Tema 13-FEDERICO NIETZSCHE (1844-1900) Vida y obras. Nace en Röcken (Sajonia) en 1844. Su padre, abuelos y bisabuelos habían sido pastores protestantes o profesores de teología. A los veinte años ingresa en la Universidad de Bonn y al año siguiente se traslada a la de Leipzig para cursar Filología clásica. Con veinticuatro años es nombrado profesor en la Universidad de Basilea. Durante diez años impartió lecciones hasta que, en 1879 renuncia a su cátedra y se mantiene con una pequeña pensión, cambiando frecuentemente su residencia por distintos lugares de Suiza e Italia. En 1889 pierde la razón en Turín. Su madre primero, y luego su hermana, se harán cargo de él hasta su muerte en 1900. Dos personalidades influyeron notablemente en Nietzsche: Schopenhauer, con su concepción del mundo como voluntad, y Wagner, en cuyas óperas Nietzsche creyó ver el renacimiento del espíritu de la tragedia griega. Otro filósofo que influirá positivamente en Nietzsche será Heráclito. Escritor brillante, de hermosas metáforas y un lenguaje fuerte y hasta vehemente, a menudo usó el aforismo. Es frecuente dividir su obra en cuatro períodos: filosofía de la noche (”El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música” es la obre principal de este período), filosofía de la mañana (destacan “Humano demasiado humano” y “La gaya ciencia”), filosofía del mediodía (“Así habló Zaratustra”), filosofía del atardecer o del período crítico (destacamos “Más allá del bien y del mal” y “La Genealogía de la moral”) El pensamiento de Nietzsche. a-Cocimiento y realidad (incluye la crítica a la metafísica tradicional) b-La moral. c- Dios. d-El hombre. --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------1-Conocimiento y realidad. La realidad- Nietzsche negará todo dualismo ontológico que sitúe un trasmundo como algo existente más allá de este mundo. No hay más que este mundo, y este mundo no es sino vida como voluntad de poder. La vida como voluntad de poder no es sinónimo de voluntad de existir sin más, sino de voluntad de ser más. Esta realidad a la que llamamos mundo, y que no es sino voluntad de poder, es sólo un conjunto plural de fuerzas en conflicto, irracional, impersonal, inconsciente, sin más objetivos que afirmarse con más intensidad. Los presocráticos y los trágicos (Esquilo y Sófocles), supieron muy bien entender la naturaleza de la vida en su carácter dual: nacimiento y muerte, salud y enfermedad, placer y sufrimiento, instinto y limitación, unidad y pluralidad, etc., y la aceptaron dándole un sí sin restricciones. La tragedia aunó la dimensión apolínea y la dionisíaca de la vida. Apolo y Dionisos, los dos dioses más importantes de la mitología griega para Nietzsche, son símbolos de esas dos dimensiones, pues Dionisos (el dios que nace dos veces), representa el fondo unitario y creador del que todas las cosas surgen, la noche en la que las limitaciones individuales desaparecen, lo ilimitado, el desenfreno, el éxtasis y la orgía, el vino y la embriaguez. Las artes que representan a Dionisos son la música y la danza, artes dinámicas que fluyen. Apolo, sin embargo, es el dios de la luz, de la claridad en donde las cosas adquieren delimitación y figura, el dios de las artes estáticas como la escultura, la arquitectura o la pintura, el dios de los sueños donde se suceden imágenes y más imágenes. Apolo es también el dios que simboliza la mesura y la contención. Sin embargo, esta afirmación de la vida con sus caracteres integrales, será sustituida por una concepción decadente que sólo valore de ella los aspectos apolíneos: la mesura, la delimitación, la claridad, lo conceptual… rechazando todos aquellos aspectos de la vida que la convierten en algo doloroso y arriesgado: el cambio, el instinto, la sexualidad, el sufrimiento, la vejez, la enfermedad, la muerte, etc. El iniciador de esta decadencia es Sócrates (que afirma el concepto y la definición frente a lo sensible y la diferencia), y en la tragedia Eurípides, que disminuye la importancia del coro (elemento dionisíaco de la tragedia) dando más presencia a los personajes (elemento delimitado y apolíneo de la misma). Platón sistematiza esta visión unilateral inventando el mundo inteligible de las ideas (absolutos eternos y estáticos, sustraídos