Agradecimientos: Tengo un especial gusto en reconocer a un grupo extenso de personas que contribuyeron de maneras muy diversas a la realización de este libro: Mis amigos “reyuneros” por su estímulo permanente; Carlitos “Mezter” por sus observaciones siempre agudas; Jordi Borja porque contribuyó sin saberlo brindándome comodidades, ideas y tiempo; Gabriel Azize, Fernando Tascón, Manfredo Clemente, Patricia Ruiz y mi madre por encargarse de decenas de tareas y por poner el corazón cada vez que emprendo algo; Marcelo Corti por poner a mi disposición su erudición y su buena onda; y a Carlos Gabetta por su confianza. 1 A mi esposa Verónica, por el amor, la paciencia y el apoyo. A mis hijos María Eva y Juan Enrique, por que me encienden la esperanza en el futuro. ¿Qué es el Desarrollo Local? 1.- Introducción. Desde hace poco más de una década en Argentina y en otros países Latinoamericanos se ha ido incorporando al lenguaje de la vida pública el concepto de “Desarrollo Local”. Primero fue tímidamente, como una voz usada por expertos, luego su presencia se extendió a la denominación de políticas públicas y en los últimos años un verdadero aluvión de referencias, conjeturas, organizaciones dedicadas al tema, redes, congresos, etc, le han dado al concepto una circulación impensada, a la vez que han contribuido a la necesidad de alguna precisión sobre el mismo. Mi interés en este texto no es construir una definición; o por lo menos no es mi interés central. Aunque el título equívocamente podría inducir esa idea. En cualquier caso, la definición debería ser una resultante de una serie de reflexiones, que sí me interesa estimular en el lector. Lo que pretendo es brindar algunas herramientas de aproximación, que nos permitan pensar sobre el “Desarrollo Local”, de una manera ni dogmática ni simplificadora. El sentido último de este ensayo breve, es compartir un recorrido que nos permita descubrir 2 las relaciones existentes entre Territorio y Desarrollo y a su vez en esa aventura intentar apoyarnos en la economía, en la ciencia política, en la geografía, en el urbanismo, no para mezclar y confundir, sino para utilizar todas las herramientas posibles de comprensión de una realidad compleja y difícilmente abordable desde una única mirada disciplinar. Lamentablemente, como sucede muchas veces en contextos sociales complejos (y digamos que las últimas décadas en América Latina, pueden recibir esa descripción), el uso abusivo de las palabras y conceptos que ganan una cierta connotación positiva, deteriora la posibilidad de comprender su alcance y significado. Yo creo que con el “Desarrollo Local” es lo que ha sucedido. Y no se trata de una pérdida menor; porque si cualquier propuesta, cualquier abordaje, cualquier visión puede ser “Desarrollo Local”, no solo el debate académico se lesiona, sino que además se limita la posibilidad en el plano concreto de la construcción política y social de formular alternativas que puedan distinguirse con claridad por su revalorización del territorio al concebirlo no sólo como recurso, del autogobierno como práctica, de la cohesión social como resultado de un concepto de ciudadanía; en síntesis hay que asumir que no todas las intervenciones locales pueden llevar pacíficamente el mote de Desarrollo Local y que las políticas públicas de Desarrollo Local deben apoyarse en fundamentos a la vez sólidos y diferenciados de otros que conciben al territorio exclusivamente como recurso, al gobierno local como gobierno menor o simple administración y los resultados sociales como inevitables consecuencias del devenir histórico (ya en la prosperidad como en la adversidad….) No se trata por otra parte de establecer una especie de raya que limite el espacio, del “Desarrollo Local”, porque no creo que eso sea posible ni constructivo, además de ser dogmático; pero sí se trata de evitar tentaciones elementales, que derivan de cierta carencia de reflexión. De más esta decir, que he oído frases de 3 lo más risueñas a lo largo de mi vida profesional vinculando al Desarrollo Local ó bien con cualquier fenómeno social positivo ó con cualquier síntoma de resistencia a la globalización, aún con ciertos localismos extremos, a veces un poco infantiles, y hasta con intervenciones “desde afuera y sin ninguna participación ni beneficio local”. Con todo esto andado, a los sufrientes lectores que llegaron hasta aquí, primero muchas gracias; y luego, les propongo un recorrido de preguntas y asociaciones; que nos ayuden a comprender, a preguntarnos y a movilizarnos. A comprender un concepto complejo y dinámico en un contexto que, como ya veremos, esta generando mucho “estrés” a todas las categorías de análisis. A preguntarnos por los lugares comunes, por las relaciones disciplinares, por los vínculos entre las ideas y el proceso político. A movilizarnos a favor de un nuevo horizonte de sueños, a la vez estimulante en el aula y en la vida ciudadana, que contenga en él las preguntas de un futuro incierto, pero también la esperanza en la creatividad humana, y en la capacidad de recuperar el equilibrio, la prospectiva y el sentido constructivo de la acción individual y colectiva, sin ingenuidades, pero también sin resignación. 2.- El Desarrollo no es lo que era. 2.1.- El Desarrollo, hijo del industrialismo. Esta es una historia, que vale la pena ser contada, al menos sucintamente. La literatura política y social no ha usado desde siempre el término “Desarrollo”. Aparece en escena lentamente, a fines del Siglo XIX y su uso se extiende recién luego de la segunda guerra mundial. No se trato de un hecho casual. 4 Ya consolidada la Revolución Industrial, en Gran Bretaña, Alemania, Francia Y EE.UU; y visibles sus primeros efectos económicos y sociales, se incrementó el interés en la reflexión sobre un fenómeno que por su magnitud y trascendencia era a la vez deslumbrante y des-estructurante. Todo se veía alterado. No se trataba de un cambio en la forma de producir, eso solo fue el puntapié inicial. Cambiaba la velocidad de circulación de las personas y bienes, cambiaba la forma de relacionarse los sexos, cambiaba la forma de vestir, cambiaba el valor de los recursos, cambiaba el valor del tiempo, cambiaba el hábitat de las poblaciones, todo se modificaba allí donde una fábrica se instalaba y por supuesto también donde no se instalaba; porque la Revolución Industrial sin dudas implicó un cambio sustancial en la organización socio-territorial mundial. Y también, por supuesto, cambió el modo de analizar las sociedades. La nueva sociedad industrial, construyó su propio bagaje teórico, sus categorías, sus nuevas valoraciones y por que no decirlo y a pesar del afán racional en evitarlo, sus propios mitos; entre ellos el mito del “progreso indefinido”, y la idea nunca del todo desterrada de la transformación absoluta, prescindente de la historia. Es razonable pensar a la distancia, que tan gran cambio facilitara, cuanto menos, la idea de que un mundo totalmente distinto y maleable podía ser construido y que aún existiendo dificultades, la sociedad resultante fuese “superior” (se usaba mucho ese término), conforme a los nuevos valores y sobre todo ausente de conflictos. Corresponde aquí aclarar, que no me refiero en exclusivo a la visión marxista de la sociedad industrial. Las ideas de: “nueva sociedad”, “transformación absoluta”, “progreso lineal”, etc, en distinta medida estaban presentes en casi todo el pensamiento social de fines del siglo XIX; y quizás debe destacarse la mirada marxista como una de las menos ingenuas respecto a los escenarios 5 futuros de esa revolución industrial, fuera de escala, para lo conocido hasta entonces. En ese contexto, de cambios, de rupturas, nacen disciplinas científicas nuevas como la sociología, la antropología, el urbanismo, etc. se acuñan términos, se observa de manera diferente una realidad a su vez diferente. Y por supuesto, como todo proceso de esa envergadura despierta adhesiones a ultranza y moderadas, estimula detracciones, irrita los debates existentes, promueve nuevos, resulta difícil encontrar “posiciones equilibradas”. En esos tiempos comienza a usarse el término “Desarrollo”; ¿Con qué sentido?. 2.2.- Riqueza del lenguaje. Aproximadamente ciento cincuenta años vista y sin un análisis exageradamente minucioso, podemos decir que el concepto se utilizaba con tres acepciones: a) Como un resultado social. El Desarrollo se asociaba al “escenario transformado” por la incorporación social masiva de la industria como modo de producción. En general esta asociación era positiva y en ningún caso, se advertían sobre los riesgos, problemas o efectos indeseados de una industrialización, que en los primeros tiempos fue muy anárquica y aluvional en su evolución. Esta visión del Desarrollo como un resultado, fue la que más ligamen estableció con su asociación a la “urbanización intensiva”, con la consecuencia inmediata de generar un cuerpo de relaciones entre las nuevas pautas de la vida urbana con el desarrollo. Se trata de una asociación importantísima, porque sin dudas las “nuevas formas de vida” del entorno de las ciudades devenidas en metrópolis, constituirán el 6 discurso cultural del Desarrollo. Se trata de una relación riquísima entre modos de producción y su impacto territorial, con implicancias hasta el día de hoy. b) Una segunda acepción, identificaba al Desarrollo con el proceso por el cual se instaba a la industrialización y “modernización” de la producción y los usos sociales, es decir al conjunto de las políticas de estímulo a la transformación. También en este caso se usaba el término siempre positivamente, con relativa independencia de las tensiones que tal proceso generaba. En esta visión convivían desde métodos absolutamente autoritarios bajo motes “modernizadores”, como los traslados compulsivos de personas, hasta la implantación de políticas públicas de inclusión como la alfabetización masiva, en muchos países. c) La tercera es aún más valorativa que las dos precedentes, e identificaba al Desarrollo con el conjunto de aspiraciones transformadoras, en general acríticas de quiénes consideraban a esa nueva sociedad emergente superior a las sociedades pre-existentes (agro-artesanales). El Desarrollo en esta visión implicaba todo lo bueno y nada de lo malo, de un proceso que por ese entonces recién comenzaba y sobre cuyas consecuencias era difícil hacer predicciones serias. Se trataba en esta tercera acepción del “Desarrollo emancipador”, el que terminaría con las restricciones materiales, con las dominaciones serviles y al que nada se le opondría, porque fundado en la ciencia y la tecnología podría dominar aún la naturaleza misma. Y con estos tres posibles significados, el término, que reemplazó en el uso a su precedente: “progreso”, se propagó, no por capricho, sino porque existían fundamentos bien sólidos para que sucediera; se constataba en la realidad su necesidad, ya que efectivamente, como un reflejo de las acepciones 7 presentadas: se producían resultados sociales, que había que denominar de alguna manera, idénticamente se impulsaban procesos y se realizaban valoraciones. Y por detrás de todo este juego de palabras, se generaba un cambio en la base tecnológica de producción, una alteración de la organización social, una multiplicación y concentración de la riqueza, la aparición de nuevos actores sociales, el cambio de rol de los pre-existentes, la modificación de pautas de vida, y el surgimiento de desafíos y problemas desconocidos. No puede explicarse acabadamente la expansión del concepto, sin comprender que por aquellos finales del 1800 y principios del 1900, ya estaban dadas todas las condiciones para que sucediera. En términos materiales podía aplicarse asociado a una forma de producción nueva, más eficiente y compleja y en términos simbólicos vincular esa novedad, esa eficiencia y esa complejidad a lo que podría definirse como un “estadio superior de la sociedad”. Desde mediados de siglo XX, la afirmación “país desarrollado” o “sociedad desarrollada” (en general, como sinónimo de “industrializado/a”) ha ganado hasta entrados los años 70 una connotación inequívocamente positiva. Muy pocos, desde primer momento cuestionaron el uso excesivo y creciente de un término tan omnicomprensivo y movilizador. Sin embargo, no quiero dejar de señalar que desde ángulos muy distintos, dos corrientes de pensamiento refutaron tempranamente al “Desarrollo” como conjunto de “felicidad infinita” y previnieron sobre los supuestos efectos nocivos de la sociedad industrial. Fueron cierto pensamiento católico y cierto pensamiento anarquista. En ambos casos, la coincidencia crítica radicaba en las consecuencias “inmanejables” que el proceso industrializador abría. En el primer caso, porque la sociedad industrial rompía con las bases materiales de un modelo social (el agro-artesanal) en el que la jerarquía católica se sentía 8 cómoda y en el cual mantenía su rol rector axiológico/ ético, al menos en los estados católicos de Europa. Bien vale aclarar que aún luego del impacto que implicó el surgimiento del pensamiento liberal-laico (en el siglo XVIII), la Iglesia aún mantenía, por fuera de las élites liberales, enormes redes de influencia y control social, que tempranamente advirtió se debilitarían en el marco de un proceso de movilización social intenso, como el que se podría generar - y de hecho se generó-, en las aglomeraciones industriales. Desde otra visión, cierto pensamiento anarquista cuestionaba con absoluta lógica estrictamente racional y desde una posición anti-jerárquica, la aparición de una nueva clase social, la burguesía industrial, que concentraría recursos, y desde luego, en algún momento poder, como nunca había sucedido en la historia de la humanidad, sin ninguna garantía por ese tiempo, de que tal concentración derive en otra cosa que un mundo más dual y más riesgoso aún que el pre-existente. Desde entonces ha corrido agua bajo el puente, y respecto de este ítem, ya no hace falta hacer prospectiva sino historia. ¿Qué sucedió desde aquellos años con este término?. La asociación inicial del Desarrollo con el proceso de industrialización intensiva, y con su primera derivación: la urbanización intensiva, va a impregnar todo el recorrido que el concepto ha hecho hasta nuestros días. Por muchos años Desarrollo e Industrialización fueron usados casi como sinónimos. Y desde ya que, preciosismos aparte, era un uso que estaba justificado. Sin embargo, para nosotros puede resultar conveniente recordar nuevamente que tal asociación se vinculaba al incremento de la eficiencia productiva que la industria generaba y sobre todo a las mayores necesidades organizacionales y de conocimiento que una forma de producción más compleja requería. 9 Así, desde mi personal perspectiva, hay cuatro cuestiones que “marcan” el carácter intenso y algo confuso del término: a) la idea tecno-eficiente, la asociación del Desarrollo con más y mejor tecnología para producir más eficientemente. Se trata de una asociación primaria: Desarrollo es el uso adecuado del conocimiento socialmente útil. b) el sentido de “ruptura”, que señala un clara diferenciación con un modo anterior de hacer las cosas. La idea que la eficiencia económica, genera transformaciones sociales y “rompe” con esquemas pre-existentes. c) la ambigüedad entre sentido de emancipación o la construcción de una nueva cultura de control de las acciones humanas. Aquí el término condensa la lucha existente, entre quienes creen que la introducción tecnológica para la mayor eficiencia económica es un fin en sí mismo y a la vez una fuerza de resolución de problemas. Y desde otra perspectiva, quiénes creen que hay que poner “prudencia o criticidad” en un proceso técnico que entraña riesgos, y que crea entornos de difícil gobernabilidad. d) la causalidad; la fuerza del proceso industrial, rápidamente genero las condiciones para concluir en la imposibilidad de pensar el desarrollo ni como un hecho de la naturaleza ni como una situación casual. La complejidad industrial implicaba que el desarrollo era un fenómeno causado, por concretas decisiones políticas, técnicas y empresariales que se conjugaban para facilitar y ampliar el proceso industrial. No hay fatalismo en el Desarrollo, sino complejidad. Desde aquellos primeros y tumultuosos días, el concepto de Desarrollo no tuvo un recorrido pacífico a lo largo de la historia. Corresponde destacar algunos momentos de especial tensión, porque es la forma de vincular la evolución teórica con hechos históricos, porque no creemos que los conceptos y las teorías se formulen en el vacío. 10 2.3.- Riqueza de la historia. Cuando aún se usaba más el término Progreso -los cambios en el lenguaje, requieren siempre tiempo- la crisis económica de 1929 golpeó las bases sobre las que se estaba construyendo el imaginario del Desarrollo: prosperidad creciente, linealidad, nueva sociedad con menos conflictos. Si bien desde los sucesos de París de 18711, hasta la crisis de 1929, era evidente que la re-organización social surgida de la implantación industrial no era en absoluto un paraíso; se mantenía firme una idea de transitoriedad de los problemas, algo así como que los nuevos problemas se arreglan “con más industria” y la convicción de que el diferencial entre sueños y concreciones de un mundo mejor, se resolverían con el pasar del tiempo; en una muestra de confianza excesiva muy repetida a lo largo de la historia. Por supuesto que por aquellos años, existían relatos negativos de la evolución industrial; y tanto el arte como el discurso político y los análisis sociales mostraban las evidencias traumáticas del proceso de industrialización (migraciones masivas, explotación, etc)2. En aquellos años (1871/ 1929), convivieron en el pensamiento y en la lucha política, la confianza excesiva, y las visiones apocalípticas, basadas en la convicción de que no era posible de sostener un orden social crecientemente desigual. La confianza era la bandera del pensamiento económico clásico y de lo que genéricamente podríamos denominar el nuevo pensamiento industrial (ya en 1912 Joseph Schumpeter, que no era un economista clásico, había publicado su 1 Las revueltas de París dieron lugar a la denominada “Comuna de París”: un breve gobierno popular, surgido de una pueblada contra un débil gobierno republicano posterior a la guerra franco-prusiana. Aquel gobernó la Ciudad algo más de dos meses, con pretensiones de mayor redistribución de la riqueza y autogobierno de la misma. 2 En Argentina es interesante recorrer las tempranas observaciones del Informe Bialet-Massé: “El estado de las clases obreras argentinas” encomendado por el Congreso Nacional (1904). 11 obra “Teoría del Desarrollo Económico”). El anti-industrialismo se manifestaba en cientos de respuestas fatalistas; el caso típico fue el movimiento Ludita, que impulsaba la ruptura de las “máquinas” en la conviccón que las mismas limitaban la creatividad humana y daban sustento a una economía de marginación. I inspirado en Nedd Ludd, se extendió primero por Gran Bretaña y luego por gran parte de Europa. En cambio no existen visiones de criticidad relativa, que alienten reformas y no rupturas, para aprovechar las ventajas de la riqueza industrial orientándola a generar cohesión social y evitar el caos (por aquellos años no se hablaba de gobernabilidad). Entre la desidia y la especulación, se construyó una crisis que obligaría a revisar, la confianza excesiva de la burguesía y de los economistas clásicos y una salida de la crisis que demostraría la capacidad adaptativa del orden económico industrial-capitalista y también obligaría a revisar algunas respuestas apocalípticas. La crisis del 29, el pensamiento keynesiano y de otros importantes economistas, rompen con la idea de “progreso indefinido”, redefinen el debate económico y también social, legitimando la acción del Estado, perfeccionando la idea (menos lineal) de “ciclo económico”, y sobre todo iniciando una tendencia a asociar la inversión en lo que luego denominaríamos “capital humano” -por aquel momento se denominaban “gastos sociales”- con el crecimiento económico. Además tanto la naturaleza de la crisis, como la forma de resolverla, en el contexto de las sociedades industriales avanzadas para la época, incorporó a las soluciones posibles, en contextos recesivos, las políticas públicas de “impulso de la demanda” por medio de mayores ingresos populares y la protección del mercado doméstico para la industria nacional. 12 Se trata de incorporaciones sustanciales al menú de opciones de gobierno, por las posibilidades que abrió a la masividad en el consumo, a la construcción de consensos políticos, y al rol de la política en el “ciclo económico”. Desde allí se inicia la tendencia a separar el concepto de “Desarrollo” del de “Crecimiento”, reservando para el primero difusa y sofisticadamente, la imagen de un cierto tipo de crecimiento económico asociado a impactos sociales positivos. La construcción conceptual de esta idea, tenía raíces económicas, pero también extra-económicas. En la post-crisis, quedaba claro, que no todo mayor nivel de actividad económica podía considerarse a-críticamente bueno. El crecimiento portaba su propia resaca. Por aquellos años emerge la crítica cultural al modelo económico capitalista, que entiendo, ha dado soporte a la conformación cualitativa de la idea de Desarrollo. Como claramente puede verse reflejado en las obras de la Escuela de Frankfurt, que critican por igual a la sociedad industrial avanzada como a la lectura vulgar del marxismo (el Instituto se crea en 1930 bajo la dirección de Max Horkheimer), ya hace 80 años se comienza el cuestionamiento al consumismo, al crecimiento sin sentido y a la conformación de una cultura banal basada exclusivamente en el endiosamiento del beneficio económico. Es importante destacar que aún con la valía de sus aportes teóricos, la Escuela de Frankfurt no tuvo una incidencia decisiva, ni siquiera razonable, en el plano de la praxis política de su tiempo. Quizás como fruto de la propia riqueza generada por la industrialización, creció la criticidad y la convicción en la necesidad de calificar el crecimiento 13 económico. Mientras tanto, poco o nada, se asocia por aquellos años el Desarrollo con la calidad de los regimenes políticos. La “democracia de libro” de las Constituciones del siglo XIX, no se adaptó a la “sociedad de masas” a que dio lugar la industrialización y la urbanización. Movilizaciones masivas, tensiones, sistema productivo articulado y por lo tanto dependencia entre actores económicos, etc. Mientras parlamentos “de clase” y Ministerios con baja capacidad de gestión (herederos de laissez faire) eran incapaces de administrar esa tremenda transformación. La democracia fue asediada y en muchos lugares eliminada, en nombre de distintos valores y en muchos casos en nombre también de la eficiencia, la organización y el orden, como discurso, en algún sentido, derivado de la industrialización. Se dejaba entrever que se desplazaba a la democracia para dar lugar a un “nuevo modelo social”. El relato histórico, en este punto tiene valor actual; porque contribuye a la reintroducción de aspectos valorativos en el análisis de los conceptos. Si el Desarrollo fuera meramente la resultante de formas eficientes de enfrentar problemas, si se tratase del nombre que le damos a una cierta capacidad de respuesta basada en un modelo de organización o en la ausencia de limitaciones para conseguir objetivos (sin importar cuales), podríamos caer en el culto al poder omnímodo como fuerza organizadora (ya sea estatal, tecnológico o de mercado, etc). Aún a costa de “correrme de eje”, es bueno puntualizar, que corresponde al rigor del análisis intentar poner las cosas en su sitio. Y frente a discursos siempre presentes de sociedades perfectas y la consecuente omisión de límites en su búsqueda, señalar que tal barbarismo no es más que una sofisticada manifestación de subdesarrollo en su expresión más cruel. La ausencia de 14 criticidad, la alienación, la incomprensión de las acciones humanas, o peor, la comprensión del dolor y la indiferencia o el ensañamiento frente al mismo, la masificación, y por supuesto la mutilación y muerte de personas; por más organizado ese sistema fuera, es una expresión de degradación humana incompatible con el término Desarrollo. Pero es recién luego de finalizada la segunda guerra, en el marco de la aplicación del Plan Marshall y de la firma de decenas de tratados entre las potencias vencedoras, orientados a reorganizar políticamente el mundo; en un clima signado por la puesta en evidencia de la crueldad, en que suceden 3 cosas con el concepto de Desarrollo: a) Adquiere estatus de categoría política significativa, porque ingresa a los documentos oficiales, b) A pesar de las aportaciones valiosísimas desde la crítica filosófica y sociológica, disminuye la consideración que diferenciaba “Crecimiento” de “Desarrollo”, c) Por primera vez se articula manifiestamente, al Desarrollo con la Democracia Política, en una relación de fuerte correspondencia. Así para 1950, por tomar una fecha arbitrariamente, el Desarrollo se asociaba a una sociedad industrial occidental, con un régimen político democrático. Podemos decir que en algo menos de cien años, el proceso de enriquecimiento conceptual colocaba al Desarrollo en el centro del debate político al asociarse a “un modo” de transformación social derivado de la industrialización y a un tipo de organización económica que al orientar ciertos excedentes a la inversión en capital humano (y demanda doméstica) generaba cohesión social, todo eso hecho en un contexto democrático. Parecido al paraíso…. hasta que resultó evidente constatar, que los humos de las fábricas dejaban en el aire mucho más que mal olor, que las muertes y lesiones en el trabajo se multiplicaban, que las 15 ciudades cada día eran menos transitables y se fracturaban social y materialmente, etc, etc. La crítica ambiental a la sociedad industrial y a un modelo de Desarrollo acrítico, tiene raíces profundas, pero le vamos aponer fecha de nacimiento en la publicación de “Lo pequeño es bello” de Ernst Schumacher (1973), rápidamente convertido en libro de cabecera de los incipientes movimientos verdes, el texto combina una crítica al modelo tecnológico de la industrialización, abogando por otras tecnologías que por escala y sencillez resultan más seguras, menos contaminantes, etc. Una crítica al gigantismo urbano-industrial, a favor de una cierta vuelta a la vida aldeana y también una crítica a los modos de consumo y formas de relación en la masividad derivadas de ese modelo económico. Poco antes o después, pero en la misma época; nuevas e interesantes consideraciones y cuestionamientos del “industrialismo y el desarrollo realmente existentes”, se forjaban en América Latina. La reflexión en torno de que la industrialización de los países centrales se había apoyado en la matriz colonial, y que por lo tanto ese orden económico no derivaría en posibilidades de crecimiento económico equitativo y un orden social justo, dieron lugar a un cuerpo de análisis que se denominó “Teoría de la Dependencia”. La Teoría de la Dependencia, más allá de otras consideraciones, pretendió y logró re-significar el concepto de Desarrollo, asignándole al mismo, para países de evolución económica intermedia (relativamente industrializados), una componente de emancipación nacional. El Desarrollo en esa lectura es más que la posibilidad de multiplicar la riqueza derivada de una nueva base tecnológica de organización de la producción, sino que es también la posibilidad de quebrar lazos de dominación económica entre naciones. 16 Así, la industrialización sustitutiva, la nacionalización de los recursos denominados críticos y de los servicios públicos e inclusive del sector financiero, la protección al empresariado nacional, las inversiones públicas en las llamadas industrias de base, etc fueron derivaciones de este pensamiento; que encontró diferente receptividad en distintos países. El sentido último de esta batería de acciones, implementadas con suerte diversa, era generar crecimiento económico y herramientas de emancipación político-económica en un contexto favorable en tanto crecimiento de la economía mundial y desfavorable por el deterioro de los términos de intercambio 3 La Comisión Económica para América Latina de la ONU (CEPAL) fue la usina que combinó, crítica económica y propuestas alternativas para el Desarrollo en América Latina a partir de los años 60. En su seno, no todo fue Teoría de la Dependencia (la que por cierto excedió la región); pero claramente se apartó de una visión ingenua del Desarrollo sin perdedores, que predominaba la mirada de los países centrales al menos hasta (para poner otra fecha arbitraria) el Mayo del 68 en Francia. De la crítica ambiental al Desarrollo y del aporte que significó comprender que la fragilidad de la biósfera es un límite para cualquier iniciativa económica, heredamos el concepto de “Desarrollo sustentable” y de la visión cepaliana heredamos la comprensión de que quizás Desarrollo y Subdesarrollo no sean universos antagónicos, sino dos aspectos funcionales de un solo modelo, injusto y segmentador que por aquellos años se bautizó como “división internacional del trabajo” 3 Se denominaba “deterioro de los términos de intercambio” al proceso constatado por Raúl Prebisch en un estudio empírico de los años 50, mediante el cual se demostraba que el precio de los productos exportados por los países latinoamericanos (primarios) se depreciaba en el tiempo y el precio de los productos que se importaban (industriales) se apreciaban. 17 Entre Mayo del 68 y la crisis del petróleo de 1973; quedó claro que el paraíso aún quedaba lejos (y algunos hasta pensarían que quedaba para otro lado); que ni siquiera los casi 30 años de crecimiento económico a escala global (19451973), terminaban con la vieja agenda de problemas. La rebelión generacional desnudaba las falencias en el seno mismo de las “sociedades desarrolladas”, y la respuesta de la OPEP ponía en evidencia la restricción de la industrialización intensa, que por entonces estaba estructurada para funcionar sólo con energía barata. La herencia del 68, ayudó a comprender el mundo desigual, quebrado geográficamente, machista, masificado por las industrias culturales en sus nodos centrales, autocrático en tanto excesivamente controlado políticamente. No pareciera que esa descripción del mundo se llevara bien, con la pléyade de buenas consideraciones que se suponía el Desarrollo debía despertar. Además la crisis del petróleo impactó de lleno en la organización industrial por la necesidad de adaptar procesos y técnicas a un menor consumo energético, en las cuentas fiscales -sobre todo en los países más vulnerables energéticamente- y como consecuencia de ello en el financiamiento del Estado de Bienestar (de aquellos que en suerte lo tenían). Creció el desempleo en Europa y la inflación en EE.UU. Quedaba claro que había que tomar medidas. Y como vemos, el Desarrollo ya no es lo que era. Incorporó a su paso componentes sociales (Keynes), de equidad en las relaciones internacionales (CEPAL), de calidad tecnológica, de cuidados ambientales (crítica ambiental), de aceptabilidad de régimen político (Pacto del Atlántico, post- segunda guerra). La historia le fue dando elementos que han enriquecido la idea original. Y qué paso luego de 1973? 