el leviatán, hombre y lobo

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Revista destiempos N°44
EL LEVIATÁN, HOMBRE Y LOBO. HUMANIDAD,
ANIMALIDAD Y POLÍTICA
Emil Salim Miyar

El hombre lobo es una creatura mítica cuya principal característica es su
fantástica y horripilante habilidad para transformarse en una bestia dotada
del andar bípedo del hombre, aunque con pelaje, hocico, fuerza e instintos de lobo. Cuando la creatura no se encuentra en su forma
monstruosa, lleva la forma de un hombre común, en pleno control de su
comportamiento, sin que muestre rastro alguno de la terrible bestia en
que puede convertirse. Pero, al mirar la luna llena, este hombre convencional se transforma en el feroz e incontrolable hombre lobo.
El Leviatán de Thomas Hobbes, ese “hombre colectivo” ―constituido en base a individuos, y a causa de la aversión de éstos a una
muerte violenta–, parece compartir algunas de las características del
hombre lobo. El Estado moderno, objeto de estudio de Hobbes, no es
únicamente uno de paz y orden, sino que también conoce la furia y la
irracionalidad de la bestia. El hombre colectivo, al cual Hobbes se refería
puede verse transformado en un hombre-lobo y, al igual que el estereotipo tradicional, éste lleva dentro de sí la capacidad para pasar del
orden y la templanza a la violencia y la furia.
No sin razón, Hobbes decidió llamar al Estado "Leviatán", nombre
de una feroz criatura bíblica íntimamente relacionada con la maldad pero,
a fin de cuentas, creada por Dios. La postura de Thomas Hobbes inaugura la tradición contractualista, la cual supone un estado de naturaleza,
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de caos y violencia permanentes, del hombre, en el cual cada individuo
realiza un contrato con sus semejantes para terminar con el conflicto
constante y erigir un nuevo orden - uno civil y pacífico-.
El presente trabajo utiliza recursos provenientes del psicoanálisis
lacaniano para argumentar que el Leviatán de Hobbes es una suerte de
fantasía encargada de cubrir una falta inherente al sujeto. Para ello, se
pensará al Leviatán como una subjetividad lacaniana, es decir, a manera
de un sujeto que desea, pues su ser tiene un vacío, es un sujeto que se
encuentra en falta. Por lo tanto, en el presente texto se realizará una
metáfora de le metáfora hobbesiana para demostrar las similitudes del
Leviatán con el hombre-lobo. Los ejes fundamentales a los cuales se
recurrirá para comprender el Leviatán serán algunos conceptos de Lacan
tales como fantasía, objeto a, orden simbólico y lo Real.
La exposición seguirá el siguiente orden: primero se esbozará la
propuesta de Hobbes para resaltar sus puntos centrales. Seguidamente,
se leerá cada uno de estos puntos desde la perspectiva lacaniana
utilizando los conceptos antes mencionados. Finalmente, habrá una breve
recapitulación acompañada de una reflexión final a manera de conclusión.
EL LEVIATÁN, UN HOMBRE LOBO
Para Hobbes, el Leviatán es una forma de representar el Estado
Moderno; el ordenamiento social junto con la soberanía. En palabras del
propio Hobbes, el Leviatán es "… una república o Estado (Civitas en
latín), y que no es sino un hombre artificial, aunque de estatura y fuerza
superiores a las del natural, para cuya protección y defensa fue pensado.
Allí, la soberanía es su alma artificial que da fuerza y movimiento al
cuerpo entero" (Hobbes, 2011: 39).
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Un aspecto especial y característico del pensamiento de Hobbes
es su noción del hombre. Para Hobbes, el hombre está dotado de razón,
y de pasiones. A través de estos preceptos Hobbes piensa el estado de
naturaleza del hombre. Éste es un estado de guerra de todos contra
todos, previo a la institución de la comunidad, donde "el hombre es el
lobo del hombre". Es un momento de libertad total y de igualdad frente al
otro, igualdad de dar muerte al otro y de recibir muerte por parte del otro.
El hombre natural vive bajo el régimen del Derecho Natural,
entendido como "la libertad que cada hombre tiene de usar su propio
poder, como él quiera, para la preservación de [...] su propia vida y, por
consiguiente, de hacer toda cosa que en su propio juicio, y razón, conciba
como el medio más apto para aquello" (Hobbes, 2011: 132). El estado de
naturaleza claramente expresa el interés egoísta del individuo por
preservar su vida incluso si esto significa terminar con la vida de otro
hombre. Por tanto, es un estadío donde los individuos carecen de
restricciones para hacer uso de la violencia con tal de lograr sus
cometidos. No existe una relación entre los hombres más allá de la
violencia, es la ausencia de todo lazo social.
