Cosas mínimas CARLOS CEBRIÁN COSAS MÍNIMAS (ARTÍCULOS Y AUTORRETRATOS) 2004-08 Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián Este libro recoge, en orden cronológico, los artículos, en formato de columna, que el autor publicó, principalmente, en el diario Noticias Elche, y en algunos medios digitales, entre los años 2004 y 2006 en una primera etapa, y durante 2008 en una segunda, con el mismo título común. Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián PRÓLOGO EL GÉNERO “MENOR” Escribir un prólogo para un libro es una tarea que me resulta nueva en extremo. Nunca lo había hecho y en estas Carlos (a quien todo el mundo llama Javi menos yo), pidió a cierto individuo que le escribiera un texto para su libro de artículos. Ante semejante empresa no sabía bien qué hacer. Ponerlo a parir, no, pues es amigo y desde luego no es el caso. ¿Ensalzarlo por las nubes? Como que tampoco. No prodiguemos el halago fácil. Observo que, Carlos y yo, hemos encontrado en el cultivo y la escritura de artículos una libertad expresiva impensada. Ambos compartíamos, a veces, columna en la última página del diario “Noticias Elche” y tan a gusto. Hemos descubierto que el impacto de la lectura de estos escritos en el público lector es mucho mayor de lo esperado. Carlos, en sus artículos, ha dedicado párrafos enteros a sus amigos, su equipo de fútbol en su condición de entrenador, a su familia y al sentimiento/disentimiento amoroso, a la vida que discurre apasionada o tormentosa por sus venas. Escribir artículos no es un género menor. ¿Acaso debemos ser novelistas para merecer un hueco en las estanterías? ¿No están Larra, Mesonero Romanos o César González Ruano en la mente de los lectores? ¿Cuántos conocen más a Manuel Vicent, Francisco Umbral o Gala por sus artículos que por sus obras gruesas? Carlos, en su condición de poeta y escritor, cultiva un articulismo intimista, personal e Cosas mínimas Carlos Cebrián intransferible, una prospección lúcida e irónica en el bazar de los sentimientos con una mirada abierta que no pierde nunca el sentido del humor. Es un hombre que no esconde sus preferencias vitales e ideológicas y sus escritos son fiel reflejo. De alguna manera, sus artículos son una evolución a la prosa de su poesía, rica en matices e indagaciones. Sin embargo, en estas palabras de presentación no todo serán parabienes. Ni mucho menos. Entre nosotros hay una diferencia irreconciliable. Carlos o Javi es madridista a ultranza y yo soy culé rematado. Me parece, además, que pensamos por caminos inversos la proyección social de esta amante que es la Literatura. El amigo Carlos estima que para hacerse un nombre en la sopa de los escritores conocidos, hay que estar donde se cuecen los guisos de los cenáculos culturales, los contactos editoriales, codearse con quienes manejan el cotarro, vaya. Y buscarse la vida como poeta, escritor, autor teatral o lo que sea, en los grandes rompeolas de las Españas, bien sea Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla y demás garitos referenciales. Uno, en cambio, piensa que lenta y dificultosamente, eso sí, esa proyección puede lograrse desde tu “city”, que no es sino reflejo de muchas “citys”, más numerosas y anónimas, trasfondo de las muchas pasiones y vicisitudes que se barruntan en La Corredora, Las Ramblas o en La Castellana. Y más en estos tiempos de la comunicación instantánea y global por “internete” y los multimedia. Amigos, leer los artículos de Carlos Javier Cebrián Calpe es un sano ejercicio de inteligencia, una auscultación poliédrica al escenario de nuestros sentimientos. Si estáis preparados para vivir y sangrar, adentraos en sus páginas. Quedáis advertidos. Francisco Gómez. Cosas mínimas Carlos Cebrián CITAS A MODO DE PREFACIO. PENSAR CONTRA SÍ MISMO. Debemos la casi totalidad de nuestros conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que nos intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros donde le discernimos, sino justo en el límite exterior de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un encuentro tan ruinoso para Él como para nosotros. Alcanzado por la maldición que los actos conllevan, el violento no fuerza su naturaleza, no va más allá de sí mismo, más que para volver de nuevo a sí enfurecido, como agresor, seguido de sus empresas, que vienen a castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no se vuelva contra su autor: el poema aplastará al poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al hombre de acción. Se destruye cualquiera que, respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita en el interior de la historia; solo se salva quien sacrifica dones y talentos para que, liberado de su condición de hombre, pueda reposarse en el ser... Siempre se perece por el yo que se asume; llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de hundimiento... ...el afectos... apasionado no percibe más que los Cosas mínimas Carlos Cebrián Maestros en el arte de pensar contra sí mismos, NIETZSCHE, BAUDELAIRE, DOSTOIEVSKI, nos han enseñado a apostar por nuestros peligros, a ampliar la esfera de nuestros males, a adquirir existencia por la división de nuestro ser... E. M. CIORAN LA TENTACIÓN DE EXISTIR. Cosas mínimas 1ª parte 2004-2006 Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián MI PADRE Mi padre se marchó a un país exótico -eso me parecía a mí, entonces- en todo caso transoceánico, en 1977. Mi padre volvía por Navidades cada año. Mi padre volvía cada vez más esporádicamente, algunas Navidades, algún año. Mi padre se largó por penúltima vez, al finalizar la Navidad de 1984, a ese país ya algo menos exótico aunque sí transoceánico. Después de trece años más allá del mar, mi padre llamó a nuestra puerta en Febrero del 97 y dijo -como siempre decía- : ¡Abre soy yo...! Y le abrimos la puerta, y quisimos entender. Mi padre urdió sus cuitas, sus justificaciones y, sin creérnoslo, nos engañó. Mi padre visitó a su familia olvidada, a sus amigos perdidos, prendido de mis recuerdos. Incluso asomaron algunas lágrimas, tímidas, en sus pupilas. Mi padre se largó por última vez, después de abrazarme, por un momento mínimo y eterno, en Febrero de 1997, a ese país ya nada exótico y menos transoceánico que nunca. Y, sin creérmelo, me engañó. Mi padre nunca volvió. Mi padre murió el 19 de Noviembre de 2003 en ese maldito país otra vez exótico y más transoceánico que siempre, más allá del mar. Lo he sabido hoy 8 de Julio de 2004, a traición pero sin sorpresa. Dicen que sus cenizas reposan -o se ocultan- en la parroquia de un pueblito de ese país enigmático. A salvo por fin de nuestro reproche. Ella lo visita cada día 19 de cualquier mes para llorarlo. -Estuve 25 años con tu padre, el hombre a quién más Cosas mínimas Carlos Cebrián he querido en mi vida. Dijo. -Casi los mismos años que nos falta a nosotros, pensé. El hombre a quién más he querido y odiado en mi vida, debí responderle, Señora. Mi padre ha vuelto a llamar a nuestra puerta y ha dicho -como siempre decía- : ¡Abre, soy yo...! Mi padre, sin creérnoslo, de nuevo, nos ha engañado. Y nosotros le hemos abierto, por última vez, nuestra puerta. Mi padre no acostumbraba a decir adiós. Cosas mínimas Carlos Cebrián ELOGIO DE LA INFELICIDAD No creo en la felicidad. Esta negación, esta resolución anímica ha sido una constante de mi pensamiento, en mi vida. Del mismo modo que los pacifistas no creen en la paz -en su posibilidad realizable en este guerrero mundo, y se instalan en la utopía y en la lucha denodada-, yo no creo en la posibilidad realizable de la felicidad y me instalo en la ansiada utopía y en la lucha denodada para conseguir la verdadera felicidad. Por ello, por no creer, por una absoluta carencia de Fe, sigo buscando infructuosamente algún resquicio por donde entrever los ligeros y livianos vestigios de ese "algo" indeterminado que hemos definido erróneamente como FELICIDAD. Ningún sinónimo de esta rimbombante palabra acierta a parecerse aunque sea mínimamente al significado absoluto que hemos aprendido; a su significación abusiva y cretina. No se acierta al definirla como "dicha", "ventura", "satisfacción". Estas palabras son diosas menores. La felicidad es equívoca. Yo soy infeliz porque aspiro a encontrar la felicidad absoluta. Mi derrota se certifica cuando únicamente soy capaz de administrar, a duras penas, escasos momentos felices -falso remordimiento-, momentos dichosos, venturosos, instantes satisfactorios; todos ellos efímeros, momentos gobernados por dioses menores. La felicidad adolece de rostro, los Dioses no tienen rostro conocido. Ser infeliz es el mejor bagaje, la mejor Cosas mínimas Carlos Cebrián aventura, el mejor acicate para desasirse, para morir de una vez por todas -en sentido figurado, claro- en el intento y encontrar la puerta exacta, acertada, recomendada; abrirla y que se desparrame la Luz. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL ABUELO BERNARDO Es hermoso detenerse en el tiempo. Adentrarse en los vastos y mágicos desiertos de la meditación o de la bruja memoria. Navegar las quietas y hondas lagunas de la reflexión. Sumergirse en el buceo inmenso de los mares de la memoria o de la vida. Regresan entonces, en oleadas o como sinuosos meandros en el transcurso del río de nuestra vida, a despertar desmemoriados recuerdos; rostros, estampas, espectros familiares. La memoria tiene mucho que ver con la infancia y nada con el recuerdo. No, recordar es un verbo reflexivo, una acción premeditada, elegible. En cambio la memoria puede ser impersonal, imprevista. Un ruido, un sabor, una palabra, nos hace revivir el pasado. Es como la vida misma, un transcurrir anárquico, una marejada. La memoria involuntaria de las cosas, creo. Recordar es querer, pero la memoria nos asalta de improviso, es un recuerdo abrupto, silvestre, salvaje. Es así como me acuerdo, involuntariamente, ahora, de mi abuelo Bernardo, mientras disfruto ensimismado de unos huevos pasados por agua. Sin forzar el recuerdo despejo de desmemoria mi infancia. Bernardo era el padre de mi padre, nunca tuve oportunidad de amarlo, ni tiempo..., no lo conocí el suficiente. No recuerdo el sonido, el timbre de su voz, ni sus palabras, ni siquiera podría asegurar si las escuché alguna vez. Aprendí a respetarlo gracias a la enérgica imposición de mi padre. Únicamente lo veía los domingos por la mañana, al mediodía si soy Cosas mínimas Carlos Cebrián preciso, en las rutinarias y obligadas visitas de cada fin de semana. Mi abuelo era para mí una terrible imagen espectral, una aparición fantasmal. Tenía en su rostro cadavérico, una expresión de tristeza abismal, turbadora, de excéntrico misterio. En todas las visitas, en todas y cada una de ellas, mi abuelo tomaba, con fruición, huevos pasados por agua. Levantaba su vista levemente, tan solo durante unos segundos, para cerciorarse de mi presencia, dirigiéndome, con apatía, una mirada indescifrable, de autoridad, de afirmación. Hoy con la perspectiva que dan los años transcurridos, me atrevería a definir sus fugaces miradas como agónicas; agónicamente comprensivas hacia mi asustada presencia, impuesta, ante su vejez. Miradas comprensivas hacia mi actitud de cariño forzado, obligadamente aprendido. Una mirada de cómplice desdén. Cuando mi abuelo terminaba su almuerzo, mi padre me animaba primero e intentaba obligarme después, a besar sus mejillas pálidas y fláccidas. Nunca lo consiguió, lo que se traducía en innumerables disgustos rutinarios cada domingo por la mañana, al mediodía, si soy preciso. Era en ese momento conflictivo, cuando mi abuelo levantaba, enérgico, su mano izquierda, haciendo unos ligeros pero firmes movimientos, de negación, que parecían decir: -No, no es necesario. ¡Basta ya! Y al mirarme, sonreía, sonreía con trágica comprensión, condescendiente y simplemente humano. Solo una vez he visto asomar algo parecido a una lágrima en los ojos de mi padre, y entonces comprendí que mi abuelo había muerto. Mi padre no me hizo partícipe de su luto o su dolor, me miró con lejanía, Cosas mínimas Carlos Cebrián con mirada cristalina, con reproche. Me miró y de inmediato apartó su mirada. Sí, seguramente fui injusto con mi padre entonces, y con mi abuelo lo he sido siempre, tal vez aquel niño miedoso que fui no comprendió el valor del cariño aunque fuera impuesto. Hoy el hombre miedoso que soy sigue sin comprenderlo. Debo decir que yo tengo más facilidad para llorar que mi padre, sí, aunque tampoco mucha más. Sí, recordar es querer, pero no con precisión matemática, no exactamente. Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián LOS LIBROS A Daniel Ruiz Con sonrojo reconozco que la primera vez que tuve un libro de ficción, de literatura, entre las manos, casi tuve que acudir al manual de instrucciones. En mi casa los libros brillaban por su ausencia, apenas recuerdo unas ediciones en cómic de LA ILÍADA y EL QUIJOTE que algún familiar despistado regaló a mi hermano mayor. Libros que, por supuesto, resistieron el paso del tiempo, intactos. En el instituto me jactaba ante los enemigos -esa pléyade de empollones-, de que nunca leía; es más, hice mía una grandiosa frase de mi hermano Alfredo que decía: leer... a mí me dan rampas en los ojos cuando leo... Decir aquí que a esa pléyade de empollones les fue, en lo sucesivo, durante bastante tiempo, en la mayoría de los casos, mucho mejor que a mí. Así vivía mi adolescencia hasta que conocí, en 3º de BUP, a un inclasificable e incalificable profesor de literatura, DANIEL RUIZ. Mis compañeros de clase lo recordarán muy bien, o por el contrario, muy mal. Un profesor que era de todo menos académico. Sus clases, atípicas, molestaban a los formalistas estudiantes en busca de nota y promoción, interesaban a aquellos alumnos que eran algo más que cazadores de notas y nos divertían a los gandules empedernidos. A él le debo mi amor por los libros, por la poesía, por la literatura. Cosas mínimas Carlos Cebrián En primer lugar me obligó a redactar un trabajo sobre EL QUIJOTE, redacción que basé en el visionado de la histórica serie de dibujos animados que se emitía en aquella época. Después intentó obligarme a leer MIAU de Galdós, algo que no consiguió. Más éxito tuvo con LA BUSCA de Baroja. Empezó a ganarme con EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO de Salinger, y me conquistó con LA METAMORFOSIS de Kafka, de cuyo trabajo obtuve mi primer sobresaliente. Daniel nos inculcaba la reflexión, nunca el dictado del argumento de los libros, promocionaba la opinión. A partir de entonces: GARCILASO, QUEVEDO, NERUDA, VALLEJO, LORCA, ELIOT, RILKE, BORGES, GIL DE BIEDMA, LOS CLÁSICOS… Ese maldito profesor me dio de beber el veneno de las letras, me envenenó para el resto de mi vida o naufragio. Para él fue el 2º ejemplar de mi primer libro de poemas publicado, 10 años después. Y el 3º fue para “LA PINOCHO”, la profesora de Ciencias Naturales que nunca creyó, con razón, en mí (y que se mofaba de mis versitos). Dulce venganza la mía. Hoy veo en televisión una campaña de lectura dirigida a los padres: SI TÚ LEES, ELLOS LEEN, en referencia a los hijos. Frase hermosa y quimérica, bienintencionada y en muchos casos ingenuamente falsa. El amor por los libros no es algo que nazca del mimetismo sino de la casualidad o del libre albedrío, de la intención. Yo no tengo hijos, tengo sobrinos a los que he intentado inculcar mi amor por la letra impresa, por el olor de las encuadernaciones, el hojeo hermoso de ese objeto maravilloso que es un libro, por sus historias maravillosas o por sus versos marcados a fuego de pasión. No lo he conseguido, tan solo he podido transmitirles, con facilidad, mi amor ciego por el Real Madrid, por el fútbol y por el chocolate con leche. El otro día mi sobrino me dijo: tengo que leer Cosas mínimas Carlos Cebrián alguno de tus libros para ver las chorradas que dices...y se rió plácidamente. Con esto no quiero decir que esté en contra de las campañas en favor de la lectura, no, simplemente mi fe en ellas no es absoluta, y menos, incluso, cuando se plantean desde la obligación, en casa o en la escuela, cuando a la lectura se le otorga calidad de absolutamente necesaria y primordial, y olvidamos la emoción en favor del academicismo. No es desacuerdo, en todo caso es descreencia. Para creer me aferro a estos versos de José María Fernández Nieto: Por eso os digo que si alguna vez/ por pura intuición o por sorpresa, descubrís/ un tesoro- una canción, un surtidor de gozo, / una palabra nueva- pregonadlo, / haced que participen los más próximos/ de esta riqueza. De todas maneras mi sobrino aún está a tiempo de ser salvado por un profesor insensato o por mí mismo, tan insensato también, si alguna vez consigo emocionarlo con alguno de mis escritos. Por pura intuición o por sorpresa. Esto va por él y por todos los niños y mayores que todavía no conocen la bendición de la lectura, sin academias, sin obligaciones. Por placer. Solo por placer, amigos. Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián REFUTACIÓN DEL AMOR Detenerse por un momento, sobreponerse al paso doméstico de los días, a esa vorágine del calendario y los días laborables. Sucede entonces que a este columnista aficionado le asalta la reflexión. Y a uno le da por reflexionar sobre los tópicos, en definitiva por los temas recurrentes en el ser humano y también en los columnistas o escritores o poetas, o como quieran llamarlos. Sucede que a uno le da por disertar, por ejemplo, sobre el amor: su necesidad, su ausencia, su finalidad, su refutación incluso. Sé, con absoluta certeza, que este asunto (o trasunto: imitación exacta) puede carecer de actualidad, de una forma inmediata. La actualidad maltrata la reflexión. ACTUALIDAD sería la crisis del calzado en nuestra ciudad, las elecciones presidenciales en USA, pero, a mí me interesa hablar del amor, de su refutación. Del amor, ese elemento agotable, solo un componente ineficaz de nuestra existencia. Ese sentimiento de voluntad necia y filantrópica, disparatada. Porque el amor es así de fabuloso, de burlador, así de impúdico. El amor nos trae la violencia del desamor, con él viene el olvido del mismo para traernos después el amor vengativo, mayor desgracia que el desprecio o que el mismo olvido. El amor, el deseo, se trata de contiendas, siempre a resultas de ellas hay vencedores y vencidos. ¿Piensan Vds. que el amor es una cura, un refugio, el Cosas mínimas Carlos Cebrián consuelo, el designio del deseo acaso? Si es así, no me escuchen y amen desprovistos/as de defensas; si no cálense las espuelas y abrillanten su armadura. Desafíen, amen, sin piedad, como si les fuera la vida en el envite, o peor, como si les fuera la muerte en ello. Cuiden sus defensas, piquen espuelas a sus corazones, prepárense a sangrar. Es imposible disociar ambos términos, ambos significados: amor y desamor, sobreviven unidos, con equidistancia imperturbable. Sí, amigos/as, los afectos son alimañas, deben estar prevenidos, cuídense bien de ellos, no confundan el temblor, el escalofrío, con el frío filo de sus cuchillos. El azote de los que aman. El amor es como serpiente enroscada en el cuello o erguida para prevenir su ataque. Como la sierpe que cumplido su ciclo muda de piel, y en mudanza busca un nido distinto, otro lecho, otro aliento. Como pueden ver a uno le asalta la reflexión como un tornado que todo lo engulle, tan gráficamente. No crean que estoy desbarrando y tampoco que soy catastrofista, a veces para diseccionar un sentimiento, es bueno acudir a la ironía, al esperpento, a la parodia incluso. No es filosofía, es sentimentalismo. Soy un sentimental, lo reconozco y lo acepto. Ya lo saben queridos/as amigos/as enamorados/as, inocentes, están sementando la simiente del dolor, créanme, miren si no el rictus de la pena en mi rostro, quisiera servirles de ejemplo, de advertencia, con una leve sonrisa. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL CORREO Recuerdo con agrado que hasta hace pocos años, cada mañana, salir de casa, a tumba abierta, en dirección al buzón, en busca de improbables cartas o avisos certificados, era pura celebración, fiesta, ansiedad. Esperaba, iluso, alguna comunicación de un jurado gustoso de algunos de mis manuscritos que hubiera tenido el acierto de premiármelo en algún concurso, la comunicación de alguna editorial dispuesta a publicar alguno de mis libros, la carta de algún amigo, el envío de algún libro de algún escritor conocido, qué sé yo... Anteriormente a sentirme escritor, más o menos frustrado, mi ansiedad, mi esperanza era encontrar alguna misiva, alguna postal siquiera del padre ausente, alguna explicación a tanto tiempo de ausencia. Y antes de eso fue haber encontrado a su debido tiempo la carta definitiva de mi querida Ana Esther, perdida allá en Los Pirineos. Si recuerdo bien, estos correos esperados llegaron, sí, pero ya era muy tarde para todo cuando llegaron. El de mi padre ya no tenía explicación ni sentido después de tanta ausencia, y el de Ana Esther llegó cuando mi corazón ya estaba ocupado muy bien, cuando ya había dejado de ser aquel niño exiliado, enamorado en aquel territorio de la lluvia, regresado ya a mi patria mediterránea. Había una ética de la esperanza en aquello, una ansiedad bendita por recibir. Hoy en día quizás ha caído en desuso el formato pero no el espíritu de esa esperanza. Porque Cosas mínimas Carlos Cebrián esa esperanza ahora se llama correo electrónico. Vuelvo a salir de casa a tumba abierta en dirección a mi oficina, para abrir la bandeja de entradas de mi correo en espera de las mismas confirmaciones de antaño, de jurados, de editoriales, de mi padre o de Ana Esther. Hoy también siento esa pura celebración de dar, de enviar yo los correos, de escribirlos, de ser el remitente de la dicha de otros en espera de mis comunicaciones. Reconozco que es una alegría, una esperanza, infantil. Sentida por dos veces o casi tres, al abrir el buzón, al señalar la bandeja de entradas de mi procesador, o al esperar la llegada de la cartera de mi barrio, a casa o a la oficina. No todo es negativo en el progreso, no todo son nubes para las letras, no, la técnica también nos trae estas bendiciones, estas maravillas, donde confluyen el progreso mismo y la antigüedad de los caracteres escritos, la formalidad de la escritura, parida desde el corazón para los corazones, donde somos capaces de comunicarnos más que nunca con los amigos, con los colegas, con los amores legales y con los proscritos, con desconocidos incluso. Las maravillas de la técnica, que no todo iban a ser improperios para la maldita. Por ella hemos recuperado esta sana costumbre de escribir, más allá de los lacónicos monosílabos del teléfono móvil, o la imbecilidad de las abreviaturas de las palabras de los "sms" tan al uso. Gracias al correo electrónico ahora mismo, corregida ya esta columna de opinión, pulsando el icono de enviar, envío este texto al editor que a lo mejor tiene a bien publicarlo en su periódico. Cosas mínimas Carlos Cebrián MORIR Morir siempre me ha parecido fácil. Sí, morir, lo que se dice morir, es fácil. Los seres humanos morimos con excesiva facilidad. Las personas mueren continuamente, en la mayoría de los casos sin aspavientos, con trágica normalidad cotidiana. La muerte no tiene reglas. No quisiera adentrarme en conceptos metafísicos, o en teorías como "La muertes sucesivas", que nos dice que morimos a cada segundo, transcurrido cada segundo ya ha muerto quien se era. No, yo quiero hablar de la muerte física, real, casi diría cultural. Una muerte que tiene nombre y apellidos y lágrimas y ausencia. Lo que me preocupa es la frivolidad de la muerte. A fuerza de ser cotidiana, se convierte en una idea asumida, fácil. En realidad no sabemos -o no sé, para ser preciso- cómo se muere, así humanamente. Vemos morir a nuestro alrededor pero no aprendemos a morir solos, con nosotros mismos. Quiero decir que desconocemos cómo suceden esos últimos momentos, ese tránsito pavoroso. La muerte es demasiado impersonal, clónica, de una fatalidad religiosa, mística, filosófica. Lo único que sé, a ciencia cierta, de la muerte, es el rostro que tiene ese miedo, el miedo a morir. Siendo "más niño” casi me ahogo en una piscina. Aquel incidente lo recuerdo mal, vagamente. Puedo decir que luché por no ahogarme y que ese día aprendí a nadar, de mala manera -sigo hoy, nadando así, con desesperación, con ganas de vivir-. Recuerdo Cosas mínimas Carlos Cebrián una angustia húmeda, sumergida, y la lejanía aterradora e indefinida de la barandilla, el lejano y aterrador desconocimiento de mis mayores. Recuerdo soledad. Aprendí la facilidad de la muerte, pero luché contra ella, sigo luchando, no me rindo. Sé que todos sentimos ese miedo a morir, aunque en el camino escabroso se hayan perdido la ilusión y las ganas de vivir. Tal vez solamente nos morimos con miedo y solos. Quizás tan solo morimos, sin más. Sucede que esa soledad nos aterra, esencialmente eso es lo que nos aterra, la soledad y el desconocimiento, quisiéramos saber con exactitud el proceso de esa despedida y así olvidamos que ese es, precisamente, el misterio de la vida. Ahí radica la maravillosa casualidad de la vida, porque estoy convencido de que este trance de vivir es puro azar. El único destino irrevocable en el que creo es la muerte, y no como objetivo sino como conclusión. Un final inherente al principio de la existencia. En mi caso, espero, que ese final llegue sin desistir, sin entregarme sin condiciones al enemigo, a la parca, al segador; sin capitular, sin firmar la rendición ante lo insoslayable. En rebeldía. Cosas mínimas Carlos Cebrián CONVERSO Confieso que soy un converso recalcitrante. Hoy hace trece meses que dejé de fumar. Un tiempo suficiente, creo, para considerarme exfumador. 