18 La crisis del petróleo, al igual que la del 29, generó situaciones nuevas. Se comenzaron a desarrollar tecnologías de sustitución y menor consumo de energías (por caso tomemos el desarrollo de los bio-combustibles en Brasil), tanto desde el punto de vista estrictamente técnico, como organizacional (el just in time, por ejemplo). Se revisaron instituciones que estructuraban la sociedad y comienza el ciclo a la baja de los beneficios del Estado de Bienestar y la disminución de la intervención estatal en la economía; se abre nuevamente un ciclo político, donde lo tecnológico jugará un rol muy significativo. ¿Y el Desarrollo? Paradójico o no, el desarrollo re-ingresa al vocabulario, desde donde había sido desplazado por temas de mucha relevancia4, de la mano de un nuevo conjunto de cambios tecnológicos que alteran la forma de producción ¿o es solo el puntapié inicial?. Básicamente la conjunción de la fibra óptica, la PC domiciliaria e Internet, y la emergencia de la denominada “nueva economía” o “economía del conocimiento”; como alteración de las formas de producción y de las relaciones sociales; es un contexto que vuelve a cuestionar el término “Desarrollo”. No quiero abundar sobre esto, porque ya lo veremos con detalle en el capítulo 6, pero es creciente la idea de vincular al desarrollo con el conjunto de capacidades innovadoras (más que productoras) de una sociedad. No se trata de un cambio menor de visión. Sostengo que la revolución informacional tiene, al menos, la misma profundidad y virtualidad transformadora que tuvo la revolución industrial. No se trata de deslocalizaciones productivas o de simplificación de tareas domésticas o de cambios en la forma de entretenerse o de más fácil acceso a la información, etc. Eso son los efectos de superficie: al cambiar la base tecnológica de producción y 4 Sobre todo la agenda enorme de la post-crisis: desregulaciones, des-estatizaciones y también las deuda externa de los países pobres, y los cambios en Europa del Este 19 relaciones sociales, cambiaran nuestros valores….ya están cambiando. Y con ello quedaran caducas formas de poder y emergeran otras, las relaciones humanas serán de otro tipo, etc, etc. Y la idea de Desarrollo volverá a cambiar. Pero a pesar de la fuerza que tiene la emergencia de la “sociedad informacional”, entiendo que la nueva crisis adaptativa del concepto de “Desarrollo”, debe permitir la apertura de un debate. Superado el paradigma industrialista (hoy ya no se asocia Desarrollo exclusivamente con Industria), podemos valorar, al menos como insuficiente, aquella asociación entre complejidad organizacional, mayor eficiencia y desarrollo. Y entiendo que no debemos repetir la formula. Para salvar los legítimos recelos de quiénes dudando de las publicidades, no creen que todo lo nuevo sea automáticamente bueno, y para evitar caer en las mil formas del tecno-fetichismo, sin renunciar a ver la potencia de las actuales revoluciones tecnológicas5, hay que intentar conjugar los conceptos de Desarrollo y Ciudadanía. Una conjunción difícil y desafiante, que pone sobre la mesa problemas nuevos. Es efectivamente cierto que hay entornos tecnológicos que facilitan la concentración de poder, la manipulación e incluso generan situaciones de difícil o dudosa gobernabilidad. Sin embargo no son realistas las propuestas de moratoria tecnológica u otras por el estilo, no sólo porque pueden violarse, sino porque van contra la naturaleza humana (curiosa e investigadora). Pero no corresponde legitimar cualquier modo de expansión económica con el nombre de “Desarrollo”, ni sucumbir a los bytes hasta el endiosamiento, como ocurrió en la sociedad industrial con el automóvil y la televisión. Al contrario, el 5 No sólo la informacional. Conviven en el tiempo y se relacionan, al menos también la revolución genética y la revolución de las tecnologías ambientales. 20 Desarrollo debe ser concebido como el escenario en el que es posible la “construcción y ampliación de la ciudadanía”, entendida esta como el conjunto de derechos y obligaciones individuales y colectivos que le permitan al individuo y la comunidad la mayor potencialidad de realización, manteniendo un vínculo con el poder público basado en normas generadas democráticamente, ordenadas en la idea de convivencia plural y que efectivamente se cumplen. Como se puede apreciar tal construcción de ciudadanía implica derechos y obligaciones, capacidad autonómica y convivencia plural. El modo en que se produce, que cosas se producen y cuales se dejan de producir, que se interviene y que se protege, como se distribuye la riqueza, como se cuidan los recursos, como se promueven las capacidades humanas, que problemas son públicos y requieren de recursos y respuestas públicas, que tipo de organización pública debe manejar los recursos públicos, etc no son cuestiones que puedan definirse neutralmente y sólo en términos cuantitativos, como puede sugerir medir el Desarrollo conforme la evolución del PBI. Su medición, su valoración, debe estar ordenado en términos de “construcción de ciudadanía”, lo que obliga a una lectura cualitativa y circunstanciada de cada decisión. Vincular el Desarrollo a la construcción de Ciudadanía y comprender que está última no es exclusivamente un “status formal”, sino que también implica contribuir a que las personas se doten de capacidades, es en definitiva un intento por evitar el triunfo de la simplificación estadística, sin desconocer su importancia. 21 Además recoge una tradición latinoamericana muy extendida6, a favor de concebir el Desarrollo como una “emergencia sistémica” y como fenómeno endógeno, que aunque puede ser influido e inducido no se concreta si un conjunto de factores, actores y energías de un territorio no adquieren las capacidades para sostenerlo. El Desarrollo no es sólo la capacidad de producir eficientemente bienes, crecientemente sofisticados para un consumo cada vez más diverso; es además el escenario donde ese conjunto de capacidades sociales (no sólo una) se orientan a la calidad de vida, a la capacidad de autogobierno, a la sostenibilidad y a una idea cierta de futuro construido. 3.- El Territorio no es solo el suelo que pisamos. 3.1. Local ó Municipal? Sí el “Desarrollo” es un concepto moderno que se construyó y evolucionó recientemente; el “Territorio” nos acompaña desde el fondo de la historia. Los diccionarios nos regalan cientos de definiciones y referencias y los equívocos en su uso provienen más de la abundancia interpretativa que de cualquier otra cosa. ¿y por qué nos interesa a nosotros “el Territorio”?. Sencillamente porque debemos darle sentido al uso del adjetivo “local” (o territorial), en el marco del concepto “desarrollo local”. Debemos brindarle al mismo una significación específica que justifique su uso. 6 Sobre todo destaca en esta posición el economista chileno Sergio Boissier. Aunque son destacables los aportes de decenas en ese sentido: Matus, Coraggio, Silva Lira, Costamagna, Arocena, Alburquerque, Vergara, etc 22 Por eso, y a pesar de las buenas razones existentes para remitir desde el término “local” al gobierno de proximidad (municipio, comuna, prefectura, alcaldía, ayuntamiento, etc); ya veremos que sin ser errónea, tal remisión en el caso del desarrollo, es parcialmente inadecuada. En principio, corresponde señalar que Desarrollo Local no es sinónimo de Desarrollo Municipal. Mientras el Municipalismo en América Latina ha sido y es una corriente de reflexión básicamente jurídico-política, que intentó e intenta reivindicar para el gobierno local un conjunto de competencias a los fines de evitar los perjuicios del centralismo y favorecer el afianzamiento de la democracia; el Desarrollo Local es un espacio multidisciplinar de reflexión sobre las relaciones entre Desarrollo y condiciones de entorno territorial y un abordaje de políticas públicas orientadas a generar condiciones de construcción de ciudadanía en determinado territorio, con el uso de herramientas que incrementen la competitividad económica, la cohesión social, la sostenibilidad ambiental y la capacidad innovativa y adaptativa. Claramente, la idea territorial, en el segundo caso es más plástica y no está totalmente sometida al corset del límite jurisdiccional; pensemos por ejemplo en una política de estímulo a un corredor turístico constituido por varios Municipios o a la inversa a un programa de recuperación barrial en un Municipio dentro de un área metropolitana. No se trata, como en la cuestión municipal, de un recorte espacial de competencias y la organización de un nivel de gobierno de proximidad, sino de la “organización” (construcción) en un espacio modelado por relaciones (territorio) de unas condiciones de Desarrollo respecto del cual dicho espacio debe dotarse de ciertos atributos; que bien pueden ser normativos, 23 infraestructurales, organizacionales, de calificación de la mano de obra, etc, o una combinación de varios de tales aspectos. Hecha esta salvedad, corresponde señalar que el gobierno local debe ser actor central de un proceso de Desarrollo Local, en virtud de sus competencias, de la proximidad y del conocimiento que se deriva de tal especial situación. Y que por lo tanto un buen abordaje de Desarrollo Local, implica conocer las facultades normativas del gobierno local, sus disponibilidades económicas y técnicas, y su relación con la trama socio-económica. Es bien diferente, llevar adelante un programa de Desarrollo Local, donde los gobiernos locales disponen de amplias facultades (planificación, capacidad de endeudarse, facultades fiscales, capacidad regulatoria, etc) de otros donde esas facultades están acotadas. 3.2.- Nuestra Tierra. Ahora bien, volvamos al “Territorio”. El hombre es, dicho de una manera sencilla, un “animal territorial”, su relación con su entorno no es neutra, su acción tiende a transformar el espacio -las más de las veces en términos adaptativos- y a apropiárselo en términos conceptuales, como sentido de pertenencia o vinculo (más allá de la cuestión del derecho de propiedad). Se trata de una característica que se verifica a lo largo del tiempo pero con manifestaciones diferentes, conforme distintos elementos técnicos y sociales condicionantes en cada época. En cada momento histórico, tanto la transformación del espacio es diferente, como la forma de apropiación. Lo constante es la convicción de que cierta naturaleza donde hemos nacido o donde hemos crecido, es “nuestra tierra”. Como dice el filósofo alemán Peter Sloterdijk (1947 – Escuela de Frankfurt) “el espacio constituye la primera dimensión de la especie humana”. 24 Aún antes del establecimiento de las primeras civilizaciones sedentarias ó estables territorialmente, la “huella” nómade de las caravanas, aunque exploraban y experimentaban, cuando las necesidades lo indicaban; en general no dibujaban un recorrido arbitrario. Los antropólogos nos enseñan, que eran repetitivas y seguían con razonable estrictez senderos, cuya lógica debe encontrarse en la diversidad de fuentes de alimentación en el marco del ciclo anual de las estaciones. En aquellos lejanos tiempos, la riqueza topográfica era recurso, paisaje, contexto; en ella se fundaban formas de alimentación, modos de vida, tipos de relación, mitos, prácticas, posibilidades. El establecimiento más o menos fijo de los pueblos en un lugar7, incrementó el sentimiento de pertenencia y hasta de mistificación del territorio (es común que los pueblos de la Antigüedad concedieran un carácter extraordinario a una montaña, un río o cualquier otro accidente geográfico relativamente significativo. Muchos de tales elementos cuasi-fetichistas perviven aún hoy). El nacimiento de las Ciudades (hace aproximadamente 12.000 años) dio lugar a una re-configuración del espacio, a una organización del mismo a partir de la valoración de la proximidad de ciertos recursos necesarios o de vías para obtenerlos. Si no se mueven las personas, naturalmente debía incrementarse el movimiento de las cosas que satisfacían sus necesidades. Por lo tanto proximidad y vías de acceso pasan a ser elementos claves. Como ya veremos, sobre todo desde la perspectiva del “desarrollo”; territorio y movilidad son como dos caras de una misma moneda, el asentamiento físico se concibe como un hábitat, pero también como un lugar de referencia desde donde y hacia donde moverse y relacionarse (nodo de un flujo). 7 Local y lugar tienen provienen de la misma raíz latina. 25 Por eso mismo, debe destacarse que el nacimiento de las ciudades, en términos de establecimiento espacial consolidado, es consecuencia tanto de la existencia de ciertas posibilidades de excedente alimenticio (hábitat) como de la consolidación del espacio comercial de “cruce de caminos” (flujo). A la vez el asentamiento genera un mejor conocimiento del espacio específico y por tanto mayor previsibilidad, mejores posibilidades de intercambio, nueva organización del trabajo al interior de la población establecida, mejores condiciones para la defensa colectiva, etc. En esa lectura, la civilización de las Ciudades es un salto organizacional y de capacidad de apropiación del territorio. La multiplicación y consolidación de las ciudades, es lo que permite la movilidad, lo que regulariza intercambios, lo que multiplica posibilidades de consumo y a su vez permite la especialización económico-territorial, con sus ventajas en términos de eficiencia y el incremento del proceso de inter-dependencia y funcionalización territorial. Quizás sea bueno destacar, que estamos viviendo ahora un nuevo salto en el incremento de la movilidad de los factores económicos. Que se asocia a la expansión de la economía informacional, y que contra todas las previsiones no se detuvo con posterioridad a los atentados del 11 de Septiembre8. El concepto mismo de territorio y territorialidad fue mutando. La propia organización de la Ciudad y su complejidad, sobre todo cuando las mismas se amurallaron en el bajo Medioevo; la accesibilidad, las ideas de “cerca” y “lejos”, la evolución de medios de transporte, la continuidad de paisajes o sus rupturas, fueron modificando tales ideas y han impactado, además del espacio en sí, los conceptos. 8 Como demostración de lo dicho, digamos: el Comercio internacional crece más rápidamente que el producto, y además el comercio de bienes intermedios (insumos para la elaboración de otro producto) crece más que el comercio, marcando la fuerte tendencia a la organización industrial transterritorial. 26 Una vez que el hombre estableció una marca estable en la topografía, en la que invirtió su ingenio organizador, en la que fundo su hábitat, en la que creo pautas de división del espacio público del privado, en la cual se estructuraron iniciativas colectivas; la idea de territorio ya no fue la misma. Aunque eso ahora, es aún mucho más evidente, porque hemos visto como a lo largo de la historia las intervenciones humanas han modificado el espacio, la topografía y el entorno de muchas maneras. Ya tempranamente se advirtió que el espacio ofrece posibilidades diversas y que es el hombre en su acción individual y colectiva quien determina la constitución del territorio. Y no se trata de modificaciones estéticas. Para poner sólo cuatro ejemplos al azar, sin hacer valoración sobre los mismos, pensemos en: los polders holandeses, las terrazas escalonadas de los Incas, los acueductos romanos, la Ciudad de “Las Vegas”. Se trata de intervenciones sustanciales del espacio, con impacto en la habitabilidad, en las posibilidades de explotación, que a su vez modificaran la cosmovisión de esos pueblos, su propia idea de lo posible, de la riqueza, de la organización, etc. Esas posibilidades de alteración espacial, que son evidentes en el caso de las intervenciones físicas, pero que bien pueden ser alteraciones del espacio derivadas de otro tipo de acción humana (la constitución o no de una frontera o la decisión de unificar mercados, por ejemplo), nos indican que el territorio no es una “constante” un “dato dado e inmodificable”. El territorio es una construcción socio cultural compleja (nunca olvidar el refrán popular holandés: “Dios hizo al mundo, menos Holanda que la hicimos nosotros”). La constitución del territorio, obviamente depende de la topografía 27 condicionante, pero también de un sinnúmero de decisiones acumuladas en el tiempo. Contrariando al sentido común, que reconoce la potente realidad del espacio (geográfico) como categoría de referencia existencial y en base a eso deduce que “el territorio existe”, es necesario afirmar que “así como la topografía es una heredad que nos condiciona, el territorio es una construcción que nos desafía”. Efectivamente el territorio/ la territorialidad es una construcción histórica, socio-política y cultural, y hoy sabemos que se disponen de una cantidad importante de herramientas para su producción, pero que justamente ese proceso no es en absoluto sencillo, ni coyuntural; es complejo, es estructural, es controversial, es político y es tecnológico. Generalmente se ha reconocido al Territorio como el recorte del espacio mediado por las relaciones sociales, económicas y culturales; mediaciones estas que transforman al espacio en un sistema, en tanto lo organizan y lo dotan de funcionalidad y utilidad tanto material como simbólica. Pero aún esta definición, no ceñida a la topografía, identifica al territorio exclusivamente con un “stock” espacial. En cambio es cada vez más evidente que el territorio como espacio afectado por relaciones, es cada vez menos “fijo” y cada vez más, un espacio conceptual y relacional de construcción colectiva, influido por la topografía pero también por la política y la economía. La primera lectura, es el territorio como espacio; en la segunda es el territorio como sistema organizador de flujos. Esta segunda acepción es también espacial, pero pone el acento en la capacidad de dicho espacio de administrar relaciones económicas, políticas, culturales, etc. El gran organizador de flujos espacial es la Ciudad, y lo hace bien cuando es transitable y por lo tanto segura, cuando genera condiciones de hábitat saludable, cuando mezcla actividades y genera riqueza en 28 dicha mezcla, segregando sólo lo peligroso e incompatible con la vida común (ruidos, humos, efluentes, etc). Cuando pensamos en el territorio como organizador de flujos, no creemos que el territorio se “evapora”; sino que en el mismo espacio se tejen relaciones diferenciadas, influencias de distinto alcance y que pueden modificarse con infraestructuras, con políticas culturales, con regulaciones, con promoción económica; y por lo tanto ese espacio tiene una dinámica funcional constante y altamente influenciado. Adelantándonos a otras consideraciones, podemos arriesgar que el Desarrollo es una forma especial de concebir dichos flujos y por lo tanto es un modelo de “construcción territorial”. Decir que un territorio es una construcción, no significa en absoluto, que pueda construirse “cualquier territorio” de cualquier forma, ni que sea un proceso exclusivamente dependiente de una voluntad individual ó colectiva. El proceso histórico de construcción territorial tiene sus lógicas (muchas); que hay que comprender. Por supuesto que al tratarse de lógicas diversas en cada proceso, no vale la aplicación de una receta para entender la dinámica territorial. Así hay territorios construidos fundamentalmente por un conjunto de decisiones políticas (La Unión Europea), hay territorios construidos o reconfigurados por una infraestructura –también originada en una decisión política, por supuesto- (el Valle del Tennesee), hay territorios soportados tecnológicamente (las islas artificiales del Japón ó Dubai), hay territorios donde la cultura supera barreras naturales (Euskadi a un lado y otro de los Pirineos), hay territorios donde el elemento de cohesión ha sido o es sobre todo un elemento cultural como la lengua (la romanidad), etc. A los efectos que a nosotros más nos interesa, ya veremos que hay “territorios” definidos por un conjunto de capacidades 29 generadas a partir de iniciativas productivas concentradas en un espacio, referidas genéricamente a una misma actividad y que por motivo de tal aglomeración generan ciertas economías de escala, de red, de aprendizaje, etc (el caso más universalmente conocido es el denominado “Distrito Industrial Italiano”) Concebir el territorio como una construcción no debe entenderse como una forma de voluntarismo, ni como una expresión de tozudez; sino como una concepción que valora las decisiones humanas y sus impactos, porque en concreto, para bien o mal estas tienen (sin dudas) el efecto de alterar el espacio. Quizás sea importante calibrar esta idea de construcción. Las construcciones territoriales no son siempre positivas; se trata de valoraciones según diferentes criterios; y que además muchas veces “construir” implica “de-construir”. Lo que es lo mismo que comprender que no se actúa en el vacío ni geográfico ni histórico. Todo lo dicho no hace más que corroborar el carácter político e histórico de la organización territorial. El territorio como espacio organizado, apropiado y dotado de sentido, es una construcción, que tiene significación económica, política, social, identitaria, etc. Existen cientos de ejemplos donde podemos apreciar la organización territorial como una resultante. Por caso en la Europa Mediterránea fue muy común la organización comarcal en base a la existencia de mercados de aprovisionamiento familiar; la existencia misma del mercado informaba de las accesibilidades, de las barreras físicas, de ciertos criterios de proximidad y justificaba el establecimiento de un orden político (la comarca) que complete la organización de un espacio pre-existente, social y económicamente relevante. Claramente la acción estatal-organizadora se apoya en decisiones sociales pre-existentes. En un sentido inverso, la acción estatal puede con inversiones, promociones u otras 30 medidas cambiar el sentido y la funcionalidad del espacio, que en el caso de que el mismo este deshabitado es común referirse a esas operaciones como “habilitación del espacio” (en la historia Argentina el caso de la implantación de la red ferroviaria es un clásico en ese sentido). En nuestra realidad “urbanizada”, es la dinámica urbana la que signa la “construcción territorial”. Pero tanto ciudad como mundo rural, constituyen un sistema, no son universos excluyentes, sino al contrario conforman una “organización territorial” (no siempre razonable). Si consideramos más al territorio como un organizador de flujos que como un “stock” espacial (un recorte), podremos comprender que ese espacio donde se vive, se trabaja, se participa políticamente, se comercia, donde hay un reconocimiento, un vínculo con el mismo, es la materia prima de la construcción territorial. En ese espacio se conjugan las capacidades estatales, las de los ciudadanos, las de las fuerzas económicas Y no hay que tener una visión estrecha, porque se trata de conformaciones muchas veces superpuestas, plásticas y multiformes. La movilidad cotidiana de personas que viven en un Municipio y trabajan en otro, la novísima variante de personas que casi no tienen lugar fijo de trabajo, la influencia cultural de las ciudades centrales en las áreas metropolitanas como formadoras de identidad, la diversificación del consumo y la integración económica “en los productos” (que han sido diseñados en un sitio, producidos en otro, con componentes de otro, etc), y otras manifestaciones, no hacen más que evidenciar la plasticidad de la que hablamos arriba. Como se repite a menudo, sin que sea una apreciación valorativa, debemos comprender que el Planeta es el territorio de la globalización. Aunque parece enredado, está claro que el territorio no solo no es exclusivamente una definición topográfica; sino que es una construcción 31 relacionada al modo en que personas, bienes (y porque no ideas) se mueven y se posicionan. Pensemos en situaciones cotidianas, de las que aparecen en los diarios: una obra de infraestructura como el puente Rosario-Victoria está transformando a esta segunda ciudad en un suburbio residencial de la primera y al centro de Rosario en centro también de Victoria, y en Europa los vuelos de bajo costo están transformando ciudades de segundo rango en tamaño en verdaderos parques logísticos (Girona a 100 km de Barcelona es un caso). Como vemos, se están produciendo transformaciones territoriales muy significativas, dentro de las que se destaca la expansión urbana, en un triple sentido: a) de ampliación geográfica de las ciudades, b) incremento de la población que vive en ellas y c) incremento de su importancia económica. Y al respecto, corresponde insistir en la idea “sistémica”; el territorio es un sistema, con espacios diferenciados, con funcionalidades, con criterios, etc. Y ahora mismo, es un sistema cuyo eje son las ciudades, en tanto organizaciones urbanas, proveedoras de los elementos articulares de las funciones del territorio. Cuando se comprende, que el territorio es una construcción y que la dinámica territorial nunca es arbitraria, sino que más bien manifiesta la existencia, por un lado de fuerzas económicas, sociales y culturales que la impulsan y por el otro de lógicas que la explican (distancia, tiempo, fertilidad, paisaje, etc); podemos tomar medidas para organizarlo; y organizar el territorio implica adoptar criterios con impacto en la calidad de vida, en la eficiencia económica, en la sostenibilidad. Por lo demás, no debemos dejar de valorar que de manera creciente desde la crisis de 1973 y por diversas razones; el escenario de los conflictos sociales se ha ido desplazando desde los lugares de trabajo (la fábrica) al territorio. Así como en el industrialismo la fábrica fue lugar de producción, de organización, 32 de estructuración social y de referencia cultural; crecientemente en el postindustrialismo hay una re-territorialización del conflicto social; de allí que la organización territorial debe leerse como mucha más que una función ordenatriz, sino como una respuesta de política pública de primer orden. Organizar el territorio, implica al menos: a) la comprensión del aspecto social del mismo, aún existiendo y valorando la propiedad privada, b) la dimensión finita y difícilmente ampliable del suelo y de otros recursos naturales, c) lo frágil que es el paisaje o la biosfera, d) que no todos los objetivos que una comunidad pueda proponerse en materia de calidad de vida, son consecuencia del incremento de producto económico, e) que el mercado como eficiente asignador de recursos, puede mostrar fallos que requieran de la intervención pública, f) Que un territorio se construye a partir del incremento de su habitabilidad sostenible y g) Que un territorio incrementa su valoración, en tanto incrementa sus vías de acceso. Desde esta perspectiva, los adjetivos local/ territorial, ganan sin duda otra significación. Si bien no soy partidario del abuso de adjetivos referidos al Desarrollo (sostenible, policéntrico, humano, etc); creo que los términos Local/ Territorial no constituyen una característica descriptiva del Desarrollo; sino que determinan una forma de concebir el mismo. Unir el Desarrollo al Territorio (como construcción humana) es vincularlo definitivamente a las capacidades sociales y al incremento de las competencias de las personas y al buen uso de los recursos y desvincularlo de miradas fetichistas, que van desde versiones modernas (por ej: los valores de bolsa), hasta históricas (la belleza de paisaje o de la abundancia de minerales). 33 4.- El Desarrollo como escenario conflictivo. Al iniciar mi tránsito profesional, hace ya muchos años, mi ímpetu prodesarrollo siempre se enfrentaba a una evidencia y a un dilema, que no por ser permanentes resultaban fácil de “desentrañar”. ¿Porqué amplios territorios, dotados de razonables condiciones materiales, en el que la casi totalidad de los actores sociales y políticos se manifestaban a favor del Desarrollo, se mantenían sub-desarrollados? El tiempo, la repitencia de la escena y las reflexiones sucesivas me ayudaron a borronear una respuesta, en tres sentidos: a) siempre se soslaya la componente conflictiva de un proceso de Desarrollo, b) Esa omisión es la que permite la existencia de consenso discursivo y c) Obviamente se trata de un acuerdo estéril, ante las dificultades reales de la construcción del Desarrollo. Sobre este punto, corresponde detenerse; porque la comprensión de los mecanismos sociales que se constituyen en barreras invisibles al Desarrollo; es para mí el aspecto central de un programa de Desarrollo Territorial. ¿Cómo se construye el falso consenso Desarrollista? En primer lugar, existe una clara “buena imagen” de parte del concepto “Desarrollo”, al punto de poder considerarlo “hegemónico culturalmente”9. Resulta muy difícil, sobre todo en lugares retrasados económica y socialmente, sustraerse del halo esperanzador que aquel genera, y que por supuesto muchas veces proviene de una expectativa realista. Allí donde el subdesarrollo se hace sentir con toda crueldad y donde sus manifestaciones externas violentan la sensibilidad de cualquier persona, es mucho más difícil no adherir, auque sea de palabra, a un conjunto de ideas (aunque controversiales) que implican remover 9 Me refiero sencillamente a que no se conoce ninguna posición explícita a favor del subdesarrollo. 34 obstáculos sociales, económicos, culturales a los fines de repensar la organización social, en términos de mayor competitividad económica y equidad. En segundo lugar, esas posiciones son acompañadas, por una cuota de ingenuidad doble, que supone que el Desarrollo no genera conflictos, y que es un fenómeno que se instala de una vez, como si se tratase de un artefacto, que no implica un cambio sustantivo de roles y actitudes sociales, la mayoría de ellas de difícil concreción, como por ejemplo: que algunos deberían pagar más impuestos. En tercer lugar, se atribuyen al Desarrollo bondades que no le pertenecen; como si pudiera ser constructor de soluciones a medida de los deseos de cada una de las personas. En cuarto lugar, muchas veces quienes dicen defender el Desarrollo, no tienen la criticidad o la valentía para alertar sobre su carácter eventualmente conflictivo. Bien porque, en una desnaturalización del pensamiento católico, creen en esa especie de asimilación del Desarrollo al Paraíso, bien porque no hemos llegado a comprender que se trata, de alguna manera, de una opción política, cuyas posibilidades de concreción dependen de intervenir, administrar y en el mejor de los casos resolver tensiones sociales, que se apoyan en intereses e ideas enfrentadas y que por lo tanto, generalmente son de difícil resolución. Esas cuatro razones explican el consenso discursivo a favor del Desarrollo; ahora veamos porque se transforma en un discurso estéril. 35 4.1.- El Consenso por el Subdesarrollo. El Dilema “arriba-abajo” Lo complejo de la cuestión es que en sentido contrario, las opciones políticas a favor de concentrar la riqueza, maniatar a las fuerzas sociales, limitar los espacios democráticos, desentenderse de la sostenibilidad, promover modos de vida que generen dependencia, etc; existen, aunque no se manifiesten externamente de un modo abierto, ni se llamen “Partido del Subdesarrollo” o “Consenso por el Subdesarrollo” lo cual haría las cosas infantilmente más claras. No sólo esos sectores existen y se expresan de manera solapada, como defensores del Desarrollo, sino que su acción, muchas veces inconsciente, es verdaderamente inteligente y bien direccionada. He escuchado encendidas defensas del Desarrollo de parte de empresarios claramente explotadores y de políticos despreocupados de la cuestión, y aún más he oído en nombre del Desarrollo posiciones absolutamente conservadoras de izquierda y de derecha, u otras posiciones imposibles de ser defendidas con algún dato fidedigno en la mano. De las muchas consecuencias que se derivan de existir este tipo -solo aparentemente- extraño de Consenso Anti-desarrollista; la que a mi entender es más compleja de resolver, se vincula a la tensión que se genera entre las ideas de autonomía10y la posibilidad de una intervención externa promotora de movilización ciudadana y de alteración de un “statu quo” muchas veces cuestionable. Cuando muchas veces se concentra el debate sobre el Desarrollo en la cuestión presentada como antagónica entre dos alternativas: “desde arriba” (normas 10 Dicha autonomía, leída como preservación de una cierta capacidad de decisión en el entramado local respecto de recursos locales, normas de aplicación local y pautas de vida locales. 