CREENCIAS, IDEAS Y VALORES EN JOSÉ ANTONIO

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XIV Escuela de Verano.‐ Plataforma 2003 (25, 26, 27 y 28 junio de 2015) CREENCIAS, IDEAS Y VALORES EN JOSÉ ANTONIO Manuel Parra Celaya 1. Acercamientos a José Antonio Sorprendentemente, José Antonio Primo de Rivera sigue estando de actualidad, a diferencia de otros personajes de su época; aparecen libros sobre él (Cotta, Zavala…), su nombre aparece en algunos ‐aunque contados por la censura imperante‐ artículos de periódico, parece estar previsto el musical y se anuncia una película, y, como colofón, ha cobrado un papel casi protagonista en la última campaña electoral, cuando ha servido para que los partidos tradicionales (PP y PSOE) asimilaran, con muy mala intención, claro, su ideología a la del partidos emergentes ( Ciudadanos y Podemos). Todo esto es un hecho perfectamente comprobable. Además, algunos, de diversas edades y distintas generaciones, seguimos empeñados en acercarnos con más profundidad y procurando el acierto a su figura y a su obra; no hay ni que decir que en esta tarea se destacan Plataforma 2003 y la Fundación José Antonio, con mayor o peor alcance. ¿De qué modos se da este acercamiento? Me atrevo a sintetizarlos en cuatro: a) Histórico, que consiste en investigar sobre su vida y sobre su muerte (Francisco Torres, José Mª Zavala, Rafael Ibáñez, José Mª García de Tuñón…) o enmarcado entre otros personajes en referencia a su contexto histórico (Fernando García de Cortázar): también, sobre su influencia en sucesivas generaciones, tal como estamos haciendo algunos este año en que se conmemora el 75º aniversario de la fundación del Frente de Juventudes… A veces, esta aproximación se torna intrahistórica, a la manera unamuniana, y hay que destacar que este campo parece un filón inagotable para los historiadores. b) Político, referido a todo lo concerniente a su pensamiento: qué dijo, cómo evolucionó en sus ideas o que fue agregando (Torres) a su ideario; cómo y en qué se desdijo o rectificó, en qué acertó o en qué se equivocó (según nuestra perspectiva); la relación de su pensamiento con el de otros (caso d Ramiro Ledesma, por ejemplo), la mucha o poca concreción de sus propuestas… c) Paradigmático: sin renunciar a los caminos anteriores, este modo de acercamiento trata de acudir a su personalidad humana, a sus cualidades y defectos, a su ejemplo, para transmitirlo sobre todo como modelo o norma de conducta, al modo preferente del profesor Aguinaga. d) Metapolítico. Este camino o modo de acercamiento viene a ser una conjunción y, a la vez, una superación por elevación de los anteriores, y consiste en situarlo por encima de su temporalidad concreta: considerar a José Antonio como el eslabón, en los años 30 del siglo XX, de una cadena histórica de pensamiento y de ética españoles; resaltar su aportación y su originalidad en un momento dado de la historia, pero sin limitarlo a este: tomarlo nosotros como referente, sin perder conciencia de nuestro momento concreto ni de otras aportaciones posteriores a su muerte. 1 Para este modo o camino hay que acometer la difícil tarea de descartar lo que fue puramente circunstancial, analizar a fondo lo estrictamente político, contemplarlo como un ser humano que fue y, evitando la tentación mitificadora, mantener lo paradigmático de su figura; también –y esto es lo más arduo y polémico‐ entresacar lo esencial, lo que puede tener categoría de intemporal. Todos estos caminos conducen, evidentemente, a José Antonio, pero, si elegimos el que hemos denominado metapolítico, el objetivo no es otro que rescatarlo de su tiempo concreto y convertirlo en motor del nuestro. Para ello, habrá que tener una visión más amplia, por elevación, como se ha dicho, de su papel en aquella cadena histórica y generacional, así como del que puede tener en el siglo XXI. Dicho de otra manera, de un José Antonio potencial –al que nos habremos acercado por los tres primeros caminos‐ haremos un José Antonio actual, en acto, válido para esta generación y para otras que nos sucedan, en el bien entendido que ellas tendrán asimismo la misión de convertirlo en acto para sus respectivas coyunturas