1 Homilía en la dedicación de la Capilla Madre Tres veces

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Homilía en la dedicación de la Capilla
Madre Tres veces Admirable de Schoenstatt.
Buin, 22 de mayo de 2010
Queridos hermanos y hermanas de la gran familia de Schoenstatt
Sacerdotes, religiosas, miembros de las diversas ramas, invitados de otras diócesis,
1. Un lugar donde se reproduce la visitación
Acabamos de escuchar el Santo Evangelio en el que se nos relata la visitación que la Madre de Dios hace a Santa Isabel, madre de Juan el Bautista. La presencia del Verbo Encarnado en la vientre virginal de María llena con su gracia a
Juan y hace a nuestra Madre cantar el Magnifica, uno de los cánticos de incomparable belleza que contienen los libros Santos.
Lo hemos hecho en este escenario natural en que los hijos de la familia
schoenstattiana han querido levantar la pequeña Iglesia de la Mater Ter Admirabilis, para que santificado este lugar por la presencia permanente de su Hijo, bajo
las especies del pan y de vino, sea un lugar de convocación, una iglesia domestica y
familiar, donde muchos puedan ser también visitados por la Madre de Dios y al
contacto con su hijo, al igual que el Bautista, reciban la gracia de Dios, se conviertan y sean transformados en misioneros para anunciar el Evangelio.
Este lugar llamado hermosamente Valle de María, quiere ser un lugar de
recogimiento, oración y contemplación, donde los peregrinos, todos nosotros, podamos venir a acogernos a la maternal protección de María y desde ella conocer y
tener un encuentro personal y comunitario con Jesús, nuestro Salvador, porque
como todos sabemos el ideario de todo cristiano es conocer a Cristo, amarlo y darlo
a conocer, como la única y gran verdad que salva al mundo.
En 1958 el padre José Kentenich escribió “mi tarea es proclamar a la Santísima Virgen, revelarla a nuestro tiempo como la colaboradora permanente de
Cristo en toda su obra de redención y como la Corredentora y Mediadora de las
gracias. Revelar a la Stma. Virgen en su profunda unión con Cristo, en unidad
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con Él y con la misión especifica que Ella tiene desde sus Santuarios de Schoenstatt
para el tiempo actual”
Especialmente para quienes ha sido llamados a vivir el carisma del fundador, este tiempo que vive la Iglesia, con muchas luces, pero también con sombras
que oscurecen el rostro de Cristo en nuestro mundo, es un tiempo de audacias, y
una de ella ha sido la feliz idea de levantar aquí este santuario a María, Ter Admirabilis. Más que nunca hoy día la Hija de Dios Padre, Madre de Dios Hijo, y esposa
del Espíritu Santo es el camino de la Iglesia. Un camino divino y humano, que exige de todos nosotros la fidelidad a la Iglesia y a la llamada personal a la santidad.
2. El camino de la santidad, el verdadero camino
Escribió el fundador en los inicio del pasado siglo, cuando su patria sufría
rigores y aflicciones de guerra…“El arma, la espada, aquello con lo que salvaremos la patria es la seria y severa penitencia, la disciplina, el vencimiento propio: la
auto santificación.” (18-10-1914). Es un camino siempre actual, siempre necesario
y que el mismo Papa nos ha recordado en su reciente viaje a Fátima, para ponerse
a los pies de la Virgen. El Cardenal Newman, hace ya muchos años dijo que “el
camino para penetrar en los sufrimientos del Hijo es penetrar en los sufrimientos
de la Madre” (Sermón para el Dom. III de Cuaresma.' Ntra. Sra. en el Evangelio).
A la oración de la mente que, como escribió Santa Teresa de Jesus “no es
otra cosa, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a
solas con quien sabemos nos ama (Vida, 8, 2), es necesario añadir la oración de los
sentidos, “que es la seria y severa penitencia” de la que habla el fundador, único
camino para irse conformando con Cristo, de manera que en cada uno de nosotros,
sea cual sea la vocación y servicio al que hemos sido llamados, se produzca esa
transformación por la cual llegamos a tener los mismos sentimientos de Cristo,
según la enseñanza paulina.