36 nacionales, promociones, inversiones de origen extra-territorial, etc), o “desde abajo” (capacidad de organización de actores locales, aprendizaje en terreno, acuerdos público-privados, etc); sin dejar de apreciar la calidad de esta segunda visión a la que adhiero con convicción decidida; creo que muchas veces se idealiza un “abajo” utópico e inexistente, como una sociedad cargada de virtudes y capaz de generar transformaciones “per se”. Aún con todas las prevenciones que una intervención “desde arriba” genera, creo que la visión idealizada de las opciones “desde abajo” a veces carecen de todo confronte con la realidad. Se exacerba el planteo tensional “arriba-abajo”, como versión de un afuera-adentro no muy bien resuelto, llegando a posiciones cuanto menos monopolistas y no sólo en términos económicos, sino culturales y políticos. Corresponde señalar, que una cierta porosidad social para aceptar lo de afuera como estímulo, una capacidad de hacer comparaciones constructivas, un posicionamiento en torno a la información global, una cierta revisión de pautas de vida en función de nuevos criterios económicos o sociales, asumidos críticamente y discutidos democráticamente, son tan indicadores del Desarrollo de un territorio como el producto per capita; y que la autonomía no debería ser la excusa de oligarquías locales para cerrar un territorio y reeditar formas modernas de feudalismo con prosa desarrollista. Es tan sano evitar los aspectos más arrasadores de una visión que ve a todo territorio exclusivamente como mercado y por lo tanto abordable y “conquistable”, como también evitar (sobre todo en América Latina) la conformación de enclaves culturales cerrados y de ciudadanía disminuida o controlada. 37 4.2.- La Deslegitimación institucional. Una segunda causa de esterilidad (además del cierre a los estímulos externos), que se observa reiteradamente, y que no se encuentra del todo desligada de la existencia de un “consenso por el subdesarrollo”, en la experiencia argentina y latinoamericana, tiene que ver, con cierto desdibujamiento creciente del rol de las instituciones públicas en el Desarrollo; y sobre todo en la falta de comprensión de la necesidad de un conjunto de organizaciones públicas articuladas (estatales y para estatales), que dispongan de capacidad de acción, normas adecuadas, recursos suficientes, soporte tecnológico, personal entrenado y sobre todo: legitimidad, para poder incidir en los procesos sociales y en el espacio del mercado. No parece razonable suponer, que objetivos públicos se puedan conseguir exclusivamente con actuaciones privadas, por más que muchas de estas tengan valor público. Ahora bien, un Estado que actúa, regula, controla, dicta normas, aplica sanciones, reasigna razonablemente recursos, etc puede ser una incomodidad para quién tiene una situación ventajosa, para quien no quiere competidores, para quien tiene privilegios, para quien realiza una actividad controversial o decididamente negativa, para quien concentra un poder social excesivo, etc (o todo ello junto). En cualquier caso, preferirían o bien un Estado débil, en todas sus versiones (profesionalmente descalificado, económicamente desfinanciado, técnicamente atrasado, carente de una relativa autonomía política, etc) o intentar la cooptación del proceso político, o ambas cosas a la vez. Lo expresado no implica una toma de partido sobre el intervencionismo económico del Estado, que es otro tema; sino algo mucho más primario y quizás más difícil: recuperar la capacidad del Estado de articular fuerzas sociales y organizarlas en base a normas de origen democrático, evitando depender en 38 exclusiva de alguna de aquellas fuerzas en particular. Lo dicho tampoco implica una visión idealizada del Estado (en mi caso particular, el desencanto al respecto es grande y mis sospechas sobre las razones del incremento de actividades estatales por lo general también); pero lo cierto es que las alternativas existentes a una organización social fundada en una estatidad razonablemente autónoma son, sin dudas mucho peores. Los procesos concretos de cooptación política y control del aparato público, a los fines de evitar que el mismo se constituya en referencia para la organización social, y una fuente de análisis e intervención eficiente en la construcción del Desarrollo, por lo general se apoya en economías débiles, sociedades civiles también débiles, maniatadas o culturalmente marcadas por la represión y se consolida con la organización de formas de financiamiento de la vida política que la hacen altamente dependiente de empresas, corporaciones o del mismo control del aparato estatal, con la carga de deslegitimación que ello implica. Por eso mismo, a excepción de los EE.UU, los Estados con altos estándares de Desarrollo, destinan (aunque de modos muy diferentes) una adecuada y razonable cantidad de recursos al financiamiento de la vida política, fundando tal decisión en dos convicciones: a) El financiamiento público de la política, aún siendo oneroso, termina siendo más económico en términos sociales, que el financiamiento oscuro de la política. b) Una organización compleja como el Estado, requiere de políticos de profesionalidad para su manejo y tal profesionalidad no puede ser puesta en riesgo en cada recambio democrático, por lo tanto es necesario financiar la actividad política, tanto del oficialismo como de la oposición, o sea la actividad política en tanto tal, para evitar la desprofesionalización cíclica y costos de aprendizaje excesivos. 39 4.3.- Vanguardias reaccionarias. En tercer lugar, por si ya no fuera evidente la naturaleza conflictiva del Desarrollo, con el denominado Consenso por el Subdesarrollo, o con los problemas emergentes de unas instituciones públicas (no casualmente) débiles para intervenir, ha aparecido un problema nuevo: Y es que en sentido diametralmente contrario de aquellos que asimilan el Desarrollo con el Paraíso, en los últimos años se ha ido construyendo de la mano de ideas confusas, estadísticas caprichosas y mensajes catastrofistas; una visión primitivamente regresionista de la acción humana, que valora negativamente casi toda intervención sobre lo que se considera un “devenir natural”. La situación no sería especialmente preocupante, de no ser por el rol que juegan muchos medios de comunicación, a veces más proclives a estimular la espectacularidad (siempre a mano) que la reflexión. Además disponen de un banco enorme de imágenes impactantes, de situaciones generadas por intervenciones fallidas, para fundar expresiones igualmente impactantes, pero no siempre fidedignas. Sin dudas se trata de una tendencia, que nos interesa plantear, justamente para preservar la racionalidad en la reflexión sobre el Desarrollo. Desde ya que al tratarse de un fenómeno complejo y multicausado, el Desarrollo es vulnerable a las simplificaciones, y por eso, noticias aisladas, reflexiones sueltas y comparaciones no siempre felices, pueden exagerar los problemas (reales) que cualquier proceso de transformación genera. No es que se trate como en el primer caso planteado (“El consenso…”) de una difusa conformación política, sino más bien una tendencia cultural que al reivindicar el peso de la imagen como transmisor de información, por sobre los datos circunstanciados, va creando un conjunto de prejuicios con alta impacto en las futuras decisiones públicas. 40 4.4.- Preservación-explotación o administración racional. En cuarto lugar, no es menos conflictiva la convivencia entre dos convicciones crecientes, antagónicas y ciertamente irresolubles. Una “economicista” que sostiene que el único motor de cambio social sustantivo es el incremento de la tasa de inversión (por cierto imprescindible). Se trata de una simplificación “in extremis” del fenómeno del Desarrollo, que al tiempo que le resta riqueza a las respuestas organizacionales posibles que los retos del subdesarrollo impone; generalmente en América Latina degenera hacia modos grotescos de atracción de inversión extranjera. La otra posición “conservacionista” atribuye un valor crítico a los recursos naturales disponibles en un territorio, y su preservación o uso de beneficio público se lo pretende organizar desde visiones “cuasi monopolistas” o de uso preservado a “nacionales”. De más esta decir que una “preservación” exitosa en esa lectura dificulta en mucho el aumento de la tasa de inversión. La tensión preservación- explotación, demostrativa de un escenario conflictivo, es de difícil resolución en América Latina; porque no obstante todo lo que se pueda escribir sobre “uso racional de los recursos” y otras ofertas mediadoras; la debilidad institucional de la que hablamos arriba juega un rol clave, transformándose en la piedra angular de la imposibilidad de instalar pautas de comportamiento público adecuados a una conjugación de objetivos diversos (explotación/ preservación), a ser sistemáticamente evaluados. Es sorprendente observar como se trata de convicciones que construyen impedimentos severos al desenvolvimiento de los recursos, y las menos de las veces se hace suficiente hincapié en la posibilidad de actuación de una trama 41 institucional de regulación y control, que pueda constituir el principio de una solución. 4.5.- Participación, más que elecciones. En quinto lugar y como máxima demostración las dificultades que estamos exponiendo, esta la cuestión de la “Participación”, tan meneada en el mundo del “Desarrollo Local” y sobre todo tan desnaturalizada. Definir la “naturaleza participativa” de un Programa de Desarrollo, es conflictivo en muchos sentidos; es necesario tener en cuenta: a) ¿Cuándo un programa es participativo?, b) ¿Qué cuestiones conexas genera la participación en los asuntos públicos?, c) ¿Cuáles son los aspectos controversiales de la participación?. Empezaré con una pequeña anécdota: Recuerdo haber participado de reuniones de unos 30 vecinos en la Ciudad de Buenos Aires, en las cuales debíamos opinar y recibir información sobre la confección del presupuesto de la Ciudad respecto de nuestro barrio de 250.000 habitantes, y a ese ejercicio llamarlo “participativo” en virtud de algunos carteles que se habían colocado en la vía pública; aunque al menos los escasos treinta podíamos considerarnos ciudadanos. En sentido inverso he presenciado estadios llenos de personas convocadas sin saber a qué ni porque y sólo temerosas de alguna represalia o expectantes de algún beneficio a cambio. Si hay algo complejo en nuestras desencantadas y castigadas sociedades, es definir y perfeccionar criterios de participación; pero bien vale atender que algo no es “participativo” en función de un rótulo. 42 La participación y en consecuencia el denominado “empoderamiento” ó incremento a favor de la ciudadanía del conocimiento y control de los procesos que afectan el espacio público, no es obra de la espectacularidad, de los golpes de efecto o del amontonamiento; y en ningún caso es remedio para defectos públicos de otro origen; siguiendo con los dos ejemplos expuestos: un gobierno con un déficit de muchos años, y con problemas para resolverlo por incapacidad de cobrar adecuadamente los impuestos, no lo resuelve juntando gente en un escuela en horas absurdas para el 90 % de los ciudadanos; y en el segundo caso una gestión negadora de los servicios más elementales no se transforma en “participativa” por poder exhibir lo que no es más que una capacidad de extorsión inteligente. Como comparto la idea de “recuperar lo público” como espacio político, y como creo que el Desarrollo no es obra (exclusiva) de decisiones de gabinete político o empresarial, no puedo más que defender los intentos de expansión de la participación; con cuatro salvedades: a) la participación en las sociedades modernas, comienza por garantizar la buena información, b) la participación ciudadana, no exime a la organización estatal de sus obligaciones, entre las que se encuentra dotarse de capacidad técnica para enfrentar los problemas complejos que hacen a la calidad de vida, c) la movilización ciudadana es sólo una forma de participación, muchas veces imprescindible, y otras tantas no la más adecuada para el caso en cuestión, d) frente a problemas complejos, carentes de soluciones ideales, e imposibles de ser resumidos en dos posiciones, la participación asamblearia puede contribuir sólo relativamente a la búsqueda de soluciones, atento la necesidad de enriquecer la cuestión y generalmente la imposibilidad de simplificarla. El proceso de incremento de la participación, merece una reflexión desde la política por encima del impulso de momento. ¿Cómo puede participar la 43 ciudadanía hoy? ¿Qué aspectos logísticos, de lenguaje y de cultura asociativa hay que tener en cuenta? ¿Cómo proveo a todos los ciudadanos de información de calidad, para estimular su participación? ¿Cómo las instituciones públicas (gobierno y parlamentos locales) y las Organizaciones de la Sociedad Civil organizan conjuntamente un programa de incremento de la participación? ¿Qué exigencias al ciudadano, debe tener la participación actualmente? ¿Qué garantías jurídicas tiene el proceso de participación? Y además siempre tener claro que la participación no exime a las autoridades públicas de sus responsabilidades; sólo constituye un intento por recuperar el sentido de la vida democrática en sociedades muy complejas. Un programa de Desarrollo mal concebido no pasa a ser bueno porque se diseñe en un contexto participativo; pero a contrario sensu, uno bueno puede ser mucho mejor si en su diseño contó con la aportación de los ciudadanos. El contexto de la participación ha cambiado con el proceso de desindustrialización, hemos pasado del conflicto obrero-patronal por la distribución de la renta a la emergencia de nuevos conflictos de canalización menos estructurada (conflictos inorgánicos), sin instituciones coordinadoras -como en su momento eran los sindicatos- y muchas veces dirigidos frente a interlocutores inexactos o ante Administraciones incompetentes para la potencial solución del conflicto (conflictos asimétricos). El nuevo escenario de conflictos es de una enorme capacidad de “estrés sociogubernamental”, y ha expandido la reflexión sobre dos cuestiones estrictamente asociadas: la participación y el gobierno de lo público. Claramente ahora se añoran los mucho más predecibles y resolubles conflictos “de fábrica”; que el actual desafío de gestionar frente a reivindicaciones de un 44 colectivo disperso sobre temas públicos que muchas veces se resuelven en la esfera privada (como la discriminación por razones del ejercicio de la sexualidad). La nueva agenda social, excede la distribución de la renta como factor de conflicto, incorporando nuevos problemas, pero la capacidad de respuesta estatal no ha crecido paralelamente. La relación participación-gobernabilidad, lamentablemente, implica una lectura reduccionista, que instala la participación exclusivamente en el escenario conflictivo; cuando quizás el desafío es construir una cultura de participación, que naturalice instancias abiertas, para evitar esa idea reducida de “ciudadanía en la emergencia” que a su vez asocia gobierno exclusivamente con control de conflictos. Sin embargo, lo que parece elemental no lo es; entre otras cosas, porque el estímulo de la participación requiere de convicción democrática, de muchas acciones públicas, de un andamiaje complejo de decisiones. No se trata de decir “participen!” y problema resuelto (pensemos en escenarios con 1/4 de la población con problemas de empleo ó 1/3 con NBI). Una buena política de promoción de la participación pone en juego: el conocimiento de los hábitos ciudadanos, la escala de gobierno a cargo de los temas públicos (la descentralización en grandes ciudades, es un tema significativo), la continuidad en las acciones, la simplificación de algunos hechos participativos, etc. En cualquier caso y aún con sus reconocidos defectos, el funcionamiento de unas elecciones democráticas, regulares, con pluralidad de candidatos que tengan garantizado un mínimo acceso a los medios de comunicación; es el primer eslabón de participación a garantizar (y por cierto a perfeccionar). Y aunque son ciertamente insuficientes, no hay que caer en la desvalorización de las mismas. 45 La paradoja del sistema político argentino, es que aún en una situación de extrema debilidad y no reconstituida razonablemente la confianza ciudadana en las instituciones; ningún sector sustantivo de la vida pública se plantea como eje central movilizar a la ciudadanía en términos de una participación creciente y de calidad; quizás confiando excesivamente en la fase expansiva del ciclo económico, como factor estabilizador del proceso político. A los muchos y trillados motivos de la baja participación y de las participaciones fallidas, no hay que restarle: la insuficiencia de las categorías con que se convoca a ser parte y la incapacidad del Estado y los actores públicos en añadir creatividad a los procesos de participación. Muchas veces se cree que participar es sólo levantar un brazo; cuando en realidad eso debería ser en cualquier caso sólo un colofón de ser parte de una vida pública compartida y con sentido. Uno de los secretos de cualquier política de participación es “observar” como los ciudadanos actúan en el espacio público; porque participar no debe ser un hecho “contranatura”. Lo más fácil desde la Administración es repetir clichés. Por ejemplo, en vez de repetir sin demasiado fundamento que los jóvenes “ya no se agrupan”, analizar mejor que agrupaciones producen y si corresponde estimularlas. Aunque parezca trivial, hoy el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, a pesar de que decenas de chicos se juntan en cientos de esquinas de la misma a practicar “skate” es incapaz de adaptar 10 plazas para que tengan lugares adecuados, para hacer lo que les gusta y los socializa, y para que la lectura de lo público no se reduzca al policía que sistemáticamente los fastidia con preguntas y requisas. Es sólo un ejemplo de las miles de situaciones cotidianas que podrían ser objeto de una mirada pública, lo que a su vez generaría un entorno favorable a una cultura de participación. 46 4.6.- Las barreras invisibles. Luego de todo el repaso de situaciones socio-políticas; me fue quedando claro que, aún antes de analizar los recursos naturales o financieros, antes de ver como se encadenan procesos productivos, antes de evaluar la conectividad física y el soporte logístico de la actividad económica, etc existían y existen otros problemas que constituyen un límite al Desarrollo. En aquellos territorios mencionados arriba, aquellos de razonables posibilidades y consensos aparentes pero estériles; el desarrollo no ha sido posible por muchos motivos, entre los que no hay que dejar de destacar: a) la existencia de oposición al Desarrollo. La existencia cierta, muchas veces de un “consenso por el subdesarrollo”, al menos de los actores sociales incluidos (la voz de los excluidos es en esos ámbitos casi inaudible). Se trata de un consenso que adopta muchos ropajes, a veces es la defensa exagerada de modos de vida contra el cambio o de privilegios de aldea por ejemplo: mano de obra doméstica disponible a precios de vergüenza. A veces son reflexiones que vienen de la mano del fatalismo o del miedo, e incluso la exacerbación de los riesgos, muchas veces ciertos, que el Desarrollo implica; lo cierto es que más allá de posibilidades y condiciones económicas, no aparecen las fuerzas intangibles que son parte de un proceso de Desarrollo (búsqueda de beneficios materiales y su distribución, gobierno sobre el entorno y sobre los recursos críticos, incremento de la capacidad innovativa, etc). b) Una significativa, creciente y lamentable desvalorización de la vía institucional, como fuente de construcción de alternativas para el mejoramiento de la calidad de vida, c) El peso creciente de una cultura de pesimismo civilizatorio, negadora de los beneficios de la acción humana, y especialmente de los beneficios de la acción colectiva organizada y exaltadora de los riesgos y problemas de las transformaciones que puedan 47 proponerse, d) En cuarto lugar, las dificultades para crear un equilibrio entre las necesidades de uso y explotación de los recursos y los criterios de su cuidado o preservación. Especialmente las dificultades de generar un debate público calificado al respecto, como fundamento de soluciones institucionales estables, e) la existencia de barreras concretas a la participación no suficientemente problematizadas por los sectores que constituyen la “oferta política”, al menos en el caso argentino. Con todo, debo destacar que el “consenso por el subdesarrollo” es por lo general una actitud que contiene cierta racionalidad (aunque nos duela). Quiénes lo sostienen sospechan, con razón, que un proceso de Desarrollo se sabe como comienza pero no como termina; y si quienes así piensan están bastante satisfechos con sus vidas y realidades: ¿por qué abrir la “Caja de Pandora”?. Es una postura cómoda, útil y racional. O al menos, más racional que pensar que el Desarrollo mejora la situación de todos y no afecta a nadie. Por cierto ese anti-desarrollismo “de letargo”, es una actitud y un razonamiento primario y cínico, desligado de la penosa realidad de muchas personas; y además parte de una visión aislada de la realidad y el territorio; suponen, increíblemente, que nada que pase extra-territorio alterara al mismo, y en esa convicción pretenden evitar con “nuevas murallas” (más mentales que económicas o políticas) las influencias desestabilizadoras de un mundo en plena transformación.11 Hay que destacar a los actores del “Consenso por el subdesarrollo” como los primeros en advertir que el Desarrollo es un orden conflictivo. Ellos saben que jóvenes con empleos y recursos son más cuestionadores que sin empleo, ellos saben que resueltas las necesidades primarias las demandas sociales “van a 11 Muchas de las fuerzas políticas globafóbicas, son de raíz decididamente conservadora, reaccionaria y xenófoba. 48 más”, ellos saben que sin desempleo el debate sobre el ambiente toma otro rango, ellos saben que mejor acceso a la información hace menos sostenible las desigualdades injustificadas, etc, etc, en suma ellos sí saben que el Desarrollo no es el paraíso y prefieren “contener” y controlar una sociedad subdesarrollada que asumir el riesgo del Desarrollo. Concebir el Desarrollo como un escenario conflictivo, no es antojadizo; surge tanto de la observación de las evidentes tensiones que se generan ante cada cambio, como de la comprensión de que los cambios sociales requieren de un esfuerzo social adaptativo muy intenso, no existiendo siempre elementos (calidad de liderazgo, cultura de dialogo, o incluso excedentes a distribuir, etc) para que tal proceso no sea traumático. Por ello, simplemente no se me ocurre que el cambio entre un orden social subdesarrollado y uno desarrollado pueda hacerse sin conflictos. Párrafo aparte merece la capacidad de una sociedad para procesar los conflictos de modo inteligente, para comprender fenómenos nuevos, para movilizarse anticipadamente, etc. 4.7.- Desarrollo como construcción de ciudadanía y como orden conflictivo. Calidad institucional y problemas conceptuales. Vincular el Desarrollo con la construcción de ciudadanía y pensarlo como un orden conflictivo, tiene infinitas derivaciones; entre las que corresponde destacar, la incorporación de la calidad institucional como elemento constitutivo del Desarrollo. En efecto, no parece razonable suponer, a esta altura de la experiencia, que cuando afirmamos “construcción de ciudadanía” nos referimos exclusivamente al número y la amplitud de derechos escritos establecidas en un cuerpo 49 normativo. La dependencia absoluta para la vigencia de la ciudadanía, de la existencia de otros factores, nos remiten a la cuestión de la calidad institucional. Se podrían enumerar decenas de factores que integran el concepto de calidad institucional. Desde una visión “estatalista” del concepto: la existencia de un Poder Judicial independiente, calificado profesionalmente y financiado razonablemente; hasta el cumplimiento estricto de los procesos de formación de normas, las garantías existentes para la pluralidad en el acceso a la información y la posibilidad de su difusión, el adecuado respaldo presupuestario a las políticas públicas destinadas a materializar los derechos consagrados, entre otros. Desde una visión más amplia: la confianza que los ciudadanos tienen en las instituciones, el comportamiento cívico de los ciudadanos, la representatividad de las instituciones de la Sociedad Civil, etc. En función de eso, hay tres aspectos importantes a destacar: a) Así como puede sostenerse que la calidad institucional es un elemento constitutivo del Desarrollo, también hay quienes sostienen que la calidad institucional es una resultante del Desarrollo; como veremos abajo la diferencia no es menor. b) Se ha extendido con bastante éxito en Argentina, en mi parecer erróneamente, la idea de que la calidad institucional se relaciona con la inmutabilidad normativa ó exclusivamente con la formulación de normas proclives a mejorar el funcionamiento del mercado. Quizás el error se haya originado en algunas posiciones formadas en la “especial” experiencia de la salida de la convertibilidad. c) La relación entre calidad institucional y calidad de crecimiento económico. El primer aspecto, al parecerse bastante una versión sofisticada del “huevo o la gallina”, es sin embargo algo delicado. Quiénes pensamos que la calidad institucional es un elemento constitutivo del Desarrollo en el fondo lo que 50 hemos hecho es des-vincular parcialmente el Desarrollo de una visión coyuntural del ciclo económico, además de dejar de considerar la evolución económica como un fatalismo (no todos los países que coyunturalmente crecen van al Desarrollo, ni todos los que coyunturalmente decrecen van al Subdesarrollo). A la inversa, en algún sentido creemos que en definitiva el Desarrollo es una construcción “más cultural”, y que de la existencia de ciertos valores, del impulso a ciertas actitudes, de las convicciones compartidas en términos de una conciencia extendida respecto del sentido de la vida colectiva, se derivan resultados económicos no coyunturales. Además creemos que la calidad institucional depende menos de la riqueza disponible, que de la matriz de constitución del Estado y de las relaciones Estado-Sociedad (como ejemplo palpable, veamos el irresoluble problema de la mafia en la “rica Italia”). Lo dicho no quiere decir que los recursos económicos no tengan ninguna influencia en materia de calidad institucional, simplemente que no son el único factor determinante. En concreto: el Desarrollo no tiene tanto que ver con los recursos materiales que se disponen, sino con lo que las Sociedades hacen con esos recursos. En contrario quienes creen que la calidad institucional es una resultante del Desarrollo, en el fondo piensan que el conjunto de garantías que de la calidad institucional se derivan son una exclusividad “de los que pueden”. Y aunque es estrictamente cierto que una sociedad “más rica” esta en mejores condiciones de financiar iniciativas que hacen a la misma, no es un determinismo probado (el caso de los países árabes petroleros parece ser una demostración suficiente, no?). Ambas visiones pueden considerarse de algún modo, complementarias e insuficientes; y aunque corresponde escapar de perfeccionismos y de visiones 51 ingenuamente peligrosas que suponen que cualquier Estado puede garantizar en toda circunstancia un nómina siempre creciente de derechos (más propio de un desahogo que de una construcción); creo que la primera opción, exige a los diseñadores de políticas, siempre preguntarse sobre la cuestión central de la ciudadanía, a la hora de tomar decisiones, sin postergarla para un después muchas veces inalcanzable. La segunda cuestión, referida a identificar la calidad institucional con cierta estabilidad normativa; es sin dudas un problema “de época”. Si bien no cabe duda de lo altamente pernicioso que es la mutación sistemática de normas y la existencia de regulaciones que alteren permanentemente las reglas de juego del proceso económico; de ello no se deriva que su contraria: la rígidez normativa y la aceptación incuestionada de las reglas de mercado, sean una virtud. Muchas veces pueden esconder, detrás de un discurso “institucionalista” la velada intención de conservar privilegios, de mantener un statu quo inaceptable o de fundar en cuestiones, sin dudas discutibles y modificables en toda sociedad sana, un discurso “pétreo” (único), intentando limitar la capacidad social de construcción de alternativas. Y es tan nocivo para el Desarrollo: a) un contexto normativo volátil y maleable, que permite la corruptela de la proximidad al funcionario que interpreta las normas en su aplicación, como b) un contexto rígido en materia instrumental (acepto las rígideces propias de la civilización que vivimos), que impide no sólo al Estado actuar, sino que de algún modo se interpone a la idea de “cambio consensual”, estimulando las transformaciones “vía crisis terminales”; y c) por último es también muy negativa la visión que le resta todo valor a las normas y al modo de su modificación; considerando sólo importante que se generen condiciones de crecimiento económico. A izquierda y derecha, existen concepciones de tendencia “anómica”, que minusvaloran procedimientos, reglas 52 y formas. Se trata de una devaluación de la idea de “mediación política” (las normas en definitiva son una consecuencia de un proceso político deliberativo), donde lo único que vale es el objetivo sectorial o individual. La tercera cuestión que relaciona calidad institucional y calidad de crecimiento económico; refiere indirectamente a una nueva división internacional del trabajo y sus derivaciones. Porque según las estadísticas frías, pareciera no haber demasiada relación entre tasa de crecimiento pura y dura y calidad institucional (considerada más allá de la “seguridad jurídico-mercadista” o de la “estabilidad en las reglas de juego”); son decenas los casos de autocracias “exitosas” y a la inversa de democracias quebradas. Tal constatación es la que lleva a pensar que los territorios “sólo” deben adecuarse a las demandas de los flujos de capitales, bajo el razonamiento que dice: atracción de capitales = mayor nivel de actividad e incremento de la eficiencia económica = Desarrollo. Se trata de un razonamiento muy parcializado; porque lo que poco a poco se va evidenciando con mayor fuerza, es que el “flujo de capitales” no responde a una sola lógica. En concreto: la especulación con bonos de corto plazo, las inversiones en I + D, la instalación de plantas industriales, etc; se apoyan en flujos de capitales que responden a distintas lógicas. Y cada vez más se insinúa la máxima: “capitales de alta calidad buscan destinos de alta calidad, capitales de baja calidad buscan destinos de baja calidad”. Además la calidad institucional del destino condiciona las reglas de desarrollo de las actividades, ¿por caso alguien cree que el comportamiento ambiental de las compañías petroleras es idéntico en el Mar del Norte y en Nigeria? 