históricas. Sintetizando lo dicho, a nosotros nos corresponde: ‐ Rescatarlo de su tiempo. ‐ Analizar nuestro tiempo y adivinar cuál podría ser su papel en él. ‐ Buscar los medios más adecuados para ello (como José Antonio buscó los suyos en su época). ‐ Lanzarlo a modo de bandera, pero no de señuelo. ‐ Transmitirlo a otras generaciones. Como se puede advertir, todo este planteamiento –que constituye en leit motiv de esta Escuela de Verano como arranque de otras actuaciones sucesivas‐ encierra una tremenda dosis de responsabilidad y obliga a adoptar una altura de miras increíble: no estamos aquí para hablar de José Antonio, sino para el cumplimiento de una misión de varias generaciones. Y todo esto ¿por qué? 2. Nuestras motivaciones Considero que los motivos para acometer esta ardua andadura pueden tener tres orígenes: a) Como creyentes en la trascendencia del hombre. Añadiría que como cristianos y como católicos, como es mi caso, pero estas definiciones encierran un aspecto que subyace en nuestra definición política, pero que no es necesariamente equivalente. El ser cristiano y el ser católico implica un grado de acercamiento persona a Cristo y una cierta experiencia de Él, y esto es un tema de fe, que, como sabemos, no depende tanto del hombre sino de la Gracia de Dios, al ser un don. Indudablemente, puede haber agnósticos (lo que siempre implica una búsqueda), incluso ateos, que se hayan aproximado, por uno u otro camino a la figura de José Antonio. 2 No obstante, estas personas siempre se encontrarán con el trasfondo religioso implícito y explícito de José Antonio, cuando no con su profunda religiosidad personal, que él no exigía, por lógica, a sus seguidores. Si analizamos su discurso desde sus comienzos, encontraremos ese elemento fundamental religioso, cristiano y católico; si nos detenemos en lo que pudieron ser sus últimos textos, ya no tendremos duda alguna: basta repasar las palabras de su testamento y de lo que pudo ser un esbozo de un postrer ensayo, Cuaderno de notas de un estudiante europeo, posiblemente de semanas antes de su juicio y fusilamiento; allí se plantea cuál es el problema esencial del hombre: la falta de armonía con su entorno; nos dice textualmente que, tras superar las falsas soluciones –el anarquismo y el fascismo (que es un a pseudorreligión en el fondo) hay que volver a la definitiva, que es de tipo religioso; y añade: “¿Católica? Por supuesto, cristiana”. En todo caso, sea cuál sea nuestro grado de fe personal (teniendo en cuenta que todo hombre lleva en su interior una semilla de Dios), persiste esta motivación que nos afecta como seres humanos, aunque solo sea, como veremos, centrada en la consideración falangista del hombre que luego repasaremos. b) Como españoles (y como europeos y occidentales). Este aspecto es forzoso iniciarlo con una importante matización, que afecta directamente a la esencia de nuestros planteamientos: no se trata tanto de estar o no conformes con una serie de propuestas joseantonianas para levar a España por unos determinados derroteros como de entender, de manera global y completa, cuál fue la aportación de José Antonio a esa cadena generacional que hemos mencionado; se trató, nada menos, que de actualizar –recordemos, llevar a acto‐ una interpretación española del mundo, de la vida, del hombre, de la historia. Y aquí hay que ir muy despacio: ¿existe esa interpretación española? Y en segundo lugar, ¿en qué consiste? Me apresuro a afirmar que no se trata de una especie de volkgeist (espíritu del pueblo) proveniente del romanticismo; para mí, no existe ese espíritu del pueblo español (ni de ningún otro pueblo de la tierra), de raíz casi providencialista y transmitido de generación en generación de modo milagroso o genético. Se trata de una serie de constantes, de ideas‐fuerza, convertidas en actitudes, que se han ido generando a lo largo de los siglos, provenientes de la actuación de unas minorías que las han segregado ‐como una forma de estilo‐ sobre la entraña popular, y que han ido adquiriendo carta de naturaleza como el ser nacional (“Entraña y estilo: he aquí las dos cosas que componen España”, dijo José Antonio en el homenaje a Eugenio Montes). Efectivamente, esas