13 meses que han transcurrido lánguida o fugazmente, según se mire o entienda. En ocasiones lo he pasado mal, cierta ansiedad, impaciencia, algunas noches de pesadillas indescifrables o insomnio, o algunos momentos de querencia por fumar. Pero tampoco ha sido terrible y mucho menos insoportable. Quedan secuelas, como el odio o desprecio, si queremos aminorar el sustantivo; desprecio absoluto hacia los fumadores convictos y convencidos. Me asquea el olor que el humo de los cigarrillos impregna a los sujetos fumadores, en su aliento, en sus dedos, en sus ropas. Me asquea el ambiente cargado de los locales donde se fuma. Me asquea el feo gesto que se dibuja en el rostro de los fumadores. Esa forma de apretar la comisura de los labios y entrecerrar los ojos y fruncir el ceño, esa manera de exhalarnos a todos los demás, inocentes, el humo. Quizás sea un síntoma inconsciente, o poco meditado, el caso es que hoy me parece incomprensible el hecho, siquiera, de fumar. No necesito analizar los pros y contras. Mi cruzada antitabaco es una cuestión prioritaria, en mi vida, en mis relaciones sociales, y se sitúa por encima, incluso, de familiares y amistades. No dejo fumar en mi casa, y ello se ha traducido en que ya apenas me visitan los amigos, ya no puedo ejercer de eficiente anfitrión, algo que tanto nos gusta a mi mujer y a mí. (Por Cosas mínimas Carlos Cebrián cierto…, ella también lo ha dejado). Mi salud ha mejorado notablemente, mi antaño soliviantada respiración, hoy es apacible y precisa, no he engordado demasiado. (He de confesar que no he notado una gran mejoría en la calidad de mi relación sexual, al menos no de una forma espectacularmente cualitativa). Mis dedos ya no amarillecen, ni mis dientes, mi aliento se refresca cada día más, duermo mejor, me canso menos, mi voz es un poco menos nasal que, de costumbre, era. Pero he perdido amigos, veladas repletas de filosofía vital y risas, he perdido aromas y sosiego y el respeto que sentía hacia mis amigos fumadores y el que ellos sentían hacia mí, por supuesto, también. Y todo, ya lo he confesado, porque me he convertido en un implacable sujeto antitabaco, converso y advenedizo, pesado y excluyente, intransigente e incluso agresivo. No dejo fumar en mi casa, tal vez para evitar que el aroma del tabaco se impregne en las cortinas, en los tejidos, en mi cama. Nótese que refiero "aroma", sí, aroma espléndido de tabaco, porque este maldito crea adicción y mata, pero, amigos míos, huele increíblemente bien de mañana con el café hace años que no tomo café-,no dejo de reconocerlo, pero ello no implica nostalgia ni algo parecido. Para empezar a dejar, definitivamente, de fumar hay que decir, parafraseando a Neruda*, "confieso que he fumado". *"CONFIESO QUE HE VIVIDO" PABLO NERUDA. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL MIRÓN Amo a cuantas mujeres miro, si me gustan; también podría haber dicho que amo a todas las mujeres que veo, si las miro. En definitiva es algo parecido. Me gusta desplazarme por la ciudad a pie, recorrer, pasear cada callejuela, cada avenida, cada plaza de esta ciudad luminosa y mirar. Todos los trayectos, por mínimos que sean, se convierten en un espectáculo sublime. Soy un mirón; miro, observo, comparo, y en la comparación encuentro un placer próximo a la felicidad. Amo a cuantas mujeres miro, sí, es cierto, y verifico el tamaño de sus tetas, la redondez de sus caderas, la leve insinuación de sus entrepiernas sobre sus ajustados pantalones, o a través de sus ligeras y volubles faldas; la ampulosa geometría rectilínea de sus piernas, el encuentro y el desencuentro de sus muslos, el acicate tembloroso de sus nalgas, el magnífico diseño de sus nucas y sus espaldas, todo, todas ellas. Disfruto amando su anonimato, su cuerpo anónimo, desconocido, distante. Me gusta comparar unas a otras, sus medidas, sus miradas, sus lejanías. Imagino sus vidas insulsas sin mí; comprendo sus frustraciones y sus quejosas relaciones sexuales sin mí. Esculpo sus gestos satisfechos, sus movimientos caudalosos y rítmicos, sus distintas formas de amar conmigo. Confieso que tanto trasiego es agotador, amar a toda una ciudad es demasiado. Amar a todas las mujeres que miro, claro, entre otras cosas como el cansancio y los vituperios en medio de la calle; Cosas mínimas Carlos Cebrián también me procura el disgusto de estamparme de bruces, con demasiada frecuencia, contra las farolas, los árboles, las señales de tráfico y algunos acompañantes masculinos, fuertes, celosos y posesivos, que surcan nuestras aceras. Cosas mínimas Carlos Cebrián LA 5ª ESTACIÓN A Joel Cebrián Martínez No es la Navidad mi estación preferida del año. La Navidad es una subestación dentro de otra estación, el invierno. Pero, yo diría que tiene, casi, cualidad de estación independiente, denominándola por ello la 5ª estación. Decía que no es mi estación preferida y no acudiré a tópicos para justificarme, nada tiene que ver mi rechazo con las cansinas campañas comerciales, ni con el consumismo bastardo que nos abruma a todos, ni con los pueriles y ñoños cuentos de Navidad que nos cercan, que nos invaden desde las televisiones y desde las radios. Es algo más profundo, tiene que ver con el sentimiento, con el espíritu navideño, con su carencia o ausencia. No siento ese espíritu, no me causa ternura. Me inspira, eso sí, la obligación de pasar la Nochebuena en casa de mi madre, con algunos de mis hermanos, con mis sobrinos, para así recogernos alrededor de la mesa y sentirnos familia por un día, rodeados de nosotros mismos, sin más seres queridos cerca que nosotros mismos, como decía. Para mí es inexcusable cenar en casa esa noche, por encima de la justicia igualitaria un año aquí y otro en casa de los suegros- por encima de la felicidad junto a mi esposa, por encima de alegrías o penas o villancicos. Es una herida que supura, un sentimiento compasivo hacia mi familia y propiamente autocompasivo. Solamente recuperé ese espíritu ayudado por el nacimiento de mis sobrinos, y solo durante el tiempo Cosas mínimas Carlos Cebrián en que ellos creyeron en Papá Noel y los Reyes Magos, tiempo en el que me erigí en el responsable de mantenerlos creyentes en su sana mentira, eligiéndoles los juguetes y haciéndolos partícipes de una entusiasta fe en la Navidad, una fe que yo mismo había perdido desde hacía años. Pero mis sobrinos han crecido y ya no creen en más rey mago que en mí, en "las estrenas" que puedo ofrecerles cada Navidad. No es culpa de ellos, por supuesto; mi creencia se sustenta en utopías, en ingenuidades como cuando era niño. Mi padre me mantuvo en la mentira hasta los 10 años, y me sacó de la ilusión haciéndome ver que por mí mismo ya debería haberlo sabido, con enfado y en mi opinión con decepción y crueldad. En fin, fui feliz desvelándome cada noche de 24 de Diciembre y 5 de Enero durante algunos años, convirtiéndome en el impostor que colocaba los juguetes en el salón de la abuela, fui feliz. Por suerte, este año, volveré a sentir esa felicidad ingenua y utópica, porque desde hace menos de 1 año ha llegado a mi vida otro sobrino, hermoso, al que poder engañar durante unos años, y me gustaría decirte Joel, que sí, que aunque aún no lo comprendas, existen los Reyes Magos y Papá Noel también, existen para mí, por ti, para ti. Espero poder aprovechar estos años que nos quedan de complicidad hasta que crezcas demasiado. Cosas mínimas Carlos Cebrián CELEBRACIÓN DEL MILAGRO A riesgo de parecerles en exceso pretencioso, y solicitando sus disculpas por hacerles esta práctica de autobombo, queridos, desconocidos, invisibles lectores, quiero informarles que acabo de publicar un nuevo libro de poemas. Dicho esto, les digo también que no es esto lo que me induce a escribir el presente artículo, no es lo importante. No es un intento de publicidad gratuita, aunque de paso me sirva para ello, no, lo que quiero comentarles es la sensación empírica que produce la recepción del anunciado, la ansiedad en la espera de su arribada, el hecho inminente de su salida a la venta, de la llegada a tus manos y reconocerlo, acariciar su encuadernación, sus tapas, degustar su tacto, su olor, revisitar tus propias palabras, tus versos ya lejanos. Nunca he igualado, como hacen algunos escritores, un libro a un hijo, no creo en ello, mis libros no son mis hijos, cada libro es o soy yo mismo. Ahí quedo yo, enmarañado en los versos. Un libro ya publicado se convierte en un ajeno. Sus palabras, sus versos, parecen dichos por alguien ajeno a uno, por un extraño. Se aleja del autor, empieza su recorrido desprendido de su creador, independiente e insumiso. Cuando lo lees ya no es una relectura, pese a sabértelo de memoria, porque lo que lees aparece pervertido por una óptica desconocida, una significación totalmente extraña. El libro se consolida por sí mismo y empiezas a no reconocerte en él. Entonces te sientes, a veces, orgulloso y, en Cosas mínimas Carlos Cebrián ocasiones, defraudado, decepcionado ante aquello que dijiste en su día, que hoy dirías de otra manera. Descubres, misteriosamente, las faltas gramaticales, las inexactitudes, los errores en las acepciones de los adjetivos, que no descubriste, corregiste o imaginaste cuando se entregaron las últimas galeradas a la imprenta. Y en ese momento crítico, te invade la vergüenza, el sonrojo; te reprochas el improbable despiste, el desconocimiento, la ignorancia, ahora que ya no tiene remedio, todo a modo de espejismo porque, casi siempre, esas supuestas faltas son apariciones del miedo, creaciones de tu propio terror al desnudo, al exhibicionismo que supone la publicación de un libro. Tu fuero interno al descubierto. Ahora has pasado de ser un voyeur cuando lo escribiste, a ser la víctima, el observado, sujeto a las atentas miradas de los desconocidos lectores. Y ahora, también, aparece la incertidumbre, el pánico a no llegar a nadie, a que no compren tu libro, a que no te entiendan, a las críticas, a que pase desapercibido, al orgullo herido. Un ejercicio de majestuosa contradicción, créanme, es editar y publicar un libro. Un hecho milagroso. Cosas mínimas Carlos Cebrián CONTRA LA PAREJA Siempre nos han embaucado en la creencia de que la base fundacional de la sociedad es la familia, y el pilar de la familia es, o sería, la pareja, fundamentada en el amor, en la entrega abnegada al otro. Sin entrar ahora, siquiera, a valorar el modelo de pareja adoptado, elegido, sirva este canto como refutación de la pareja. En verdad, al ser humano le gusta, le sirve, engañarse a sí mismo, ir en contra de su condición. Dicen también, he oído decir, que el sexo es parte del amor, pero no el amor mismo. Y yo aquí os digo que es el amor el principio de todo mal. El ser humano es individualista, y, como individuo, su primer pensamiento-sentimiento es él, su protección, su perpetuación. Por ello es egocéntrico, ególatra. Nada más antinatural que la pareja cimentada en el amor convencional, tal como lo conocemos. Desde siempre lo natural es el apareamiento, que no emparejarse. Apareamiento: un hecho sustancialmente sexual, que no amoroso. La familia es la piedra angular de la perpetuación de la especie, todo lo demás es literatura, filosofía, religión, ignorancia, ficción. El amor es una pulsión poética, un celo tamizado por el intelecto que huye de su condición meramente animal. Una sexualidad inventiva, conveniente y al servicio de la demagogia humana. Una mentira que nos alivia, que nos lleva a intelectualizar el instinto, convirtiéndolo en sentimiento. Nada más caduco que el amor. El intelecto, el Cosas mínimas Carlos Cebrián progreso filosófico del ser humano nos ha traído la tristeza o, peor aún, la desgracia. Eso nos lleva a autoevaluarnos, a compararnos, a convertir el placer en otro sentimiento, en emoción, despojándolo de su primigenia cualidad instintiva. El hedonista, aquel que busca el placer, es considerado depravado en nuestra sociedad. Aquellos que lo convierten todo en compromiso y obligación, en fidelidad, son los moralmente correctos, pero ellos saben que también sufren para redimir esa pulsión humana. Ahí radica el conflicto, en la aspiración de domeñar esa compulsión. El ser humano es irreductible e individualista. El amor fue inventado por algún poeta mediocre, mentiroso y soñador, aquel que nos infligió la belleza, su necesidad irreal, aquel que hizo de la vida, mala literatura, su obra maestra. Amar es aspirar al dominio. Puro egoísmo racionalista. Pura individualidad. Una quimera maldita. Olvidaos, amigos, sed buenos y listos, no os enamoréis, reconoced los cepos y evitadlos, id libres, felices, ignorantes, solos. Cosas mínimas Carlos Cebrián EN PRO DE LA PAREJA (Aclaración inicial: empiezo la redacción de este artículo como consecuencia clara del titulado CONTRA LA PAREJA, y en respuesta a diversas opiniones y/o críticas que este ha provocado. Opiniones y molestias: mi pareja se ha sentido aguijoneada por el mismo y se ha alineado con mis enemigos más feroces). Siempre he creído que el poeta, el escritor, debe ser un gran mentiroso, un creador de realidades “ficcionadas”, es decir: realidades tamizadas por la invención, por la manipulación de diferentes recursos literarios, véase: ironías, hipérboles, metáforas, etc. A ese juego me entrego cada vez que escribo. Un juego que conlleva, en cuestiones literarias, hacer el elogio y la refutación de un mismo tema. Atender al anverso y al reverso de las cosas, las dos caras de la moneda. Y afirmar ambos opuestos con la misma convicción literaria y filosófica. Claramente acepto este tono de disculpa, justificativo, que expele este artículo, algo que supone una alta traición a mi concepto de literatura, a la honradez creativa del escritor, pero, amigos, en cuestión de prioridades antes se sitúa mi felicidad familiar, y claro, me gustaría recuperar el afecto de mi pareja, cuanto antes, el calor de su cuerpo a mi lado, en la cama, su mirada tierna al despertar abrazados, la fricción de sus pies con los míos. Sus besos desinteresados y sus reproches diarios, esos que demuestran su amor. El reclamo de que compartamos Cosas mínimas Carlos Cebrián más tiempo, más aficiones o actividades, las cesiones que procura el afecto. El reclamo de un sexo más activo y prolongado, sensual y un punto perverso. La vida en pareja tiene siempre un pro y una contra, como todo en la vida. Te alivia la soledad o te la exagera. Deberíamos tener claro que la 1ª causa de divorcio es el matrimonio, sin discusión. Pero, amigos, la vida es contradictoria y el amor más aún. Cuando te emparejas, que no te apareas, en ocasiones echas de menos un poquito de libertad, vivir sin concesiones al otro. En cambio cuando vives solo, echas de menos la compañía, la conversación, la pasión, el sexo, el amor. Porque tu amor siempre está dispuesto a ser entregado de manera desinteresada. El ser humano no quiere perder su libertad, pero al tiempo la teme, y la convierte en soledad, en un afecto abstruso por estar y sentirse solo, y claro cuando las lágrimas aprietan... Cuando el deseo aprieta... Y el onanismo se hace insoportable... En fin, amor mío, lo siento. Te quiero mucho. Vuelve, vuelve, por favor. Cosas mínimas Carlos Cebrián LOS AMIGOS Creo que es fundamental cuidar a los amigos. Tenerlos cerca. Poder acudir a ellos para solicitar sus favores, con la certeza de que te los brindarán aumentados, si cabe, y sin pedir explicaciones. Poder solicitar su ayuda con la certidumbre de que esta te llegará de inmediato, sin contraprestaciones, sin dilatarse, sincera, amable. Tenerlos cerca para poder brindarles los favores que te soliciten, hacerles llegar la ayuda que pidan o que, simplemente, necesiten, sin el menor asomo de duda. Sin palabras ociosas. Y digo esto, sin el riesgo de que parezca una perorata sentimental e ingenua, o mejor aceptando que lo parezca o que lo sea, asumiendo el sentimentalismo, porque mis amigos me han respondido últimamente, y su respuesta ha sido mejor de lo que mi intención solicitaba de ellos. Y esa ayuda ha procurado que el resultado de aquello para lo que solicitaba su colaboración haya sido mejorado de una manera tan sustancial como completa. En este ámbito de la farándula, de la “intelectualidad” local, está extendida la impresión de que nos comportamos como “prima donas”, estrellitas de tres al cuarto, con los egos elevados y maniáticos. Que vivimos inmersos en reyertas, en envidias, en falsedades interesadas. Por un lado, esto puede ser cierto, pero, a veces, esta impresión no es solamente falsa sino que es deliberadamente falsa e injusta. No digo que seamos hermanitas de la caridad, pero tampoco somos esos capullos que parecemos, o que Cosas mínimas Carlos Cebrián nos hacen parecer. Sin duda somos personalidades con egos inflados, es cierto, precisamente por ello nos dedicamos a esta desdicha o verdadero éxtasis que es el arte, por ello queremos trasladar nuestras ideas al público, por ello nos “desnudamos” en público con nuestras obras y por ello necesitamos del aplauso, del reconocimiento, de la notoriedad. Definitivamente no todos somos brillantes, incluso muchos somos mediocres, medianías, rematadamente malos, pésimos. También, en algunos casos, somos esos capullos que parecemos, ingratos, veleidosos e insoportables, sí es cierto. La cuestión está en trillar, escoger, medir, aceptar y reconocer. Pero no es menos cierto que también los hay que nos queremos, nos ayudamos, y colaboramos para ofrecer un producto cultural, artístico, de buen calibre y digno. Esto me ha pasado a mí, hace unos días solicité ayuda de algunos amigos “faranduleros” y su respuesta fue simplemente admirable, desinteresada y cariñosa. Va por mis amigos, mi agradecimiento. No es necesario nombrarlos, ellos saben que son los destinatarios de este reconocimiento. Va por vosotros. Cosas mínimas Carlos Cebrián PIEDAD En ocasiones hay personas que me provocan a piedad, un sentimiento de compasión que me desagrada. No digo que estas palabras - el significado que conllevan- sean negativas. Pero sospecho que el que estas personas me produzcan ese sentimiento o sensación es porque, instintivamente, y sin intención premeditada, me sitúo por encima de ellas, en un plano elevado con respecto a ellas. No es su tristeza, ni su desgracia, algo que soy incapaz de valorar si no es subjetivamente. Es algo más abstracto. Todo reside en sus miradas, en sus opiniones, sí, pero solo en la manera de expresar las mismas y en los gestos faciales que las acompañan, no en las opiniones mismas. Y cuando esto se produce, me incomoda, me daña, me incita un ligero nudo en la garganta, una lejana e indefinible propensión al llanto, ganas de llorar lánguidamente. No es porque esas opiniones me procuren ternura, ya he dicho que la opinión no es lo esencial. La mayoría de las veces esta me importa bien poco, me es de todo punto indiferente, o incluso irrisoria. Es el teatro gestual, facial, que la acompaña, las miradas perdidas, esa pretendida búsqueda de comprensión, de respaldo, de consuelo. Una intención de compañía que se traduce en esas muecas de las que hablo, muecas imprevisibles, a veces el asomo de las lágrimas retenidas en las pupilas, otras el llanto casi disimulado, una lágrima deslizándose por la mejilla con discreción, o la ruptura del llanto desatado, o una sonrisita pícara o ingenua o malévola, o una Cosas mínimas Carlos Cebrián carcajada sarcástica, qué sé yo. Me conmuevo, me conmueven. Y me invade la vergüenza ajena, una desazón malvada. Un cosquilleo en la nuca que, por momentos, me es insoportable. Entonces busco la salida, quiero huir, despedir el encuentro, la charla, salir corriendo, escapar de las tablas, de la barrera a la que me empujan y someten. Sospecho que el problema es mío, que está en mí, quiero decir. Debe de tratarse, como casi siempre, de impresiones. Datos subjetivos que me atenazan y bloquean. Debe de ser que quisiera que me importaran un comino las vidas que me cuentan, pero en realidad no es así, no es cierta tanta indiferencia. Debe de ser que me influyen sus cuitas humanas, trascendentes o no. Que me afectan sus delirios, sus alegrías, sus fracasos, sus penas, sus pasiones, sus vidas, la vida alrededor. Debe de ser que es una impostura intelectual, literaria, esta del método de observación, esta pasión por discernir, el intento de diseccionar con precisión de cirujano a los ajenos. Debe de ser que yo soy como esas personas, igual que ellas, y que, a veces, os utilizo para propinaros golpes certeros con todas mis reyertas personales, con mis escritos, con todo el compendio de mi vida. Para provocaros a lástima. Cosas mínimas Carlos Cebrián FIEBRE Desde que decidí publicar esta columna con mis comentarios, desde el primer día, me asalta la intención de escribir sobre temas de actualidad, como una fiebre que me ataca para opinar, sin medida. Actualizarme vertiendo mi “docta” opinión sobre cualquier tema de diaria información, de política, de sociedad, de lo que sea. Después, pasada la calentura, reflexiono y decido escribir sobre lo que verdaderamente me apasiona, sobre la vida, mi vida, la literatura, obviando la actualidad furibunda, sin aprehenderme a ella más de lo necesario. No es que me encuentre en una torre de marfil, no, pero lo prefiero así, porque si no me dejaría llevar por la convulsión. Por ejemplo, me daría por contestar cada uno de los artículos del Sr. B. en el diario NOTICIAS ELCHE, tan apañaditos los mismos, tan revisionistas, tan barcelonistas, tan derechitos; contestaría a los imbéciles que les niegan los derechos civiles a otras personas, ya sean homosexuales (hombres y mujeres), inmigrantes, mujeres maltratadas y/u hombres, negros o blancos; contestaría a todos esos “fachitas” que recuerdan o revisan el “honor” de los “tejeros” y los “francos”, sin mayúsculas; contestaría a aquellos que niegan los derechos de los nacionalistas y a estos que se los niegan a los no nacionalistas; contestaría a los sotaneros que nos niegan a todos en nombre de la moral en esta España aconfesional pero tan católica. Contestaría a todos, pero no lo haré. Seguiré observando la realidad desde mi atalaya literaria, fijando mi pluma en los pequeños detalles de Cosas mínimas Carlos Cebrián la vida, en los libros, los amigos, el amor, el desamor, la poesía, las personas, la ironía. Contestarles sería cometer la misma demagogia que ellos cometen, ser tan revisionista como ellos, concederles la importancia, que en mi opinión, no tienen, no merecen. En definitiva ¿quién soy yo para replicarles o corregirles o reprenderles, o ni siquiera criticarles? ¿Qué meritos me