3. La devoción a Maria, la ruta verdadera
Enseñó San Buenaventura que “como el océano recibe todas las aguas, así
María recibe todas las gracias. Como todos los ríos se precipitan en el mar, así las
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gracias que tuvieron los ángeles, los patriarcas, los profetas, los apóstoles, los
mártires, los confesores y las vírgenes se reunieron en María (Speculi, 2). El padre
Kentenich recibió esta iluminación y ha vuelto a mostrar a muchos hombres y mujeres de nuestro tiempo el camino por donde se va a Cristo y se vuelve a Cristo si
uno tiene la desgracia de apartarse del camino y en los santuarios diseminados por
toda la tierra quiso dejar expresado de una manera patente su amor a María y
marcada para sus hijos e hijas la hoja de ruta del camino a la Santidad. Por eso
escribió “Visiten el Santuario diariamente por mí y pidan a la Santísima Virgen,
en mi nombre, que Ella permanezca fiel a la Familia y nos implore –para mí en
primer lugar- un ardiente amor a la cruz y al Crucificado.”
La devoción filial a la Mater es un camino no sólo de sentimientos buenos y
dignos de alabanzas, es sobre todo un camino profundamente teológico, cuyo fin es
el encontrar a Cristo. El Concilio Vaticano II, como confirmando este caminar
mariano de la Iglesia y tan propio de la familia de Schoenstatt, enseñó que “la Virgen bienaventurada, predestinada desde la eternidad como Madre de Dios, junto
con la encarnación del Verbo Divino, por consejo de la Providencia divina se constituyó en esta vida como Madre Santa del Redentor divino, como asociada generosa y excepcional, y como humilde esclava del Señor (Const. Lumen gentiun, 61),
porque “María es, al mismo tiempo, una madre de misericordia y de ternura, a la
que nadie ha recurrido en vano; abandónate lleno de confianza en su seno materno, pídele que te alcance virtud de la humildad que Ella tanto apreció; no tengas
miedo de no ser atendido. María la pedirá para ti a ese Dios que ensalza a los
humildes y reduce a la nada a los soberbios; y como María es omnipotente cerca de
su Hijo, será con toda seguridad oída. Recurre a Ella en todas tus cruces, en todas
tus necesidades, en todas las tentaciones. Sea María tu sostén, sea María tu consuelo (J. PECCI -León XIII-, Práctica de la humildad, 56).
San Bernardo, celestial Patrono de esta Iglesia particular, y de quien han
salido las más bellas enseñanzas sobre la Madre de Dios, enseñó que “Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas con los escollos de la tentación, mira
a la estrella, llama a María. Si te agitan las olas de la soberbia, de la ambición o de
la envidia, mira a la estrella, llama a María. Si la ira, la avaricia o la impureza impelen violentamente la nave de tu alma, mira a María. Si turbado con la memoria
de tus pecados, confuso ante la fealdad de tu conciencia, temeroso ante la idea del
juicio, comienzas a hundirte en la sima sin fondo de la tristeza o en el abismo de la
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desesperación, piensa en María. En los peligros, en las angustias, en las dudas,
piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu
corazón; y para conseguir su ayuda intercesora no te apartes tú de los ejemplos de
su virtud. No te descaminarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada
tendrás que temer; no te fatigarás sí es tu guía; llegarás felizmente al puerto si Ella
te ampara (Hom. sobre la Virgen Madre, 2).
Queridos hijos e hijas del padre José Kentenich, al bendecir y consagrar este lugar adquieren todos una mayor responsabilidad apostólica en dos sentidos
muy precisos.
El primero es el amor y la devoción a la Madre de Dios, expresado en una
vida mariana verdadera, que tendrá las manifestaciones propias del espíritu
schoenstattiano y las que son inherentes a la fe de la Iglesia. Entre esas devociones,
como lo ha recordado muchas veces la Iglesia, el rezó y la meditación de la vida de
Cristo mediante el Santo Rosario. En aquella preciosa carta apostólica que nos
dejó el gran Papa Juan Pablo sobre esta devoción mariana escribió: “El Rosario,
precisamente a partir de la experiencia de María, es una oración marcadamente
contemplativa. Sin esta dimensión, se desnaturalizaría, como subrayó Pablo VI:
«Sin contemplación, el Rosario es un cuerpo sin alma y su rezo corre el peligro de
convertirse en mecánica repetición de fórmulas y de contradecir la advertencia de
Jesús: "Cuando oréis, no seáis charlatanes como los paganos, que creen ser escuchados en virtud de su locuacidad" (Mt 6, 7). Por su naturaleza el rezo del Rosario
exige un ritmo tranquilo y un reflexivo remanso, que favorezca en quien ora la
meditación de los misterios de la vida del Señor, vistos a través del corazón de
Aquella que estuvo más cerca del Señor, y que desvelen su insondable riqueza».(Carta Apostólica Rosarium Virginis Maria, 12).
