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Cosas mínimas
CARLOS CEBRIÁN
COSAS MÍNIMAS
(ARTÍCULOS Y AUTORRETRATOS)
2004-08
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Este libro recoge, en orden cronológico,
los artículos, en formato de columna, que el autor
publicó, principalmente, en el diario Noticias Elche, y
en algunos medios digitales, entre los años 2004 y
2006 en una primera etapa, y durante 2008 en una
segunda, con el mismo título común.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
PRÓLOGO
EL GÉNERO “MENOR”
Escribir un prólogo para un libro es una tarea
que me resulta nueva en extremo. Nunca lo había
hecho y en estas Carlos (a quien todo el mundo llama
Javi menos yo), pidió a cierto individuo que le
escribiera un texto para su libro de artículos.
Ante semejante empresa no sabía bien qué
hacer. Ponerlo a parir, no, pues es amigo y desde
luego no es el caso. ¿Ensalzarlo por las nubes? Como
que tampoco. No prodiguemos el halago fácil.
Observo que, Carlos y yo, hemos encontrado
en el cultivo y la escritura de artículos una libertad
expresiva impensada. Ambos compartíamos, a veces,
columna en la última página del diario “Noticias Elche”
y tan a gusto. Hemos descubierto que el impacto de la
lectura de estos escritos en el público lector es mucho
mayor de lo esperado. Carlos, en sus artículos, ha
dedicado párrafos enteros a sus amigos, su equipo de
fútbol en su condición de entrenador, a su familia y al
sentimiento/disentimiento amoroso, a la vida que
discurre apasionada o tormentosa por sus venas.
Escribir artículos no es un género menor.
¿Acaso debemos ser novelistas para merecer un hueco
en las estanterías? ¿No están Larra, Mesonero
Romanos o César González Ruano en la mente de los
lectores? ¿Cuántos conocen más a Manuel Vicent,
Francisco Umbral o Gala por sus artículos que por sus
obras gruesas?
Carlos, en su condición de poeta y escritor,
cultiva
un
articulismo
intimista,
personal
e
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Carlos Cebrián
intransferible, una prospección lúcida e irónica en el
bazar de los sentimientos con una mirada abierta que
no pierde nunca el sentido del humor.
Es un hombre que no esconde sus preferencias
vitales e ideológicas y sus escritos son fiel reflejo. De
alguna manera, sus artículos son una evolución a la
prosa de su poesía, rica en matices e indagaciones.
Sin
embargo,
en
estas
palabras
de
presentación no todo serán parabienes. Ni mucho
menos.
Entre
nosotros
hay
una
diferencia
irreconciliable. Carlos o Javi es madridista a ultranza y
yo soy culé rematado. Me parece, además, que
pensamos por caminos inversos la proyección social
de esta amante que es la Literatura. El amigo Carlos
estima que para hacerse un nombre en la sopa de los
escritores conocidos, hay que estar donde se cuecen
los guisos de los cenáculos culturales, los contactos
editoriales, codearse con quienes manejan el cotarro,
vaya. Y buscarse la vida como poeta, escritor, autor
teatral o lo que sea, en los grandes rompeolas de las
Españas, bien sea Madrid, Barcelona, Valencia, Sevilla
y demás garitos referenciales.
Uno, en cambio, piensa que lenta y
dificultosamente, eso sí, esa proyección puede
lograrse desde tu “city”, que no es sino reflejo de
muchas “citys”, más numerosas y anónimas, trasfondo
de las muchas pasiones y vicisitudes que se barruntan
en La Corredora, Las Ramblas o en La Castellana. Y
más en estos tiempos de la comunicación instantánea
y global por “internete” y los multimedia.
Amigos, leer los artículos de Carlos Javier
Cebrián Calpe es un sano ejercicio de inteligencia, una
auscultación poliédrica al escenario de nuestros
sentimientos. Si estáis preparados para vivir y
sangrar, adentraos en sus páginas. Quedáis
advertidos.
Francisco Gómez.
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Carlos Cebrián
CITAS A MODO DE PREFACIO.
PENSAR CONTRA SÍ MISMO.
Debemos la casi totalidad de nuestros
conocimientos a nuestras violencias, a la exacerbación
de nuestro desequilibrio. Incluso Dios, por mucho que
nos intrigue, no es en lo más íntimo de nosotros
donde le discernimos, sino justo en el límite exterior
de nuestra fiebre, en el punto preciso en el que, al
afrontar nuestro furor al suyo, resulta un choque, un
encuentro tan ruinoso para Él como para nosotros.
Alcanzado por la maldición que los actos conllevan, el
violento no fuerza su naturaleza, no va más allá de sí
mismo, más que para volver de nuevo a sí enfurecido,
como agresor, seguido de sus empresas, que vienen a
castigarle por haberlas suscitado. No hay obra que no
se vuelva contra su autor: el poema aplastará al
poeta, el sistema al filósofo, el acontecimiento al
hombre de acción. Se destruye cualquiera que,
respondiendo a su vocación y cumpliéndola, se agita
en el interior de la historia; solo se salva quien
sacrifica dones y talentos para que, liberado de su
condición de hombre, pueda reposarse en el ser...
Siempre se perece por el yo que se asume;
llevar un nombre es reivindicar un modo exacto de
hundimiento...
...el
afectos...
apasionado
no
percibe
más
que
los
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Carlos Cebrián
Maestros en el arte de pensar contra sí mismos,
NIETZSCHE, BAUDELAIRE, DOSTOIEVSKI, nos han
enseñado a apostar por nuestros peligros, a ampliar la
esfera de nuestros males, a adquirir existencia por la
división de nuestro ser...
E. M. CIORAN LA TENTACIÓN DE EXISTIR.
Cosas mínimas
1ª parte
2004-2006
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
MI PADRE
Mi padre se marchó a un país exótico -eso me
parecía a mí, entonces- en todo caso transoceánico,
en 1977. Mi padre volvía por Navidades cada año. Mi
padre volvía cada vez más esporádicamente, algunas
Navidades, algún año. Mi padre se largó por penúltima
vez, al finalizar la Navidad de 1984, a ese país ya algo
menos exótico aunque sí transoceánico. Después de
trece años más allá del mar, mi padre llamó a nuestra
puerta en Febrero del 97 y dijo -como siempre decía- :
¡Abre soy yo...! Y le abrimos la puerta, y quisimos
entender. Mi padre urdió sus cuitas, sus justificaciones
y, sin creérnoslo, nos engañó. Mi padre visitó a su
familia olvidada, a sus amigos perdidos, prendido de
mis recuerdos. Incluso asomaron algunas lágrimas,
tímidas, en sus pupilas. Mi padre se largó por última
vez, después de abrazarme, por un momento mínimo
y eterno, en Febrero de 1997, a ese país ya nada
exótico y menos transoceánico que nunca. Y, sin
creérmelo, me engañó. Mi padre nunca volvió.
Mi padre murió el 19 de Noviembre de 2003 en
ese maldito país otra vez exótico y más transoceánico
que siempre, más allá del mar. Lo he sabido hoy 8 de
Julio de 2004, a traición pero sin sorpresa. Dicen que
sus cenizas reposan -o se ocultan- en la parroquia de
un pueblito de ese país enigmático. A salvo por fin de
nuestro reproche. Ella lo visita cada día 19 de
cualquier mes para llorarlo.
-Estuve 25 años con tu padre, el hombre a quién más
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he querido en mi vida. Dijo.
-Casi los mismos años que nos falta a nosotros,
pensé. El hombre a quién más he querido y odiado en
mi vida, debí responderle, Señora.
Mi padre ha vuelto a llamar a nuestra puerta y ha
dicho -como siempre decía- : ¡Abre, soy yo...! Mi
padre, sin creérnoslo, de nuevo, nos ha engañado. Y
nosotros le hemos abierto, por última vez, nuestra
puerta. Mi padre no acostumbraba a decir adiós.
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Carlos Cebrián
ELOGIO DE LA INFELICIDAD
No creo en la felicidad. Esta negación, esta
resolución anímica ha sido una constante de mi
pensamiento, en mi vida. Del mismo modo que los
pacifistas no creen en la paz -en su posibilidad
realizable en este guerrero mundo, y se instalan en la
utopía y en la lucha denodada-, yo no creo en la
posibilidad realizable de la felicidad y me instalo en la
ansiada utopía y en la lucha denodada para conseguir
la verdadera felicidad. Por ello, por no creer, por una
absoluta
carencia
de
Fe,
sigo
buscando
infructuosamente algún resquicio por donde entrever
los ligeros y livianos vestigios de ese "algo"
indeterminado que hemos definido erróneamente
como FELICIDAD.
Ningún sinónimo de esta rimbombante palabra
acierta a parecerse aunque sea mínimamente al
significado absoluto que hemos aprendido; a su
significación abusiva y cretina. No se acierta al
definirla como "dicha", "ventura", "satisfacción". Estas
palabras son diosas menores.
La felicidad es equívoca. Yo soy infeliz porque
aspiro a encontrar la felicidad absoluta. Mi derrota se
certifica cuando únicamente soy capaz de administrar,
a duras penas, escasos momentos felices -falso
remordimiento-, momentos dichosos, venturosos,
instantes
satisfactorios;
todos
ellos
efímeros,
momentos gobernados por dioses menores. La
felicidad adolece de rostro, los Dioses no tienen rostro
conocido. Ser infeliz es el mejor bagaje, la mejor
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Carlos Cebrián
aventura, el mejor acicate para desasirse, para morir
de una vez por todas -en sentido figurado, claro- en el
intento y encontrar la puerta exacta, acertada,
recomendada; abrirla y que se desparrame la Luz.
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Carlos Cebrián
EL ABUELO BERNARDO
Es hermoso detenerse en el tiempo. Adentrarse
en los vastos y mágicos desiertos de la meditación o
de la bruja memoria. Navegar las quietas y hondas
lagunas de la reflexión. Sumergirse en el buceo
inmenso de los mares de la memoria o de la vida.
Regresan entonces, en oleadas o como sinuosos
meandros en el transcurso del río de nuestra vida, a
despertar
desmemoriados
recuerdos;
rostros,
estampas, espectros familiares. La memoria tiene
mucho que ver con la infancia y nada con el recuerdo.
No, recordar es un verbo reflexivo, una acción
premeditada, elegible. En cambio la memoria puede
ser impersonal, imprevista. Un ruido, un sabor, una
palabra, nos hace revivir el pasado. Es como la vida
misma, un transcurrir anárquico, una marejada. La
memoria involuntaria de las cosas, creo.
Recordar es querer, pero la memoria nos asalta
de improviso, es un recuerdo abrupto, silvestre,
salvaje. Es así como me acuerdo, involuntariamente,
ahora, de mi abuelo Bernardo, mientras disfruto
ensimismado de unos huevos pasados por agua. Sin
forzar el recuerdo despejo de desmemoria mi infancia.
Bernardo era el padre de mi padre, nunca tuve
oportunidad de amarlo, ni tiempo..., no lo conocí el
suficiente. No recuerdo el sonido, el timbre de su voz,
ni sus palabras, ni siquiera podría asegurar si las
escuché alguna vez. Aprendí a respetarlo gracias a la
enérgica imposición de mi padre. Únicamente lo veía
los domingos por la mañana, al mediodía si soy
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Carlos Cebrián
preciso, en las rutinarias y obligadas visitas de cada
fin de semana.
Mi abuelo era para mí una terrible imagen
espectral, una aparición fantasmal. Tenía en su rostro
cadavérico, una expresión de tristeza abismal,
turbadora, de excéntrico misterio.
En todas las visitas, en todas y cada una de
ellas, mi abuelo tomaba, con fruición, huevos pasados
por agua. Levantaba su vista levemente, tan solo
durante unos segundos, para cerciorarse de mi
presencia, dirigiéndome, con apatía, una mirada
indescifrable, de autoridad, de afirmación.
Hoy con la perspectiva que dan los años
transcurridos, me atrevería a definir sus fugaces
miradas como agónicas; agónicamente comprensivas
hacia mi asustada presencia, impuesta, ante su vejez.
Miradas comprensivas hacia mi actitud de cariño
forzado, obligadamente aprendido. Una mirada de
cómplice desdén.
Cuando mi abuelo terminaba su almuerzo, mi
padre me animaba primero e intentaba obligarme
después, a besar sus mejillas pálidas y fláccidas.
Nunca lo consiguió, lo que se traducía en
innumerables disgustos rutinarios cada domingo por la
mañana, al mediodía, si soy preciso. Era en ese
momento conflictivo, cuando mi abuelo levantaba,
enérgico, su mano izquierda, haciendo unos ligeros
pero firmes movimientos, de negación, que parecían
decir:
-No, no es necesario. ¡Basta ya!
Y al mirarme, sonreía, sonreía con trágica
comprensión,
condescendiente
y
simplemente
humano.
Solo una vez he visto asomar algo parecido a una
lágrima en los ojos de mi padre, y entonces comprendí
que mi abuelo había muerto. Mi padre no me hizo
partícipe de su luto o su dolor, me miró con lejanía,
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con mirada cristalina, con reproche. Me miró y de
inmediato apartó su mirada.
Sí, seguramente fui injusto con mi padre
entonces, y con mi abuelo lo he sido siempre, tal vez
aquel niño miedoso que fui no comprendió el valor del
cariño aunque fuera impuesto. Hoy el hombre miedoso
que soy sigue sin comprenderlo. Debo decir que yo
tengo más facilidad para llorar que mi padre, sí,
aunque tampoco mucha más.
Sí, recordar es querer, pero no con precisión
matemática, no exactamente.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LOS LIBROS
A Daniel Ruiz
Con sonrojo reconozco que la primera vez que
tuve un libro de ficción, de literatura, entre las manos,
casi tuve que acudir al manual de instrucciones. En mi
casa los libros brillaban por su ausencia, apenas
recuerdo unas ediciones en cómic de LA ILÍADA y EL
QUIJOTE que algún familiar despistado regaló a mi
hermano mayor. Libros que, por supuesto, resistieron
el paso del tiempo, intactos.
En el instituto me jactaba ante los enemigos
-esa pléyade de empollones-, de que nunca leía; es
más, hice mía una grandiosa frase de mi hermano
Alfredo que decía: leer... a mí me dan rampas en los
ojos cuando leo...
Decir aquí que a esa pléyade de empollones les
fue, en lo sucesivo, durante bastante tiempo, en la
mayoría de los casos, mucho mejor que a mí.
Así vivía mi adolescencia hasta que conocí, en
3º de BUP, a un inclasificable e incalificable profesor
de literatura, DANIEL RUIZ. Mis compañeros de clase
lo recordarán muy bien, o por el contrario, muy mal.
Un profesor que era de todo menos académico. Sus
clases, atípicas, molestaban a los formalistas
estudiantes en busca de nota y promoción,
interesaban a aquellos alumnos que eran algo más
que cazadores de notas y nos divertían a los gandules
empedernidos.
A él le debo mi amor por los libros, por la
poesía, por la literatura.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
En primer lugar me obligó a redactar un trabajo
sobre EL QUIJOTE, redacción que basé en el visionado
de la histórica serie de dibujos animados que se emitía
en aquella época. Después intentó obligarme a leer
MIAU de Galdós, algo que no consiguió. Más éxito tuvo
con LA BUSCA de Baroja. Empezó a ganarme con EL
GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO de Salinger, y me
conquistó con LA METAMORFOSIS de Kafka, de cuyo
trabajo obtuve mi primer sobresaliente. Daniel nos
inculcaba la reflexión, nunca el dictado del argumento
de los libros, promocionaba la opinión.
A partir de entonces: GARCILASO, QUEVEDO,
NERUDA, VALLEJO, LORCA, ELIOT, RILKE, BORGES,
GIL DE BIEDMA, LOS CLÁSICOS…
Ese maldito profesor me dio de beber el veneno
de las letras, me envenenó para el resto de mi vida o
naufragio. Para él fue el 2º ejemplar de mi primer
libro de poemas publicado, 10 años después. Y el 3º
fue para “LA PINOCHO”, la profesora de Ciencias
Naturales que nunca creyó, con razón, en mí (y que se
mofaba de mis versitos). Dulce venganza la mía.
Hoy veo en televisión una campaña de lectura
dirigida a los padres: SI TÚ LEES, ELLOS LEEN, en
referencia a los hijos. Frase hermosa y quimérica,
bienintencionada y en muchos casos ingenuamente
falsa. El amor por los libros no es algo que nazca del
mimetismo sino de la casualidad o del libre albedrío,
de la intención. Yo no tengo hijos, tengo sobrinos a los
que he intentado inculcar mi amor por la letra
impresa, por el olor de las encuadernaciones, el hojeo
hermoso de ese objeto maravilloso que es un libro,
por sus historias maravillosas o por sus versos
marcados a fuego de pasión. No lo he conseguido, tan
solo he podido transmitirles, con facilidad, mi amor
ciego por el Real Madrid, por el fútbol y por el
chocolate con leche.
El otro día mi sobrino me dijo: tengo que leer
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alguno de tus libros para ver las chorradas que
dices...y se rió plácidamente.
Con esto no quiero decir que esté en contra de
las campañas en favor de la lectura, no, simplemente
mi fe en ellas no es absoluta, y menos, incluso,
cuando se plantean desde la obligación, en casa o en
la escuela, cuando a la lectura se le otorga calidad de
absolutamente necesaria y primordial, y olvidamos la
emoción en favor del academicismo. No es
desacuerdo, en todo caso es descreencia. Para creer
me aferro a estos versos de José María Fernández
Nieto:
Por eso os digo que si alguna vez/ por pura intuición o
por sorpresa, descubrís/ un tesoro- una canción, un
surtidor de gozo, / una palabra nueva- pregonadlo, /
haced que participen los más próximos/ de esta
riqueza.
De todas maneras mi sobrino aún está a
tiempo de ser salvado por un profesor insensato o por
mí mismo, tan insensato también, si alguna vez
consigo emocionarlo con alguno de mis escritos. Por
pura intuición o por sorpresa.
Esto va por él y por todos los niños y mayores que
todavía no conocen la bendición de la lectura, sin
academias, sin obligaciones. Por placer. Solo por
placer, amigos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
REFUTACIÓN DEL AMOR
Detenerse por un momento, sobreponerse al
paso doméstico de los días, a esa vorágine del
calendario y los días laborables. Sucede entonces que
a este columnista aficionado le asalta la reflexión. Y a
uno le da por reflexionar sobre los tópicos, en
definitiva por los temas recurrentes en el ser humano
y también en los columnistas o escritores o poetas, o
como quieran llamarlos.
Sucede que a uno le da por disertar, por
ejemplo, sobre el amor: su necesidad, su ausencia, su
finalidad, su refutación incluso.
Sé, con absoluta certeza, que este asunto (o
trasunto: imitación exacta) puede carecer de
actualidad, de una forma inmediata. La actualidad
maltrata la reflexión. ACTUALIDAD sería la crisis del
calzado
en
nuestra
ciudad,
las
elecciones
presidenciales en USA, pero, a mí me interesa hablar
del amor, de su refutación. Del amor, ese elemento
agotable, solo un componente ineficaz de nuestra
existencia. Ese sentimiento de voluntad necia y
filantrópica, disparatada. Porque el amor es así de
fabuloso, de burlador, así de impúdico.
El amor nos trae la violencia del desamor, con
él viene el olvido del mismo para traernos después el
amor vengativo, mayor desgracia que el desprecio o
que el mismo olvido.
El amor, el deseo, se trata de contiendas,
siempre a resultas de ellas hay vencedores y vencidos.
¿Piensan Vds. que el amor es una cura, un refugio, el
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Carlos Cebrián
consuelo, el designio del deseo acaso? Si es así, no me
escuchen y amen desprovistos/as de defensas; si no
cálense las espuelas y abrillanten su armadura.
Desafíen, amen, sin piedad, como si les fuera la vida
en el envite, o peor, como si les fuera la muerte en
ello. Cuiden sus defensas, piquen espuelas a sus
corazones, prepárense a sangrar.
Es imposible disociar ambos términos, ambos
significados: amor y desamor, sobreviven unidos, con
equidistancia imperturbable. Sí, amigos/as, los afectos
son alimañas, deben estar prevenidos, cuídense bien
de ellos, no confundan el temblor, el escalofrío, con el
frío filo de sus cuchillos. El azote de los que aman.
El amor es como serpiente enroscada en el
cuello o erguida para prevenir su ataque. Como la
sierpe que cumplido su ciclo muda de piel, y en
mudanza busca un nido distinto, otro lecho, otro
aliento.
Como pueden ver a uno le asalta la reflexión
como un tornado que todo lo engulle, tan
gráficamente. No crean que estoy desbarrando y
tampoco que soy catastrofista, a veces para
diseccionar un sentimiento, es bueno acudir a la
ironía, al esperpento, a la parodia incluso. No es
filosofía, es sentimentalismo. Soy un sentimental, lo
reconozco y lo acepto.
Ya
lo
saben
queridos/as
amigos/as
enamorados/as, inocentes, están sementando la
simiente del dolor, créanme, miren si no el rictus de la
pena en mi rostro, quisiera servirles de ejemplo, de
advertencia, con una leve sonrisa.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EL CORREO
Recuerdo con agrado que hasta hace pocos
años, cada mañana, salir de casa, a tumba abierta, en
dirección al buzón, en busca de improbables cartas o
avisos certificados, era pura celebración, fiesta,
ansiedad. Esperaba, iluso, alguna comunicación de un
jurado gustoso de algunos de mis manuscritos que
hubiera tenido el acierto de premiármelo en algún
concurso, la comunicación de alguna editorial
dispuesta a publicar alguno de mis libros, la carta de
algún amigo, el envío de algún libro de algún escritor
conocido, qué sé yo...
Anteriormente a sentirme escritor, más o
menos frustrado, mi ansiedad, mi esperanza era
encontrar alguna misiva, alguna postal siquiera del
padre ausente, alguna explicación a tanto tiempo de
ausencia. Y antes de eso fue haber encontrado a su
debido tiempo la carta definitiva de mi querida Ana
Esther, perdida allá en Los Pirineos.
Si recuerdo bien, estos correos esperados
llegaron, sí, pero ya era muy tarde para todo cuando
llegaron. El de mi padre ya no tenía explicación ni
sentido después de tanta ausencia, y el de Ana Esther
llegó cuando mi corazón ya estaba ocupado muy bien,
cuando ya había dejado de ser aquel niño exiliado,
enamorado en aquel territorio de la lluvia, regresado
ya a mi patria mediterránea.
Había una ética de la esperanza en aquello, una
ansiedad bendita por recibir.
Hoy en día quizás ha caído en desuso el
formato pero no el espíritu de esa esperanza. Porque
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Carlos Cebrián
esa esperanza ahora se llama correo electrónico.
Vuelvo a salir de casa a tumba abierta en dirección a
mi oficina, para abrir la bandeja de entradas de mi
correo en espera de las mismas confirmaciones de
antaño, de jurados, de editoriales, de mi padre o de
Ana Esther. Hoy también siento esa pura celebración
de dar, de enviar yo los correos, de escribirlos, de ser
el remitente de la dicha de otros en espera de mis
comunicaciones.
Reconozco que es una alegría, una esperanza,
infantil. Sentida por dos veces o casi tres, al abrir el
buzón, al señalar la bandeja de entradas de mi
procesador, o al esperar la llegada de la cartera de mi
barrio, a casa o a la oficina.
No todo es negativo en el progreso, no todo
son nubes para las letras, no, la técnica también nos
trae estas bendiciones, estas maravillas, donde
confluyen el progreso mismo y la antigüedad de los
caracteres escritos, la formalidad de la
escritura,
parida desde el corazón para los corazones, donde
somos capaces de comunicarnos más que nunca con
los amigos, con los colegas, con los amores legales y
con los proscritos, con desconocidos incluso.
Las maravillas de la técnica, que no todo iban a
ser improperios para la maldita. Por ella hemos
recuperado esta sana costumbre de escribir, más allá
de los lacónicos monosílabos del teléfono móvil, o la
imbecilidad de las abreviaturas de las palabras de los
"sms" tan al uso. Gracias al correo electrónico ahora
mismo, corregida ya esta columna de opinión,
pulsando el icono de enviar, envío este texto al editor
que a lo mejor tiene a bien publicarlo en su periódico.
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Carlos Cebrián
MORIR
Morir siempre me ha parecido fácil. Sí, morir, lo
que se dice morir, es fácil. Los seres humanos
morimos con excesiva facilidad. Las personas mueren
continuamente, en la mayoría de los casos sin
aspavientos, con trágica normalidad cotidiana. La
muerte no tiene reglas. No quisiera adentrarme en
conceptos metafísicos, o en teorías como "La muertes
sucesivas", que nos dice que morimos a cada
segundo, transcurrido cada segundo ya ha muerto
quien se era. No, yo quiero hablar de la muerte física,
real, casi diría cultural. Una muerte que tiene nombre
y apellidos y lágrimas y ausencia.
Lo que me preocupa es la frivolidad de la
muerte. A fuerza de ser cotidiana, se convierte en una
idea asumida, fácil. En realidad no sabemos -o no sé,
para ser preciso- cómo se muere, así humanamente.
Vemos morir a nuestro alrededor pero no aprendemos
a morir solos, con nosotros mismos. Quiero decir que
desconocemos cómo suceden esos últimos momentos,
ese tránsito pavoroso. La muerte es demasiado
impersonal, clónica, de una fatalidad religiosa, mística,
filosófica.