adornan para creerme más acertado, más tolerante, más sabio, más progresista, más libertario, más decente que ellos? Tienen todo el derecho a opinar como les venga en gana, y yo tengo el derecho a disentir, pero también tengo el derecho y el deber de callar, de cabrearme y callar, de creerlos tan equivocados como arbitrarios y callar, reservarme juicios de valor, prejuicios egoístas, y callar. Mi respeto educado al Sr. B., a los imbéciles, a los fachitas, a los sotaneros, a los revisionistas, a todos, de puertas para afuera, pero, por lo demás, de puertas para adentro, les pueden ir dando..., que les den. Cosas mínimas Carlos Cebrián INTELIGENCIA A mi amigo Carlos Feliu y a Esther, mi hermosa cuñada En ocasiones intentamos justificar determinados comportamientos, de amigos, de personajes a los que admiramos, enalteciendo su inteligencia. Intentaré explicarme: podría suceder que alguno de estos amigos o personajes admirados mostrara un comportamiento tímido, cortante, aislado y aislante, extraño, delante de otros amigos; entonces nosotros acudiremos al rescate y lo justificaremos aludiendo a su timidez y de paso recordaremos que es muy inteligente. “No tenerlo en cuenta, es que es muy inteligente, muy culto, pero es muy tímido” etc, etc. Si su actuación hubiera sido grosera también acudiremos a su rescate y lo justificaremos. “No sé qué le pasará, normalmente es muy agradable, si es muy inteligente y culto, se habrá puesto nervioso” etc, etc. No advertimos que al hacerlo así, cuando enaltecemos su inteligencia, subestimamos las de los demás y la propia. Nos situamos en un plano de inferioridad para proteger nuestros afectos. Convertimos la vergüenza ajena que sentimos, en justificaciones y disculpas, un tanto surrealistas y equívocas. Todos somos seres inteligentes, bueno casi todos, en mayor o menor medida, esta es una facultad humana, innata. Lo que podemos cultivar es la cultura, la memoria, la información. Como dice mi querida cuñada Esther, podemos ser acumuladores de información pero no más inteligentes que los demás. Tiene razón mi hermosa cuñada. La inteligencia se nos presupone, otra cosa es la Cosas mínimas Carlos Cebrián habilidad, el don de gentes, la retórica, la capacidad para estudiar o acumular méritos y títulos académicos, otra cosa es la facilidad o dificultad que podamos demostrar para la comprensión, para la tolerancia. El carácter nada tiene que ver con la inteligencia, si eres maleducado, o descortés, no se puede justificar con la timidez y mucho menos con la Inteligencia, “con mayúsculas”, muy al contrario, alguien tan inteligente debería ser afable, amable, tolerante y educado, alguien dispuesto a compartir charla y compañía, nuevos conocimientos, fiesta, cariños y afectos, amistad. Tampoco debemos confundir la inteligencia con la ocurrencia, el cinismo, la ironía o el sarcasmo, estas son otras habilidades que, por supuesto, requieren de inteligencia, que se sirven de ella, pero que no son en sí la misma. La inteligencia comporta bondad y ternura, pero también, incluso, maldad. Tienes razón Esther, va por ti, querida. Cosas mínimas Carlos Cebrián MI EQUIPO Soy entrenador de fútbol aun a pesar de ser, también, poeta. Podría haberlo dicho al revés. Soy poeta aun a pesar de ser, también, entrenador de fútbol. Aunque parezca aventurado decirlo, o solo pensarlo, ambas actividades no están reñidas entre sí. Mis jugadores, niños todos, cadetes hoy, pero antes infantiles y alevines y benjamines, desde siempre han dicho que más parezco profesor de lenguaje que entrenador, porque me paso las sesiones corrigiendo su habla, en muchos casos pésima. Tampoco se explican el que siendo poeta, tan elevadito, pueda transformarme en alguien tan pasional en el banquillo, tan chillón y tan mal hablado. Lo reconozco, a menudo, pierdo las formas, los estribos, me dejo llevar por un sentimiento muy arraigado de competitividad, de competencia, de competición. Un sentimiento ganador que no debe confundirse con el afán de victoria por encima de todo. Ganador es aquel que intenta la victoria desde el compromiso, desde una idea clara y rotunda, desde el estilo, desde la lucha, la dignidad y el orgullo. Apréciese que he dicho que la intenta, no que la consiga. Uno lo deja todo en la cancha para ganar, pero perder, si se ha obrado desde las premisas expuestas, no es un fracaso, a lo sumo, es una decepción, una tristeza, nada más. Una tranquilidad de conciencia absoluta y digna. La victoria siempre se consigue a largo plazo, si has sido fiel a tu estilo, con tu sello, con tu forma de jugar y competir, fiel a tus compañeros y a tu entrenador o a tus jugadores, a tu filosofía y a la disciplina de grupo. Fiel Cosas mínimas Carlos Cebrián al compromiso y al aprendizaje de vida que es cualquier actividad deportiva de equipo. Desde aquí quiero lanzar mi reconocimiento a mi equipo, ahora que termina la temporada, después de un año de trabajo duro, de alegrías y disgustos, un año soportando mi carácter febril, mis correcciones y gritos. Desde aquí, quiero que sepan que no me han fallado nunca, que siempre lo han intentado, que unas veces lo hicimos mejor que otras, que perdiéramos, empatáramos o ganáramos, siempre lo hicimos desde nuestra idea y estilo, desde el buen gusto. Luchando y vibrando con cada gol, con cada acción positiva. Contra cada adversidad, contra las lesiones, los goles encajados, las derrotas, contra mis enfados. A vosotros, mis jugadores, quiero expresaros mi agradecimiento, estoy orgulloso de vosotros. Equipo, mi equipo. Cosas mínimas Carlos Cebrián RELIGIÓN A Francisco Gómez. El otro día hilvané una interesante discusión, a través del “sms” de nuestros móviles, con un amigo, acerca de la religión. Mi amigo se reconoce, casi se confiesa, profundamente religioso. Pero la realidad es que es profundamente cristiano, o católico, que no es lo mismo. Mi amigo busca a Dios en todas las cosas, cree en Dios, en la idea de Dios que su educación sentimental le ha inculcado. Me transcribe una cita que ha leído del filósofo José A. Marina, en su “Dictamen sobre Dios”, cito: “la religión puede ser una inteligente decisión personal”. Tiene razón el filósofo, pero matizo que dice puede ser, no afirma que lo sea, que tampoco es lo mismo. Además, admitiendo que sacamos la cita de contexto, el autor nos habla de la religión y de la decisión, como si pudiéramos decidirnos religiosos y de paso elegir la confesión adecuada a nuestra educación o cultura. Pero no siempre el hombre tiene ni la capacidad ni la cualidad ni la oportunidad de elección, en la mayoría de los casos esto le viene impuesto, por referencias geográficas, familiares o culturales. Yo le contesto, con maliciosa ironía: -Dios no existe, si le conoces o lo ves por ahí, preséntamelo. “Ver para creer” que dijera Tomás, el Apóstol. En definitiva una invitación a la prédica, a la evangelización, no una burla, pero mi amigo parece sentirse herido y corta la disputa. Mi amigo también cree en el hombre, en su bondad, y dice, en sus escritos, que solo en los momentos aciagos, una persona sabe si es rica en amigos, aunque sean pocos. Claro, como pueden ver, Cosas mínimas Carlos Cebrián un magnífico ejercicio de resignación cristiana, el sentimiento trágico de la vida. Yo le digo que su visión del hombre y del mundo, pese a ser bondadosa, no deja de ser ingenua, naíf, incluso. Le digo que tanto Dios como el hombre, son tan despiadados como la vida misma, como la Historia certifica. Le recuerdo, de paso, que esto es solo mi opinión, nada más, y que yo prefiero acudir a los amigos para citas felices, los amigos de verdad están en las buenas y en las malas, los amigos no necesitan demostrar su cariño ni en los duros trances ni en los felices de la vida, los amigos ofrecen cariño, el que uno se gana, e incluso a veces, sin merecimientos para el mismo. El amor, no tiene reglas, tampoco religiones, es universal, como el ser humano, como Dios, esa “persona” elevada a los altares que no existe. Dios es el hombre, su creación, su bondad y su maldad. Definitivamente, creo, el hombre no es la creación de Dios, sino al revés, Dios es la creación del hombre, a su imagen y semejanza. Dios es el asidero, la tabla de salvación de este naufragio que es la vida. Así lo creo, Paco, amigo. Cosas mínimas Carlos Cebrián LIBERTAD Siempre he creído en la libertad de expresión, y creo, además, que nunca dejaré de creer en ella, porque yo creo en toda especie de libertad, en toda. Pero ello no excluye que piense que NO todas las opiniones son tolerables o aun respetables, esta creencia solo me obliga a respetar la expresión, no el contenido de la misma, es más, algunas opiniones me parecen deleznables, conspicuas, viles, demagógicas. De esta guisa hay muchas opiniones, hoy en día, a efectos, por ejemplo, de la regulación o legislación del matrimonio homosexual, o para más INRI, incluso, doctas opiniones acerca de la misma condición homosexual, que si patología, que si vicio... De otro lado están las payasadas disfrazadas de opinión como las que escriben muchos columnistas aquí y allá. Majaderías con aspiración de gracia, que maldita la gracia que tienen, o en su caso, auténticas barbaridades con intención de herir y menoscabar la dignidad de los homosexuales. Me da pena que a estas alturas vuelvan a surgir estos enfrentamientos, que por otra parte, en nuestra sociedad están bastante diluidos. Que algunos nos digan que se está enfrentando a la sociedad por legislar el matrimonio homosexual no deja de ser otra payasada. Señores instigadores, machotes, si no queremos que se dejen su testiculina en el perchero, tampoco queremos que empiecen a probar como se da y se toma por detrás, no queremos obligarles a ello, queremos que dejen de darnos por culo ¡ya!, que Cosas mínimas Carlos Cebrián parecen expertos, queremos que respeten nuestros derechos, esos derechos civiles que tanto tiempo se nos han negado. Un matrimonio siempre es válido si es civil, nada tiene que ver en ello la etimología o la religión o su supuesta moral. Se trata, insisto, de derechos civiles, los mismos que tienen Vds. en su matrimonio o unión conyugal “convencional”, nada más, no les obligamos a tolerarnos, ni a respetarnos, filosófica o moralmente hablando. Les exigimos que nos dejen en paz, legalmente, les exigimos que sepan respetar la ley, sea de nuevo cuño o no, a nada más, ni menos, se les obliga, sigan pensando y opinando lo que les venga en gana, nos da igual. En nada les ofendemos, ni les crispamos, si hacemos uso de nuestros derechos al cumplimentar nuestras uniones afectivas con el matrimonio civil. De hecho, yo estoy unido convencionalmente, pareja de hecho genuina y natural como algún majadero dice por ahí, aunque quizá por no estar bendecida mi unión por la santa madre iglesia, soy tan pecador como los homosexuales ¿no? Va contra Vds, -ya saben quiénes son- Pueden llamarme, desde hoy, maricón, inmoral o lo que quieran, me da igual. Me uno a ellos, los homosexuales, hombres y mujeres. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL IMBÉCIL Si me dejara llevar te llamaría por tu nombre y de paso emplearía el calificativo apropiado junto al mismo. Sí, un insulto que te califica con pulcra exactitud. El insulto apropiado titula este texto. Pero resulta que dejarse llevar por la ira solo me dañaría a mí mismo, además sería políticamente incorrecto. Y, curiosamente, a pesar de que el insulto te queda como vestido de novia “natural o genuina”, como anillo al dedo, de matrimonio natural y genuino como tú lo llamas, imbécil; el insulto, decía, no te hace el honor suficiente, tú eres mucho más. Eres un facha de tomo y lomo, intolerante, discriminador, moralista acérrimo de las costumbres inquisitoriales. Un racista homófobo y si no fuera porque sospecho en demasía y al hacerlo falto gravemente a los homosexuales, diría que eres una maricona loca que no te gustas a ti mismo, y por ello arremetes contra los inmorales que tanto te recuerdan a ti mismo. Qué sabrás tú de la naturaleza humana, ni de la moral, ni de la ley. Qué sería de muchos de nosotros si alcanzaras el poder, seguro que lucharías por la restauración de la inquisición, o empuñarías tu arma complacido, nos mandarías al paredón o preservarías la ley natural castrándonos, o instaurarías la lobotomía para curar nuestras perversiones y vicios. O quizás preferirías la hoguera, piras de inhumanos carbonizados, desinfectados. Todo en nombre de preservar la moral y la naturaleza, lo Cosas mínimas Carlos Cebrián normal, lo decente. Eres imbécil. Qué sabrás tú de la Democracia, si no crees en ella. Tu suerte es que los perversos, los maricones, los ateos, los destructores de la familia única y genuina, sí creemos y esa creencia nos procura tolerancia ante tu imbecilidad y maldad, porque en tu culta ignorancia eres un malvado. Leerte me desata la ira y quizás si te tuviera delante perdería las formas, pero no te nombraré, para protegerme, llámame cobarde, y si quieres llámame maricón, perverso, neomarxista, insensato e inmoral, no soy nada de eso pero quiero adherirme a ellos para enfrentarme a tipos como tú, desde la sombra de las letras, sin violencia. Llámame cobarde, no te nombraré, pero tú sabes que me estoy refiriendo a ti. Va por ti, imbécil. Cosas mínimas Carlos Cebrián JOEL Dicen que uno no elige sus afectos, sin embargo, yo creo que sí los elegimos. Sucede que no sabemos explicarlos. No sabemos decidir por qué amamos o dejamos de hacerlo, por qué amamos de una u otra manera. Hace unas semanas vino a visitarme a casa mi sobrino Joel, acompañado de sus padres, en realidad vinieron sus padres a visitarme acompañados de Joel, pero me gusta pensarlo de la otra manera. Siento un afecto muy especial por mi sobrino de 18 meses, creo que es una proyección del mismo cariño que siempre he sentido por mi hermano, su padre, a quien siempre he querido tanto, aunque quizás nunca se lo dije. Llevo tanto tiempo echándolo de menos… Quizá nunca he sabido o podido hacérselo ver. El caso es que Joel vino, y jugamos y al despedirse me abrazó profundamente, y al quedarme solo me desaté a llorar, desconsolado, saboreando su tierno abrazo e inventando autodisculpas virtuales hacia él y sus padres, tan superficiales como innecesarias. Hoy recibo la llamada de mi hermano pequeño anunciándome su próxima paternidad y me emociono, me asaltan recuerdos de la infancia de mi hermano menor y hago propósito de enmienda: tengo que visitar más a Joel, y a Paula (a quien tengo que atender más y mejor) y a Israel- mis otros sobrinos-, (por cierto a este último debo mostrarle más mi afecto y menos mi autoridad). En estas estamos, con estos Cosas mínimas Carlos Cebrián propósitos infantiles, cuando rompo a llorar como un niño, entre razonamientos pueriles y un poquito pasados de sentimentalismo, y no acierto a dejar de llorar. Decía que cada uno elige sus afectos, consciente o inconscientemente los decide, además también decide la forma de administrarlos. Uno es responsable de sus afectos y desafectos. La cuestión es saber demostrarlos, no es tanto recordar los mismos como ofrecerlos en carne viva, en verdad. En definitiva se trata, en mi caso, de reconstruir aquello que se me ha desmoronado por culpa de la ignorancia, de la inconsciencia y la apatía, de la sinrazón y el paso anárquico de los años y los olvidos. Se trata de recuperar aquello que tan solo se ha extraviado momentáneamente. Nada hay definitivo en la vida, ni si quiera su reverso, la muerte, lo es, mucho menos lo es la distancia, el distanciamiento, los pequeños olvidos, siempre quedarán los abrazos, los besos, los verdaderos sentimientos, las disculpas, los recuerdos, el presente y el porvenir. La sinceridad. Las palabras oportunas. El certero devenir de la vida. Disculpen este desatado ataque de melancolía, queridos lectores, hoy he decidido amarlos a todos, de todo corazón. Con toda mi ingenuidad. Cosas mínimas Carlos Cebrián CRISPACIÓN Debo reconocer y reconozco que me encanta escribir –y publicar- esta columna. Me encanta este acercamiento literario -se trata de pura literatura- al periodismo, a la opinión. Es una literatura diferente a la que acostumbro a producir, más inmediata, no menos profunda. Un instrumento que me permite tratar temas mundanos, más rústicos, directos, exclusivos. También debo reconocer que me gusta la trascendencia pública que tiene, gracias a la publicación que la sustenta. Me enorgullece que me comenten los artículos mis amigos, conocidos o, incluso, algunos desconocidos, por la calle, en la parada del autobús, en los comercios... Disfruto cuando, a veces, producen apasionados debates. Todo esto alimenta mi egolatría. Estos artículos me proporcionan la cercanía de los potenciales lectores, de los sucesos diarios, de las opiniones vertidas por otros columnistas. Pueden dar pie a pequeñas disputas literarias, de concepto y de ideología, batallas incruentas, combates ideológicos, un tira y afloja político y social. Unas justas virtuales y contemporáneas con la palabra como arma arrojadiza. Sin embargo, prefiero los temas propiamente humanos, cuando a duras penas alcanzo cierta emoción, el sentimiento, la humanidad. Pequeños trazos que reunidos formalizan un gran fresco de vivencias, tentativas, ideas, pesares y gozos. Insisto, se trata de pura literatura. Pero para mi desgracia, hace varios meses que no he publicado, Cosas mínimas Carlos Cebrián ni escrito, ninguno. Estoy paralizado, literariamente hablando. Además, los debates suscitados en este tiempo me han abrumado. Me abruma y me aburre la tozudez de muchas personas, que activando su culta ignorancia, atacan y humillan a otros, por su ideología, raza u orientación sexual. Me cansan las opiniones vergonzantes de antiguos capitostes con bigote, que intentan, desde su prédica, inyectarnos el miedo en las venas y en los odios, y que lo hacen desde la lejanía, a traición y con absoluta irresponsabilidad y deslealtad. Él, ese absoluto con bigotito tendencioso, debería reflexionar y comprender que el éxito electoral de los nacionalismos es algo que debería apuntar en su debe, ya que gracias a su absurda política consiguió la radicalización de los votantes más o menos nacionalistas, en contraprestación a su desprecio por ellos, que tanto ha alimentado la crispación. Los que han venido detrás harían bien si se despojaran de antiguas vestimentas, por el bien de todos. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL RESPETABLE Días atrás tuve el honor, la responsabilidad, de leer mi último libro de poemas, a modo de presentación, en La Casa de la Cultura de El Campello. Siempre es un honor y una responsabilidad leer ante el respetable público, aunque decir respetable y público sea redundar. En verdad la lectura me salió casi perfecta, redonda, acompañada de una proyección audiovisual. Leí con soltura, con acierto, con pasión y vehemencia, con entrega. A decir verdad hacía mucho tiempo que no leía tan bien, aunque no quiero caer en un ejercicio de autoloa excesivo, lo dejaremos en que todo fue muy bien, y el respetable así lo entendió. El presentador del acto se deshizo en elogios hacia mi libro y hacia mi figura de escritor “conocido”, aunque en realidad dijo de sobras conocido, lo que viene a confirmar que me conocía bien poco. Demostró eso sí que se había leído atentamente los poemas. El respetable se entregó de veras, con atención, diría incluso que con emoción, con esfuerzo, quizás para justificarse o justificarme, para disculparse. Y digo esto porque la afluencia de respetable fue escasita para decirlo atemperadamente. Siete personas para ser exacto o preciso o sincero. Siete personas que pertenecían todas ellas a la asociación de escritores que patrocinaba el acto. Al empezar mi lectura y para minimizar sus Cosas mínimas Carlos Cebrián tribulaciones, porque se les veía atribulados, casi avergonzados, cité unos versos de la Premio Nóbel de literatura Wislawa Szymborska, que siempre empleo en trances como este, de su poema “VELADA POÉTICA”: Por nosotros nunca ruge el público enardecido. / Hay doce personas en la sala. / Nos instan a iniciar la velada. / La mitad está aquí porque fuera llueve, / el resto, ¡oh, Musa!, parientes. Cito aquí literalmente, en la velada lo hice de memoria más o menos inexacta. Como ven me viene al pelo, como introducción, para romper el hielo y desatar tímidas carcajadas de complicidad. Para tranquilizarles con una humilde demostración de temple y humor. El verdadero mal trago lo pasan ellos, ese ente que hemos denominado “el Respetable”, porque sufren por uno, se apiadan de uno, y lo consuelan con su aplauso y comprensión. Uno ya está acostumbrado a estas cosas, a mínimos triunfos, a escasos parabienes, a salas semidesiertas. Pero, sin embargo, ahí sigue, repitiendo veladas poéticas, leyendo poemas para públicos entregados y escasitos. Ahí sigue, este poeta, creyendo que vale la pena. Va por aquellos siete amigos que no se guarecían de la lluvia, porque, créanme, aquella tarde en El Campello, no llovía. Cosas mínimas Carlos Cebrián UNO A mi madre y a ti, mis expectativas. Uno, a estas alturas, cree tener su vida afianzada. Cree tener una idea clara de sí mismo, de su carácter, de su honestidad, de sus creencias, de sus afectos. También sabe, o cree saber, qué altura alcanzaron sus expectativas. A qué altura quedaron sus expectativas, para decirlo con más precisión. Quiero decir que ya puede, uno, hacer balance de sus éxitos y fracasos, de sus promesas cumplidas o no. Es positivo autoevaluarse de esta manera para cerciorase de dónde se encuentra. Sospecho, que al hacerlo, uno se encuentra en el abismo, cerca de la mediocridad, que es como decir la honradez, patrimonio, casi siempre, de los mediocres, de la normalidad. Habitualmente nos acercamos más al fracaso que al éxito, ya que este es demasiado impersonal, rimbombante, pretencioso, y voraz. El éxito exige más de uno mismo, con esa voracidad del infinito para concluir en el más absoluto de los fracasos. Pero para justificarme debería darle denominación al propio éxito y al fracaso también. ¿Qué es el éxito? ¿Qué el fracaso? Tan subjetivos y tan dispares ambos en la conciencia de los unos y los otros. Uno, a estas alturas, tiene más cicatrices que otras vanidades. También algunas heridas sin curar. Uno cree ser honesto y orgulloso, digno, serio, de confianza, amigo de sus amigos, buen amante, fiel, leal... Pero está seguro de que si por la calle se cruzase con antiguos amigos, con sus seres queridos, más de uno podría escupirle a la cara reproches y faltas concurrentes en todas las virtudes que antes Cosas mínimas Carlos Cebrián citaba. Más de uno le recriminaría deslealtades, infidelidades, olvidos, indiferencia, menosprecios que le harían ver otra cara de su existencia, de su personalidad, de su realidad. Más nos definen nuestras faltas que nuestras características o bondades. Uno sabe bien que no ha conseguido casi nada de lo que pretendía, que se ha quedado en los aledaños de sus glorias. Uno sabe que ha fallado en casi todo lo que es, o pretendió ser. Así es, y no hay tristeza en reconocerlo, ni frustración, así es en casi todos nosotros, a una altura o a otra. Realmente no me siento peor por saberlo, la vida me dio de casi todo en su justa medida, desgracias y triunfos, como a todos, perdí seres queridos, seguiré perdiéndolos y ganándolos, así como amores y alegrías. Y en perspectiva, siempre, como siempre, un incierto porvenir. El río de la vida, con sorpresas detrás de cada meandro. Uno, a estas alturas, sabe que no hay más cera que la que arde. Sabe, además, que ese fuego ha sido, es y será, su vida. Una pira de acontecimientos que se lo llevaron por delante. No necesito vuestro, tu, perdón, por ser como soy, pero sí lo requiero. Cosas mínimas Carlos Cebrián SEPARACIÓN Mi amigo me sorprende con la noticia de que otro amigo acaba de separarse. Es más, me cuenta que ha hablado con la mujer de este, amiga también, y le dice que nuestro amigo hace más de un mes que se fue de casa. Ella le interroga para saber si sabe, si sabía algo. Mi amigo hace lo mismo conmigo y ambos tenemos la misma expresión de sorpresa y aturdimiento. Sinceramente