Sin embargo, para Hobbes el hombre está dotado de razón y
haciendo uso de ella percibe las Leyes de la Naturaleza. Éstas, básicamente, establecen que el hombre no puede contravenir la preservación
de su persona y, en consecuencia, le invitan a renunciar a su derecho
natural para buscar la paz mediante un contrato mutuo con el resto de
sus semejantes. De esta manera, se instituye la ley como garantía de paz
y, con ello, el hombre se libera de su estado de naturaleza para ingresar
al estado civil. Este estado civil en esencia se refiere a la relación de unos
individuos con otros, donde los individuos, ahora sujetos a su mutua
relación, entran en un contacto no violento. La violencia, vista desde la
perspectiva de la relación entre hombres, es percibida como la disolución
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del lazo entre un hombre y otro. Por lo tanto, el estado civil es equivalente
a la intersubjetividad.
No obstante, para vigilar que los sujetos cumplan el contrato, una
autoridad debe ser establecida. Esta autoridad es un soberano que
conserva su condición natural, capaz de utilizar la violencia con tal de
vigilar el cumplimiento de lo acordado. Velar por el pacto utilizando la
amenaza del uso de la violencia, o el uso de la misma, constituye la
soberanía dentro de este planteamiento.
Este es un punto tan esencial como paradójico del estado civil,
pues, para mantener la paz y preservar la vida de los hombres, uno de
ellos ha de permanecer fuera de lo contratado, ha de ser soberano y ha
de conservarse en el estado de naturaleza. Aquí se hace visible el rostro
animal del Leviatán, el soporte violento del orden estatal. De acuerdo con
Hobbes, el soberano no sólo debe concentrar la violencia, sino que está
exento de cumplir la ley, pues él es la ley, él la dicta y por tanto debe
establecer cada aspecto del orden social.
Así, por una parte, el Leviatán es un hombre, aunque artificial
―compuesto de los miembros de la asociación a quienes busca
preservar–, caracterizado por ser civil y pacífico. Sin embargo,
el
Leviatán también es un lobo, pues para preservar la civilidad entre los
hombres éste conserva sus colmillos y garras para hacer uso de la
violencia. Al participar del estado civil y del estado de naturaleza al mismo
tiempo, el Leviatán es una mezcla contradictoria, a veces un caballero
racional, a veces un lobo irracional,
por momentos hombre, por
momentos bestia. Tiene derecho sobre la vida y la muerte de la manada;
es, en esencia, un hombre lobo.
El rostro civil del Leviatán es la forma como se presenta la bestia,
es su máscara y a la vez su verdadero rostro. No existe Estado sin violencia, ni hay violencia fuera de las coordenadas de la paz. De ahí la
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relevancia del vacío del Leviatán, de la soberanía ejercida por aquel que
permanece fuera del contrato sin la obligación de renunciar a la violencia.
El concepto de fantasía, que se explicará más adelante, permite
contemplar la máscara de este sujeto llamado Leviatán. Mientras que la
soberanía puede ser observada en el uso de la violencia, en aquello más
allá de la civilidad y será referida como lo Real.
A partir de este breve recorrido por la propuesta hobbesiana,
podemos resaltar cuatro aspectos esenciales del planteamiento, a saber:
1) el estado de naturaleza; 2) el contrato; c) el estado civil y; d) la
soberanía. Además de estos aspectos hay una premisa, la racionalidad y
la sensibilidad del hombre. El análisis de las siguientes cuartillas versa
sobre estos aspectos inherentes a la propuesta de Hobbes, pero
observados con la ayuda de algunos recursos originales del psicoanálisis
de Jacques Lacan.
Con el Leviatán en el diván
¿Cómo leer a Hobbes con ayuda del psicoanálisis lacaniano? El
rostro civil del Leviatán tiene la estructura de una fantasía. El estado civil,
es la forma de ser de los hombres viviendo en comunidad, después de
haber renunciado al estado de naturaleza, y producto de haber cedido
toda su libertad y violencia a un soberano encargado de mantener la paz
y el orden. Para este fin, el soberano debe asegurarse que cada individuo
mantenga su palabra respecto al acuerdo de renunciar a su derecho
natural. En otras palabras, el Leviatán debe ser capaz de guiar el
comportamiento y las expectativas de los hombres para estar en
condiciones de mantenerlos en un estado civil.