constantes han llegado a constituir lo que denominaríamos la esencia, el ser de España, desde los momentos fundacionales de nuestra colectividad histórica. Recodemos que una patria no es un contrato (Rousseau) ni un plebiscito permanente (Renan), sino una fundación, con unos objetivos permanentes. La historia, que ha convertido a los pueblos en patrias, les propone en cada trance y coyuntura un equilibrio armonioso entre tradición y progreso, entre lo heredado y lo nuevo, y, de vez en cuando, ese progreso, ese elemento novedoso, unido a lo heredado, debe adoptar la forma, no de una evolución paulatina, sino una súbita aceleración, una revolución. 3 ¿Por qué esta aceleración súbita, esta revolución? la causa de su advenimiento es que el rumbo de ese colectivo histórico se ha alejado de forma radical de esas constantes que hemos dicho que constituyen la esencia nacional. Para llegar a algún acuerdo sobre cuáles son las constantes que constituyen el ser de España, vamos a acudir al magisterio de tres pensadores conocidos: Pedro Laín Entralgo, Joaquín Ruiz Giménez y Julián Marías. Para el primero (“España como problema”), los elementos que constituyen ese ser pueden resumirse en los siguientes: a) el sentido católico de la existencia; b) la unidad y la libertad política y económica basada en el efectivo respeto a la dignidad y a la libertad de la persona humana, y c) una atención exquisita y siempre vigilante a la justicia social. En Joaquín Ruiz Giménez ( “El ser de España”) encontraremos como constantes: “un agudo sentido realista en la acción pública”; “un sentido axiológico e idealista, sustentado en el reino del espíritu” y “un sentido activo, creador, de la presencia del hombre en las tareas colectivas”, con fundamentación ética y exigencia al gobernante de prestar “un servicio a la nación”. Finalmente, Julián Marías (“España inteligible”) centra estos elementos constitutivos de lo español en: a) Identificación con el cristianismo, que –matiza‐ “pervive aun independientemente de la religión”; b) la consideración del hombre como persona, y el rechazo del utilitarismo que lo ve como una cosa; c) el sentido de convivencia interpersonal y no gregaria; d) resistencia a subordinar al hombre a la maquinaria del Estado, y d) entender la vida como inseguridad y rechazo de la justificación por el éxito. Como se puede observar, existen coincidencias sustantivas. Y, si ello es así, si esas constantes constituyen el ser de España, veremos claro el papel de cada generación: seguir su propio rumbo original, propio de su momento, pero en coincidencia básica con el proyecto nacional permanente que se basa en esas constantes; y esto lograrlo mediante la oportuna interrelación entre el estilo de la minoría y la entraña del pueblo. Y esta fue la base de la propuesta revolucionaria de José Antonio: ofrecer una síntesis entre lo tradicional y lo moderno de su instante histórico, que corrigiera el rumbo equivocado de la nación y, por tanto, con fidelidad a las constantes esenciales españolas y la exigencia de aquella circunstancia. Pero hemos dicho que una tarea nuestra es rescatar a José Antonio de su tiempo y adivinar qué hubiera hecho en el nuestro; hoy es impensable pensar sobre España sin aludir a Europa y a su proyecto unitario; es asimismo impensable hablar del hombre y, junto a la evidencia de que persiste esa falta de armonía entre él y sus entornos, centrarnos en los problemas del hombre del postmodernismo y del siglo XXI. c) Como falangistas. Esta denominación implica una opción muy personal, como las de índole religiosa de antes, pero, en este caso, no es producto de una fe inspirada por Dios sino de la adopción o no de una postura política militante. Y no me refiero tanto a estar afiliado a una de las falanges existentes como del esfuerzo en mantener un modo de ser y superar la ocasionalidad de nuestro sentido joseantoniano: entiendo que el falangista es quien, de una forma constante, ejerce como tal, no quien, en determinados momentos y movido por la simpatía que le suscita 4 José Antonio por alguna de sus propuestas concretas, participa de algún evento o actividad. Por supuesto, descarto de la categoría