no nos lo esperábamos. Le dice nuestra amiga que nuestro amigo llevaba una temporada, más o menos larga, ignorándola, llegando tarde a casa, sin dar explicaciones. Le pregunta si estará con otra, e insiste por si sabe, sabemos, sus amigos, algo. Me dice que parece hundida, triste más que sorprendida, aturdida más que enojada. El destinatario de estas cosas, por lo general, es el último en enterarse, porque el amor, su costumbre, su rutina, las oculta, las enmascara; y aunque el bicho del desamor avisa, hace sus advertencias, la confianza, la domesticidad, digo, las niega u oculta sin rastro reconocible. Ya he dicho alguna vez que la 1ª causa conocida -y reconocida- de separación es el matrimonio, el emparejamiento. También refuté el amor, en su día, e incluso escribí una invectiva contra la pareja, pero, aun así, estas noticias me hieren, me hacen reflexionar sobre mi propia situación. Reconozco enseguida los síntomas en mí mismo, creo sufrirlos todos, como un hipocondríaco sentimental, y atisbo el final de mi relación, la Cosas mínimas Carlos Cebrián pobreza de la misma, pienso que el próximo abandonado seré yo, o el “abandonador”, tal vez. Veo mi vida como un desastre, me veo incapaz de dar y tomar amor como se merece mi pareja, o como merezco yo mismo. Creo que mi pareja está siendo infiel, A TODAS HORAS, debido a mi incapacidad amatoria y de convivencia. Cualquier retraso o cualquier disputa, me llevan a imaginar sus impuras relaciones con todo detalle, insisto: CON TODO DETALLE; ni siquiera en estos momentos consigo dejar de ser morboso, obsceno, me deleito en los detalles... Toda esta hipocondría sentimental me inutiliza para reflexionar seriamente, para aclararme y buscar la solución a la mala convivencia. Me oculto en la paranoia para escapar de la realidad. Siempre preferimos fantasear antes que afrontar, es mejor el llanto que la valentía, la excusa y la justificación que la aceptación. En verdad, para mí, para casi todos, siempre es antes el yo que el nosotros, y así nos va. Últimamente he sabido, al menos, de las separaciones de 4 o 5 parejas de amigos o conocidos, impensables, sorprendentes. No puedo más que sentirlas, de verdad, y admitirlas, espero que todos ellos, ellas, encuentren el amor que perdieron, no que lo recuperen, no, que lo encuentren, nuevo, jovial y duradero. Un amor que les ilusione y les compense de su sufrimiento. Quizás el siguiente en sorprenderme sea..., mejor dejarlo, ¿verdad? Cosas mínimas Carlos Cebrián A JUANITO Y A PIEDAD Nunca he sido capaz de acercarme al tema de la muerte con naturalidad. Es un asunto que me paraliza, intelectual y emocionalmente. Pero la vida es consustancial a la muerte. Vida y muerte van unidas, son inseparables. Tanto es así que en el mismo momento que se gesta nuestra vida, empieza también nuestra muerte. La muerte es vida y viceversa. Por ello deberíamos asumir la idea de la muerte, la misma muerte, con normalidad, sin la fatalidad que, de costumbre, la acompaña, o acompañamos. Este fin de semana he podido reflexionar sobre esto, y he observado cómo se convierte un velatorio en una reunión social, donde volvemos a encontrarnos, después de bastante tiempo y ausencia, con familiares y amigos. Las lágrimas se entremezclan con sonrisas, incluso con carcajadas, acudimos a la nostalgia y al cariño. Nunca supe administrar estos momentos, siempre he odiado tener que acudir a los tanatorios a velar a los muertos, o a consolar o acompañar a los seres queridos de los muertos. Ahora intento tomarlo de otra manera, más pragmática, me sitúo en la normalidad de la vida y la muerte. Soy capaz, incluso, algo que nunca pude hacer, de acercarme a la cristalera donde se “exhibe” el cadáver y mirarlo y despedirme e incluso llorar, vagamente, si el caso lo requiere. Este fin de semana he sufrido la pérdida de dos personas más o menos allegadas, una de ellas de Cosas mínimas Carlos Cebrián edad avanzada y la otra, demasiado joven. En ambos casos mi cercanía era relativa, una, la primera, por vía familiar, y la otra, por la de la amistad. He podido observar que pese a que una de las muertes puede considerarse más trágica que la otra, si atendemos a la edad de los finados, la edad es algo que carece de importancia, no atenúa el duelo y creo que tampoco lo acentúa. Tratamos de sentimientos, de emociones, de recuerdos y de pena, y esta no tiene medida, ni características atenuantes o agravantes. Me dicen que en ambos casos afrontaron su último momento con conocimiento de causa, con gallardía y entereza. Rodeados de sus seres queridos. Me dicen que mi amigo, algo perdido en el tiempo, pidió a su mujer que cuidara de sus hijos pequeños y que le dijo que la quería mucho. Entonaba, creo yo, un mea culpa definitivo, se excusaba por el sufrimiento que pudo provocar en vida y ahora en muerte. Por mi parte puedo aseverar que fui capaz de acudir a despedirme sin miedo, sin sensaciones desagradables, que me alegré de volver a ver a muchas personas, que supe que a ambos se les quería bien. Creo que al cumplir años también me hago mayor. Que les vaya bonito, a ambos. Cosas mínimas Carlos Cebrián CONVERSO 2 Hace poco, en plenas celebraciones navideñas, reservé mesa en un restaurante de la ciudad, un restaurante algo afamado pero muy menor. Cuando hice la reserva el Metre me preguntó si prefería zona de fumadores o no. Dudé, vacilé, pero cuando me recordó que en la zona de fumadores, por ley, no se permitía la presencia de niños, hice de tripas corazón y elegí fumadores... No sé qué me resulta más dañino si el tabaco o los niños, no por niños sino por impertinentes. Mis amigos con hijos me odiarán, si no lo hacen ya, pero los niños condicionan en demasía las relaciones de sus progenitores, y de paso a nosotros sus amigos, que tenemos que sobrellevar todas sus contras y contras, ¿o debía haber dicho pros y contras? A ciertas horas los niños ya no se sostienen simpáticos y calladitos... Al elegir fumadores me cargué de un plumazo a todos los niños que nos acompañan y mediatizan habitualmente, y victorioso, con una expresión de fastidio teatral y lisonjera, comuniqué a sus respectivos padres el condicionante que por ley nos exigía el restaurante, mintiendo un poquito al confirmarles que sólo había sitio para tanta gente en la zona de fumadores. No voy a confesar que me arrepentí de tal componenda, del chanchullo falsario que me monté para no tener que “mandar al bosque” a mis amiguitos, pero si diré que terminé rociado de un tufo insoportable desde la cabeza a los pies, ropas, piel y ánimo. Creo que los fumadores desde que se sienten Cosas mínimas Carlos Cebrián acosados por Ley, fuman más y con mayor desprecio por los fumadores pasivos, exfumadores o conversos como yo. La dichosa ley creo que nos perjudica más que nos beneficia a los no fumadores. Ahora casi todas las cafeterías o restaurantes pequeños permiten fumar, y los insurrectos fumadores, delincuentillos, se sienten en casa propia, sin cortapisas, sin trabas y fuman, y fuman, dichosos y con afán. Fuman todo lo que no han podido fumar en sus lugares de trabajo, y lo hacen con compulsión y repetición. Convierten por ello las cafeterías y bares, o las zonas habilitadas, en tabernas, en tascas ahumadas y de hedor y pestilencia de tabaco refumado. Sigo siendo un converso convencido, llevo más de 2 años sin fumar, y ahora he comprendido lo maleducado que fui cuando fumaba, lo pernicioso que era para los fumadores pasivos. Por ello me congratulo de la persecución inquisitorial que sufren los pobres fumadores. Ajos tocan, queridos, pensadlo bien, estáis señalados, seréis incinerados en hogueras metafóricas y públicas. Incluso hay programas de televisión que pretenden curar vuestras almas y libraros de esa humareda, de ese infierno en vida que es el tabaquismo. Famosos y famosotes os impelen a dejar el terrible vicio, por salud y por formalidad, por decencia. Menos mal que decidí dejarlo hace dos años porque si no, seguramente, hoy no lo dejaría, en clara rebelión contra la imbecilidad del poder, y de lo políticamente correcto. Estamos cargando de argumentos y convicción al fumador para que nunca deje de serlo y disfrute ensimismado cada calada que, fervoroso, le de a sus pitillos. A joderse, amigos. Cosas mínimas Carlos Cebrián MIERDA A propósito de la columna que a continuación voy a redactar, quiero citar primero una memorable frase de mi madre que me servirá para ilustrarla. Mi madre, muy a menudo, decía: “desde que llegamos a este maldito pueblo pisamos una mierda que no ha dejado de salpicarnos”. Está claro que mi madre quería justificar su supuesta desgracia en la mala suerte, darle rienda suelta a su rabia para explicarse lo inexplicable, el azar, que no el destino. Las causas, que siempre nos parecen exógenas, de todos nuestros males. No sabía, ni sabe, que el asunto lo llevamos dentro; nosotros labramos, casi siempre, nuestro destino, siempre influido este por el caprichoso azar, la suerte, que no es buena ni mala, ni venturosa ni desgraciada, simplemente es. Años más tarde mi madre dejó de utilizar la frasecita, una vez que sus hijos encauzaron sus vidas, que pudimos olvidar las desventuras del pasado y superar las ausencias. Años más tarde nos tocó el gordo de Navidad, y la frase ya careció, de inmediato, de sentido. La vida le ha traído alegrías, incluso más que las antiguas desgracias, le ha traído nietos, saludo aquí el nacimiento de mis sobrinos mellizos JORDI e IKER, que sobrellevan con gallardía la obligación de la incubadora. Le ha traído familia, que no es poco. En verdad hay personas que se regocijan en la tristeza, en la desgracia, en la mala suerte, y hasta que no consiguen liberarse de esa maldición, que no es otra cosa que actitud, talante, lógica, vida, no recomponen sus vidas, con sus dosis correspondientes de alegrías y penas. Cosas mínimas Carlos Cebrián Aquel que echa en falta el amor, a la desesperada, nunca lo encuentra, aun a pesar de tenerlo delante de sus narices. El que se ofusca y precipita, se obsesiona con él, con la felicidad que supuestamente comporta, no lo distingue nunca, y pasa y sucede ante él como una sombra, como un fantasma inalcanzable. El que asume la tragedia como una parte insoslayable de la vida, jamás consigue superarla. Esta resignación identifica a estas personas y marca en sus rostros, en sus miradas, en sus palabras, todo el peso confuso de la pena. Hay personas que compiten con las demás por ser las más desgraciadas, una competición que no es otra cosa que una carrera por acumular méritos en la desgracia, por acumular muertes trágicas y tempranas entre los suyos, por acumular enfermedades en sus cuerpos, mentes y almas, por acumular enemigos malvados y malintencionados, por acumular, en definitiva, la mierda que titula esta columna. Creo que hay un síndrome, en psiquiatría, del que no recuerdo su nomenclatura, que define estos síntomas y a los sujetos que los padecen. En resumen creo que se trata de luchar contra este mal, se trata, ahora que está tan de moda, de talante. De ganas de vivir la vida como es, un acontecer maravilloso. Se trata de vivir, así de sencillo, así de hermoso. Cosas mínimas Carlos Cebrián JUAN CUGAT Hojeo, emocionado, el último libro de poemas de mi amigo Juan Cugat, recién salido de imprenta. EL ROSTRO IMPERFECTO DEL TIEMPO (editorial Celya, Salamanca 2006), se titula. Siempre es emocionante recibir estos presentes, en forma de libros, de mis amigos escritores, pero, en este caso más incluso, porque esta amistad, antigua, altisonante, está llena de tiempo y de heridas, de versos y lágrimas y risas, de compromiso y de cosas compartidas. Mi amigo Juan se afana en la confección, en la creación de su obra, cada verso, cada poema se consagra en esa obsesión: su obra. Para ello se adhiere a la vida, al pensamiento, al adentro de las cosas y consigue llagarse todo él, como una gran herida humana y literaria. Para Juan el poeta es un héroe, una herida en forma de héroe para decirlo con su propio verso. Establece un diálogo con todos sus yos, y sus diferentes voces, para explicarse a sí mismo, su mundo, el mundo foráneo también. Juan podría definirse como un tipo raro, o para decirlo con exactitud, hay quien podría definirlo como un tipo raro, si no raro, difícil, orgulloso, soberbio. Juan es un artista, un poeta. Alguien que trasciende a sí mismo y que confiesa desconocerse y que se busca y que intenta explicarse. Un artista no deja de ser una persona casi normal, sencilla y contradictoria. Un poeta no es más que un tipo que escribe poemas, por lo menos esa es mi opinión. Pero, Cosas mínimas Carlos Cebrián como ya he dicho, para Juan el poeta es el verdadero héroe de la historia, de su propia historia. Lo que le importa es el ser humano, sus devaneos filosóficos y religiosos, el pensamiento, la compasión, la justicia, la razón, la conciencia, la verdad. Lo que le importa es la poesía, su rango, su importancia, su dicha y su desdicha. Lo esencial es llegar al propio Dios, al particular y al social. Lo humano es extender el propio Yo, al que le hemos hurtado su verdadero compromiso, su esencia. No le importa la repercusión de su obra sino la perfección de la misma, su evolución, su correlato. Podríamos decir que, dados los tiempos que corren, Juan es un tipo raro, un poeta de los que ya no quedan, los interiores o internos, los que se abrasan en y con su obra, de los que no buscan el reconocimiento banal y crítico. Un poeta que tiende con sus versos los puentes hacia el otro lado del abismo que es cada hombre. En definitiva es un tipo normal, romántico y sentimental, aunque él no lo reconozca. Romántico en el sentido más amplio y literario del adjetivo, sentimental en el sentido más rotundo y cotidiano del mismo. No es alguien de trato cómodo, su amistad paga peaje. Su trato también. Juan nunca traiciona, y pone su pecho siempre por delante, al descubierto, en la literatura y en la vida, a tumba abierta, con su verdad como estandarte, y con la defensa de la misma por encima de los tratos rutinarios y convencionales, así son su obra y su persona que, en definitiva, son la misma cosa. En fin, estimados lectores, acérquense al poemario de Juan Cugat, este ilicitano característico y bueno, mi amigo, no se arrepentirán. Cosas mínimas Carlos Cebrián LOS TONTOS Alguien me dijo una vez que a los tontos hay que recordarles cada día que lo son, porque cuando un tonto no lo recuerda o deja de ser consciente de que lo es, se convierte en un tonto peligroso. Ciertamente los tontos tienen una facilidad innata para olvidar que lo son, es más, tienen una gran habilidad para ignorarlo. El tonto nunca deja de serlo, créanme. Ahora a los tontos les ha dado por gobernar, opositar, por transitar por los vericuetos de la política, por escribir columnas de opinión, por opinar en los altavoces mediáticos, por deambular por el “famoseo”, etc. Los tontos nos cercan, pero, permitiéndome una licencia partidaria y políticamente incorrecta, hay dos clases de tontos que me irritan sobremanera: he de decir que conozco muchos más tontos de derechas y muchos más tontos del Barça que de izquierdas o del Madrid, pero, claro, esta es una opinión interesada para ponerme a salvo con mis doctrinas políticas y deportivas, las pasiones, los fanatismos; permítanme la maldad tan subjetiva. Pero el tonto por definición, el más peligroso, es el mojigato, el moralista... Ese se lleva la palma en el listado de mis odios. Por desgracia, a veces, uno descubre en personas a las que quiere o admira, quería o admiraba, síntomas de necedad de gran calibre, opiniones aderezadas de estupidez y partidismo que las convierte en los tontos por antonomasia. Leo, ahora mismo, la columna de un tonto superlativo, nos habla, el tonto de marras, de las pajillas mentales que se hace en relación al Cosas mínimas Carlos Cebrián matrimonio o la idea de pareja o familia que defiende, excluyendo claro está de su defensa aquellas modalidades de lo mismo que le son, desde su prisma mojigato, inmorales, antinaturales y nada cristianas. Esas posturas que ponen en peligro la institución sagrada de la Familia, su idea de Familia, y por supuesto excluye de su defensa a todo su diferente. Otros tontos se dedican a impartir su magisterio de la tontería, desde el olvido y por tanto desde el peligro, desde sus poltronas político-sociales, a crispar, a dividir y a confundir a la opinión pública o la misma ciudadanía. A estos tontos no les recordamos con suficiencia que lo son y los pobres se nos han convertido en los verdaderos tontos peligrosos que nos acechan. Por desgracia, en muchas ocasiones, uno descubre en sí mismo esos síntomas que desprecia en los tontos y descubre, también, el olvido constante de su condición, sabiéndose entonces peligroso para los demás y para sí. Es cierto, a los tontos nos ha dado por hacernos notar desde tribunas públicas y nos ha dado por olvidarnos, descaradamente, de nuestra propia condición de tontos. Yo me la recuerdo cada mañana, delante del espejo, para no olvidarme el resto del día. Así es, amigos lectores, miren a su alrededor o en su interior, es seguro que encuentran algunos tontos rondándolos, hagan el favor de recordarles que lo son, sin rubor. Cosas mínimas Carlos Cebrián LA FIDELIDAD Sé infiel y no mires con quién, se titula una película “tonta” (Fernando Trueba) de los ‘80. La cuestión de la fidelidad no reside en la entrega sexual, corporal o mental, que uno haga a otras personas distintas de su pareja sentimental o social. Esta cuestión afecta a los apetitos, al deseo de otros cuerpos, de otros alientos, de otras palabras y gemidos, afecta a la cualidad “cazadora” y territorial de todos nosotros, machos y hembras, hombres o mujeres. Podríamos sustituir el sustantivo cazador por conquistador, pero, en definitiva es lo mismo. Instinto de dominio, de territorios y de personas, exhibición de fortaleza. Todo ello, tamizado, además, por el cerebro, por las creencias, por la inteligencia. No crean que solo hablo de instinto animal, que lo es, es, también, instinto humano, inteligente. Nada más beneficioso, placentero, sutil, que el sexo, el deseo siquiera, aunados a la inteligencia, al sentimiento libre. Cada cual que cuide su intimidad, que guarde en secreto sus deseos, sus conquistas, sus amores. Ser infiel no daña a nadie, ni al que lo es, ni a quien supuestamente se le es. No daña, siempre que el asunto se mantenga en el anonimato, que no se convierta en vox populi. El amor no entiende de fidelidad, que no es un valor en sí misma, entiende, eso sí, de lealtad, pero uno debe ser fiel, en y por principio, a uno mismo. Y leal a sus afectos. Debe cumplir con sus afectos, con sus instintos, con sus deseos, con sus principios, a nada más debe rendir cuentas. Uno no debe confundir Cosas mínimas Carlos Cebrián el amor con un buen polvo, a veces son cosas equidistantes, otras, en cambio, van unidas, pero eso no es esencial. No hablo de moralidad sino de realidad, de convicciones y, por supuesto, de placer. El placer no tiene reglas morales, tiene ética guiada por el deseo, la imaginación, la desinhibición, el juego. Una ética nada moralizante, ni mojigata, libertadora y libre, ajena a convenciones. Sujeta a la Libertad con mayúsculas, a la honestidad personal, propia y para con los demás, y al intento, a veces baldío, de no dañar. El don de amar por doquier, a cualquier ser humano que entendamos que lo merezca, ya sea por seducción o por amor, a borbotones, alguien que nos “ponga”, así sin más, que nos done dulzura, ternura, amor, placer, deseo, fidelidad o lealtad. Qué más da. Amen, amen, sin cortapisas, amen, disfruten, sean felices, sean felices por un instante mínimo y repetido. Busquen consuelo en otros brazos, sin compromiso, sin deberes, verán que amar no duele. Amar sin sufrir, sin fundamentos, sin fundamentalismos. Sin rencor, sin el rencor que nos atiza el desamor. Podemos combatir la soledad, mitigar el dolor que provocan amores rotos, relaciones equivocadas, demasiado comprometidas y paralizadoras del sujeto, si así lo hacemos. Amar sin cortapisas. Cosas mínimas Carlos Cebrián DECLARACIÓN Procuro que mi escritura, en esta columna, no sea en exceso confesional. Prefiero servirme de cierta ironía para acercarme a los temas que me interesan. Pero por una vez voy a permitirme serlo. Permítanme, estimados lectores, este impúdico acto de exhibicionismo emocional que voy a acometer, este desahogo. Ya sé, amigos, familiares míos, que últimamente os preocupo, sé que me veis algo distraído, triste, cabizbajo. Veréis: es que el milagro ya no es el milagro. Mi casa, querida, soñada, ya no es mi casa, la vivo como un okupa circunstancial en espera de más acogedores lugares. Las paredes se me vienen encima, me aprisionan, me expulsan. La familia que escogí como propia durante un cuarto de siglo de mi vida, de golpe, ha dejado de serlo. Mis cuñados dejarán de ser como mis hermanos. A partir de ahora podré tomarme la irreprimida y lasciva libertad de mirar y ver a mis hermosas cuñadas como a las atractivas y bellas Mujeres que, en realidad, son. A mis exfamiliares, todos, puedo asegurarles que, pese a todo, sus muertos serán, para siempre, mis muertos. También los vivos. Mis amistades, a la fuerza, habrán de cambiar, en su mayoría, por otras menos influenciadas o influenciables. Mis libros y discos se mudarán a temporales cajas de cartón, desalojando su lugar preeminente. Mi lado del armario-vestidor habrá de vaciarse. Mi lado de la Cosas mínimas Carlos Cebrián cama, algún día de estos, será reocupado por otro calor más deseado y desconocido. Pronto pasaré a ser un extraño para mis vecinos de comunidad y calle. Todo aquello que ocupé revertirá en silencio. Sombras, nada más*. ¿Qué cómo me encuentro? EXPULSADO, DESPOJADO, ABANDONADO, EXPOLIADO, PERDIDO, podéis escoger cualquiera de estos participios, o todos a la vez, de cualquier manera acertaréis. Aquí estoy, viviendo en gerundio, me atacan y me defiendo, asumiendo y compartiendo culpas, echándola de menos. Os ruego, queridos, que no me interroguéis en demasía, aminorad esta vergüenza, esta congoja, por favor. Así se costean los aranceles del amor, ese falsario, esa calamidad. Todo recuerdo es el recuerdo de una pérdida. Sí, así es, después de tanta literatura, de tanta ironía, la vida ha llegado con el mazo del olvido. Ahora seremos memoria apenas, quizás melancolía. Ya lo dije una vez: Alimañas son los afectos. / Debes estar prevenido, / cuídate bien de ellos. / Quedarás herido, malherido si no. / Prepárate a sangrar. / *Novela de Enrique Cerdán Tato Cosas mínimas Carlos Cebrián EL MÉTODO DE LA TRISTEZA Para mí la tristeza siempre ha sido una especie de antifaz, una pose, un método, una figura literaria. Siempre me he servido de ella, ahora pienso que -tal vez- con menosprecio, para escribir, para disfrazarme. Nunca he sido consciente de ser o estar triste en el absoluto de su acepción. Es verdad que mi vida no ha sido especialmente feliz, las carencias han estado a la orden del día, las ausencias, las impresencias, pero, sin embargo, nunca he sido un tipo excesivamente apesadumbrado. Ya he expuesto que, para mí, la tristeza ha sido el método de mi literatura, la nostalgia y también la ironía, una pizca de mentira en fin. En cambio hoy me encuentro, me siento, efectivamente triste, por encima de todo, triste. No hablo de un estado depresivo, para nada, es un estado de melancolía, sufro una sensación de pérdida, de ausencia, de extrañamiento, de congoja. Encontrarme de esta manera me avergüenza. Todos nos creemos inmunes a los embates de la vida, a la pérdida, al desamor, a la derrota. Extrañamente convivimos con esos peligros sin apercibirnos de su efectividad, de su realidad, no les concedemos el crédito que se merecen. Creemos que el peligro pasará ante nuestra puerta sin pararse ante ella para golpearla con sus nudillos furiosos. Y, de repente, nos atropella, nos lleva por delante como el vendaval, como una tempestad ingobernable. Entonces no asumimos nuestras culpas, y la ira ocupa nuestros adentros, y desaloja de ellos a la lógica, a la reflexión, a la asunción de responsabilidad, a la