Lo único que sé, a ciencia cierta, de la muerte,
es el rostro que tiene ese miedo, el miedo a morir.
Siendo "más niño” casi me ahogo en una piscina.
Aquel incidente lo recuerdo mal, vagamente. Puedo
decir que luché por no ahogarme y que ese día
aprendí a nadar, de mala manera -sigo hoy, nadando
así, con desesperación, con ganas de vivir-. Recuerdo
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
una angustia húmeda, sumergida, y la lejanía
aterradora e indefinida de la barandilla, el lejano y
aterrador desconocimiento de mis mayores. Recuerdo
soledad. Aprendí la facilidad de la muerte, pero luché
contra ella, sigo luchando, no me rindo.
Sé que todos sentimos ese miedo a morir,
aunque en el camino escabroso se hayan perdido la
ilusión y las ganas de vivir. Tal vez solamente nos
morimos con miedo y solos. Quizás tan solo morimos,
sin más.
Sucede
que
esa
soledad
nos
aterra,
esencialmente eso es lo que nos aterra, la soledad y el
desconocimiento, quisiéramos saber con exactitud el
proceso de esa despedida y así olvidamos que ese es,
precisamente, el misterio de la vida. Ahí radica la
maravillosa casualidad de la vida, porque estoy
convencido de que este trance de vivir es puro azar. El
único destino irrevocable en el que creo es la muerte,
y no como objetivo sino como conclusión. Un final
inherente al principio de la existencia.
En mi caso, espero, que ese final llegue sin
desistir, sin entregarme sin condiciones al enemigo, a
la parca, al segador; sin capitular, sin firmar la
rendición ante lo insoslayable. En rebeldía.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CONVERSO
Confieso que soy un converso recalcitrante.
Hoy hace trece meses que dejé de fumar. Un tiempo
suficiente, creo, para considerarme exfumador. 13
meses que han transcurrido lánguida o fugazmente,
según se mire o entienda. En ocasiones lo he pasado
mal, cierta ansiedad, impaciencia, algunas noches de
pesadillas indescifrables o insomnio, o algunos
momentos de querencia por fumar. Pero tampoco ha
sido terrible y mucho menos insoportable. Quedan
secuelas, como el odio o desprecio, si queremos
aminorar el sustantivo; desprecio absoluto hacia los
fumadores convictos y convencidos. Me asquea el olor
que el humo de los cigarrillos impregna a los sujetos
fumadores, en su aliento, en sus dedos, en sus ropas.
Me asquea el ambiente cargado de los locales donde
se fuma. Me asquea el feo gesto que se dibuja en el
rostro de los fumadores. Esa forma de apretar la
comisura de los labios y entrecerrar los ojos y fruncir
el ceño, esa manera de exhalarnos a todos los demás,
inocentes, el humo.
Quizás sea un síntoma inconsciente, o poco
meditado, el caso es que hoy me parece
incomprensible el hecho, siquiera, de fumar. No
necesito analizar los pros y contras. Mi cruzada
antitabaco es una cuestión prioritaria, en mi vida, en
mis relaciones sociales, y se sitúa por encima, incluso,
de familiares y amistades. No dejo fumar en mi casa,
y ello se ha traducido en que ya apenas me visitan los
amigos, ya no puedo ejercer de eficiente anfitrión,
algo que tanto nos gusta a mi mujer y a mí. (Por
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
cierto…, ella también lo ha dejado).
Mi salud ha mejorado notablemente, mi antaño
soliviantada respiración, hoy es apacible y precisa, no
he engordado demasiado. (He de confesar que no he
notado una gran mejoría en la calidad de mi relación
sexual, al menos no de una forma espectacularmente
cualitativa). Mis dedos ya no amarillecen, ni mis
dientes, mi aliento se refresca cada día más, duermo
mejor, me canso menos, mi voz es un poco menos
nasal que, de costumbre, era. Pero he perdido amigos,
veladas repletas de filosofía vital y risas, he perdido
aromas y sosiego y el respeto que sentía hacia mis
amigos fumadores y el que ellos sentían hacia mí, por
supuesto, también. Y todo, ya lo he confesado, porque
me he convertido en un implacable sujeto antitabaco,
converso y advenedizo, pesado y excluyente,
intransigente e incluso agresivo.
No dejo fumar en mi casa, tal vez para evitar
que el aroma del tabaco se impregne en las cortinas,
en los tejidos, en mi cama. Nótese que refiero
"aroma", sí, aroma espléndido de tabaco, porque este
maldito crea adicción y mata, pero, amigos míos,
huele increíblemente bien de mañana con el café hace años que no tomo café-,no dejo de reconocerlo,
pero ello no implica nostalgia ni algo parecido. Para
empezar a dejar, definitivamente, de fumar hay que
decir, parafraseando a Neruda*, "confieso que he
fumado".
*"CONFIESO QUE HE VIVIDO" PABLO NERUDA.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EL MIRÓN
Amo a cuantas mujeres miro, si me gustan;
también podría haber dicho que amo a todas las
mujeres que veo, si las miro. En definitiva es algo
parecido.
Me gusta desplazarme por la ciudad a pie,
recorrer, pasear cada callejuela, cada avenida, cada
plaza de esta ciudad luminosa y mirar. Todos los
trayectos, por mínimos que sean, se convierten en un
espectáculo sublime. Soy un mirón; miro, observo,
comparo, y en la comparación encuentro un placer
próximo a la felicidad. Amo a cuantas mujeres miro,
sí, es cierto, y verifico el tamaño de sus tetas, la
redondez de sus caderas, la leve insinuación de sus
entrepiernas sobre sus ajustados pantalones, o a
través de sus ligeras y volubles faldas; la ampulosa
geometría rectilínea de sus piernas, el encuentro y el
desencuentro de sus muslos, el acicate tembloroso de
sus nalgas, el magnífico diseño de sus nucas y sus
espaldas, todo, todas ellas. Disfruto amando su
anonimato, su cuerpo anónimo, desconocido, distante.
Me gusta comparar unas a otras, sus medidas, sus
miradas, sus lejanías. Imagino sus vidas insulsas sin
mí; comprendo sus frustraciones y sus quejosas
relaciones sexuales sin mí. Esculpo sus gestos
satisfechos, sus movimientos caudalosos y rítmicos,
sus distintas formas de amar conmigo.
Confieso que tanto trasiego es agotador, amar
a toda una ciudad es demasiado. Amar a todas las
mujeres que miro, claro, entre otras cosas como el
cansancio y los vituperios en medio de la calle;
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
también me procura el disgusto de estamparme de
bruces, con demasiada frecuencia, contra las farolas,
los árboles, las señales de tráfico y algunos
acompañantes
masculinos,
fuertes,
celosos
y
posesivos, que surcan nuestras aceras.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LA 5ª ESTACIÓN
A Joel Cebrián Martínez
No es la Navidad mi estación preferida del año.
La Navidad es una subestación dentro de otra
estación, el invierno. Pero, yo diría que tiene, casi,
cualidad de estación independiente, denominándola
por ello la 5ª estación. Decía que no es mi estación
preferida y no acudiré a tópicos para justificarme,
nada tiene que ver mi rechazo con las cansinas
campañas comerciales, ni con el consumismo bastardo
que nos abruma a todos, ni con los pueriles y ñoños
cuentos de Navidad que nos cercan, que nos invaden
desde las televisiones y desde las radios. Es algo más
profundo, tiene que ver con el sentimiento, con el
espíritu navideño, con su carencia o ausencia. No
siento ese espíritu, no me causa ternura. Me inspira,
eso sí, la obligación de pasar la Nochebuena en casa
de mi madre, con algunos de mis hermanos, con mis
sobrinos, para así recogernos alrededor de la mesa y
sentirnos familia por un día, rodeados de nosotros
mismos, sin más seres queridos cerca que nosotros
mismos, como decía. Para mí es inexcusable cenar en
casa esa noche, por encima de la justicia igualitaria un año aquí y otro en casa de los suegros- por encima
de la felicidad junto a mi esposa, por encima de
alegrías o penas o villancicos. Es una herida que
supura, un sentimiento compasivo hacia mi familia y
propiamente autocompasivo.
Solamente recuperé ese espíritu ayudado por el
nacimiento de mis sobrinos, y solo durante el tiempo
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
en que ellos creyeron en Papá Noel y los Reyes Magos,
tiempo en el que me erigí en el responsable de
mantenerlos
creyentes
en
su
sana
mentira,
eligiéndoles los juguetes y haciéndolos partícipes de
una entusiasta fe en la Navidad, una fe que yo mismo
había perdido desde hacía años. Pero mis sobrinos han
crecido y ya no creen en más rey mago que en mí, en
"las estrenas" que puedo ofrecerles cada Navidad. No
es culpa de ellos, por supuesto; mi creencia se
sustenta en utopías, en ingenuidades como cuando
era niño. Mi padre me mantuvo en la mentira hasta
los 10 años, y me sacó de la ilusión haciéndome ver
que por mí mismo ya debería haberlo sabido, con
enfado y en mi opinión con decepción y crueldad.
En fin, fui feliz desvelándome cada noche de 24
de Diciembre y 5 de Enero durante algunos años,
convirtiéndome en el impostor que colocaba los
juguetes en el salón de la abuela, fui feliz.
Por suerte, este año, volveré a sentir esa
felicidad ingenua y utópica, porque desde hace menos
de 1 año ha llegado a mi vida otro sobrino, hermoso,
al que poder engañar durante unos años, y me
gustaría decirte Joel, que sí, que aunque aún no lo
comprendas, existen los Reyes Magos y Papá Noel
también, existen para mí, por ti, para ti. Espero poder
aprovechar estos años que nos quedan de complicidad
hasta que crezcas demasiado.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CELEBRACIÓN DEL MILAGRO
A riesgo de parecerles en exceso pretencioso, y
solicitando sus disculpas por hacerles esta práctica de
autobombo,
queridos,
desconocidos,
invisibles
lectores, quiero informarles que acabo de publicar un
nuevo libro de poemas. Dicho esto, les digo también
que no es esto lo que me induce a escribir el presente
artículo, no es lo importante. No es un intento de
publicidad gratuita, aunque de paso me sirva para
ello, no, lo que quiero comentarles es la sensación
empírica que produce la recepción del anunciado, la
ansiedad en la espera de su arribada, el hecho
inminente de su salida a la venta, de la llegada a tus
manos y reconocerlo, acariciar su encuadernación, sus
tapas, degustar su tacto, su olor, revisitar tus propias
palabras, tus versos ya lejanos.
Nunca he igualado, como hacen algunos
escritores, un libro a un hijo, no creo en ello, mis
libros no son mis hijos, cada libro es o soy yo mismo.
Ahí quedo yo, enmarañado en los versos.
Un libro ya publicado se convierte en un ajeno.
Sus palabras, sus versos, parecen dichos por alguien
ajeno a uno, por un extraño. Se aleja del autor,
empieza su recorrido desprendido de su creador,
independiente e insumiso. Cuando lo lees ya no es una
relectura, pese a sabértelo de memoria, porque lo que
lees aparece pervertido por una óptica desconocida,
una significación totalmente extraña. El libro se
consolida por sí mismo y empiezas a no reconocerte
en él. Entonces te sientes, a veces, orgulloso y, en
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
ocasiones, defraudado, decepcionado ante aquello que
dijiste en su día, que hoy dirías de otra manera.
Descubres, misteriosamente, las faltas gramaticales,
las inexactitudes, los errores en las acepciones de los
adjetivos, que no descubriste, corregiste o imaginaste
cuando se entregaron las últimas galeradas a la
imprenta. Y en ese momento crítico, te invade la
vergüenza, el sonrojo; te reprochas el improbable
despiste, el desconocimiento, la ignorancia, ahora que
ya no tiene remedio, todo a modo de espejismo
porque, casi siempre, esas supuestas faltas son
apariciones del miedo, creaciones de tu propio terror
al desnudo, al exhibicionismo que supone la
publicación de un libro. Tu fuero interno al
descubierto. Ahora has pasado de ser un voyeur
cuando lo escribiste, a ser la víctima, el observado,
sujeto a las atentas miradas de los desconocidos
lectores.
Y ahora, también, aparece la incertidumbre, el
pánico a no llegar a nadie, a que no compren tu libro,
a que no te entiendan, a las críticas, a que pase
desapercibido, al orgullo herido. Un ejercicio de
majestuosa contradicción, créanme, es editar y
publicar un libro. Un hecho milagroso.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CONTRA LA PAREJA
Siempre nos han embaucado en la creencia de
que la base fundacional de la sociedad es la familia, y
el pilar de la familia es, o sería, la pareja,
fundamentada en el amor, en la entrega abnegada al
otro. Sin entrar ahora, siquiera, a valorar el modelo de
pareja adoptado, elegido, sirva este canto como
refutación de la pareja.
En verdad, al ser humano le gusta, le sirve,
engañarse a sí mismo, ir en contra de su condición.
Dicen también, he oído decir, que el sexo es parte del
amor, pero no el amor mismo. Y yo aquí os digo que
es el amor el principio de todo mal. El ser humano es
individualista,
y,
como
individuo,
su
primer
pensamiento-sentimiento es él, su protección, su
perpetuación. Por ello es egocéntrico, ególatra. Nada
más antinatural que la pareja cimentada en el amor
convencional, tal como lo conocemos. Desde siempre
lo natural es el apareamiento, que no emparejarse.
Apareamiento: un hecho sustancialmente sexual, que
no amoroso. La familia es la piedra angular de la
perpetuación de la especie, todo lo demás es
literatura, filosofía, religión, ignorancia, ficción. El
amor es una pulsión poética, un celo tamizado por el
intelecto que huye de su condición meramente animal.
Una sexualidad inventiva, conveniente y al servicio de
la demagogia humana. Una mentira que nos alivia,
que
nos
lleva
a
intelectualizar
el
instinto,
convirtiéndolo en sentimiento.
Nada más caduco que el amor. El intelecto, el
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
progreso filosófico del ser humano nos ha traído la
tristeza o, peor aún, la desgracia. Eso nos lleva a
autoevaluarnos, a compararnos, a convertir el placer
en otro sentimiento, en emoción, despojándolo de su
primigenia cualidad instintiva.
El hedonista, aquel que busca el placer, es
considerado depravado en nuestra sociedad. Aquellos
que lo convierten todo en compromiso y obligación, en
fidelidad, son los moralmente correctos, pero ellos
saben que también sufren para redimir esa pulsión
humana. Ahí radica el conflicto, en la aspiración de
domeñar esa compulsión. El ser humano es
irreductible e individualista. El amor fue inventado por
algún poeta mediocre, mentiroso y soñador, aquel que
nos infligió la belleza, su necesidad irreal, aquel que
hizo de la vida, mala literatura, su obra maestra. Amar
es aspirar al dominio. Puro egoísmo racionalista. Pura
individualidad. Una quimera maldita.
Olvidaos, amigos, sed buenos y listos, no os
enamoréis, reconoced los cepos y evitadlos, id libres,
felices, ignorantes, solos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EN PRO DE LA PAREJA
(Aclaración inicial: empiezo la redacción de
este artículo como consecuencia clara del titulado
CONTRA LA PAREJA, y en respuesta a diversas
opiniones y/o críticas que este ha provocado.
Opiniones y molestias: mi pareja se ha sentido
aguijoneada por el mismo y se ha alineado con mis
enemigos más feroces).
Siempre he creído que el poeta, el escritor,
debe ser un gran mentiroso, un creador de realidades
“ficcionadas”, es decir: realidades tamizadas por la
invención, por la manipulación de diferentes recursos
literarios, véase: ironías, hipérboles, metáforas, etc.
A ese juego me entrego cada vez que escribo.
Un juego que conlleva, en cuestiones literarias, hacer
el elogio y la refutación de un mismo tema. Atender al
anverso y al reverso de las cosas, las dos caras de la
moneda. Y afirmar ambos opuestos con la misma
convicción literaria y filosófica.
Claramente acepto este tono de disculpa,
justificativo, que expele este artículo, algo que supone
una alta traición a mi concepto de literatura, a la
honradez creativa del escritor, pero, amigos, en
cuestión de prioridades antes se sitúa mi felicidad
familiar, y claro, me gustaría recuperar el afecto de mi
pareja, cuanto antes, el calor de su cuerpo a mi lado,
en la cama, su mirada tierna al despertar abrazados,
la fricción de sus pies con los míos. Sus besos
desinteresados y sus reproches diarios, esos que
demuestran su amor. El reclamo de que compartamos
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
más tiempo, más aficiones o actividades, las cesiones
que procura el afecto. El reclamo de un sexo más
activo y prolongado, sensual y un punto perverso.
La vida en pareja tiene siempre un pro y una
contra, como todo en la vida. Te alivia la soledad o te
la exagera. Deberíamos tener claro que la 1ª causa de
divorcio es el matrimonio, sin discusión. Pero, amigos,
la vida es contradictoria y el amor más aún. Cuando te
emparejas, que no te apareas, en ocasiones echas de
menos un poquito de libertad, vivir sin concesiones al
otro. En cambio cuando vives solo, echas de menos la
compañía, la conversación, la pasión, el sexo, el amor.
Porque tu amor siempre está dispuesto a ser
entregado de manera desinteresada. El ser humano no
quiere perder su libertad, pero al tiempo la teme, y la
convierte en soledad, en un afecto abstruso por estar
y sentirse solo, y claro cuando las lágrimas aprietan...
Cuando el deseo aprieta... Y el onanismo se hace
insoportable...
En fin, amor mío, lo siento. Te quiero mucho.
Vuelve, vuelve, por favor.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LOS AMIGOS
Creo que es fundamental cuidar a los amigos.
Tenerlos cerca. Poder acudir a ellos para solicitar sus
favores, con la certeza de que te los brindarán
aumentados, si cabe, y sin pedir explicaciones. Poder
solicitar su ayuda con la certidumbre de que esta te
llegará de inmediato, sin contraprestaciones, sin
dilatarse, sincera, amable. Tenerlos cerca para poder
brindarles los favores que te soliciten, hacerles llegar
la ayuda que pidan o que, simplemente, necesiten, sin
el menor asomo de duda. Sin palabras ociosas.
Y digo esto, sin el riesgo de que parezca una
perorata sentimental e ingenua, o mejor aceptando
que lo parezca o que lo sea, asumiendo el
sentimentalismo, porque mis amigos me han
respondido últimamente, y su respuesta ha sido mejor
de lo que mi intención solicitaba de ellos. Y esa ayuda
ha procurado que el resultado de aquello para lo que
solicitaba su colaboración haya sido mejorado de una
manera tan sustancial como completa.
En este ámbito de la farándula, de la
“intelectualidad” local, está extendida la impresión de
que nos comportamos como “prima donas”, estrellitas
de tres al cuarto, con los egos elevados y maniáticos.
Que vivimos inmersos en reyertas, en envidias, en
falsedades interesadas. Por un lado, esto puede ser
cierto, pero, a veces, esta impresión no es solamente
falsa sino que es deliberadamente falsa e injusta. No
digo que seamos hermanitas de la caridad, pero
tampoco somos esos capullos que parecemos, o que
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
nos hacen parecer. Sin duda somos personalidades
con egos inflados, es cierto, precisamente por ello nos
dedicamos a esta desdicha o verdadero éxtasis que es
el arte, por ello queremos trasladar nuestras ideas al
público, por ello nos “desnudamos” en público con
nuestras obras y por ello necesitamos del aplauso, del
reconocimiento, de la notoriedad. Definitivamente no
todos somos brillantes, incluso muchos somos
mediocres,
medianías,
rematadamente
malos,
pésimos. También, en algunos casos, somos esos
capullos que parecemos, ingratos, veleidosos e
insoportables, sí es cierto. La cuestión está en trillar,
escoger, medir, aceptar y reconocer. Pero no es
menos cierto que también los hay que nos queremos,
nos ayudamos, y colaboramos para ofrecer un
producto cultural, artístico, de buen calibre y digno.
Esto me ha pasado a mí, hace unos días solicité ayuda
de algunos amigos “faranduleros” y su respuesta fue
simplemente admirable, desinteresada y cariñosa. Va
por mis amigos, mi agradecimiento. No es necesario
nombrarlos, ellos saben que son los destinatarios de
este reconocimiento. Va por vosotros.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
PIEDAD
En ocasiones hay personas que me provocan a
piedad, un sentimiento de compasión que me
desagrada. No digo que estas palabras - el significado
que conllevan- sean negativas. Pero sospecho que el
que estas personas me produzcan ese sentimiento o
sensación es porque, instintivamente, y sin intención
premeditada, me sitúo por encima de ellas, en un
plano elevado con respecto a ellas. No es su tristeza,
ni su desgracia, algo que soy incapaz de valorar si no
es subjetivamente. Es algo más abstracto. Todo reside
en sus miradas, en sus opiniones, sí, pero solo en la
manera de expresar las mismas y en los gestos
faciales que las acompañan, no en las opiniones
mismas.
Y cuando esto se produce, me incomoda, me
daña, me incita un ligero nudo en la garganta, una
lejana e indefinible propensión al llanto, ganas de
llorar lánguidamente. No es porque esas opiniones me
procuren ternura, ya he dicho que la opinión no es lo
esencial. La mayoría de las veces esta me importa
bien poco, me es de todo punto indiferente, o incluso
irrisoria. Es el teatro gestual, facial, que la acompaña,
las miradas perdidas, esa pretendida búsqueda de
comprensión, de respaldo, de consuelo. Una intención
de compañía que se traduce en esas muecas de las
que hablo, muecas imprevisibles, a veces el asomo de
las lágrimas retenidas en las pupilas, otras el llanto
casi disimulado, una lágrima deslizándose por la
mejilla con discreción, o la ruptura del llanto desatado,
o una sonrisita pícara o ingenua o malévola, o una
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
carcajada sarcástica, qué sé yo. Me conmuevo, me
conmueven. Y me invade la vergüenza ajena, una
desazón malvada. Un cosquilleo en la nuca que, por
momentos, me es insoportable. Entonces busco la
salida, quiero huir, despedir el encuentro, la charla,
salir corriendo, escapar de las tablas, de la barrera a
la que me empujan y someten.
Sospecho que el problema es mío, que está en
mí, quiero decir. Debe de tratarse, como casi siempre,
de impresiones. Datos subjetivos que me atenazan y
bloquean. Debe de ser que quisiera que me
importaran un comino las vidas que me cuentan, pero
en realidad no es así, no es cierta tanta indiferencia.
Debe de ser que me influyen sus cuitas humanas,
trascendentes o no. Que me afectan sus delirios, sus
alegrías, sus fracasos, sus penas, sus pasiones, sus
vidas, la vida alrededor. Debe de ser que es una
impostura intelectual, literaria, esta del método de
observación, esta pasión por discernir, el intento de
diseccionar con precisión de cirujano a los ajenos.
Debe de ser que yo soy como esas personas, igual que
ellas, y que, a veces, os utilizo para propinaros golpes
certeros con todas mis reyertas personales, con mis
escritos, con todo el compendio de mi vida. Para
provocaros a lástima.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
FIEBRE
Desde que decidí publicar esta columna con mis
comentarios, desde el primer día, me asalta la
intención de escribir sobre temas de actualidad, como
una fiebre que me ataca para opinar, sin medida.
Actualizarme vertiendo mi “docta” opinión sobre
cualquier tema de diaria información, de política, de
sociedad, de lo que sea. Después, pasada la calentura,
reflexiono
y
decido
escribir
sobre
lo
que
verdaderamente me apasiona, sobre la vida, mi vida,
la literatura, obviando la actualidad furibunda, sin
aprehenderme a ella más de lo necesario. No es que
me encuentre en una torre de marfil, no, pero lo
prefiero así, porque si no me dejaría llevar por la
convulsión. Por ejemplo, me daría por contestar cada
uno de los artículos del Sr. B. en el diario NOTICIAS
ELCHE, tan apañaditos los mismos, tan revisionistas,
tan barcelonistas, tan derechitos; contestaría a los
imbéciles que les niegan los derechos civiles a otras
personas, ya sean homosexuales (hombres y
mujeres), inmigrantes, mujeres maltratadas y/u
hombres, negros o blancos; contestaría a todos esos
“fachitas” que recuerdan o revisan el “honor” de los
“tejeros” y los “francos”, sin mayúsculas; contestaría a
aquellos que niegan los derechos de los nacionalistas y
a estos que se los niegan a los no nacionalistas;
contestaría a los sotaneros que nos niegan a todos en
nombre de la moral en esta España aconfesional pero
tan católica. Contestaría a todos, pero no lo haré.
Seguiré observando la realidad desde mi atalaya
literaria, fijando mi pluma en los pequeños detalles de
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
la vida, en los libros, los amigos, el amor, el desamor,
la poesía, las personas, la ironía. Contestarles sería
cometer la misma demagogia que ellos cometen, ser
tan
revisionista
como
ellos,
concederles
la
importancia, que en mi opinión, no tienen, no
merecen.
En definitiva ¿quién soy yo para replicarles o
corregirles o reprenderles, o ni siquiera criticarles?
¿Qué meritos me adornan para creerme más acertado,
más tolerante, más sabio, más progresista, más
libertario, más decente que ellos? Tienen todo el
derecho a opinar como les venga en gana, y yo tengo
el derecho a disentir, pero también tengo el derecho y
el deber de callar, de cabrearme y callar, de creerlos
tan equivocados como arbitrarios y callar, reservarme
juicios de valor, prejuicios egoístas, y callar.
