FOLIE À DEUX Segunda parte PUBLICADA EN EDICIÓN N° 39 DE CONTEXTO PSICOLOGICO Les he presentado a Jeremías y Natalia, quienes a partir de una ceremonia religiosa comenzaron a ser acosados por un espíritu inmundo, y les conté sobre la tensa espera de una nave que los llevaría por todo el mundo profetizando la palabra de Dios. Cuando hablé de ellos con un grupo de colegas en el Servicio de Salud Mental del hospital, alguien aseveró que se trataba de un caso de” folie à deux”. Eran los primeros días de mi formación, por lo que comencé a leer libros de psiquiatría para desayunarme sobre un tema del que, hasta ese momento, no había escuchado la más mínima mención. Entonces supe que fueron los franceses Lasegue y Falret los que en su trabajo “La locura de a dos o locura comunicada” (1873) denominaron así a las presentaciones clínicas en las que dos personas, estrechamente relacionadas, comparten el mismo delirio. Pero más allá de las atractivas descripciones de los autores clásicos, me interesaba esclarecer los procesos psíquicos en juego en este curioso modo de relación entre dos o más personas. Invadido por una rara mezcla de epistemofilia y desconcierto, emprendí mi primera lectura de un texto freudiano: “Psicología de las masas y análisis del yo” (1921). En él Freud explora el trabajo de Le Bon sobre “el alma colectiva”, en el cual investiga los cambios que experimenta un individuo al pasar a formar parte de una multitud. Pronto Freud llama la atención sobre lo que considera una laguna importante en el escrito: no aparece mencionada la persona que, para la multitud, sustituye al hipnotizador. Dice Freud: “Detenidas observaciones parecen demostrar que el individuo, sumido algún tiempo en el seno de una multitud activa, cae pronto en un estado particular, muy semejante al estado de fascinación del hipnotizado entre las manos de su hipnotizador”. (1) Reconociendo la complejidad de un tema que no admite simplificaciones, me pregunté: ¿No se podría establecer alguna analogía entre este planteo de Freud y la posibilidad de un otro, que sustituyendo al hipnotizador, sea una pieza fundamental en el desencadenamiento de una, dos o más locuras simultáneas? ¿No se podría pensar en esta línea cuando el amo de la certeza atrapa en la red de su delirio a otro más sumiso e influenciable? ¿Recuerdan el artículo de Gerard Wajeman sobre la epidemia de “histerodemonomanía” en un pequeño pueblo de Francia llamado Morzine? En Morzine hubo un amo, un sacerdote que atribuyó a una posesión demoníaca los extraños fenómenos que presentaban las mujeres y los niños del pueblo. Bastó que en un sermón dominical confesara haberse equivocado para generar un revuelo protagonizado, sobre todo, por aquellas histéricas que él mismo había exorcizado y, por supuesto, tuvo que alejarse del lugar. El Dr. Constans, enviado desde París para tratar de aliviar el extraño problema “sanitario” que preocupaba a las autoridades y a todos los habitantes de Morzine, trató de erigirse y afianzarse en su rol de nuevo amo , pero las prácticas médicas fracasaron desde un principio. ¿Es posible que esta búsqueda del amo, insistente empresa de la histérica, pueda llevarla al encuentro de quien todo lo sabe, el de la certeza inconmovible, y atraparla en la red de su delirio? Volviendo al Freud de “Psicología de las masas y análisis del yo”, hay un capítulo (VII) en el que Freud aborda el concepto de identificación y destaca su rol fundamental en lo que llama “la prehistoria del complejo de Edipo”. Son muy ricos, además, sus intentos de dilucidar los nexos entre la identificación y la formación neurótica de síntoma. Freud cita casos de identificación parcial en las que el yo copia un único rasgo de la persona amada, otras veces de la persona no amada. Pero hay un tercer modo que, recuerdo, me aportó algunas luces sobre el tema de la “folie à deux”. Dice Freud: “Hay un tercer caso de formación de