sumisión ante la Cosas mínimas Carlos Cebrián realidad. Nos rebelamos ante lo que sentimos injusto, y creyendo pelear para salvarnos, nos alejamos cada vez más de la orilla. En ese esfuerzo insensato sembramos de “cadáveres” lo que debiera ser recuerdo, memoria, nostalgia de la antigua felicidad, del amor que siempre será, que siempre perdurará. Hoy el deseo de ti aún me domina, este deseo al que siempre le he escrito, quizás estoy errado, quizás debiera ser algo más oriental, aplicarme en la filosofía del desapego, de la no pasión, del no deseo, así podría reconciliarme conmigo, contigo. Podría otorgarme esa Paz, ese Equilibrio, esa Sensatez tranquila, el fluir del agua de los ríos o de las fuentes, el sonido de las risas en los parques, la vida alrededor, pero no me da la gana. Sufro encanallado este ataque de melancolía, esta ausencia de ti, esta pérdida de mi vida, con esta pasión occidental e incluso capitalista, egoísta, ególatra en todo caso. Estoy triste, y qué. Creo que me lo merezco. Quiero cantarle a lo que he perdido. En la elegía reside la poesía. Quizás lo que he perdido será ganancia de mi escritura, a lo mejor, a partir de hoy, empiece a gestarse mi obra maestra. Cosas mínimas Carlos Cebrián ABRIL 2005 (vida de poeta) El grupo poético Abril 2005 agrupa a unos cuantos poetas que no formamos ninguna generación, ni grupo localista. Tampoco defendemos una idea común, ni un mismo concepto, de poesía. Un grupo de poetas que, cansados del anonimato, buscamos, si no autocomplacencia, sí autocomprensión. En definitiva se trata de eso, solamente de eso, que no es poco. Erigirnos en nuestra propia audiencia, en nuestra propia fuerza, unidos. Es cierto que fomentamos ideas, proponemos libros colectivos, encuentros, homenajes, congresos, lecturas, revistas, pero, al final, estos actos o simples vislumbres, solo son la excusa para seguir o para conseguir la audiencia, desde la fuerza del grupo. Ninguno de nosotros somos poetas verdaderos si aceptamos la idea de poeta verdadero que nos propone Roberto Bolaño en su artículo LA MEJOR BANDA. Bolaño nos dice que si tuviera que perpetrar un atraco al banco más seguro elegiría como compañeros de fechorías a cinco poetas verdaderos, apolíneos o dionisíacos, da igual, pero verdaderos. Dice que nadie en el mundo encara el desastre con mayor dignidad y lucidez. Ninguno de nosotros somos poetas verdaderos, ninguno ejercemos vida de poeta, pero todos aspiramos a serlo y a llevar esa vida de poeta, en verdad. Somos compañeros de fechorías, compañeros de intenciones enloquecidas e ilusorias, y parafraseando al articulista, sabemos que lo que nos propongamos ya sea un atraco (literario) o el ejercicio mismo de la poesía, ese gran acto de Cosas mínimas Carlos Cebrián exhibicionismo, casi con toda seguridad, acabará en desastre, pero habrá sido hermoso. Lucharemos, como grupo, contra los que convierten la literatura en un mercado, los que otorgan cualidad de "calidad literaria" a los escritores vendedores, únicamente por eso, porque venden, los que se comportan como funcionarios leales y obedientes de los gremios de editores y críticos, de la mercadotecnia. Lucharemos contra ellos por decencia, porque la literatura, la poesía en especial, y vuelvo a parafrasear a Bolaño, no es nada si no es un ejercicio de inteligencia, de aventura y de tolerancia, más placer. Si no es todo esto ¿qué demonios es? Sobre todo, como grupo, seguiremos escribiendo, aunque para algunos escribientes que deambulan por aquí, con sus tochos novelescos bajo los sobacos, no seamos más que alternativos y transgresores, no sé de qué, ya que al alejarnos del clasicismo de las formas dejamos de ser poetas. Aunque solo seamos versolibristas para algún zoquete con pinta de intelectual bohemio pasadito de moda y de alcoholemia. Seguiremos escribiendo aunque os duela o aunque no, aunque nos sigáis ninguneando. Por ello y porque sí, por la poesía, por la bendita locura, por los desastres hermosos. "Cuando un enloquecido joven de dieciséis o diecisiete años decide ser poeta, es desastre familiar seguro".”La mejor banda” del libro “Entre paréntesis” ROBERTO BOLAÑO (1953-2003) Cosas mínimas Carlos Cebrián VIVIENDO EN LA PRIMERA LÍNEA Últimamente me ha dado por escuchar viejos vinilos o cassettes, por escuchar canciones de mi adolescencia. Por ejemplo: ahora mismo escucho "viviendo en la primera línea", seguro que a algunos os sonará, un reggae comercial de los ‘80 de EDDY GRANT. En realidad desconozco el origen de esta costumbre accidental que empieza a devenir en manía. Podría ser mi método de la tristeza, aunque creo que no, me pasa habitualmente entre grandes tiempos espaciados. No me he deshecho de mis vinilos ni de las cintas, no me perdonaría hacerlo. Se trata de una educación sentimental que uno nunca quiere perder de vista, poder acogerse a ese ejercicio de melancolía, con alguna lágrima furtiva rodando silenciosa por la mejilla. Me ha dado, también, por acostarme muy tarde, por dormir mal, a propósito, por luchar, adrede, contra el sueño, contra la acción de dormir, que es una manera de morir, cada noche. Una muerte temporal y accesoria, reversible, ficticia, amable, en todo caso. Leo, escribo, sufro unas terribles ganas de fumar un cigarrillo, un purito sabor de vainilla, en la díscola noche. Me trago películas malísimas, infumables, viendo la televisión. Como chucherías, chocolates, bebo cola sin parar o té frío, con la vana intención de vencer al sueño. También me ha sorprendido la intención, cumplida, de comprar productos de belleza masculinos, cremas hidratantes Cosas mínimas Carlos Cebrián para la cara, antiojeras, cremas exfoliantes, colonias caras, cremas corporales. La intención de volver a hacer ejercicio, reducir tripa y endurecer músculos, todo tipo de “músculos” retráctiles. Otro síntoma peligroso es que vuelvo a salir, por la noche, algunos fines de semana, más por figurar que por otra cosa, aunque si soy sincero, me es muy costoso encontrar locales donde mi presencia no parezca la invasión de los ultracuerpos, o la aparición de un padre en busca de su hijo díscolo. También me he observado mirando, en demasía, con morbosidad, a mujeres muy jóvenes, altivas, bellas e inconscientes, desapercibidas de mis fanáticas miraditas, que me hacen sentir invisible. Sinceramente vuelvo a disfrutar este melancólico onanismo, con mucha más frecuencia que de costumbre, con ese placer adolescente que excluye el automatismo de la madurez. Sufro una flagrante regresión física y psicológica. El otro día, una escritora recién conocida, al escucharme conversar con mi amigo Eliseo, nos dijo que uno se da cuenta de que se hace mayor cuando se descubre recordando batallitas, antiguos escritos, lejanas novias, a modo de heroicidades, con un punto de frivolidad y fantasmeo. Entonces sabemos que la edad es una realidad de la que no podemos escapar aunque lo pretendamos con todas nuestras fuerzas, aunque nos vistamos como nos vestíamos entonces, aunque volvamos a escuchar aquellas canciones, aunque no hayamos evolucionado nada en nuestra manera de ligar, o debí decir seducir, estos verbos no explican la misma acción ¿verdad? En fin, será la edad, o la soledad, el canallesco vislumbre de la caducidad de la juventud; no sabría, ni sabré, ni sé, determinarlo. En definitiva así es cómo me siento estos días, estas noches de insomnio provocado. Cosas mínimas Carlos Cebrián LLORÓN Dijo el poeta: “puedo escribir los versos más tristes esta noche”*, sin duda también yo podría escribirlos, no con tanta precisión, no con tan melancólica belleza, pero podría. Y si lo hiciera tan solo me quedaría en llanto. Nada hay peor que un poeta llorón, quiero decir explícitamente llorón, porque de llantos está preñada la buena poesía, la belleza. El mal de amores siempre ha sido el motor de la gran literatura. Pero hemos de rendir ese mal, la tristeza, a la misma belleza, a la poesía, en bien de su emoción y calidad, esquivar la bonitura, la excesiva ternura, cursi, la apología de las lágrimas desatadas. Decía que nada hay peor que un poeta llorón, y este poeta (que creo ser), está caminando, con dificultad, su particular travesía del desierto y ha llorado y para no caer en el patetismo, definitivamente, lleva un tiempo sin escribir, sin contaminar sus folios de su desatada tristeza, de este exhibicionismo que tanto le caracteriza. Me tachan de exponerme demasiado en mi literatura, de quedarme a la intemperie, de un solipsismo o egocentrismo exagerados. Me tachan de mirarme demasiado el ombligo, de desnudarme con grave incorrección, de cierto nihilismo, de cierto onanismo sentimental. La literatura, en especial la poesía, es una expiación terrible de los propios demonios, digo bien, una expiación, no una terapia. Por primera vez utilizo mi cuaderno de notas, la escritura, como terapia, un bochorno en fin, nada apreciable ni rescatable de la papelera de reciclaje, memeces autocompasivas, sentimentalismos, requiebros, cursilerías de todo orden y fulgor. Cosas mínimas Carlos Cebrián Qué quieren que les diga, me ha vencido el dolor, la pérdida, han derribado mis muros de autodefensa, mis principios de vida y los literarios. Siento el hachazo de la vida, esa vida a la que creía amar con todas mis fuerzas, con esa afición ególatra que me caracteriza. Sí, coño, no puedo evitarlo y me doy vergüenza, soy un memo sin ilusión, llorón, paralizado, que ha creído que toda la vida era lo que tenía y ha perdido, que esto era la vida misma. Un capullo que goza en el dolor, que se regodea en su propia decadencia. Qué quieren que les diga, me avergüenzo, tirado en el sofá, paralizado, sin ilusión, arrastrando los pies al caminar, la cabeza gacha, sin escribir una sola línea aprovechable. En verdad me desconozco, me enferma el pálido reflejo de mi espejo, me espanta el imbécil que he llegado a ser. Este cretino que no se consuela ni con sus buenos amigos, que han estado ahí, siempre, que no se consuela con la posibilidad del amor venidero. El memo que ha arrastrado en su dolor a quien más quería. Qué quieren que les diga, más exhibicionismo, desnudez, intemperie, bochorno. Es lo malo de creerse el centro del universo. Ese es el mal de altura del poeta, creerse uno el catalizador de todas las vidas, el correlato objetivo de cualquier ser humano. *PABLO NERUDA Cosas mínimas 2ª parte 2008 Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián *MAYTE DIXIT Detesto las frases hechas. Últimamente odio especialmente 3 frases determinadas, las transcribo: “un clavo saca otro clavo…”, “el tiempo lo cura todo…”, “nunca es tarde si la dicha es buena…”. Detesto las frases hechas con su carga de tópico y falacia, con su ambición de perogrullada. A veces no les falta razón a las detestables pero aun así o quizá por ello las odio más todavía. Y especialmente odio a las transcritas porque llevo 2 años escuchándolas constantemente. Dadas mis circunstancias personales, los amigos, los conocidos, los familiares, los enemigos, me las espetan continuamente; unos con esa carga odiosa de compasión y consuelo, otros emplean el cinismo más cruel o, incluso, la burla más soterrada. Sé que muchos no tienen mala intención, incluso sé que su intención es benefactora, pero qué quieren que les diga se podían meter las susodichas y sus intenciones por ahí por donde todos ahora imaginan… Al principio intentaba explicarles que en mi caso no era cierta esa filosofía de la resignación que guardan las frasecitas, que esa sabiduría popular no era aplicable a mi situación, que su sentido de esperanza no me consolaba, pero, claro, casi nadie me entendía, yo ahí esforzándome en aclararles que a mí no me sirve con solo cambiar de sábanas, que la sencilla sustitución para mí es frívola, que si toca sufrir se debe sufrir con dignidad y gallardía, y ellos con esa expresión de perplejidad aferrados a las frases hechas me soltaban: “no hay mal que cien años dure…”, “nunca digas de ese agua no beberé…”, “ eso Cosas mínimas Carlos Cebrián nunca se sabe…” y yo petrificado con ganas de soplarles una buena hostia... Ahora ya ni les contesto, solo hago gestos afirmativos, inexpresivos y tan tópicos como las mismas frases. No hay manera, 2 años sin dejar de escuchar los mismos consuelos: “no se termina el mundo…”, “hay que pasar página…”, “tienes que mirar para adelante…”, “todo se olvida…”. Así una y otra vez, continuamente, sin piedad. Que no, coño, que no me consoláis, malditos salvatierras, filósofos de tres al cuarto. Sé, perfectamente, que también os canso con esta actitud de tristeza cerril, que os agoto, que pensáis que ya ha pasado demasiado tiempo. Pero ¿sabéis vosotros que siempre quedan cicatrices tiernas en el corazón y heridas que nunca cicatrizan? Por lo menos podríais innovar con las frases consoladoras y añadirles el condimento del humor, como hace mi antigua cuñada MAYTE cuando dice: “nunca es tarde si la picha es buena…”.* Cosas mínimas Carlos Cebrián SALVAJE ES LA NOCHE Últimamente salgo mucho por la noche, a empaparme el alma y el esófago de alcoholes y humaredas, a atisbar los horizontes en busca de la antigua belleza, en busca de los abrevaderos de la pasión donde sofocar este fuego solitario. No diría que salgo de “caza” pero, sinceramente, lo parece. La noche es una selva donde cazadores y presas se buscan alocadamente. Casi siempre, al acabar la noche, me reprocho la incursión en territorio comanche, y es que el punto de mira lo tengo perdido y oxidadas las armas amatorias, y por otro lado tampoco debo de ser una presa suculenta para ninguna amazona cazadora. Casi siempre, cuando acaba la noche, reflexiono acerca de la palabra que, a mi entender, está de moda: SEPARACIÓN. Créanme, les ruego que me permitan esta arbitraria generalización; todo el mundo anda separado, y de caza, a la caza de sexo fácil, rápido, desconocido y sin compromiso. Sexo a degüello. Salgo y reconozco a viejos/as amigos/as y conocidos/as en iguales circunstancias a la mía, es decir separados/as. Que se comportan como cretinos/as o como adolescentes entraditos/as en carnes, con flagrantes calvicies y surcos marcados en los rostros. Beben, bailan, expelen las pocas feromonas que les restan, intentando atraer a sus víctimas, exuberantes y jóvenes, que por lo general ni siquiera nos miran y si lo hacen no nos ven. Un auténtico ejército de hombres y mujeres invisibles. En Cosas mínimas Carlos Cebrián principio pretendemos, más nosotros que ellas, ignorar a todos/as los/as “compañeros/as” de generación, como huyendo de nuestra propia caducidad, pero terminamos rendidos por pura lógica matemática. Nos mentimos al creer que en la noche aliviaremos nuestras soledades, podremos encontrar el sexo indiferente que demandamos (porque al amor lo rehuimos, el amor ya lo hemos conocido y nos ha engangrenado la vida) pero nada más. A duras penas encontraremos alguna conversación interesante, alguna mirada condescendiente, alguna lágrima en el marrullero recuerdo. Alguna hermosa sorpresa, cualquier indiferente noche, para un mínimo desahogo. Y la vuelta a casa y su soledad, apestados a humo, con malestar en la garganta y en el estómago, con las entendederas alcoholizadas. Alguna noche el abrazo sincero de un viejo amigo, a quien mientes al decirle que estás muy bien, todo bien, aquí a ver qué pillamos y las risas del desconsuelo. Salimos mucho por la noche pero a quienes buscamos nunca les encontramos. A vosotros/as, queridos/as, nunca os encontramos. Cosas mínimas Carlos Cebrián LOVE IS LIKE OXIGEN. Una de mis canciones favoritas es un “hard rock” de los ’70 que se titula LOVE IS LIKE OXIGEN (el amor es como el oxígeno) del grupo SWEET. La canción es bastante hortera, sí es cierto, pero cada vez que la escucho se me pone la piel de gallina y me emociono en demasía. La escuchaba de pequeño en el tocadiscos de mi hermano mayor, sin que él lo supiera, una y otra vez. De mayor he seguido escuchándola en una grabación magnetofónica y por Internet he conseguido bajarme aquel disco maravilloso y hortera para escucharla hoy en día. El título expresa gravemente la necesidad que tenemos de amor en nuestras vidas, nos inculca su imperiosa necesidad para respirar y vivir. Hay que ver cuánto le debe nuestra educación sentimental a las canciones horteras ¿verdad? Cuántos recuerdos de emociones casi olvidadas, recuperadas, nunca perdidas. Estos días padezco un severo insomnio y para paliarlo busco en el dial la primera emisora donde suene cualquier canción hortera que me transporte al recuerdo, a la emoción, a la melancolía en definitiva. Se ha convertido esta pulsión en un ejercicio de flagelación sentimental. Cada noche a la caza de la canción más nostálgica, ñoña, cursi, ejemplar, hasta derrumbarme..., y llorar con alegre devoción. Recordar, con las canciones, momentos felices, bailes, besos, fracasos, risas, llantos, el amor de toda una vida, en resumen. Asumir el desengaño que atiza Cosas mínimas Carlos Cebrián el presente, deducir el resultado que soy… Este desgaste, el dividendo de la soledad, la incógnita despejada del fracaso personal. Por suerte me quedan las canciones, todo lo que las mismas significaron y siguen hoy significando. Gracias a Dios me quedan las noches de insomnio, frente al teclado de mi portátil para aferrarme a la excusa de volver a escribir, mientras escucho las canciones horteras, motivado por toda esa carga de melancolía. LOVE IS LIKE OXIGEN, qué razón tenía y tiene el título. El amor es como el oxígeno, cuando lo tienes y cuando te falta, para ayudarte a respirar o para ahogarte. Uno siempre está sujeto a las mismas creencias, a las mismas necesidades, sin reparar en el paso de los años ni en sus pérdidas y vuelve a emocionarse con los mismos afectos, las mismas canciones. En verdad cada mañana al despertar o cada madrugada al dormirme, mi primer y último pensamiento siempre es el mismo… Porque como dice otra histórica y hortera canción “el amor de mi vida sigues siendo…” Estoy seguro de que casi todos podéis terminar el verso por mí. Cosas mínimas Carlos Cebrián INSOMNIO. Voy a citar “triplemente” a ELVIRA LINDO, con citas extraídas de su artículo “Sin tetas no hay matrimonio” de su DON DE GENTES del pequeño suplemento DOMINGO de el diario EL PAÍS del 3 de Febrero de 2008. Cito: “Soy de la opinión de que a las personas sensibles les gustan las tetas”. “Hay hombres que solo las quieren turgentes, hay otros hombres que aman las tetas de la mujer que aman…” Más adelante completaré la tercera cita para concluir. Pues yo debo de ser el cenit de la sensiblería por cuestiones de gusto y además siempre he amado las tetas de la mujer que he amado. Ya he dicho, en una columna anterior, que padezco, últimamente, un severo insomnio. Debo confesar que siempre he sufrido un miedo recurrente a la muerte que me ha impedido desde niño dormir con tranquilidad. Recuerdo que cuando era más niño solo un miedo, terrorífico, me impedía dormir, o hacía que me despertara y llamara a mi madre, entre pesadillas; era/es el miedo a la guerra, a participar en cualquier guerra. Hoy me aterran el porvenir, la incertidumbre, el miedo a la soledad. Hoy se suman todos estos miedos, e incluso alguna solitaria noche me he despertado sudando, llorando, llamando a mi madre como entonces. Ahora ni siquiera soy capaz de conciliar el sueño, pasan las horas, lentamente, lentamente. Busco los paliativos, sin fármacos, la música, la literatura, el estudio, la televisión, alguna compañía Cosas mínimas Carlos Cebrián errabunda, nunca quien yo quisiera, la mentira, el autosexo reparador, el recuerdo, pero es inútil, no lo consigo, no hay manera… Dice Elvira en su artículo que recuerda a un personaje de SAÚL BELLOW que decía que no hay mayor felicidad que la de dormirse por las noches con la mano en el pecho de la mujer que se quiere -y con esto termino ya de citarla-. Es verdad, no hay mayor felicidad, puedo jurarlo, porque ese pequeño y amatorio gesto implica mucho más. Sin embargo tampoco termina de llegar la mujer a la que, hoy, querría, con la que dormiría alguna noche con mi mano sobre su pecho. No atiende a mis ruegos, ni siquiera, sospecho, puedo asegurar si existe ¿Dime, eres real, querida mía? En fin, aquí sigo otra noche más, sujeto a los miedos, a la incertidumbre, al deseo de ti, amiguita indiferente. Busco en el dial la emisora correspondiente, la canción benefactora, escribo de nuevo, y en la radio suena el dichoso bolero: si tú me dices ven, lo dejo todo… Pues eso, así es, yo me refería a ti… Sí a ti. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL ODIO Creo que no hay sensación más angustiosa que la que se siente cuando adivinas el odio que alguien, cualquiera, siente por ti. Se hace difícil aceptar que alguien pueda tener motivos tan fuertes para odiarte. Pero, que no os quepa duda, siempre hay alguien dispuesto a despreciarnos. Los motivos, muchas veces, son puramente subjetivos, antiguos amores a los que hicimos sufrir, viejos adversarios, competidores, examigos agraviados, familiares dolidos, etc, etc. Nosotros, claro está, estamos incapacitados para entender, para siquiera valorar, esas razones, por la misma subjetividad a la que antes aludía. Uno se quiere a sí mismo y no admite maldad en sus características, no acepta ruindad, vileza, inmoralidad. Por supuesto uno casi siempre cree estar del lado de la razón, de la ética compartida, no siente haber agraviado conscientemente a nadie. Por ello, decía, no hay mayor desasosiego que cerciorarse de que alguien te odia con poderosas razones. En ocasiones acude, para defendernos de ese ataque inopinado, el gladiador que todos llevamos dentro, otras, sin embargo, viene la tristeza con la contundencia de la tempestad a herirnos en lo más profundo, en el recuerdo, en la incomprensión, para convertirnos en las víctimas de la sinrazón, pensamos. Mirad, hacedme caso, no dejéis que esa indefensión del corazón herido os equivoque. Poco se puede contra el odio, no le concedáis, es más, no os concedáis tanta importancia. Miraos adentro, comprended. Ya sabéis que el amor y el odio están Cosas mínimas Carlos Cebrián separados por una delgadísima línea, son el anverso y el reverso del mismo sentimiento. El mayor de los odios, a veces, es el mayor de los afectos, confundido, eso sí, pero lo es. No sufráis, o mejor, sufrid, sufrid con gallardía, sabed que os odian porque no han sabido amaros como podríais merecer, o porque no habéis sabido amar como merecían ¿Qué más da? Peor es la indiferencia, la frialdad, como únicos vestigios de que te amaron o no. Yo siempre acudo a mis canciones favoritas para ilustrarme, permitid que os cite algunos versos que sirven para ello: “Quererte a ti es querer ganar el cielo por amor/ es haber perdido el miedo al dolor/ es luchar contra nadie en la batalla/ y ahogar el fuego que me nace en las entrañas” “Para que no me olvides/ y esté presente en todos tus sueños/ te he dado mi cariño/ que es lo más caro y mejor que tengo/ para que no me olvides/ ni siquiera un momento/ y sigamos unidos los dos/ gracias a los recuerdos” “Puedo ser/ puedo ser/ uuuhh/ tu amante o tu enemigo/ puedo ser/ puedo ser/ uuuhh/ el fuego o el olvido/ Sí o no” “Porque a mí me atormenta en el alma, tu frialdad” Podéis cantar conmigo, amigos, no os avergoncéis. *(Canciones de: ÁNGELA CARRASCO, LORENZO SANTAMARÍA, MIGUEL GALLARDO y TRIANA). Cosas mínimas Carlos Cebrián “MOÑA” Leo un magnífico artículo de JOSÉ LUÍS FERRIS, titulado “A beso limpio”*. En el mismo nos cuenta el autor la historia de un rocambolesco atraco ocurrido en una sucursal bancaria de un pueblito del norte de nuestra provincia. Parece ser que un individuo vestido como los antiguos bandoleros además de exigir su botín de euros también exigió un beso a la empleada atracada. Se sirve de la anécdota para después discurrir acerca del beso y de sus propiedades ya sean proféticas, balsámicas, narcotizantes, preventivas o de comunicación entre los seres humanos. Nos advierte que el beso está desprestigiado o en decadencia y que hemos olvidado sus valores. También he leído un reportaje acerca del sexo en el reino animal, donde se desmiente que los animales, (algunas especies, grandes simios principalmente) únicamente utilicen el mismo como mero ritual procreador sino que también lo practican como diversión, como consecuencia del deseo o para aplacar tensiones sociales. Practican, incluso, la homosexualidad romántica, sexo oral y otras variedades, orgías, poligamia… No somos tan diferentes, en definitiva. Está visto que el motor del mundo es el amor en todas sus facetas, románticas y sexuales, como dice Ferris el beso puede ser el baremo que evalúe, según su intensidad o sabor, el grado en que se encuentran nuestra capacidad emocional y nuestra Cosas mínimas Carlos Cebrián vida amorosa, que valore el momento, más o menos rutinario, de nuestro estado afectivo. Todos tenemos esa compulsión amorosa o sexual, otra cosa es que sepamos administrarla o que hayamos extraviado el sentimiento verdadero de amor y deseo, otra cosa es que hayan tocado fondo nuestras relaciones amorosas y que por ello la obviemos, por miedo al nuevo compromiso, a nuevas parejas, a nuevas decepciones y fracasos, a nuevas complicaciones en fin. Sé, perfectamente, que algunos, o muchos, me consideráis un sensiblero, un “moña” llorón, que utiliza esta columna como un asunto o trasunto personal, como una exhibición casi onanista. A vosotros no tengo nada que deciros ni contestaros, pero tengo claro que la literatura, mi literatura al menos, es una expiación de los propios demonios y que cada vida, propia y particular, puede ser el correlato objetivo de otras muchas. Además me han dicho que llorar es beneficioso así como reír y sobre todo besar y aparearse también, incluso emparejarse. Practicar cierta insensatez. Por cierto, no sabéis cuánto echo de menos los besos. Besos que tengan (por decirlo parafraseando a Ferris) “el aroma inconfundible de lo nuevo, capaces de pillarme a contra lengua, que provoquen esa reacción somática, en cadena, que afecte a ciertos órganos vitales y produzca también secreciones íntimas”. Esperaré por si algún día NOS afecta la insensatez compartida, un beso… * “A BESO LIMPIO” JOSÉ LUÍS FERRIS, Diario Información. 