al cambio y la muerte) y condenando a este mundo al plano de lo secundario y casi irreal. El cristianismo, platonismo para el pueblo según Nietzsche, universaliza el error. Tras la Ilustración, en la que tiene lugar la muerte de Dios, el sesgo antivital aparece en la forma de secularizaciones del cristianismo como el socialismo y la democracia. Lo que tienen en común todas esta visiones unilaterales de la vida por las que ha ido transcurriendo Occidente, es la creencia en un mundo distinto y superior a este, por eso Nietzsche los llama a todos “alucinados del trasmundo”. El conocimiento. La posición de Nietzsche es un perspectivismo relativista y subjetivo, y por tanto entiende que las condiciones de la especie, historia, sociedad, biografía, psicología, etc. de cada individuo, hacen imposible cualquier pretensión de conocimiento objetivo. Lo que importa de la perspectiva no es si es verdadera o no, sino tan sólo si es favorable o no a la vida, pues Nietzsche afirma que la verdad es sólo una ilusión (falsedad) que ha olvidado que lo es. En realidad, todas las perspectivas son falsas. La epistemología, la metafísica, la ciencia (todas manifestaciones sucesivas del platonismo en occidente) han pretendido estar en la perspectiva absoluta, objetiva. Han creído que había identidades, regularidades y cosas en sí. Han creído en el valor de la gramática, de los conceptos, de las leyes naturales y lógicas. Pero, en realidad, la vida se presenta como devenir, como pluralidad de diferencias, y nada está fijo ni es idéntico a ninguna otra cosa, ni siquiera a sí mismo. La base del error de la cultura occidental es diversa: -La cultura occidental ha creído en el lenguaje y la gramática, olvidando que el lenguaje es sólo una metáfora de la intuición. El lenguaje es solo una falsedad, pero por convención lo convertimos en una verdad. El problema aparece cuando olvidamos que esa verdad es sólo por convención y utilidad. Después, sobre el lenguaje, ha venido a formarse el concepto y la ley como regularidad, olvidando, a su vez, que el concepto es sólo otra metáfora del lenguaje. Finalmente ha venido a considerar que la realidad misma está dada en esos conceptos y en sus relaciones, perdiendo del todo el sentido de las intuiciones originales. La verdad, dice Nietzsche, es que leguaje y conceptos son sólo los cementerios de la intuición. -Debajo de esa pretensión de considerar el mundo de los conceptos y de las leyes (lógicas, matemáticas, naturales) como el mundo objetivo, actúa una voluntad de poder decadente y resentida que no puede resistir ni la pluralidad ni el cambio, que no acepta ni el caos ni la vejez ni el dolor ni la muerte. Esta pretensión de afirmar la objetividad en el conocimiento y de afirmar que sobre o detrás del mundo del devenir, la diferencia y la subjetividad, está lo en sí (la verdad en sí, lo bello en sí, lo bueno en sí, el espíritu puro) se llama platonismo, y es la naturaleza nihilista de occidente, su gran error. Como ya hemos dicho, este platonismo comienza con Sócrates, lo manifiesta en su forma más estructurada Platón, lo continúan el judeo-cristianismo, la ciencia, los movimientos humanistas presentes en el renacimiento y la ilustración, el socialismo y la democracia. En realidad el platonismo está presente en todo el desarrollo de occidente desde Sócrates. Este platonismo mutila la realidad aceptando de ella sólo su dimensión apolínea: claridad, determinación, racionalidad, identidad, etc. Mucho más honesto y fiel a la vida y al perspectivismo está el arte, expresión subjetiva y metafórica de la intuición que no olvida que lo es. Por lo mismo, el mito, el politeísmo, la moral aristocrática de las diferencias y jerarquías, presentes en la Grecia más antigua, son más leales al “sentido de la tierra” que todo el platonismo occidental. b-La moral. Dos son las obras fundamentales dedicadas por Nietzsche a este tema: “Más allá del bien y del mal” y “La genealogía de la moral”. En el tratamiento de la moral Nietzsche utilizará el método genealógico, método que le permitirá dar con el origen de los valores y con el valor del origen. Antes de la “rebelión de los esclavos”, y como muestran todas las lenguas europeas, “bueno” y “noble” (“aristocrático”) eran términos