de falangista a quien lo fue en determinados momentos pero se ha alejado, por sus obras, su conducta o sus posicionamientos en la actualidad; como dijo Narciso Perales, ser falangista no otorga un carisma para toda la vida. Hay quien puede considerar, con toda legitimidad, que la Falange fue un instrumento que José Antonio creó para llevar a la práctica un proyecto y que hoy ese instrumento ha perdido su validez, su utilidad, para el proyecto joseantoniano y deben buscarse otros distintos. Hay quien, también legítimamente, entiende que una Falange renovada y moderna puede seguir siendo el instrumento, del mismo modo que otros partidos mantienen sus siglas históricas tras un profundo cambio tendente a la adaptación a otra circunstancia. Debemos aceptar ambas opciones, con la condición de que el trabajo personal que hemos esbozado antes colabore a sentar las bases de lo esencial de José Antonio y que sirva de guía, reflexión y fundamentación a posiciones –militantes de alguna forma o no, por el momento‐ que colaboren en esa conversión en acto de la riqueza potencial que se encierra en el José Antonio, es decir, en sus creencias, ideas y valores. Para ello, no creemos ocioso el repaso a la definición de estos conceptos. 3. ¿Qué son las creencias, las ideas y los valores? Las creencias forman en estrato más profundo de nuestra vida, el que sostiene todos los demás. Pensemos en las creencias religiosas, que dan razón de ser a nuestra existencia y nos orientan sobre nuestro origen y nuestro destino en Dios y en una vida más allá de la muerte física; también, en otro plano, creemos que la tierra que pisamos es firme. En las creencias se está, mientras que las ideas se tienen; aquellas conforman la interpretación básica del mundo que nos rodea y de nosotros mismos, de forma que ya operan en nuestro fondo cuando nos ponemos a pensar sobre algo. Vienen a ser el capital sobre el que vivimos y proceden del esfuerzo de muchos hombres en la historia; por ello, cuando se rechaza o se desconoce la historia, rompemos la cadena de las generaciones, en una especie de forma de ingratitud. Toda creencia, por otra parte, implica un proyecto de vida Claro que en las creencias se pueden abrir dudas (la frase popular es estoy en un mar de dudas), pero también creemos nuestras dudas y entonces es cuando pensamos las ideas, que se insertan en los huecos de nuestras dudas. Las ideas las pensamos, las producimos, las sostenemos, las propagamos, las combatimos y somos capaces de morir por ellas. A diferencia de las creencias, las ideas necesitan ser formuladas, precisan de la crítica y se sostienen unas a otros integrando un sistema. Las ideas, de alguna forma, inventan el mundo, al rellenar las dudas de las creencias. La idea que tenemos del mundo exterior es la interpretación dada por el hombre a la realidad. El hombre puede ser o no consecuente con sus propias ideas; es decir, mantenerlas o desconectar de ellas, cuando lo que pienso no se corresponde con mis actitudes. Ideas y creencias están al alcance del hombre, que, en uso de su libertad, puede elegir de entre ellas. Y precisamente por esta libertad descubrimos y apreciamos lo que vale y lo que 5 no vale. Estos son los valores: las cualidad de las cosas, pero no la cosa misma, que, cuando es apreciada en su valor, se convierte en un bien. Los valores vienen a ser la motivación de nuestra conducta; al elegirlos y descubrirlos orientan nuestro trayecto vital y conforman nuestro estilo de vida. Valorar es, por tanto, otorgar significado e interés a algo que consideramos esencial para un fin determinado. Es importante destacar que la valoración se realiza atendiendo a la objetividad del bien en sí mismo, la verdad ontológica, y no a la voluntad subjetiva, de forma autónoma. Resumiendo: las creencias se creen y conforman nuestro proyecto de vida, en calidad de homo viator; las ideas se piensan y conforman nuestra condición de homo cogitans; los valores se eligen, para nuestro proyecto vital, y proceden de las creencias y de las ideas. El valor no se percibe por los sentidos ni tampoco se comprende: se estima. Aprehender un valor es estimarlo; los valores no son, sino que valen. Ahora bien, los valores pueden percibirse o no, según las épocas, pues cada una tienen su estimativa propia para ciertos valores: para unos se pierde, para otros se aumenta, para otros, sencillamente, se carece de ella. No se trata tanto de recuperar valores, sino de ser capaz de reconocerlos, y este reconocimiento es un contenido educativo básico. 