53 En esta concepción, la calidad institucional opera como un “selector” de inversiones; buscando una atractividad direccionada. Y es lo que explica el crecimiento de países en teoría “muy caros” (como el caso de Finlandia ó Gran Bretaña) El estándar institucional elevado es un mecanismo de selección de capitales en términos de calidad; porque es un factor de decisión en la inversión de largo plazo, tan fuerte como es la rentabilidad en el corto plazo. Y sin dudas, contar con normas adecuadas, con tradición de respeto a los procesos en la modificaciones normativas, con un Poder Judicial independiente, etc, son muy importantes a largo plazo. Pero además de dicha “calidad institucional-macro”, en una concepción territorial del Desarrollo importa la “calidad institucional–específica” o sea el conjunto de condiciones institucionales de desenvolvimiento de una actividad (por ejemplo: ¿cuál es la relación Universidad- empresa en dicha actividad? ¿es el tratamiento fiscal discriminatorio? ¿hay estímulos a la internacionalización de la actividad?). Tal calidad institucional “específica” es la construcción de un conjunto de relaciones formales e informales, cuyo fin es (en un mundo incierto) crear mecanismos de predecibilidad e incremento de la eficiencia; que hacen que un sitio, un territorio sea más atractivo que otro para tal actividad, generándose, desde las instituciones y no desde la naturaleza, ventajas de especialización y aglomeración (como veremos en el capítulo 7), siempre compatibles con el ejercicio pleno de la ciudadanía. 54 5.- El gobierno de lo local. Lo que conocemos por “gobierno local” no tiene una presentación homogénea a escala global, y no ha sido igual a lo largo del tiempo. Ahora mismo, somos testigos de una revalorización del gobierno local, y es importante comprender porque sucede. Además de remarcar que si bien como dijimos en el Capitulo 3 “Desarrollo Local” no es sinónimo de “Desarrollo Municipal”, sería absurdo ignorar el importantísimo rol del Municipio como generador de condiciones de Desarrollo, cuestión sobre lo que se ha estudiado y reflexionado mucho en los últimos años. En principio debe destacarse que antes del nacimiento de cualquier estructura política de mayor escala o sofisticación, el primer “nivel de gobierno” construido por las primitivas sociedades, él que fue determinando lentamente la separación del espacio público del privado, fue obviamente el nivel de la “gestión de proximidad”. En un primer momento ese gobierno primario, era “todo” el gobierno. Y fue así, porque hasta la aparición de ciertas tecnologías, que pueden romper la barrera de la distancia, hay una cantidad de cuestiones públicas de lo más elementales que sólo pueden resolverse “en territorio” (la limpieza, la seguridad, etc). Pero además de ese principio de eficacia, la cercanía era fuente de una primitiva representación, y no hay que soslayar la fuerza de la identificación con el lugar como fuente de pertenencia. Eficacia, representación, pertenencia fueron pilares de los primeros gobiernos locales. Así mucho antes que los Imperios clásicos y que los Estados Nacionales modernos, se constituyeron centenares de gobiernos de pequeña escala o de 55 aldea, sobre los que la historia se ha ocupado realmente poco y generalmente mal. Estos gobiernos se originan en el asentamiento poblacional y justamente van dejando atrás la estructura clanica basada en la co-sanguinidad, atento que la misma territorialización genera referencia y atractivo y da lugar a la mezcla, a la coexistencia permanente de personas de distinto origen (aunque sea cercano), con distintas historias, referencias de poder y normas12. Como vemos claramente, gobierno de proximidad, territorio y ciudad, son conceptos que se entrelazan en el tiempo, y si bien hoy conocemos gobiernos locales “prácticamente” rurales, esta claro que el origen del gobierno local es la Ciudad, el hecho urbano, el asentamiento en el espacio, la apropiación del mismo y la generación conceptual de espacio público y privado, como situaciones diferenciadas. El fenómeno urbano, su gobierno y las condiciones para el desarrollo local no son cuestiones disociadas; sino al contrario son la manifestación de un sistema de relaciones “gobierno/ economía/ organización territorial”, que se ha separado como objeto de estudio siguiendo la tradición racionalista, pero que indudablemente a veces es bueno reconstruir como unidad de análisis. Nuestro actual orden territorial es de “centralidad urbana”, donde las Ciudades ven potenciados sus históricas funciones de concentración, logística y nudo de información, por el peso creciente que en la economía informacional tales roles implican y en función de los mismos organizan el territorio. 12 La exaltación mitológica de los enfrentamientos entre tribus latinas como origen de Roma, remite a la situación que hacemos referencia. 56 Así como en algún otro momento el rol articulador de la ciudad se vinculaba a la provisión de seguridad o a la conectividad física, ahora su rol es el de administrador y organizador de información, como insumo de agregación de valor y calidad de vida. Las ciudades que hoy conocemos -muy diversas entre sí-, se dividen básicamente en tres “tipos” conforme los impactos territoriales de los sucesivos cambios tecnológicos. La distinta naturaleza de cada “tipo” obviamente afecta su gobierno. Siguiendo una “clasificación europea”, que creo es útil universalmente salvo excepciones, tenemos: a) La ciudad clásica, que en Europa por lo general es Medieval o Barroca y en América Latina son las ciudades coloniales, en todos los casos cuando estas aún mantienen su fisonomía, circunscriptas con claridad en el espacio, de dimensiones poco afectadas por la aparición del automóvil y por lo tanto relativamente transitables a pie. Fueron (son?) ciudades muy segmentadas socialmente, de “roles predeterminados” y de una baja o nula conflictividad ó de desbordes inorgánicos13. En ellas por lo general el Municipio representa su gobierno de proximidad sin mayores problemas y en el caso latinoamericano ese gobierno alcanza generalmente un área rural circundante donde la influencia urbana es significativa. b) Un segundo tipo de ciudad, es la ciudad metropolitana, claramente conformada por una “ciudad central” y su conurbación, como expansión del impacto demográfico de las migraciones generadas por la industrialización. Es una ciudad con mayor dispersión espacial, que tiende a especializar el uso del suelo en función de actividades de convivencialidad incompatible (por ejemplo 13 Nuevamente nos ayuda el arte a explicar la realidad; el caso de la obra de teatro de Lope de Vega “Fuenteovejuna”, es claro como muestra de la explosión de la inorgánica conflictividad aldeana a la que hacemos referencia 57 la residencia y cierta producción). Una ciudad donde la movilidad urbana depende de medios mecánicos; y donde la conflictividad se organiza en torno a la distribución de la renta del proceso industrial (conflicto de clase obrero/ patronal). Es una ciudad con mayor movilidad social, y con una conflictividad muy organizada donde la diferenciación social se fundaba casi exclusivamente en los niveles de ingreso. Estas ciudades han creado instituciones metropolitanas para resolver problemas de esa escala (movilidad, residuos, prestaciones sociales, etc); aunque hay casos como Buenos Aires, que aún no lo han logrado darse este tipo de organización. c) Un tercer tipo emergente, es la Ciudad de la era de la información. Claramente los cambios en la base productiva, la disminución de la producción industrial en las conurbaciones de las metrópolis más dinámicas del mundo y el incremento de actividades terciarias de alta calidad (diseño, consultoría, procesamiento de información, actividades de investigación, seguros y servicios financieros, inmobiliarias, marketing, etc), sumadas a la capacidad de llevar adelante muchos aspectos de gestiones complejas a una relativa distancia, comienzan a dar lugar a un nuevo tipo de Ciudad cuyas características aún se están definiendo, pero que implican una resignificación del espacio urbano, vinculado al uso intensivo de Internet, a nuevas posibilidades de movilización (vuelos low cost y trenes de alta velocidad en Europa); por lo tanto se trata de una Ciudad del espacio discontinuo, de las pertenencias fragmentarias, de las clases medias neo-nómades, del bilingüismo extendido y crecientemente de la invisibilidad de los excluidos. La necesidad creciente de que la ciudad se constituya en un espacio-nodo de agregación de valor por la vía de la capacidad de procesamiento de información, requerirá de nuevas políticas públicas urbanas vinculadas a la retención de capacidad humana, la generación de entornos de conocimiento, la oferta de 58 calidad de vida para todos, dado que la misma será motivo de migración para quiénes tengan mayores calificaciones. El gobierno de este “tercer tipo” de Ciudades es un verdadero desafío para la política y para la teoría; ya exceden la escala metropolitana, su economía es dinámica y fluctuante, su espacio requiere de enormes soportes infraestructurales y su conflictividad (superada la era industrial) se vincula más a emergencias colectivas no vinculadas a la producción, mal denominadas “tribales” (modos de vida que reivindican derechos políticos: por ejemplo el colectivo gay) o a demandas estrictamente de pertenencia o inclusión, de colectivos con bajas posibilidades de integrarse dignamente a la nueva economía (como es en Argentina el movimiento piquetero). Por supuesto que una tipología es simplemente eso y que cada Ciudad es una realidad diferenciada; pero está claro que cada tipo de ciudad (clásica, metropolitana, informacional), ha ido constituyendo su modo de gobierno; y también ha ido construyendo su relación con el “aparato estatal” como un todo; una relación sustantiva si queremos entender la recuperación de un rol significativo de los gobiernos locales como promotores del Desarrollo. Como ya hemos insinuado, el desarrollo local no es una tarea exclusiva y excluyente del gobierno local, ni implica la consagración de cualquier localismo; pero sí debe representar una resignificación del gobierno local, desde roles meramente de servicios de proximidad, hacia la construcción de condiciones de Desarrollo vinculadas a la oferta económica de la ciudad y el entorno, al soporte de infraestructuras adecuadas, a condiciones de cohesión que disminuyan las fuentes de conflictividad y sobre todo de estímulo a la innovación, no sólo económica, sino política y cultural también. 59 Y para hacer estricta justicia con el municipalismo latinoamericano, cuyos reclamos históricos son sistemáticamente postergados por los gobiernos centrales (autonomía, mejor financiación, recuperación o transferencia de servicios –con sus recursos-, etc); digamos que en América Latina, la mayoría de los gobiernos locales aún no están siquiera en condiciones de gestionar razonablemente los servicios de proximidad. Las pequeñas ciudades en general por déficit de capacidades organizacionales (y no solo financieras), y las grandes ciudades por la magnitud de su crecimiento persistente y la insuficiencia de gobierno sobre los procesos urbanos a dicha escala (no estaría del todo mal, mirar un mapa actualizado de sus áreas metropolitanas y preguntarse ¿quién gobierna Méjico D.F, Sao Paulo o Buenos Aires?). Queda claro, que la visión que reduce el gobierno local a “mera Intendencia” debería archivarse y dar paso a la comprensión de que el gobierno local es cualitativamente diferenciado de los restantes niveles de gobierno. Y esa diferencia se nutre de dos aspectos: a) competencias específicas, b) mayor incidencia en las que no le son específicas, en razón del conocimiento que se deriva de la proximidad; práctica que no es muy habitual sobre todo cuando las Administraciones Nacionales o Provinciales actúan sobre el territorio con “demasiada independencia” de los impactos locales de su acción. Sin embargo, un “gobierno local más amplio”, tiene algunas limitaciones para ser instalado. Hay dos de naturaleza objetiva: la restricción fiscal14, y la restricción técnica, dada la baja inversión en capital humano en la mayoría de dichos gobiernos. Pero es interesante destacar una restricción derivada de la cultura política, que se vincula a ambas, y es la propia visión de “Intendencia” de los gobiernos locales (como administrador de fondos que le vienen dados de 14 En Argentina la suma de las erogaciones de las casi 2.300 municipalidades (con exclusión de la Ciudad de Buenos Aires, por su peculiar naturaleza jurídica), alcanzan entre el 7 y el 8 % del gasto público consolidado de los tres niveles de gobierno. En España esa cifra se eleva al 12 %, en Alemania supera el 30 %. 60 afuera), y en tanto tal impotentes para asumir una agenda de trabajo más extensa en materias como la promoción económica. Un proceso de “re-localización” de la gestión pública, implica repensar la organización territorial federal15, el cuadro de competencias, las facultades fiscales y la responsabilidad fiscal de los distintos niveles de gobierno, el sistema de coparticipación, etc. Todo lo dicho implica una fuerte discusión sobre el poder. Gobiernos locales más amplios y autónomos no surgirán en tanto no exista una demanda en dicho sentido. En cualquier caso en argentina, hay algunas patologías “centralistas”, inaceptables ya no en un país federal, sino sencillamente en un Estado sensible a la cuestión territorial. Como ejemplo tomaré dos temas: a) la vivienda pública: las Municipalidades son actores secundarios en definiciones claves (tipología de vivienda, localización, etc) y en la mayoría de los casos objeto de modos de relación cercanos a la extorsión; b) la gestión de infraestructuras significativas (puertos, aeropuertos, nudos logísticos), donde los gobiernos locales no participan en absoluto. Así como arriba señalamos que “Desarrollo Local” no era sinónimo de Gobierno Local; está claro que sin gobiernos locales fuertes, es muy difícil creer que una “inteligencia central” pueda resolver los problemas (tan diversos) de todo el territorio. Generalmente la segunda opción termina en un sistema de preferencia por pertenencia política, que no solo lesiona la legitimidad democrática y condena a los ciudadanos a la incredulidad en su voto y en las autoridades locales; sino que además tiende a las respuestas homogéneas y carentes de creatividad, para todas las situaciones similares. 15 En un reciente artículo publicado por el diario “La Nación” de Bs As.(18/07/2001) Titulado “Unitarios y Federales del Siglo XXI” el Lic. J.J. Llach destaca la necesidad de avanzar en un proceso de esas características. 61 5.1.- La ciudad como soporte de la actividad económica. Si bien la importancia de la ciudad como actor económico no es discutida; sí es relevante poner en juego ¿qué ciudad es la generadora de Desarrollo o bien qué modelo urbano es generador de ciudadanía? La pregunta es especialmente pertinente para América Latina, que actualmente está viviendo otra oleada de “explosión urbana”. Crecientemente el mundo se está organizando como una red jerárquica de ciudades de distinta escala e influencia; y esa tendencia, al parecer inevitable, debe ser un insumo de políticas públicas. En ese sentido, corresponde señalar que el crecimiento incontrolado de las ciudades, es un generador de deseconomías muy significativas y por lo tanto obligan a repensar la política urbana. Si bien en las agendas políticas latinoamericanas “la cuestión de la ciudad” aparece desplazado de las prioridades; corresponde insistir en la necesidad de defender ciertos principios urbanos para que la ciudad pueda ser entorno de una economía dinámica y de una ciudadanía inclusiva. a.- La revalorización del espacio público. El espacio público material y conceptual en principio es el lugar del hecho urbano, de los intercambios, del diálogo, de la política, etc. Y por lo tanto merece ser de calidad, funcional, suficiente y agradable; debe invitar a la vida ciudadana. Donde no hay espacio público hay menos ciudad y también menos ciudadanía. Los espacios abiertos, los viarios, los equipamientos, etc. deben ser manifestación de una preferencia por la vida asociada. Por lo demás si las diferencias sociales (en el actual estado de cosas) pueden exhibirse con toda crudeza en el espacio privado, podemos hacer del espacio público calificado un lugar de igualación y valoración ciudadana. 62 La inversión en creación y mantenimiento de espacio público, es una de las buenas maneras de darle sentido a la actividad estatal. b.- La consciencia de finitud de los recursos: La ciudad es un espacio de consumo intenso de recursos que son escasos (suelo, agua, aire, etc.). Muchas veces la propia ciudad crea una cultura de tanta distancia con el entorno natural, que pareciera que tal finitud no existe. Hay casos absolutamente absurdos (como el extendido uso del agua para baldear las veredas en Buenos Aires). Debe ser un precepto urbano de primer orden la consciencia sobre la finitud de los recursos y la idea de responsabilidad en el uso de los mismos. Algunos sectores acomodados de América Latina identifican su bienestar con el derroche (en Venezuela la nafta, en Buenos Aires el agua de las piletas, en el resto de Argentina el suelo, en Méjico el urbanismo desenfrenado sobre su litoral marítimo, etc). Ahora bien, el uso racional de los recursos exige ciertas medidas: el control del crecimiento urbano y la administración del suelo urbanizable a los fines de evitar movilidades extensas y masivas fuera de escala (como sucede en los EE.UU, con su costo económico y ambiental); es imprescindible crear una cultura de densificación de la ciudad16, un uso razonable de las infraestructuras como organizadoras de la misma, la recuperación pública (o el mantenimiento) de los espacios de calidad natural (como el caso de las riberas de ríos y lagos que en muchas ciudades argentinas han sido “privatizados”, sin norma alguna). c.- Prioridad absoluta de los medios de transporte público. Una ciudad sin movilidad es una ciudad mutilada. Y una ciudad que depende para mover sus recursos de los medios privados va rumbo a ser insostenible y fragmentada. Destinar recursos a la calificación del transporte público, a la ruptura de la barrera cultural que atribuye “status” al transporte privado, es indispensable. Dados los beneficios imposibles de contabilizar que genera un buen sistema de 16 Conforme Informe para la Unión Europea del año 2006 (“Urban sprawl in Europe. The ignored Challanged”). 63 transporte público (menor pérdida de tiempo, menos accidentes, menos polución, etc), es defendible la existencia de subsidios razonables y bien direccionados en ese sentido. d.- Construcción de policentralidad. La ciudad “radial” refleja una incapacidad de parte de las Administraciones Públicas y de la sociedad, para generar alternativas de actividades, flujos y hechos emblemáticos que constituyan “nueva centralidad”. Las ciudades post-industriales requieren de la policentralidad, como las ciudades pre-industriales requerían de la centralidad y la concentración. Una ciudad de muchas centralidades amortiza mejor sus infraestructuras, garantiza servicios extendidos, levanta la barrera de la distancia sobre sus periferias y sobre todo lucha contra la idea “centro-periferia”. e.- Equipamientos suficientes: Una ciudad no son sólo sus equipamientos, como a veces equivocadamente se cree (si no ver los equipamientos de Brasilia en relación a su uso); pero una ciudad sin ellos no tiene como soportar las actividades ciudadanas, incluyendo las económicas. Sin calles asfaltadas, sin escuelas, sin centros de salud, sin una Terminal de ómnibus, sin aeropuerto, la vida urbana tiende a desaparecer. Por supuesto que los equipamientos pueden ser públicos o privados y que la gestión de los mismos puede ser rentable; pero en algunos casos es indispensable una “mirada pública” sobre los equipamientos, porque muchos de ellos son de una necesidad extrema aunque no constituyan negocio alguno y su ausencia condiciona decisiones de inversión y el desenvolvimiento de toda la actividad económica. f.- Sostenimiento de espacios de socialización comunes y masivos: una ciudad para ser tal, también requiere que sus ciudadanos se consideren parte de la misma. Se trata de un intangible de gran valor. Las “emergentes” ciudades fragmentadas de América Latina son el reflejo material de una sociedad que ya estaba fragmentada. La ruptura de la ciudad de todos, tiene un costo directo y otro a plazo (que aún no imaginamos hasta donde puede llegar). Reconstruir la 64 ciudadanía compartida, implica asumir el desafío de hacer una ciudad educadora e integradora. Son indispensables los espacios de socialización comunes y masivos (como en algún momento lo fue en Argentina la educación pública de calidad), y la estructura urbana debe reconocer esta necesidad, en sus paseos, en sus ofertas culturales, en su comunicación. 5.2.- ¿Qué es “lo local”? No es estrictamente pertinente el debate acerca del alcance de las competencias locales, desde que es una materia decisivamente modificable y plausible de muchas soluciones, conforme cada contexto. Hay gobiernos locales, como el de la Ciudad de Nueva York que, administra uno de los Puertos de mayor tráfico del mundo, hay gobiernos de similar escala que casi no gestionan infraestructuras y en el otro extremo hay pequeñas localidades que cumplen bien su rol desarrollando una treintena de funciones básicas indelegables (la recogida de residuos, la iluminación, el control del tránsito, las pautas de construcción, etc). De todos modos, es bueno tener claro, que el proceso de “expansión de lo local”, constituye un escenario de tensiones, y a pesar de lo sostenido arriba acerca de los “desvíos centralistas”, en estos momentos hay una expansión de “lo local” en América Latina. Ese proceso, mal que nos pese a quiénes nos dedicamos a estas cuestiones; no es fruto de una convicción política, ni de una teoría, ni de una revalorización de la democracia de proximidad; todo lo contrario, es mayoritariamente fruto del fracaso más rotundo de modelos de organización estatal dis-funcionales. En la mayoría de los casos, se trata de una ampliación aluvional y jurídicamente anómala de las funciones de los gobiernos locales, ante el abandono absoluto de otros niveles del Estado. Así en Argentina hay municipalidades que tuvieron que encargarse de gestionar espacios abandonados que no le corresponden –un clásico son las estaciones ferroviarias-, contribuir con la lucha fitosanitaria, 65 gestionar la instalación de una Universidad y otras cuestiones, al menos históricamente no consideradas locales. Para no sentirnos exclusivos (los argentinos), digamos que es un fenómeno que con diferente intensidad y característica está bastante extendido. La expansión de lo local como “parche” de un modelo agotado, no es en absoluto una buena noticia. Lo cierto es que con este proceso como es habitual, las crisis permiten cambios que ninguna teoría alcanzaría a producir. La constitución piramidal del Estado en América Latina, la intensificación de su rol inversor, habilitador del espacio y formulador de políticas universales (también en términos territoriales) en países extensos con enormes espacios despoblados y muchos de ellos en su momento sin burguesías emprendedoras; respondía a una lógica de “inclusión territorial”, pero sin dudas fue rápidamente degenerando en varias dis-funcionalidades. Mantener restricciones económicas y políticas sobre la posible expansión de los gobiernos locales, es una forma poco sutil de control político, que no tardará en manifestarse como fuente de problemas agudos; y además muestra una cierta incapacidad del sistema político de articular lo diverso, mostrándose más proclive a la lógica vertical de la subordinación que a la horizontal del consenso. Pero, ¿y hasta dónde debe llegar la expansión de lo local? Con la concepción federalista heredada de la Revolución Americana, se fue extendiendo la idea que luego se denominó “principio de subsidiaridad territorial”, mediante el cual se sostiene que cada necesidad definida como pública debe ser resuelta por el nivel de gobierno “más próximo” al ciudadano “que estuviera en condiciones de resolverla”, correspondiendo, en dicha concepción teórica la “delegación” al nivel superior, sólo cuando ello derivara en una mejor respuesta pública. 66 La subsidiaridad así planteada implica muchas cosas: a) una cierta idea de “naturalidad” del gobierno local17, b) una visión del gobierno del Estado central, como gobierno distante, c) las funciones públicas en principio corresponden al gobierno próximo, d) la existencia de una restricción técnica (“que estuviera en condiciones de resolverla”). Por supuesto que dicha concepción resultaba muy pertinente a la nación de las 13 colonias (los Estados Unidos originales) con alta densidad asociativa y vocación de autogobierno, y quizás hubiera merecido una revisión en su aplicación a espacios prácticamente vacíos (como la Argentina del Siglo XIX); pero lo concreto, además de sus resultados diferentes en la versión original y en las copias, es que esos mismos supuestos hoy nos ofrecen derivaciones muy diferentes. Concretamente está cambiando a pasos agigantados, las posibilidades de “aproximar” funciones distantes como de “distanciar” funciones próximas, y además ahora se profundizan ciertas restricciones técnicas y desaparecen otras. Por ejemplo, hay funciones que típicamente gestionaba el Estado Central que ahora son asumidas por gobiernos regionales o ciudades -el caso de la promoción externa, turística y económica de Catalunya y Barcelona son paradigmáticos-. A la inversa también sucede que algunas tareas típicamente locales son delegadas hacia otro nivel de gobierno (en la Provincia de Misiones, el sistema de recolección de residuos y su gestión fue asumido, en muchas Municipalidades, por el Gobierno Provincial). Incluso, muchas veces se vislumbran “niveles de gestión” con características proto-gubernamentales18, como un incipiente esfuerzo de reconfigurar la propia organización estatal, como lo muestra el proceso de micro-regionalización argentino o de concertación de Municipios en Francia. 17 En el municipalismo argentino esta muy extendida la idea jus naturalista, acerca de que el “gobierno local” es una derivación natural de la vida comunitaria y no un artificio originado en las normas que lo crean. 18 Se trata en general de espacios concertados de gestión servicios públicos. 67 Como vemos, definir “lo local” entraña dificultades, aunque teóricas, con indudables consecuencias concretas. Las más importantes se vinculan a como se conjuga la organización de espacios, gobierno y recursos. Hay dos dificultades que son muy importantes: a) el rol de la metrópolis en la definición de “lo local”. Su fuerza expansiva. ¿Cuando un turista aterriza en el Aeropuerto Pistarini (Ezeiza), dice “aterricé en Esteban Echeverría” o dice “aterricé en Buenos Aires”?, ¿Cuándo un cronista cubre una hecho sucedido a la vera de una ruta en Villa Gobernador Gálvez, la sitúa en Villa Gobernador Gálvez o en Rosario? En ambos casos, ¿Cómo debe incidir el gobierno de Buenos Aires ó Rosario en la cuestión? ¿Acaso le son temas “ajenos”?. b) La segunda cuestión se refiere al eventual impacto en la idea de “gestión local” de la formación de unidades políticas cada vez más amplias. Si bien su formación tienen un rol equilibrador territorial (el ejemplo es la Unión Europea), y de eventual economicidad (micro regiones), o bien la pretensión de generar espacios de representación en instancias gubernamentales nuevas e incluyentes. Estas unidades, no desdibujan en absoluto el rol local, si concebimos al gobierno no sólo como “representación”, sino también como “gestión”. Porque aunque puedan agregarse jurisdicciones diversas, y muchas veces es deseable que suceda; la gestión de determinadas cuestiones está crecientemente condicionada en términos locales. 6.- Estado, Globalización y Nuevas Tecnologías (o desde el gobierno piramidal y la planificación normativa al gobierno multinivel y la planificación en red). 68 6.1.- Los orígenes de la actual organización político-territorial. Antes de la existencia de los Estados Nacionales, Europa era un continente fragmentado en pequeños feudos con poca articulación entre sí. Las tareas de alta significación estatal (la defensa de las ciudades y el control físico de la accesibilidad) estaban en manos del gobierno local, que era “el gobierno real”, porque casi nada quedaba fuera de su alcance. En ese espacio se daba un orden social de baja movilidad, y alta previsibilidad, con escasas articulaciones estatales. En muchos de esos lugares existía, por denominarlo de alguna manera, una proto-burguesía: un conjunto por lo general pequeño de artesanos-propietarios de sus herramientas de uso manual, poseedores de un “saber hacer” con el cual satisfacían las necesidades de bienes y servicios en ese acotadísimo espacio local. Un pequeño mundo aislado, culturalmente monótono, previsible, inmóvil, una organización política simple, por lo general reducida al poder despótico del Señor que mantenía una lejana relación con Casas Reales débiles y distantes y con pocas limitaciones a su poder señorial. Un Estado con casi nula organización funcional, con una fiscalidad simple, con fines vinculados a la supervivencia y con la defensa como rol central. Quizás abusando de la simplificación, podemos decir que los grandes descubrimientos geográficos de los siglos XV, XVI y XVII y las transformaciones tecnológicas de los siglos XVII, XVIII y XIX que abrieron la puerta al industrialismo; fueron una buena combinación de situaciones para generar primero y consolidar luego un modelo de “agregación políticoeconómico-cultural-territorial” que hemos denominado Estado-Nacional. Con claridad, el valor simbólico de un mundo espacialmente creciente y de un mundo altamente “modificable” con las nuevas aportaciones tecnológicas, sumados al valor concreto de los saltos de disponibilidad de recursos originados 69 en las dos situaciones, ya sea por apropiación de recursos existentes en los territorios conquistados (colonialismo) o por el incremento de producción y productividad determinado por el uso de las (en ese momento) “nuevas tecnologías” forzaban una “ruptura de fronteras feudales o comarcales”. Así el Estado aparece como una agregación “racional” que se edificó (o bien, las burguesías edificaron) sobre territorios redefinidos y sobre identidades diversas; se trató de una nueva construcción del mundo. Tres siglos aproximadamente tardó el proceso, pero sin dudas fue exitoso; en algún momento naturalizamos fronteras, banderas, flujos de bienes agrarios e industriales, ciertas (ridículas) uniformidades culturales e incluso naturalizamos estereotipos; tarde o temprano los Estados Nacionales fueron definiendo sus espacios, sus identidades, sus singularidades. La proto-burguesía dotada de nuevas herramientas, de nuevos recursos, fue necesitando espacios (mercados) y en tal sentido se fue concibiendo la idea de “ruptura comarcal”; se necesitaron fronteras más firmes, y ejércitos que las defiendan y eventualmente expandan, aduanas para impedir el acceso de productos que pueden realizarse fronteras adentro y una burocracia que sostenga reglas de funcionamiento económico y social más allá de la voluntad arbitraria de los monarcas; lógicamente también un sistema fiscal más estable y complejo que sostenga a ese Ejército y a la burocracia estatal. Así la proto burguesía devino en burguesía nacional y contribuyó a crear una nueva organización política en reemplazo de aquel feudo comarcal: el EstadoNacional de nuevos roles, vinculados a la expansión económica a la conquista y defensa de mercados, al aseguramiento jurídico de la riqueza de nuevo cuño (patentes, marcas, derechos, etc), al reconocimiento de derechos de comercio, etc. 70 La estatidad que se construyó –obviamente- se dotó de la funcionalidad necesaria para responder a las necesidades sistémicas del “nuevo orden”, y la organización territorial también es un intento/ reflejo de una respuesta en idéntico sentido. Simplificando en extremo: descubrimientos geográficos, nuevas tecnologías, nuevos territorios, nueva organización política. Quizás falta añadir que sin dudas emergió un nuevo actor socio-político que construyó ese mundo: la burguesía “nacional”, artífice central del Estado Nacional, un territorio que satisface su necesidad de escala económica, de organización política y de hegemonía cultural. Las tres esferas igualmente importantes: un Estado Nacional será un mercado, pero también una organización y una fuente de nueva pertenencia. El Estado que hoy conocemos es una construcción histórica derivada de un sinnúmero de situaciones, entre las que se destaca una: la transformación tecnológica. Por supuesto que tal construcción histórica se apoyó en cuestiones preexistentes, pero es en sí una formación novedosa y diferenciada. Nunca antes la búsqueda de construcción de identidad fue tan evidente, nunca antes las relaciones entre la estructura económica y su correlato organizacional-estatal fue tan notable. En este nuevo modelo de organización estatal, obviamente, el gobierno local ya no sería “todo” el gobierno, y las tareas de “alta criticidad”, sobre todo las regulaciones económicas y las relaciones internacionales, pasarían a manos de burocracias centrales, quedando poco a poco en los espacios locales las tareas de proximidad asistencial. Se trata de un giro “copernicano” en materia de lo que hoy se denomina “gestión del territorio”, se inicia y luego se profundiza el camino de la “simplificación del gobierno local”. 