El otro compromiso es continuar con nueva audacia y renovado vigor la tarea misionera en la que está empeñaba toda la Iglesia de América Latina y el Caribe, fruto de la orientaciones de Aparecida y que en nuestra diócesis están llevando
adelante las parroquias y demás instituciones de la Iglesia. Son muchos lo que no
conocen a Cristo, muchos lo que dicen conocerlo y en realidad viven contrariando
sus enseñanzas y muchos los que no lo conocen. A ello hemos de llegar con nuestra
vida ejemplar, nuestra acogida cercana y nuestra enseñanza fiel a la Iglesia.
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4. Amar a la Iglesia
Sobre la tumba del Padre Kentenich está escrito “Dilexit Ecclesiam”, Amó a
la Iglesia”. Esta sencilla frase es la que sintetiza la vida de cualquier hombre o mujer comprometido por su fe bautismal. Cristo nos mando evangelizar a todo el
mundo, vino a iluminar a todos los pueblos (Lc 2, 31-32), mandó predicar el Evangelio a todas las gentes:(Mt 28, 19, Mc 16, 15-20; Lc 24, 47; Hech 1 8.) y que ese
anuncio se realizara a todas las naciones antes del fin del mundo (Mt 24, 14; Mc
13, 10).
Como todos sabemos existe hoy en muchas personas el tópico de decir “yo
sigo a Cristo, pero no sigo a la Iglesia”, separando la voluntad misionera del Señor
y la misión que correspondería a la Iglesia. Como enseñó el Concilio “nacida del
amor del Padre Eterno, fundada en el tiempo por Cristo Redentor, reunida en el
Espíritu Santo, la Iglesia tiene una finalidad escatológica y de salvación, que sólo
en el siglo futuro podrá alcanzar plenamente (Const. Gaudium et spes, 40). San
Ireneo, en tiempos también difíciles para la vida de la Iglesia, cuando había recién
comenzado su caminar en este mundo, escribió “allí donde está la Iglesia, allí está
el Espíritu de Dios; y allí donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia y toda la
gracia (SAN IRENEO, Trat. Contra las herejías, 3, 24).
Tienen aquí, también, otra misión profunda y que debe dar sentido a vuestra vida: Mostrar el verdadero rostro de la Iglesia, no el que deformadamente tratan de presentar algunos, por desgracia también desde dentro de ella. Es necesario
que en los tiempos difíciles, en los que, como dice San Juan Crisóstomo “muchas
son las olas que nos ponen en peligro, y una gran tempestad nos amenaza no temamos ser sumergidos porque permanecemos de pie sobre la roca. Aun cuando el
mar se desate, no romperá esta roca; aunque se levanten las olas, nada podrán
contra la barca de Jesús (SAN JUAN CRISOSTOMO, Homilía antes del exilio)
Amar a la Iglesia implica trabajar en ella, insertándose con particular fuerza en sus estructuras pastorales, con plena unión a los pastores que el Señor ha
suscitado en ella y buscando que el espíritu que anima a cada uno y a la familia
schoenstattiana llegue a muchos hombres y mujeres y los transforme en levadura
en medio de la masa. Hay en este caminar un proceso que ya comenzado no debe
detenerse.
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Querida familia de Schoenstatt, miremos con amor a la Madre Tres Veces
Admirable, sigamos con alegría sus llamadas que desde hoy hace sobre este valle
del Maipo desde esta tierra de Maria y pidámosle a ella para que quiera derramar
muchos frutos sobre todos los hombres y mujeres que viven y se santifican en nuestra tierra.
Mater ter admirabilis, ora pro nobis
+ Juan Ignacio González Errázuriz
Obispo de San Bernardo
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