Precisamente en este punto entra la fantasía. El momento civil
del Leviatán se encuentra esencialmente incompleto, pues, como ya se
ha mencionado, hay un individuo –el soberano– que permanece fuera de
lo establecido en el contrato y concentra la violencia propia del estado de
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naturaleza. Es decir, el Leviatán –así como la subjetividad según Lacan–
se encuentra en falta, es incapaz de ser completamente coherente con
una misma lógica y alberga su propia contradicción. El estado civil
concentra la violencia del estado de naturaleza en su seno, en el propio
soberano del Estado.
En el psicoanálisis lacaniano la fantasía es, en esencia, una guía
del deseo, es aquello que le indica al sujeto cómo desear (Žižek, 1999).
Existe el deseo precisamente porque existe cierta falta, por la presencia
de una incompletud. El deseo es el incesante intento por cubrir la falta y,
la fantasía, es su cobertor, la forma como se pretende disimular este
vacío constitutivo. Por tanto, en el caso del Leviatán, la fantasía no se
encuentra en el hecho de que éste sea un monstruo horripilante,
imaginario o inexistente. Su aspecto fantasmático más bien se hace
patente en el acto mismo de los hombres al acordar su renuncia al estado
de naturaleza, en su deseo de vivir en un estado civil y, además, en su
comportamiento acorde con lo establecido en el contrato.
Esta característica de la fantasía, pues, parece materializarse en
dos aspectos del planteamiento de Hobbes. Por una parte, en el aspecto
racional de guiar la conducta mediante un acuerdo explícito entre los
hombres. Por otra, la fantasía se hace presente en el aspecto sentimental
del hombre, la violencia concentrada en la figura del soberano aterra al
sujeto, quien al imaginar las desastrosas consecuencias de violar el
contrato, prefiere mantener su palabra. Analicemos estos dos puntos más
en detalle.
Entonces, ¿cómo se las ingenia el Leviatán para que los individuos se comporten de manera civilizada sin necesidad de recurrir todo
el tiempo a la violencia física? Esta pregunta, paradójicamente, se
responde con otra pregunta, con una acerca de la forma del deseo. "La
pregunta original del deseo no es directamente «¿qué quiero?», sino
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«¿qué quieren los otros de mí?» «¿qué soy yo para los otros?»" (Žižek,
1999: 19). Así, la finalidad de la fantasía es establecer qué soy para los
otros, es generar una cierta identidad. Por esta razón, el deseo es
paranoico para Lacan, el deseo es el deseo del Otro. El sujeto desea ser
deseado por el Otro. Entonces, individuos que contrataron entre sí vivir en
un orden de civilidad, desean comportarse de manera civil pues cada uno
de ellos supone que el resto, el Otro, espera que se comporte de la
manera acordada.
Ahora bien, la fantasía, en relación con el deseo, involucra una
especie de mirada imposible (Žižek, 2006). Pensemos en una fantasía en
su sentido habitual. En el acto de fantasear, el sujeto se ve a sí mismo en
su corporeidad, como si estuviera fuera de ésta y la observara. Un sujeto
que fantasea con tener un auto, una casa o cualquier objeto se imagina,
se visualiza a sí mismo, en posesión del mismo. Un movimiento similar
tiene lugar en la noción psicoanalítica de fantasía. En ésta, no sólo están
presentes el sujeto y su objeto de deseo, también participa un tercero,
una mirada que ve todo desde fuera.
Esta mirada pertenece a la intersubjetividad misma, al gran Otro
en palabras de Lacan. Entonces, el sujeto, al ser observado, literalmente
actúa para el Otro, y como buen actor, pretende agradar a su público.
Pero pretende agradarle porque le teme, pues el Otro es soberano, y la
soberanía se compone de violencia, que puede ser usada si no le
satisface el actuar del sujeto. Este Otro es soberano respecto al sujeto
porque lo constituye como tal al someterlo, sujetarlo, a su deseo. Deseo
del Otro que a la vez es deseo propio, deseo de la civilidad y repudio a la
violencia1.
1
Similitud con cuestión de falta en la realidad misma desarrollada en Enjoy your Symtom! de Žižek.
