Magical Girl

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~Cuaderno crítico~
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~Cuaderno crítico~
Magical Girl
El cine de Carlos Vermut tiene
algo de niño introvertido que focaliza los detalles domésticos con
repelús -un aumento de escala o de
poder perceptivo como si amplificara un crujir o chasquido, un resto
en la comisura del labio-, y podría
desconcertar si se toma Magical
Girl por una película que se ha
dado un golpe en la cabeza y se ha
quedado en un posterior estado de
nublada conmoción: sílabas espaciadas, frases de final cortante
Sofilm
como el diagnóstico de una enfermedad, respuestas imprevisibles,
miradas ingenuas o tal vez recónditas… Carlos Vermut posee con
claridad eso que suele llamarse una
voz o un lenguaje personal, y, si
bien esta vez ha limado y profesionalizado (mediante sus actores) sus
diálogos atónitos, no por ello
pierde aspereza visual.
Gente que siempre parece extraña cuando está junta, o extraña
ante sí misma, los tres personajes
principales –Luis (Luis Berdejo),
Bárbara (Bárbara Lennie) y Damián ( José Sacristán)– parecen el
simulacro hastiado de la imagen
que un día acaso fueron, como si
sólo les quedara un andar por inercia, mecánico y terminal que «da
mucha pena» y un vestuario usado
en otros proyectos o en otras épocas
sentimentales de la vida, como
quien se pone la chaqueta de un
muerto. Tampoco están mucho más
vivos el resto, o por lo menos no lo
está el psiquiatra casado con Bárbara, con su ropa todavía inadecuada de tipo recién salido del vestidor de una tienda: enfriamiento
extremo del clásico doctor impotente ante la belleza fatal de su criatura y la limitación de su saber. Vermut no los mira por encima del
hombro, y la emoción nace de esta
desesperación contagiosa y autodestructiva por quemar la última
moneda en vez de guardarla.
La extrañeza surge de la simple
observación del mundo, que no es
captado aquí desde un ángulo inadvertido ni ingenioso, sino desde la
depuración escenográfica, la caligrafía meticulosa y la concentración: esta estética es propia del
fondo semivaciado o monocromo
de muchos cómics, con un color
lechoso o envasado en una botella
de Tetra Brik en que se traza un
fragmento de objeto en penumbra
o desenfocado y que, sin embargo,
expresa el mobiliario y la habitación
entera. Muebles, por lo demás, que
nadie parece haber utilizado, a
modo de piso de muestra (el rico) o
de tienda con sillas de saldo de antiguo catálogo (el pobre). Uno de los
valores de Vermut: pese a multiplicar el presupuesto de su primera
película, no ha ampliado el
Octubre 2014
© AVALON DISTRIBUCION AUDIOVISUAL
Con su primera película, Diamond Flash, ya se veía venir: Carlos Vermut es, posiblemente, el
mayor talento aparecido en el
cine español en décadas. Magical
Girl es una propuesta más accesible, pero también más perfeccionada, de su voz única. Más
vale no dar detalles sobre su argumento, pues los cambios de
naturaleza son las sorpresas más
agradables del trabajo de Vermut. Pero, ¿cómo se crea ese placer extraño, esa sensación de
estar ante algo insólito en su
cine? Analizamos.
© AVALON DISTRIBUCION AUDIOVISUAL
De Carlos Vermut, con Luis Bermejo, Lucía Pollán, Bárbara Lennie y José Sacristán.
Estreno el 17 de octubre
encuadre ni llenado el decorado, a
diferencia del que se cambia de piso
y barrio para aparentar: las únicas
muestras de riqueza son una gran y
vacía estancia con mosaicos de elevadas puertas en plano general y un
trozo de piscina bajo un día
grisáceo. Con lo poco que necesita,
sigue obsesivamente llamando la
atención sobre lo más pequeño.
Toda una vida puede mostrarse en
la forma de engullir una tira de lechuga iceberg que sobresale de una
hamburguesa: esta capacidad de
asombrarse, intensificar, fijar obsesivamente, está fuera de cálculo.