Mi respeto educado al Sr. B., a los imbéciles, a
los fachitas, a los sotaneros, a los revisionistas, a
todos, de puertas para afuera, pero, por lo demás, de
puertas para adentro, les pueden ir dando..., que les
den.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
INTELIGENCIA
A mi amigo Carlos Feliu y a Esther, mi hermosa
cuñada
En
ocasiones
intentamos
justificar
determinados comportamientos, de amigos, de
personajes a los que admiramos, enalteciendo su
inteligencia. Intentaré explicarme: podría suceder que
alguno de estos amigos o personajes admirados
mostrara un comportamiento tímido, cortante, aislado
y aislante, extraño, delante de otros amigos; entonces
nosotros acudiremos al rescate y lo justificaremos
aludiendo a su timidez y de paso recordaremos que es
muy inteligente. “No tenerlo en cuenta, es que es muy
inteligente, muy culto, pero es muy tímido” etc, etc. Si
su actuación hubiera sido grosera también acudiremos
a su rescate y lo justificaremos. “No sé qué le pasará,
normalmente es muy agradable, si es muy inteligente
y culto, se habrá puesto nervioso” etc, etc. No
advertimos que al hacerlo así, cuando enaltecemos su
inteligencia, subestimamos las de los demás y la
propia. Nos situamos en un plano de inferioridad para
proteger nuestros afectos. Convertimos la vergüenza
ajena que sentimos, en justificaciones y disculpas, un
tanto surrealistas y equívocas.
Todos somos seres inteligentes, bueno casi
todos, en mayor o menor medida, esta es una facultad
humana, innata. Lo que podemos cultivar es la
cultura, la memoria, la información. Como dice mi
querida cuñada Esther, podemos ser acumuladores
de información pero no más inteligentes que los
demás. Tiene razón mi hermosa cuñada. La
inteligencia se nos presupone, otra cosa es la
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
habilidad, el don de gentes, la retórica, la capacidad
para estudiar o acumular méritos y títulos académicos,
otra cosa es la facilidad o dificultad que podamos
demostrar para la comprensión, para la tolerancia.
El carácter nada tiene que ver con la
inteligencia, si eres maleducado, o descortés, no se
puede justificar con la timidez y mucho menos con la
Inteligencia, “con mayúsculas”, muy al contrario,
alguien tan inteligente debería ser afable, amable,
tolerante y educado, alguien dispuesto a compartir
charla y compañía, nuevos conocimientos, fiesta,
cariños y afectos, amistad.
Tampoco debemos confundir la inteligencia con
la ocurrencia, el cinismo, la ironía o el sarcasmo, estas
son otras habilidades que, por supuesto, requieren de
inteligencia, que se sirven de ella, pero que no son en
sí la misma. La inteligencia comporta bondad y
ternura, pero también, incluso, maldad. Tienes razón
Esther, va por ti, querida.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
MI EQUIPO
Soy entrenador de fútbol aun a pesar de ser,
también, poeta. Podría haberlo dicho al revés. Soy
poeta aun a pesar de ser, también, entrenador de
fútbol. Aunque parezca aventurado decirlo, o solo
pensarlo, ambas actividades no están reñidas entre sí.
Mis jugadores, niños todos, cadetes hoy, pero antes
infantiles y alevines y benjamines, desde siempre han
dicho que más parezco profesor de lenguaje que
entrenador, porque me paso las sesiones corrigiendo
su habla, en muchos casos pésima. Tampoco se
explican el que siendo poeta, tan elevadito, pueda
transformarme en alguien tan pasional en el banquillo,
tan chillón y tan mal hablado. Lo reconozco, a
menudo, pierdo las formas, los estribos, me dejo
llevar por un sentimiento muy arraigado de
competitividad, de competencia, de competición. Un
sentimiento ganador que no debe confundirse con el
afán de victoria por encima de todo. Ganador es aquel
que intenta la victoria desde el compromiso, desde
una idea clara y rotunda, desde el estilo, desde la
lucha, la dignidad y el orgullo. Apréciese que he dicho
que la intenta, no que la consiga. Uno lo deja todo en
la cancha para ganar, pero perder, si se ha obrado
desde las premisas expuestas, no es un fracaso, a lo
sumo, es una decepción, una tristeza, nada más. Una
tranquilidad de conciencia absoluta y digna. La victoria
siempre se consigue a largo plazo, si has sido fiel a tu
estilo, con tu sello, con tu forma de jugar y competir,
fiel a tus compañeros y a tu entrenador o a tus
jugadores, a tu filosofía y a la disciplina de grupo. Fiel
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
al compromiso y al aprendizaje de vida que es
cualquier actividad deportiva de equipo.
Desde aquí quiero lanzar mi reconocimiento a
mi equipo, ahora que termina la temporada, después
de un año de trabajo duro, de alegrías y disgustos, un
año soportando mi carácter febril, mis correcciones y
gritos. Desde aquí, quiero que sepan que no me han
fallado nunca, que siempre lo han intentado, que unas
veces lo hicimos mejor que otras, que perdiéramos,
empatáramos o ganáramos, siempre lo hicimos desde
nuestra idea y estilo, desde el buen gusto. Luchando
y vibrando con cada gol, con cada acción positiva.
Contra cada adversidad, contra las lesiones, los goles
encajados, las derrotas, contra mis enfados.
A vosotros, mis jugadores, quiero expresaros
mi agradecimiento, estoy orgulloso de vosotros.
Equipo, mi equipo.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
RELIGIÓN
A Francisco Gómez.
El otro día hilvané una interesante discusión, a través
del “sms” de nuestros móviles, con un amigo, acerca
de la religión. Mi amigo se reconoce, casi se confiesa,
profundamente religioso. Pero la realidad es que es
profundamente cristiano, o católico, que no es lo
mismo. Mi amigo busca a Dios en todas las cosas, cree
en Dios, en la idea de Dios que su educación
sentimental le ha inculcado.
Me transcribe una cita que ha leído del filósofo
José A. Marina, en su “Dictamen sobre Dios”, cito: “la
religión puede ser una inteligente decisión personal”.
Tiene razón el filósofo, pero matizo que dice puede
ser, no afirma que lo sea, que tampoco es lo mismo.
Además, admitiendo que sacamos la cita de contexto,
el autor nos habla de la religión y de la decisión, como
si pudiéramos decidirnos religiosos y de paso elegir la
confesión adecuada a nuestra educación o cultura.
Pero no siempre el hombre tiene ni la capacidad ni la
cualidad ni la oportunidad de elección, en la mayoría
de los casos esto le viene impuesto, por referencias
geográficas, familiares o culturales. Yo le contesto,
con maliciosa ironía: -Dios no existe, si le conoces o lo
ves por ahí, preséntamelo. “Ver para creer” que dijera
Tomás, el Apóstol. En definitiva una invitación a la
prédica, a la evangelización, no una burla, pero mi
amigo parece sentirse herido y corta la disputa.
Mi amigo también cree en el hombre, en su
bondad, y dice, en sus escritos, que solo en los
momentos aciagos, una persona sabe si es rica en
amigos, aunque sean pocos. Claro, como pueden ver,
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
un magnífico ejercicio de resignación cristiana, el
sentimiento trágico de la vida. Yo le digo que su visión
del hombre y del mundo, pese a ser bondadosa, no
deja de ser ingenua, naíf, incluso. Le digo que tanto
Dios como el hombre, son tan despiadados como la
vida misma, como la Historia certifica. Le recuerdo, de
paso, que esto es solo mi opinión, nada más, y que yo
prefiero acudir a los amigos para citas felices, los
amigos de verdad están en las buenas y en las malas,
los amigos no necesitan demostrar su cariño ni en los
duros trances ni en los felices de la vida, los amigos
ofrecen cariño, el que uno se gana, e incluso a veces,
sin merecimientos para el mismo.
El amor, no tiene reglas, tampoco religiones, es
universal, como el ser humano, como Dios, esa
“persona” elevada a los altares que no existe. Dios es
el hombre, su creación, su bondad y su maldad.
Definitivamente, creo, el hombre no es la
creación de Dios, sino al revés, Dios es la creación del
hombre, a su imagen y semejanza. Dios es el asidero,
la tabla de salvación de este naufragio que es la vida.
Así lo creo, Paco, amigo.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LIBERTAD
Siempre he creído en la libertad de expresión, y
creo, además, que nunca dejaré de creer en ella,
porque yo creo en toda especie de libertad, en toda.
Pero ello no excluye que piense que NO todas las
opiniones son tolerables o aun respetables, esta
creencia solo me obliga a respetar la expresión, no el
contenido de la misma, es más, algunas opiniones me
parecen deleznables, conspicuas, viles, demagógicas.
De esta guisa hay muchas opiniones, hoy en
día, a efectos, por ejemplo, de la regulación o
legislación del matrimonio homosexual, o para más
INRI, incluso, doctas opiniones acerca de la misma
condición homosexual, que si patología, que si vicio...
De otro lado están las payasadas disfrazadas de
opinión como las que escriben muchos columnistas
aquí y allá. Majaderías con aspiración de gracia, que
maldita la gracia que tienen, o en su caso, auténticas
barbaridades con intención de herir y menoscabar la
dignidad de los homosexuales.
Me da pena que a estas alturas vuelvan a
surgir estos enfrentamientos, que por otra parte, en
nuestra sociedad están bastante diluidos. Que algunos
nos digan que se está enfrentando a la sociedad por
legislar el matrimonio homosexual no deja de ser otra
payasada.
Señores
instigadores,
machotes,
si
no
queremos que se dejen su testiculina en el perchero,
tampoco queremos que empiecen a probar como se da
y se toma por detrás, no queremos obligarles a ello,
queremos que dejen de darnos por culo ¡ya!, que
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
parecen expertos, queremos que respeten nuestros
derechos, esos derechos civiles que tanto tiempo se
nos han negado. Un matrimonio siempre es válido si
es civil, nada tiene que ver en ello la etimología o la
religión o su supuesta moral. Se trata, insisto, de
derechos civiles, los mismos que tienen Vds. en su
matrimonio o unión conyugal “convencional”, nada
más, no les obligamos a tolerarnos, ni a respetarnos,
filosófica o moralmente hablando. Les exigimos que
nos dejen en paz, legalmente, les exigimos que sepan
respetar la ley, sea de nuevo cuño o no, a nada más,
ni menos, se les obliga, sigan pensando y opinando lo
que les venga en gana, nos da igual. En nada les
ofendemos, ni les crispamos, si hacemos uso de
nuestros derechos al cumplimentar nuestras uniones
afectivas con el matrimonio civil.
De hecho, yo estoy unido convencionalmente,
pareja de hecho genuina y natural como algún
majadero dice por ahí, aunque quizá por no estar
bendecida mi unión por la santa madre iglesia, soy tan
pecador como los homosexuales ¿no?
Va contra Vds, -ya saben quiénes son- Pueden
llamarme, desde hoy, maricón, inmoral o lo que
quieran, me da igual. Me uno a ellos, los
homosexuales, hombres y mujeres.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EL IMBÉCIL
Si me dejara llevar te llamaría por tu nombre y
de paso emplearía el calificativo apropiado junto al
mismo.
Sí, un insulto que te califica con pulcra
exactitud. El insulto apropiado titula este texto. Pero
resulta que dejarse llevar por la ira solo me dañaría a
mí mismo, además sería políticamente incorrecto. Y,
curiosamente, a pesar de que el insulto te queda como
vestido de novia “natural o genuina”, como anillo al
dedo, de matrimonio natural y genuino como tú lo
llamas, imbécil; el insulto, decía, no te hace el honor
suficiente, tú eres mucho más.
Eres un facha de tomo y lomo, intolerante,
discriminador, moralista acérrimo de las costumbres
inquisitoriales. Un racista homófobo y si no fuera
porque sospecho en demasía y al hacerlo falto
gravemente a los homosexuales, diría que eres una
maricona loca que no te gustas a ti mismo, y por ello
arremetes contra los inmorales que tanto te recuerdan
a ti mismo.
Qué sabrás tú de la naturaleza humana, ni de
la moral, ni de la ley. Qué sería de muchos de
nosotros si alcanzaras el poder, seguro que lucharías
por la restauración de la inquisición, o empuñarías tu
arma complacido, nos mandarías al paredón o
preservarías
la
ley
natural
castrándonos,
o
instaurarías la lobotomía para curar nuestras
perversiones y vicios. O quizás preferirías la hoguera,
piras de inhumanos carbonizados, desinfectados. Todo
en nombre de preservar la moral y la naturaleza, lo
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
normal, lo decente. Eres imbécil.
Qué sabrás tú de la Democracia, si no crees en
ella. Tu suerte es que los perversos, los maricones, los
ateos, los destructores de la familia única y genuina, sí
creemos y esa creencia nos procura tolerancia ante tu
imbecilidad y maldad, porque en tu culta ignorancia
eres un malvado.
Leerte me desata la ira y quizás si te tuviera
delante perdería las formas, pero no te nombraré,
para protegerme, llámame cobarde, y si quieres
llámame maricón, perverso, neomarxista, insensato e
inmoral, no soy nada de eso pero quiero adherirme a
ellos para enfrentarme a tipos como tú, desde la
sombra de las letras, sin violencia. Llámame cobarde,
no te nombraré, pero tú sabes que me estoy refiriendo
a ti.
Va por ti, imbécil.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
JOEL
Dicen que uno no elige sus afectos, sin
embargo, yo creo que sí los elegimos. Sucede que no
sabemos explicarlos. No sabemos decidir por qué
amamos o dejamos de hacerlo, por qué amamos de
una u otra manera.
Hace unas semanas vino a visitarme a casa mi
sobrino Joel, acompañado de sus padres, en realidad
vinieron sus padres a visitarme acompañados de Joel,
pero me gusta pensarlo de la otra manera. Siento un
afecto muy especial por mi sobrino de 18 meses, creo
que es una proyección del mismo cariño que siempre
he sentido por mi hermano, su padre, a quien siempre
he querido tanto, aunque quizás nunca se lo dije.
Llevo tanto tiempo echándolo de menos… Quizá nunca
he sabido o podido hacérselo ver.
El caso es que Joel vino, y jugamos y al
despedirse me abrazó profundamente, y al quedarme
solo me desaté a llorar, desconsolado, saboreando su
tierno abrazo e inventando autodisculpas virtuales
hacia él y sus padres, tan superficiales como
innecesarias.
Hoy recibo la llamada de mi hermano pequeño
anunciándome su próxima paternidad y me emociono,
me asaltan recuerdos de la infancia de mi hermano
menor y hago propósito de enmienda: tengo que
visitar más a Joel, y a Paula (a quien tengo que
atender más y mejor) y a Israel- mis otros sobrinos-,
(por cierto a este último debo mostrarle más mi afecto
y menos mi autoridad). En estas estamos, con estos
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
propósitos infantiles, cuando rompo a llorar como un
niño, entre razonamientos pueriles y un poquito
pasados de sentimentalismo, y no acierto a dejar de
llorar.
Decía que cada uno elige sus afectos,
consciente o inconscientemente los decide, además
también decide la forma de administrarlos. Uno es
responsable de sus afectos y desafectos. La cuestión
es saber demostrarlos, no es tanto recordar los
mismos como ofrecerlos en carne viva, en verdad. En
definitiva se trata, en mi caso, de reconstruir aquello
que se me ha desmoronado por culpa de la ignorancia,
de la inconsciencia y la apatía, de la sinrazón y el paso
anárquico de los años y los olvidos. Se trata de
recuperar aquello que tan solo se ha extraviado
momentáneamente. Nada hay definitivo en la vida, ni
si quiera su reverso, la muerte, lo es, mucho menos lo
es la distancia, el distanciamiento, los pequeños
olvidos, siempre quedarán los abrazos, los besos, los
verdaderos sentimientos, las disculpas, los recuerdos,
el presente y el porvenir. La sinceridad. Las palabras
oportunas. El certero devenir de la vida.
Disculpen este desatado ataque de melancolía,
queridos lectores, hoy he decidido amarlos a todos, de
todo corazón. Con toda mi ingenuidad.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CRISPACIÓN
Debo reconocer y reconozco que me encanta
escribir –y publicar- esta columna. Me encanta este
acercamiento literario -se trata de pura literatura- al
periodismo, a la opinión. Es una literatura diferente a
la que acostumbro a producir, más inmediata, no
menos profunda. Un instrumento que me permite
tratar temas mundanos, más rústicos, directos,
exclusivos. También debo reconocer que me gusta la
trascendencia pública que tiene, gracias a la
publicación que la sustenta. Me enorgullece que me
comenten los artículos mis amigos, conocidos o,
incluso, algunos desconocidos, por la calle, en la
parada del autobús, en los comercios... Disfruto
cuando, a veces, producen apasionados debates. Todo
esto alimenta mi egolatría.
Estos artículos me proporcionan la cercanía de los
potenciales lectores, de los sucesos diarios, de las
opiniones vertidas por otros columnistas. Pueden dar
pie a pequeñas disputas literarias, de concepto y de
ideología, batallas incruentas, combates ideológicos,
un tira y afloja político y social. Unas justas virtuales y
contemporáneas con la palabra como arma arrojadiza.
Sin embargo, prefiero los temas propiamente
humanos, cuando a duras penas alcanzo cierta
emoción, el sentimiento, la humanidad. Pequeños
trazos que reunidos formalizan un gran fresco de
vivencias, tentativas, ideas, pesares y gozos.
Insisto, se trata de pura literatura. Pero para
mi desgracia, hace varios meses que no he publicado,
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
ni escrito, ninguno. Estoy paralizado, literariamente
hablando. Además, los debates suscitados en este
tiempo me han abrumado. Me abruma y me aburre la
tozudez de muchas personas, que activando su culta
ignorancia, atacan y humillan a otros, por su
ideología, raza u orientación sexual. Me cansan las
opiniones vergonzantes de antiguos capitostes con
bigote, que intentan, desde su prédica, inyectarnos el
miedo en las venas y en los odios, y que lo hacen
desde la lejanía, a traición y con absoluta
irresponsabilidad y deslealtad. Él, ese absoluto con
bigotito tendencioso, debería reflexionar y comprender
que el éxito electoral de los nacionalismos es algo que
debería apuntar en su debe, ya que gracias a su
absurda política consiguió la radicalización de los
votantes
más
o
menos
nacionalistas,
en
contraprestación a su desprecio por ellos, que tanto ha
alimentado la crispación. Los que han venido detrás
harían bien si se despojaran de antiguas vestimentas,
por el bien de todos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EL RESPETABLE
Días atrás tuve el honor, la responsabilidad, de
leer mi último libro de poemas, a modo de
presentación, en La Casa de la Cultura de El Campello.
Siempre es un honor y una responsabilidad leer ante
el respetable público, aunque decir respetable y
público sea redundar.
En verdad la lectura me salió casi perfecta,
redonda, acompañada de una proyección audiovisual.
Leí con soltura, con acierto, con pasión y vehemencia,
con entrega. A decir verdad hacía mucho tiempo que
no leía tan bien, aunque no quiero caer en un ejercicio
de autoloa excesivo, lo dejaremos en que todo fue
muy bien, y el respetable así lo entendió.
El presentador del acto se deshizo en elogios
hacia mi libro y hacia mi figura de escritor “conocido”,
aunque en realidad dijo de sobras conocido, lo que
viene a confirmar que me conocía bien poco.
Demostró eso sí que se había leído atentamente los
poemas.
El respetable se entregó de veras, con
atención, diría incluso que con emoción, con esfuerzo,
quizás
para
justificarse
o
justificarme,
para
disculparse. Y digo esto porque la afluencia de
respetable
fue
escasita
para
decirlo
atemperadamente. Siete personas para ser exacto o
preciso o sincero. Siete personas que pertenecían
todas ellas a la asociación de escritores que
patrocinaba el acto.
Al empezar mi lectura y para minimizar sus
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
tribulaciones, porque se les veía atribulados, casi
avergonzados, cité unos versos de la Premio Nóbel de
literatura Wislawa Szymborska, que siempre empleo
en trances como este, de su poema “VELADA
POÉTICA”: Por nosotros nunca ruge el público
enardecido. / Hay doce personas en la sala. / Nos
instan a iniciar la velada. / La mitad está aquí porque
fuera llueve, / el resto, ¡oh, Musa!, parientes. Cito
aquí literalmente, en la velada lo hice de memoria más
o menos inexacta. Como ven me viene al pelo, como
introducción, para romper el hielo y desatar tímidas
carcajadas de complicidad. Para tranquilizarles con
una humilde demostración de temple y humor. El
verdadero mal trago lo pasan ellos, ese ente que
hemos denominado “el Respetable”, porque sufren por
uno, se apiadan de uno, y lo consuelan con su aplauso
y comprensión.
Uno ya está acostumbrado a estas cosas, a
mínimos triunfos, a escasos parabienes, a salas
semidesiertas. Pero, sin embargo, ahí sigue,
repitiendo veladas poéticas, leyendo poemas para
públicos entregados y escasitos. Ahí sigue, este poeta,
creyendo que vale la pena. Va por aquellos siete
amigos que no se guarecían de la lluvia, porque,
créanme, aquella tarde en El Campello, no llovía.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
UNO
A mi madre y a ti, mis expectativas.
Uno, a estas alturas, cree tener su vida
afianzada. Cree tener una idea clara de sí mismo, de
su carácter, de su honestidad, de sus creencias, de
sus afectos. También sabe, o cree saber, qué altura
alcanzaron sus expectativas. A qué altura quedaron
sus expectativas, para decirlo con más precisión.
Quiero decir que ya puede, uno, hacer balance de sus
éxitos y fracasos, de sus promesas cumplidas o no. Es
positivo autoevaluarse de esta manera para cerciorase
de dónde se encuentra. Sospecho, que al hacerlo, uno
se encuentra en el abismo, cerca de la mediocridad,
que es como decir la honradez, patrimonio, casi
siempre, de los mediocres, de la normalidad.
Habitualmente nos acercamos más al fracaso que al
éxito, ya que este es demasiado impersonal,
rimbombante, pretencioso, y voraz. El éxito exige más
de uno mismo, con esa voracidad del infinito para
concluir en el más absoluto de los fracasos. Pero para
justificarme debería darle denominación al propio éxito
y al fracaso también. ¿Qué es el éxito? ¿Qué el
fracaso? Tan subjetivos y tan dispares ambos en la
conciencia de los unos y los otros.
Uno, a estas alturas, tiene más cicatrices que
otras vanidades. También algunas heridas sin curar.
Uno cree ser honesto y orgulloso, digno, serio, de
confianza, amigo de sus amigos, buen amante, fiel,
leal... Pero está seguro de que si por la calle se
cruzase con antiguos amigos, con sus seres queridos,
más de uno podría escupirle a la cara reproches y
faltas concurrentes en todas las virtudes que antes
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
citaba. Más de uno le recriminaría deslealtades,
infidelidades, olvidos, indiferencia, menosprecios que
le harían ver otra cara de su existencia, de su
personalidad, de su realidad.
Más nos definen nuestras faltas que nuestras
características o bondades. Uno sabe bien que no ha
conseguido casi nada de lo que pretendía, que se ha
quedado en los aledaños de sus glorias. Uno sabe que
ha fallado en casi todo lo que es, o pretendió ser. Así
es, y no hay tristeza en reconocerlo, ni frustración, así
es en casi todos nosotros, a una altura o a otra.
Realmente no me siento peor por saberlo, la
vida me dio de casi todo en su justa medida,
desgracias y triunfos, como a todos, perdí seres
queridos, seguiré perdiéndolos y ganándolos, así como
amores y alegrías. Y en perspectiva, siempre, como
siempre, un incierto porvenir. El río de la vida, con
sorpresas detrás de cada meandro.
Uno, a estas alturas, sabe que no hay más cera
que la que arde. Sabe, además, que ese fuego ha
sido, es y será, su vida. Una pira de acontecimientos
que se lo llevaron por delante. No necesito vuestro,
tu, perdón, por ser como soy, pero sí lo requiero.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
SEPARACIÓN
Mi amigo me sorprende con la noticia de que
otro amigo acaba de separarse. Es más, me cuenta
que ha hablado con la mujer de este, amiga también,
y le dice que nuestro amigo hace más de un mes que
se fue de casa. Ella le interroga para saber si sabe, si
sabía algo. Mi amigo hace lo mismo conmigo y ambos
tenemos la misma expresión de sorpresa y
aturdimiento. Sinceramente no nos lo esperábamos.
Le dice nuestra amiga que nuestro amigo llevaba una
temporada, más o menos larga, ignorándola, llegando
tarde a casa, sin dar explicaciones. Le pregunta si
estará con otra, e insiste por si sabe, sabemos, sus
amigos, algo. Me dice que parece hundida, triste más
que sorprendida, aturdida más que enojada. El
destinatario de estas cosas, por lo general, es el
último en enterarse, porque el amor, su costumbre, su
rutina, las oculta, las enmascara; y aunque el bicho
del desamor avisa, hace sus advertencias, la
confianza, la domesticidad, digo, las niega u oculta sin
rastro reconocible.
Ya he dicho alguna vez que la 1ª causa
conocida -y reconocida- de separación es el
matrimonio, el emparejamiento. También refuté el
amor, en su día, e incluso escribí una invectiva contra
la pareja, pero, aun así, estas noticias me hieren, me
hacen reflexionar sobre mi propia situación.