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Entonces, el Otro guía al individuo al observarlo, conduce su
deseo al hacerle preferir la civilidad contratada a la violencia soberana y,
con ello, lo mantiene en el ámbito estatal de la intersubjetividad. El
comportamiento, el actuar subjetivo acorde a la civilidad, consecuencia de
la mirada del Otro, equivale al estado civil. Mientras que la violencia
desatada, si no complace al Otro -capaz de mantener la relación de los
sujetos entre sí-, es idéntica a la soberanía hobbesiana y,
consecuentemente, también al estado de naturaleza.
VIOLENCIA REAL
¿Cómo pensar la violencia en su relación con el Otro?, ¿qué lugar dentro
de la intersubjetividad ocupa la soberanía? Respondamos utilizando la
triada Real-Simbólico-Imaginario de Lacan, la cual conforma la realidad
social de los sujetos. Para Lacan, la realidad social es esencialmente
lingüística. Si los sujetos no pudieran comunicarse entre sí sería
imposible que se relacionaran, y la realidad social es intersubjetiva por
esencia. El lenguaje, es el medio por el cual los individuos se comunican
y entran en relación entre sí.
El lenguaje, siguiendo a Ferdinand de Saussure, se compone de
significantes, cada uno de ellos caracterizado por una forma específica
conocida como significado. De esta manera, la realidad lingüística y social
consta de una trenza de significantes, llamada orden simbólico, o gran
Otro por Lacan. El significado de cada significante, su aspecto formal, es
el momento imaginario de la realidad. Pensemos en un objeto cualquiera,
por ejemplo una casa. La palabra casa es un significante, y la imagen que
se viene a la mente al pensar una casa es su significado.
Ahora, para que los significantes puedan relacionarse entre sí y,
a la vez, diferenciarse unos de otros, es necesario que uno de ellos
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quede excluido de la serie de significación. Uno de los significantes debe
permanecer exento de toda carga significativa, debe estar más allá del
lenguaje, su único significado será la nada. Este movimiento de exclusión
se encuentra plasmado en el modelo hobbesiano, en el gesto de excluir a
un individuo del contrato para asegurar que el resto de los individuos
puedan relacionarse unos con otros.
Para Lacan, la realidad social se encuentra compuesta por los
registros de lo Simbólico, conformado por significantes, y lo Imaginario,
espacio propio de los significados. Mientras que el significante excluido
permanece fuera de la realidad social, al mismo tiempo la determina,
como la soberanía. Esta peculiar figura vacía se conoce como significante
vacío o significante amo y cumple una función de suma importancia para
la realidad social. Al ser un significante pero, al mismo tiempo permanecer vacío, este objeto es, extrañamente, puro contenido sin forma. Esto
se explica al pensar el vacío como el lugar de residencia de la nada; es
decir, su contenido es la nada misma. La nada carece de forma y, por
ello, es el espacio idóneo para ser cubierto por alguna forma suplementaria. Este vacío es el lugar de lo que Lacan llama lo Real.
Lo Real no está sujeto a nada, sigue su lógica propia, independiente de la inercia de significado del resto de la serie. Lo Real no es un
sujeto, es soberano pues es independiente a la lógica de significación del
resto de los significantes y porque, en consecuencia, el resto de los
significantes se sujetan a él. Es decir, es en el espacio del significante
vacío donde se encuentra la soberanía y la violencia de la serie u
ordenamiento. En el espacio de cortocircuito ubicado más allá de lo
establecido se concentra la soberanía. En tanto soberano sobre el resto
de los significantes, lo Real no es un sujeto, sino el Sujeto.
Ahora bien, el vacío del significante excluido es cubierto como por
una pantalla que habilita la proyección de una imagen a partir de la cual
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los significantes entran en relación unos con otros, simula la diferencia del
contenido de este significante respecto al resto de ellos. Dicha pantalla, y
no la imagen proyectada sobre la misma, es la fantasía. Aquí se hace
palpable la paradójica forma de la realidad, pues el vacío, su propia
brecha, habilita su conformación al hacer que los significantes se
relacionen entre sí. Pero, a la vez, el vacío, la brecha, lo no simbolizado,
también expresa el carácter incompleto de la realidad, su momento de
contingencia. De no simbolizar este vacío, el sujeto no podría cerrar la
brecha y su realidad estaría compuesta por significantes incapaces de
entrar en relación unos con otros.