17 de febrero de 2008. Cosas mínimas Carlos Cebrián QUERIDO Sr. SINATRA Mi querido Sr. Sinatra, perdónalas, te lo ruego, porque no saben lo que se hacen. De paso perdóname a mí también porque te confieso que conozco a algunas personas a las que no les gustas ¡OH Voz!, has de saber que son personas a las que quiero, incluso en algún caso, a las que quiero mucho. Ya sé mi querido Sr. Sinatra que lo que te digo es algo que parece inconcebible, pero ya sabes… el amor es ciego y el deseo también. Ellas argumentan frivolidades del tipo: “para gustos colores”, “contra gustos no hay nada escrito”, o me llaman fanático, tirano, presuntuoso, pero tú y yo sabemos que es algo más simple ¿verdad? Únicamente se trata de tener buen gusto o mal gusto. Seguramente, queridos lectores, esto que escribo les parecerá, les parece interesado en exceso, veleidoso, vano, superficial. Por el contrario yo creo que no es una cuestión baladí ¿Cómo casar los afectos, los deseos, la amistad, con afrentas tan grandes, cómo pasar por alto ofensas de este tipo? Ya sé, me dirán que los polos opuestos se atraen, que en la variedad está el gusto, que lo más racional y tolerante es aceptar el eclecticismo… Pero permítanme que les haga una matización, es que las intolerantes son ellas, las que no practican el eclecticismo son ellas, las que detestan tamaño genio como el de La Voz, son ellas, no se trata de intolerancia, se trata de la verdad de las cosas, tratamos de la objetividadsubjetividad del Arte, pero para ello debemos reconocer que hay artistas que están por encima del Cosas mínimas Carlos Cebrián bien y del mal, de las modas, de los gustos. No quisiera parecer intransigente ni interesado, ni veleidoso, pero en este caso… lo soy, sí lo soy, lo seguiré siendo. Perdónalas querido Sr. Sinatra, ya te digo que no saben lo que se hacen, esas personas no han sentido el estremecimiento que provoca la tonalidad, la armonía de tu voz, mientras cantas I’VE GOT YOU UNDER MY SKIN del maestro COLE PORTER. No se emocionan al escuchar COME FLY WITH ME o FLY ME TO THE MOON, no lloran, siquiera, si escuchan STRANGERS IN THE NIGHT o MOON RIVER, qué quieres que te diga, son así, y pese a ello, yo las quiero… ¿Qué puedo hacer? He intentado reeducarlas, las obligo a escucharte cada vez que visitan mi casa, voy a conseguir que dejen de venir, que dejen de estimarme o que nunca lleguen a hacerlo. Compréndeme, a las personas se las quiere, si hemos decidido quererlas, por entero, exactamente como son, hemos de saber perdonar sus terribles faltas. A nuestros deseos no podemos dominarlos, se desea lo que no se tiene, y se desea el absoluto del sujeto a quien se desea. Mi querido Sr. Sinatra, solo puedo prometerte que mi esfuerzo será conseguir que mi deseo se cumpla y que aprenda a degustarte, a idolatrarte como yo. Cosas mínimas Carlos Cebrián LA AMISTAD. He leído un artículo de Javier Cercas titulado “No” (El País Semanal, 15 de Diciembre de 2007), en el que nos habla con toda ironía sobre la amistad, la genialidad y el amor. En el mismo comenta que la amistad podría estar sobrevalorada y que el genio es incompatible con la misma; también con el amor, porque este (el genio, claro) es la abdicación del yo. Lo he leído inducido por alguien que además de ser mi mejor amigo, sospecho, cree ser un genio o estar a las puertas de serlo. Me comenta que cada vez se siente más solo, ex profeso, y que en realidad solo tiene un gran amigo, que debo de ser yo… Cuando me comentó el trasunto no llegué a entenderlo en absoluto, pero una vez leído el artículo recomendado de Cercas lo entiendo perfectamente. Mi amigo pretende ser antisocial, no inmiscuirse en esta sociedad capitalista e injusta y además sabe que la amistad tal como empleamos el concepto de la misma está sobrevalorada, es falsa, excluyente, una pantomima. Por supuesto el amor también. Mi amigo es un genio, un geniecillo burlón para no exagerar. Pero a mí este geniecillo me ha hecho reflexionar y recordar algo que me dijo otro de mis grandes amigos. Este me dijo que amigo o amiga es aquel, aquella que permite que uno (su amigo) se exprese con absoluta libertad y que acepta de buen grado el relato de su experiencia aunque le afecte directamente. Tiene razón mi otro gran amigo, para qué puñetas sirve la amistad si te comprime la capacidad, la necesidad de expresión, para qué sirve un hombro Cosas mínimas Carlos Cebrián amigo si cuando lo requieres no está, para qué sirven los amigos si estos se postulan a favor o en contra sin siquiera permitirse el lujo de escucharnos. Sí La Amistad, tal como la usamos, con prejuicios, está sobrevalorada. En ocasiones llamamos amigos a personas que están cerca, a las que acudimos en caso de necesidad, soledad o tristeza, no reparamos en que somos nosotros quienes elegimos nuestros afectos y muchas veces esa compañía no revierte en comprensión. Quiero decir que a menudo esos amigos que nos acompañan no están dispuestos a escucharnos o a intentar comprendernos porque nuestro relato les afecta de una manera demasiado directa. Es entonces cuando se siente la imposibilidad de expresar nuestro verdadero sentimiento o nuestras carencias, cuando descubrimos que los amigos verdaderos están en otro sitio, menos elegido por nosotros mismos. Esos amigos que lo son desde hace tantos años, casi desde siempre. Ellos nos escuchan con solo acompañarnos sin siquiera requerírselo y además conocen de antemano nuestro estado de ánimo, con solo mirarnos a los ojos. Y además no nos juzgan. En definitiva la amistad debe basarse en la tolerancia, y esta se basa en amar a las personas, si hemos decidido amarlas, tal como son. Convivir no es vivir siempre juntos sino aceptar a los demás verdaderos, como son. Cosas mínimas Carlos Cebrián 33 LÍNEAS APROXIMADAMENTE “Perdonen si molesto, / si a veces me desnudo, si pierdo mi decoro. / Advierto que estoy vivo, que quemo si me tocan, / porque esto es un poeta. A fin de cuentas, alguien/ que no tiene la culpa de haber nacido ardiendo…”* En realidad con estos versos el poeta dice, con maestría, lo que yo quisiera decir, en su absoluto, pero como se trata de redactar 33 líneas aproximadamente para completar esta columna, seguiré con mi exposición. Sirvan los versos para que aquellos lectores detractores o críticos púdicos puedan entender lo que para algunos de nosotros es la literatura. Para que adviertan que para nosotros el formato es lo de menos, lo de más, quizá el todo, es el lenguaje, la emoción, el sentimiento, el pensamiento, el recuerdo, el fuego, la pasión, el desasosiego, la tristeza, el poema, la vida. Esta columna mis queridos críticos, afanados, menesterosos, es literatura. Estas 33 líneas aproximadamente son, pretenden ser, literatura, de menor o mayor calado pero literatura ¿Sois capaces de asumirlo, mis queridos amiguitos? ¿Qué habría sido de KAFKA, PROUST, POE, LARRA, KENNEDY TOOLE, AUSTER, CLARÍN, LORCA, ETC, si hubieran seguido vuestro postulado y nos hubieran privado de hablar de sí mismos? Porque todo escritor, grande o pequeño, verdadero, habla de sí mismo, desde dentro. Por supuesto no pretendo, Dios me libre, compararme a los escritores que os cito, en cuanto a su calidad, repercusión o grandeza, pero sí lo hago en cuanto a su Cosas mínimas Carlos Cebrián intención, a su manera de afrontar la escritura. Hacemos lo mismo: escribir. Desde el fuero interno de nuestros incendios particulares, porque hemos nacido ardiendo. Me parece que el pudor está reñido con la verdadera literatura, creo, además, que toda justificación o intento vano de explicarlo, están de más, cada línea, cada palabra, deben defenderse por sí mismas. Pero me atacáis y me defiendo. Sobre todo me divierten estos dimes y diretes entre columnistas aficionados que jugamos a vestirnos de grandeza, de trascendencia, que jugamos a ser garantes de la libre y objetiva opinión o de la corrección pudorosa de la misma. Vosotros seguid, por favor, escribiendo acerca de las magníficas tradiciones de nuestro pueblo, de las palmeras, de los patrimonios, de la actualidad, de la política, de los personajes trascendentes, de los referentes de la ciudad, hablad, en resumen, de lo que os venga en gana, con asepsia, con objetividad. Yo, por mi parte, haré lo mismo, a mi manera, lloraré, reiré, con mi columna-clínex, “ardiendo toda mi figura como una llama”**, como me venga en gana mientras que los editores me lo permitan. *José María Fernández Nieto “Pórtico para decir unos versos”. **Joan Perucho “Un poeta”. Cosas mínimas Carlos Cebrián PRESBICIA Hace unos días estuve en mi óptica para que me hicieran la revisión anual de la vista. Me dijeron que casi todo estaba bien, que mis dioptrías se mantenían inalteradas, tanto las de la miopía como las del astigmatismo. Pero me advirtieron que empezaba a presentar síntomas de Presbicia, en realidad síntomas de PRE-presbicia, nada preocupante me aseguraron. Me preguntaron la edad y al decírselacamino de los 43- se sorprendieron ya que lo normal es que estos síntomas de la vista cansada aparezcan a los 40 y en mi caso, estos, casi ni asoman todavía. Presbicia, vista cansada, otra prueba más de que me hago mayor, de que envejezco. Realmente si atendemos a la expectativa de vida del género masculino ya soy un hombre de mediana edad. He de decir que no era consciente de ello, hasta hace poco me consideraba joven, como casi siempre desde que dejé atrás la adolescencia. Pero, mira tú por dónde, empiezo a presentar síntomas de vista cansada. A estas alturas o medianías de mi vida, puedo ya mirar hacia atrás en el tiempo con mucha perspectiva, puedo ya echar en falta muchas cosas y a algunas personas, puedo darles absoluta comprensión a ciertos dolores en las articulaciones, a la aparición de delatadoras canas, a la indisimulada alopecia, a los kilos del sobrepeso. Sí, ya no puedo acudir a excusas metafísicas para explicarme todas estas advertencias, para autoengañarme. Presbicia, vista cansada. Qué palabra tan fea, qué concepto tan desolador. Vista cansada a los 40 ¿Vista Cosas mínimas Carlos Cebrián cansada a estas alturas, en la mitad, más o menos ficticia o real, de mi vida? Mi vista se ha cansado de mirar, se cansa de mirar, ya se deforma la visión de mi mundo, del mundo particular y del general. Es curioso cómo nos azota el azar, el paso del tiempo, la vida, sin apercibirnos de la realidad, de la verdad de las cosas. Salí de la óptica con la palabra Presbicia clavada en el pensamiento, repetitiva en mis susurros, en mi subconsciente… Presbicia, presbicia, qué palabra o palabro, vista cansada, vista cansada. Sí, machote, envejeces. Envejeces querido. Prefiero la fealdad de la palabra presbicia a su explicación tan aclaratoria y tácita de vista cansada, su mensaje técnico y aséptico a su acepción más sentimental, en verdad que la prefiero. PRESBICIA. Normalmente cuando sufro estos disgustos suelo visitar mi librería para hojear las novedades y comprar algún libro interesante, ese día así lo hice y compré el último poemario de mi admirado LUÍS GARCÍA MONTERO, su libro se titula, amigos míos, VISTA CANSADA. Qué ironía ¿verdad? Cosas mínimas Carlos Cebrián LA REALIDAD O EL DESEO He aprendido que cuando amas, de verdad, a alguien deseas su mayor felicidad, aunque, en efecto, tú ya no estés. Aunque ese alguien, a quien amas, esté mejor sin ti o haya encontrado la felicidad en otra parte o en otra compañía. Si no es así no se trata de Amor sino solamente de amor propio. Cuando entiendes esto te liberas de la culpa primero y, después, del rencor. Te liberas, asimismo, de la ansiedad, del reproche, de la depresión, de la desesperación, pero no de la tristeza. Esta pasa a ser mitigada, nunca olvidada, pasa a ser una tristeza de regusto melancólico que expresa aquello que pudo ser y no ha sido, pero, en todo caso, es amable, llevadera, soportable. Se aprende a convivir con la realidad y no con el deseo, o, dicho de otro modo, se vive en la realidad, con los pies en el suelo, por encima del deseo, del ensueño, del apego egocéntrico. No has dejado de amar a quien amabas, pero comprendes que ahora sabes amarle bien. Con honradez, con cariño, con respeto al otro por encima de cualquier deseo posesivo. Y ahora ese amor, irrealizable, perdido antes, recuperado después, ya no es insoportable, ni alienante, doloroso o paralizante sino recordado y verdadero. Esto que les digo puede parecer en exceso romántico o naíf, ingenuo, pero es real, puedo asegurarlo. Nada tiene que ver con asuntos esotéricos o terapéuticos, absolutamente nada, se trata de Amar bien o mal, de aprender a hacerlo bien. Cosas mínimas Carlos Cebrián Leo un reportaje periodístico acerca de formas de relacionarse que pueden llegar a ser dañinas, de amores peligrosos, estilos afectivos que es mejor evitar. Desde un punto de vista psicológico, claro. Estilos, maneras de amar, insalubres, del tipo por ejemplo: narcisista, paranoide, sociópata, histriónico, obsesivo, pasivo-agresivo, etc. No hace falta detallar sus características. Y pienso que, tal vez, mi manera de amar podría encajar en alguno de esos modelos, o no, porque seguramente solo fue una manera equivocada de amar. Es seguro que aquel amor, aquella forma de amar, tuvo cosas buenas, felicidad, aunque sabemos que el concepto de Felicidad absoluta es cosa de cretinos, pero sí, la hubo. Tampoco tiene importancia. No son lo mismo la realidad y el deseo. Me he pasado mi vida escribiendo sobre ambos conceptos (o afectos), no como lo hizo CERNUDA (La realidad y el deseo) sino, ahora lo sé, enfrentándolos (de ahí el título de esta columna). Hoy, si separo ambos sustantivos, puedo asegurar que a quien amé jamás será una extraña. No, nunca serás una extraña para mí. TE QUISE, y si se me permite decirlo, TE QUIERO. TE DESEO LO MEJOR. Cosas mínimas Carlos Cebrián EL INFIERNO. Dice el escritor FRANCISCO CASAVELLA* que aunque muchos lo ignoran, en el infierno hay un lugar reservado para quienes empiezan sus artículos con una cita. Y que ese círculo dantesco está abarrotado de pelmazos, sin emoción y de pensamiento vacío. Y yo, como también dice él, digo que si hay que ir al infierno se va aunque nuestro cuerpo espiritual, el alma inmortal, arda en llamas junto a los de esos (los pelmazos) o los de aquellos (los que vendieron su alma a cambio de la Gracia), mientras citamos y citamos y citamos. Yo, confieso, no cito por un afán culturalista ni de presunción. Yo cito por gusto, por admiración, y si por ello me gano el averno literario, bienvenidas sean las llamas. Se trata de un reconocimiento a aquellos que dijeron o escribieron algo que hubiera querido decir o escribir yo, se trata de pura envidia y alevosía, incluso. En algunos casos hubiera vendido mi alma al diablo por haber tenido la perspicacia o la oportunidad, la sabiduría de haberlo escrito en su lugar, lo que se dice haber tenido la Gracia del pensamiento o del poema o de la canción. Yo lo hubiera dado todo por haber dicho, como dijo ANTÍFANES: “hay dos cosas que el hombre no puede ocultar: que está borracho y que está enamorado” o decir por ejemplo aquello que dijo MIGUEL HERNÁNDEZ: “muchos tragos es la vida y un solo trago es la muerte” o como WOODY ALLEN cuando dice: “No es que tenga miedo a morir. Lo que no quiero es estar allí cuando ocurra”.O como RAINER Cosas mínimas Carlos Cebrián MARÍA RILKE: “Deje que la vida le acontezca. Créame: la vida tiene razón en todos los casos”. También hubiera deseado tener el ingenio para haber pensado mi epitafio como este ANÓNIMO: “todo era una mierda menos tú”. Podría seguir interminablemente, pero no se trata de esto, tomen estas citas como vislumbres de todo aquello que hubiera querido decir o escribir pero que escribieron otros, mucho más talentosos y grandes que este mero citador. En el fondo y también en la superficie y en la forma tratamos de mi absoluta falta de talento y originalidad, y también de mi amor por la literatura, por el arte y la filosofía, de mi amor por la sabiduría de los seres humanos. No creo que todo esté dicho ya, simplemente hay otros que lo dicen mejor y sobre todo antes que uno. La genialidad y la grandeza se la reparten otros, precisamente los genios y los grandes. No hago un ejercicio de premeditada humildad, no, es un ejercicio, como ya he dicho, de envidia y alevosía, de odiosa admiración. En fin, ya tengo reservado mi lugar en el infierno de los citadores, y como ya he citado antes hay dos cosas que esta noche no puedo ocultar: que estoy un poco borracho y que estoy enamorado. Desgraciadamente ANTÍFANES me chafó la cita, amor mío. *Francisco Casavella (1963-2008). Cosas mínimas Carlos Cebrián CANSINO. Recuerdo que la primera vez que visité a un psicólogo (intentábamos entonces una dudosa terapia de pareja), este me preguntó, a modo de presentación, si me importaba la opinión que de mí tenía la gente. Yo fui tajante y con grosera eficacia le respondí: sinceramente, me la suda. Si les soy sincero está claro que hoy respondería de manera muy distinta. Debo aclarar que aquel terapeuta era de escuela conductista, sin entrar en pormenores de adscripción científica (estudio de la conducta en términos de estímulos y respuestas, tests de personalidad y conducta, etc). Puedo decirles que en ninguna de aquellas visitas este me aclaró cuál era nuestro problema o siquiera si había algún problema. Recuerdo que a mí me dedicaba, a lo sumo, veinte minutos y a mi mujer más de una hora, con lo que deduje que el problema, en verdad, era yo. Poco tiempo después, aunque sabemos que la medición del tiempo a pesar de ser exacta también es relativa en cuanto a la concepción de la misma, ya en solitario, volví a visitar a otro psicólogo, esta vez a un profesional de afecto más ecléctico. En realidad manejaba una mezcolanza de tendencias de raíz ¿cómo decirlo? más esotérica: Gestalt, terapias sistémicas, cognitivas, constelaciones familiares, etc, etc. Con él entré en las turbulencias de la memoria, en las oscuras aguas de los traumas propios y familiares, el misterioso mundo de los vínculos afectivos, e incluso jugábamos, a modo de representación, con muñequitos de Playmobil ¿Divertido, no? Este terapeuta me aclaró que mi problema era EL Cosas mínimas Carlos Cebrián ABANDONO, desde la infancia, que no he sido ni soy capaz de asumirlo vaya, y que todo sucede porque tiene que suceder, así es, y así fue. ASÍ FUE hasta que dejé de gastarme los 60 euros de cada sesión. En fin, las nuevas Psicologías de las emociones, las positivas, las sistémicas, las sectarias… Si les vuelvo a ser sincero ni el uno ni el otro me ayudaron demasiado, me quedó claro que el problema era yo y eso ya lo sospechaba o lo sabía a ciencia cierta. Ahora ya lo sé pero me falta el dinero que he empleado en saberlo. Debería hacer más caso a mi amiga Cloti, a la que por cierto solo le faltan dos asignaturas para terminar la carrera de Psicología, cuando me dice que soy muy CANSINO, y que no la torture más con mis peroratas sentimentales. Ella sí que me lo deja clarito cada vez que hablamos, me dice que busque las soluciones en mí mismo, que aprenda a vivir, que viva, que siga viviendo, que sepa ver que no todo el mundo gira en torno a mí, que todos los seres humanos tienen problemas y los solucionan como pueden, sin ser tan cansinos como yo. Así lo haré, lo intentaré, se lo prometo a ella y a Vds., palabra de CANSINO. Cosas mínimas Carlos Cebrián Y AMAR, UN SIMPLE DEBER. Ya lo dijo SÉNECA, que era un ciudadano del Imperio Romano e hispano muy listo, muy pensador o moralista: “si quieres ser amado, ama tú”. Yo, humildemente, pienso lo mismo, y también estoy de acuerdo con HENRY D. THOREAU, quien dijo que “Solo hay un remedio para el amor: amar más”. O dicho con otras palabras: “En amor, el que ama es un medio seguro para ser amado, hay personas que no se habrían enamorado nunca si no se hubieran enterado de la existencia del amor” cita de ROCHEFOUCAULD. También dijeron cosas parecidas ALBERT CAMUS y HERMAN HESSE, respectivamente: “No ser amado es una simple desventura. La verdadera desgracia es no saber amar”. “Supe que ser amado no es nada; que amar, en cambio, lo es todo”. Supongo que se preguntarán, queridos lectores, a qué viene este ejercicio de falacia literaria al emplear estas citas para componer un escrito propio. No les falta razón, se trata de una falaz apropiación. Me he dado cuenta al querer hablar, una vez más, del amor, de que ellos ya lo han dicho todo. Ellos, entre los que se encuentran PITIGRILLI (pseudónimo del escritor italiano DINO SEGRÉ, 18931975): “El amor es un beso, dos besos, tres besos, cuatro besos, cinco besos, cuatro besos, tres besos, dos besos, un beso y ningún beso”, y WILLIAM SHAKESPEARE: “El amor, como ciego que es, impide ver a los amantes las divertidas tonterías que cometen”. Cosas mínimas Carlos Cebrián No tengan cuidado, amigos, acúsenme de plagio, de falta de originalidad o inspiración, de oportunismo, vuelven a tener razón, en resumidas cuentas se trata de eso. Quisiera tener mi propio fraseo, tan determinante como el de los maestros, pero no lo consigo y yo quiero compartir con Vds. lo que sé del amor, en carne propia, y en voz de los otros. “Tengan los muertos la inmortalidad de la fama, pero sea para los vivos la del amor” que bien dijo RABINDRANATH TAGORE. Porque, pese a todas las advertencias, sigo amando, vuelvo a incendiarme, y ya sabemos que “por lo que tiene de fuego, suele apagarse el amor” TIRSO DE MOLINA. Y también deberíamos saber, yo al menos lo sé, que “el amor más duradero es el amor no correspondido” como dijo WILLIAM S. MAUGHAM. Yo sé, lo aprendí de EDGAR ALLAN POE, que “amar es un simple deber”, y “siempre he visto que en amor el que huye es el que vence” como vio ALPHONSE CARR. Por las vidas y las palabras de los otros podemos vislumbrar las propias. Una vez repasadas las citas subrayadas, acerca de este demonio que es el amor, de mi prolijo diccionario de citas, decido aceptar que estoy enamorado, y asumo también que “el amor es una tontería hecha por dos” como dijo NAPOLEÓN, en este caso hecha solo por uno, por mí. Cosas mínimas Carlos Cebrián LA VOZ. Se cumplen 10 años de la