Reconozco enseguida los síntomas en mí
mismo, creo sufrirlos todos, como un hipocondríaco
sentimental, y atisbo el final de mi relación,
la
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
pobreza de la misma, pienso que el próximo
abandonado seré yo, o el “abandonador”, tal vez. Veo
mi vida como un desastre, me veo incapaz de dar y
tomar amor como se merece mi pareja, o como
merezco yo mismo. Creo que mi pareja está siendo
infiel, A TODAS HORAS, debido a mi incapacidad
amatoria y de convivencia. Cualquier retraso o
cualquier disputa, me llevan a imaginar sus impuras
relaciones con todo detalle, insisto: CON TODO
DETALLE; ni siquiera en estos momentos consigo dejar
de ser morboso, obsceno, me deleito en los detalles...
Toda esta hipocondría sentimental me inutiliza
para reflexionar seriamente, para aclararme y buscar
la solución a la mala convivencia. Me oculto en la
paranoia para escapar de la realidad. Siempre
preferimos fantasear antes que afrontar, es mejor el
llanto que la valentía, la excusa y la justificación que
la aceptación. En verdad, para mí, para casi todos,
siempre es antes el yo que el nosotros, y así nos va.
Últimamente he sabido, al menos, de las
separaciones de 4 o 5 parejas de amigos o conocidos,
impensables, sorprendentes. No puedo más que
sentirlas, de verdad, y admitirlas, espero que todos
ellos, ellas, encuentren el amor que perdieron, no que
lo recuperen, no, que lo encuentren, nuevo, jovial y
duradero. Un amor que les ilusione y les compense de
su sufrimiento.
Quizás el siguiente en sorprenderme sea...,
mejor dejarlo, ¿verdad?
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
A JUANITO Y A PIEDAD
Nunca he sido capaz de acercarme al tema de
la muerte con naturalidad. Es un asunto que me
paraliza, intelectual y emocionalmente. Pero la vida es
consustancial a la muerte. Vida y muerte van unidas,
son inseparables. Tanto es así que en el mismo
momento que se gesta nuestra vida, empieza también
nuestra muerte. La muerte es vida y viceversa. Por
ello deberíamos asumir la idea de la muerte, la misma
muerte, con normalidad, sin la fatalidad que, de
costumbre, la acompaña, o acompañamos.
Este fin de semana he podido reflexionar sobre
esto, y he observado cómo se convierte un velatorio
en
una
reunión
social,
donde
volvemos
a
encontrarnos, después de bastante tiempo y ausencia,
con familiares y amigos. Las lágrimas se entremezclan
con sonrisas, incluso con carcajadas, acudimos a la
nostalgia y al cariño.
Nunca supe administrar estos momentos, siempre he
odiado tener que acudir a los tanatorios a velar a los
muertos, o a consolar o acompañar a los seres
queridos de los muertos. Ahora intento tomarlo de
otra manera, más pragmática, me sitúo en la
normalidad de la vida y la muerte. Soy capaz, incluso,
algo que nunca pude hacer, de acercarme a la
cristalera donde se “exhibe” el cadáver y mirarlo y
despedirme e incluso llorar, vagamente, si el caso lo
requiere.
Este fin de semana he sufrido la pérdida de dos
personas más o menos allegadas, una de ellas de
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
edad avanzada y la otra, demasiado joven. En ambos
casos mi cercanía era relativa, una, la primera, por vía
familiar, y la otra, por la de la amistad. He podido
observar que pese a que una de las muertes puede
considerarse más trágica que la otra, si atendemos a
la edad de los finados, la edad es algo que carece de
importancia, no atenúa el duelo y creo que tampoco lo
acentúa.
Tratamos de sentimientos, de emociones, de
recuerdos y de pena, y esta no tiene medida, ni
características atenuantes o agravantes.
Me dicen que en ambos casos afrontaron su
último momento con conocimiento de causa, con
gallardía y entereza. Rodeados de sus seres queridos.
Me dicen que mi amigo, algo perdido en el
tiempo, pidió a su mujer que cuidara de sus hijos
pequeños y que le dijo que la quería mucho.
Entonaba, creo yo, un mea culpa definitivo, se
excusaba por el sufrimiento que pudo provocar en vida
y ahora en muerte.
Por mi parte puedo aseverar que fui capaz de
acudir a despedirme sin miedo, sin sensaciones
desagradables, que me alegré de volver a ver a
muchas personas, que supe que a ambos se les quería
bien. Creo que al cumplir años también me hago
mayor.
Que les vaya bonito, a ambos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CONVERSO 2
Hace poco, en plenas celebraciones navideñas,
reservé mesa en un restaurante de la ciudad, un
restaurante algo afamado pero muy menor. Cuando
hice la reserva el Metre me preguntó si prefería zona
de fumadores o no. Dudé, vacilé, pero cuando me
recordó que en la zona de fumadores, por ley, no se
permitía la presencia de niños, hice de tripas corazón
y elegí fumadores... No sé qué me resulta más dañino
si el tabaco o los niños, no por niños sino por
impertinentes. Mis amigos con hijos me odiarán, si no
lo hacen ya, pero los niños condicionan en demasía las
relaciones de sus progenitores, y de paso a nosotros
sus amigos, que tenemos que sobrellevar todas sus
contras y contras, ¿o debía haber dicho pros y
contras?
A ciertas horas los niños ya no se sostienen simpáticos
y calladitos... Al elegir fumadores me cargué de un
plumazo a todos los niños que nos acompañan y
mediatizan habitualmente, y victorioso, con una
expresión de fastidio teatral y lisonjera, comuniqué a
sus respectivos padres el condicionante que por ley
nos exigía el restaurante, mintiendo un poquito al
confirmarles que sólo había sitio para tanta gente en
la zona de fumadores.
No voy a confesar que me arrepentí de tal
componenda, del chanchullo falsario que me monté
para no tener que “mandar al bosque” a mis
amiguitos, pero si diré que terminé rociado de un tufo
insoportable desde la cabeza a los pies, ropas, piel y
ánimo.
Creo que los fumadores desde que se sienten
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
acosados por Ley, fuman más y con mayor desprecio
por los fumadores pasivos, exfumadores o conversos
como yo. La dichosa ley creo que nos perjudica más
que nos beneficia a los no fumadores. Ahora casi
todas las cafeterías o restaurantes pequeños permiten
fumar, y los insurrectos fumadores, delincuentillos, se
sienten en casa propia, sin cortapisas, sin trabas y
fuman, y fuman, dichosos y con afán. Fuman todo lo
que no han podido fumar en sus lugares de trabajo, y
lo hacen con compulsión y repetición. Convierten por
ello las cafeterías y bares, o las zonas habilitadas, en
tabernas, en tascas ahumadas y de hedor y pestilencia
de tabaco refumado.
Sigo siendo un converso convencido, llevo más
de 2 años sin fumar, y ahora he comprendido lo
maleducado que fui cuando fumaba, lo pernicioso que
era para los fumadores pasivos. Por ello me
congratulo de la persecución inquisitorial que sufren
los pobres fumadores. Ajos tocan, queridos, pensadlo
bien, estáis señalados, seréis incinerados en hogueras
metafóricas y públicas. Incluso hay programas de
televisión que pretenden curar vuestras almas y
libraros de esa humareda, de ese infierno en vida que
es el tabaquismo. Famosos y famosotes os impelen a
dejar el terrible vicio, por salud y por formalidad, por
decencia.
Menos mal que decidí dejarlo hace dos años
porque si no, seguramente, hoy no lo dejaría, en clara
rebelión contra la imbecilidad del poder, y de lo
políticamente
correcto.
Estamos
cargando
de
argumentos y convicción al fumador para que nunca
deje de serlo y disfrute ensimismado cada calada que,
fervoroso, le de a sus pitillos. A joderse, amigos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
MIERDA
A propósito de la columna que a continuación
voy a redactar, quiero citar primero una memorable
frase de mi madre que me servirá para ilustrarla. Mi
madre, muy a menudo, decía: “desde que llegamos a
este maldito pueblo pisamos una mierda que no ha
dejado de salpicarnos”. Está claro que mi madre
quería justificar su supuesta desgracia en la mala
suerte, darle rienda suelta a su rabia para explicarse
lo inexplicable, el azar, que no el destino. Las causas,
que siempre nos parecen exógenas, de todos nuestros
males. No sabía, ni sabe, que el asunto lo llevamos
dentro; nosotros labramos, casi siempre, nuestro
destino, siempre influido este por el caprichoso azar,
la suerte, que no es buena ni mala, ni venturosa ni
desgraciada, simplemente es.
Años más tarde mi madre dejó de utilizar la
frasecita, una vez que sus hijos encauzaron sus vidas,
que pudimos olvidar las desventuras del pasado y
superar las ausencias. Años más tarde nos tocó el
gordo de Navidad, y la frase ya careció, de inmediato,
de sentido. La vida le ha traído alegrías, incluso más
que las antiguas desgracias, le ha traído nietos, saludo
aquí el nacimiento de mis sobrinos mellizos JORDI e
IKER, que sobrellevan con gallardía la obligación de la
incubadora. Le ha traído familia, que no es poco.
En verdad hay personas que se regocijan en la
tristeza, en la desgracia, en la mala suerte, y hasta
que no consiguen liberarse de esa maldición, que no
es otra cosa que actitud, talante, lógica, vida, no
recomponen sus vidas, con sus dosis correspondientes
de alegrías y penas.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Aquel que echa en falta el amor, a la desesperada,
nunca lo encuentra, aun a pesar de tenerlo delante de
sus narices. El que se ofusca y precipita, se obsesiona
con él, con la felicidad que supuestamente comporta,
no lo distingue nunca, y pasa y sucede ante él como
una sombra, como un fantasma inalcanzable.
El que asume la tragedia como una parte insoslayable
de la vida, jamás consigue superarla. Esta resignación
identifica a estas personas y marca en sus rostros, en
sus miradas, en sus palabras, todo el peso confuso de
la pena. Hay personas que compiten con las demás
por ser las más desgraciadas, una competición que no
es otra cosa que una carrera por acumular méritos en
la desgracia, por acumular muertes trágicas y
tempranas
entre
los
suyos,
por
acumular
enfermedades en sus cuerpos, mentes y almas, por
acumular enemigos malvados y malintencionados, por
acumular, en definitiva, la mierda que titula esta
columna. Creo que hay un síndrome, en psiquiatría,
del que no recuerdo su nomenclatura, que define
estos síntomas y a los sujetos que los padecen.
En resumen creo que se trata de luchar contra
este mal, se trata, ahora que está tan de moda, de
talante. De ganas de vivir la vida como es, un
acontecer maravilloso. Se trata de vivir, así de
sencillo, así de hermoso.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
JUAN CUGAT
Hojeo, emocionado, el último libro de poemas
de mi amigo Juan Cugat, recién salido de imprenta.
EL ROSTRO IMPERFECTO DEL TIEMPO (editorial
Celya, Salamanca 2006), se titula.
Siempre
es
emocionante
recibir
estos
presentes, en forma de libros, de mis amigos
escritores, pero, en este caso más incluso, porque
esta amistad, antigua, altisonante, está llena de
tiempo y de heridas, de versos y lágrimas y risas, de
compromiso y de cosas compartidas.
Mi amigo Juan se afana en la confección, en la
creación de su obra, cada verso, cada poema se
consagra en esa obsesión: su obra. Para ello se
adhiere a la vida, al pensamiento, al adentro de las
cosas y consigue llagarse todo él, como una gran
herida humana y literaria.
Para Juan el poeta es un héroe, una herida en
forma de héroe para decirlo con su propio verso.
Establece un diálogo con todos sus yos, y sus
diferentes voces, para explicarse a sí mismo, su
mundo, el mundo foráneo también. Juan podría
definirse como un tipo raro, o para decirlo con
exactitud, hay quien podría definirlo como un tipo
raro, si no raro, difícil, orgulloso, soberbio.
Juan es un artista, un poeta. Alguien que
trasciende a sí mismo y que confiesa desconocerse y
que se busca y que intenta explicarse. Un artista no
deja de ser una persona casi normal, sencilla y
contradictoria. Un poeta no es más que un tipo que
escribe poemas, por lo menos esa es mi opinión. Pero,
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
como ya he dicho, para Juan el poeta es el verdadero
héroe de la historia, de su propia historia. Lo que le
importa es el ser humano, sus devaneos filosóficos y
religiosos, el pensamiento, la compasión, la justicia, la
razón, la conciencia, la verdad. Lo que le importa es la
poesía, su rango, su importancia, su dicha y su
desdicha. Lo esencial es llegar al propio Dios, al
particular y al social. Lo humano es extender el propio
Yo, al que le hemos hurtado su verdadero
compromiso, su esencia. No le importa la repercusión
de su obra sino la perfección de la misma, su
evolución, su correlato.
Podríamos decir que, dados los tiempos que corren,
Juan es un tipo raro, un poeta de los que ya no
quedan, los interiores o internos, los que se abrasan
en y con su obra, de los que no buscan el
reconocimiento banal y crítico. Un poeta que tiende
con sus versos los puentes hacia el otro lado del
abismo que es cada hombre. En definitiva es un tipo
normal, romántico y sentimental, aunque él no lo
reconozca. Romántico en el sentido más amplio y
literario del adjetivo, sentimental en el sentido más
rotundo y cotidiano del mismo. No es alguien de trato
cómodo, su amistad paga peaje. Su trato también.
Juan nunca traiciona, y pone su pecho siempre por
delante, al descubierto, en la literatura y en la vida, a
tumba abierta, con su verdad como estandarte, y con
la defensa de la misma por encima de los tratos
rutinarios y convencionales, así son su obra y su
persona que, en definitiva, son la misma cosa.
En fin, estimados lectores, acérquense al
poemario de Juan Cugat, este ilicitano característico
y bueno, mi amigo, no se arrepentirán.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LOS TONTOS
Alguien me dijo una vez que a los tontos hay
que recordarles cada día que lo son, porque cuando un
tonto no lo recuerda o deja de ser consciente de que
lo es, se convierte en un tonto peligroso. Ciertamente
los tontos tienen una facilidad innata para olvidar que
lo son, es más, tienen una gran habilidad para
ignorarlo. El tonto nunca deja de serlo, créanme.
Ahora a los tontos les ha dado por gobernar,
opositar, por transitar por los vericuetos de la política,
por escribir columnas de opinión, por opinar en los
altavoces mediáticos, por deambular por el “famoseo”,
etc.
Los tontos nos cercan, pero, permitiéndome
una licencia partidaria y políticamente incorrecta, hay
dos clases de tontos que me irritan sobremanera: he
de decir que conozco muchos más tontos de derechas
y muchos más tontos del Barça que de izquierdas o
del Madrid, pero, claro, esta es una opinión interesada
para ponerme a salvo con mis doctrinas políticas y
deportivas, las pasiones, los fanatismos; permítanme
la maldad tan subjetiva. Pero el tonto por definición, el
más peligroso, es el mojigato, el moralista... Ese se
lleva la palma en el listado de mis odios.
Por desgracia, a veces, uno descubre en
personas a las que quiere o admira, quería o
admiraba, síntomas de necedad de gran calibre,
opiniones aderezadas de estupidez y partidismo que
las convierte en los tontos por antonomasia.
Leo, ahora mismo, la columna de un tonto
superlativo, nos habla, el tonto de marras, de las
pajillas mentales que se hace en relación al
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
matrimonio o la idea de pareja o familia que defiende,
excluyendo claro está de su defensa aquellas
modalidades de lo mismo que le son, desde su prisma
mojigato, inmorales, antinaturales y nada cristianas.
Esas posturas que ponen en peligro la institución
sagrada de la Familia, su idea de Familia, y por
supuesto excluye de su defensa a todo su diferente.
Otros tontos se dedican a impartir su
magisterio de la tontería, desde el olvido y por tanto
desde el peligro, desde sus poltronas político-sociales,
a crispar, a dividir y a confundir a la opinión pública o
la misma ciudadanía. A estos tontos no les
recordamos con suficiencia que lo son y los pobres se
nos han convertido en los verdaderos tontos
peligrosos que nos acechan.
Por desgracia, en muchas ocasiones, uno
descubre en sí mismo esos síntomas que desprecia en
los tontos y descubre, también, el olvido constante de
su condición, sabiéndose entonces peligroso para los
demás y para sí.
Es cierto, a los tontos nos ha dado por hacernos notar
desde tribunas públicas y nos ha dado por olvidarnos,
descaradamente, de nuestra propia condición de
tontos. Yo me la recuerdo cada mañana, delante del
espejo, para no olvidarme el resto del día.
Así es, amigos lectores, miren a su alrededor o
en su interior, es seguro que encuentran algunos
tontos rondándolos, hagan el favor de recordarles que
lo son, sin rubor.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LA FIDELIDAD
Sé infiel y no mires con quién, se titula una
película “tonta” (Fernando Trueba) de los ‘80. La
cuestión de la fidelidad no reside en la entrega sexual,
corporal o mental, que uno haga a otras personas
distintas de su pareja sentimental o social. Esta
cuestión afecta a los apetitos, al deseo de otros
cuerpos, de otros alientos, de otras palabras y
gemidos, afecta a la cualidad “cazadora” y territorial
de todos nosotros, machos y hembras, hombres o
mujeres. Podríamos sustituir el sustantivo cazador por
conquistador, pero, en definitiva es lo mismo. Instinto
de dominio, de territorios y de personas, exhibición de
fortaleza. Todo ello, tamizado, además, por el cerebro,
por las creencias, por la inteligencia. No crean que
solo hablo de instinto animal, que lo es, es, también,
instinto humano, inteligente. Nada más beneficioso,
placentero, sutil, que el sexo, el deseo siquiera,
aunados a la inteligencia, al sentimiento libre.
Cada cual que cuide su intimidad, que guarde
en secreto sus deseos, sus conquistas, sus amores.
Ser infiel no daña a nadie, ni al que lo es, ni a quien
supuestamente se le es. No daña, siempre que el
asunto se mantenga en el anonimato, que no se
convierta en vox populi.
El amor no entiende de fidelidad, que no es un
valor en sí misma, entiende, eso sí, de lealtad, pero
uno debe ser fiel, en y por principio, a uno mismo. Y
leal a sus afectos. Debe cumplir con sus afectos, con
sus instintos, con sus deseos, con sus principios, a
nada más debe rendir cuentas. Uno no debe confundir
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
el amor con un buen polvo, a veces son cosas
equidistantes, otras, en cambio, van unidas, pero eso
no es esencial. No hablo de moralidad sino de
realidad, de convicciones y, por supuesto, de placer.
El placer no tiene reglas morales, tiene ética
guiada por el deseo, la imaginación, la desinhibición,
el juego. Una ética nada moralizante, ni mojigata,
libertadora y libre, ajena a convenciones. Sujeta a la
Libertad con mayúsculas, a la honestidad personal,
propia y para con los demás, y al intento, a veces
baldío, de no dañar.
El don de amar por doquier, a cualquier ser
humano que entendamos que lo merezca, ya sea por
seducción o por amor, a borbotones, alguien que nos
“ponga”, así sin más, que nos done dulzura, ternura,
amor, placer, deseo, fidelidad o lealtad. Qué más da.
Amen, amen, sin cortapisas, amen, disfruten, sean
felices, sean felices por un instante mínimo y repetido.
Busquen consuelo en otros brazos, sin compromiso,
sin deberes, verán que amar no duele. Amar sin sufrir,
sin fundamentos, sin fundamentalismos. Sin rencor,
sin el rencor que nos atiza el desamor.
Podemos combatir la soledad, mitigar el dolor
que provocan amores rotos, relaciones equivocadas,
demasiado comprometidas y paralizadoras del sujeto,
si así lo hacemos. Amar sin cortapisas.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
DECLARACIÓN
Procuro que mi escritura, en esta columna, no
sea en exceso confesional. Prefiero servirme de cierta
ironía para acercarme a los temas que me interesan.
Pero por una vez voy a permitirme serlo.
Permítanme, estimados lectores, este impúdico
acto de exhibicionismo emocional que voy a acometer,
este desahogo.
Ya
sé,
amigos,
familiares
míos,
que
últimamente os preocupo, sé que me veis algo
distraído, triste, cabizbajo.
Veréis: es que el milagro ya no es el milagro.
Mi casa, querida, soñada, ya no es mi casa, la vivo
como un okupa circunstancial en espera de más
acogedores lugares. Las paredes se me vienen
encima, me aprisionan, me expulsan.
La familia que escogí como propia durante un
cuarto de siglo de mi vida, de golpe, ha dejado de
serlo. Mis cuñados dejarán de ser como mis
hermanos. A partir de ahora podré tomarme la
irreprimida y lasciva libertad de mirar y ver a mis
hermosas cuñadas como a las atractivas y bellas
Mujeres que, en realidad, son.
A mis exfamiliares, todos, puedo asegurarles que,
pese a todo, sus muertos serán, para siempre, mis
muertos. También los vivos. Mis amistades, a la
fuerza, habrán de cambiar, en su mayoría, por otras
menos influenciadas o influenciables. Mis libros y
discos se mudarán a temporales cajas de cartón,
desalojando su lugar preeminente. Mi lado del
armario-vestidor habrá de vaciarse. Mi lado de la
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
cama, algún día de estos, será reocupado por otro
calor más deseado y desconocido. Pronto pasaré a ser
un extraño para mis vecinos de comunidad y calle.
Todo aquello que ocupé revertirá en silencio.
Sombras, nada más*.
¿Qué cómo me encuentro? EXPULSADO,
DESPOJADO, ABANDONADO, EXPOLIADO, PERDIDO,
podéis escoger cualquiera de estos participios, o todos
a la vez, de cualquier manera acertaréis.
Aquí estoy, viviendo en gerundio, me atacan y
me defiendo, asumiendo y compartiendo culpas,
echándola de menos.
Os ruego, queridos, que no me interroguéis en
demasía, aminorad esta vergüenza, esta congoja, por
favor. Así se costean los aranceles del amor, ese
falsario, esa calamidad. Todo recuerdo es el recuerdo
de una pérdida. Sí, así es, después de tanta literatura,
de tanta ironía, la vida ha llegado con el mazo del
olvido. Ahora seremos memoria apenas, quizás
melancolía.
Ya lo dije una vez: Alimañas son los afectos. /
Debes estar prevenido, / cuídate bien de ellos. /
Quedarás herido, malherido si no. / Prepárate a
sangrar. /
*Novela de Enrique Cerdán Tato
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EL MÉTODO DE LA TRISTEZA
Para mí la tristeza siempre ha sido una especie
de antifaz, una pose, un método, una figura literaria.
Siempre me he servido de ella, ahora pienso que -tal
vez- con menosprecio, para escribir, para disfrazarme.
Nunca he sido consciente de ser o estar triste en el
absoluto de su acepción. Es verdad que mi vida no ha
sido especialmente feliz, las carencias han estado a la
orden del día, las ausencias, las impresencias, pero,
sin embargo, nunca he sido un tipo excesivamente
apesadumbrado. Ya he expuesto que, para mí, la
tristeza ha sido el método de mi literatura, la nostalgia
y también la ironía, una pizca de mentira en fin.
En
cambio
hoy
me
encuentro,
me
siento,
efectivamente triste, por encima de todo, triste. No
hablo de un estado depresivo, para nada, es un estado
de melancolía, sufro una sensación de pérdida, de
ausencia, de extrañamiento, de congoja.
Encontrarme de esta manera me avergüenza.
Todos nos creemos inmunes a los embates de la vida,
a la pérdida, al desamor, a la derrota. Extrañamente
convivimos con esos peligros sin apercibirnos de su
efectividad, de su realidad, no les concedemos el
crédito que se merecen. Creemos que el peligro
pasará ante nuestra puerta sin pararse ante ella para
golpearla con sus nudillos furiosos. Y, de repente, nos
atropella, nos lleva por delante como el vendaval,
como una tempestad ingobernable. Entonces no
asumimos nuestras culpas, y la ira ocupa nuestros
adentros, y desaloja de ellos a la lógica, a la reflexión,
a la asunción de responsabilidad, a la sumisión ante la
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
realidad. Nos rebelamos ante lo que sentimos injusto,
y creyendo pelear para salvarnos, nos alejamos cada
vez más de la orilla.
En ese esfuerzo insensato sembramos de
“cadáveres” lo que debiera ser recuerdo, memoria,
nostalgia de la antigua felicidad, del amor que siempre
será, que siempre perdurará.
Hoy el deseo de ti aún me domina, este deseo
al que siempre le he escrito, quizás estoy errado,
quizás debiera ser algo más oriental, aplicarme en la
filosofía del desapego, de la no pasión, del no deseo,
así podría reconciliarme conmigo, contigo. Podría
otorgarme esa Paz, ese Equilibrio, esa Sensatez
tranquila, el fluir del agua de los ríos o de las fuentes,
el sonido de las risas en los parques, la vida alrededor,
pero no me da la gana. Sufro encanallado este ataque
de melancolía, esta ausencia de ti, esta pérdida de mi
vida, con esta pasión occidental e incluso capitalista,
egoísta, ególatra en todo caso. Estoy triste, y qué.
Creo que me lo merezco. Quiero cantarle a lo que he
perdido. En la elegía reside la poesía.