Carlos Vermut plantea las escenas como bloques de espacio recortado a modo de viñetas, casi
siempre sin recurrir al plano/
contraplano. Entre esos planos o
bloques están los espacios sin
imagen en los que se activa la ficción y lo imaginario, el umbral y el
oscuro objeto del deseo. Por fin un
cineasta reciente que muestra que
el cine es mucho mejor cuando
toma préstamos bastardos de otro
arte o medio para pensarse que
cuando hace votos cinéfilos (o festivaleros) de castidad.
Hay que admitir que no todo es
tan fresco y espontáneo: Al poco de
empezar la película, el espectador se
percata de que esos espacios recortados, así como la estructura de reflejos e inversiones, obedece a una
trama de puzzle incompleto. Pero
cuando la idea ya está hilvanada, sin
ser explícita, Vermut filma a Damián en el salón de su casa ante un
puzzle al que le falta una pieza, y ahí
queda claro que la película encabezará los rankings de la crítica (por si
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acaso, no faltarán espejos agrietados). El virtuoso puzzle tiene un
inmenso espacio central vacío de
figuras, pero está claro que Damián
sólo se sentó delante suyo para rodar el plano, y que su personaje
jamás tuvo necesidad de desconsolarse ante él, salvo cuando el director tiró de sus cuerdas. En otro
breve instante, Luis Berdejo se lleva
las manos a la cabeza ante el elevado precio del vestido de Magical
Girl. Bastante después, en un plano
más corto, repite el gesto ante el
precio de la varita. Es una muestra
anecdótica de la necesidad de Vermut por hacer que todo encaje
como un guante, y del modo en que
crea forzamientos y junturas de librería Ikea en su materia.
Sin embargo, hay muchísimas
ideas inesperadas, brillantes y repentinas, de una inspiración alegre
y fácil: por ejemplo, nada más empezar la película, la niña Bárbara le
dice al profesor Damián algo así
como «el cara-cerdo me da mucha
pena», y uno, de repente, se da cuenta, por el ángulo perfilado del personaje, que justo habría dicho eso
un instante antes, pero que la película ha ido mucho más rápido para
verlo y pronunciarlo y que, hasta
entonces, él nunca se había fijado en
Sacristán así. La imagen se queda
dentro de Damián para los restos. Y
luego, está la maquinación con que
la película gradúa la visión de los
personajes entre sentimientos
contradictorios y con sentidos ambiguos, haciendo de Luis, por ejemplo, un miserable en todas las acepciones, según el momento o la
forma en que se le vea. Todos estos
vaivenes son acompañados por una
desprejuiciada selección de hilo
musical de ascensor.
La inquietante perspectiva de
sobrino bizarro que observa estático
en un rincón la estampa familiar
entre inadvertido y amenazante –
algo en su ceño o en sus ojos presagia sofisticados planes de aniquilación– proyecta el espacio mental
que configura la película y su suspense: las disquisiciones morales
que alguien hace cuando abstrae las
acciones de las leyes sociales y les da
la vuelta, sin fin y lúdicamente, en
su conciencia privada. Magical Girl
mantiene la tensión en cada escena
por nimia que ésta sea, porque sus
personajes encajados en las opresivas viñetas siempre están pensando
o no saben qué pensar. Es un registro arduo, en el que Bárbara Lennie trabaja con el empeño y entrega del que sale a escena habiendo
memorizado la lección ante el espejo pero sin control sobre su
imagen vista por otro: ese dejarse
hacer, con confianza, coraje e inseguridad, es muy infrecuente y particularmente emotivo en la composición de su «demonio».
Vermut, que superpone varias
capas en la película, incluye entre
ellas la crítica reflexiva a propósito
del conflicto entre razón e instinto
en la tauromaquia. Su muy talentoso cine moral produce una fricción entre el espacio mental trazado
puntillosa y ensimismadamente y
los misterios de la conducta humana, que suspenden la idea que se
había formulado: una mirada que
no encuentra respuesta.
Gonzalo de Lucas
Sofilm
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