4. Las creencias en José Antonio. Si en las creencias se está, aunque sobrevengan lagunas o dudas, es indudable que las creencias más profundas de José Antonio se centran en el hecho religioso, católico, en primer lugar; en la dimensión humana, sustentada en lo anterior, que abarca tanto lo espiritual como lo material, en segundo lugar, y, por supuesto, en el hecho español. Vamos a analizar estas creencias arraigadas en él. José Antonio era católico ferviente, convencido, practicante; no obstante no creó un movimiento político confesional, ya que tenía muy presente aquel axioma de que toda ideología política se sustenta sobre una base religiosa, en el que habían coincidido mentes tan dispares como las de Jaime Balmes y Proudhon. Su preocupación por la trascendencia y la eternidad es evidente; innumerables textos nos dan fe de ello, desde su respuesta a la entrevista tras el atentado que sufrió (“…no saber si estaba bien preparado…”) hasta las impresionantes páginas de su testamento. También es evidente su hincapié en la fundamentación religiosa del movimiento falangista, desde el manifiesto del M.E.S., pasando por el discurso fundacional de la Falange, los Puntos Iniciales, las Norma Programática y el esbozo de su ensayo Cuaderno de notas de un estudiante europeo. Pero fijémonos en matices importantes: el 29 de octubre de 1933 dice: “Queremos que el espíritu religioso, clave de los mejores arcos de nuestra historia, sea respetado y amparado como merece…”; en los Puntos Iniciales, tras el rechazo explícito de la interpretación materialista de la historia, alude a la “interpretación católica de la vida”; en la Norma Programática, reafirmará: “Nuestro movimiento incorpora el sentido católico –de gloriosa tradición y predominante en España‐ a la reconstrucción nacional” (para añadir la 6 afirmación de la separación de funciones entre la Iglesia y el Estado, que fue signo de escándalo para las derechas españolas). Espíritu religioso, interpretación católica de la vida, sentido católico: no fe personal, que ni podía ni debía exigir a cada uno de los falangistas. No es baladí repetir lo que ya hemos mencionado del final de su Cuaderno de notas…, en el que concluye que toda solución para el hombre ha de ser religiosa (“¿Católica? En todo caso, de sentido cristiano”). Saquemos en conclusión que los joseantonianos no tienen obligación remontarse a la Causa Última (Dios), pero sí asumir la incorporación y respeto del espíritu religioso, la interpretación católica de la vida y el sentido católico de la existencia. Y ello especialmente en su derivación en la antropología joseantoniana, que constituye la segunda creencia en que está firmemente José Antonio. Ese hombre, portador de los valores eternos que son la dignidad, la libertad y la integridad y dotado de un alma capaz de condenarse o de salvarse en función de su libre albedrío. Fijémonos que esta antropología compone lo básico de aquella interpretación española del hombre, para la que hemos traído a colación a autores tan dispares como Laín, Ruiz Giménez y Julián Marías. Ese ser humano, junto a su trascendencia y carácter espiritual, también tiene unas necesidades materiales que cubrir, que son exigencia de sus valores eternos; para conseguirlo, es necesario implantar una justicia social profunda, y un marco de respeto a la libertad; el desmontaje del sistema capitalista es –dice‐ una alta tarea moral, además de económica. Ese hombre vive en comunidad y, por el Derecho, es elevado a la categoría de persona (ser‐entre‐