muerte de FRANK SINATRA, “La Voz”, y yo, sin saber por qué, misteriosamente, he pensado en ti. En ti que tanto le odias. Frank decía que había vivido una vida maravillosa e intensa. Dijo que solo se vive una vez y que no vale la pena perderse en menudencias y penalidades. Era un gran vividor junto a su maldita pandilla de ratas -Lauren Bacall dixit- (Sammy Davis Jr. Dean Martin, etc). Adoraba la amistad y la juerga. Era mujeriego, bebedor y canalla, y sobre todo cantaba, canta, como nadie, como Dios, o incluso mejor, si esta Omnipresencia, cantara. También hubo -hay- auténticos maledicentes que decían -dicen- que era un delincuente y que debía su carrera musical y cinematográfica a sus vínculos con la mafia. Hay que recordar que su familia era vecina y quizás amiga de la de LUCKY LUCCIANO. Es cierto que comenzó su carrera cantando en los casinos de Las Vegas, reino en aquella época del Hampa, pero por lo demás solo habladurías, supercherías, maldades… Tal vez por esto, por no saber distinguir la persona –la mala persona según dices- del gran artista, tú no lo soportas. O quizás únicamente porque no te gusta nada de él, ni su timbre de voz, ni sus canciones, ni su porte, ni su magnetismo, ni su grandeza, ni su genialidad, algo que me cuesta tanto entender, algo que nunca entenderé, algo que me parece inconcebible en ti, insufrible de ti. Algo que me hiere. Y esta indefensión que siento al no saber transmitirte mi devoción indiscutible. Yo amo su voz y Cosas mínimas Carlos Cebrián su vida, al artista y a la persona, no puedo dejar de amarlo, y también por ello puedo perdonarte y recordarte cada vez que escucho cualquiera de sus canciones. Lloro al unir la emoción y el recuerdo, ya sabes devoción y deseo al unísono. Se cumplen 10 años de la muerte de FRANK SINATRA. Dicen que cuando vino a Madrid en 1986, a cantar en el SANTIAGO BERNABÉU, no se vendieron muchas entradas, que hubo que regalarlas para poder presentar una asistencia digna, unas 10.000 personas, también dicen que ya no podía sostener su gran voz, tenía entonces 70 años, y que por el escenario se repartían diversas pantallas donde el genio italoamericano leía las letras de las canciones en cada una de sus interpretaciones. Dicen que odiaba sus canciones más conocidas, como MY WAY. Que odiaba las sesiones de grabación y repetirse. En fin, habladurías, maldades, OH VOZ, de esos paganos intolerantes. Se cumplen 10 años de la muerte de mi querido FRANK, “La Voz”, y yo, sin saber por qué, misteriosamente, he pensado en ti. Devoción y deseo al unísono, cariño. Cosas mínimas Carlos Cebrián APOLÍNEOS* O DIONISIACOS**. *ADJ. Que posee los caracteres de serenidad y elegante equilibrio atribuidos a Apolo, Dios griego. Dicho de un varón que posee gran perfección corporal. ** ADJ. Perteneciente o relativo al Dios griego Dioniso. Impulsivo, instintivo, orgiástico, en contraposición a Apolíneo. Desde que leí el artículo LA MEJOR BANDA de ROBERTO BOLAÑO en el que diferenciaba a los poetas verdaderos en apolíneos o dionisiacos, creo que yo también tiendo a distinguir a las personas que conozco, aplicándoles esos calificativos, según les correspondan sus características. He estudiado ambos adjetivos y a ambos dioses o mitos griegos y creo que, en efecto, básicamente, las personas nos dividimos en esos 2 grupos. Por un lado las que aman el orden, el intelecto y la belleza ordenada y por el otro las que amamos la exaltación del mundo real, la improvisación, el impulso, lo orgiástico, la desordenada y decadente belleza que nos rodea. Siempre en contraposición de las unas con las otras. Por supuesto, todos, los unos y los otros, admitimos contradicciones en nuestras características. Podemos asumir cualidades, esporádicas, puntuales, que caracterizan a los del grupo opuesto. Desde luego estoy frivolizando, hago un ejercicio de furioso relativismo. Es curioso RELATIVISMO es una palabra que, también, me conmociona, una teoría filosófica que niega el carácter absoluto del conocimiento, al Cosas mínimas Carlos Cebrián hacerlo depender del sujeto que conoce, es decir que es la subjetividad de quien mira o conoce la que predomina y no el absolutismo del Conocimiento. Supongo que al considerarme dionisiaco, también me atribuyo la cualidad de relativista, creo que ambos adjetivos me van como anillo al dedo. Soy subjetivo en casi todo, caótico, apasionado, contradictorio, sobre todo en mi manera de amar, en busca de la belleza orgiástica y salvaje. Sin embargo soy ordenado hasta la obsesión en materia doméstica, equilibrado, pulcro, en busca de la belleza fría de los objetos. Me atraen los opuestos, aquellas personas crédulas, espirituales, místicas, o por contra las que le conceden preeminencia al conocimiento y a la razón, me enamoro de las desordenadas y apasionadamente caóticas, gusto del orden silencioso y de la melodía. Me apasiona tanto la música sutil de Bach o Rodrigo Leao, que simbolizan lo apolíneo, como la música exaltada de Wagner o Nick Cave, lo dionisiaco. Puedo sentir la melancolía o la felicidad más tibias tanto como la más desesperanzada de las tristezas, o la más esperanzada alegría. Puedo resistir las emociones o puedo romper a llorar o reír, en cualquier momento, en soledad o en compañía. Puedo amar en silencio o en voz en alta, a vivo grito. Pura contradicción, como todos. Cosas mínimas Carlos Cebrián AMANTES. Dice mi amigo EDUARDO BOIX, en un artículo que tuvo a bien dedicarme (LA KRIPTONITA, diario LA VERDAD de Elche, 9 de febrero de 2008), que desde pequeño siempre supo que sería escritor. Y del escritor RAFAEL CHIRBES, premio de la crítica con su novela CREMATORIO, he leído que “la literatura es como las amantes. O vas al límite o te dejan. Tienes que tener el valor de tocar fondo”. En cambio yo, cuando era pequeño, nunca quise ser escritor, incluso hoy sigo sin querer serlo, siempre me propongo dejar de escribir y nunca lo consigo. La verdad es que, como las amantes, mi literatura me abandona con mucha frecuencia, pero siempre vuelve a mí para hacerme penar de nuevo. Y yo, creo, estoy incapacitado, por cobardía, para tocar fondo, no tengo ese valor. Yo quería ser futbolista y no tuve suficientes condiciones para serlo, además de padecer una grave lesión, aunque les suene a justificación. Pero lo que siempre quise ser y querría ser, hoy mismo, es músico. La música para mí es la mayor de las amantes, artes quise decir. Lo daría todo por componer, tocar la guitarra, el piano…, lo daría todo, incluso mi alma, por ser músico. Pero tampoco he ido al límite por ella, la música. Con los años he conseguido ser entrenador, sin título, de fútbol en categorías inferiores, y he de confesar que ni siquiera la poesía ha conseguido emocionarme como lo consiguieron mis jugadores en determinados partidos, recuerdo alguno en el que Cosas mínimas Carlos Cebrián terminé haciendo corro con ellos y llorando, empapado de una emoción sublime. Yo desde pequeño siempre supe que sería un capullo, y a fuerza de tozudez lo he conseguido con creces. No estudié lo que debía, no trabajé lo que debía, viví siempre al dictado de otros, en la cesión de mis querencias, en el aferramiento a mis querencias, en la expulsión de mis querencias. No cuidé cuanto debía a mis amantes, ya fueran la poesía o el fútbol o la música o las mujeres, no tuve el valor de ir al límite y de tocar fondo, y el resultado fue que me dejaron, que me han ido dejando, que me han dejado, que me dejan varado en las orillas de mis glorias, sin alcanzarlas. Afortunadamente hay quien, incluso, me considera su maestro, en cuestiones literarias, como mi amigo Eduardo, insensato él, o quienes se emocionan con mis escritos sin más o quienes se emocionan con el juego de mis equipos, o quienes aprecian mi manera de ser y estar en el mundo y mi compañía, y quienes, también, estiman mi cariño o mi actitud de amante fugaz y mi egocéntrica pasión. Por supuesto también hay quienes me desprecian y rechazan en todos esos ámbitos, pero de eso trata la vida, de amigos y adversarios, de afines y opuestos. ¿No creen? Cosas mínimas Carlos Cebrián ABRAZOS Tiene el abrazo, si es verdadero, mucho de consuelo. Esa plenitud del cariño, de la amistad, del amor que viene o del amor que se va. Pero, en ocasiones excepcionales, el abrazo tiene algo más hondo, son esos abrazos que convierten ese momento en un momento eterno, perdurable, marcado a fuego en las entrañas de uno. Abrazos que tienen la cualidad, la capacidad de detener el tiempo y fundirlo todo en negro. Abrazos que atrapan el momento de la magia, en un saludo, en una despedida, en un reencuentro, con alborozo o con lágrimas, con profunda emoción siempre. ¿Han sentido eso alguna vez, han experimentado ese detenimiento de la vida a su alrededor? Yo lo he sentido algunas veces, pocas, 3 o 4 en toda mi vida. La primera fue la última vez que vi a mi padre, al despedirme de él, nos abrazamos, a sabiendas de que era la última oportunidad, y entonces surgió el milagro, se detuvo nuestro tiempo en la más honda oscuridad, y ese instante mínimo fue la eternidad. La segunda también fue una despedida, nos dijimos adiós mientras ella huía de mi abrazo a duras penas y lloraba con angustia, sabiendo que era la última vez, y fue entonces, al rendirnos por fin, cuando volvió a surgir ese milagro y se me detuvo el tiempo y el momento se me hizo eterno y solitario. Casi siempre abrazos de despedida, dolor y emoción, pena y consuelo. Perdón. Cosas mínimas Carlos Cebrián Pero últimamente he tenido la fortuna de sentir esa eternidad otra vez, y ha sido un abrazo de salutación, de alivio, de cariño, que ha obrado el milagro, misteriosamente, otra vez. Sí, mi majaranda amiga, hippie convencional, cuando me abrazaste y me retuviste entre tus brazos, sentí tu respiración marcada a fuego en mi piel, y me calmaste los odios y las tristezas. Y mi caótica amiga también ha obrado este milagro, y al abrazarnos volví a sentir la embestida del deseo, el acicate del amor, y empecé a recordar y a repetirme los versos de la canción: “siempre me voy a enamorar de quien de mí no se enamora y es por eso que mi alma llora, y ya no puedo más, y ya no puedo más…”* Pero, pese a todo, sentí el aliento, la grácil placidez del cariño, y fue hermoso. El milagro vuelve cada vez que me abraza un niño, cada vez que abrazo a mis sobrinos. El milagro da la cara pocas veces, pero si lo hace es la pura belleza y ya ningún pesar tiene sentido durante un instante mínimo y eterno. Pruébenlo, amigos, hagan inventario de abrazos milagrosos, seguro que recordarán más de 1 y de 2, y de 3… Es seguro que alguna vez en sus vidas han gozado de ese milagro. * Melancolía. Camilo Sesto. Cosas mínimas Carlos Cebrián 29 DE JUNIO DE 2008. Las emociones nos asaltan, a menudo, de improviso, en cualquier momento, son poco domeñables. No controlamos el mecanismo que las provoca. Confieso que últimamente lloro más que nunca, o lo diré de manera más precisa: confieso que últimamente lloro mucho. Pondré algunos ejemplos. Al escuchar viejas canciones de mi adolescencia, lloro, las tarareo y descubro un llanto insonoro en forma de lágrimas que caen por mis mejillas. Por ejemplo: el otro día al término de una maravillosa velada con mi caótica amiga, cuando volvía a casa con mi vespa roja, rompí a llorar como un niño mientras conducía. También lloro si reveo viejas películas, GREASE, FLASHDANCE, ET, etc. Lloré desconsoladamente al ver la última entrega de mi querida saga de INDIANA JONES, o al volver a ver la escena de la muerte del último replicante en BLADE RUNNER. Sin ir más lejos sufrí un gran berrinche mientras asistía al concierto de mi admirado WIM MERTENS. Por supuesto cuando me marcho y dejo a mi hermosa amante en su casa, esperando, ambos, nuestra próxima cita, lloro de vuelta a casa montado otra vez en mi vespa. Lloro al observar a hurtadillas a mi madre, o cuando la acompaño al médico. Lloro al pensar en mis sobrinos. Al reconocer la sombra de su nombre rondándome en las entrañas, lloro, o al recordar, por pura reminiscencia, sus perfumes, o al Cosas mínimas Carlos Cebrián verla caminar desde lejos con su elegancia y fresca belleza de siempre. Cuando recibo llamadas o mensajes de mis amigos también lloro. En realidad lloro demasiado, últimamente, por cualquier insensato motivo, me paso el día entre lágrimas, es agotador… Soy un auténtico moña, querida ESTHER, tienes razón. En fin, cualquier acontecimiento, por nimio que sea, me provoca a llanto. No sé explicarlo, pero es una sensación melancólicamente feliz, contradictoria. Recuerdo que el 20 de mayo de 1998, desde que MIJATOVIC marcó el gol de la 7ª para el REAL MADRID, lloré hasta el final del partido, sin parar. Y el pasado domingo 29, estuve llorando desde que FERNANDO TORRES marcó el gol del triunfo contra ALEMANIA. Y seguí llorando mientras saltaba en la GLORIETA al grito de CAMPEONES, mientras saltaba y cantaba eso de: YO SOY ESPAÑOL, ESPAÑOL, ESPAÑOL, rodeado de adolescentes y niños y gentes de mi generación, alegres, felices y olvidadas de la susodicha crisis o de sus peripecias sentimentales. Y lloré abrazado a mi amigo JAVIER BAEZA mientras bebíamos y celebrábamos el dichoso gol una y otra vez. Y también lloré al caer en la cuenta de que el 29 de junio mi sobrino ISRAEL cumplía 18 años, sí lloré, y lloro ahora al escribir esta crónica lacrimógena de mis llantos. Cosas mínimas Carlos Cebrián QUERIDOS MAJARANDAS. Con los años he aprendido que vivir es muy sencillo, más fácil de lo que nunca supuse. En realidad yo no sé mucho de la vida, en verdad creo que no supe vivir casi nunca con la sencillez que requería el reto, y por ello compliqué mi existencia con tribulaciones absurdas, tristezas, carencias, errores, dependencias. Lo primero que siempre he ignorado es que vivir es saber convivir con uno mismo, tolerarse, comprenderse, quererse a uno mismo y no juzgarse con demasiada severidad, ser indulgente y ser feliz. Algunos orientalistas nos instan a vivir en el no deseo, en el no apego, para no desear lo imposible o lo caduco. Para encontrar la sencillez de la vida nos inculcan la meditación, la introspección, quizás la fluidez, es decir dejar que todo fluya a nuestro alrededor y en nuestro interior, para evitar los obstáculos sin violencia. En definitiva aprender a domeñar nuestras compulsiones humanas y dejarnos llevar por la corriente del río de la vida. Nuestros amigos ignoran u obvian que, a veces, la corriente del río es abrupta, con remolinos, con rápidos que nos arrastran. Entonces nos dicen, nuevamente, que no nos resistamos, que nos dejemos llevar para no ir contra la corriente. Algo tan sencillo como el TAO, el camino. “Entrar en la vida: ir hacia la muerte” LAO TSE. Con la conciencia tranquila de que eso es la vida, un camino que empieza y termina y se renueva en Cosas mínimas Carlos Cebrián vidas sucesivas. Bifurcaciones de un único camino. Qué cachondos los orientalistas ¿verdad? Yo les llamo MAJARANDAS. Yo creo en ellos, e incumpliendo sus postulados, incluso, casi siempre deseo o me enamoro de mujeres un pelín majarandas, aunque yo, confieso, no sé deshacerme de mis compulsiones humanas y sigo a pies juntillas los mandatos de mi deseo y mi corazón, y busco el apego, el aferramiento a la vida, y lucho, siempre he luchado, contra la corriente que nos arrastra. Sin duda una querencia por la distinción, una ensoñación: ser diferente, distinguirme del resto de los mortales. Una estupidez. Vivir es ser libre y justo. Y buscarle un sentido a la vida, como refería HENRY MILLER, por el hecho mismo de que carece de sentido. Ya sea filosófico o religioso, no tiene significado, tampoco explicación, ni en este mundo ni en los sucesivos o paralelos ¿Sabéis qué pensaba, en contraposición, acerca de ello, CHARLES CHAPLIN? Decía que “la vida no es significado, la vida es deseo”. Lo siento mis queridos majarandas pero yo estoy con el genio. Yo ya no le busco ningún significado al hecho de vivir, sí un sentido, el deseo. Cosas mínimas Carlos Cebrián LA BELLEZA A Marisa, a Laura. Supongo que el ser humano desde que tiene capacidad de pensamiento intelectual y lenguaje ha intentado definir la Belleza. Desde entonces, filósofos, poetas, pintores, han intentado definirla y explicarla con mayor o menor acierto. Podríamos encontrar muchas definiciones y citas al respecto, pero a mí la definición que más me gusta y me llega es la del diccionario esencial de la lengua española: “propiedad de las cosas de la naturaleza y de las obras literarias y artísticas que hace amarlas, infundiendo en nosotros deleite espiritual”, simplemente Poesía. Por supuesto el concepto de belleza posee características subjetivas, y es cuestión de percepción, como tantas cosas. PLOTINO un filósofo neoplatónico distinguía 2 clases de belleza, a una la llamó belleza perezosa y a la otra la llamó diligente, activa o estimulante. La primera aunque pasma al espectador no consigue atraerlo, la segunda despierta un enérgico dinamismo afectivo. Reparen en ello: la belleza perezosa pasma, sin atraerlo, al espectador. Difícil, ¿verdad? El filósofo nos imbuye en el concepto, en la ética, incluso en la moral, relaciona la Belleza con el afecto. Exactamente igual que el diccionario. Yo creo que la Belleza está en todas las cosas, hasta en los acontecimientos terribles podemos encontrar belleza, salvaje, cruel, pero belleza al fin y al cabo. Es nuestra misión en el mundo, además de Cosas mínimas Carlos Cebrián vivir, buscar y encontrar la Belleza, por eso, desde las cavernas, el ser humano ha desarrollado sus dotes artísticas y sus dotes afectivas y amatorias, después las ha mezclado con la necesidad de explicarse a sí mismo y su destino, con la religión, con la sed de conocimiento, pero lo primigenio es la Belleza, porque, como decía PLATÓN, la Belleza es el esplendor de la verdad. En otra acepción del diccionario se dice de la Belleza: persona o cosa notable por su hermosura. Y si atendemos a esta hay tanta belleza como personas existen o como personas miran. Pura subjetividad. Qué bello es vivir, como se titula la película de FRANK CAPRA, incluso en los peores momentos. Yo vivo uno de ellos y en la angustia, cuando miro a mi alrededor, también encuentro la Belleza de los amigos que me acompañan, la Belleza de un mundo salvaje e indómito que me impulsa a seguir vivo y atento. Encuentro la Belleza de todos mis afectos, me tropiezo con la Belleza plácida de tu mirada ingenua, o con el caos y la Belleza silvestre de tu mirada desesperada. La Belleza de las canciones, de los libros, del arte, que me insuflan ganas de vivir. Encuentro la armonía, la diferencia entre lo verdaderamente importante y lo superfluo. Toda la Belleza que anhelo y persigo. Cosas mínimas Carlos Cebrián DE LA IRONÍA SENTIMENTAL En 1995 mi amigo PEDRO SERRANO publicó un hermoso cuadernillo de poemas titulado “De la ironía sentimental” (Los cuadernos imposibles nº 2, ED. Frutos del Tiempo). Ese título resume e identifica la poética de ambos. Los dos creemos que la poesía es eso precisamente, ironía y sentimiento. Ironía como la figura retórica que consiste en dar a entender lo contrario de lo que se dice. Y a ello nos hemos aplicado durante todos estos años. Últimamente yo he traicionado un poco ese postulado, y he producido una literatura más sufrida o sufridora, menos irónica aunque del todo sentimental. Digo menos irónica porque, en verdad, nunca he dejado de aderezar mis escritos con una pizca, al menos, de tono burlón. Pedro, en cambio, ha seguido fiel a su fe poética y en cada verso, en cada poema, destila esa burla fina y disimulada tan característica de su poesía, e incluso, de su persona, Pedro es así, jodidamente irónico y sentimental. De un poema de ese cuadernillo extraigo estos versos que me siguen emocionando: “al acabar el día/ la luz se gasta como un relámpago/ oigo al cuco/ y su canción es tu regazo. / Te miro a los ojos como si fuera feliz”. Te miro a los ojos como si fuera feliz… ¿Cabe más ironía, mayor sentimiento? Sinceramente creo que no. Como decía yo he traicionado este postulado y he invertido mi tiempo en sufrir y con ello he Cosas mínimas Carlos Cebrián contaminado, en ocasiones, mi literatura. Desde el sufrimiento también es posible aplicar distancia, artificio, pero yo, algunas veces, solo he aplicado terapia y por ello he estado casi 2 años sin escribir. Debo confesar que no lo he echado de menos. Tampoco he leído mucho, más bien poco, por supuesto mucho menos de lo que necesitaba, y más de lo que me apetecía. La verdad es que el objetivo de esta renuncia era el de no utilizar mi cuaderno como un formato terapéutico. Pero al final todo ha sido inútil y he vuelto a escribir y publicar estas columnas que les llegan cada semana, y sospecho que les han llegado con toda la carga de solipsismo que me caracteriza. Con el ego inflado de este columnista aficionado y con su reiterado exhibicionismo. De nada sirven la autocensura ni las poéticas cuando las riendas las gobiernan los sentimientos desatados. Harían mejor si supieran disculparme la patética osadía que cometo cada semana y leyeran, por ejemplo, cualquier libro de CARLOS CASTÁN, yo les recomiendo el último “Sólo de lo perdido” (ED. Destino 2008). “Historias que sangran, (en las que el autor consigue expresar todo aquello que yo dejo en mero intento) y nos enseñan que la soledad guarda su secreta definición en los recovecos de cada uno de nuestros corazones. Un canto irónico a los solitarios y perdedores que hay en cada uno de nosotros”. Cosas mínimas Carlos Cebrián ENAMORAMIENTO O AMOR. Creo que me siento enamorado, en total proceso de enamoramiento. Por ello me he interesado desde un punto de vista filosófico o, incluso, psicológico, por este hecho. He buscado lecturas al respecto, textos, definiciones, que puedan ayudarme a entender este estado febril, feliz, eufórico, que me acosa, sí, digo bien, que me acosa. Por otra parte también he querido trazar una línea de frontera entre el concepto de enamoramiento y el de amor, porque no son la misma cosa. La teoría concluye que el primero es el estado naciente de un movimiento colectivo de dos, y que el segundo empieza donde termina el primero. Sin embargo yo creo que uno no conduce, necesariamente, al otro. Como tampoco ni lo uno ni lo otro llevan, con carácter indefectible, a la pasión sexual, al deseo. Tampoco pretendo estudiar, concienzudamente, diferencias de planteamientos culturales, sociales o religiosos, según momentos históricos. No, solo quería y quiero aclarar este ofuscamiento, dejar calmo este corazón desolado, roto, que vuelve a latir, alocado y posiblemente ingenuo, estúpidamente adolescente. FRANCESCO ALBERONI, un sociólogo italiano, en 1979 revolucionó la psicología y la sociología con su ensayo ENAMORAMIENTO Y AMOR, y en 2005 insistió sobre ello en algunos capítulos de su libro SEXO Y AMOR. Alberoni nos dice que “nos enamoramos cuando estamos cansados del presente, cuando estamos Cosas mínimas Carlos Cebrián preparados para dejar atrás una experiencia ya realizada y desgastada y reunimos el coraje vital para llevar a cabo una nueva exploración del mundo, para cambiar de vida. El enamoramiento es, pues, una discontinuidad, el fin, la muerte de un estado y el nacimiento de otro. El enamoramiento es fruto de la libertad”. Alberoni dice muchas más cosas, un sinfín de pormenores acerca del enamoramiento y del amor, pero yo subrayo este extracto parafraseado, que no literal, como pieza intertextual, con la que estoy en total acuerdo, es más, es como si hablara de mí. No comparto otras de sus posiciones, como la de que el enamoramiento, al final, lleva al amor, a la exclusividad, a los celos, a la pasión monógama. O que uno no decide el objeto de su enamoramiento. Yo siento que cada uno elige sus afectos, en muchos casos en sus opuestos, y por ello, posiblemente complementarios. Yo he elegido enamorarme de quien me he enamorado porque sí, porque me da la gana. He escogido el objeto y el sujeto de mi deseo y de mi enamoramiento y no necesito ser correspondido para completarlos. Es más, me gustan sus pequeños o grandes rechazos, sus disculpas, sus negativas, que me fortalecen. Y lo vivo con