Quizás lo que he perdido será ganancia de mi
escritura, a lo mejor, a partir de hoy, empiece a
gestarse mi obra maestra.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
ABRIL 2005
(vida de poeta)
El grupo poético Abril 2005 agrupa a unos
cuantos poetas que no formamos ninguna generación,
ni grupo localista. Tampoco defendemos una idea
común, ni un mismo concepto, de poesía. Un grupo
de poetas que, cansados del anonimato, buscamos, si
no
autocomplacencia,
sí
autocomprensión.
En
definitiva se trata de eso, solamente de eso, que no es
poco. Erigirnos en nuestra propia audiencia, en
nuestra propia fuerza, unidos. Es cierto que
fomentamos ideas, proponemos libros colectivos,
encuentros, homenajes, congresos, lecturas, revistas,
pero, al final, estos actos o simples vislumbres, solo
son la excusa para seguir o para conseguir la
audiencia, desde la fuerza del grupo.
Ninguno de nosotros somos poetas verdaderos
si aceptamos la idea de poeta verdadero que nos
propone Roberto Bolaño en su artículo LA MEJOR
BANDA. Bolaño nos dice que si tuviera que perpetrar
un atraco al banco más seguro elegiría como
compañeros de fechorías a cinco poetas verdaderos,
apolíneos o dionisíacos, da igual, pero verdaderos.
Dice que nadie en el mundo encara el desastre con
mayor dignidad y lucidez. Ninguno de nosotros somos
poetas verdaderos, ninguno ejercemos vida de
poeta, pero todos aspiramos a serlo y a llevar esa
vida de poeta, en verdad. Somos compañeros de
fechorías, compañeros de intenciones enloquecidas e
ilusorias, y parafraseando al articulista, sabemos que
lo que nos propongamos ya sea un atraco (literario) o
el ejercicio mismo de la poesía, ese gran acto de
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
exhibicionismo, casi con toda seguridad, acabará en
desastre, pero habrá sido hermoso.
Lucharemos, como grupo, contra los que
convierten la literatura en un mercado, los que
otorgan cualidad de "calidad literaria" a los escritores
vendedores, únicamente por eso, porque venden, los
que se comportan como funcionarios leales y
obedientes de los gremios de editores y críticos, de la
mercadotecnia. Lucharemos contra ellos por decencia,
porque la literatura, la poesía en especial, y vuelvo a
parafrasear a Bolaño, no es nada si no es un ejercicio
de inteligencia, de aventura y de tolerancia, más
placer. Si no es todo esto ¿qué demonios es?
Sobre
todo,
como
grupo,
seguiremos
escribiendo, aunque para algunos escribientes que
deambulan por aquí, con sus tochos novelescos bajo
los sobacos, no seamos más que alternativos y
transgresores, no sé de qué, ya que al alejarnos del
clasicismo de las formas dejamos de ser poetas.
Aunque solo seamos versolibristas para algún zoquete
con pinta de intelectual bohemio pasadito de moda y
de alcoholemia.
Seguiremos escribiendo aunque os duela o
aunque no, aunque nos sigáis ninguneando. Por ello y
porque sí, por la poesía, por la bendita locura, por los
desastres hermosos.
"Cuando un enloquecido joven de dieciséis o
diecisiete años decide ser poeta, es desastre familiar
seguro".”La mejor banda” del libro “Entre paréntesis”
ROBERTO BOLAÑO (1953-2003)
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
VIVIENDO EN LA PRIMERA LÍNEA
Últimamente me ha dado por escuchar viejos
vinilos o cassettes, por escuchar canciones de mi
adolescencia. Por ejemplo: ahora mismo escucho
"viviendo en la primera línea", seguro que a algunos
os sonará, un reggae comercial de los ‘80 de EDDY
GRANT. En realidad desconozco el origen de esta
costumbre accidental que empieza a devenir en
manía. Podría ser mi método de la tristeza, aunque
creo que no, me pasa habitualmente entre grandes
tiempos espaciados. No me he deshecho de mis vinilos
ni de las cintas, no me perdonaría hacerlo. Se trata de
una educación sentimental que uno nunca quiere
perder de vista, poder acogerse a ese ejercicio de
melancolía, con alguna lágrima furtiva rodando
silenciosa por la mejilla.
Me ha dado, también, por acostarme muy
tarde, por dormir mal, a propósito, por luchar, adrede,
contra el sueño, contra la acción de dormir, que es
una manera de morir, cada noche. Una muerte
temporal y accesoria, reversible, ficticia, amable, en
todo caso.
Leo, escribo, sufro unas terribles ganas de
fumar un cigarrillo, un purito sabor de vainilla, en la
díscola noche. Me trago películas malísimas,
infumables, viendo la televisión. Como chucherías,
chocolates, bebo cola sin parar o té frío, con la vana
intención de vencer al sueño. También me ha
sorprendido la intención, cumplida, de comprar
productos de belleza masculinos, cremas hidratantes
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
para la cara, antiojeras, cremas exfoliantes, colonias
caras, cremas corporales. La intención de volver a
hacer ejercicio, reducir tripa y endurecer músculos,
todo tipo de “músculos” retráctiles.
Otro síntoma peligroso es que vuelvo a salir,
por la noche, algunos fines de semana, más por
figurar que por otra cosa, aunque si soy sincero, me
es muy costoso encontrar locales donde mi presencia
no parezca la invasión de los ultracuerpos, o la
aparición de un padre en busca de su hijo díscolo.
También me he observado mirando, en demasía, con
morbosidad, a mujeres muy jóvenes, altivas, bellas e
inconscientes, desapercibidas de mis fanáticas
miraditas, que me hacen sentir invisible. Sinceramente
vuelvo a disfrutar este melancólico onanismo, con
mucha más frecuencia que de costumbre, con ese
placer adolescente que excluye el automatismo de la
madurez. Sufro una flagrante regresión física y
psicológica.
El otro día, una escritora recién conocida, al
escucharme conversar con mi amigo Eliseo, nos dijo
que uno se da cuenta de que se hace mayor cuando
se descubre recordando batallitas, antiguos escritos,
lejanas novias, a modo de heroicidades, con un punto
de frivolidad y fantasmeo. Entonces sabemos que la
edad es una realidad de la que no podemos escapar
aunque lo pretendamos con todas nuestras fuerzas,
aunque nos vistamos como nos vestíamos entonces,
aunque volvamos a escuchar aquellas canciones,
aunque no hayamos evolucionado nada en nuestra
manera de ligar, o debí decir seducir, estos verbos no
explican la misma acción ¿verdad?
En fin, será la edad, o la soledad, el canallesco
vislumbre de la caducidad de la juventud; no sabría, ni
sabré, ni sé, determinarlo. En definitiva así es cómo
me siento estos días, estas noches de insomnio
provocado.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LLORÓN
Dijo el poeta: “puedo escribir los versos más tristes
esta noche”*, sin duda también yo podría escribirlos,
no con tanta precisión, no con tan melancólica belleza,
pero podría. Y si lo hiciera tan solo me quedaría en
llanto. Nada hay peor que un poeta llorón, quiero decir
explícitamente llorón, porque de llantos está preñada
la buena poesía, la belleza. El mal de amores siempre
ha sido el motor de la gran literatura. Pero hemos de
rendir ese mal, la tristeza, a la misma belleza, a la
poesía, en bien de su emoción y calidad, esquivar la
bonitura, la excesiva ternura, cursi, la apología de las
lágrimas desatadas.
Decía que nada hay peor que un poeta llorón, y este
poeta (que creo ser), está caminando, con dificultad,
su particular travesía del desierto y ha llorado y para
no caer en el patetismo, definitivamente, lleva un
tiempo sin escribir, sin contaminar sus folios de su
desatada tristeza, de este exhibicionismo que tanto le
caracteriza. Me tachan de exponerme demasiado en
mi literatura, de quedarme a la intemperie, de un
solipsismo o egocentrismo exagerados. Me tachan de
mirarme demasiado el ombligo, de desnudarme con
grave incorrección, de cierto nihilismo, de cierto
onanismo sentimental. La literatura, en especial la
poesía, es una expiación terrible de los propios
demonios, digo bien, una expiación, no una terapia.
Por primera vez utilizo mi cuaderno de notas, la
escritura, como terapia, un bochorno en fin, nada
apreciable ni rescatable de la papelera de reciclaje,
memeces
autocompasivas,
sentimentalismos,
requiebros, cursilerías de todo orden y fulgor.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Qué quieren que les diga, me ha vencido el
dolor, la pérdida, han derribado mis muros de
autodefensa, mis principios de vida y los literarios.
Siento el hachazo de la vida, esa vida a la que creía
amar con todas mis fuerzas, con esa afición ególatra
que me caracteriza. Sí, coño, no puedo evitarlo y me
doy vergüenza, soy un memo sin ilusión, llorón,
paralizado, que ha creído que toda la vida era lo que
tenía y ha perdido, que esto era la vida misma. Un
capullo que goza en el dolor, que se regodea en su
propia decadencia.
Qué quieren que les diga, me avergüenzo,
tirado en el sofá, paralizado, sin ilusión, arrastrando
los pies al caminar, la cabeza gacha, sin escribir una
sola línea aprovechable. En verdad me desconozco,
me enferma el pálido reflejo de mi espejo, me espanta
el imbécil que he llegado a ser. Este cretino que no se
consuela ni con sus buenos amigos, que han estado
ahí, siempre, que no se consuela con la posibilidad del
amor venidero. El memo que ha arrastrado en su dolor
a quien más quería.
Qué quieren que les diga, más exhibicionismo,
desnudez, intemperie, bochorno. Es lo malo de creerse
el centro del universo. Ese es el mal de altura del
poeta, creerse uno el catalizador de todas las vidas, el
correlato objetivo de cualquier ser humano.
*PABLO NERUDA
Cosas mínimas
2ª parte
2008
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
*MAYTE DIXIT
Detesto las frases hechas. Últimamente odio
especialmente 3 frases determinadas, las transcribo:
“un clavo saca otro clavo…”, “el tiempo lo cura todo…”,
“nunca es tarde si la dicha es buena…”. Detesto las
frases hechas con su carga de tópico y falacia, con su
ambición de perogrullada. A veces no les falta razón a
las detestables pero aun así o quizá por ello las odio
más todavía. Y especialmente odio a las transcritas
porque llevo 2 años escuchándolas constantemente.
Dadas mis circunstancias personales, los amigos, los
conocidos, los familiares, los enemigos, me las
espetan continuamente; unos con esa carga odiosa de
compasión y consuelo, otros emplean el cinismo más
cruel o, incluso, la burla más soterrada. Sé que
muchos no tienen mala intención, incluso sé que su
intención es benefactora, pero qué quieren que les
diga se podían meter las susodichas y sus intenciones
por ahí por donde todos ahora imaginan…
Al principio intentaba explicarles que en mi
caso no era cierta esa filosofía de la resignación que
guardan las frasecitas, que esa sabiduría popular no
era aplicable a mi situación, que su sentido de
esperanza no me consolaba, pero, claro, casi nadie me
entendía, yo ahí esforzándome en aclararles que a mí
no me sirve con solo cambiar de sábanas, que la
sencilla sustitución para mí es frívola, que si toca
sufrir se debe sufrir con dignidad y gallardía, y ellos
con esa expresión de perplejidad aferrados a las frases
hechas me soltaban: “no hay mal que cien años
dure…”, “nunca digas de ese agua no beberé…”, “ eso
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
nunca se sabe…” y yo petrificado con ganas de
soplarles una buena hostia...
Ahora ya ni les contesto, solo hago gestos
afirmativos, inexpresivos y tan tópicos como las
mismas frases. No hay manera, 2 años sin dejar de
escuchar los mismos consuelos: “no se termina el
mundo…”, “hay que pasar página…”, “tienes que mirar
para adelante…”, “todo se olvida…”. Así una y otra
vez, continuamente, sin piedad. Que no, coño, que no
me consoláis, malditos salvatierras, filósofos de tres al
cuarto. Sé, perfectamente, que también os canso con
esta actitud de tristeza cerril, que os agoto, que
pensáis que ya ha pasado demasiado tiempo. Pero
¿sabéis vosotros que siempre quedan cicatrices tiernas
en el corazón y heridas que nunca cicatrizan?
Por lo menos podríais innovar con las frases
consoladoras y añadirles el condimento del humor,
como hace mi antigua cuñada MAYTE cuando dice:
“nunca es tarde si la picha es buena…”.*
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
SALVAJE ES LA NOCHE
Últimamente salgo mucho por la noche, a
empaparme el alma y el esófago de alcoholes y
humaredas, a atisbar los horizontes en busca de la
antigua belleza, en busca de los abrevaderos de la
pasión donde sofocar este fuego solitario. No diría que
salgo de “caza” pero, sinceramente, lo parece. La
noche es una selva donde cazadores y presas se
buscan alocadamente. Casi siempre, al acabar la
noche, me reprocho la incursión en territorio
comanche, y es que el punto de mira lo tengo perdido
y oxidadas las armas amatorias, y por otro lado
tampoco debo de ser una presa suculenta para
ninguna amazona cazadora. Casi siempre, cuando
acaba la noche, reflexiono acerca de la palabra que, a
mi entender, está de moda: SEPARACIÓN.
Créanme, les ruego que me permitan esta
arbitraria generalización; todo el mundo anda
separado, y de caza, a la caza de sexo fácil, rápido,
desconocido y sin compromiso. Sexo a degüello.
Salgo y reconozco a viejos/as amigos/as y
conocidos/as en iguales circunstancias a la mía, es
decir separados/as. Que se comportan como
cretinos/as o como adolescentes entraditos/as en
carnes, con flagrantes calvicies y surcos marcados en
los rostros. Beben, bailan, expelen las pocas
feromonas que les restan, intentando atraer a sus
víctimas, exuberantes y jóvenes, que por lo general ni
siquiera nos miran y si lo hacen no nos ven. Un
auténtico ejército de hombres y mujeres invisibles. En
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
principio pretendemos, más nosotros que ellas,
ignorar a todos/as los/as “compañeros/as”
de
generación, como huyendo de nuestra propia
caducidad, pero terminamos rendidos por pura lógica
matemática.
Nos mentimos al creer que en la noche
aliviaremos nuestras soledades, podremos encontrar
el sexo indiferente que demandamos (porque al amor
lo rehuimos, el amor ya lo hemos conocido y nos ha
engangrenado la vida) pero nada más. A duras penas
encontraremos alguna conversación interesante,
alguna mirada condescendiente, alguna lágrima en el
marrullero recuerdo. Alguna hermosa sorpresa,
cualquier indiferente noche, para un mínimo
desahogo. Y la vuelta a casa y su soledad, apestados a
humo, con malestar en la garganta y en el estómago,
con las entendederas alcoholizadas. Alguna noche el
abrazo sincero de un viejo amigo, a quien mientes al
decirle que estás muy bien, todo bien, aquí a ver qué
pillamos y las risas del desconsuelo.
Salimos mucho por la noche pero a quienes
buscamos nunca les encontramos. A vosotros/as,
queridos/as, nunca os encontramos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LOVE IS LIKE OXIGEN.
Una de mis canciones favoritas es un “hard rock” de
los ’70 que se titula LOVE IS LIKE OXIGEN (el amor es
como el oxígeno) del grupo SWEET. La canción es
bastante hortera, sí es cierto, pero cada vez que la
escucho se me pone la piel de gallina y me emociono
en demasía. La escuchaba de pequeño en el
tocadiscos de mi hermano mayor, sin que él lo
supiera, una y otra vez. De mayor he seguido
escuchándola en una grabación magnetofónica y por
Internet he conseguido bajarme aquel disco
maravilloso y hortera para escucharla hoy en día. El
título expresa gravemente la necesidad que tenemos
de amor en nuestras vidas, nos inculca su imperiosa
necesidad para respirar y vivir.
Hay que ver cuánto le debe nuestra educación
sentimental a las canciones horteras ¿verdad? Cuántos
recuerdos de emociones casi olvidadas, recuperadas,
nunca perdidas. Estos días padezco un severo
insomnio y para paliarlo busco en el dial la primera
emisora donde suene cualquier canción hortera que
me transporte al recuerdo, a la emoción, a la
melancolía en definitiva. Se ha convertido esta pulsión
en un ejercicio de flagelación sentimental. Cada noche
a la caza de la canción más nostálgica, ñoña, cursi,
ejemplar, hasta derrumbarme..., y llorar con alegre
devoción.
Recordar, con las canciones, momentos felices,
bailes, besos, fracasos, risas, llantos, el amor de toda
una vida, en resumen. Asumir el desengaño que atiza
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
el presente, deducir el resultado que soy… Este
desgaste, el dividendo de la soledad, la incógnita
despejada del fracaso personal.
Por suerte me quedan las canciones, todo lo
que las mismas significaron y siguen hoy significando.
Gracias a Dios me quedan las noches de insomnio,
frente al teclado de mi portátil para aferrarme a la
excusa de volver a escribir, mientras escucho las
canciones horteras, motivado por toda esa carga de
melancolía.
LOVE IS LIKE OXIGEN, qué razón tenía y tiene
el título. El amor es como el oxígeno, cuando lo tienes
y cuando te falta, para ayudarte a respirar o para
ahogarte. Uno siempre está sujeto a las mismas
creencias, a las mismas necesidades, sin reparar en el
paso de los años ni en sus pérdidas y vuelve a
emocionarse con los mismos afectos, las mismas
canciones.
En verdad cada mañana al despertar o cada
madrugada al dormirme, mi primer y último
pensamiento siempre es el mismo… Porque como dice
otra histórica y hortera canción “el amor de mi vida
sigues siendo…”
Estoy seguro de que casi todos podéis terminar el
verso por mí.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
INSOMNIO.
Voy a citar “triplemente” a ELVIRA LINDO, con
citas extraídas de su artículo “Sin tetas no hay
matrimonio” de su DON DE GENTES del pequeño
suplemento DOMINGO de el diario EL PAÍS del 3 de
Febrero de 2008. Cito: “Soy de la opinión de que a las
personas sensibles les gustan las tetas”. “Hay
hombres que solo las quieren turgentes, hay otros
hombres que aman las tetas de la mujer que aman…”
Más adelante completaré la tercera cita para concluir.
Pues yo debo de ser el cenit de la sensiblería
por cuestiones de gusto y además siempre he amado
las tetas de la mujer que he amado.
Ya he dicho, en una columna anterior, que
padezco, últimamente, un severo insomnio. Debo
confesar que siempre he sufrido un miedo recurrente
a la muerte que me ha impedido desde niño dormir
con tranquilidad. Recuerdo que cuando era más niño
solo un miedo, terrorífico, me impedía dormir, o hacía
que me despertara y llamara a mi madre, entre
pesadillas; era/es el miedo a la guerra, a participar en
cualquier guerra. Hoy me aterran el porvenir, la
incertidumbre, el miedo a la soledad. Hoy se suman
todos estos miedos, e incluso alguna solitaria noche
me he despertado sudando, llorando, llamando a mi
madre como entonces. Ahora ni siquiera soy capaz de
conciliar el sueño, pasan las horas, lentamente,
lentamente.
Busco los paliativos, sin fármacos, la música, la
literatura, el estudio, la televisión, alguna compañía
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Carlos Cebrián
errabunda, nunca quien yo quisiera, la mentira, el
autosexo reparador, el recuerdo, pero es inútil, no lo
consigo, no hay manera…
Dice Elvira en su artículo que recuerda a un
personaje de SAÚL BELLOW que decía que no hay
mayor felicidad que la de dormirse por las noches con
la mano en el pecho de la mujer que se quiere -y con
esto termino ya de citarla-. Es verdad, no hay mayor
felicidad, puedo jurarlo, porque ese pequeño y
amatorio gesto implica mucho más.
Sin embargo tampoco termina de llegar la mujer a la
que, hoy, querría, con la que dormiría alguna noche
con mi mano sobre su pecho. No atiende a mis
ruegos, ni siquiera, sospecho, puedo asegurar si existe
¿Dime, eres real, querida mía?
En fin, aquí sigo otra noche más, sujeto a los miedos,
a la incertidumbre, al deseo de ti, amiguita
indiferente.
Busco
en
el
dial
la
emisora
correspondiente, la canción benefactora, escribo de
nuevo, y en la radio suena el dichoso bolero: si tú me
dices ven, lo dejo todo…
Pues eso, así es, yo me refería a ti… Sí a ti.
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Carlos Cebrián
EL ODIO
Creo que no hay sensación más angustiosa que
la que se siente cuando adivinas el odio que alguien,
cualquiera, siente por ti. Se hace difícil aceptar que
alguien pueda tener motivos tan fuertes para odiarte.
Pero, que no os quepa duda, siempre hay alguien
dispuesto a despreciarnos. Los motivos, muchas
veces, son puramente subjetivos, antiguos amores a
los
que
hicimos
sufrir,
viejos
adversarios,
competidores,
examigos
agraviados,
familiares
dolidos, etc, etc. Nosotros, claro está, estamos
incapacitados para entender, para siquiera valorar,
esas razones, por la misma subjetividad a la que antes
aludía. Uno se quiere a sí mismo y no admite maldad
en sus características, no acepta ruindad, vileza,
inmoralidad. Por supuesto uno casi siempre cree estar
del lado de la razón, de la ética compartida, no siente
haber agraviado conscientemente a nadie.
Por ello, decía, no hay mayor desasosiego que
cerciorarse de que alguien te odia con poderosas
razones. En ocasiones acude, para defendernos de ese
ataque inopinado, el gladiador que todos llevamos
dentro, otras, sin embargo, viene la tristeza con la
contundencia de la tempestad a herirnos en lo más
profundo, en el recuerdo, en la incomprensión, para
convertirnos en las víctimas de la sinrazón, pensamos.
Mirad, hacedme caso, no dejéis que esa
indefensión del corazón herido os equivoque. Poco se
puede contra el odio, no le concedáis, es más, no os
concedáis
tanta
importancia.
Miraos
adentro,
comprended. Ya sabéis que el amor y el odio están
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separados por una delgadísima línea, son el anverso y
el reverso del mismo sentimiento. El mayor de los
odios, a veces, es el mayor de los afectos, confundido,
eso sí, pero lo es. No sufráis, o mejor, sufrid, sufrid
con gallardía, sabed que os odian porque no han
sabido amaros como podríais merecer, o porque no
habéis sabido amar como merecían ¿Qué más da?
Peor es la indiferencia, la frialdad, como únicos
vestigios de que te amaron o no. Yo siempre acudo a
mis canciones favoritas para ilustrarme, permitid que
os cite algunos versos que sirven para ello: “Quererte
a ti es querer ganar el cielo por amor/ es haber
perdido el miedo al dolor/ es luchar contra nadie en la
batalla/ y ahogar el fuego que me nace en las
entrañas”
“Para que no me olvides/ y esté presente en todos tus
sueños/ te he dado mi cariño/ que es lo más caro y
mejor que tengo/ para que no me olvides/ ni siquiera
un momento/ y sigamos unidos los dos/ gracias a los
recuerdos”
“Puedo ser/ puedo ser/ uuuhh/ tu amante o tu
enemigo/ puedo ser/ puedo ser/ uuuhh/ el fuego o el
olvido/ Sí o no”
“Porque a mí me atormenta en el alma, tu frialdad”
Podéis cantar conmigo, amigos, no os
avergoncéis.
*(Canciones de: ÁNGELA CARRASCO, LORENZO SANTAMARÍA,
MIGUEL GALLARDO y TRIANA).
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Carlos Cebrián
“MOÑA”
Leo un magnífico artículo de JOSÉ LUÍS
FERRIS, titulado “A beso limpio”*. En el mismo nos
cuenta el autor la historia de un rocambolesco atraco
ocurrido en una sucursal bancaria de un pueblito del
norte de nuestra provincia. Parece ser que un
individuo vestido como los antiguos bandoleros
además de exigir su botín de euros también exigió un
beso a la empleada atracada. Se sirve de la anécdota
para después discurrir acerca del beso y de sus
propiedades
ya
sean
proféticas,
balsámicas,
narcotizantes, preventivas o de comunicación entre los
seres humanos. Nos advierte que el beso está
desprestigiado o en decadencia y que hemos olvidado
sus valores.
También he leído un reportaje acerca del sexo en el
reino animal, donde se desmiente que los animales,
(algunas especies, grandes simios principalmente)
únicamente utilicen el mismo como mero ritual
procreador sino que también lo practican como
diversión, como consecuencia del deseo o para aplacar
tensiones
sociales.
Practican,
incluso,
la
homosexualidad romántica, sexo oral y otras
variedades, orgías, poligamia… No somos tan
diferentes, en definitiva.
Está visto que el motor del mundo es el amor
en todas sus facetas, románticas y sexuales, como
dice Ferris el beso puede ser el baremo que evalúe,
según su intensidad o sabor, el grado en que se
encuentran nuestra capacidad emocional y nuestra
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vida amorosa, que valore el momento, más o menos
rutinario, de nuestro estado afectivo.
Todos tenemos esa compulsión amorosa o
sexual, otra cosa es que sepamos administrarla o que
hayamos extraviado el sentimiento verdadero de amor
y deseo, otra cosa es que hayan tocado fondo
nuestras relaciones amorosas y que por ello la
obviemos, por miedo al nuevo compromiso, a nuevas
parejas, a nuevas decepciones y fracasos, a nuevas
complicaciones en fin.