los demás seres); por tanto, la sociedad no la forman individuos aislados, sino personas interrelacionadas en unidades básicas de convivencia; de ahí que recurra a la teoría organicista, tan presente en pensadores españoles de ideologías dispares (liberales krausistas, tradicionalistas, republicanos, socialistas). No propugnará un Estado absorbente, anulador dl hombre, sino integrador (con la polivalente y confusa coletilla de totalitario) de todos y para todos. La tercera creencia en que está José Antonio es España, entendiéndola como apriorismo esencialista (Brocá), pero no como fin en sí misma; recordemos: “Este fin (el trascendente) no es ni la patria ni la raza, que no pueden ser fines en sí mismos: tiene que ser un fin de unificación del mundo, a cuyo servicio puede ser la patria un instrumento; es decir, un fin religioso” (del mencionado Cuaderno de notas…). También podemos observar aquí como existe una total coincidencia con una de las constantes de aquella esencia de España o interpretación española de la vida. Su sentido de España como patria defiere notablemente de cualquier interpretación nacionalista, al modo decimonónico; precisamente se ha querido buscar un cierto nacionalismo chauvinista en su afirmación de que ser español es una de las pocas cosas serias que se puede ser en el mundo, cuando es cabalmente todo lo contrario: es la respuesta histórica a la frase de Cánovas de que es español quien no puede ser otra cosa, y responde a la visión trascendente del hombre y de la historia que siempre caracterizó a España. El patriotismo crítico lo emparente históricamente con la mejor tradición de rebeldía y lo aleja de las complacencias en una imperfecta España física; porque no olvidemos que su aspiración es la difícil España metafísica, casi como un ensueño en contraste con la realidad 7 circundante; esa España metafísica coincide con las constantes esenciales del ser nacional, que –como hemos dicho‐ fue sustentado por el estilo y la entraña íntimamente imbricadas, y permitió a España proyectarse en un proyecto universal. 5. Las ideas de José Antonio. Si las creencias se creen, las ideas se piensan y completan y rellenan las lagunas o dudas que se suscitan en las primeras; es en este punto cuando podemos hablar con toda propiedad del ideario joseantoniano. No se trata de glosar en este momento los muchos elementos que lo componen formando un verdadero sistema, un entramado sistemático si bien –forzoso es decirlo‐ no completado ni desarrollado en muchos de sus puntos, o, dicho en términos más positivos, de naturaleza abierta. Mencionemos las ideas que nos parecen más importantes: ‐
El sentido de la historia, con su teoría de las edades medias y clásicas, así como de las invasiones de los bárbaros. ‐
La concepción del estado como doble instrumento: al servicio del hombre y del proyecto de la patria. ‐
El organicismo como forma de representación y participación políticas. ‐
La estructuración sindicalista de la economía. ‐
El sentido de la propiedad y sus diversas formas. ‐
El concepto de revolución nacional, tarea d una minoría, y las estrategias para llevarla a cabo. ‐
(…) Fijémonos que todas y cada una de ellas contienen dos aspectos que habrá que analizar en su momento: a) Están sustentadas en las creencias y con el referente permanente en ellas. b) Fueron formuladas en un momento dado de la historia y no en otro cualquiera. Es decir, el ideario de José Antonio presenta las dos características de todo sistema de ideas: fundamentos intemporales y concreción temporal. Detengámonos en esta segunda característica: José Antonio piensa en, según y para su época; su pensamiento es, por tanto, inseparable de su circunstancia concreta; no así sus creencias, que, por su propia naturaleza, pertenecen a la categoría de lo permanente. Examinemos cuál era su circunstancia: en el ámbito español, el Régimen de la II República, que, si bien suscitó una ilusión de recuperar para España su momento en la historia, vino acompañada de constantes injurias y ataques al intento regeneracionista del Directorio de D. Miguel Primo de Rivera; un secular atraso con un altísimo porcentaje de analfabetismo; rechazo de los valores tradicionales; políticas antirreligiosas (más que anticlericales) y sectarias; exacerbación de los nacionalismos separatistas; progresiva bolchevización del socialismo; sindicalismo anarquista en auge, motivado por la miseria y la injusticia, y 8 posicionamientos radicales, en claro frentismo entre derechas e izquierdas