una felicidad insensata. No sufro. Vivo, otra vez. Mi corazón ha reemprendido su incierto y loco y maravilloso pulso. Cosas mínimas Carlos Cebrián MI HERMANO A veces el Tiempo rompe hasta la amistad más sólida, corrompe hasta el amor más profundo, puedo atestiguarlo. El paso del tiempo puede, a veces, con todo. Yo no he conocido una amistad más grande que la que mi hermano y yo disfrutamos en nuestra infancia. Mi hermano y yo éramos muy diferentes, siempre juntos pero por caminos distintos. Él era la inteligencia y yo la voluntad, él la sensatez y yo el orgullo. Mi hermano siempre me tuvo para defenderlo por la fuerza y yo lo tuve a él para defenderme con la palabra. Sospecho que yo siempre aposté a caballo ganador en todo lo relacionado con mi hermano. Yo era más fuerte, jugaba mejor al fútbol y siempre fui más popular. Yo era del Real Madrid y él del equipo de su tierra, el Valencia. Sí, yo siempre apostaba a ganador, en todos los ámbitos. Yo iba con los fuertes y él con los perdedores, ejemplos: yo iba con los vaqueros y él con los indios, yo con los yankees, él con los confederados, yo romanos, él bárbaros, yo americanos, él japoneses. Si jugábamos un partido de fútbol mi misión era marcar los goles, la suya evitarlos. Si nos citábamos para pelear con los chicos de las calles vecinas, yo era el jefe y él el gregario. Hoy sé que mi hermano siempre fue más listo, siempre tuvo la confianza de mi madre y el cariño de mis abuelos y tíos por delante de mí, se hacía querer. Cosas mínimas Carlos Cebrián Mi madre si nos encargaba cualquier compra, le confiaba el dinero a mi hermano, por supuesto, la rara sabiduría de las madres con sus hijos. En cuestiones físicas él era más débil pero solo en eso. Recuerdo que una vez haciendo yo el tarambana, algo tan habitual, mi hermano al querer imitarme se cayó de una ventana enrejada y se rompió el brazo. Yo, en la tierna ignorancia de todo niño, creía que debían amputárselo y le dije a mi abuela que no se preocupara, que yo le daría el mío. No puedo recordar nada de mi infancia sin mi hermano a mi lado. El paso del tiempo nos distanció, seguramente demasiado, dicen que es ley de vida, pero yo creo que no es así exactamente. Con la edad generamos reproches que en la infancia, cuando todo es voluntad y honestidad, no ocurren. Con el tiempo yo me hice como era mi hermano, siempre del lado de los perdedores, más contestatario, ahora voy con los indios y con los bárbaros, con los confederados, con los japoneses… En otras cosas sigo igual, sigo siendo más bajito, soy del Madrid, y sigo siendo menos listo que él. Me siguen gustando los musicales americanos, aunque de pequeño lo disimulara, y sigo siendo más de Fred Astaire que de Gene Kelly, más de Ginger Rogers que de Cid Charisse, pero solo un poco más. Sigo queriéndolo como entonces o incluso más, con la diferencia que ahora lo echo de menos, porque estoy muy lejos de su lado. Cosas mínimas Carlos Cebrián INDIGENCIA Últimamente fijo mucho la vista en los indigentes que pululan por nuestras calles. Los observo y me pregunto qué avatares los habrá conducido a tal situación: alcoholismo, drogadicción, negocios ruinosos, problemas laborales, fracasos personales o amorosos, si no son lo mismo, desidia, abandono, depresión, esquizofrenia, pobreza, qué se yo, y me digo que todos pudieran estar relacionados. No siento compasión al observarlos, solo me invade el miedo. La indigencia no es solamente la falta de medios para vestirse o alimentarse, también representa la falta casi total de dignidad, la pérdida de la misma, el desvalimiento personal y social, la inadaptación o la renuncia. La huida de todo y aun de uno mismo. La ocultación. El escondrijo perfecto. La indigencia no es pobreza, no únicamente, no en su absoluto, ambas no están tan relacionadas como pudiera parecer. Muchas veces la indigencia es una elección personal, ya sea por cobardía o por absentismo de uno mismo, por hastío. La pobreza, casi siempre, viene impuesta por condicionantes sociales a los que uno escapa con dificultad. Dice un anónimo: “la pobreza es para los ricos una ley de la naturaleza”. Decía que siento miedo ante la indigencia, quizás porque me veo reflejado en la misma, sinceramente hoy la diferencia entre ellos, los Cosas mínimas Carlos Cebrián indigentes, y yo, es meramente estética, todavía. No soy pobre en el absoluto de la acepción pero sí soy indigente, en lo económico y en lo emocional. Y lo que más duele es que soy la pura consecuencia de mis decisiones, de mi fracaso personal. Lo he perdido casi todo a causa o como consecuencia de mis elecciones, tanto las morales como las empíricas. El fracaso amoroso me lleva al laboral y este al fracaso a secas. Arrostro muy adentro, una sensación perenne de final, de arribada, que me paraliza. A quien me quiere le infiero a que no busque más responsables de mi situación que a mí mismo, a mis putos ideales personales, a la falsa idea de honestidad y honradez, de engañosa fidelidad, de lealtad y de amor, de conmiseración, que mi educación sentimental me ha inculcado. Estoy paralizado, sin fuerzas, cometiendo estos actos de exhibición impudorosa y narcisismo desvalido, que me salvan de la incomunicación, de la soledad más pertinaz. Me refugio en mis amigos. En dulces y puras y benditas amantes, reales y quiméricas, que me vuelven a salvar mostrándome los dones del amor verdadero, y otra vez sus riesgos, que me calman la angustia. Aquí estoy, en ruinas, ardiendo como una llama*, como dijo el poeta, conclusión de mis afectos, de mis luchas y renuncias, de mi yo desolado. Consecuencia, cómo no, de mi deseo… de ti. *Joan Perucho Cosas mínimas Carlos Cebrián LA EXTRAÑA PAREJA Mi amigo y yo paseamos juntos, a lomos de mi vespa roja, por la ciudad, como imitación y homenaje a nuestro admirado director de cine italiano NANNI MORETTI, en el capítulo 1 de su magistral CARO DIARIO, titulado IN VESPA. Él alto y con esa fortaleza revestida de fina ironía, con su sólida ceguera, yo más bajo y quebradizo como siempre y nunca y con mi “ceguera” metafórica y tormentosa. Mi amigo me acompaña, los domingos por la tarde, a visitar a mi delicada amante y salimos los tres a pasear por las calles de la ciudad o vamos a conciertos memorables que yo recomiendo y pagan entre ellos, o nos quedamos a cenar un hogareño hervido que ella ha preparado con extrema delicadeza, y reímos juntos y escuchamos músicas chinescas o no, o contemplamos las lunas afanosas de la noche y hablamos de poesía y de amor o de amores rotos…, o simplemente vemos televisión. Y al marcharnos, los dos juntos, nos despedimos de mi hermosa amante, ya montados en la vespa, que nos observa desde su balconada y nos lanza besos reparadores. Ella nos ha bautizado como “la extraña pareja”, y no le falta razón. A veces acompaño a mi amigo en su inusual y nueva costumbre de ir de tiendas para comprar zapatos a hechiceras mujeres. La soledad era esto, querido amigo, así de simple, cambiar de costumbres, acudir a los amigos e invadir pacíficamente sus momentos de Cosas mínimas Carlos Cebrián amor. (Ya encontraremos otros más propicios). Compartir el parto del dolor, compartir la fecunda alegría de seguir adelante, con firmeza y sabiduría. Mi amigo se deja aconsejar por mí en lo que se refiere a música, y yo por él en lo que concierne a cinefilia. Él siempre paga los cafés, desde hace tantos años como dura nuestra amistad. Mi amigo está sufriendo, con dignidad. Está sufriendo la añoranza del diario acontecer de sus hijos. Se le ilumina el rostro cuando nos comenta cualquier anécdota sobre ellos, la eterna duración de un beso del pequeño o los gustos musicales y literarios de la mayor, o el creciente encanto de la mediana. Mi amigo está sufriendo con esa radical ironía y fortaleza que lo caracterizan, sin quebrarse, sin quejarse. Mi amigo nombra sin titubear lo que ha perdido, con el respeto que se le debe al amor antiguo, a la vida que ha sido. La verdad es que componemos un perfecto retrato de “la extraña pareja”. A él le ha tocado hacer el papel de Walter (Matthau) y a mí el de Jack (Lemmon), cuestión de garbo y de estatura. Yo intento transmitirle mi experiencia como bálsamo, pero él sabe que no hay dos vidas iguales ni nada que se le parezca. Y al fin siempre es él quien me consuela. Porque la tristeza, si no, es algo que se contagia. Seguimos paseando a lomos de mi vespa roja… Cosas mínimas Carlos Cebrián NIGHT AND DAY. Su sombra oscurece mis días y mis noches. Tu luz ilumina mis noches y mis días. Noche y día compartes el tiempo de mis sombras y mis luces, pero solo como contraste entre las unas y las otras, las tinieblas o los jardines soleados, la tormenta o la lluvia tranquila. En verdad quisiera decírtelo igual que la canción de COLE PORTER: “night and day you are the one/ only you beneath the moon and under the sun”. Tú me dices que llene la mente de sueños como si ya estuvieran alcanzados, para así alcanzarlos. Me ruegas que no sufra, porque si sufro yo, también sufres tú. Tú me cantas al oído: “night and day you are the one”…, una y otra vez. Su nombre ronda, agazapado, en mis entrañas y retuerce mis vísceras. Tu nombre solo nombra las cosas hermosas, y es el bálsamo de todo dolor. Tu nombre acicala la noche y el día, renombra el deseo y clarifica los sueños tormentosos. Su nombre trae el desconsuelo de lo no olvidado, la preponderancia del lastre que arrastro. Tu nombre trae consigo la solidez y la firmeza del presente. Su nombre es tal el rencor o el frío, el tuyo es el abrigo. Noche y día ambos nombres me asaltan, los nombres inversos, los que nombran los caminos enfrentados y bautizan los miedos. Porque el miedo paraliza todo intento de elegir el camino correcto. El Cosas mínimas Carlos Cebrián camino (TAO) es parecido a un abismo, origen de todas las cosas del mundo. ( LAO TSE dixit). Night and day you are the one que existe, insiste, distingue, night and day you are the one que amansa a la fiera y ordena el caos, que apaga el fuego de este incendio perenne que soy. I think of you day and night. Deja que Ella (Fitzgerald) lo susurre, una y otra vez, interminablemente. Deja que las llamas aniquilen todo vestigio, toda raigambre, deja que las llamas incineren cualquier ruina, por nimia que sea, de los nombres antiguos. Que tu nombre sea como el agua sobre los rescoldos. De hecho tu nombre es el agua sobre los rescoldos. Su nombre ensombrece mis días y mis noches, deambula entre mis fuerzas y las agota. El antes y el después se siguen. Lo fácil y lo difícil se completan. Su nombre es la llaga. Tu nombre es el ungüento. La espada que se afila sin cesar pierde al fin su filo. Todo ser lleva en su espalda la oscuridad y estrecha en sus brazos la luz. Tu nombre solo nombra las cosas hermosas, en su música contiene la luna de Abril, las voces, las canciones, las noches y los días. Nombra el Universo y lo renueva. Night and day you are the one, day and night why is it so, that this longing for you… Cosas mínimas Carlos Cebrián ZARANDEO. Uno, casi siempre, de seguro, cree tener su pensamiento afirmado, bien cimentado. Tiene clara su filosofía de vida, con fijeza, casi inflexible. Es el paso del tiempo el que lo saca de ese craso error. La propia vida es la que lo zarandea, y lo lleva de aquí para allá, para poner en cuestión todo su pensamiento, todos sus ideales, toda su vida en fin. Hay una cita de HERMAN HESSE que ya utilicé en otra columna publicada el 3 de junio de 2008 en este mismo medio “Y amar un simple deber”, que dice: “Supe que ser amado no es nada; que amar, en cambio lo es todo”. Y en febrero de este mismo año publiqué otra columna titulada “El odio” en la que dije que no hay sensación más angustiosa que sentir que alguien te odia, y que el amor y el odio están separados por una delgadísima línea Pues, en efecto, la vida, el paso del tiempo, ha venido a zarandearme para poner en cuestión aquello que afirmaba entonces. Hoy creo que el odio que crees que alguien siente por ti no es más que una proyección del odio que uno siente hacia ese alguien determinado, es decir, si crees percibir que te odian, simplemente es eso, una percepción, nada irrefutable y además una percepción condimentada con tu propio rencor. Hoy sé que amar lo es todo, pero también sé que sentirse amado es tan hermoso como amar, es más, también creo que puede ser el puente para llegar Cosas mínimas Carlos Cebrián a amar. Si eres capaz de sentir que te aman puede ser un medio seguro para amar y a la inversa también. He aprendido que las heridas se curan y que aunque quedan cicatrices difíciles de disimular, uno puede seguir adelante, pasar página como dice la estúpida y sabia frase hecha. La pátina del dolor lo barniza todo de un carácter indefinible, que nos parece como una sentencia, algo insuperable, pero es mentira. A menudo uno cuando queda herido permanece sujeto a sus heridas, lamiéndolas con contrición, cree también haber perdido la capacidad de amar y vivir, pero todo es falso, un teatro bufo de uno mismo. Todos tendemos al melodrama para explicarnos, para aceptar los reveses, al victimismo para justificarnos. A veces es necesario tropezarse con el amor para aprender a amar de nuevo, tropezarse con la vida para aprender a vivir de nuevo. El deseo precede al deseo compartido, el amor precede al amor correspondido. No es el olvido del dolor el que nos salva del dolor, es el reconocimiento del mismo el que nos salva. Es el propio recuerdo, en sentido positivo, el que nos indulta, nos rehabilita, nos reconcilia con la realidad, con el presente y con el pasado, el que nos ayuda a no renunciar a quienes fuimos, a guardar el respeto debido a quien amamos y nos amó, el amor antiguo, que fue y sigue siendo. Cosas mínimas Carlos Cebrián POETA INTRASCENDENTE. Todos alimentamos nuestros personajes, quiero decir que inventamos un personaje y lo vivimos como alter ego de uno mismo, o como su opuesto e interpretamos el papel con grandes dosis de realismo o de cinismo, con convencimiento. Así es la vida, en realidad es algo muy sencillo, todos nacemos huyendo, y la mejor manera de huir es vivir otra realidad paralela a la propia, la interna, la interior. Mi amigo JUAN CUGAT siempre habla y poetiza sobre el yo interno y el yo externo, sobre el poeta interno, el héroe de la propia historia y el poeta externo, el social, la máscara. En mi caso a mi personaje le ha llegado su hora, se despide de Vds. queridos lectores con esta su última columna. Se muere, o para ser preciso, me lo cargo en un acto que es el último de sus caprichos egocéntricos. Muere el héroe de mi propia historia, el poeta que llevo dentro con toda su egolatría. El 27 de noviembre de 2008 a las 9 de la noche se despide de todos sus amigos y de sus enemigos, de sus amores y de sus odios, de todos aquellos que quieran acompañarlo en la escenificación, cómo no, egocéntrica, de su despedida o muerte. En la Llotja de Altabix podrán acudir a su velatorio poético, a su entierro metafórico y, a la par, real. A partir del 27 de noviembre simplemente seré Javier, antiguamente desconocido como Carlos Cosas mínimas Carlos Cebrián Cebrián. No se trata de un suicidio, no, ni de un asesinato, tampoco, es una muerte por asfixia, por agotamiento de uno mismo. Un punto final convertido en punto y seguido. Un renacimiento para empezar de cero, sin rémoras. Puestos a hacer balance puedo decir que no he olvidado casi nada de lo que debía haber olvidado. Que siguen doliendo las mismas heridas. Que deambula y atruena el nombre de siempre en las entrañas. Que me arrepiento de casi todo lo que no me debía de arrepentir. Que sigo creyendo en las mismas cosas. Que amo a las mismas personas que siempre he amado… Y por ello es mejor salir para volver a entrar, renovado, puro, limpio. Morir para renacer de nuevo. Como dijo Borges “la muerte es una vida vivida. La vida es una muerte que viene”. Dijo Mahatma Gandhi: “El nacimiento y la muerte no son dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo estado”. Y Lao Tse dijo que “quien está muerto sin estar desaparecido alcanza la inmortalidad”. No es que mi personaje pretenda la inmortalidad, en absoluto, solo pretende descanso, esparcimiento, libertad. En verdad quedarán sus poemas, sus pequeños o grandes logros, sus glorias y sus fracasos. Quedarán quietos en sus reductos, en el ámbito glorioso de sus amigos o en el lodazal de sus enemigos, pero quedarán. Adieu, au revoir! fue un doloroso placer. Cosas mínimas EPÍLOGOS. Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián R.I.P. CARLOS CEBRIÁN Descansa en paz. O lo que es lo mismo, muérete de una vez, ya. Nos tienes hartos, hasta los mismos, siempre con el mismo tema, que si voy a matar a Carlos, que Carlos Cebrián deja de existir, que a partir del 27 de noviembre tenéis que acudir a mi muerte, joder con la muertecita del tal Carlos. Coño, si lo estamos deseando; si desde que te parió la pobre de tu mamá, en aquel pueblo francés, se trasladó la noticia al Vaticano para que, con apremio, supiera el Papa de entonces que había nacido el anticristo de los frikis. Mucha barbita canosa, y mucha miradita canalla, y mucho zapato caro, pijo, que eres un pijo, para qué, mucho decir que lloraste en el Bernabéu, mucho Madrid de tu vida, pa qué, seguro que eres capaz de reencarnarte y por llevarte la contraria a ti mismo hacerlo de negro y vestido de blaugrana, en una final de la Champions. Hala, muérete, no te preocupes que los que estamos a tu alrededor leeremos tus poemas, por última vez, tararearemos tus canciones, también por última vez, nos cogeremos de las manitas, dejaremos que la luz nos ilumine, y por supuesto, ya no pronunciaremos más el nombre de Carlos en vano. Pero te voy a decir una cosa antes de que dejes de respirar, para que no te vayas de rositas, con esa chulería que siempre has exhibido, prepotente, que eres un prepotente: que sepas que en el fondo todos, o casi todos, nos alegramos de tu fallecimiento; se alegra tu madre, una santa santísima, harta de hacerte croquetas y Cosas mínimas Carlos Cebrián otras recetas toda su vida; se alegran tus hermanos, uno menos para repartir, porque en el fondo te veían ya cara de indigente, y estaban asustaos; se alegra tu mejor amigo, que no para de tocarse la crucecita saboreando las mieles del triunfo sabiendo que ya no hay competencia en lo artístico; se alegran los libreros, que entre todos te van a mandar una corona de flores donde rece el siguiente epitafio: a un poeta intranscendente, chorizo habitual de nuestros agraviados establecimientos; hala, ya sabes, muérete, hazlo con un traje negro impoluto, bien maquilladito, bien encarao, y en la fecha acordada, 27 de noviembre, día que nació Bruce Lee, día del maestro, y el día de San Facundo. Ahora que pienso, tú te mueres, pedazo de mamón, pero, ¿y las mujeres? toda tu existencia amándolas, mejor dicho, desnudándolas, a todas, a las idas, y a las arribadas, masturbándote por tanta belleza acumulada, en sus pechos y en sus culos, y ahora vas y les haces la putada de palmarla dejando atrás todos sus deseos incumplidos; desde el amor de tu vida que, por cierto, a partir del día 28 qué va a hacer, a quién va a culpar de cualquier cataclismo en el cosmos, o mejor, qué va a ser de tus famosos y petulantes secretos de alcoba, es como si dejaras a un número inconcreto de mujeres viudas a la vez, sabiendo ellas que aquel seductor que aconsejaba a Woody Allen en “aspirina para dos”, ya no les volverá a escribir palabras delicadas, ni a someterlas con su voz a soterrados sentimientos en dirección a sus escotes; y lo peor, viudas de corazón y cuerpo y sin derecho a paga carnal o en metálico por ello. Bien, dejémonos de milongas. Carlos Cebrián está en las últimas, abatido por las deudas, inundado por la mierda, rodeado de espíritus y constelaciones durante años, la vida ha podido con su entereza, y esto y otras cosas lo han llevado a una elección tranquila: me Cosas mínimas Carlos Cebrián muero, y me ahorro todo esto. A su expiración estamos obligados a ir sus amigos, y sus conocidos, estamos obligados a ver su último capricho egocéntrico al cuadrado, sabiendo de antemano que cualquier espectáculo, por funesto que parezca, no pasa de ser eso, puro espectáculo. Descansa en paz, Carlos... PEDRO J. SERRANO 26 de Noviembre de 2008. Cosas mínimas Carlos Cebrián Cosas mínimas Carlos Cebrián UN POETA TRASCENDENTE Me hubiese gustado ser tu amigo. Pero no pudo ser. No tuve tiempo. Debía de andar demasiado ocupado. Ayer, jueves 27 de Noviembre de 2008, pudimos acudir todos a tu entierro, un aquelarre de imagen, música y palabras esquizoide, construido con retazos de una vida que quiere irse. Quién pudiese morir como tú, canalla, por decisión propia o unánime, lanzando los demonios de toda una vida a diestro y siniestro, repartiéndolos entre amigos y enemigos, entre conocidos y despistados, que los digeriremos, transpiraremos y transformaremos, para que vuelvan a salir al aire más livianos quizás, y ya sin dueño. Pero déjame decirte, y lo siento, que los demonios tienen dueño y se saben el camino. Aunque tú esto ya lo sabes, y quizás estás jugando a asustarlos, para que se alejen de ti al verte tan fuerte. Espero que tengas suerte y les venzas. En el camino, y en el final, nos has dejado muestras de un difícil equilibrio inestable entre inteligencia y sensibilidad. De una cultura poliédrica y una creatividad insolente. Has sido un acróbata del sentimiento hecho palabra y de la palabra hecha imagen. Has jugado a ser un chico malo, o quizás lo eres. Sin duda lo eres. Pero tus ojos tristes no nos dejan seguirte el juego, no te creemos del todo. Lo siento, de nuevo. Quizás por eso, ayer, jueves 27 de noviembre de 2008, la Lonja se llenó hasta los topes para asistir al entierro de un poeta Cosas mínimas Carlos Cebrián intrascendente Practicas el culto a la imagen pero nos pides perdón, y te perdonamos, porque nos gusta. Tal vez en tu nueva vida también tú sepas perdonarte. No te vamos a llorar ni un poquito. Nos hace felices tu muerte, nos has dado un momento de rebosante alegría. Porque has sido valiente hasta el final, o sobre todo has sido valiente para el final. Hablo como si te conociera porque creo que te conozco. Tu barniz de Humphrey no está tan conseguido como para esconder los secretos de tu corazón. Lo siento, por tercera vez. Tendrás que ver más cine americano. Ha muerto un poeta intrascendente, pero su poesía, su sensibilidad y su creativa inteligencia trascenderán, porque de sus cenizas tiene que surgir una nueva vida que sabrá llegarnos todavía. Ha muerto Carlos Cebrián, viva Javier Cebrián. JAUME MORERA BALAGUER 28 de Noviembre de 2008. Cosas mínimas Carlos Cebrián CARLOS CEBRIÁN (1965-2008) (Salies de Béarn, Pau, Francia) Reside en Elche desde 1975. Muerto como Carlos Cebrián el 27 de Noviembre de 2008, a las 9 de la noche, para pasar a ser JAVIER CEBRIÁN, con el audiovisual titulado CARLOS CEBRIÁN-UN POETA INTRASCENDENTE (La Llotja- Sala cultural. Cultura d’Elx, Institut Municipal de Cultura-Excmo. Ajuntament d’Elx), dirigido por EL autor, Eduardo boix y Wences Pérez PUBLICACIONES: POESÍA: -POEMAS DE LLUVIA Y ALQUITRÁN. ED. Inauditas 1987 -HEROÍNA. Col. Lunara Poesía 1991 -HUMO QUE SE VA. Col. Diarios de Helena 1999 -Seleccionado en el ciclo ALIMENTANDO LLUVIAS del Instituto alicantino de cultura Juan Gil-Albert. Pliego nº 8 2001 -CELEBRACIÓN DEL MILAGRO. Editorial Celya 2005. -MANERAS DISTINTAS DE AMAR o des-amar, Pequeña editorial, Elche 2006. (Edición limitada, no venal). -SELECCIONADO Y PUBLICADO EN EL IV y V CERTAMEN LITERARIO “AYUNTAMIENTO DE BENFERRI” en la modalidad de poesía, en 2004 y 2005 con “Las extremas delicadezas” y “Cenizas” respectivamente. -ACCÉSIT del premio Montesinos 2000, Los Montesinos-Alicante, en 2001 con CELEBRACIÓN DEL MILAGRO, (fragmento). PROSA: -LAS NOCHES DE MARZO. ED. Inauditas 1989 -DE BELLEZA PEREZOSA. Col. Temes D’Elx. 2000. Ha publicado desde 2004 hasta 2006 y durante 2008 una columna de opinión semanal en el Diario NOTICIAS ELCHE, titulada COSAS MÍNIMAS. Miembro fundador de Ediciones Frutos del Tiempo de Elche A.C. Miembro del GRUPO POÉTICO ABRIL 2005. Cosas mínimas Carlos Cebrián