Sé, perfectamente, que algunos, o muchos, me
consideráis un sensiblero, un “moña” llorón, que
utiliza esta columna como un asunto o trasunto
personal, como una exhibición casi onanista. A
vosotros no tengo nada que deciros ni contestaros,
pero tengo claro que la literatura, mi literatura al
menos, es una expiación de los propios demonios y
que cada vida, propia y particular, puede ser el
correlato objetivo de otras muchas. Además me han
dicho que llorar es beneficioso así como reír y sobre
todo besar y aparearse también, incluso emparejarse.
Practicar cierta insensatez.
Por cierto, no sabéis cuánto echo de menos los
besos. Besos que tengan (por decirlo parafraseando a
Ferris) “el aroma inconfundible de lo nuevo, capaces
de pillarme a contra lengua, que provoquen esa
reacción somática, en cadena, que afecte a ciertos
órganos vitales y produzca también secreciones
íntimas”. Esperaré por si algún día NOS afecta la
insensatez compartida, un beso…
* “A BESO LIMPIO” JOSÉ LUÍS FERRIS, Diario Información. 17 de
febrero de 2008.
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Carlos Cebrián
QUERIDO Sr. SINATRA
Mi querido Sr. Sinatra, perdónalas, te lo ruego,
porque no saben lo que se hacen. De paso perdóname
a mí también porque te confieso que conozco a
algunas personas a las que no les gustas ¡OH Voz!,
has de saber que son personas a las que quiero,
incluso en algún caso, a las que quiero mucho. Ya sé
mi querido Sr. Sinatra que lo que te digo es algo que
parece inconcebible, pero ya sabes… el amor es ciego
y el deseo también. Ellas argumentan frivolidades del
tipo: “para gustos colores”, “contra gustos no hay
nada escrito”, o me llaman fanático, tirano,
presuntuoso, pero tú y yo sabemos que es algo más
simple ¿verdad? Únicamente se trata de tener buen
gusto o mal gusto.
Seguramente, queridos lectores, esto que
escribo les parecerá, les parece interesado en exceso,
veleidoso, vano, superficial. Por el contrario yo creo
que no es una cuestión baladí ¿Cómo casar los
afectos, los deseos, la amistad, con afrentas tan
grandes, cómo pasar por alto ofensas de este tipo? Ya
sé, me dirán que los polos opuestos se atraen, que en
la variedad está el gusto, que lo más racional y
tolerante es aceptar el eclecticismo… Pero permítanme
que les haga una matización, es que las intolerantes
son ellas, las que no practican el eclecticismo son
ellas, las que detestan tamaño genio como el de La
Voz, son ellas, no se trata de intolerancia, se trata de
la verdad de las cosas, tratamos de la objetividadsubjetividad del Arte, pero para ello debemos
reconocer que hay artistas que están por encima del
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bien y del mal, de las modas, de los gustos. No
quisiera parecer intransigente ni interesado, ni
veleidoso, pero en este caso… lo soy, sí lo soy, lo
seguiré siendo.
Perdónalas querido Sr. Sinatra, ya te digo que
no saben lo que se hacen, esas personas no han
sentido el estremecimiento que provoca la tonalidad,
la armonía de tu voz, mientras cantas I’VE GOT YOU
UNDER MY SKIN del maestro COLE PORTER. No se
emocionan al escuchar COME FLY WITH ME o FLY ME
TO THE MOON, no lloran, siquiera, si escuchan
STRANGERS IN THE NIGHT o MOON RIVER, qué
quieres que te diga, son así, y pese a ello, yo las
quiero… ¿Qué puedo hacer? He intentado reeducarlas,
las obligo a escucharte cada vez que visitan mi casa,
voy a conseguir que dejen de venir, que dejen de
estimarme o que nunca lleguen a hacerlo.
Compréndeme, a las personas se las quiere, si hemos
decidido quererlas, por entero, exactamente como
son, hemos de saber perdonar sus terribles faltas. A
nuestros deseos no podemos dominarlos, se desea lo
que no se tiene, y se desea el absoluto del sujeto a
quien se desea.
Mi querido Sr. Sinatra, solo puedo prometerte que mi
esfuerzo será conseguir que mi deseo se cumpla y que
aprenda a degustarte, a idolatrarte como yo.
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Carlos Cebrián
LA AMISTAD.
He leído un artículo de Javier Cercas titulado
“No” (El País Semanal, 15 de Diciembre de 2007), en
el que nos habla con toda ironía sobre la amistad, la
genialidad y el amor. En el mismo comenta que la
amistad podría estar sobrevalorada y que el genio es
incompatible con la misma; también con el amor,
porque este (el genio, claro) es la abdicación del yo.
Lo he leído inducido por alguien que además de ser mi
mejor amigo, sospecho, cree ser un genio o estar a las
puertas de serlo. Me comenta que cada vez se siente
más solo, ex profeso, y que en realidad solo tiene un
gran amigo, que debo de ser yo… Cuando me comentó
el trasunto no llegué a entenderlo en absoluto, pero
una vez leído el artículo recomendado de Cercas lo
entiendo perfectamente. Mi amigo pretende ser
antisocial, no inmiscuirse en esta sociedad capitalista
e injusta y además sabe que la amistad tal como
empleamos
el
concepto
de
la
misma
está
sobrevalorada, es falsa, excluyente, una pantomima.
Por supuesto el amor también. Mi amigo es un genio,
un geniecillo burlón para no exagerar. Pero a mí este
geniecillo me ha hecho reflexionar y recordar algo que
me dijo otro de mis grandes amigos. Este me dijo que
amigo o amiga es aquel, aquella que permite que uno
(su amigo) se exprese con absoluta libertad y que
acepta de buen grado el relato de su experiencia
aunque le afecte directamente.
Tiene razón mi otro gran amigo, para qué puñetas
sirve la amistad si te comprime la capacidad, la
necesidad de expresión, para qué sirve un hombro
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Carlos Cebrián
amigo si cuando lo requieres no está, para qué sirven
los amigos si estos se postulan a favor o en contra sin
siquiera permitirse el lujo de escucharnos.
Sí La Amistad, tal como la usamos, con
prejuicios, está sobrevalorada. En ocasiones llamamos
amigos a personas que están cerca, a las que
acudimos en caso de necesidad, soledad o tristeza, no
reparamos en que somos nosotros quienes elegimos
nuestros afectos y muchas veces esa compañía no
revierte en comprensión. Quiero decir que a menudo
esos amigos que nos acompañan no están dispuestos
a escucharnos o a intentar comprendernos porque
nuestro relato les afecta de una manera demasiado
directa. Es entonces cuando se siente la imposibilidad
de expresar nuestro verdadero sentimiento o nuestras
carencias, cuando descubrimos que los amigos
verdaderos están en otro sitio, menos elegido por
nosotros mismos. Esos amigos que lo son desde hace
tantos años, casi desde siempre. Ellos nos escuchan
con solo acompañarnos sin siquiera requerírselo y
además conocen de antemano nuestro estado de
ánimo, con solo mirarnos a los ojos. Y además no nos
juzgan. En definitiva la amistad debe basarse en la
tolerancia, y esta se basa en amar a las personas, si
hemos decidido amarlas, tal como son. Convivir no es
vivir siempre juntos sino aceptar a los demás
verdaderos, como son.
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Carlos Cebrián
33 LÍNEAS APROXIMADAMENTE
“Perdonen si molesto, / si a veces me desnudo,
si pierdo mi decoro. / Advierto que estoy vivo, que
quemo si me tocan, / porque esto es un poeta. A fin
de cuentas, alguien/ que no tiene la culpa de haber
nacido ardiendo…”*
En realidad con estos versos el poeta dice, con
maestría, lo que yo quisiera decir, en su absoluto,
pero como se trata de redactar 33 líneas
aproximadamente para completar esta columna,
seguiré con mi exposición. Sirvan los versos para que
aquellos lectores detractores o críticos púdicos puedan
entender lo que para algunos de nosotros es la
literatura. Para que adviertan que para nosotros el
formato es lo de menos, lo de más, quizá el todo, es el
lenguaje, la emoción, el sentimiento, el pensamiento,
el recuerdo, el fuego, la pasión, el desasosiego, la
tristeza, el poema, la vida.
Esta columna mis queridos críticos, afanados,
menesterosos,
es
literatura.
Estas
33 líneas
aproximadamente son, pretenden ser, literatura, de
menor o mayor calado pero literatura ¿Sois capaces
de asumirlo, mis queridos amiguitos? ¿Qué habría sido
de KAFKA, PROUST, POE, LARRA, KENNEDY TOOLE,
AUSTER, CLARÍN, LORCA, ETC, si hubieran seguido
vuestro postulado y nos hubieran privado de hablar de
sí mismos? Porque todo escritor, grande o pequeño,
verdadero, habla de sí mismo, desde dentro. Por
supuesto no pretendo, Dios me libre, compararme a
los escritores que os cito, en cuanto a su calidad,
repercusión o grandeza, pero sí lo hago en cuanto a su
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Carlos Cebrián
intención, a su manera de afrontar la escritura.
Hacemos lo mismo: escribir. Desde el fuero interno de
nuestros incendios particulares, porque hemos nacido
ardiendo.
Me parece que el pudor está reñido con la verdadera
literatura, creo, además, que toda justificación o
intento vano de explicarlo, están de más, cada línea,
cada palabra, deben defenderse por sí mismas. Pero
me atacáis y me defiendo. Sobre todo me divierten
estos dimes y diretes entre columnistas aficionados
que
jugamos
a
vestirnos
de
grandeza,
de
trascendencia, que jugamos a ser garantes de la libre
y objetiva opinión o de la corrección pudorosa de la
misma.
Vosotros seguid, por favor, escribiendo acerca de las
magníficas tradiciones de nuestro pueblo, de las
palmeras, de los patrimonios, de la actualidad, de la
política, de los personajes trascendentes, de los
referentes de la ciudad, hablad, en resumen, de lo que
os venga en gana, con asepsia, con objetividad. Yo,
por mi parte, haré lo mismo, a mi manera, lloraré,
reiré, con mi columna-clínex, “ardiendo toda mi figura
como una llama”**, como me venga en gana mientras
que los editores me lo permitan.
*José María Fernández Nieto “Pórtico para decir unos versos”.
**Joan Perucho “Un poeta”.
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PRESBICIA
Hace unos días estuve en mi óptica para que
me hicieran la revisión anual de la vista. Me dijeron
que casi todo estaba bien, que mis dioptrías se
mantenían inalteradas, tanto las de la miopía como las
del astigmatismo. Pero me advirtieron que empezaba
a presentar síntomas de Presbicia, en realidad
síntomas de PRE-presbicia, nada preocupante me
aseguraron. Me preguntaron la edad y al decírselacamino de los 43- se sorprendieron ya que lo normal
es que estos síntomas de la vista cansada aparezcan a
los 40 y en mi caso, estos, casi ni asoman todavía.
Presbicia, vista cansada, otra prueba más de que me
hago mayor, de que envejezco. Realmente si
atendemos a la expectativa de vida del género
masculino ya soy un hombre de mediana edad. He de
decir que no era consciente de ello, hasta hace poco
me consideraba joven, como casi siempre desde que
dejé atrás la adolescencia. Pero, mira tú por dónde,
empiezo a presentar síntomas de vista cansada.
A estas alturas o medianías de mi vida, puedo ya
mirar hacia atrás en el tiempo con mucha perspectiva,
puedo ya echar en falta muchas cosas y a algunas
personas, puedo darles absoluta comprensión a ciertos
dolores en las articulaciones, a la aparición de
delatadoras canas, a la indisimulada alopecia, a los
kilos del sobrepeso. Sí, ya no puedo acudir a excusas
metafísicas para explicarme todas estas advertencias,
para autoengañarme.
Presbicia, vista cansada. Qué palabra tan fea, qué
concepto tan desolador. Vista cansada a los 40 ¿Vista
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cansada a estas alturas, en la mitad, más o menos
ficticia o real, de mi vida? Mi vista se ha cansado de
mirar, se cansa de mirar, ya se deforma la visión de
mi mundo, del mundo particular y del general. Es
curioso cómo nos azota el azar, el paso del tiempo, la
vida, sin apercibirnos de la realidad, de la verdad de
las cosas.
Salí de la óptica con la palabra Presbicia clavada en el
pensamiento, repetitiva en mis susurros, en mi
subconsciente… Presbicia, presbicia, qué palabra o
palabro, vista cansada, vista cansada. Sí, machote,
envejeces. Envejeces querido. Prefiero la fealdad de la
palabra presbicia a su explicación tan aclaratoria y
tácita de vista cansada, su mensaje técnico y aséptico
a su acepción más sentimental, en verdad que la
prefiero. PRESBICIA.
Normalmente cuando sufro estos disgustos suelo
visitar mi librería para hojear las novedades y comprar
algún libro interesante, ese día así lo hice y compré el
último poemario de mi admirado LUÍS GARCÍA
MONTERO, su libro se titula, amigos míos, VISTA
CANSADA. Qué ironía ¿verdad?
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Carlos Cebrián
LA REALIDAD O EL DESEO
He aprendido que cuando amas, de verdad, a
alguien deseas su mayor felicidad, aunque, en efecto,
tú ya no estés. Aunque ese alguien, a quien amas,
esté mejor sin ti o haya encontrado la felicidad en otra
parte o en otra compañía. Si no es así no se trata de
Amor sino solamente de amor propio. Cuando
entiendes esto te liberas de la culpa primero y,
después, del rencor. Te liberas, asimismo, de la
ansiedad, del reproche, de la depresión, de la
desesperación, pero no de la tristeza. Esta pasa a ser
mitigada, nunca olvidada, pasa a ser una tristeza de
regusto melancólico que expresa aquello que pudo ser
y no ha sido, pero, en todo caso, es amable, llevadera,
soportable.
Se aprende a convivir con la realidad y no con
el deseo, o, dicho de otro modo, se vive en la realidad,
con los pies en el suelo, por encima del deseo, del
ensueño, del apego egocéntrico.
No has dejado de amar a quien amabas, pero
comprendes que ahora sabes amarle bien. Con
honradez, con cariño, con respeto al otro por encima
de cualquier deseo posesivo. Y ahora ese amor,
irrealizable, perdido antes, recuperado después, ya no
es insoportable, ni alienante, doloroso o paralizante
sino recordado y verdadero.
Esto que les digo puede parecer en exceso
romántico o naíf, ingenuo, pero es real, puedo
asegurarlo. Nada tiene que ver con asuntos esotéricos
o terapéuticos, absolutamente nada, se trata de Amar
bien o mal, de aprender a hacerlo bien.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Leo un reportaje periodístico acerca de formas
de relacionarse que pueden llegar a ser dañinas, de
amores peligrosos, estilos afectivos que es mejor
evitar. Desde un punto de vista psicológico, claro.
Estilos, maneras de amar, insalubres, del tipo por
ejemplo: narcisista, paranoide, sociópata, histriónico,
obsesivo, pasivo-agresivo, etc. No hace falta detallar
sus características. Y pienso que, tal vez, mi manera
de amar podría encajar en alguno de esos modelos, o
no, porque seguramente solo fue una manera
equivocada de amar. Es seguro que aquel amor,
aquella forma de amar, tuvo cosas buenas, felicidad,
aunque sabemos que el concepto de Felicidad absoluta
es cosa de cretinos, pero sí, la hubo. Tampoco tiene
importancia.
No son lo mismo la realidad y el deseo. Me he pasado
mi vida escribiendo sobre ambos conceptos (o
afectos), no como lo hizo CERNUDA (La realidad y el
deseo) sino, ahora lo sé, enfrentándolos (de ahí el
título de esta columna). Hoy, si separo ambos
sustantivos, puedo asegurar que a quien amé jamás
será una extraña.
No, nunca serás una extraña para mí. TE QUISE, y si
se me permite decirlo, TE QUIERO. TE DESEO LO
MEJOR.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
EL INFIERNO.
Dice el escritor FRANCISCO CASAVELLA* que
aunque muchos lo ignoran, en el infierno hay un lugar
reservado para quienes empiezan sus artículos con
una cita. Y que ese círculo dantesco está abarrotado
de pelmazos, sin emoción y de pensamiento vacío. Y
yo, como también dice él, digo que si hay que ir al
infierno se va aunque nuestro cuerpo espiritual, el
alma inmortal, arda en llamas junto a los de esos (los
pelmazos) o los de aquellos (los que vendieron su
alma a cambio de la Gracia), mientras citamos y
citamos y citamos.
Yo, confieso, no cito por un afán culturalista ni
de presunción. Yo cito por gusto, por admiración, y si
por ello me gano el averno literario, bienvenidas sean
las llamas. Se trata de un reconocimiento a aquellos
que dijeron o escribieron algo que hubiera querido
decir o escribir yo, se trata de pura envidia y alevosía,
incluso. En algunos casos hubiera vendido mi alma al
diablo por haber tenido la perspicacia o la
oportunidad, la sabiduría de haberlo escrito en su
lugar, lo que se dice haber tenido la Gracia del
pensamiento o del poema o de la canción.
Yo lo hubiera dado todo por haber dicho, como
dijo ANTÍFANES: “hay dos cosas que el hombre no
puede ocultar: que está borracho y que está
enamorado” o decir por ejemplo aquello que dijo
MIGUEL HERNÁNDEZ: “muchos tragos es la vida y un
solo trago es la muerte” o como WOODY ALLEN
cuando dice: “No es que tenga miedo a morir. Lo que
no quiero es estar allí cuando ocurra”.O como RAINER
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
MARÍA RILKE: “Deje que la vida le acontezca. Créame:
la vida tiene razón en todos los casos”. También
hubiera deseado tener el ingenio para haber pensado
mi epitafio como este ANÓNIMO: “todo era una mierda
menos tú”. Podría seguir interminablemente, pero no
se trata de esto, tomen estas citas como vislumbres
de todo aquello que hubiera querido decir o escribir
pero que escribieron otros, mucho más talentosos y
grandes que este mero citador. En el fondo y también
en la superficie y en la forma tratamos de mi absoluta
falta de talento y originalidad, y también de mi amor
por la literatura, por el arte y la filosofía, de mi amor
por la sabiduría de los seres humanos. No creo que
todo esté dicho ya, simplemente hay otros que lo
dicen mejor y sobre todo antes que uno. La genialidad
y la grandeza se la reparten otros, precisamente los
genios y los grandes. No hago un ejercicio de
premeditada humildad, no, es un ejercicio, como ya
he dicho, de envidia y alevosía, de odiosa admiración.
En fin, ya tengo reservado mi lugar en el
infierno de los citadores, y como ya he citado antes
hay dos cosas que esta noche no puedo ocultar: que
estoy un poco borracho y que estoy enamorado.
Desgraciadamente ANTÍFANES me chafó la cita, amor
mío.
*Francisco Casavella (1963-2008).
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CANSINO.
Recuerdo que la primera vez que visité a un
psicólogo (intentábamos entonces una dudosa terapia
de pareja), este me preguntó, a modo de
presentación, si me importaba la opinión que de mí
tenía la gente. Yo fui tajante y con grosera eficacia le
respondí: sinceramente, me la suda.
Si les soy sincero está claro que hoy
respondería de manera muy distinta. Debo aclarar que
aquel terapeuta era de escuela conductista, sin entrar
en pormenores de adscripción científica (estudio de la
conducta en términos de estímulos y respuestas, tests
de personalidad y conducta, etc). Puedo decirles que
en ninguna de aquellas visitas este me aclaró cuál era
nuestro problema o siquiera si había algún problema.
Recuerdo que a mí me dedicaba, a lo sumo, veinte
minutos y a mi mujer más de una hora, con lo que
deduje que el problema, en verdad, era yo.
Poco tiempo después, aunque sabemos que la
medición del tiempo a pesar de ser exacta también es
relativa en cuanto a la concepción de la misma, ya en
solitario, volví a visitar a otro psicólogo, esta vez a un
profesional de afecto más ecléctico. En realidad
manejaba una mezcolanza de tendencias de raíz
¿cómo decirlo? más esotérica: Gestalt, terapias
sistémicas, cognitivas, constelaciones familiares, etc,
etc. Con él entré en las turbulencias de la memoria, en
las oscuras aguas de los traumas propios y familiares,
el misterioso mundo de los vínculos afectivos, e
incluso jugábamos, a modo de representación, con
muñequitos de Playmobil ¿Divertido, no? Este
terapeuta me aclaró que mi problema era EL
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ABANDONO, desde la infancia, que no he sido ni soy
capaz de asumirlo vaya, y que todo sucede porque
tiene que suceder, así es, y así fue. ASÍ FUE hasta que
dejé de gastarme los 60 euros de cada sesión. En fin,
las nuevas Psicologías de las emociones, las positivas,
las sistémicas, las sectarias…
Si les vuelvo a ser sincero ni el uno ni el otro
me ayudaron demasiado, me quedó claro que el
problema era yo y eso ya lo sospechaba o lo sabía a
ciencia cierta. Ahora ya lo sé pero me falta el dinero
que he empleado en saberlo.
Debería hacer más caso a mi amiga Cloti, a la que por
cierto solo le faltan dos asignaturas para terminar la
carrera de Psicología, cuando me dice que soy muy
CANSINO, y que no la torture más con mis peroratas
sentimentales. Ella sí que me lo deja clarito cada vez
que hablamos, me dice que busque las soluciones en
mí mismo, que aprenda a vivir, que viva, que siga
viviendo, que sepa ver que no todo el mundo gira en
torno a mí, que todos los seres humanos tienen
problemas y los solucionan como pueden, sin ser tan
cansinos como yo.
Así lo haré, lo intentaré, se lo prometo a ella y
a Vds., palabra de CANSINO.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Y AMAR, UN SIMPLE DEBER.
Ya lo dijo SÉNECA, que era un ciudadano del
Imperio Romano e hispano muy listo, muy pensador o
moralista: “si quieres ser amado, ama tú”. Yo,
humildemente, pienso lo mismo, y también estoy de
acuerdo con HENRY D. THOREAU, quien dijo que “Solo
hay un remedio para el amor: amar más”. O dicho con
otras palabras: “En amor, el que ama es un medio
seguro para ser amado, hay personas que no se
habrían enamorado nunca si no se hubieran enterado
de la existencia del amor” cita de ROCHEFOUCAULD.
También dijeron cosas parecidas ALBERT CAMUS y
HERMAN HESSE, respectivamente: “No ser amado es
una simple desventura. La verdadera desgracia es no
saber amar”. “Supe que ser amado no es nada; que
amar, en cambio, lo es todo”.
Supongo
que
se
preguntarán,
queridos
lectores, a qué viene este ejercicio de falacia literaria
al emplear estas citas para componer un escrito
propio. No les falta razón, se trata de una falaz
apropiación. Me he dado cuenta al querer hablar, una
vez más, del amor, de que ellos ya lo han dicho todo.
Ellos, entre los que se encuentran PITIGRILLI
(pseudónimo del escritor italiano DINO SEGRÉ, 18931975): “El amor es un beso, dos besos, tres besos,
cuatro besos, cinco besos, cuatro besos, tres besos,
dos besos, un beso y ningún beso”, y WILLIAM
SHAKESPEARE: “El amor, como ciego que es, impide
ver a los amantes las divertidas tonterías que
cometen”.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
No tengan cuidado, amigos, acúsenme de
plagio, de falta de originalidad o inspiración, de
oportunismo, vuelven a tener razón, en resumidas
cuentas se trata de eso.
Quisiera tener mi propio fraseo, tan determinante
como el de los maestros, pero no lo consigo y yo
quiero compartir con Vds. lo que sé del amor, en
carne propia, y en voz de los otros. “Tengan los
muertos la inmortalidad de la fama, pero sea para los
vivos la del amor” que bien dijo RABINDRANATH
TAGORE.
Porque, pese a todas las advertencias, sigo
amando, vuelvo a incendiarme, y ya sabemos que
“por lo que tiene de fuego, suele apagarse el amor”
TIRSO DE MOLINA. Y también deberíamos saber, yo al
menos lo sé, que “el amor más duradero es el amor
no correspondido” como dijo WILLIAM S. MAUGHAM.
Yo sé, lo aprendí de EDGAR ALLAN POE, que “amar es
un simple deber”, y “siempre he visto que en amor el
que huye es el que vence” como vio ALPHONSE CARR.
Por las vidas y las palabras de los otros podemos
vislumbrar las propias. Una vez repasadas las citas
subrayadas, acerca de este demonio que es el amor,
de mi prolijo diccionario de citas, decido aceptar que
estoy enamorado, y asumo también que “el amor es
una tontería hecha por dos” como dijo NAPOLEÓN, en
este caso hecha solo por uno, por mí.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LA VOZ.
Se cumplen 10 años de la muerte de FRANK
SINATRA, “La Voz”, y yo, sin saber por qué,
misteriosamente, he pensado en ti. En ti que tanto le
odias. Frank decía que había vivido una vida
maravillosa e intensa. Dijo que solo se vive una vez y
que no vale la pena perderse en menudencias y
penalidades. Era un gran vividor junto a su maldita
pandilla de ratas -Lauren Bacall dixit- (Sammy Davis
Jr. Dean Martin, etc). Adoraba la amistad y la juerga.
Era mujeriego, bebedor y canalla, y sobre todo
cantaba, canta, como nadie, como Dios, o incluso
mejor, si esta Omnipresencia, cantara.