irreconciliables. En el ámbito europeo, crisis del parlamentarismo y desconfianza, cuando no claro rechazo del liberalismo político; secuelas de la crisis del 29, lo que parecía dar la razón a la tesis marxistas; avance del bolchevismo en sus derivaciones en otros países europeos; logros del fascismo italiano, tras la Marcha sobre Roma, y conquista electoral del poder del Nacional‐Socialismo alemán, y aparición, a imagen y semejanza de ambos, de movimientos nacionales y revolucionarios nutridos por amplios sectores de juventud… ¿Podía José Antonio sustraerse, objetivamente hablando, a esta circunstancia? Es indudable que no; su proyecto de llevar a cabo una profunda transformación política, económica, social y moral, estaba en consonancia con los esquemas de su entorno; incluso la estrategia evidente no podía ser otra que la del golpe de Estado, al modo como lo habían intentado las izquierdas en 1930, las derechas en 1932 y lo iban a repetir las izquierdas en 1934. A pesar de todo, sustentado en sus creencias, superó en sus ideas, tras los lógicos titubeos, esa absorción por el contexto histórico. (No está de más que echemos una rápida mirada a la historia posterior del falangismo: el pretendido golpe de Estado desembocó en una guerra civil de tres años; acabada esta, se alejó el sueño joseantoniano de lograr una España de todos y para todos los españoles, un Estado comprensivo, en palabras de Laín, y se difuminó el proyecto revolucionario ya en un principio, para acabar de alejarse del todo a partir de 1945, cuando cambió el panorama europeo con la derrota de los fascismos. Se intentó entonces competir en predominio con las otras familias del Régimen de Franco, con evidente derrota del falangismo oficializado; tras un postrer intento de institucionalización de dicho Régimen en línea falangista (también acabado en derrota), la consigna fue conquistar la sociedad, ya que no el Estado. La circunstancia posterior (tanto externa como interna de los falangistas) demostró la imposibilidad de esta ingenua estrategia…). Tras este paréntesis, volvamos al tema de las ideas de José Antonio. La temporalidad con que fueron pensadas no quiere decir, en modo alguno, que todas deban de ser de antemano desestimadas y llevadas a las vitrinas de un museo; ni, por supuesto, hacer caso omiso de los ochenta años que han transcurrido y de los profundos cambios operados en España, en Europa y en el mundo, y considerarlas en plena vigencia. En el primer caso, se pecaría de frivolidad y quizás de oportunismo; en el segundo, se caería en un fragrante anacronismo. Frivolidad, porque nos libraría del necesario ejercicio intelectual de analizar a fondo el pensamiento joseantoniano y nos limitaríamos a repetir –una vez más‐ los lugares comunes; frivolidad también, porque acaso nos apartaría de las creencias. El pensamiento joseantoniano quedó truncado por las especialísimas y urgentes circunstancias en que se elaboró y por la temprana muerte del pensador; su pensamiento es, ahora, a modo de esa partitura inacabada, que, como él dijo de Ortega, tenemos la obligación moral de continuar. También sería frívolo y mero oportunismo un rechazo a priori de las propuestas joseantonianas por no acomodarse al dictado del Pensamiento Único que hoy nos invade; bastaría decir que se equivocó y enmendar el camino en una dirección políticamente correcta… En el segundo caso, el anacronismo sería a modo de traición a su legado. Ningún ser humano puede estar fuera de su tiempo, ni nosotros del nuestro. Es muy válida la figura anacrónica del Caballero Don Quijote para ensalzar el idealismo, pero precisamente lo 9 anacrónico de ella es donde Cervantes hace resplandecer su sentido dl humor; los joseantonianos no podemos permitirnos más el lujo de ser caballeros de la triste figura para provocar las risas… Como ya propuse el año pasado (véase mi ponencia sobre el Falangismo sociológico) las ideas deben ser objeto de un profundo debate. ¿Por parte de quién? ¿De todos los que hoy se consideran falangistas? No lo creo oportuno; de nuevo, tiene que ser una minoría quien guíe a una masa; poco humildemente, propongo aquí que esa minoría esté compuesta, entre otras aportaciones valiosas, por quienes nos agrupamos en torno a Plataforma 2003 y a la Fundación José Antonio… 6. Los valores en José Antonio. Al llegar a este punto, he de reconocer que soy deudor –como en tantas otras cosas‐ de Jaime Suárez en su El legado de José Antonio, tomo II. Allí encontraréis de forma exhaustiva lo que me propongo sucintamente enumerar. El magnífico grito ramirista de ¡Arriba los valores hispánicos! constituye una magnífica intuición, pero no es seguido, por parte del fundador de las JONS, de una explicación y desarrollo de dichos valores. No ocurre lo mismo con José Antonio, discípulo de Ortega –