71 El “gobierno local” mitológico que se presenta como primer escalón de la formación estatal no es más que un mito en los Estados Nacionales clásicos, que los han vaciado a favor de burocracias centrales, de “grandes objetivos nacionales”, en el marco de procesos de concentración demográficos sin parangón anterior, y explicables en la lógica industrial. A tal punto la evidencia nos pone de manifiesto esa correlación entre organización política y cambios tecnológicos, que la forma de “organizar” las competencias estatales en sus diversos escalones territoriales, con independencia inclusive de las formas federales o no federales de gobierno, nos muestran una cierta “división del trabajo” de matriz industrial; reflejando el verdadero cambio de época y trascendiendo cuestiones anecdóticas y coyunturales. “El mundo emergente” se organizaba bajo la lógica industrial y nada escapaba a esos criterios. Los Estados también se constituían como una “línea de montaje decisional”; cada nivel jurisdiccional del Estado tomaba ciertas competencias, trasladando la complejidad hacia la cima de la pirámide. Al punto que los espacios de intersección o de competencias concurrentes, nunca son vistos como oportunidades de colaboración sino como fuente de conflictos. La “línea de decisión” difiere de Estado a Estado, pero la lógica taylorista (en un sentido “amplio” del término) se fue instalando en todos los nodos organizacionales. Así como el modelo feudal reflejaba cierto modo artesanal de organización pública, el nuevo Estado Nacional emergente era industrial en su misma constitución organizativa. Hasta hace poco tiempo atrás, la cuestión “local” era una cuestión menor en la agenda de los Estados Nacionales, es justamente la aparición de temas vinculados a la “gestión del territorio” en el sentido más clásico del término lo que devuelve protagonismo a los “temas locales”: el impacto local de grandes infraestructuras, las cuestiones ambientales, la fiscalidad en espacios conurbados 72 de alta movilidad, la expansión de las ciudades y las des-economías de escala, etc. 6.2.- La nueva transformación. Y una pregunta surge obvia: 1) si la revolución industrial contribuyó a producir semejante cambio en la organización política y en la gestión del territorio, ¿qué tipo de cambio producirá la actual revolución informacional, comparable a aquella en profundidad? ¿Podemos creer que el actual Estado– funcional a un contexto en extinción- podrá sobrevivir a estos cambios?, ¿y qué sucederá con el concepto de ciudadanía tan asociado al Estado y a sus posibilidades de intervención en la asignación de recursos? Por lo demás, aquella revolución industrial, al igual que la actual informacional, multiplicó de manera enorme los recursos económicos, generó posibilidades, aumentó las desigualdades y transformó regiones pobres en ricas y ricas en pobres, movió a la gente del campo a la ciudad y terminó con cuestiones que se creían inamovibles; desde su aparición se modificó la esencia de la conflictividad social; y la concepción de ciudadanía se transformó y amplió. Lo cierto es que con la economía informacional no sólo aparecen nuevas actividades, nuevos actores sociales, nuevas formas de riqueza, nuevos modos de multiplicar la misma, nuevas valoraciones; también aparecen y se constituyen “nuevos territorios” ó territorialidades emergentes, que a la vez que reflejan la existencia de nuevos flujos y centralidades, se exhiben como espacios de conflicto y de posibilidades. Se trata de lugares en construcción por medio de definiciones infraestructurales, de movimientos sociales, de apropiaciones simbólicas. Lugares constituidos muchas veces desde lo político, otras desde lo económico y también desde lo cultural, que rompen la lógica de la contigüidad y que “estresan” las formaciones políticas pre-existentes. Cada vez son más los ejemplos 73 territoriales, que desde distintas ópticas nos muestran como está cambiando el mundo: micro-regiones informales, enclaves turísticos, zonas monetarias noconvergentes con alianzas políticas, ciudades trans-estatales en marcha (MalmoCopenaghe), la ciudad global consolidándose, re-valorización de las ciudades nodo (Atlanta, por ejemplo), revalorización de la visibilidad como fuente de competitividad, organizaciones supranacionales, territorios de reserva universal, etc. Las revoluciones tecnológicas en marcha también modificarán, ya lo están haciendo, la organización estatal. Las tendencias actuales en materia de “ruptura” de la antigua organización empresarial estructurada verticalmente, cuyos orígenes están en el industrialismo de escala, que pueden verificarse con el creciente aumento del comercio internacional de bienes intermedios y el cambio relativo de los criterios de agregación de valor y la localización de las actividades vinculadas a los segmentos críticos del proceso productivo (mayor peso del marketing, las patentes, la logística, los servicios empresariales, sobre la “producción” en su concepción tradicional); están produciendo de modo evidente cambios en la organización territorial y de modo menos evidente necesidades adaptativas de la organización estatal. Respecto de los cambios en la organización económico-territorial, es obvio el aumento de la dependencia de los transportes, las necesidades de gerenciamiento “transcultural”, el incremento de la dependencia informativa y por supuesto las necesidades de conectividad creciente, etc. La dispersión territorial de la red productiva incrementa las necesidades de coordinación, incrementa la vulnerabilidad a los cambios de los territorios sobre-especializados (sobre-especializados en sus infraestructuras, en la calificación de sus recursos humanos, etc); además la localización conforme ventajas competitivas estrictas a una “etapa” del proceso, tiende a profundizar la ruptura entre “territorios extractivos” y “territorios creativos”; así se 74 “concentran” trabajos descalificados, pasivos ambientales, conflictos potenciales por un lado y ”actividad creativa”, gobernabilidad democrática, derechos garantidos, por otro. Cuando se describe el proceso de reorganización territorial de la actividad económica, muchas veces se destacan exclusivamente las ventajas: mayor disponibilidad de capitales, aprovechamiento del diferencial de costos, y se soslayan los aspectos más negativos de esta nueva división internacional del trabajo: migraciones masivas e involuntarias, concentración de actividades sucias, dependencia creciente de variables sobre las que no hay gobernabilidad, etc. La globalización económica exige además de una mirada local de promoción económica y empoderamiento social, una intervención decisiva de los gobiernos, sobre mercados globales (sobre todo los financieros), cuyo comportamiento esta principalmente regido por el corto plazo. La conciencia creciente de las lacerantes diferencias de calidad de vida de nuestro planeta y la disponibilidad de recursos y saberes para revertirlo, carentes a la fecha de una institucionalidad y un gobierno adecuado para orientarlos a esa imprescindible convergencia; nos obliga a sospechar de la institucionalidad existente y pensar con mucho más detalle estrategias de co-desarrollo entre territorios. Si el territorio siempre fue un sistema (aún las minúsculas aldeas medievales lo eran); ahora las redes lo re-sistematizan aún más con nuevas inclusiones y fragmentaciones, con nuevas dependencias, con nuevos modos de armar y desarmar vínculos, con la información como lazo invisible. Como nunca descubriremos que heredamos la topografía pero construimos el territorio. El territorio no es un atavismo ni una fatalidad y podemos hacerlo inclusivo y sustentable o no (desde luego que en tal caso estamos hablando de una lucha 75 política por la apropiación y la gestión del territorio en un sentido racional del término). Estamos en un proceso de re-sistematización territorial, cada vez más se verificará la fuerza de esta nueva infraestructura interactiva que es Internet y su impacto en la movilidad, y cada vez más veremos como se transforma nuestra cultura sedentaria en esta especie de nuevo nomadismo entre lugares distintos de trabajos, de contacto, de relación. Se trata de que se ha acelerado de manera increíble un proceso de cambio paradigmático en la movilidad humana que llevaba siglos de crecimiento; pero ahora una sumatoria de factores hacen incontenible el crecimiento de este flujo que construye relaciones y define territorios. Se mueven (electrónicamente) las inversiones, (aceleradamente) los migrantes, (cada vez más) los turistas y los residentes. Y cada vez mas intensamente, porque cada vez acceden a mayor información y sus movimientos no son totalmente “a la deriva”, porque se está conformando un “status” creciente de derechos que protegen su movilidad (ojalá se trate de una proto ciudadanía global), porque cada vez más conocen la lengua de destino, porque cada vez más podemos comunicarnos mejor, etc. Se va construyendo una cultura, que en base a la información, ha quitado al movimiento entre territorios (ciudades o países), del lugar tabú de las decisiones “in extremis” y lo está colocando en el lugar de las decisiones ordinarias. La idea misma de lo “local” se modifica y entra en crisis. Y claramente los “nuevos territorios”, lo son aunque siempre hayan existido, porque su rol es nuevo, porque su significación es nueva, porque su organización política se está transformando. Son territorios que se definen como parte de una red y como tal tienden a prescindir de la contiguidad y de la identidad común. Quizás corresponda preguntarse si este modelo “movilidad- 76 dependiente” es sustentable ambiental y socialmente, y también corresponde preguntarse que sucederá con el ejercicio de la ciudadanía19 El problema en cuestión no se resuelve modificando las “escalas políticas” (Estado, región, unión de Estados, etc). Lo que esta ocurriendo obliga a revisar esencialmente los conceptos de Estado, jurisdicción y ciudadanía. En un sentido pareciera inevitable que el cambio de escala es una actitud adaptativa y deseable aunque para nada sencilla; que conlleva aspectos políticos sustantivos (asignaciones territoriales de recursos, modos de resolución de conflictos, concepción infraestructural del territorio y favorecer la inevitable expansión de la cultura global). En otro sentido, puesto al Estado como aparato de representación democrática frente a fenómenos como la reticulación territorial/ productiva, pareciera que resulta necesario algo más que el cambio de escala en el Estado. Si el feudo era funcional a la producción artesanal o pre-industrial y el Estado Nacional a la producción industrial. ¿Cuál es el orden territorial de la producción informacional? Sabemos poco de la estatidad en red emergente, pero lo que es perfectamente palpable cotidianamente, es que estos Estados que tenemos, como ya se repite hasta el hartazgo “son grandes para los asuntos locales y pequeños para los asuntos globales”. Han quedado fuera de calibre. Como complemento de un cuadro problemático, los gobiernos locales aún sienten el reflejo de aquella reclusión a las “pequeñas tareas domésticas” a donde fueron confinados por los Estados Nacionales. 19 Es sólo parcialmente aceptable que la respuesta de adaptación estatal a este “stress” que nos acarrea el cambio tecnológico sea crear unidades políticas globales o transnacionales. En el mejor de los casos, y es deseable que así suceda, esas “nuevas arquitecturas políticas” (como lo está intentando ser la UE) satisfacen el rol importantísimo del Estado-representación, pero mucho menos es su adaptación sobre el rol del EstadoAdministración que es el verdaderamente golpeado por las modificaciones tecnológicas que justamente no puede “administrar” en tanto comprender, orientar, controlar, regular, etc. 77 En América Latina, los gobiernos locales que conocemos no pueden hacer frente al fenómeno de las emergencias territoriales y la multiplicación de los flujos, de difícil gobernabilidad, geometría variable, relaciones nodales, etc. con todas sus manifestaciones: ciudades dormitorios, fronteras calientes, metropolitanización, conurbaciones, deslocalizaciones, etc. Y no pueden porque no poseen herramientas, ni estructura discursiva, ni organización, etc. y sin todo eso cualquier legitimidad es poca. Se trata de una impotencia preocupante; todos los niveles de gobierno deben tomar en sus manos este problema de creciente ingobernabilidad de espacios y fragmentación territorial. Hay que intentar salir, de lo que parece una verdadera trampa política concebida conspirativamente, que el momento de mayor reconocimiento “discursivo” de los gobiernos locales conviva con posibilidades realmente exiguas. Junto con los libros y las posiciones a favor del Desarrollo Local, hay una realidad política bastante menos promisoria. Y además vuelven a aparecer “tensiones territoriales” que muestran la debilidad del Estado Nacional para arbitrar mecanismos de cohesión territorial (los casos más notables son Santa Cruz de la Sierra en Bolivia y Guayaquil en Ecuador). Y no queremos simplificar diciendo que se trata de “regiones ricas que no quieren compartir” (aunque muchas veces sea así), más bien creemos que son “Estados débiles que no pueden agregar”. Si nos atrevemos a conjugar ambas reflexiones, no podemos más que comprobar el colapso inevitable entre las nuevas tendencias territoriales y las posibilidades limitadas de intervención de gobiernos locales, testigos absortos de procesos de re-localización, urbanización anárquica y creciente, complejidad de servicios a brindar, coexistencia espacial de actividades antagónicas o insustentables, deslocalizaciones productivas, etc. Problemas cada vez más grandes para gobiernos cuyo “lugar” en la división territorial del trabajo de la era industrial, fue la gestión simplificada de la proximidad asistencial. 78 6.3.- Gobierno Multinivel o estatidad en red. Es evidente que es necesario “construir” otra concepción del Estado para poder superar esa tensión, No aquel Estado de la división territorial de tareas, sino una nueva visión basada en la convergencia funcional de niveles del Estado sobre un mismo problema. A primera vista el diagnóstico parece claro, y la receta evidente: fortalecer los gobiernos locales; lo que en cualquier caso llevará mucho tiempo, pues no se trata en exclusiva de una cuestión de recursos; en América Latina no corresponde hablar sólo de gobiernos locales pobres –que lo son-, sino de gobiernos locales “limitados”, en sus competencias, en sus prácticas, en su calidad organizativa. Tan es así que tales limitaciones han ido instalando la idea perversa de que todo lo bueno o lo malo puede venir de afuera, sin capacidad alguna de construir poder, soluciones o respuestas locales. Nuestros “buenos” gobiernos locales parecen ser los que más cosas consiguen, no los que mejores condiciones de generación instalan. Pero, ¿acaso no podemos pensar que lo que se está modificando es la matriz misma del modelo de estatidad? Acaso la visión piramidal del Estado- Nación no podrá dar lugar a la aparición (parangonando aquel cambio, tironeado desde el industrialismo) del estado-red20; y de nuevos modos de gestión territorial y de distribuciones competenciales y formas de apropiación de la agenda pública. En tal caso más que “fortalecer los gobiernos locales” el desafío es repensar la estatidad, a la luz de los datos evidentes de una realidad cambiante: mayor movilidad, mayor información, posibilidades de gestión asociada en plataformas virtuales, incremento de las posibilidades de intervención mediadas tecnológicamente y paralelamente incremento de las posibilidades de control. 20 El politólogo catalán Joan Subirats, habla de “gobierno multinivel”. 79 No es estrictamente lo mismo que los gobiernos locales dispongan de más recursos o más competencias (como si eso mágicamente pudiera suceder, sin que nadie lo resista); que pensar en el diseño articulado de políticas públicas de modo convergente, haciendo de los espacios políticos locales, organizaciones de mayor funcionalidad y también –porque no decirlo- de mayor responsabilidad. Salir del modelo de división territorial/ competencial “taylorista” y migrar hacia un modelo de “convergencia funcional”, requiere de nuevas reflexiones normativas, mayor valoración de la colaboración, compartir lenguajes, aceptar estándares externos; se trata de un cambio verdaderamente estratégico. La reticulación estatal pone en juego (intentando derribar) la idea misma de “frontera” con lo que significa no sólo borrarla administrativamente de los mapas, sino intentar borrarla de los cotos que sin son en algún sentido las Administraciones Públicas. No se trata de una cuestión de ingenua mirada minimalista a favor de la proximidad, sino de incrementar los niveles de gobernabilidad. No será posible gobernar los nuevos fenómenos bajo el viejo paradigma. ¿Es acaso la única opción de los gobiernos locales (y las sociedades civiles locales) mantener una parroquiana actitud refractaria frente a cualquier propuesta de impacto territorial que viene “desde afuera”?, sobre todo en tiempos de grandes modificaciones sobre las ideas de “adentro” y “afuera”. No es sensato, pensar que los territorios, cada día más integrados física, económica y hasta culturalmente, pretendan crecer en capacidades y poder de influencia en base al aislamiento21. Lo que no implica, obviamente, perder criticidad y criterio respecto del territorio. 21 Una de las reacciones más extendidas frente a intervenciones “de afuera” indeseadas en el territorio, es el movimiento (un tanto elemental) “no en el fondo de mi casa”; que rechaza la instalación de algunas actividades en el territorio, sin rechazar las prácticas que justifican esa actividad. 80 Quizás una de las únicas alternativas viable para incrementar los procesos de cohesión territorial, sea incrementar la incidencia de esos actores locales sobre las decisiones; lo que es mucho más que “fortalecer los gobiernos locales” es cambiar el modo de decidir y pensar los territorios y sus correlaciones. Aunque el relato por momentos pueda parecer de ciencia ficción, es creciente el modo de gestión basado (intuitivamente) en la convergencia funcional de distintos niveles del Estado; es muy común en la Europa comunitaria, donde es normal que existan programas financiados por Europa, que se gestionan a nivel de gobiernos locales en procura de unos estándares pactados y establecidos a nivel de gobierno estatal, aunque debe señalarse que la mecánica de actuación es imposible sin la asistencia de las tecnologías de información y comunicación22. Sencillamente se trata de que todos los niveles de gobierno inciden sobre todos los temas de la agenda pública desde distintas funciones (financiante, diseñador, controlante, etc.) Obviamente esta “mecánica” desplaza a la gestión basada en las divisiones de funciones (al modo taylorista); donde cada nivel de gobierno “se especializaba” en un tramo de la agenda pública, conforme a eventuales ventajas de proximidad (especialización que redujo a los gobiernos locales a meros limpiadores). Las incipientes experiencias “multinivel”, diversas entre sí, al igual que la tan meneada expansión de lo local en América Latina, son más una respuesta de necesidad que una concepción de las ventajas organizacionales de la red; pero en cualquier caso la tendencia se orienta a dar respuesta no sólo a criterios de eficiencia económica, sino a la necesidad de control de procesos sobre los que la “clásica frontera” se muestra inútil. 22 Igualmente debe destacarse que el uso de las TIC´s como herramienta de diseño y coordinación de políticas es mínima; y que hasta la fecha las Administraciones Públicas, se concentraron en tres tareas “informatizadas” que no alteran su rol organizacional (aumento de la visibilidad pública via web/ cambio de soporte de la información e incremento de su “usabilidad”/ y en el mejor de los casos, políticas de inclusión digital). 81 Las articulaciones horizontales y verticales de administraciones para actuar sobre un tema de la agenda pública (por caso el desempleo), no ha sido una actitud anticipatoria, sino que aparece luego de constatar tanto la impotencia de las políticas parciales (locales/ nacionales) sobre el fenómeno, como lo difícil de sostener un territorio aislado de cuestiones de entorno. La evidencia de un agotamiento (el viejo modelo) y una emergencia (el nuevo) parecen claros; pero acaso podrá el Estado Nacional sostener su rol de reequilibrador territorial (ó acaso no donde nunca lo cumplió adecuadamente). La cohesión territorial será la tarea de mayor criticidad de los Estados nacionales que pretendan sobrevivir; superada (largamente) la etapa que los justificaba como mercado de protección de las burguesías y cada vez menos significativo como fuente de identidad cultural; el Estado Nacional puede (y debe) sostener su rol de garante del ejercicio de una ciudadanía relativamente similar a pesar de las diversidades locales. A contrario de las tendencias dominantes, que nos muestran un crecimiento exuberante de modos de vida indiferenciados y una ciudadanía fragmentada; sería deseable hacer lo posible porque existan modos de vida diferenciados, que reflejen la riquísima pluralidad cultural que 10.000 años de vida civilizada nos han legado y la posibilidad del ejercicio de una ciudadanía más homogénea. Y ese rol incumplido es suficiente para sostener al Estado con una tarea justificante. El sentido último de intentar modos de organización de la producción, de organización política, de rescate de valores identitarios que puedan denominarse “políticas de desarrollo local”, tiene que ver con posibilitar el ejercicio de la ciudadanía de los más diversos modos. Los procesos que hemos denominado de “convergencia funcional” no son una exclusividad Europea (aunque allí es más usual) y crecen en muchos Estados. Se 82 trata de fenómenos por demás interesantes, donde los niveles de gobierno cobran y pierden protagonismo a la luz de nuevos modos de concebir y diseñar las políticas públicas. La convergencia funcional opera como un modo de incrementar la eficiencia de gestión, de incidir sobre las políticas locales sin desplazar el rol de los gobiernos locales y hasta permite mejorar la comparabilidad de las acciones públicas. Además el estado-red para funcionar necesita tratar los espacios locales de modo diferenciado, porque no existe “el gobierno local” sino una infinita pluralidad de tradiciones, posibilidades y dificultades que constituyen los gobiernos locales en su laberinto. Con todo existe un problema funcional: ¿quién está jugando el rol que jugaron las burguesías nacionales en la formación de los Estados Nacionales? ¿Quiénes definen hoy los nuevos territorios? ¿Quiénes estresan las formaciones políticas produciendo rupturas y agregaciones? Sin agente no habrá modificaciones, son los agentes los que conforman y se conforman en un sistema. Quizás a diferencia de lo que ocurrió con la creación de los Estados Nacionales (que fueron resistidos por decenas de pueblos que tenían su lengua, su identidad, su autogobierno; mejores o peores, pero propios); una Sociedad Civil también de escala global pueda cuestionar o contribuir a repensar el orden territorial emergente. La plataforma cultural sobre la que se mueven las decisiones es contradictoria y compleja; hay sin dudarlo una disputa ideológica en el mejor sentido del término, ya no expresada de modo tan directa como entre dueños de medios de producción y explotados; sino entre los que conciben un mundo de ciudadanos constructores de gobiernos, activos, tolerantes, y quiénes desean un mundo controlado en exclusivo por el lucro. No deja de ser un nuevo capitulo de la lucha entre las “tendencias naturales” de la historia (de la cual el mercadismo es su expresión más banalmente conocida) y los que creemos en la capacidad del 83 hombre de incidir en tales tendencias, si estamos dispuestos a no naturalizar los fenómenos sociales. Y aquí el desafío: en tal contexto también surgirá una nueva ciudadanía, conflictos vinculados con las nuevas asignaturas (sin tener aún resueltas las viejas de la ciudadanía social); una ciudadanía que pondrá en cuestión temas como las cuestiones de flujo y movilidad, relaciones con Administraciones “convergentes”, inclusión digital, plurilinguismo, identidad, pertenencia territorial, etc Entendemos (nos adelantamos de meros especuladores) que la cuestión en juego ya poco tendrá que ver con la autonomía local y mucho más con pertenecer a redes de decisión; la ciudadanía se vinculará mucho con la movilidad (o su imposibilidad que por supuesto esta condicionada por mucho más que aspectos físicos) y los espacios de gestión pública serán crecientemente concertados; quizás los mapas del futuro reflejen mucho más los flujos que los stocks23. La transformación es una oportunidad y un riesgo; no se trata de mirar modelos, nos queda la tarea de no repetirnos a nosotros mismos y reconquistar el mundo para una ciudadanía inclusiva, de ejercicio pleno y diverso en todo lugar. 6.4.- Muchos niveles. ¿La misma planificación? Concebir el Desarrollo como un proceso social administrado y no como un devenir inmanejable, necesariamente nos remite a la cuestión de la Planificación para el Desarrollo y a la imprescindible reflexión entre la planificación y su contexto. 23 Hace algo más de 10 años cuando la telefonía celular se estaba instalando en Barcelona, y no todos los barrios de la Ciudad tenían la misma cobertura, un profesor universitario de Geografía, advirtió que un barrio muy pobre (La Mina) que por ese tiempo no contaba con usuarios disponía de una antena, aún antes que otros barrios con mayor número de clientes potenciales y reales. Comenzó una averiguación y en la empresa le explicaron que al quedar ese barrio cerca de un enclave turístico (La Barceloneta) que recibía muchos visitantes alemanes, no podía la empresa dejar sin señal a dichos clientes. Una metáfora sobre movilidad, mapas de flujo, nueva geografía y fracturas sociales. 84 No corresponde a este texto hacer una historia de la Planificación, pero para sintetizarlo al máximo digamos que el mundo se ha movido entre dos extremos: por un lado la idea de la imposibilidad o inconveniencia de controlar las acciones humanas y en el otro extremo la idea de modelar hasta la más mínima respuesta social y controlar la evolución de la mayor cantidad de variables sociales a los fines de obtener resultados “buenos”. Porque en definitiva hablar de planificación, es hablar de “modos de intervención”, ya sean estos: estímulos, indicaciones o prohibiciones taxativas. En tanto se supone que la planificación no sólo antecede la acción, sino que la concibe. A lo largo del tiempo, la planificación ha ido cambiando de método, desde el modelo estado-céntrico hasta la planificación estratégico-participativa, ha habido un recorrido; cambiando de actores, cambiando de posibilidades Este es otro campo donde la revolución tecnológica y la disponibilidad informativa hace transformar las cosas. El sentido último de la planificación es evitar consecuencias indeseadas de la actividad humana y controlar las variables claves, para que el futuro no sea una incertidumbre absoluta, sino una consecuencia de acciones actuales. Y esa pretensión siempre difícil, crece en dificultad en tanto las variables que operan sobre los actores se multiplican. Una forma de leer los impactos de la globalización en un territorio, es comprender que se trata de una multiplicación de variables, porque la globalización incrementa la dinámica de acción de los actores económicosociales, al disponer estos de más información. 85 Por lo tanto planificar, puede ser cada vez más estéril. O no? Creo que estamos ante un reto que nos obliga a repensar las formas de planificación. A veces me parece hasta un poco ridícula, la imagen hollywoodense que muestra a los diversos “planificadores” como personas encerradas en un gabinete, alejadas de la gestión cotidiana de sus organizaciones. Es difícil pensar hacia donde irá la planificación, en un mundo crecientemente abierto e interconectado; pero para quiénes creemos que el desafío de intentar “construir el futuro” vale la pena, y sobre todo para quiénes pensamos que ni el mercado ni el proceso político son suficientes por sí; nos corresponde pensar cuestiones o desafíos para que la planificación del Siglo XXI no se transforme en una moda en el peor sentido del término. En principio, hay que des-sacralizar la planificación, sacarla del altar de las “grandes cuestiones” y ponerla en la mesa de lo cotidiano. Muchas veces lo más importante es “construir cultura planificadora”, generar al interior de las organizaciones públicas un reflejo que piense en el futuro; y para crearlo, planificar se debe pensar más como cuestión ordinaria (con sus particularidades), que como “evento extraordinario”. Además la ruptura planificación/ gestión, deriva en “planes directores” de imposible cumplimiento. Más que grandes planificadores, el futuro requiere de gestores/ planificadores, que al tiempo que se proponen metas puedan pensar en las herramientas para conseguirlas. 