síntoma, particularmente frecuente e importante, en que la identificación prescinde por completo de la relación de objeto con la persona copiada. Por ejemplo, si una muchacha recibió en el pensionado una carta de su amado secreto, la carta despertó sus celos y ella reaccionó con un ataque histérico, algunas de sus amigas que saben del asunto, pescarán este ataque, como suele decirse, por la vía de la infección psíquica. El mecanismo es el de la identificación sobre la base de poder o querer ponerse en la misma situación. Las otras querrían tener también una relación secreta, y bajo el influjo del sentimiento de culpa aceptan también el sufrimiento aparejado. Sería erróneo afirmar que se apropian del síntoma por empatía. Al contrario, la empatía nace sólo de la identificación, y la prueba de ello es que tal infección o imitación se establece también en circunstancias en que cabe suponer entre las dos personas una simpatía preexistente todavía menor que la habitual entre amigas de pensionado. Uno de los “yo” ha percibido en el otro una importante analogía en un punto (en nuestro caso, el mismo apronte afectivo); luego crea una identificación en este punto, e influida por la situación patógena esta identificación se desplaza al síntoma que el primer “yo” ha producido. La identificación por el síntoma pasa a ser así el indicio de un punto de coincidencia entre los dos “yo”, que debe mantenerse reprimido”. (2) Debo reconocer que la lectura de Freud fue enriqueciendo mis primeros contactos con la clínica de las psicosis, me ayudaba a pensar, me generaba interrogantes, y las veces que me atascaba en un atolladero teórico, alguien me recordaba que esa situación no era extraña en el marco de un dispositivo que había sido pensado para el tratamiento de las neurosis y me alentaba con el “no retroceder ante las psicosis”, de un Lacan cuya lectura vendría después. Con el tiempo advertí que las presentaciones de pacientes bajo la fachada de un folie à deux eran mucho más frecuente de lo que supuse al comienzo de mi residencia. Mi pasaje por el hospital me dejó, en este sentido, algunas enseñanzas. Recuerdo a una paciente que se internó muy exaltada. Pensé en el diagnóstico de una locura histérica, entre otras cosas por el tipo de asociaciones que la paciente hacía a partir de sus alucinaciones e ideas delirantes. En cierto estado de ensoñación, todo remitía a cuestiones de su historia que, a la vez, se anudaban a situaciones conflictivas más recientes. Una escena que remitía a otra escena. La visitaba un esposo paranoico, notablemente alterado por la situación, que había incluido a profesionales del servicio (de salud mental) dentro de su cuestión persecutoria. La paciente evolucionó favorablemente, su “locura” se fue resolviendo y cada vez quedó más clara su estructura neurótica. Pero… Fue dada de alta y, cuando volvió para ser atendida por consultorios externos, me resultó bastante extraña su actitud. Se mantuvo en silencio. Para hablar exigió que su marido ingresara y permaneciera a su lado durante todo el encuentro. Accedí. Reconozco que no me resultó fácil revertir esta situación. Durante un tiempo las entrevistas se sucedieron bajo las mismas condiciones. Él comenzó a ganar protagonismo, a interpretar en exceso todo cuanto ella decía y lo que no decía, su memoria y su desmemoria, sus angustias. Él cada vez hablaba más. Ella cada vez hablaba menos. Esta situación generó el enojo- de ella -y comenzó a gritarle – a él- . Las voces comenzaron a subir de volumen. Decidí intervenir. Dije que ese era el lugar de la palabra y no de los gritos, que no podía seguir trabajando así, que consideraba que él debía tener su propio espacio, que solicitara una entrevista con otro profesional. Pareció aceptar la sugerencia y nos despedimos amablemente. Ella no asistió a la siguiente entrevista que habíamos pautado. No he vuelto a verlos por el hospital. Me pregunté si él no había