Pero, ¿qué es aquello proyectado sobre la―llamémosle
siguiendo a Žižek― pantalla fantasmática capaz de generar cohesión
entre los objetos simbólicos? Lacan construye un concepto para
responder a esta pregunta, el pequeño objeto a u objeto de deseo. Este
objeto consta de dos partes: el vacío, lo Real; y la imagen proyectada
sobre la fantasía (Homer, 2005, Žižek, 2002). Es decir, el objeto proyectado sobre la pantalla estimula la simbolización de lo Real, el cierre de la
brecha en la realidad social, sin lograr nunca su cometido. Precisamente,
el deseo es este intento de cerrar la brecha entre la realidad y lo Real. En
el caso del planteamiento hobbesiano, el objeto de deseo sería, como ya
se ha mencionado, la civilidad, y la fisura en la realidad civil sería la
violencia inherente a la soberanía ―ese resto del estado de naturaleza―.
Entonces, el soberano opera del mismo modo en que lo hace el
significante amo. En el ordenamiento del estado civil todos los individuos
están dentro del acuerdo, excepto uno. Pero, así como el significante amo
es indispensable para la existencia de la realidad, este individuo excluido
es esencial para la existencia del estado civil, pues, al quedar fuera y
conservar la violencia propia del estado de naturaleza, él es el único
capaz de velar por la civilidad acordada, de mirar al sujeto desde fuera y
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de guiar el deseo de los contratantes. Así, desde la perspectiva de
quienes están inscritos en el estado civil, el soberano carece de forma, su
forma no es civil. Así como lo no lingüístico es contrario al orden
lingüístico, el estado de naturaleza del soberano es opuesto al estado
civil.
La fantasía, aquella pantalla colocada por encima del vacío, en
este caso sería el contrato mismo, el momento de acuerdo, la comunidad
en sí. Ésta, por una parte, establece el objeto de deseo de los individuos,
y por la otra sustituye al estado de naturaleza, al antagonismo originario,
latente en los individuos y materializado en el soberano. Pero, la fantasía
también se refiere a la mirada imposible del soberano. Aquí es pertinente
explicar el trabajo de la fantasía en tanto tapadera de lo Real.
La fantasía "es la forma primordial de narrativa, que sirve para
ocultar [...] un antagonismo fundamental mediante el reacomodo de sus
partes en una sucesión temporal" (Žižek, 1999: 20). Este enunciado hace
eco en el planteamiento de Hobbes, donde el antagonismo natural es
sucedido por el estado civil. En este caso, lo Real ocultado sería el
antagónico estado de naturaleza en tanto imposible de incluir en un orden
social. El regreso al estado de naturaleza, o la explosión de la guerra civil,
es sinónimo de suspensión del orden socio-simbólico del Estado. Por
tanto, el estado de naturaleza ocupa el lugar de lo Real, el resto extra
simbólico, el vacío de orden social.
Este ejemplo permite entrever una paradoja fundamental de la
fantasía, a la cual Lacan se refería como futur antérieur, futuro anterior,
un efecto retroactivo en cuanto al sentido o lógica de un ordenamiento. Lo
Real es un resto producido por la simbolización, pero a la vez es insimbolizable, la narrativa lo "incorpora" considerándolo como si siempre
hubiera estado allí, como si ese resto fuera la Causa misma de la
simbolización de una serie. Esta es una característica esencial de la
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narrativa en relación con el ordenamiento socio-simbólico: "lo Real es la
Causa ausente de lo Simbólico" (Žižek, 1994).
La narración hobbesiana presupone la existencia de los individuos antes de la fundación de la comunidad, fuera de su horizonte de
sentido. Es imposible conocer la existencia de un individuo si no se le
puede relacionar o comparar con una comunidad. Lo mismo sucede con
el estado de naturaleza, no puede llamarse estado de naturaleza a un
estadio si no es contrastado con un estadio civil. Es decir, Hobbes
presupone al individuo y al estado de naturaleza y retroactivamente
construye la comunidad y el estado civil. Él construye una fantasía para
cubrir la falta, la causa ausente de la comunidad y del estado civil.
En este mismo sentido, la fantasía no sólo oculta la ausencia de
Causa del ordenamiento, también es una narración del acto mismo de la
instauración de la ley, del surgimiento del orden. El estado de naturaleza,
esta condición de antagonismo, es la Causa ausente del establecimiento
del Estado como tal y, por tanto, lo Real. Ahora, ¿por qué lo Real, siendo
la nada, tiene la apariencia del estado de naturaleza?