86 La planificación no es un fin en sí mismo. Planificamos porque creemos que podemos incidir en el devenir de las cosas y no podremos incidir sino conjugamos planificación y gestión. A diferencia de otros momentos históricos (con otros retos), la planificación ahora debe desenvolverse sin desconocer el siguiente contexto que asedia su propia naturaleza: a) Información abundante. Las planificaciones “históricas”24, tenían la desventaja evidente, de las dificultades de acceso a la información antes de la “era Internet”, y por lo tanto muchos procesos planificadores frustrados en sus objetivos, igual hicieron un aporte sustancial al construir, ordenar y ofrecer información de calidad. Hoy la legitimación por esa vía resultaría absurda, y la existencia de información abundante es un dato de contexto que debe cambiar el modo de planificar. b) El territorio se ha vuelto muy permeable. Hasta la crisis del petróleo las planificaciones ponían en un segundo plano al “contexto”. El futuro en esa lectura era exclusiva decisión de los actores internos. Hoy sabemos que sobre un territorio no sólo convergen administraciones, sino todo tipo de estímulos externos. Quizás cada vez más planificar, no sea sólo “diseñar el futuro” sino comprender el contexto. c) Inorganicidad del conflicto social. La planificación adelanta decisiones públicas y en tanto tal moviliza actores (prohibir un tipo de industria o no permitir ciertas construcciones, tiene siempre ganadores y perdedores). Cuando el conflicto social estaba estructurado en torno del eje “renta industrial” poniendo de un lado a sindicatos y del otro a patronal, los conflictos, con ser 24 Denominamos así la planificación, previa a la experiencia de la planificación estratégica de “Barcelona” en la década del 80. 87 severos, eran organizados. En el presente (y crecientemente hacia el futuro), los grupos colectivos afectados, son muchas veces de formación espontánea, carentes de visión de conjunto, a veces efímeros y además multiplicándose de manera acelerada. El escenario de inorganicidad del conflicto es un dato que los planificadores no deben soslayar y que condiciona su trabajo. d) Cultura de inmediatez. No se trata de que simplemente podemos hacer algunas cosas más rápido, sino que la generación de ciudadanos que se ha educado en el nuevo entorno tecnológico (desde cambiar el canal de TV con control remoto desde su cama, pedir una pizza por teléfono, enviar un mail, etc); no podrá comprender, con la significación política que ello implica, que la planificación demore años. Crecientemente la planificación debe pensarse como un proceso integrado a lo cotidiano, de reflexión sobre el futuro y cuyos productos sean también de uso sistemático. La planificación debe ser también más integrada, más inmediata, más rápida. e) Tiempos de fronteras difusas y disciplinas cuestionadas. Planificar cuando la palabra del “experto” contaba con todo el peso de la legitimidad, no es lo mismo que ahora, con disciplinas cuestionadas, con una agenda transversal que rompe las miradas disciplinares y obliga a repensar la organización estatal (hay casos típicos como el ambiente o las cuestiones de género, que estresan toda la organización estatal). El cuestionamiento disciplinar pone a la planificación ante la disyuntiva de transformarse en una nueva Torre de Babel donde nadie se entiende o construir un lenguaje compartido con centro en la construcción de ciudadanía. f) Deslegitimación política y asedio mediático. La planificación requiere de cierta legitimidad de quiénes la llevan adelante, y en ese sentido sufre en contextos políticos de alta deslegitimación; si no creemos en quiénes 88 planifican….porque creer en la planificación…. Además la mirada hipercoyuntural de los medios de comunicación y el triunfo de la comunicación instantánea y por imágenes, muchas veces muestra a la planificación como un desvarío de la acción pública. Pero aún así, no debemos darnos el lujo de no planificar; aunque ahora se discute mucho sobre la escasez –o no- de los recursos, lo que es verdad es que no podemos dejar al azar nuestro futuro y debemos introducir tanto cultura planificadora, como comprensión de la idea de acción en red y de espacio multiafectado. Planificar en el siglo XXI no debe ser un ejercicio para la comunicación política, sino tanto el modo de incrementar las posibilidades de incidir a favor de actores que de otro modo no podrían hacerlo, porque con baja capacidad de actuación en el mercado solo pueden compensar ese déficit en espacios públicos instituidos y organizados para dar lugar a su visibilidad; como la forma en que el Estado puede movilizar recursos construyendo horizontes posibles. 7.- El Desarrollo Local es cuestión de economía. 7.1.- Antes de llegar al territorio. Muchas veces la concentración en el análisis institucional, nos hace perder un poco el foco sobre la centralidad económica en el fenómeno del Desarrollo; porque más allá de complejidades ya presentadas, queda claro que una economía estancada, sin inversión, sin innovación, sin un claro concepto de calificación de las personas, estará vedada de acceder a ciertos estándares de Desarrollo. La visión institucional sirve, entre otras cosas, para comprender por ejemplo, que la 89 inversión, la innovación y la calificación de personas puede explicarse con una visión “más amplia” que el cálculo económico, pero a su vez, se transformaría en una mirada insuficiente sin comprensión de las raíces económicas de ciertos comportamientos y situaciones. Y conviene hacer dos aclaraciones: que pueden parecer remanidas y simplonas, pero que en mi parecer son esenciales: a) se necesita de competitividad económica para realizar muchos de los objetivos naturalmente asociados a un entorno de Desarrollo; b) Cuando decimos que el Desarrollo Local “es cuestión de economía” no nos referimos exclusivamente a la economía local (si todavía hubiera algo que pueda definirse tan categóricamente así). En efecto, el Desarrollo Local ha ido construyendo en los últimos años su propio esquema conceptual, y a la fecha puede decirse que disponemos de literatura, modelos y debates, que están favoreciendo el análisis de la economía “en el territorio”; pero muchas de esas visiones provienen de países que actúan en contextos muy diferentes al de América Latina, por lo que es necesario hacer una salvedad. El caso clásico, es la abundante bibliografía española en la materia, donde claramente destacan posiciones surgidas de un marco en el que existe: una alta estabilidad política y un mercado extensísimo (Europa), una dotación infraestructural muy consolidada en términos comparativos y la existencia de un financista predispuesto y paciente (la Unión Europea). Dichos textos reflexionan muy poco sobre tópicos colaterales y condicionantes del Desarrollo, por caso, las consecuencias económicas de la inestabilidad política o sobre el impacto local de la macroeconomía; entiendo que tal omisión obedece, o bien a una estricta cuestión metodológica (son cuestiones relativamente ajenas a la 90 “economía del territorio”), o bien es la consecuencia de “modelizar” en escenarios no turbulentos, como efectivamente ocurre generalmente en Europa. Para el caso Latinoamericano no es ocioso resaltar tanto el costo de la inestabilidad política, como la necesidad de una “buena macroeconomía”, como contexto de un Programa de Desarrollo Local (lo que no obsta, que en su ausencia, igual siempre hay que pensar alternativas e intentar respuestas). Y en consecuencia también destacar la necesidad de una buena lectura de la macroeconomía, para ajustar decisiones locales a determinados contextos. Un programa de Desarrollo Local estará siempre impactado, sin dudas, por la evolución de la tasa de interés, del tipo de cambio, por la inflación, etc. No resulta razonable, pensar lo “local” como un contexto aislado. Una “buena macroeconomía” tiene dos pilares, el buen funcionamiento del mercado conforme normas adecuadas que permitan su desenvolvimiento y evite distorsiones, y además recuperar la capacidad de intervención estatal en los mercados; aunque luego el uso de dicha capacidad debe ser prudente y pertinente. Es imprescindible contar con una capacidad de intervención (siempre relativa), que de cuenta del control político de ciertos procesos sociales y económicos y del sentido final de la estatidad. Es tan negativo desconocer la lógica de mercado, como renunciar a la intervención en el mismo. Aunque siempre es bueno tener presente que la capacidad de intervención efectiva, está vinculada a un trípode inexcusable: la capacidad de construir consenso político, la legitimidad del sector público y la capacidad técnica de dicho sector público. No está claro que “buen funcionamiento del mercado” sea equivalente a que el Estado no haga nada. Una presentación elemental de un mercado en buen 91 funcionamiento es la siguiente: a) tiende a expandirse o ajustarse adecuadamente frente a estímulos expansivos y recesivos, es decir crecen en producción frente a crecimientos de demanda y decrece en la etapa recesiva; b) no tiende a la concentración monopólica ni a otras formas de alteración de la competencia, c) tienen pocas barreras de entrada y de salida (cualquier oferente o demandante puede ingresar y retirarse de él, al menos de manera sencilla y con bajos costos). Por el otro lado, está universalmente consentido que resulta legítima la intervención pública para: a) función correctiva: corregir fallas de mercado, b) función asignativa: asignar bienes públicos a fines cuya prioridad es tal, que existe un consenso en brindarlos de manera gratuita a los usuarios; como es el caso de la Educación Pública, la seguridad ó el cuidado de la salubridad pública, c) función distributiva: distribuir recursos a los fines de evitar desigualdades sociales extremas, que lesionen la vida en común; como es el caso de los Planes Sociales direccionados, d) función anticíclica: Intervenir para evitar fluctuaciones muy acentuadas del ciclo económico; ahorrando (o desendeudando) en la fase expansiva e impulsando la actividad vía gasto público, baja de tasas u otras herramientas en la fase recesiva del ciclo económico. En cambio es menos unánime la posición sobre la función pública de “promoción o de impulso al desarrollo” interviniendo de manera estructural y no como consecuencia del ciclo económico. Soy de los que creen que allí donde el mercado no actúa, a pesar de la existencia de ciertas condiciones, y luego de un análisis preciso, corresponde la intervención pública. En América Latina, podemos tomar por caso lo ocurrido desde principio a mediados del Siglo XX, con la creación de las grandes empresas públicas de servicios, demandantes de inversiones sólo disponibles por parte del Estado ó de capitales extranjeros. 92 Si la “buena macroeconomía”, debe orientarse a que el Estado mantenga su capacidad de intervención a los fines ya señalados; debemos decir que al menos debe ajustarse a una serie de condicionantes: a) Que el Estado disponga de un financiamiento propio razonable (recursos fiscales), para atender sus gastos, y que en caso de turbulencias financieras, pueda abstenerse de demandar fondos en el mercado de capitales. Lo dicho implica un buen manejo de deuda pública. b) Que el esquema fiscal, además de permitir una situación de solvencia, no sea extremadamente distorsivo25 y altere demasiado los criterios de evaluación económica de los proyectos; como cuando se sobre-impone una actividad o se grava sólo donde se pueden obtener recursos por las ineficiencias del sistema de recaudación, lo que muchas veces es como buscar la llave perdida sólo donde esta iluminado. c) Que el prudente manejo de la moneda a lo largo del tiempo, aparte de mantener la inflación en niveles aceptables, no le haya hecho perder sus funciones (unidad de medida, medio de cambio, forma de ahorro), de modo tal que la confianza en la misma permita disponer de herramientas monetarias para su uso oportuno. d) En base a los supuestos anteriores, mantener abierta la posibilidad de acceso a los mercados de capitales. Estos cuatro puntos no son una lista taxativa; y aunque se encuentran muy lejos de la enorme mayoría de las Administraciones locales, no dejan de afectar su economía y sus programas. Este presupuesto es el que justifica una demanda de mayor influencia de los gobiernos locales y regionales, frente a las administraciones “superiores”. Porque es tan importante la recuperación de ciertas competencias, sin dudas vitales para el nivel local de gobierno (por ejemplo el caso de algunos países donde los gobiernos locales tienen muy recortadas las funciones urbanísticas, o sobre todo las capacidades fiscales), como poder incidir sobre aquellas que razonablemente están fuera de su competencia. 25 Se dice que un sistema fiscal es “distorsivo”, cuando su aplicación modifica de manera sustancial los criterios de evaluación económica para definir una inversión o un gasto. 93 Hecha las dos salvedades propuestas y teniendo claro que la macroeconomía, aunque no es materia específica, también es parte de la Agenda del Desarrollo Local, debemos “ir al territorio”. 7.2.- La economía del territorio o el nivel mesoeconómico. ¿Qué es lo que hace que territorios cercanos, con potencialidades naturales similares, tenga niveles de Desarrollo muy diferentes? En algún momento se creía que la tendencia de los territorios a “converger” hacia similares niveles de Desarrollo era cuestión de tiempo y funcionamiento del mercado. Se especulaba que el retraso relativo de un territorio llevaría la baja los precios de sus factores de producción, siendo estos bajos precios el atractor natural de nueva inversión. El razonamiento se sostenía en los principios de la escuela clásica de la economía: si efectivamente el costo de los factores es determinante de la inversión y a su vez la inversión es determinante del Desarrollo; debería existir una tendencia creciente a la “convergencia” territorial en materia de inversiones y sus derivaciones: sobre todo crecimiento del nivel de actividad económica. Dicho de otro modo, los “territorios” más retrasados cuyo costo de factores (suelo, mano de obra, etc) es menor, deberían constituir un atractivo a la inversión. Sin embargo, tal comportamiento no se verifica siempre en los hechos, y es esa situación de “divergencia” territorial, lo que está en el centro de la reflexión económica del Desarrollo Local. Si la “convergencia territorial” fuera cierta, no se explica porque África no ha recibido un alud de inversiones. Y en sentido contrario, y a pesar de la “explosión” de enormes economías emergentes (China, India, Rusia, Brasil, etc), 94 porqué en el pasado año 2007 ha sido Estados Unidos el principal receptor neto de inversión extranjera directa (193.000 millones de dólares en este concepto) y que la Unión Europea, (que como agregación de los 27 países que la integran supera a los EE.UU), haya recibido casi el 40 % de las mismas. Evidentemente, hay otros aspectos que influyen en una decisión de inversión, además del costo de los factores. Y algunos de esos factores son naturales y obvios: disponer de un paisaje bello atrae a la inversión en turismo o disponer de una fertilidad excepcional atrae a la inversión agrícola; pero la economía, por suerte es mucho más que la explotación “primaria” de los recursos naturales. Y cuando la economía necesita apoyarse, ya no en ventajas naturales, sino en la combinación de ventajas naturales y otras construidas, es cuando toma relevancia el impacto económico del conocimiento, de la calidad de gobierno y de los valores sociales. La construcción de ese entorno favorable a la actividad económica de calidad, es la esencia de un programa de Desarrollo Local. Se trata de preguntarse acerca de las iniciativas necesarias para generar y sostener actividad económica y destinar parte de esa riqueza a generar cada vez mejores condiciones de vida. Y cada vez está más claro que ese entorno no es un regalo del cielo, sino el resultado de acciones públicas y privadas, de actores territoriales y extra-territoriales; cuya articulación eficiente es posible desde una mirada a la vez territorial y global. No se trata en exclusiva de acciones públicas, pero al sector público le corresponde el desafío de la institucionalidad adecuada. Tampoco se trata en exclusiva de iniciativas privadas, pero no habrá desarrollo sin emprendedores, empresas, rentabilidad, riesgo, innovación, competencia. Se trata, en principio, de estimular la localización de actividad económica y su calificación creciente, y 95 está claro que ello depende de muchas razones: la rentabilidad esperada, la cercanía de los abastecedores o del mercado, la seguridad jurídica, etc. En algún momento se creyó que la localización económica obedecía, según la industria en cuestión, o bien a razones naturales o bien a una decisión arbitraria. Sin embargo, a fines de Siglo XIX el estudio de la producción industrial de la época nos ofreció una respuesta interesante. El gran economista británico Alfred Marshall26, en sus manuscritos comienza a delinear con claridad una posición distinta a la hasta entonces dominante entre los economistas sobre algunos aspectos cruciales de la teoría de la producción; fundamentalmente se opone a la conclusión estándar, para la época, según el cual el “sistema de fábrica” con la concentración de todas las operaciones en un mismo lugar con elevada integración, sería superior a los métodos de producción más dispersos en el territorio y en teoría menos integrados. En base a una simple observación de entorno, Marshall concluye que conviven, al menos dos tipos de producción eficientes: uno integrado en la fábrica y el otro disperso en el territorio, basado en la existencia de muchos actores económicos más o menos relacionados dentro de un rubro de actividad, y relativamente especializados dentro de ella. Y la existencia de este “segundo tipo” de producción, es el que da lugar a la construcción de nuevas visiones y categorías en el análisis; en la búsqueda de explicaciones se fue forjando la teoría. Cuando Marshall intento explicar la segundo tipología creó los conceptos de: a) “atmósfera industrial” para denominar, lo que hoy llamaríamos: “conjunto de ventajas construidas” en un territorio, y b) “Distrito industrial”, para calificar al territorio, cuyas ventajas en un sector, resulta un atractivo económico fundamental (aún por encima de otros 26 96 aparentemente obvios, como la cercanía al mercado consumidor). Y no se trataba de otra cosa (ni menos) que el espacio afectado por la dotación de una cierta organización asociativa de los actores económicos, de la disposición de las capacidades laborales adecuadas, una cierta inclinación del gobierno local a reconocer el fenómeno, disponer e incrementar las infraestructuras adecuadas para tal actividad, etc. La importancia del razonamiento marshalliano, es que se anticipó en mucho, a una cuestión que se iría evidenciando luego: la escala de producción homogénea (donde las ventajas de la fábrica son indiscutibles) no es la más apropiada para todos los sectores y áreas económicas y su desarrollo requiere de precondiciones no siempre puestas sobre la mesa (un mercado amplio de gustos homogéneos, estabilidad de mercado para amortizar las inversiones, etc). Además abrió la puerta al estudio de los “distritos industriales”, esos raros espacios donde emergía una organización flexible de muchos productores en asociaciones reticulares que con su actividad conjugaban una producción eficiente sin mega-estructuras fabriles. Marshall (maestro entre otros de Keynes y Pigou), con sus reflexiones ha impulsado el estudio de la conversión del territorio mediante intervenciones adecuadas - la generación de las “ventajas construidas”-, lo que en definitiva será el centro del pensamiento económico del Desarrollo Territorial. También explica indirectamente las dificultades de la teoría clásica al añadir otros determinantes de la inversión al margen del precio de los factores; muchos de aquellos intangibles como los valores sociales y culturales. Privilegió lo que él llamó “atmósfera industrial” y que hoy podemos denominar “calidad territorial”, como factor de asentamiento de una actividad económica. 97 También ha sido un precursor de la observación de las que hoy denominaríamos “des-economías” de escala y los problemas del modelo fabril de producción; abriendo otro universo de investigación. Sin embargo, mientras el industrialismo se expandía, las reflexiones de Marshall no salían de las bibliotecas pero un siglo después con la crisis del petróleo, un economista italiano retoma la línea de pensamiento marshalliano. Giacomo Becattini (Universidad de Florencia) es quien analizando el funcionamiento del sistema industrial italiano vuelve a poner luz sobre la coexistencia de dos modelos: en el Noroeste (el triángulo Génova-Milán-Turín) un modelo basado en grandes empresas integradas y en el Noreste (FlorenciaBologna- Venecia) un modelo basado en la concentración territorial de muchas pequeñas empresas, especializadas y articuladas. Es Becattini quien usa por primera vez, con el sentido que nosotros le damos el término “Desarrollo Local” (en un famoso paper: “Del distrito industrial al distrito territorial: El Desarrollo Local”), y lo hace porque a diferencia de Marshall, se interna en el análisis del fenómeno. ¿Por qué cientos de empresas del mismo sector se ubican una al lado de otras, en un mismo sitio? ¿Qué características tiene ese “territorio”?, ¿en que consiste su atractividad? Becattini y lo que podríamos denominar su escuela -en Italia, existe cierta obsesión por el estudio del fenómeno distrital-, son quiénes en la observación del distrito, como modelo de desarrollo territorial, han demostrado el valor económico de un conjunto de situaciones de características intrínsicamente territoriales: la confianza entre actores económicos, la existencia de instituciones locales de soporte a la actividad económica (Cámaras reguladoras, cajas de prestamos, etc), la capacidad de acción coordinada y por sobre todo la 98 generación de conocimiento y la capacidad de transmisión del mismo al interior del sistema territorial (distrito). Tanto Becattini, como quiénes lo han sucedido, han hecho especial hincapié en la importancia económica de los denominados “conocimientos tácitos” como conjunto de prácticas, capacidad de respuesta y “saber hacer” que existen allí donde hay especialización económica, con relación a la misma; y difíciles de transmitir fuera de cierto entorno (algo parecido al hoy denominado “learning by doing”). Por lo demás la buena transmisión del “conocimiento tácito” es señal clara de capacidad de cooperación entre competidores, de valoración (al menos intuitiva) del rol del encadenamiento productivo (lo fuerte no es la empresa, sino la cadena), y de otras cuestiones no trasladables de un territorio a otro por simple decisión. Se trata de “elementos diferenciadores”, verdaderas externalidades27 positivas que hacen de un territorio un escenario ventajoso de cierta actividad económica. Por aquellos años convulsos, la mayor flexibilidad económica del modelo distrital sobre la gran empresa, mostraron la cara más categórica de la diferencia: no quebraron en la crisis del 73. Y a partir de tal evidencia, y sobre una realidad existente (los distritos ya existían), el gobierno italiano comenzó, no siempre con éxito, a promover su crecimiento y consolidación. Y la Academia a estudiar su funcionamiento. 27 Se denomina “externalidad” ya sea positiva o negativa; a un efecto económico que produce un actor (empresa o individuo) respecto del cual no obtiene el beneficio correspondiente (positiva) o no paga el costo correspondiente (negativa). Por ejemplo, pintar el frente de mi casa, e indirectamente embellecer mi barrio, sin ningún beneficio especial por ello, es una externalidad positiva. En cambio, los humos contaminantes que emanan de los autos y respecto de los cuales no se paga un plus por ello, son una externalidad negativa. 99 Los distritos pusieron en evidencia un principio económico elemental: hay una funcionalidad entre modos de organizar la producción y escala productiva. Así como la fábrica taylorista es funcional a la producción de grandes volúmenes homogéneos y la producción artesanal es funcional a la producción de piezas únicas altamente diferenciadas; en el medio, la producción de series cortas para mercados cada vez más segmentados son la oportunidad de pequeñas y medianas empresas, en tanto formen parte de un sistema eficiente (el distrito). Y no se trata de un dato menor: la flexibilidad distrital ha sido un factor de innovación y competitividad notable y ha sabido aprovechar de los saltos tecnológicos de las últimas décadas al máximo: empezando por la programación electrónica de series, el uso periférico de las computadoras personales, y otros factores cuya consecuencia determinante en términos de mercado era la velocidad de respuesta. Los sectores de producción donde la velocidad de respuesta representa una ventaja sustantiva, fueron dominados por la lógica distrital, por ejemplo los rubros alcanzados por la lógica de la moda como el calzado, la indumentaria y en menor medida el mobiliario del hogar. Sin menoscabo de las virtudes del “sistema fábrica” para series largas ni de la producción artesanal para modelos únicos. Sucede que los cambios tecnológicos y culturales de los últimos años, por un lado favorecen la lógica distrital frente a la hiper-segmentación de mercado; por otro lado la cuestionan al permitir la organización empresaria más fragmentada territorialmente y coordinada “a distancia”. Con todo, y a pesar de la enorme importancia histórica y teórica del Distrito Industrial Italiano; yo creo que el aprendizaje no consiste en intentar reproducir 100 en cualquier contexto, una aglomeración de tipo distrital “a la italiana”, donde ciertas actividades tenían siglos de tradiciones. El aprendizaje consiste en comprender que unas ciertas “calidades territoriales” no son ajenas al comportamiento económico; y que hacer política de Desarrollo Territorial no es sino generar las condiciones territoriales necesarias para que la actividad económica se vea facilitada. La necesidad de adecuación de dichas condiciones territoriales pueden ser muy diferentes. Puede ser una infraestructura o una oferta educativa; puede ser un programa de fomento a la empresarialidad femenina o facilitar el acceso al crédito; puede ser garantizar la transparencia de mercado, etc. Generalmente, se necesita un conjunto de medidas, porque la ruptura de la lógica del subdesarrollo no depende en exclusiva de una cuestión puntual. Como bien insiste Francisco Alburquerque28 en sus intervenciones; entre el nivel “macro”, que ya hemos destacado arriba, y la realidad al interior de cada empresa particular (nivel “micro”); hay un nivel intermedio (meso) que son el objeto “específico” de las políticas de Desarrollo Económico Local: pensemos a modo de ejemplo: a) La calificación a las personas, para ampliar su disponibilidad y funcionalidad laboral; de modo de evitar que una eventual escasez de competencias pase de ser un costo adicional y se transforme en un freno a la inversión. b) Mantener los estímulos necesarios para que la inversión en infraestructura y logística sea lo suficientemente interesante, para permitir la agregación económica de espacios geográficos y el flujo económico no encuentre barreras insalvables o irresolubles desde el espacio sectorial. c) Disponer de un “aparato estatal” calificado, jerárquizado, bien entrenado y con equipamiento adecuado; para estudiar la evolución económica y brindar la información necesaria, suficiente y oportuna, tanto para la toma de decisiones 28 Experto español en la materia y coordinador de la Red DETE-ALC (Desarrollo Local América Latina y Caribe) 101 políticas como empresariales. Claramente, cuando el Estado actúa a ciegas sus intervenciones no suelen ser felices, d) Generar visibilidad de un sector económico o un territorio, e) Facilitar los encadenamientos productivos en el territorio, f) Proveer los servicios públicos adecuados, con buena calidad y costo razonable, etc. Por cierto, además de una buena situación “macro” y “meso”, se necesitan empresas eficientes, competitivas y rentables. Por lo tanto un clima social que favorezca la empresarialidad y valore el ejercicio responsable de la gestión empresarial, también es un insumo importante. Cuando analizamos el nivel “meso” y lo desagregamos, advertimos la trascendencia económica de la oferta urbana (educación, infraestructuras, visibilidad, etc), su importancia, con independencia del contexto macroeconómico y por lo tanto lo crucial que significa “expandir” el concepto de gobierno local. Y mucho más aún, en el actual proceso de re-configuración planetaria a escala global y ante un escenario de creciente de incremento de las ofertas territoriales para la actividad económica. La globalización tiende a exacerbar 3 roles de los territorios, como soportes de Desarrollo, en función de su capacidad de agregar valor económico y social: a) el rol cognitivo. Los territorios con capacidad de generación y transmisión de conocimientos, con estrategias adecuadas, con plataformas modernas, que puedan vender globalmente productos y derivaciones que incrementen y mejoren la capacidad de hacer y comprender en el mundo, por su criticidad tendrán una ventaja sustancial (Boston, Sophie Antipolis, Irlanda, etc) , b) el rol logístico. La capacidad de administrar nodalmente flujos intensos, diversos y sensibles: ya sea información (como son las ciudades de Congresos), mercaderías voluminosas (puertos, almacenes, etc), mercaderías delicadas 102 (laboratorios, control de calidad, etc); y hacerlo en tiempo razonable y útil, a un costo accesible, para los actores económicos c) el rol gobernabilidad; como capacidad de administrar tensiones sociales, de cuidar de la sustentabilidad ambiental, y de generar condiciones de habitat equilibradas que no impidan la actividad económica (por ejemplo, aún disponiendo de recursos significativos las tensiones políticas frustran la explotación de muchos recursos naturales en el tercer mundo – o la llevan adelante sin ningún control-). La macroeconomía se ha estudiado muchísimo más que la mesoeconomía; lo que resulta lógico en el ciclo largo de hegemonía territorial del Estado-Nación, pero la globalización (y su correlato, el peso decreciente del los Estados Nacionales), reivindicará el análisis y estudio del nivel meso: El Desarrollo Económico Local. 7.3 Política de Desarrollo Territorial y la cuestión de la promoción económica. La ubicación de las estrategias de Desarrollo Económico Local en el nivel “meso”, ha facilitado su confusión con las promociones económicas de base fiscal; y hasta se han usado como sinónimos las políticas de Desarrollo Territorial o Local con aquellas promociones. Sin embargo, corresponde andar con cuidado. Cuanto menos, hay que abandonar la tentación de creer en la fantasía promocional y evitar reducir el Desarrollo Territorial a una mera política promocional. Sin dudas las promociones, aunque discutidas, ayudan a impulsar la actividad económica, pero por si solas son 103 insuficientes y a veces a la larga, contraproducentes, para generar Desarrollo. La experiencia del Sur italiano es ilustrativa en ese sentido29. Las promociones cuando son exitosas generan al mismo tiempo un mayor volumen de actividad económica y una cultura de organización empresarial más inclinada a obtener recursos públicos, argumentando la utilidad pública de “ser promocionados” que a posicionarse en el mercado, investigar, innovar, controlar costos, etc. Por lo demás, en general esa organización tiene como respaldo natural a terceros afectados (por ejemplo: trabajadores). Por eso mismo es tan difícil salir de ellas, cuando se llevan adelante. Sin embargo, hechas las prevenciones del caso; hay al menos algunas situaciones que las justifican. Y al respecto es bueno nuevamente trazar un paralelismo sobre las reflexiones europeas y latinoamericanas sobre el Desarrollo. Efectivamente, cuando se recurre a la bibliografía europea, se reiteran las clásicas herramientas de promoción del Desarrollo, por ejemplo: la coordinación de un programa concertado entre el sector público y privado; la concertación entre distintos niveles de la Administración para la realización de infraestructuras que permitan aumentos de competitividad; la cooperación de la Universidad y las empresas entre sí, alguna estrategia de visibilidad conjunta de los productos emblemáticos de la zona; mayores facilidades en el acceso al crédito e incluso la absorción por parte del sector público de algunos costos de las empresas pequeñas y medianas, vía prestación de servicios a las mismas, etc. Ahora bien, todas esas herramientas parten de un supuesto: ¡¡ existen empresas!! En América Latina existen decenas de poblaciones sin ninguna empresa que alcance los 20 trabajadores regulares (a excepción de las empresas públicas 29 El Estado Italiano desde la segunda posguerra invirtió ingente cantidad de recursos en el Sur con la finalidad de lograr la ansiada convergencia de crecimiento. La experiencia es sistemáticamente estudiada, como caso de fracaso; porque al tiempo que detrajo recursos de otras zonas, fortaleció el poder de actores locales “no del todo virtuosos”. 