sinónimos, como lo eran “malo” y “plebeyo”. Este lenguaje muestra la moral propia de los pueblos dominadores. Para ellos, los dominados, los sometidos, resultan ser los despreciables, los bajos y sin valor. A esta moral la llama Nietzsche moral de los señores. En ella es bueno el señor, el noble, como hemos dicho, y este se caracteriza por el sentimiento de sí mismo como el creador de sus valores, por aprobar sus acciones por ser suyas, por no buscar en otros la aprobación ni el permiso para hacer, por encontrar en sí mismo y en sus actividades la dicha, por sentirse pleno y desbordante de poder. Este aristócrata nietzscheano sabe hablar, sabe callar, sabe tratarse a sí mismo con dureza y severidad, vive con confianza y franqueza, y es capaz de descargar su cólera en un momento, por lo que el resentimiento no le envenena. Además, venera a sus antepasados, no reconoce deberes más que entre iguales, y desprecia a todos los que no están a su altura. Esta moral, además, valora la valentía, la gratuidad y la excelencia, y desprecia la cobardía, la utilidad y la vulgaridad. Por otro lado tenemos la moral de los esclavos, es decir, la de los dominados. Éstos son débiles, cobardes, y ven con recelo las virtudes de los poderosos. Valoran la prudencia, la mansedumbre, la caridad, la humildad, y tienen como valores malvados la audacia, el egoísmo, la opulencia y el orgullo. Su debilidad les impide exteriorizar su cólera, y por ello están llenos de resentimiento. El judaísmo supone el comienzo de la rebelión de los esclavos. Con ellos se invierte la moral aristocrática y comienza su triunfo la moral de los débiles. El cristianismo universaliza la rebelión. Además, con la idea de Cristo crucificado introduce la culpa en el hombre, culpa que ya sólo puede ser limpiada con una vida ascética que renuncia al cuerpo y a la vida terrenal. Esta moral cristiana, que se convierte en la moral europea, no es pues más que negación de la vida, del instinto, del cuerpo y la sexualidad, un ideal de nada, un nihilismo que aborrece la vida y que está podrido por el resentimiento. c-Dios. “Dios ha muerto, nosotros lo hemos matado”, afirma Nietzsche en La gaya ciencia. Éste es el acontecimiento fundamental del que, sin embargo, la mayoría aún no entiende sus consecuencias. Que Dios ha muerto significa que desaparece la perspectiva objetiva, la clave del trasmundo, y con ello, toda posibilidad de fundar en la trascendencia y en lo absoluto la realidad, el conocimiento y la moral (por tanto, significa una importante crítica a la metafísica, la epistemología y la moral tradicional). Significa también el resurgimiento de los antiguos dioses del politeísmo: dioses múltiples, enfrentados en una lucha eterna, que simbolizan una visión plural de la realidad y la vida. La muerte de Dios, el cual, por otra parte, jamás ha existido como tal, ocurre en la Ilustración, época en la que se retira crédito a toda autoridad distinta de la razón secular. Sin embargo, la ilustración se limita a ser crítica con la Iglesia como poder, pero mantiene los mismos valores morales que el cristianismo. De modo que ella no es más que cristianismo secularizado, como lo serán el socialismo y la democracia. Pretenderán así mantener la validez de una verdad absoluta y de la moral cristiana, negando sin embargo su fundamento. Con la muerte de Dios se abren varias posibilidades: permanecer en un nihilismo pasivo que sabe que ha estado queriendo la nada (es lo que ha hecho occidente al poner su anhelo en Dios y el más allá) y hundirse en el vacío, la inacción y la crisis de sentido, o elegir un nihilismo activo que a zarpazos acabe con el pasado decadente y nihilista de la tradición occidental, inicie una transvaloración de los valores y abra así el camino a la venida del superhombre. Esta es, desde luego, la vía por la que apuesta Nietzsche. d-El hombre La muerte de Dios precipita al hombre al nihilismo, lo deja en la nada. Es el reino del último hombre, el hombre que vive el final de una civilización. La superación del nihilismo y la creación de nuevos valores que den sentido a la vida necesitan una transvaloración de los antiguos. Esta tarea de creación, propia de la voluntad de poder, dará lugar a un nuevo tipo de hombre: el