También hubo -hay- auténticos maledicentes
que decían -dicen- que era un delincuente y que debía
su carrera musical y cinematográfica a sus vínculos
con la mafia. Hay que recordar que su familia era
vecina y quizás amiga de la de LUCKY LUCCIANO. Es
cierto que comenzó su carrera cantando en los casinos
de Las Vegas, reino en aquella época del Hampa, pero
por lo demás solo habladurías, supercherías,
maldades…
Tal vez por esto, por no saber distinguir la
persona –la mala persona según dices- del gran
artista, tú no lo soportas. O quizás únicamente porque
no te gusta nada de él, ni su timbre de voz, ni sus
canciones, ni su porte, ni su magnetismo, ni su
grandeza, ni su genialidad, algo que me cuesta tanto
entender, algo que nunca entenderé, algo que me
parece inconcebible en ti, insufrible de ti. Algo que me
hiere. Y esta indefensión que siento al no saber
transmitirte mi devoción indiscutible. Yo amo su voz y
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Carlos Cebrián
su vida, al artista y a la persona, no puedo dejar de
amarlo, y también por ello puedo perdonarte y
recordarte cada vez que escucho cualquiera de sus
canciones. Lloro al unir la emoción y el recuerdo, ya
sabes devoción y deseo al unísono.
Se cumplen 10 años de la muerte de FRANK
SINATRA. Dicen que cuando vino a Madrid en 1986, a
cantar en el SANTIAGO BERNABÉU, no se vendieron
muchas entradas, que hubo que regalarlas para poder
presentar una asistencia digna, unas 10.000 personas,
también dicen que ya no podía sostener su gran voz,
tenía entonces 70 años, y que por el escenario se
repartían diversas pantallas donde el genio italoamericano leía las letras de las canciones en cada una
de sus interpretaciones. Dicen que odiaba sus
canciones más conocidas, como MY WAY. Que odiaba
las sesiones de grabación y repetirse. En fin,
habladurías, maldades, OH VOZ, de esos paganos
intolerantes.
Se cumplen 10 años de la muerte de mi
querido FRANK, “La Voz”, y yo, sin saber por qué,
misteriosamente, he pensado en ti. Devoción y deseo
al unísono, cariño.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
APOLÍNEOS* O DIONISIACOS**.
*ADJ. Que posee los caracteres de serenidad y
elegante equilibrio atribuidos a Apolo, Dios griego.
Dicho de un varón que posee gran perfección corporal.
** ADJ. Perteneciente o relativo al Dios griego
Dioniso.
Impulsivo,
instintivo,
orgiástico,
en
contraposición a Apolíneo.
Desde que leí el artículo LA MEJOR BANDA de
ROBERTO BOLAÑO en el que diferenciaba a los poetas
verdaderos en apolíneos o dionisiacos, creo que yo
también tiendo a distinguir a las personas que
conozco, aplicándoles esos calificativos, según les
correspondan sus características. He estudiado ambos
adjetivos y a ambos dioses o mitos griegos y creo
que, en efecto, básicamente, las personas nos
dividimos en esos 2 grupos. Por un lado las que aman
el orden, el intelecto y la belleza ordenada y por el
otro las que amamos la exaltación del mundo real, la
improvisación,
el
impulso,
lo
orgiástico,
la
desordenada y decadente belleza que nos rodea.
Siempre en contraposición de las unas con las otras.
Por supuesto, todos, los unos y los otros,
admitimos contradicciones en nuestras características.
Podemos asumir cualidades, esporádicas, puntuales,
que caracterizan a los del grupo opuesto. Desde luego
estoy frivolizando, hago un ejercicio de furioso
relativismo. Es curioso RELATIVISMO es una palabra
que, también, me conmociona, una teoría filosófica
que niega el carácter absoluto del conocimiento, al
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
hacerlo depender del sujeto que conoce, es decir que
es la subjetividad de quien mira o conoce la que
predomina y no el absolutismo del Conocimiento.
Supongo que al considerarme dionisiaco,
también me atribuyo la cualidad de relativista, creo
que ambos adjetivos me van como anillo al dedo. Soy
subjetivo
en
casi
todo,
caótico,
apasionado,
contradictorio, sobre todo en mi manera de amar, en
busca de la belleza orgiástica y salvaje. Sin embargo
soy ordenado hasta la obsesión en materia doméstica,
equilibrado, pulcro, en busca de la belleza fría de los
objetos. Me atraen los opuestos, aquellas personas
crédulas, espirituales, místicas, o por contra las que le
conceden preeminencia al conocimiento y a la razón,
me enamoro de las desordenadas y apasionadamente
caóticas, gusto del orden silencioso y de la melodía.
Me apasiona tanto la música sutil de Bach o Rodrigo
Leao, que simbolizan lo apolíneo, como la música
exaltada de Wagner o Nick Cave, lo dionisiaco. Puedo
sentir la melancolía o la felicidad más tibias tanto
como la más desesperanzada de las tristezas, o la más
esperanzada alegría. Puedo resistir las emociones o
puedo romper a llorar o reír, en cualquier momento,
en soledad o en compañía. Puedo amar en silencio o
en voz en alta, a vivo grito. Pura contradicción, como
todos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
AMANTES.
Dice mi amigo EDUARDO BOIX, en un artículo
que tuvo a bien dedicarme (LA KRIPTONITA, diario LA
VERDAD de Elche, 9 de febrero de 2008), que desde
pequeño siempre supo que sería escritor. Y del
escritor RAFAEL CHIRBES, premio de la crítica con su
novela CREMATORIO, he leído que “la literatura es
como las amantes. O vas al límite o te dejan. Tienes
que tener el valor de tocar fondo”. En cambio yo,
cuando era pequeño, nunca quise ser escritor, incluso
hoy sigo sin querer serlo, siempre me propongo dejar
de escribir y nunca lo consigo. La verdad es que, como
las amantes, mi literatura me abandona con mucha
frecuencia, pero siempre vuelve a mí para hacerme
penar de nuevo. Y yo, creo, estoy incapacitado, por
cobardía, para tocar fondo, no tengo ese valor.
Yo quería ser futbolista y no tuve suficientes
condiciones para serlo, además de padecer una grave
lesión, aunque les suene a justificación. Pero lo que
siempre quise ser y querría ser, hoy mismo, es
músico. La música para mí es la mayor de las
amantes, artes quise decir. Lo daría todo por
componer, tocar la guitarra, el piano…, lo daría todo,
incluso mi alma, por ser músico. Pero tampoco he ido
al límite por ella, la música.
Con los años he conseguido ser entrenador, sin
título, de fútbol en categorías inferiores, y he de
confesar que ni siquiera la poesía ha conseguido
emocionarme como lo consiguieron mis jugadores en
determinados partidos, recuerdo alguno en el que
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
terminé haciendo corro con ellos y llorando, empapado
de una emoción sublime.
Yo desde pequeño siempre supe que sería un
capullo, y a fuerza de tozudez lo he conseguido con
creces. No estudié lo que debía, no trabajé lo que
debía, viví siempre al dictado de otros, en la cesión de
mis querencias, en el aferramiento a mis querencias,
en la expulsión de mis querencias. No cuidé cuanto
debía a mis amantes, ya fueran la poesía o el fútbol o
la música o las mujeres, no tuve el valor de ir al límite
y de tocar fondo, y el resultado fue que me dejaron,
que me han ido dejando, que me han dejado, que me
dejan varado en las orillas de mis glorias, sin
alcanzarlas.
Afortunadamente hay quien, incluso, me
considera su maestro, en cuestiones literarias, como
mi amigo Eduardo, insensato él, o quienes se
emocionan con mis escritos sin más o quienes se
emocionan con el juego de mis equipos, o quienes
aprecian mi manera de ser y estar en el mundo y mi
compañía, y quienes, también, estiman mi cariño o mi
actitud de amante fugaz y mi egocéntrica pasión. Por
supuesto también hay quienes me desprecian y
rechazan en todos esos ámbitos, pero de eso trata la
vida, de amigos y adversarios, de afines y opuestos.
¿No creen?
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
ABRAZOS
Tiene el abrazo, si es verdadero, mucho de
consuelo. Esa plenitud del cariño, de la amistad, del
amor que viene o del amor que se va. Pero, en
ocasiones excepcionales, el abrazo tiene algo más
hondo, son esos abrazos que convierten ese momento
en un momento eterno, perdurable, marcado a fuego
en las entrañas de uno. Abrazos que tienen la
cualidad, la capacidad de detener el tiempo y fundirlo
todo en negro. Abrazos que atrapan el momento de la
magia, en un saludo, en una despedida, en un
reencuentro, con alborozo o con lágrimas, con
profunda emoción siempre.
¿Han
sentido
eso
alguna
vez,
han
experimentado ese detenimiento de la vida a su
alrededor? Yo lo he sentido algunas veces, pocas, 3 o
4 en toda mi vida. La primera fue la última vez que vi
a mi padre, al despedirme de él, nos abrazamos, a
sabiendas de que era la última oportunidad, y
entonces surgió el milagro, se detuvo nuestro tiempo
en la más honda oscuridad, y ese instante mínimo fue
la eternidad. La segunda también fue una despedida,
nos dijimos adiós mientras ella huía de mi abrazo a
duras penas y lloraba con angustia, sabiendo que era
la última vez, y fue entonces, al rendirnos por fin,
cuando volvió a surgir ese milagro y se me detuvo el
tiempo y el momento se me hizo eterno y solitario.
Casi siempre abrazos de despedida, dolor y emoción,
pena y consuelo. Perdón.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Pero últimamente he tenido la fortuna de sentir
esa eternidad otra vez, y ha sido un abrazo de
salutación, de alivio, de cariño, que ha obrado el
milagro, misteriosamente, otra vez. Sí, mi majaranda
amiga, hippie convencional, cuando me abrazaste y
me retuviste entre tus brazos, sentí tu respiración
marcada a fuego en mi piel, y me calmaste los odios y
las tristezas.
Y mi caótica amiga también ha obrado este
milagro, y al abrazarnos volví a sentir la embestida del
deseo, el acicate del amor, y empecé a recordar y a
repetirme los versos de la canción: “siempre me voy a
enamorar de quien de mí no se enamora y es por eso
que mi alma llora, y ya no puedo más, y ya no puedo
más…”* Pero, pese a todo, sentí el aliento, la grácil
placidez del cariño, y fue hermoso.
El milagro vuelve cada vez que me abraza un
niño, cada vez que abrazo a mis sobrinos. El milagro
da la cara pocas veces, pero si lo hace es la pura
belleza y ya ningún pesar tiene sentido durante un
instante mínimo y eterno.
Pruébenlo, amigos, hagan inventario de abrazos
milagrosos, seguro que recordarán más de 1 y de 2, y
de 3… Es seguro que alguna vez en sus vidas han
gozado de ese milagro.
* Melancolía. Camilo Sesto.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
29 DE JUNIO DE 2008.
Las emociones nos asaltan, a menudo, de
improviso, en cualquier momento, son
poco
domeñables. No controlamos el mecanismo que las
provoca. Confieso que últimamente lloro más que
nunca, o lo diré de manera más precisa: confieso que
últimamente lloro mucho.
Pondré algunos ejemplos. Al escuchar viejas canciones
de mi adolescencia, lloro, las tarareo y descubro un
llanto insonoro en forma de lágrimas que caen por mis
mejillas. Por ejemplo: el otro día al término de una
maravillosa velada con mi caótica amiga, cuando
volvía a casa con mi vespa roja, rompí a llorar como
un niño mientras conducía. También lloro si reveo
viejas películas, GREASE, FLASHDANCE, ET, etc. Lloré
desconsoladamente al ver la última entrega de mi
querida saga de INDIANA JONES, o al volver a ver la
escena de la muerte del último replicante en BLADE
RUNNER. Sin ir más lejos sufrí un gran berrinche
mientras asistía al concierto de mi admirado WIM
MERTENS. Por supuesto cuando me marcho y dejo a
mi hermosa amante en su casa, esperando, ambos,
nuestra próxima cita, lloro de vuelta a casa montado
otra vez en mi vespa. Lloro al observar a hurtadillas a
mi madre, o cuando la acompaño al médico. Lloro al
pensar en mis sobrinos. Al reconocer la sombra de su
nombre rondándome en las entrañas, lloro, o al
recordar, por pura reminiscencia, sus perfumes, o al
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
verla caminar desde lejos con su elegancia y fresca
belleza de siempre.
Cuando recibo llamadas o
mensajes de mis amigos también lloro. En realidad
lloro demasiado, últimamente, por cualquier insensato
motivo, me paso el día entre lágrimas, es agotador…
Soy un auténtico moña, querida ESTHER, tienes razón.
En fin, cualquier acontecimiento, por nimio que sea,
me provoca a llanto. No sé explicarlo, pero es una
sensación melancólicamente feliz, contradictoria.
Recuerdo que el 20 de mayo de 1998, desde
que MIJATOVIC marcó el gol de la 7ª para el REAL
MADRID, lloré hasta el final del partido, sin parar. Y el
pasado domingo 29, estuve llorando desde que
FERNANDO TORRES marcó el gol del triunfo contra
ALEMANIA. Y seguí llorando mientras saltaba en la
GLORIETA al grito de CAMPEONES, mientras saltaba y
cantaba eso de: YO SOY ESPAÑOL, ESPAÑOL,
ESPAÑOL, rodeado de adolescentes y niños y gentes
de mi generación, alegres, felices y olvidadas de la
susodicha crisis o de sus peripecias sentimentales. Y
lloré abrazado a mi amigo JAVIER BAEZA mientras
bebíamos y celebrábamos el dichoso gol una y otra
vez. Y también lloré al caer en la cuenta de que el 29
de junio mi sobrino ISRAEL cumplía 18 años, sí lloré, y
lloro ahora al escribir esta crónica lacrimógena de mis
llantos.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
QUERIDOS MAJARANDAS.
Con los años he aprendido que vivir es muy
sencillo, más fácil de lo que nunca supuse. En realidad
yo no sé mucho de la vida, en verdad creo que no
supe vivir casi nunca con la sencillez que requería el
reto, y por ello compliqué mi existencia con
tribulaciones absurdas, tristezas, carencias, errores,
dependencias. Lo primero que siempre he ignorado es
que vivir es saber convivir con uno mismo, tolerarse,
comprenderse, quererse a uno mismo y no juzgarse
con demasiada severidad, ser indulgente y ser feliz.
Algunos orientalistas nos instan a vivir en el no
deseo, en el no apego, para no desear lo imposible o
lo caduco. Para encontrar la sencillez de la vida nos
inculcan la meditación, la introspección, quizás la
fluidez, es decir dejar que todo fluya a nuestro
alrededor y en nuestro interior, para evitar los
obstáculos sin violencia. En definitiva aprender a
domeñar nuestras compulsiones humanas y dejarnos
llevar por la corriente del río de la vida. Nuestros
amigos ignoran u obvian que, a veces, la corriente del
río es abrupta, con remolinos, con rápidos que nos
arrastran. Entonces nos dicen, nuevamente, que no
nos resistamos, que nos dejemos llevar para no ir
contra la corriente. Algo tan sencillo como el TAO, el
camino. “Entrar en la vida: ir hacia la muerte” LAO
TSE. Con la conciencia tranquila de que eso es la vida,
un camino que empieza y termina y se renueva en
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
vidas sucesivas. Bifurcaciones de un único camino.
Qué cachondos los orientalistas ¿verdad? Yo les
llamo MAJARANDAS. Yo creo en ellos, e incumpliendo
sus postulados, incluso, casi siempre deseo o me
enamoro de mujeres un pelín majarandas, aunque yo,
confieso, no sé deshacerme de mis compulsiones
humanas y sigo a pies juntillas los mandatos de mi
deseo y mi corazón, y busco el apego, el aferramiento
a la vida, y lucho, siempre he luchado, contra la
corriente que nos arrastra. Sin duda una querencia por
la distinción, una ensoñación: ser
diferente,
distinguirme del resto de los mortales. Una estupidez.
Vivir es ser libre y justo. Y buscarle un sentido a la
vida, como refería HENRY MILLER, por el hecho mismo
de que carece de sentido. Ya sea filosófico o religioso,
no tiene significado, tampoco explicación, ni en este
mundo ni en los sucesivos o paralelos ¿Sabéis qué
pensaba, en contraposición, acerca de ello, CHARLES
CHAPLIN? Decía que “la vida no es significado, la vida
es deseo”. Lo siento mis queridos majarandas pero yo
estoy con el genio. Yo ya no le busco ningún
significado al hecho de vivir, sí un sentido, el deseo.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LA BELLEZA
A Marisa, a Laura.
Supongo que el ser humano desde que tiene
capacidad de pensamiento intelectual y lenguaje ha
intentado definir la Belleza. Desde entonces, filósofos,
poetas, pintores, han intentado definirla y explicarla
con mayor o menor acierto. Podríamos encontrar
muchas definiciones y citas al respecto, pero a mí la
definición que más me gusta y me llega es la del
diccionario esencial de la lengua española: “propiedad
de las cosas de la naturaleza y de las obras literarias y
artísticas que hace amarlas, infundiendo en nosotros
deleite espiritual”, simplemente Poesía. Por supuesto
el
concepto
de
belleza
posee
características
subjetivas, y es cuestión de percepción, como tantas
cosas.
PLOTINO un filósofo neoplatónico distinguía 2 clases
de belleza, a una la llamó belleza perezosa y a la otra
la llamó diligente, activa o estimulante. La primera
aunque pasma al espectador no consigue atraerlo, la
segunda despierta un enérgico dinamismo afectivo.
Reparen en ello: la belleza perezosa pasma, sin
atraerlo, al espectador. Difícil, ¿verdad? El filósofo nos
imbuye en el concepto, en la ética, incluso en la
moral, relaciona la Belleza con el afecto. Exactamente
igual que el diccionario.
Yo creo que la Belleza está en todas las cosas,
hasta en los acontecimientos terribles podemos
encontrar belleza, salvaje, cruel, pero belleza al fin y
al cabo. Es nuestra misión en el mundo, además de
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
vivir, buscar y encontrar la Belleza, por eso, desde las
cavernas, el ser humano ha desarrollado sus dotes
artísticas y sus dotes afectivas y amatorias, después
las ha mezclado con la necesidad de explicarse a sí
mismo y su destino, con la religión, con la sed de
conocimiento, pero lo primigenio es la Belleza, porque,
como decía PLATÓN, la Belleza es el esplendor de la
verdad.
En otra acepción del diccionario se dice de la
Belleza: persona o cosa notable por su hermosura. Y si
atendemos a esta hay tanta belleza como personas
existen o como personas miran. Pura subjetividad.
Qué bello es vivir, como se titula la película de
FRANK CAPRA, incluso en los peores momentos. Yo
vivo uno de ellos y en la angustia, cuando miro a mi
alrededor, también encuentro la Belleza de los amigos
que me acompañan, la Belleza de un mundo salvaje e
indómito que me impulsa a seguir vivo y atento.
Encuentro la Belleza de todos mis afectos, me tropiezo
con la Belleza plácida de tu mirada ingenua, o con el
caos y la Belleza silvestre de tu mirada desesperada.
La Belleza de las canciones, de los libros, del arte, que
me insuflan ganas de vivir. Encuentro la armonía, la
diferencia entre lo verdaderamente importante y lo
superfluo. Toda la Belleza que anhelo y persigo.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
DE LA IRONÍA SENTIMENTAL
En 1995 mi amigo PEDRO SERRANO publicó un
hermoso cuadernillo de poemas titulado “De la ironía
sentimental” (Los cuadernos imposibles nº 2, ED.
Frutos del Tiempo). Ese título resume e identifica la
poética de ambos. Los dos creemos que la poesía es
eso precisamente, ironía y sentimiento. Ironía como la
figura retórica que consiste en dar a entender lo
contrario de lo que se dice. Y a ello nos hemos
aplicado durante todos estos años.
Últimamente yo he traicionado un poco ese postulado,
y he producido una literatura más sufrida o sufridora,
menos irónica aunque del todo sentimental. Digo
menos irónica porque, en verdad, nunca he dejado de
aderezar mis escritos con una pizca, al menos, de tono
burlón. Pedro, en cambio, ha seguido fiel a su fe
poética y en cada verso, en cada poema, destila esa
burla fina y disimulada tan característica de su poesía,
e incluso, de su persona, Pedro es así, jodidamente
irónico y sentimental. De un poema de ese cuadernillo
extraigo estos versos que me siguen emocionando:
“al acabar el día/ la luz se gasta como un
relámpago/ oigo al cuco/ y su canción es tu
regazo. / Te miro a los ojos como si fuera feliz”.
Te miro a los ojos como si fuera feliz… ¿Cabe más
ironía, mayor sentimiento? Sinceramente creo que no.
Como decía yo he traicionado este postulado y he
invertido mi tiempo en sufrir y con ello he
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
contaminado, en ocasiones, mi literatura. Desde el
sufrimiento también es posible aplicar distancia,
artificio, pero yo, algunas veces, solo he aplicado
terapia y por ello he estado casi 2 años sin escribir.
Debo confesar que no lo he echado de menos.
Tampoco he leído mucho, más bien poco, por
supuesto mucho menos de lo que necesitaba, y más
de lo que me apetecía. La verdad es que el objetivo de
esta renuncia era el de no utilizar mi cuaderno como
un formato terapéutico. Pero al final todo ha sido inútil
y he vuelto a escribir y publicar estas columnas que
les llegan cada semana, y sospecho que les han
llegado con toda la carga de solipsismo que me
caracteriza. Con el ego inflado de este columnista
aficionado y con su reiterado exhibicionismo. De nada
sirven la autocensura ni las poéticas cuando las
riendas las gobiernan los sentimientos desatados.
Harían mejor si supieran disculparme la patética
osadía que cometo cada semana y leyeran, por
ejemplo, cualquier libro de CARLOS CASTÁN, yo les
recomiendo el último “Sólo de lo perdido” (ED.
Destino 2008). “Historias que sangran, (en las que
el autor consigue expresar todo aquello que yo dejo
en mero intento) y nos enseñan que la soledad guarda
su secreta definición en los recovecos de cada uno de
nuestros corazones. Un canto irónico a los solitarios y
perdedores que hay en cada uno de nosotros”.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
ENAMORAMIENTO O AMOR.
Creo que me siento enamorado, en total proceso de
enamoramiento. Por ello me he interesado desde un
punto de vista filosófico o, incluso, psicológico, por
este hecho. He buscado lecturas al respecto, textos,
definiciones, que puedan ayudarme a entender este
estado febril, feliz, eufórico, que me acosa, sí, digo
bien, que me acosa.
Por otra parte también he querido trazar una línea de
frontera entre el concepto de enamoramiento y el de
amor, porque no son la misma cosa. La teoría
concluye que el primero es el estado naciente de un
movimiento colectivo de dos, y que el segundo
empieza donde termina el primero. Sin embargo yo
creo que uno no conduce, necesariamente, al otro.
Como tampoco ni lo uno ni lo otro llevan, con carácter
indefectible, a la pasión sexual, al deseo. Tampoco
pretendo estudiar, concienzudamente, diferencias de
planteamientos culturales, sociales o religiosos, según
momentos históricos. No, solo quería y quiero aclarar
este ofuscamiento, dejar calmo este corazón desolado,
roto, que vuelve a latir, alocado y posiblemente
ingenuo, estúpidamente adolescente.
FRANCESCO ALBERONI, un sociólogo italiano, en 1979
revolucionó la psicología y la sociología con su ensayo
ENAMORAMIENTO Y AMOR, y en 2005 insistió sobre
ello en algunos capítulos de su libro SEXO Y AMOR.
Alberoni nos dice que “nos enamoramos cuando
estamos cansados del presente, cuando estamos
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
preparados para dejar atrás una experiencia ya
realizada y desgastada y reunimos el coraje vital para
llevar a cabo una nueva exploración del mundo, para
cambiar de vida. El enamoramiento es, pues, una
discontinuidad, el fin, la muerte de un estado y el
nacimiento de otro. El enamoramiento es fruto de la
libertad”.
Alberoni dice muchas más cosas, un sinfín de
pormenores acerca del enamoramiento y del amor,
pero yo subrayo este extracto parafraseado, que no
literal, como pieza intertextual, con la que estoy en
total acuerdo, es más, es como si hablara de mí. No
comparto otras de sus posiciones, como la de que el
enamoramiento, al final, lleva al amor, a la
exclusividad, a los celos, a la pasión monógama. O
que uno no decide el objeto de su enamoramiento. Yo
siento que cada uno elige sus afectos, en muchos
casos en sus opuestos, y por ello, posiblemente
complementarios. Yo he elegido enamorarme de quien
me he enamorado porque sí, porque me da la gana.
He escogido el objeto y el sujeto de mi deseo y de mi
enamoramiento y no necesito ser correspondido para
completarlos. Es más, me gustan sus pequeños o
grandes rechazos, sus disculpas, sus negativas, que
me fortalecen. Y lo vivo con una felicidad insensata.
No sufro. Vivo, otra vez. Mi corazón ha reemprendido
su incierto y loco y maravilloso pulso.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
MI HERMANO
A veces el Tiempo rompe hasta la amistad más
sólida, corrompe hasta el amor más profundo, puedo
atestiguarlo. El paso del tiempo puede, a veces, con
todo.