104 estatales), y aún muchas más localidades con una empresa mono-oferente de trabajo. Toda la teoría del acuerdo público-privado y de la concertación de espacios, se ve lesionada en una economía tan débil. En esos “desiertos económicos”, puede resultar un primer paso imprescindible la promoción clásica por vía de exenciones fiscales. Ello no obsta a una serie de prevenciones que de todos modos hay que tomar: a) Cuantificar el costo fiscal de la inversión pública indirecta (los tributos no cobrados); pues los ciudadanoscontribuyentes deben conocer el costo de la iniciativa, b) Analizar el impacto en término de competencia desigual que significa la promoción en el mercado interno, para evitar su exageración; c) Facilitar el acceso a las herramientas promocionales a las pequeñas empresas, para evitar la oligopolización del mercado, d) Garantizar la sostenibilidad de las cuentas públicas, para evitar el financiamiento de la promoción a costa de endeudamiento, e) En lo posible estructurar el sistema promocional gradualmente a la baja, f) Co-responsabilizar a las Administraciones Públicas locales o regionales a generar e incrementar las políticas de generación de condiciones externas de desarrollo económico, g) En algunos casos puede ser razonable, intentar “atar” los beneficios promocionales a ventajas del territorio, a los fines de intentar una estabilidad productiva postpromoción. Como dijimos arriba, el riesgo más grande es el más habitual de los errores: construir una promoción en función de una presión sectorial y no de las necesidades de fortalecimiento del territorio. En el caso argentino, la evaluación es controversial. Las promociones de base fiscal, convivieron con tiempos de alta inestabilidad macroeconómica y sus efectos nocivos se vieron amplificados: el Estados se desfinanció, y la competencia económica en el mercado interno se hizo más oligopolica; al no hacer especial prevención sobre algunas conductas empresarias –los grandes beneficiarios de las promociones fueron las empresas 105 grandes-; la Provincias limítrofes con las promocionadas sufrieron migraciones empresariales; y lo que es peor: salvo alguna excepción, no hubo cambios notables en la estructura económica de la Provincia promocionada. 7.4. Desarrollo Local y Economía Social. Luego de la crisis del 2001/2, en Argentina se ha puesto en marcha una cantidad de iniciativas públicas que vinculaban los términos “Desarrollo Local” y “Economía Social”; todas ellas inspiradas en la idea de revitalizar la economía “desde abajo” y hacer eficiente uso de los recursos destinados a la ayuda social, con la finalidad, siempre difícil, de pasar de la asistencia en la pobreza a las respuesta productivas y organizativas que permitan su superación. La asociación entre los términos en cuestión, no ha sido puesta demasiado en duda, y creo guardaba fundamento con la comprobación de aquellos “desiertos económicos” que mencionamos arriba; donde la única energía económica que por aquellos días se podía insuflar, era justamente “aprovechar” la crisis y los recursos destinados a fines sociales, para generar una trama social-productiva, en base a los principios de una economía cooperativa y asociativa. Comparto el espíritu y las intenciones de quiénes en aquellos días tan difíciles tomaron el desafío de movilizar recursos, de organizar Ministerios (más proclives siempre a repetir lo hecho que a innovar), y de ponerse al frente de instituciones públicas golpeadas en su prestigio y en su legitimidad. Pero quizás sea bueno ahora, pensar el Desarrollo Local, ya no desde aquella perspectiva, casi como una evolución de las políticas sociales, sino como verdadero conjunto de políticas públicas (también política económica) pensada desde una visión territorial. Promover el Desarrollo Local es hacer política económica y en tanto tal, discutir la política fiscal, la asignación de recursos públicos para 106 infraestructuras o la adecuación de las regulaciones laborales, etc. No es inusual, enfrentar la paradoja evidente de que al mismo tiempo que afectando recursos públicos de finalidad social se crean algunos empleos, por otro lado la inexistencia de una infraestructura elemental, las dificultades de acceso al mercado o la existencia de un régimen laboral inadecuado impide la creación de muchos más. Lo dicho no es en detrimento de la economía social, ni debe implicar abandonar la mirada inclusiva que aquellas políticas sociales tienen; pero mientras eso ocurre, hay que pensar en las debilidades estructurales de la economía argentina30 (en espacial de los territorios extra pampeanos o ajenos a los enclaves vinculados al mercado global), que son muchas y que de no resolverse auguran la continuidad cíclica de las crisis. La asimilación entre Desarrollo Local y Economía Social, en apariencia un asunto menor, puede constituirse en una barrera conceptual, o determinar un marco referencial limitante para agentes sociales y decisores públicos. Después de casi treinta años a la baja (desde mediados de los 70’), el desarrollo ha vuelto a ser objeto de tratamiento social, y como lo venimos sosteniendo, hay cuatro extremos que debemos evitar, para poder enriquecer la experiencia desde la reflexión y contribuir con el ideal emancipatorio que tal termino encierra: el desarrollo no es un resultado evolutivo natural producto de una economía mas potente, tampoco es un modelo de vinculación al mercado mundial en términos 30 Sin pretender hacer un listado taxativo, como ejemplo: nuestra casi nula presencia en el comercio internacional - Argentina aún después del “boom” exportador 2002-2007, representa el 0,4 % del comercio internacional. Del total de las exportaciones argentinas, entre minerales (no renovables) y manufacturas de origen agropecuario representan más del 75 %, las Pymes alrededor sólo del 10 %. La dependencia de unos pocos precios internacionales para mantener una balanza comercial favorable, una estructura fiscal también dependiente del precio de esos productos, una baja tasa de innovación económica, déficit logísticos que impiden la buena integración del territorio, dificultades de acceso al mercado de capitales del país y sus empresas y una baja tasa de ahorro interno para financiar la capitalización y transformación del tejido económico, etc. 107 de pacificas relaciones neo-coloniales, y tampoco es la consagración de un cierto autarquismo de nuevo cuño, ni una resultante de cierto optimismo tecnológico. Se trata de un concepto político, que refiere a un conjunto de competencias sociales para superar dificultades o aprovechar oportunidades. Competencias fundadas en las capacidades individuales, sociales e institucionales. Como concepto político, refiere a un orden controversial, conflictivo y construido. La vuelta del Desarrollo a la agenda se produjo con el aditamento “Local”, y lo cierto es que la referencia no es menor; da cuenta de nuevas miradas sobre el territorio, de la consolidación de actores e identidades a una nueva escala, de la emergencia de geografías específicas, de la complejidad y también de cierto desengaño con los modelos centralizados; o bien con la crisis del Estado-Nación en tiempos de globalización. Claramente, Local no es un adjetivo, así como Desarrollo Local no es desarrollo pequeño, no es desarrollo municipal -aunque no cuestiona las instituciones municipalistas por cierto- y no es economía social -aunque pueden ser universos de aportaciones complementarias-. El pensamiento más clásico en materia de Desarrollo Local, desde Becattini hasta nuestros días, ha construido un concepto nuevo, en base al descubrimiento y su formulación, de los vínculos existentes entre “territorialidad”, “cultura”, “instituciones” y “economía”. En síntesis, para Becattini el territorio es una construcción social, no un dato derivado de la topografía y se constituye en un actor complejo con incidencia política y económica. El concepto “Desarrollo Local” nace vinculado a dichas reflexiones, que aunque hoy nos parecen triviales en su momento vinieron a desbaratar las tesis simplificadoras que veían en la escala y el volumen de producción, la forma casi exclusiva de aumento de la eficiencia económica. 108 El pensamiento de la economía social, no ha hecho reflexiones en torno a la territorialidad; pero si ha hecho aportes de valía en torno a la conformación de actores sociales y a la construcción de valores democráticos y participativos. Lo dicho implica que el buen uso de los conceptos “Desarrollo Local” y “Economía Social” implica tratarlos como términos con tradiciones y referencias distintos y por lo tanto con anclajes teóricos y contenidos diferenciados. Veamos un ejemplo en la práctica: las reflexiones en torno del impacto en la constitución de flujos de bienes y personas derivados de una obra de infraestructura que modifica todo un entorno territorial, como podría ser por caso la apertura de un paso fronterizo con Chile, tiene bastante poco que ver con las reflexiones acerca de la organización productiva de los territorios impactados. Concretamente es un gran tema de “desarrollo territorial” que en principio poco tiene que ver con la “economía social”. Aun más podría ser que la construcción de dicha obra, desate un proceso de especulación inmobiliaria contrario a la constitución de un modelo de economía social o solidaria; escenario, por lo demás, en absoluto descartable. Otro ejemplo, la mejora en la “visibilidad” de un espacio territorial, como lo que puede derivarse de las nuevas prácticas de marcas-territorio, contribuye o al menos puede contribuir al desarrollo local e igualmente casi nunca tienen que ver con cuestiones referidas a la economía social. En los dos casos presentados, hay posibilidades, y sería deseable, introducir cuestiones que relacionen “desarrollo local” con “economía social”, pero justamente esa posibilidad de vínculo muestra la diferencia de esfera. Los ejemplos solo pretenden desnudar las anomalías que se siguen del uso abusivo de términos que guardan cierta relación, comprensible en el lenguaje popular, pero absolutamente innecesario y equívoco en el marco de un 109 tratamiento calificado del tema. Desarrollo Local y Economía Social son dos conceptos diferentes, cuya asociación debe ser cuidadosa, tienen raigambre histórica diferenciada, refieren a universos conceptuales diferentes. Con todo, la superposición conceptual tiene dos fundamentos que deben ser resaltados: a) Economía Social y Desarrollo Local se han ubicado tanto en el imaginario público como en la reflexión académica, compartiendo posiciones de un espacio crítico al discurso económico mas ortodoxo-mercadista. b) A contrario sensu del razonamiento que explicita como una intervención de Desarrollo Local puede no ser una iniciativa de Economía Social, digamos que la existencia de un tejido de economía social denso, es síntoma de una capacidad organizacional y de una fortaleza “territorializada” muy fuerte.31 7.5.- Los riesgos de la desarticulación público-privada y algunos riesgos de la “cooperación público-privada”. El caso de las Agencias de Desarrollo. Cuando presentamos al Desarrollo Local, como un abordaje que excede a las políticas públicas como expresión de la iniciativa estatal, sin dudas ampliamos el abanico de problemas. Una mirada estatalista, en definitiva es simplificadora. En cambio, la mirada territorial y cierta sensibilidad para comprender diferencias insalvables entre sociedades diversas, hace rico y a la vez complejo al Desarrollo Territorial. En el marco de dicha complejidad, se insiste con acierto, que la suerte de muchas iniciativas, dependen además de su pertinencia y calidad, del buen desenvolvimiento de las relaciones entre el sector público y el sector privado. Muchas veces esta calidad de entendimiento es síntoma de la existencia de un 31 Queda de manifiesto al observar el comportamiento de algunas economías: Finlandia es la economía más cooperativizada de Europa, o el caso de la Provincia de Québec en Cánada o de la Regione Emilia Romagna en Italia. 110 “proyecto compartido”, muchas veces es el eufemismo que se usa para legitimar presiones sectoriales sobre el sector público. Lo cierto es que la “articulación” no es un dato dado, y que muchas veces no hay tal “proyecto compartido”. Eso es lo que puede explicar la verdadera “explosión” de Planes Estratégicos en América Latina e incluso puede explicar sus fracasos, por aquello que compartir un proyecto depende de muchos otros factores, al margen de disponer de una herramienta técnica. Los acuerdos públicos-privados, pueden operar como una señal al exterior y eso es muy positivo, si aquellos están bien cimentados; pero las verdaderas restricciones para su construcción en América Latina son el cortoplacismo político (y la adecuación empresaria al mismo), la debilidad técnica del Estado para transformar en proyectos las iniciativas y sobre todo la debilidad fiscal; dado que por lo general el Estado ve fortalecida su capacidad directriz, cuando puede tomar iniciativas superadoras de la gestión cotidiana de los servicios y las ve disminuida cuando apenas puede sostener esos servicios. Es muy difícil ordenar ciertos esfuerzos, sin disponer de herramientas de estímulo. El riesgo de la desarticulación público-privada no es solo la dilapidación de esfuerzos, sino que puede contribuir a la fractura social, por la sensación de incomprensión recíproca de los actores en juego. En función de dicha convicción es que se ha intentado por muchos medios conjugar esfuerzos; siendo muy destacable la iniciativa de la Secretaria de la Pequeña y Mediana Empresa, de hacerlo mediante la constitución de Agencias Locales de Desarrollo. 111 Pero puede suceder, como lo adelantamos, que no toda articulación sea virtuosa. Puede ser una forma de “articulación de los incluidos”. ¿Es lícito que en lugares con 70 % de ciudadanos bajo la línea de la pobreza, el destino de recursos públicos, lo decidan estructuras corporativas? No corresponde emitir una respuesta categórica. Hay que esperar cierta evolución, hacer monitoreos e impulsar ciertas buenas prácticas de cooperación público-privada. Lo sorprendente es que no se hace mucho hincapié en que la gestión concertada de fondos públicos es también una forma de privatización y que ciertos objetivos públicos, como la defensa de la legalidad32, deben estar más allá de cualquier concertación. Pero así como la desarticulación puede llevar a una cierta fractura, la articulación anómala puede excluir la innovación de la Agenda del Desarrollo Local, pues siempre los incluidos defenderán lo mejor para su actividad, pero en ningún caso aparecerá en Agenda aquello novedoso, lo que nunca fue hecho y lo que nadie representa sectorialmente. La experiencia indica, que aún en actividades ruinosas, los actores involucrados insisten en su sostenimiento, muchas veces movidos por cuestiones culturales; y generalmente es imposible concebir otros modos de desenvolvimiento económico para el territorio. Las evidencias al respecto son muchísimas, como enorme es el lastre de territorios desvastados por el sostenimiento de actividades económicas terminales (minas exhaustas, producciones sin mercado, etc). Y las migraciones terminan siendo el ajuste de un proceso, que requería de estrategia, iniciativa pública e innovación. 32 Hay antecedentes de Municipios que han querido restringir actividades lícitas, si eran propiedad de extranjeros; y han apelado al concurso público-privado para hacerlo; a contrario de la Constitución Nacional. No se trataba de recursos críticos, simplemente de la apertura de supermercados por personas de origen chino. 112 La concertación público- privada no debería ser un obstáculo para la innovación (que ya tiene otros), pero habitualmente lo es, al propiciar una mirada extremadamente centrada en las capacidades actuales y no en las potenciales. Con todo, y a pesar del contexto normativo demasiado limitante en Argentina; la apertura de Agencias son como un mojón, que estimula e impulsa. Y además están produciendo algunos buenos efectos inesperados más allá del impulso y la institucionalización de espacios de cooperación público-privada. Son una organización que en algunos casos, está facilitando la coordinación intermunicipal y una visión más plástica y “productivista” del espacio (por ejemplo la Agencia de Desarrollo Productivo del Río Santa Lucía, en Corrientes, coordina iniciativas para 6 Municipios, que constituyen un distrito de producción hortícola). Además contribuye a cuestionarse la organización estatal: ¿corresponde mantener la Secretaria de Producción, allí donde hay una Agencia bien constituida? y ¿ los Concejos Deliberantes acordaran no legislar sobre esas materias, sin una “consulta previa” a la Agencia en cuestión?, ¿Y la conformación de los órganos de la Agencia será igualitaria respecto de los municipios, cuándo la integran varios?, ¿y aceptaran los “grandes municipios” una presidencia rotativa y un financiamiento “progresivo”?¿y hasta donde llega la materia “desarrollo” gestionada por la Agencia – no incluye al menos una mirada a la inversión nacional y provincial?¿y qué políticas va a administrar la Agencia? ¿Construirá una burocracia propia, bajo que formato?, ¿qué rol deben jugar en la Agencia los actores sindicales o las organizaciones de base de personas excluidas de los circuitos clásicos de consumo? 113 Las preguntas que corresponde hacerse para constituir una Agencia plurimunicipal, no obedecen solamente a cuestiones de eficiencia o correspondencia normativa; sino que se vincula con los valores sobre los que se pretende construir el territorio: es por eso (y no quiero resultar reiterativo) que no es vano al menos preguntarse sobre la representación, el alcance competencial, los recursos, etc. Temas que deben resolverse eficazmente y además deben fundar una lógica de incremento de las relaciones público-privadas, basados en una pertenencia razonable y comprometida (me vienen a la cabeza los fondos de cohesión europeos como señal de identidad de una expansión integradora). Las Agencias de Desarrollo, pueden ser un eje constructor de territorialidad. Aceptando de antemano que una oficina por sí sóla es incapaz de hacerlo. Quizás antes de un objetivo realmente enorme; como es repensar la organización del territorio para el Desarrollo, es atendible transitar un trabajoso y estimulante camino de acuerdos, de priorizaciones, de visiones, de búsqueda de equilibrios fiscales de largo plazo y de fortalecimiento de la capacidad del gobierno local de intervención promocional. Ceo que no hay que desaprovechar la oportunidad y crear una verdadera red federal de Agencias profesionales, bien financiadas (de financiamiento compartido entre los tres niveles de gobierno) y extendida, para hacer eficiente la aplicación local de políticas públicas (de ser posible concertadas), para renovar nuestra concepción del país, para integrar y para movilizar recursos. 7.6.- De la ciudad competitiva al espacio urbano regional competitivo. No hay duda alguna, que los componentes materiales e inmateriales de la vida en ciudades tienen una incidencia económica significativa. La ciudad es crecientemente una referencia económica, sea por la calidad de las 114 infraestructuras, por las posibilidades no que brinda para ejercer una actividad, por la organización del espacio, por el sentido de pertenencia y estímulo al progreso, o bien porque su visibilidad y tradición le agrega valor a los productos que allí se generan o transforman. Sin embargo no es novedad que las ciudades se han ido transformando. El advenimiento industrial primero y la emergencia de la sociedad del conocimiento ahora están impactando la organización del espacio urbano de manera tal que bien correspondería preguntarse, ¿Qué modelo de organización urbana puede contribuir a hacer más competitivo un territorio en la sociedad del conocimiento? Bien sabemos, que la competitividad ya no depende de los recursos naturales o ergéticos (si es que en realidad alguna vez dependió de eso), ni de la base industrial tradicional, de la posición geográfica, de la acumulación de capital o de la voluntad política de un Estado protector. Entonces, ¿de qué depende? Y qué tiene que ver el modelo de organización urbana con dicha competitividad? Las actividades relacionadas al espacio urbano explican en Argentina, (según como se hagan las consideraciones), una parte sustancial del producto (PBI) nunca menos de 2/3, los servicios como expresión característica de la actividad económica urbana crecen sostenidamente. Todo ello indica que la eficiencia del espacio urbano es esencial, para el desarrollo de la actividad económica general. Sin intención alguna de simplificar un tema complejo, sino a los fines de poder ejemplificar lo dicho, pensemos cuanto depende el funcionamiento económico de un razonable sistema de transporte urbano, o de la existencia de una red de instituciones formadoras de recursos humanos calificados y pertinentes a las actividades económicas del territorio, etc. 115 Tomemos como ejemplo histórico las ciudades medievales italianas, que fueron para su época equilibradas, innovadoras, estructurantes del territorio, porque conjugaron en un espacio los fundamentos del equilibrio urbano clásico: producción, identidad, gobierno, movilidad, seguridad, cohesión social33 ¿Cuáles son los criterios que hoy deben sostenerse, para hacer de la organización espacial un factor de competitividad? Como sostiene Saskia Sassen, en “La Ciudad Global”: “Hoy en día los Estados tienen una importancia decreciente como categoría unitaria en la economía global. No sólo porque se observan cesiones de poder hacia instituciones transnacionales y en paralelo, traspaso de poder desde los Estados hacia las regiones y ciudades; sino porque las empresas de la economía global incrementan la demanda de servicios de apoyo a su propia producción, servicios financieros, jurídicos, gerenciales, de innovación, diseño, administración, tecnología distribución de producción, mayorista, mantenimiento, publicidad…..la logística, complejidad, comunicaciones, diversidad y especialización de los servicios avanzados, requiere del soporte de la ciudad” El primer criterio que debe asumirse para el logro de objetivo de eficienciacompetitiva, es aceptar que la ciudad no es un hotel ni un museo. O sea no es – exclusivamente- el lugar donde se alojan las personas, ni un espacio para exhibir el pasado, recostándose en un patrimonio reflejo de otros tiempos. Una ciudad que no pretenda ser un “parque temático” ha de ser vital, y por tanto asumir el desafío de la multiplicidad de actividades, de la convivencialidad de lo diferente, del cuidado para el uso y no sólo del “cuidado en sí”, de la expansión de las posibilidades, del acuerdo que trasciende las murallas (hoy jurisdicciones). Una ciudad en tanto tal debe dotarse de un conjunto de factores que la hagan 33 Cuando nos referimos a estos “valores”, los circunscribimos a un estándar relativo para la época. 116 económicamente eficiente, políticamente gobernable, socialmente cohesionada, tecnológicamente innovadora. Cuando hablamos de la centralidad económica de la ciudad, estamos pensando en algo nuevo: la ciudad actual paradojalmente tiene centralidad económica en tanto “nodo” de agregación de valor de un entramado productivo relativamente des-centrado, y su eficiencia se basará en la posesión de una calidad institucional tal que permita las adaptaciones necesarias para sostener los procesos de agregación de valor en contextos de difícil gobernabilidad. Ahora bien, la urbanización intensiva (aún con sus ventajas y desventajas) ha mostrado a lo largo de los últimos casi trescientos años (desde la irrupción industrial), ser el modo universal de evolución territorial (porque aún el espacio rural, se organiza en torno de la ciudad como centro de servicios, como referencia). Y aquí esta el centro de la cuestión, porque sabiendo de la existencia de economías y des-economías derivadas de la urbanización, el pensamiento debe dirigirse no a pensar “modelos ideales”, sino a como gestionar “el territorio real” de dotarlo de elementos de organización, institucionalidad y eficiencia. La organización del territorio en ciudades, es algo muy estudiado; y responde a un cúmulo de factores: la necesidad humana de encuentro, la circulación de la información como valor económico y por lo tanto el compartir un código comunicacional (que la ciudad construye), la necesidad de escala para ciertas actividades económicas y la capacidad de especialización que la aglomeración permite. Como veremos adelante, muchas de tales cuestiones están impactadas por las transformaciones tecnológicas que dan lugar a la sociedad informacional. La ciudad además de todo, al ser el lugar de la ciudadanía es el espacio de la 117 emancipación. Sólo un espacio material y simbólico compartido puede permitirle al hombre generar una cultura de cooperación y asistencia recíproca. ¿Qué es una ciudad eficiente? Una ciudad eficiente es la que favorece el ejercicio de la ciudadanía. Ser ciudadano, requiere resolver un conjunto de cuestiones que sólo pueden ser provistas en una “ciudad eficiente”; son muchas: desde un cierto dinamismo económico que genere no sólo empleo sino productos emblemáticos que identifican a la ciudad; accesibilidad en los espacios urbanos que garanticen el goce de la ciudad a todos; dotación de equipamientos culturales que favorezcan el encuentro y la reflexión; oferta educativa y de otros servicios sociales; conectividad con espacios fuera de la ciudad; un sistema fiscal sencillo y equitativo que permita al gobierno de la ciudad mantener iniciativas respecto de temas nuevos de la agenda pública, y a los ciudadanos no le signifique una barrera insalvable para ingresar al mundo económico. Y una ciudad de ciudadanos, es a la vez una ciudad de personas que se sienten partes, que hacen propio el sentido de sus vidas, que conjugan lo individual y lo colectivo. Ahora bien; la eficiencia de la ciudad pre-industrial, de la ciudad industrial y de la ciudad de la economía del conocimiento requieren, naturalmente, de factores diversos; aunque pueden resultar superpuestos. Eficiencia de la ciudad medieval: ubicación, autogobierno, maestros y pupilos, seguridad y sanidad. Cada uno de los elementos de esta lista (incompleta) de factores de eficiencia urbana, se relacionan obviamente con el estándar tecnológico y cultural de cada momento. En la ciudad medieval, he tomado cuatro factores como determinantes de su competitividad. El primero de ellos la ubicación. 118 Para la ciudad medieval, tiempo histórico donde el desplazamiento era dificultoso, la ubicación era verdaderamente clave, y no sólo se verifica con el tema puertos; sino por ejemplo ocupar un lugar como “cruce de caminos”, ó un lugar de fácil disponibilidad de recursos críticos o relativamente a salvo de inclemencias inmanejables. Todo demuestra que una buena ubicación era (y seguramente es) un factor positivo en términos económicos para las ciudades. Como segundo elemento señalamos el autogobierno. Si hay una entidad que no se puede gobernar a la distancia, por su complejidad, por la diversidad de cuestiones que implican su gobierno, por la variabilidad cotidiana de sus desafíos; eso es la ciudad. La ciudad requiere para su gobierno: el principio de inmediatez y de instituciones consensuales. En definitiva la convivencialidad que se deriva del espacio urbano obliga a que las normas de su gobierno surjan de instituciones que modelen los criterios de la misma. Tal construcción debe ser una expresión política orientada a crear una cultura de mediación y a evitar la transformación del espacio urbano en un reflejo de lucha sectoriales, sin ánimo de pertenencia y convivencia (los ghettos medievales y los barrios cerrados hoy son demostraciones de escaso espíritu cívico y un fracaso de la cultura ciudadana). El autogobierno es herramienta, y a la vez demostración de una capacidad social de intervenir sobre el espacio público para su organización. El tercer elemento de eficiencia urbana, seleccionado es un espacio semipúblico, típico de las ciudades italianas: el taller; no tanto en sí mismo como lugar de producción, ni por sus rudimentarias máquinas; sino por tratarse de un espacio de organización de un vínculo esencial de “transmisión del 119 conocimiento”34, que reunía ciertas características específicas: se trataba de un espacio fuera del hogar del aprendiz, sujeto a ciertas reglas, y a su vez promocional del talento luego de un “cursus laborum”. No existiendo aún la escuela pública de masas (un invento moderno), el taller por vía del trabajo organizado, transmitía conocimiento y abría espacios de inclusión social positiva a jóvenes, contribuyendo no sólo con resultados materiales sino generando cohesión social y cultura emprendedora. El último elemento seleccionado es amplísimo: “seguridad y sanidad”. Contextualizando la seguridad material en tiempos donde la dominación entre ciudades no era aún de base comercial sino bélica35; y la sanidad cuando las pestes y hambrunas eran letales ante las enormes dificultades para conservar alimentos y garantizar higiene. Una ciudad que pudiera disponer de alimentos y agua regularmente y que pudiera hacer frente a las pestes, obviamente podría dedicarse a generar riqueza material y bienes culturales, de lo contrario debería orientar su esfuerzo a necesidades primarias. Eficiencia industrial: zonificación, educación pública masiva, administración de la expansión y sistemas de transporte, cohesión social, redes de servicios (como infraestructuras y su gestión), instituciones metropolitanas. Obviamente todo cambió con la Revolución Industrial. El espacio quedó impactado por un “nuevo orden”, impuesto por la máquina que alteró los denominados espacios de “producción” y “reproducción”. 34 El taller conjugaba la transmisión del conocimiento “práctico”, lo que hoy denominamos “saber hacer” ó “know how”; con la reflexión filosófica y el deleite artístico. Los limites eran difusos y por tanto se contibuía en igual medida a sostener necesidades (producción) como a dotar de sentido a la vida colectiva (cultura). 35 De allí la importancia de la paz entre ciudades italianas impulsada por Lorenzo de Medicis, que al relajar las tensiones, permitió destinar recursos a otros fines. 