superhombre o ultrahombre. El hombre pues, no es sino un puente al superhombre, no un fin. En su libro Así habló Zaratustra, Nietzsche presenta al creador del maniqueísmo, que contrapone el bien y el mal, como portavoz de la muerte de Dios y como profeta del superhombre y del eterno retorno. La llegada del superhombre pasa por tres metamorfosis del espíritu: el camello (animal de carga y símbolo de los que obedecen y se inclinan ante Dios y la ley moral), el león (símbolo del nihilista que rechaza a zarpazos los valores tradicionales y crea así las condiciones para la aparición del superhombre), el niño (símbolo de la vida libre de prejuicios y culpa, de la vida como juego, de los instintos, de la inocencia del devenir, de la vida como instante) Este nuevo Dionisos, este “niño” que es el superhombre, es “el sentido de la tierra”. Él renuncia a los sueños trasmundanos y vuelve a la tierra, a lo inmanente. El superhombre mantendrá una absoluta autonomía moral, estará más allá del bien y del mal, pues él mismo es quien establece el bien y establece el mal. El superhombre concibe la vida como experimento, al margen de toda doctrina. No creerá en la igualdad, que considera una argucia de los débiles, sino en las jerarquías y en las diferencias. Además, y por encima quizás de todo lo anterior, el superhombre es el que dirá sí a la vida aceptando el eterno retorno de lo mismo. Esta idea, igualmente anunciada por Zaratustra, afirma que todo lo ocurrido en el universo volverá a repetirse una y otra vez, infinitas veces, sin cambio alguno, exactamente igual. Aceptar y amar este eterno retorno de lo mismo es justamente la prueba suprema del amor a la vida. Permite además el triunfo de la voluntad de poder sobre el tiempo, e introduce la eternidad en lo finito. La llegada del superhombre no es el anuncio de una realidad inexorable, sin embargo, sino una meta para la voluntad. Llegará si los hombres superiores inician la mencionada transvaloración de los valores y eliminan la moral de esclavos y el platonismo occidental. --------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- Resumen de los cuatro números en la Gaya Ciencia (texto de PAU) de Nietszche. El primer número nos habla de la muerte de Dios. La muerte de Dios, de la que la mayoría aún no se percata (recordemos que la Gaya ciencia se publica en 1882, aunque el libro V, al que pertenecen los textos que estudiamos, se publica en 1887), empieza a proyectar sus consecuencias. Para unos es vista como el fin de un tiempo que ya se considera como algo antiguo, cada vez más antiguo, para otros lo que se aprecia es más bien la liberación que esta muerte supone, el camino abierto que deja ante los hombres, que pueden sentirse como nuevos conquistadores. No hay pesadumbre para estos que, como Nietzsche, sienten esta aurora de nuevos tiempos como una emancipación del ser humano. Pero quizás se trata sólo de que sólo se aprecian las consecuencias inmediatas, no las remotas. Estas consecuencias remotas conllevan la caída de todo aquello que tradicionalmente ha ido ligado a la idea de Dios, y por tanto conllevan la caída de la moralidad. Habrá algún profeta del horror que sí verá estas consecuencias últimas, y nos hará conocer el espanto de lo que se avecina. En el segundo número se nos habla de la ciencia. De ella se nos dice que lo que tiene de más propio es no considerar ninguna convicción lograda como definitiva, y por tanto pensar que toda adquisición científica está abierta al perfeccionamiento o a la refutación. En cierto modo la convicción más científica es no tener convicciones. Sin embargo, bajo esta postura que caracteriza a la ciencia, late justo la convicción que justifica aquella de la que acabamos de hablar. La convicción fundamental de la ciencia es que la verdad es necesaria, y precisamente por ello toda otra convicción puede ser sacrificada si se demuestra contraria a la verdad. Esta convicción fundamental no es ella misma un convicción científica, sino metafísica. Se pregunta entonces Nietszche de dónde procede esa convicción fundamental, o, en otros términos, porqué se tiene esa voluntad de verdad. En principio puede tratarse de dos cosas, o bien de que se tenga esa voluntad de verdad porque no se quiere ser engañado, o