impotencia, nuestra
necesidad de los demás... Y resituarnos así en la vida, como pobres y necesitados, nos pone en los
caminos por los que Jesús pasa anunciando la misericordia de Dios.
PARA LA REFLEXION PERSONAL
 Llega el momento de hacer tu régimen personal, tu dieta de Dios, el ir al gimnasio… en
definitiva de revisar tu plan de vida.
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