distraído y aliviado de su propia paranoia al concentrarse en la interpretación de los asuntos de ella. ¿Sintió que, al correrlo de ese lugar en el que parecía cómodamente instalado, lo entregaba nuevamente a sus perseguidores? ¿Fue oportuna mi intervención? Yo, tercero silencioso, ¿Debí sostener ese lugar? Al intentar cambiar las condiciones que había aceptado... ¿advine perseguidor, uno más de los profesionales del servicio que, en contacto con sus enemigos históricos, complotaban en su contra? Si las psicosis nos enseñan… ¿Qué pueden enseñarnos las locuras comunicadas? En tanto considero que no hay La folie à deux, me parece fundamental analizar de qué se trata en cada caso. Algunas veces, como en lo ocurrido en Morzine, singular epidemia de locuras histéricas, quedamos advertidos de los riesgos de ocupar cierto lugar y podemos aprender – o no – de la experiencia de un cura exorcista y de un médico que, ostentado cierto saber sobre la locura, nada curaba en Morzine. Podemos ver, de un modo descarnado, la particular relación de la histérica y el amo, ese amo en el que el discurso de la histérica se sostiene para luego destituir. En otros casos, cuando lo que se nos muestra es la relación del paranoico con un otro… ¿Podemos despejar algunas aproximaciones respecto de cuál es el mejor lugar para el analista ante el paciente psicótico? ¿Es el lugar del otro especular o es un lugar distinto, un lugar tercero? Algunos autores trabajaron en esta línea e hicieron su propuesta. En tanto no hay un psicoanálisis, hay diversas posiciones sobre el tema. Harold Searles (1965), en su libro “Escritos sobre esquizofrenias” plantea que “La tendencia a ejercer un efecto psicoterapéutico sobre los demás no es algo inherente sólo a los pocos que eligen la práctica del psicoanálisis o de la psicoterapia como profesión, sino también un interés básico y general de todos los seres humanos”. Postula lo que denomina simbiosis terapéutica y siguiendo el modelo de las folie à deux, plantea que el analista debe funcionar como partenaire del delirante. Élida Fernández, en su libro “Diagnosticar las psicosis” es lapidaria con la propuesta de este autor: “No podemos pensar la “psicosis pura”- dice Elida Fernández- más que en algunos estados terminales de la esquizofrenia (los llamados “gatosos” en el manicomio) y/o estados catatónicos prolongados. ¿Codelirar con él? Esa fue la respuesta de Searles, valiente pero infructuosa.” (3) En un artículo recientemente publicado, María del Carmen Mesquida trabaja la propuesta de Jacques Lacan sobre este punto. Como no podría decirlo mejor, la cito textualmente con su debida licencia: “Aquí Lacan propone la posición “secretario del alienado”. Este es aquel que se ubica en posición tercera respecto de esta posición yo del semejante. Puede ubicarse en lugar exterior en tanto intenta tomar nota del testimonio que el psicótico formula de la relación paranoica. Esta función de secretario no es pasiva, supone la escucha y, a la vez, cierto ordenamiento. Esto implica poder hacer algo con lo que no hay desde la propia estructura. Esto implica seguir el discurso del psicótico cuidando no ubicarse en el lugar del perseguidor. Si se logra que algo de esa persecución quede inscripto en cierta terceridad, se abre la posibilidad de cierta restitución al Otro”. (4) En la tercera parte de esta entrega, continuaremos desarrollando el tema de las “folie a deux”, y para ello abordaremos un caso de las crónicas policiales, que conmovió y dividió la opinión de los franceses: el crimen paranoico de las hermanas Papin. Hasta nuestro próximo encuentro. (1) Psicología de las masas y análisis del yo. Sigmund Freud. Obras completas. Tomo XVIII. Amorrortu editores. (2) Ibíd. Pag.101 (3) Diagnosticar las psicosis. Elida E. Fernández. Editorial Letra Viva editorial. (4) El analista y las psicosis. Interrogando un lugar. María del Carmen Mesquida. Contexto Psicológico N° 34