que se tenga porque no se quiera engañar, ni siquiera a uno mismo. En relación a la primera opción argumenta Nietszche que no parece que nadie sepa tanto de la existencia como para poder tener del todo asegurado que es más beneficioso vivir sin ser engañado que vivir siéndolo, de modo que no queda más opción que la segunda, y que por tanto se quiere la verdad para no engañar, lo que parece que nos coloca entonces el terreno moral. ¿Y por qué no querer engañar, si la vida, la naturaleza y la historia han mentido siempre? Parece que no se trata de un sentimentalismo ingenuo, de un idealismo quijotesco, si no de que más bien esa voluntad de verdad es un voluntad contra la vida, y por tanto una oculta voluntad de muerte. La ciencia, el positivismo, enciende por tanto la llama de su fuego en la misma hoguera que la tradición occidental (platonismo, cristianismo, etc), y hace lo mismo que ella, que es siempre creer que más allá de este mundo hay otro más valioso. En aras de aquél matan éste. ¿Pero qué pasa cuando ese otro mundo se muestra como imposible, o en otras palabras, qué pasa cuando Dios mismo se muestra como la mayor mentira? El tercer número trata de la moral. Empieza diciendo Nietszche que un problema sólo puede ser captado en profundidad cuando aquel que lo trata mantiene hacia él una relación personal. La relación fría y distanciada respecto a un problema sólo permite tocar de él la superficie. Lo que exigen los problemas es, pues, el gran amor hacia ellos, una obsesión peculiar, un interés sumo en su realidad. Justamente, la moral no ha sido el problema de nadie, nadie ha hecho de la moral ese gran problema personal. Hasta él, Nietszche encuentra la moral más bien como el lugar de descanso y encuentro de los grandes pensadores, aquello que en el fondo nadie discute. Repasando lo que sobre moral se ha planteado como problemático, a lo sumo encontraremos, generalmente entre los ingleses, alguna pequeña investigación sobre sus orígenes, o posturas que señalan las grandes diferencias entre las morales de los pueblos, concluyendo o bien que en nada coinciden, y que la moral es relativa, o que coinciden sólo en ciertos aspectos principales que, por tanto, nos obligan universalmente a todos. Además es común encontrar en todos estos que plantean problemas a la moral la aceptación de valores morales tradicionales, por ejemplo la abnegación o el desinterés, o también creer en supersticiones como el libre albedrío. En cualquier caso, según Nietszche, falta ese gran amor hacia la moral como un problema personal, y precisamente, ese interés fundamental sobre la moral es el que sí va a tener él, él sí va a hacer de la moral su problema, su obsesión, preguntándose e inquiriendo de lleno sobre su valor, sobre su finalidad. El cuarto número trata sobre el nihilismo. Según Nietszche él no es meramente un ateo, un incrédulo o un inmoral, sino las tres cosas a la vez. No las presenta, sin embargo, como banderas de su quehacer, o como fines hacia los que usar la reflexión y la actividad. Simplemente son el resultado de haber sufrido demasiado, de saber que el mundo no es ni divino, ni moral ni humano siquiera, que no vale tanto como se había pensado. Por eso le parece ridículo que, a la altura de los tiempos, se pueda pretender seguir creando valores por encima del mundo, sobre el mundo, como lo han hecho las religiones cristiana o budista. No, este camino que pone al hombre frente al mundo, como algo distinto del mundo, yuxtapuesto a él, y como capaz de negarlo creando esos supramundos, es ya, del todo risible. Sin embargo, dado que el mundo es como se ha dicho, y dado que el hombre no es sino mundano él mismo, parece que Nietszche está aumentando el número de los pesimistas de su tiempo (aquellos que saben por la ciencia que el hombre no es el centro del universo). Y ese parece ser el interrogante de Nietszche, o suprimir del todo lo que hemos venerado como supramundo, todo aquello que es ya risible, para que sea el pesimismo (lo que parece un nihilismo en conclusión), o suprimirnos a nosotros mismos (los pesimistas y nihilistas) para que siga siendo el transmundo (nihilismo que quiere la nada). ¿Cuál será la solución al interrogante? ¿Estaremos abocados necesariamente al nihilismo?