Yo no he conocido una amistad más grande que la que
mi hermano y yo disfrutamos en nuestra infancia. Mi
hermano y yo éramos muy diferentes, siempre juntos
pero por caminos distintos. Él era la inteligencia y yo
la voluntad, él la sensatez y yo el orgullo. Mi hermano
siempre me tuvo para defenderlo por la fuerza y yo lo
tuve a él para defenderme con la palabra. Sospecho
que yo siempre aposté a caballo ganador en todo lo
relacionado con mi hermano. Yo era más fuerte,
jugaba mejor al fútbol y siempre fui más popular. Yo
era del Real Madrid y él del equipo de su tierra, el
Valencia. Sí, yo siempre apostaba a ganador, en todos
los ámbitos. Yo iba con los fuertes y él con los
perdedores, ejemplos: yo iba con los vaqueros y él
con los indios, yo con los yankees, él con los
confederados,
yo
romanos,
él
bárbaros,
yo
americanos, él japoneses. Si jugábamos un partido de
fútbol mi misión era marcar los goles, la suya
evitarlos. Si nos citábamos para pelear con los chicos
de las calles vecinas, yo era el jefe y él el gregario.
Hoy sé que mi hermano siempre fue más listo,
siempre tuvo la confianza de mi madre y el cariño de
mis abuelos y tíos por delante de mí, se hacía querer.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Mi madre si nos encargaba cualquier compra, le
confiaba el dinero a mi hermano, por supuesto, la rara
sabiduría de las madres con sus hijos.
En cuestiones físicas él era más débil pero solo
en eso. Recuerdo que una vez haciendo yo el
tarambana, algo tan habitual, mi hermano al querer
imitarme se cayó de una ventana enrejada y se
rompió el brazo. Yo, en la tierna ignorancia de todo
niño, creía que debían amputárselo y le dije a mi
abuela que no se preocupara, que yo le daría el mío.
No puedo recordar nada de mi infancia sin mi
hermano a mi lado.
El paso del tiempo nos distanció, seguramente
demasiado, dicen que es ley de vida, pero yo creo que
no es así exactamente. Con la edad generamos
reproches que en la infancia, cuando todo es voluntad
y honestidad, no ocurren. Con el tiempo yo me hice
como era mi hermano, siempre del lado de los
perdedores, más contestatario, ahora voy con los
indios y con los bárbaros, con los confederados, con
los japoneses… En otras cosas sigo igual, sigo siendo
más bajito, soy del Madrid, y sigo siendo menos listo
que él. Me siguen gustando los musicales americanos,
aunque de pequeño lo disimulara, y sigo siendo más
de Fred Astaire que de Gene Kelly, más de Ginger
Rogers que de Cid Charisse, pero solo un poco más.
Sigo queriéndolo como entonces o incluso más, con la
diferencia que ahora lo echo de menos, porque estoy
muy lejos de su lado.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
INDIGENCIA
Últimamente fijo mucho la vista en los
indigentes que pululan por nuestras calles. Los
observo y me pregunto qué avatares los habrá
conducido a tal situación: alcoholismo, drogadicción,
negocios ruinosos, problemas laborales, fracasos
personales o amorosos, si no son lo mismo, desidia,
abandono, depresión, esquizofrenia, pobreza, qué se
yo, y me digo que todos pudieran estar relacionados.
No siento compasión al observarlos, solo me invade el
miedo.
La indigencia no es solamente la falta de medios para
vestirse o alimentarse, también representa la falta casi
total de dignidad, la pérdida de la misma, el
desvalimiento personal y social, la inadaptación o la
renuncia. La huida de todo y aun de uno mismo. La
ocultación. El escondrijo perfecto. La indigencia no es
pobreza, no únicamente, no en su absoluto, ambas no
están tan relacionadas como pudiera parecer. Muchas
veces la indigencia es una elección personal, ya sea
por cobardía o por absentismo de uno mismo, por
hastío. La pobreza, casi siempre, viene impuesta por
condicionantes sociales a los que uno escapa con
dificultad. Dice un anónimo: “la pobreza es para los
ricos una ley de la naturaleza”.
Decía que siento miedo ante la indigencia,
quizás porque me veo reflejado en la misma,
sinceramente hoy la diferencia entre ellos, los
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
indigentes, y yo, es meramente estética, todavía. No
soy pobre en el absoluto de la acepción pero sí soy
indigente, en lo económico y en lo emocional. Y lo que
más duele es que soy la pura consecuencia de mis
decisiones, de mi fracaso personal. Lo he perdido casi
todo a causa o como consecuencia de mis elecciones,
tanto las morales como las empíricas. El fracaso
amoroso me lleva al laboral y este al fracaso a secas.
Arrostro muy adentro, una sensación perenne de final,
de arribada, que me paraliza.
A quien me quiere le infiero a que no busque
más responsables de mi situación que a mí mismo, a
mis putos ideales personales, a la falsa idea de
honestidad y honradez, de engañosa fidelidad, de
lealtad y de amor, de conmiseración, que mi
educación sentimental me ha inculcado. Estoy
paralizado, sin fuerzas, cometiendo estos actos de
exhibición impudorosa y narcisismo desvalido, que me
salvan de la incomunicación, de la soledad más
pertinaz. Me refugio en mis amigos. En dulces y puras
y benditas amantes, reales y quiméricas, que me
vuelven a salvar mostrándome los dones del amor
verdadero, y otra vez sus riesgos, que me calman la
angustia.
Aquí estoy, en ruinas, ardiendo como una
llama*, como dijo el poeta, conclusión de mis afectos,
de mis luchas y renuncias, de mi yo desolado.
Consecuencia, cómo no, de mi deseo… de ti.
*Joan Perucho
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
LA EXTRAÑA PAREJA
Mi amigo y yo paseamos juntos, a lomos de mi vespa
roja, por la ciudad, como imitación y homenaje a
nuestro admirado director de cine italiano NANNI
MORETTI, en el capítulo 1 de su magistral CARO
DIARIO, titulado IN VESPA. Él alto y con esa fortaleza
revestida de fina ironía, con su sólida ceguera, yo más
bajo y quebradizo como siempre y nunca y con mi
“ceguera” metafórica y tormentosa.
Mi amigo me acompaña, los domingos por la tarde, a
visitar a mi delicada amante y salimos los tres a
pasear por las calles de la ciudad o vamos a conciertos
memorables que yo recomiendo y pagan entre ellos, o
nos quedamos a cenar un hogareño hervido que ella
ha preparado con extrema delicadeza, y reímos juntos
y
escuchamos
músicas
chinescas
o
no,
o
contemplamos las lunas afanosas de la noche y
hablamos de poesía y de amor o de amores rotos…, o
simplemente vemos televisión. Y al marcharnos, los
dos juntos, nos despedimos de mi hermosa amante,
ya montados en la vespa, que nos observa desde su
balconada y nos lanza besos reparadores. Ella nos ha
bautizado como “la extraña pareja”, y no le falta
razón.
A veces acompaño a mi amigo en su inusual y nueva
costumbre de ir de tiendas para comprar zapatos a
hechiceras mujeres. La soledad era esto, querido
amigo, así de simple, cambiar de costumbres, acudir a
los amigos e invadir pacíficamente sus momentos de
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Carlos Cebrián
amor. (Ya encontraremos otros más propicios).
Compartir el parto del dolor, compartir la fecunda
alegría de seguir adelante, con firmeza y sabiduría.
Mi amigo se deja aconsejar por mí en lo que se
refiere a música, y yo por él en lo que concierne a
cinefilia. Él siempre paga los cafés, desde hace tantos
años como dura nuestra amistad. Mi amigo está
sufriendo, con dignidad. Está sufriendo la añoranza del
diario acontecer de sus hijos. Se le ilumina el rostro
cuando nos comenta cualquier anécdota sobre ellos, la
eterna duración de un beso del pequeño o los gustos
musicales y literarios de la mayor, o el creciente
encanto de la mediana. Mi amigo está sufriendo con
esa radical ironía y fortaleza que lo caracterizan, sin
quebrarse, sin quejarse. Mi amigo nombra sin titubear
lo que ha perdido, con el respeto que se le debe al
amor antiguo, a la vida que ha sido.
La verdad es que componemos un perfecto
retrato de “la extraña pareja”. A él le ha tocado hacer
el papel de Walter (Matthau) y a mí el de Jack
(Lemmon), cuestión de garbo y de estatura. Yo
intento transmitirle mi experiencia como bálsamo,
pero él sabe que no hay dos vidas iguales ni nada que
se le parezca. Y al fin siempre es él quien me
consuela. Porque la tristeza, si no, es algo que se
contagia. Seguimos paseando a lomos de mi vespa
roja…
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
NIGHT AND DAY.
Su sombra oscurece mis días y mis noches. Tu
luz ilumina mis noches y mis días. Noche y día
compartes el tiempo de mis sombras y mis luces, pero
solo como contraste entre las unas y las otras, las
tinieblas o los jardines soleados, la tormenta o la lluvia
tranquila. En verdad quisiera decírtelo igual que la
canción de COLE PORTER: “night and day you are
the one/ only you beneath the moon and under
the sun”. Tú me dices que llene la mente de sueños
como si ya estuvieran alcanzados, para así
alcanzarlos. Me ruegas que no sufra, porque si sufro
yo, también sufres tú. Tú me cantas al oído: “night
and day you are the one”…, una y otra vez.
Su nombre ronda, agazapado, en mis entrañas
y retuerce mis vísceras. Tu nombre solo nombra las
cosas hermosas, y es el bálsamo de todo dolor. Tu
nombre acicala la noche y el día, renombra el deseo y
clarifica los sueños tormentosos.
Su nombre trae el desconsuelo de lo no
olvidado, la preponderancia del lastre que arrastro. Tu
nombre trae consigo la solidez y la firmeza del
presente. Su nombre es tal el rencor o el frío, el tuyo
es el abrigo.
Noche y día ambos nombres me asaltan, los
nombres inversos, los que nombran los caminos
enfrentados y bautizan los miedos. Porque el miedo
paraliza todo intento de elegir el camino correcto. El
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Carlos Cebrián
camino (TAO) es parecido a un abismo, origen de
todas las cosas del mundo. ( LAO TSE dixit).
Night and day you are the one que existe,
insiste, distingue, night and day you are the one
que amansa a la fiera y ordena el caos, que apaga el
fuego de este incendio perenne que soy.
I think of you day and night. Deja que Ella
(Fitzgerald)
lo
susurre,
una
y
otra
vez,
interminablemente. Deja que las llamas aniquilen todo
vestigio, toda raigambre, deja que las llamas incineren
cualquier ruina, por nimia que sea, de los nombres
antiguos. Que tu nombre sea como el agua sobre los
rescoldos. De hecho tu nombre es el agua sobre los
rescoldos.
Su nombre ensombrece mis días y mis noches,
deambula entre mis fuerzas y las agota. El antes y el
después se siguen. Lo fácil y lo difícil se completan. Su
nombre es la llaga. Tu nombre es el ungüento. La
espada que se afila sin cesar pierde al fin su filo. Todo
ser lleva en su espalda la oscuridad y estrecha en sus
brazos la luz.
Tu nombre solo nombra las cosas hermosas, en su
música contiene la luna de Abril, las voces, las
canciones, las noches y los días. Nombra el Universo y
lo renueva.
Night and day you are the one, day and night
why is it so, that this longing for you…
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
ZARANDEO.
Uno, casi siempre, de seguro, cree tener su
pensamiento afirmado, bien cimentado. Tiene clara su
filosofía de vida, con fijeza, casi inflexible. Es el paso
del tiempo el que lo saca de ese craso error. La propia
vida es la que lo zarandea, y lo lleva de aquí para allá,
para poner en cuestión todo su pensamiento, todos
sus ideales, toda su vida en fin.
Hay una cita de HERMAN HESSE que ya utilicé en otra
columna publicada el 3 de junio de 2008 en este
mismo medio “Y amar un simple deber”, que dice:
“Supe que ser amado no es nada; que amar, en
cambio lo es todo”. Y en febrero de este mismo año
publiqué otra columna titulada “El odio” en la que
dije que no hay sensación más angustiosa que sentir
que alguien te odia, y que el amor y el odio están
separados por una delgadísima línea
Pues, en efecto, la vida, el paso del tiempo, ha venido
a zarandearme para poner en cuestión aquello que
afirmaba entonces. Hoy creo que el odio que crees
que alguien siente por ti no es más que una
proyección del odio que uno siente hacia ese alguien
determinado, es decir, si crees percibir que te odian,
simplemente es eso, una percepción, nada irrefutable
y además una percepción condimentada con tu propio
rencor. Hoy sé que amar lo es todo, pero también sé
que sentirse amado es tan hermoso como amar, es
más, también creo que puede ser el puente para llegar
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
a amar. Si eres capaz de sentir que te aman puede ser
un medio seguro para amar y a la inversa también.
He aprendido que las heridas se curan y que aunque
quedan cicatrices difíciles de disimular, uno puede
seguir adelante, pasar página como dice la estúpida y
sabia frase hecha. La pátina del dolor lo barniza todo
de un carácter indefinible, que nos parece como una
sentencia, algo insuperable, pero es mentira. A
menudo uno cuando queda herido permanece sujeto a
sus heridas, lamiéndolas con contrición, cree también
haber perdido la capacidad de amar y vivir, pero todo
es falso, un teatro bufo de uno mismo. Todos
tendemos al melodrama para explicarnos, para
aceptar los reveses, al victimismo para justificarnos.
A veces es necesario tropezarse con el amor para
aprender a amar de nuevo, tropezarse con la vida
para aprender a vivir de nuevo. El deseo precede al
deseo compartido, el amor precede al amor
correspondido. No es el olvido del dolor el que nos
salva del dolor, es el reconocimiento del mismo el que
nos salva. Es el propio recuerdo, en sentido positivo,
el que nos indulta, nos rehabilita, nos reconcilia con la
realidad, con el presente y con el pasado, el que nos
ayuda a no renunciar a quienes fuimos, a guardar el
respeto debido a quien amamos y nos amó, el amor
antiguo, que fue y sigue siendo.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
POETA INTRASCENDENTE.
Todos alimentamos nuestros personajes, quiero
decir que inventamos un personaje y lo vivimos como
alter ego de uno mismo, o como su opuesto e
interpretamos el papel con grandes dosis de realismo
o de cinismo, con convencimiento. Así es la vida, en
realidad es algo muy sencillo, todos nacemos
huyendo, y la mejor manera de huir es vivir otra
realidad paralela a la propia, la interna, la interior. Mi
amigo JUAN CUGAT siempre habla y poetiza sobre el
yo interno y el yo externo, sobre el poeta interno, el
héroe de la propia historia y el poeta externo, el
social, la máscara.
En mi caso a mi personaje le ha llegado su
hora, se despide de Vds. queridos lectores con esta su
última columna. Se muere, o para ser preciso, me lo
cargo en un acto que es el último de sus caprichos
egocéntricos. Muere el héroe de mi propia historia, el
poeta que llevo dentro con toda su egolatría. El 27 de
noviembre de 2008 a las 9 de la noche se despide de
todos sus amigos y de sus enemigos, de sus amores y
de sus odios, de todos aquellos que quieran
acompañarlo
en
la
escenificación,
cómo
no,
egocéntrica, de su despedida o muerte. En la Llotja de
Altabix podrán acudir a su velatorio poético, a su
entierro metafórico y, a la par, real.
A partir del 27 de noviembre simplemente seré
Javier, antiguamente desconocido como Carlos
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Carlos Cebrián
Cebrián. No se trata de un suicidio, no, ni de un
asesinato, tampoco, es una muerte por asfixia, por
agotamiento de uno mismo. Un punto final convertido
en punto y seguido. Un renacimiento para empezar de
cero, sin rémoras.
Puestos a hacer balance puedo decir que no he
olvidado casi nada de lo que debía haber olvidado.
Que siguen doliendo las mismas heridas. Que
deambula y atruena el nombre de siempre en las
entrañas. Que me arrepiento de casi todo lo que no
me debía de arrepentir. Que sigo creyendo en las
mismas cosas. Que amo a las mismas personas que
siempre he amado… Y por ello es mejor salir para
volver a entrar, renovado, puro, limpio. Morir para
renacer de nuevo. Como dijo Borges “la muerte es una
vida vivida. La vida es una muerte que viene”. Dijo
Mahatma Gandhi: “El nacimiento y la muerte no son
dos estados distintos, sino dos aspectos del mismo
estado”. Y Lao Tse dijo que “quien está muerto sin
estar desaparecido alcanza la inmortalidad”.
No es que mi personaje pretenda la inmortalidad, en
absoluto, solo pretende descanso, esparcimiento,
libertad. En verdad quedarán sus poemas, sus
pequeños o grandes logros, sus glorias y sus fracasos.
Quedarán quietos en sus reductos, en el ámbito
glorioso de sus amigos o en el lodazal de sus
enemigos, pero quedarán. Adieu, au revoir! fue un
doloroso placer.
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EPÍLOGOS.
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
R.I.P. CARLOS CEBRIÁN
Descansa en paz. O lo que es lo mismo, muérete de
una vez, ya. Nos tienes hartos, hasta los mismos,
siempre con el mismo tema, que si voy a matar a
Carlos, que Carlos Cebrián deja de existir, que a partir
del 27 de noviembre tenéis que acudir a mi muerte,
joder con la muertecita del tal Carlos. Coño, si lo
estamos deseando; si desde que te parió la pobre de
tu mamá, en aquel pueblo francés, se trasladó la
noticia al Vaticano para que, con apremio, supiera el
Papa de entonces que había nacido el anticristo de los
frikis. Mucha barbita canosa, y mucha miradita
canalla, y mucho zapato caro, pijo, que eres un pijo,
para qué, mucho decir que lloraste en el Bernabéu,
mucho Madrid de tu vida, pa qué, seguro que eres
capaz de reencarnarte y por llevarte la contraria a ti
mismo hacerlo de negro y vestido de blaugrana, en
una final de la Champions.
Hala, muérete, no te preocupes que los que estamos a
tu alrededor leeremos tus poemas, por última vez,
tararearemos tus canciones, también por última vez,
nos cogeremos de las manitas, dejaremos que la luz
nos ilumine, y por supuesto, ya no pronunciaremos
más el nombre de Carlos en vano. Pero te voy a decir
una cosa antes de que dejes de respirar, para que no
te vayas de rositas, con esa chulería que siempre has
exhibido, prepotente, que eres un prepotente: que
sepas que en el fondo todos, o casi todos, nos
alegramos de tu fallecimiento; se alegra tu madre,
una santa santísima, harta de hacerte croquetas y
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Carlos Cebrián
otras recetas toda su vida; se alegran tus hermanos,
uno menos para repartir, porque en el fondo te veían
ya cara de indigente, y estaban asustaos; se alegra tu
mejor amigo, que no para de tocarse la crucecita
saboreando las mieles del triunfo sabiendo que ya no
hay competencia en lo artístico; se alegran los
libreros, que entre todos te van a mandar una corona
de flores donde rece el siguiente epitafio: a un poeta
intranscendente,
chorizo
habitual
de
nuestros
agraviados establecimientos; hala, ya sabes, muérete,
hazlo con un traje negro impoluto, bien maquilladito,
bien encarao, y en la fecha acordada, 27 de
noviembre, día que nació Bruce Lee, día del maestro,
y el día de San Facundo.
Ahora que pienso, tú te mueres, pedazo de mamón,
pero, ¿y las mujeres? toda tu existencia amándolas,
mejor dicho, desnudándolas, a todas, a las idas, y a
las arribadas, masturbándote por tanta belleza
acumulada, en sus pechos y en sus culos, y ahora vas
y les haces la putada de palmarla dejando atrás todos
sus deseos incumplidos; desde el amor de tu vida que,
por cierto, a partir del día 28 qué va a hacer, a quién
va a culpar de cualquier cataclismo en el cosmos, o
mejor, qué va a ser de tus famosos y petulantes
secretos de alcoba, es como si dejaras a un número
inconcreto de mujeres viudas a la vez, sabiendo ellas
que aquel seductor que aconsejaba a Woody Allen en
“aspirina para dos”, ya no les volverá a escribir
palabras delicadas, ni a someterlas con su voz a
soterrados sentimientos en dirección a sus escotes; y
lo peor, viudas de corazón y cuerpo y sin derecho a
paga carnal o en metálico por ello.
Bien, dejémonos de milongas. Carlos Cebrián está en
las últimas, abatido por las deudas, inundado por la
mierda, rodeado de espíritus y constelaciones durante
años, la vida ha podido con su entereza, y esto y otras
cosas lo han llevado a una elección tranquila: me
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Carlos Cebrián
muero, y me ahorro todo esto. A su expiración
estamos obligados a ir sus amigos, y sus conocidos,
estamos obligados a ver su último capricho
egocéntrico al cuadrado, sabiendo de antemano que
cualquier espectáculo, por funesto que parezca, no
pasa de ser eso, puro espectáculo. Descansa en paz,
Carlos...
PEDRO J. SERRANO
26 de Noviembre de 2008.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
UN POETA TRASCENDENTE
Me hubiese gustado ser tu amigo. Pero no pudo ser.
No tuve tiempo. Debía de andar demasiado ocupado.
Ayer, jueves 27 de Noviembre de 2008, pudimos
acudir todos a tu entierro, un aquelarre de imagen,
música y palabras esquizoide, construido con retazos
de una vida que quiere irse.
Quién pudiese morir como tú, canalla, por decisión
propia o unánime, lanzando los demonios de toda una
vida a diestro y siniestro, repartiéndolos entre amigos
y enemigos, entre conocidos y despistados, que los
digeriremos, transpiraremos y transformaremos, para
que vuelvan a salir al aire más livianos quizás, y ya
sin dueño.
Pero déjame decirte, y lo siento, que los demonios
tienen dueño y se saben el camino. Aunque tú esto ya
lo sabes, y quizás estás jugando a asustarlos, para
que se alejen de ti al verte tan fuerte. Espero que
tengas suerte y les venzas.
En el camino, y en el final, nos has dejado muestras
de un difícil equilibrio inestable entre inteligencia y
sensibilidad. De una
cultura
poliédrica
y una
creatividad insolente. Has sido un acróbata del
sentimiento hecho palabra y de la palabra hecha
imagen. Has jugado a ser un chico malo, o quizás
lo eres. Sin duda lo eres. Pero tus ojos tristes no
nos dejan seguirte el juego, no te creemos del
todo. Lo siento, de nuevo. Quizás por eso, ayer,
jueves 27 de noviembre de 2008, la Lonja se llenó
hasta los topes para asistir al entierro de un poeta
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
intrascendente
Practicas el culto a la imagen pero nos pides perdón,
y te perdonamos, porque nos gusta. Tal vez en tu
nueva vida también tú sepas perdonarte.
No te vamos a llorar ni un poquito. Nos hace felices tu
muerte, nos has dado un momento de rebosante
alegría. Porque has sido valiente hasta el final, o sobre
todo has sido valiente para el final.
Hablo como si te conociera porque creo que te
conozco. Tu barniz de Humphrey no está tan
conseguido como para esconder los secretos de tu
corazón. Lo siento, por tercera vez. Tendrás que ver
más cine americano.
Ha muerto un poeta intrascendente, pero su poesía,
su sensibilidad y su creativa inteligencia trascenderán,
porque de sus cenizas tiene que surgir una nueva vida
que sabrá llegarnos todavía. Ha
muerto Carlos
Cebrián, viva Javier Cebrián.
JAUME MORERA BALAGUER
28 de Noviembre de 2008.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
CARLOS CEBRIÁN (1965-2008)
(Salies de Béarn, Pau, Francia)
Reside en Elche desde 1975.
Muerto como Carlos Cebrián el 27 de
Noviembre de 2008, a las 9 de la
noche, para pasar a ser JAVIER
CEBRIÁN, con el audiovisual titulado
CARLOS CEBRIÁN-UN POETA
INTRASCENDENTE (La Llotja- Sala
cultural. Cultura d’Elx, Institut
Municipal
de
Cultura-Excmo.
Ajuntament d’Elx), dirigido por EL
autor, Eduardo boix y Wences Pérez
PUBLICACIONES:
POESÍA:
-POEMAS DE LLUVIA Y ALQUITRÁN. ED. Inauditas 1987
-HEROÍNA. Col. Lunara Poesía 1991
-HUMO QUE SE VA. Col. Diarios de Helena 1999
-Seleccionado en el ciclo ALIMENTANDO LLUVIAS del Instituto
alicantino de cultura Juan Gil-Albert. Pliego nº 8 2001
-CELEBRACIÓN DEL MILAGRO. Editorial Celya 2005.
-MANERAS DISTINTAS DE AMAR o des-amar, Pequeña editorial,
Elche 2006. (Edición limitada, no venal).
-SELECCIONADO Y PUBLICADO EN EL IV y V CERTAMEN
LITERARIO “AYUNTAMIENTO DE BENFERRI” en la modalidad de
poesía, en 2004 y 2005 con “Las extremas delicadezas” y “Cenizas”
respectivamente.
-ACCÉSIT del premio Montesinos 2000, Los Montesinos-Alicante, en
2001 con CELEBRACIÓN DEL MILAGRO, (fragmento).
PROSA:
-LAS NOCHES DE MARZO. ED. Inauditas 1989
-DE BELLEZA PEREZOSA. Col. Temes D’Elx. 2000.
Ha publicado desde 2004 hasta 2006 y durante 2008 una columna de opinión
semanal en el Diario NOTICIAS ELCHE, titulada COSAS MÍNIMAS.
Miembro fundador de Ediciones Frutos del Tiempo de Elche A.C.
Miembro del GRUPO POÉTICO ABRIL 2005.
Cosas mínimas
Carlos Cebrián
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