Efectivamente, desde la perspectiva del orden socio-simbólico
imperante, lo Real es el vacío, la nada, lo carente de forma. De acuerdo
con Žižek lo Real tiene dos facetas, “un aspecto de lo Real es que es
imposible, y el otro aspecto es que ocurre, pero es imposible sostenerlo,
integrarlo” (2006: 72). Es decir, lo Real en sí escapa al horizonte de
sentido de la realidad, y al no ser simbolizado tampoco tiene un aspecto
definido. Sin embargo, para ser percibido dentro un orden determinado
éste debe aparecer en términos accesibles a lo establecido, en forma de
terror, de catástrofe (Žižek, 2008). En otras palabras, el significante sin
significado, en tanto Real, adopta el significado, o la imagen de la
disolución del orden social.
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Así, el antagonismo devastador aparece bajo el espectro del
estado de naturaleza hobbesiano donde la comunidad, la fantasía social
primordial, se desvanece en la nada. El vacío toma la forma, pues, del
conflicto y la violencia, esas palabras cuyo último significado es la
disolución de un lazo social, la no-relación social, ya sea momentánea o
permanente. Lo Real del Leviatán pues, es la soberanía por una parte,
pero es también el estado de naturaleza no solo del soberano, sino del
cual proviene todo el edificio estatal. Allí donde el lenguaje y sus palabras
son inexistentes, aparece el lobo, animal feroz e irracional.
Los recursos provenientes del psicoanálisis lacaniano permitieron
realizar una lectura alternativa del Leviatán de Hobbes y, naturalmente,
también de las ideas y supuestos detrás del Estado Moderno. Sin
embargo, el Estado Contemporáneo conserva algunas de las
características esenciales del Leviatán, la soberanía y la búsqueda de la
civilidad. En otras palabras, el Estado Contemporáneo también es un
hombre lobo, un sujeto a veces civil, pero a veces natural. La soberanía,
siempre cargada de violencia, permanece como garante de paz en los
ordenamientos contemporáneos.
El psicoanálisis nos permitió realizar un movimiento alternativo al
explicar la función del vacío o contradicción para el sujeto, en este caso el
Leviatán una fantasía o ficción simbólica. En palabras de Žižek, “el arte
verdaderamente filosófico no es reconocer la ficción detrás de la realidad
[…], sino reconocer lo Real en lo que aparece como una ficción simbólica”
(2006: 98-99). Quizá este sea el valor del uso de conceptos psicoanalíticos para la filosofía, comprender el núcleo conflictivo y contradictorio en
las fantasías que estructuran nuestra realidad. Desde esta aproximación
uno puede dejar de entender las contradicciones fuera de los fenómenos
sociales, como el Estado, sino buscarlas en ellos mismos, como una
parte inherente a ellos.
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Ahora pues, podemos entender a la fantasía como un fenómeno
que no está más allá de la realidad del hombre. Al contrario, es parte
esencial de la misma pues ésta se cristaliza en las acciones de los
sujetos. La fantasía más bien le es indispensable a la realidad social. Si
los individuos no actuaran como si alguien, un tercero, los estuviera
observando, o como si no existiera el antagonismo en la sociedad, el
Estado jamás podría tener lugar. Éste es justamente el papel del Gran
Otro de Lacan en tanto guía del deseo, y del comportamiento subjetivo.
El aspecto Real del Leviatán se encuentra en la posición de
exclusión del soberano, en su exención de cumplimiento del acuerdo. En
esta situación, el Leviatán no solamente ilustra el establecimiento del
orden, sino también representa la contingencia del mismo. La soberanía
es en sí, pues, contraria al orden; es su momento de excepción, pero
también es su principio estructurador, encargado de darle cuerpo y
coherencia. Esta paradoja es fundamental para la realidad social, pues
quien de facto detenta la soberanía detenta también la suspensión de la
realidad misma.
Por estas razones, el Leviatán es hombre y es lobo al mismo
tiempo, sólo frente al animal se ve como hombre, y solamente es animal
contrastado con el hombre. Pero el Leviatán es hombre lobo por decisión
propia, la única manera en que puede ser hombre es siendo lobo.
BIBLIOGRAFÍA
HOBBES, T. Leviatán, Buenos Aires: Losada. 2011
HOMER, S. Jacques Lacan, Gran Bretaña: Routledge. 2005
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