receptor a su vez de la teoría de los valores de Max Scheler‐, que trata profusamente el aspecto axiológico. En primer lugar y como sabemos, menciona los valores eternos del hombre: dignidad, libertad e integridad, a los que añade la expresión valores orgánicos, libres y eternos, en referencia al individuo, portador de un alma, la familia, el sindicato, el municipio, unidades naturales de convivencia. También, los valores nacionales (“la defensa de los valores espirituales, un sentido heroico y militar…”). Alude a la generación como valor histórico y moral y distingue entre valores unitarios, absolutos, relativos e instrumentales. En la mencionada publicación de Jaime Suárez pueden encontrarse las citas textuales, con expresión del lugar que ocupan en las Obras Completas, por lo que no considero necesario extenderme más al respecto. Sí quiero mencionar una cita que me parece particularmente importante (pág. 88 de la obra citada), en la que se menciona como propósito último de José Antonio una nacionalización de los valores; y ello por su importancia actual; la cita corresponde al discurso en el teatro Bretón de Salamanca, el 10 de febrero de 1935, y en ella afirma José Antonio: “Los que gobernaron durante el período de Azaña no se acordaron de la entrañable aspiración popular; no tuvieron en cuenta que España necesitaba una fe y una enérgica tarea de nacionalización de todos los valores”. Nacionalización: esto es, lograr que sean apreciados, estimados, por todos los que componen España. La falta de valores es ya un tópico en el mundo del ensayo, del periodismo, de la política y de la pedagogía (¡qué os voy a contar yo!) actuales. Todos parecen quejarse de esta carencia de un marco axiológico claro de la sociedad española. Mencionemos, de pasada, alguna de estas carencias: sentido religioso, moralidad privada y pública, consideración del hombre como prójimo, patriotismo, generosidad, autoridad, jerarquía, honor, esfuerzo, voluntad, familia, justicia, milicia, historia, belleza… 10 Es oportuno recordar ahora que, en palabras de Julián Marías, los valores pueden percibirse o no, según las épocas. Cada época tiene su sensibilidad propia para ciertos valores, se pierde para otros o se carece de ella”. ¿Cuál es la sensibilidad de nuestra época para los valores? Algunos de ellos han dejado de ser percibidos como tales, quizás por ignorar su significado: así, el honor, o la autoridad y la jerarquía (que van mucho más allá de su errónea y absurda identificación con la palabra poder) o los que se encarnan en el verdadero sentido de la milicia, tantas veces confundido con lo cuartelero, del mismo modo que se confunde ser pacífico con el pacifismo… Otros valores, hay que reconocerlo parecen estar en auge, como la solidaridad, especialmente entre los jóvenes, y esto nos abre un pequeño rayo de esperanza). Pero el llamado postmodernismo (o modernidad líquida, en acertada expresión de Bauman) ha venido a hacer tábula rasa de muchos otros valores, que precisan ser, no recuperados, sino reconocidos como tales valores. La tarea que nos hemos impuesto es, precisamente, proponer a José Antonio como referente de estos valores; se trata de que esta sociedad desnortada vuelva a descubrirlos y valorarlos; se trata de que estos valores, presentes en José Antonio, puedan llegar a ser nacionalizados, hacerse comunes a todos los que componemos y compondrán esta nación. Que Dios nos ayude en el trabajo y en la misión. ‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐‐ 11 
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