120 Las nuevas máquinas industriales (más peligrosas, más ruidosas, más voluminosas) ya no podrían ser ubicadas en el taller, que generalmente lindaba con la casa o era parte de la misma. Con el nacimiento de la fábrica: la producción se separa del hogar, por lo general una parte de las mismas se asienta en las afueras de la ciudad y nace el problema de la movilidad urbana; la fábrica concentra gente como nunca había ocurrido, y con la concentración se multiplica el problema de vivienda; y con los volúmenes de producción los problemas de logística. Veamos cuales son los 6 elementos seleccionados, de la eficiencia espacial de la ciudad industrial. En primer lugar la zonificación. Aunque más tarde nos enteramos de los riesgos de la “sobre” zonificación; lo cierto es que las ciudades industriales que advirtieron rápidamente la necesidad de expandir el espacio acotado (tras las murallas), de una manera ordenada y que receptara la aparición del fenómeno de las redes urbanas (alcantarillado, agua, viario, energía eléctrica); ganaron una enorme competitividad por eficiencia en la expansión de la inversión pública; y por garantizar a las fuerzas productivas condiciones para su desarrollo de manera menos conflictiva con el entramado social. El segundo elemento clave, fue la alfabetización masiva. A diferencia del taller, donde quizás “pocos” sabían mucho (para el stock de conocimiento de la época), en el industrialismo se requiere que “todos” sepan al menos algo; eso sin contar con la necesidad de dotar por fuera de la fábrica, de una cantidad de servicios al sistema industrial que necesariamente requerían de recursos humanos calificados y poseedores de un lenguaje estructurado y formal. Con todo, si bien la alfabetización en general fue tarea de los sistemas educativos de los Estados nacionales, es extensísima la lista de experiencias de 121 ciudades que asumieron el desafío educativo, como pauta de inclusión social y dotación de eficiencia sistémica. El tercer elemento se descompone en dos: la industrialización extendió la urbanización como una mancha de aceite en el territorio; quienes advirtieron tempranamente los riesgos de tal expansión indiscriminada (por ejemplo: Holanda), pudieron “contener” el espacio urbano y evitar una expansión que deriva en un modelo energético-dependiente. El otro elemento en juego es la calidad del transporte (sobre todo público), que evite las pérdidas de tiempo, de energía, que organice la movilidad. Quienes tienen buenos sistemas de transporte público, mejoran la asignación de recursos cotidianamente. El cuarto factor de eficiencia, es la cohesión social. Tanto como resultado de políticas de inclusión como por la calidad de los acuerdos sociales, y la existencia de un sector público consciente de la necesidad de reasignación de recursos en función de beneficios colectivos. El quinto factor de eficiencia es la expansión y gestión adecuada de las redes de servicios que permiten la inversión de empresas y familias. Llevarlas adelante, implicaba esfuerzos fiscales y empresariales, la emergencia de nuevas reglas jurídicas, etc. Gestionarlas, requería de una nueva visión de la ciudad y la economía: Quiénes lo hicieron rápido y bien, ganaban respecto de quienes no lo hacían. El sexto factor de eficiencia tiene que ver con casi todos los anteriores; la explosión urbana unió aldeas previamente separadas, llevo la ciudad fuera de los confines; y resultó necesario la construcción de instituciones metropolitanas36: 36 De las 20 ciudades más grandes del mundo, 17 cuentan con instituciones metropolitanas de distinto orden; las que no las tienen bien constituidas –caso Buenos Aires- sufren enormes problemas de eficiencia del gasto público y calidad democrática 122 para garantizar la eficiencia en los servicios, para poder ver el fenómeno urbano en toda su magnitud y también para garantizar derechos ciudadanos. Esos seis factores, junto a otros; constituyen la base de la eficiencia urbanoindustrial. Es emblemático el caso de las ciudades alemanas del Rhin (e incluso el uso económico del río) óola red de ciudades de los Países Bajos, en cambio como contracara puede señalarse el caso de las grandes capitales de América Latina, donde la expansión urbana fue anárquica con derroche de suelo (recurso abundante) y crisis de gobernabilidad de espacios metropolitanos fragmentados. Eficiencia urbano-regional en la sociedad del conocimiento: articulación producción-conocimiento, modo de accesibilidad digital, sostenibilidad ambiental, permeabilidad cultural, eficiencia energética, disponer de un programa de visibilidad territorial. ¿Que factores determinaran la competitividad en los tiempos venideros? Creo, hay indicios que así lo van demostrando, que los cinco elementos señalados en el subtítulo serán claves, para el futuro de las ciudades. Cuando hablamos de articulación producción-conocimiento, por supuesto que damos por sentado, que es una relación que ya existe y que, más allá de la canalización, el conocimiento es algo que excede a las TIC´s. Concretamente, es necesario: a) re-pensar las currículas educativas para impulsar la creatividad; nuevas formas de comunicación; (desde el plurilinguismo hasta el manejo fluido de los recursos informáticos); la cultura emprendedora y el civismo, b) Facilitar el acceso de los jóvenes al mundo productivo y de los emprendedores a las instituciones educativas, c) Incrementar la cultura de la difusión del conocimiento, d) Asumir la epopeya de la formación continua y construir herramientas concretas para estimularla. 123 Un segundo factor de eficiencia, es la accesibilidad y el modo de uso de las tecnologías digitales. La expansión de la cultura digital en términos mercadistas, hace de la conectividad un nuevo fetiche y de su uso un nuevo consumo. Las ciudades competitivas serán las que hayan impulsado la ciudadanía digital, haciendo de la PC fuente de información, relación, trabajo, control del Estado y también entretenimiento. El tercer factor, por obvio no merece ser separado. Si bien “el shock” ambiental es una herencia de la sociedad industrial, la segmentación económica derivada de los estándares ambientales es un fenómeno post-industrial. Se trata de una diferencia para nada sutil. Disponer de calidad ambiental no sólo es bueno para la calidad de vida, sino que constituye un factor de competitividad económico y se trata claramente de un factor crítico de eficiencia urbano regional. El cuarto factor, refiere a la gobernabilidad. Vamos a un mundo de movilidad creciente de factores (no sólo capital) y en ese sentido, las sociedades que sepan adaptarse a tal circunstancia de la mejor forma tendrán ventaja sustantiva. Tal adaptación será especialmente difícil en materia de migrantes y entraña varias aristas, desde la formación hasta las políticas de expansión cívica. En un mundo económico conocimiento-intensivo, el migrante carente de preparación es un desafío para las administraciones locales, que no puede resolverse ni con policía ni con muros. El quinto factor de competitividad urbano regional, es la eficiencia en el uso de un recurso crecientemente crítico: la energía. Tal eficiencia debe basarse en tres pilares: infraestructuras adecuadas, una economía creativa, conciencia real del problema. Nadie en su sano juicio puede pensar que Amsterdam, Estocolmo o Copenhagen son ciudades subdesarrolladas; pero ha logrado con una serie de 124 medidas, de arquitectura, urbanismo y cultura, sencillas sostenidas en el tiempo que consuman menos energía per cápita que ciudades como Buenos Aires. Y se trata de una carga económica cada vez más cara, que no es flexible en el corto plazo -el consumo de energía es inelástico a la baja aún en contextos recesivosy por lo tanto añade un problema a la eficiencia general de la ciudad. Por último, disponer de una estrategia explicita de posicionamiento territorial en base a las fortalezas reales (como lo tiene Boston o Barcelona); una estrategia que a su vez es una definición de visión y un desafío; pero que en cualquier caso reconoce la naturaleza competitiva de los espacios, en una sociedad de alta movilidad. Box 1/ Capitulo 3: Globalización & Desarrollo, identidades productivas y Mkt Territorial ó “Urban-regional Management” Al inicio de la actual revolución informacional, por lo años 80 se fue propagando la idea de que la globalización terminaría con la “cuestión territorial”. Y que la amplia disponibilidad de la información en cualquier parte del globo, ya sea tanto como insumo de decisiones o como insumo de producción, tendería a “dispersar” los modelos políticos y el desarrollo económico. Una expresión concreta de esa visión a-territorial del Desarrollo, es el Consenso de Washington, en tanto 125 supuesto recetario universal de buenas prácticas económicas (sin reparos de diferencias culturales). Los últimos 20 años han desmentido esa visión, y de hecho la respuesta paradojal es que aún la carga de contenidos a Internet (probablemente la industria con mayor capacidad de asiento en cualquier lugar del mundo), es una de las expresiones económicas más concentradas territorialmente. Sucede que la globalización pone en evidencia un principio básico de la conducta humana: la valoración de lo escaso. Así como cuando un entorno es volátil, los actores sociales y políticos reclaman seguridad; en la globalización los actores sociales y políticos reclaman calidad territorial. De ninguna otra manera podría explicarse el crecimiento económico de Finlandia o Irlanda. El incremento de la “oferta” de territorios reivindica los espacios de “calidad territorial”. Pero si sumamos al proceso de expansión de la disponibilidad de información, el de incremento de la movilidad de los factores económicos; veremos que a diferencia de lo sucedido en periodos históricos anteriores, donde personas y empresas, estaban cautivos del territorio de origen (por costos, por normas, por dificultades técnicas, por 126 desconocimiento, por ausencia de vínculos culturales, etc); hoy el territorio es crecientemente una “elección”. Esa razón de fondo y no otras banalidades, es lo que explica y justifica el Marketing Territorial; como conjunto de estrategias para posicionar un territorio, atento la existencia cierta de competencia: ya sea por turistas, inversores, residentes, Congresos, Agencias Públicas, etc. Y como toda competencia, tiene criterios: precios, calidades, segmentos. La marca recupera su significado original (proviene del germánico “marc”: frontera). En tanto se incrementa la posibilidad de movilidad de los factores económicos, más valor adquirirá el espacio dotado de elementos diferenciales. En cualquier caso, disponer de una identidad productiva de base o de un paisaje, es una ventaja; pero un programa de Marketing Territorial no se agota en un logo o un eslogan, e implica la coordinación de políticas para poder satisfacer, “la promesa de la marca”. Cuidar la imagen no basta, lo necesario es comprender la transformación de las Ciudades en articuladoras territoriales y combinar decisión política, construcción institucional, movilización de actores y capacidad de 127 gerencia eficiente, no sólo para parecer un espacio ciudadano sino “para serlo”. Box 2/ Capitulo 3. Nueva ruralidad y Desarrollo. El proceso de reconfiguración del territorio no sólo afecta a las Ciudades. El espacio rural, en tanto espacio de producción y socialización no es ajeno a los cambios civilizatorios que están ocurriendo. La ruralidad vive el impacto de la expansión urbana, su propia revolución tecnológica, la tensión ambiental e infraestructural y sus propios problemas de gobernabilidad. En principio, la expansión urbana está presionando al espacio rural a satisfacer la demanda de “espacio natural” traducida bajo múltiples formatos de actividades recreativas: segunda residencia, turismo rural, turismo activo, etc. Todas ellas con requerimientos infraestructurales (energía eléctrica, servicios asistenciales, Internet, TV, telefonía, etc); y en muchos casos con dificultades de escala para su financiamiento. En los alrededores de pequeñas y medianas ciudades, se expande el fenómeno de la “rurbanidad”, como 128 espacios de hábitat de baja socialidad y de una matriz productiva en formación. En Argentina, la situación se expande anárquicamente aún en lugares de suelo escaso, como los oasis productivos (un ejemplo típico es San Rafael Mendoza-), y en función de las casi nulas políticas de regulación del uso del suelo. La rurbanidad es una oportunidad para pensar el equilibrio territorial y las condiciones de ciudadanía de los habitantes del campo, pero sin las políticas adecuadas, también puede derivar en una nueva forma de periferia incontrolada. El impacto de las nuevas tecnologías en el campo, también concentran y dispersan actividades y riesgos. Y así como la Revolución Industrial impactó la producción agraria (mecanización), las actuales revoluciones genética e informacional también lo haran (GPS, producciones concentradas en el espacio, organismos modificados genéticamente, biocombustibles). Sin embargo, corresponde a los poderes públicos; hacer un verdadero análisis crítico de costos ambientales y sociales de la transformación y usar las herramientas fiscales adecuadas para evitar que la única lógica dominante en la transformación sea el 129 lucro de corto plazo (como puede suceder en los procesos de desmonte masivo). Ahora bien; una perspectiva de 9.000 millones de habitantes en el 2030; todos ellos con derecho a alimentarse nos deben replantear el buen uso (eficiente y sostenible) del espacio rural. Por último, no olvidar que la rurbanidad pone en cuestión el orden metropolitano en ciudades medianas; y por lo tanto obliga a pensar nuevas formas de representación, gobierno y financiamiento de servicios o indudablemente derivará en espacios de fragmentación social apenas disimulados por la naturaleza y el paisaje. Box 3/ Capítulo 4. Cooperación al Desarrollo o CoDesarrollo. En el lenguaje, aún en formación, del Desarrollo Local es usual encontrar abundante información y oferta sobre los programas de “Cooperación al Desarrollo”. De hecho existe una plataforma internacional de ONG’s que luchan por que los Estados más Desarrollados destinen 0,7 % de su PBI a este tipo de programas. 130 Como en todos los órdenes de la vida; hay programas de Cooperación al Desarrollo buenos y malos, en términos de que cumplen o no sus objetivos. Pero muchos de ellos son más políticos de internacionalización de empresas de servicios de los países donantes que otra cosa. Por tratarse de un fenómeno tan complejo y tan altamente dependiente de la capacidad de generar energías endógenas para decidir y para gobernar procesos; el Desarrollo es al mismo tiempo, un fenómeno que legítimamente requiere de ayuda de externa, como difícil es que cualquier ayuda sea suficiente. La cooperación, muchas veces tiene la rémora de la caridad cristiana; destinada a que el “pobre e infortunado” ponga paliativo a su situación. Y 50 años de prácticas sistemática de cooperación ya han evidenciado los límites de está práctica. En general los países “más ayudados” son los mayores expulsores de población e incluso numerosos programas tienen como fin evitar una migración leída como problema interno, presentada como Cooperación. Es necesario no repetirse en esfuerzos poco constructivos; corresponde empezar a desmontar la “institucionalidad del subdesarrollo”; pensando en mecanismos de Desarrollo conjunto y coordinado. 131 Pensar en términos de pares y de ganar-ganar. Y poner en juego una agenda que suponga otras cuestiones, que no sean paliativos o formas de financiamiento indirecto de ONG’s de Estados Desarrollados. Quizás la clave, para intentar un camino, esta en los propios actuales “beneficiarios” de la Cooperación; en tanto puedan resistir la formación de una cultura de subsidio externo y análisis exagerado de la pobreza. La Cooperación al Desarrollo es crecientemente gestionada desde los países donantes, para evitar “caer en manos de las burocracias u oligarquías locales”; pero esa misma lectura debería ser suficiente para modificar aspectos centrales de dichos programas (como puede ser la política de acceso a mercados de los productos que se promueven). El co-desarrollo es posible; pero no escapa a las dificultades del Desarrollo; de lo que escapa es del placebo de las soluciones mágicas. De hecho, llevando el razonamiento a ciertos extremos; las prácticas de cohesión socio-económica europea a los países ingresantes a la Unión Europea, pueden leerse como políticas de co-desarrollo; las mismas implican obligaciones y derechos de los eventuales beneficiarios, pero apuntan a revertir las causas mismas del atraso relativo, ya no como “ayuda” sino 132 como parte de un espacio que se concibe a sí mismo como un espacio de ciudadanía compartida. Box 4/ Capitulo 4. ¿Existe una Educación para el Desarrollo? No existe duda en la notable influencia que un alto nivel educativo tiene como facilitador de los procesos de Desarrollo. Sencillamente la educación contribuye a la autonomía de las personas, despierta su creatividad, favorece la aceptación de normas razonables y genera capacidades de adaptación a los cambios. Sin embargo, hay sociedades cuyo nivel de Desarrollo no se corresponde a su nivel de educativo. Lo que confirma por un lado la complejidad del fenómeno Desarrollo y la necesidad actuar en muchas áreas y niveles para impulsarlo. Sin embargo, lo que es notable, es que así como con el incremento de la conciencia democrática fue ganando lugar en los programas de estudios la Educación para la Ciudadanía, no haya tomado más cuerpo la idea de una Educación para el Desarrollo. 133 Sin menoscabo de las diferencias entre personas. Así como la Democracia, requiere de ciudadanos que compartan ciertas características: conocimiento de las normas, aceptación de las diferencias, implicación en asuntos públicos, el Desarrollo también tiene requerimientos específicos: capacidad emprendedora, posibilidad de trabajar en equipo o red, capacidad de comunicar; que obviamente exceden una visión estrecha del concepto de “formación profesional”. Por supuesto que ambos universos no son excluyentes y en ambos anida una expectativa favorable en la capacidad humana. Pero sucede que el ejercicio de la ciudadanía y las capacidades para el Desarrollo se alteran con los cambios tecnológicos, a una velocidad mayor que la respuesta de los Estados, y ahora dicha alteración es muy intensa. Y la pregunta cae de maduro; ¿qué debemos hacer? Ahora que la memoria repetitiva importa menos, que la disciplina tiene otro sentido y que es necesario innovar, ¿Cómo incluimos en nuestros programas educativos “contenidos locales” y cómo “contenidos universales” con miradas locales? ¿Cómo enseñamos la necesidad de impulsar la economía y cuidar el ambiente al mismo tiempo? ¿Cómo educamos para el consumo responsable, en un contexto mediático de estímulo al consumo desenfrenado como exteriorización de éxito? 134 ¿Cómo recuperamos la idea de “largo plazo” en la cultura de inmediatez? Y sobre todo ¿Cómo hacemos? para incorporar a las prácticas sociales la conciencia de la naturaleza perecedera de “ciertos conocimientos”, y en consecuencia introducir la idea de educación permanente. Es muy difícil el Desarrollo, si no incrementamos la capacidad crítica de las personas, una cierta conciencia trans-generacional y una voluntad colectiva de realizarse en un marco institucional. Tarea que excede a la Escuela y que debe ser asumida de pleno por el gobierno y la sociedad. Box 5/ Capitulo 5. Del Citymarketing al “urbanregional manager” Las virtudes de un “buen gobierno” (expresión tan usada en los últimos tiempos), generalmente se presentan como incontrastables, atemporales y tan vagas que es imposible someterlas a refutación alguna. Sin embargo, creo que hay un aspecto bien concreto de la realidad actual, que merece incorporarse a la idea de “buen gobierno”, y no por ello deja de ser concreta (no vaga), controversial y decididamente temporal. 135 Creo que es imprescindible, tanto como recuperar la confianza en la política, reconocer la necesidad de gobierno coordinado sobre los espacios urbanoregionales y en su consecuencia concebir la figura del gerenciamiento regional. La Ciudad no es un producto de consumo y aunque necesita de Marketing para su posicionamiento, necesita gobierno para su supervivencia. Y el gobierno de la Ciudad, debe ser necesariamente urbano-regional, concertado, y multinivel. Urbano-regional; porque es el reconocimiento del territorio como sistema. Concertado, porque recupera el rol político en el diseño de Ciudad. Multinivel, porque ni es un ente aislado ni (en el otro extremo) una continuidad indiferenciada. La Ciudad es diferenciada y actora política. Debe ser protagonista de la definición de proyectos en “su” territorio (urbano-regional). Es por eso mismo, que hay que trascender, tanto la “imagen” de Ciudad, como las visiones fragmentadas ciudad/ campo y centro/ periferia; para gestionar desde una nueva institucionalidad el espacio urbano-regional. Box 6/ Capitulo 5. Descentralización y Desarrollo. 136 El debate político en torno de la descentralización de funciones estatales se ha relacionado intensamente con el debate por el Desarrollo Local, sobre todo en los Estados Unitarios (el caso testigo en la región es Chile). Más allá de las dis-funcionalidades del centralismo, sobre todo en Estados donde la calidad de la Administración Pública no es destacable; muchas veces se depositan sobre la descentralización expectativas desmedidas. Por otra parte y en paralelo a las demandas de mayor descentralización, crecen las articulaciones territoriales supra-muncipales. Las dos tendencias, son demostrativas de la necesidad de de una reorganización reticular del Estado. De todos modos, debe señalarse que los escenarios de la descentralización son bien diversos, y que corresponde incorporar una mirada compleja a dichos procesos. La experiencia de los años 90, de una intensa descentralización orientada por objetivos fiscales y sin mayor preparación de las burocracias receptoras, son un buen ejemplo. En cualquier caso, la mala experiencia no debería ser fundamento para abandonar la tarea de reconfiguración territorial de competencias estatales imprescindibles 137 para fortalecer capacidades territoriales y para evitar el fortalecimiento de una idea de Desarrollo impulsada, gestionada y traccionada “desde afuera”.. Box 7/ Capitulo 6. Identidad territorial e identidad cosmopolita. El sentimiento de pertenencia a un país, una ciudad o un Estado, no es un invento de los nacionalismos; es una tendencia de las personas a necesitar fuentes externas de identificación. Su uso a lo largo de la historia es generalmente cuestionable. Sin embargo, muchas veces oí hablar contra esas posiciones a fetichistas de marcas comerciales y a fanáticos de cuadros de fútbol; que sólo canalizaban la misma pulsión por otra vía. La fuentes de identidad territorial fueron muy importantes hace tiempo, cuando los Estados Nacionales, pusieron dicho tema en el centro de sus prioridades. Y aunque hoy hay un renacer (suave) de algunas cuestiones similares; un contexto diverso y el peso de la historia hace que eso sea mucho menor. Considero que una “buena práctica” de Desarrollo Local, es impulsar una identidad compartida abierta, a 138 la vez territorial y cosmopolita, a la vez singular y universal. La necesidad de referencia histórica y el reconocimiento de un modo de ser y de vivir diferente, no puede ser ni motivo de condena; e incluso puede ser fuente de desarrollo económico. La diversidad en sí implica un rechazo a toda homogenización y por lo tanto a cualquier visión excluyente de la identidad territorial. Quizás el aspecto más controversial de la cuestión, no es ya el tema de la identidad territorial, crecientemente relativizado; sino la desaparición de otras identidades políticas vinculada a modos de ver el mundo y a una concepción propositiva de la acción en el espacio público. Si por un lado, las soluciones de manual de las visiones totalizantes que dominaron la política hasta la caída del muro de Berlín, vistas desde hoy nos parecen infantiles. La ausencia de “nuevas ideas” para administrar los tremendos cambios que existen, crean un espacio de vértigo. Quizás ese vértigo explica el crecimiento de la identidad de “pequeña aldea” que está creciendo. 139 Box 8/ Capitulo 7. Diseño, logística, patentes, ambiente y nueva economía. Una pregunta que siempre corresponde hacerse en el diseño de políticas públicas de promoción al Desarrollo o simplemente de políticas públicas productivas, es ¿qué agrega más valor en la cadena productiva? La economía informacional, se apoya en una economía industrial pre-existente, le añade elementos de eficiencia, generalmente por vía de la velocidad y multiplica al mismo tiempo la capacidad de producción y conocimiento del mercado. Dicha combinación da lugar a unas posibilidades de respuesta económica nunca conocidas37. Lo dicho implica, que el “saber hacer” del momento escapa a la capacidad de producir razonablemente un producto a un costo relativo, sino que incluye: saber identificar su público (marketing), saber diferenciarlo de producciones similares (diseño), saber llegar a costos bajos (logística), saber comprender que valores son crecientemente demandados por el mercado y cuya tendencia debe incorporarse a la producción como herramienta de posicionamiento (eco-diseño), 37 El fenómeno ZARA es ejemplificador. Gracias al particular uso de la información esta rompiendo el criterio de “colección” en la moda, respondiendo en todas sus almacenes de modo global, con dos acciones: reposición de ropa diversa mas de una vez por temporada y colocación cada tres semanas de las “+ elegidas” en lugares de máxima visibilidad. 140 modificar la producción al mismo ritmo que se modifica el mercado, etc. Por lo tanto, si damos por sentado que en tiempos de “relativa abundancia” el valor en la cadena de producción, cambia de lugar. Debemos prepararnos para competir y participar de esos tramos. Un programa de Desarrollo Local, no debe obviar las tendencias existentes sino generar las energías territoriales para dar respuesta a esas demandas. Sin embargo, no corresponde una mirada maximalista. No sólo las actividades “punta” generan beneficios sociales. Y no todos los territorios disponen de condiciones para radicarlas. Lo que si pueden hacer todos los territorios es mejorar la calificación de las actividades que ya tienen asiento allí. Box 9/ Capitulo 7. Responsabilidad Social Empresaria, Co-gestión pública y Desarrollo Local. Cuestiones de ética y economía. Existe una mirada muy benevolente sobre dos fenómenos crecientes vinculados al Desarrollo Local: a) La Responsabilidad Social Empresaria, y b) la Cogestión Estado-Sociedad Civil. Y creo que ambos 141 indirectamente esconden un fenómeno que hay que resaltar: la incapacidad creciente de los Estados frente a desafíos de nueva agenda. En ambos casos, organizaciones diferentes del Estado toman por iniciativa dar respuesta a una cuestión pública abandonada por él: ya sea la recuperación patrimonial de un edificio emblemático o la extensión de la red cloacal en un barrio periférico, etc. Por supuesto, que la propia dirección de las organizaciones, orientada a la superación de obstáculos para la vida colectiva debe ser valorada; pero ello no debe empañar, el análisis sobre la debilidad estatal, ni tampoco sobre las derivaciones, buenas y malas de dichas prácticas. Además no se trata de prácticas totalmente idénticas; porque mientras la primera se orienta a concebir los objetivos de la empresa “más allá” de su razonable afán de lucro, el segundo se traduce en una implicación en temas que aún asumidos por el Estado, son del orden propio de la esfera de la Sociedad Civil. En concreto, cuando un colectivo instala una escuela o extiende el asfalto, realiza lo que es el fin último de su naturaleza; en cambio cuando una empresa productora de químicos contaminantes brinda una obra de teatro; está re-concibiendo su “lugar social”. 142 El Estado no puede abandonar ni la tarea de detraer parte del excedente económico para garantizar condiciones de vida colectiva, ni re-legitimar su rol de representación por vía del incremento de información a la ciudadanía; lo que ubicaría a la Responsabilidad Social Empresaria en un lugar más marginal y recentraría a la Empresa en el marco de su esfera económica. Del mismo modo, la promoción de la participación de la Sociedad Civil, debe ser un valor en sí y quizás puede traducirse en formas de afrontar problemas de “nueva agenda” que al Estado le cuesta resolver; pero en ningún caso es valioso que para acceder a derechos mínimos la gente luego de pagar impuestos deba construir verdaderos “Estados paralelos”, por la ineficiencia de los organismo públicos. Una Sociedad Civil que tiende a reemplazar al Estado, y no a complementarlo, no es tanto un síntoma de Desarrollo Local, sino de impotencia política. Box 10/ Capitulo 7. Desarrollo Local y “alternativismo” Corresponde preguntarse si el Desarrollo Local, como abordaje de políticas públicas, que recupera la visión 143 del territorio, cuestiona algún paradigma existente ó es simplemente un aplicativo que tiende a universalizar el modo actual de concebir y generalizar riqueza y de distribuir el poder. Creo que ni lo uno ni lo otro. Por una parte, no cuestiona ningún paradigma teórico, la vocación por recuperar capacidad de decisión territorial y de concebir las intervenciones públicas como medio para alterar la racionalidad de mercado, incorporando visión de largo plazo y generar por medio de bienes públicos un incremento de la calidad de vida y la competitividad, y expandir la ciudadanía. Lo que es el centro de la visión del Desarrollo Local. Esta visión en términos teóricos no significa ningún giro copernicano. Pero en la práctica implica una lectura no maniquea de la actual realidad global; y por lo tanto es desafiante de un orden de cosas de agregación inercial (quiebres territoriales, insostenibilidad ambiental, crecimiento no inclusivo, reducción de ciudadanía). El debate del Desarrollo debe superar varios dilemas mercado/ no mercado, ciudad-industria/-campo-agro, recuperando la idea de la política, reconociendo el nivel “meso” como nivel de construcción de respuestas territoriales a desafíos globales. 144 Porque si “otro mundo es posible”, necesariamente será a partir de este que tenemos como dato. La verdadera “alternativa” al pensamiento único es la radicalización de una racionalidad de nuevo cuño, que no niegue la existencia de tendencias incómodas, que reconozca las dificultades de un mundo plural; y que a pesar de eso se proponga no ya construir el paraíso (sin conflictos), sino un mundo de ciudadanos con un metodo razonable para administrar conflictos. 145 Bibliografía de referencia.- Local y Global; J. Borja. M.Castells; Ed. Taurus; Barcelona 1996.La Ciudad Conquistada; J. Borja; Ed. Alianza Ensayo; Madrid 2003.El Territorio como Sistema; R. Folch (compilador); Ed. Diputació de Barcelona; Barcelona Noviembre 2003.Leadership and Innovation in Subnacional Government; Tim Campbell y Harald Fuhr (comp); World Bank Institute; Washington 2004.Política y Poder en los procesos de Desarrollo; A. Isla y P. Colmegna (comp); FLACSO; Buenos Aires 2005.Federalismo y Descentralización en grandes ciudades: Buenos Aires en perspectiva comparada; M. Escobar, G. Badía, S. Frederic; Ed. Prometeo; Buenos Aires 2004.E-topía; William J, Mitchell; Ed. Gustavo Gili; Barcelona 2001. Il Territorio: da risorsa a prodotto (7ma edición); Ed. Franco Angelli; Milano 2006. Geografía dell’ economia mondiale (9na edición); Sergio Conti y otros; Ed. UTET Universitat; Milano 2006. El urbanismo de las redes. Teorías y métodos; Gabriel Dupuy; Colegio de Ingenieros de Caminos, Canales y Puertos; Barcelona 1998. El Derecho Municipal como derecho posmoderno; Enrique Marchiaro: Editorial Ediar; Buenos Aires 2007. Dal Distretto Industriale Allo Sviluppo Locale; Giacomo Becattini; Editorial Bolllati Boringhieri; Turín 2000. Per una nova cultura del territori? ; Eva Alfama i Guillen y otros; Editorial IcariaAntrazyt; Barcelona 2007. Reds, Territorios y Gobierno; Joan Subirats (comp); Ed. Diputació de Barcelona; Barcelona 2002. 146 Indíce/ Sujeto a la diagramación.- 147