Ana, verano de 1994 / Michael Jaime Becerra Ana habÃ-a esperado hasta la tarde, cuando su padre se levantó, para decirle que querÃ-a mudarse al departamento de Deliz. Si existÃ-a alguna posibilidad de que su padre accediera a su pedido, serÃ-a por la tarde, y no en la mañana, cuando él regresaba a casa y querÃ-a comer algo e irse a dormir, o por la noche, cuando estarÃ-a lleno de temor por el trabajo del dÃ-a siguiente.     Estaban almorzando en la cocina. Casi preparándose para la conversación, ella limpió la mesa y lavó los platos sucios del desayuno; le hizo un sándwich de pavo ahumado en pan blanco, y además se habÃ-a tomado el tiempo extra para cortar lechuga y tomate, asÃ- como finas rodajas de cebolla roja, como a él le gustaban.     Ana lo dejó que se comiera la mitad del sándwich, y le dijo que estaba pensando en marcharse a vivir a otro departamento que Deliz habÃ-a conseguido en un lugar no muy lejano (en South El Monte, prácticamente a la vuelta de la esquina de donde trabajaba), y que estaba guardando la mitad del espacio para que Ana fuera su compañera de cuarto. Su padre dejó el sándwich. ¿A quién le importaba lo que Deliz querÃ-a? Si Ana querÃ-a irse, dijo, podrÃ-a hacerlo cuando se casara.     ¿Cuando se casara? Ana era soltera en esa época, no habÃ-a conocido a Louie todavÃ-a ni habÃ-a salido con ningún chico desde su fiesta de graduación, cuando su pareja le dijo que querÃ-a salir con otras chicas y que deseaba experimentar al máximo antes de enlistarse en la InfanterÃ-a de Marina en junio.     Ana estaba cansada de las actitudes conflictivas de su padre. Cuando empezó a trabajar como mesera en el Cindy’s su padre le comenzó a cobrar el alquiler. ¿Por qué tendrÃ-a que pagar alquiler? De haber tenido la edad suficiente para hacerlo, también habrÃ-a podido disfrutar de otros beneficios, como quedarse tarde, entrando y saliendo a su antojo sin dejar ninguna nota. Además, él no se habÃ-a vuelto a casar desde que ella tenÃ-a siete años, y ni siquiera habÃ-a salido con nadie desde que salÃ-a con Joyce.     «¿Por qué no me puedo ir ahora?», preguntó. Antes de que pudiera contestarle le recordó a su padre que ella tenÃ-a 18 años y se habÃ-a graduado ya del colegio. «Puedo ir a donde quiera», dijo.     Se fue a su clase de la tarde y soñó despierta durante sus dos viajes en autobús al instituto, asÃ- como en la conferencia sobre masajes de manos y brazos. Fue una pesadilla cuando salió de la universidad. Tomó un autobús diferente camino a casa: salió por el cruce de Peck con Durfee, cruzó hasta el lote de las granjas Santa Fe y caminó hacia la calle Rush, donde estaba ubicado el departamento de Deliz.     El complejo constaba de dos edificios de departamentos, uno frente al otro. Deliz vivÃ-a en el edificio de la izquierda, en el tercer y último piso, departamento 302. Mientras Ana entraba al complejo pudo ver que habÃ-a luz en la cocina. Ella aún no habÃ-a visto el interior del departamento, y se apresuró a subir las escaleras y tocó la puerta de seguridad. Estaba sonando «Let’s Go Crazy», y a través de la pantalla de acero Ana pudo ver la sombra de Deliz bailando en la pared de la sala.     Tocó nuevamente, más fuerte esta vez, y cuando Deliz abrió la puerta estaba emocionada y sin aliento, como si ella, no Ana, hubiera subido las escaleras.     «Qué tal», dijo Deliz. Abrió la puerta y Ana entró al departamento. Las luces estaban prendidas en todos los cuartos; la sala se hallaba vacÃ-a, excepto por un sofá dorado con un montón de cajas con las cosas de Deliz. HabÃ-a una mesa sencilla de madera y dos sillas en el comedor. Los reposteros estaban abiertos. Ana pudo ver que Deliz habÃ-a estado de pie ahÃ- poniendo vasos y platos en su lugar.     Deliz bajó el volumen de su boombox. Le preguntó a Ana si habÃ-a pensado en el departamento y le ofreció un vaso de agua, y se disculpó por no tener otra cosa. Ana le contestó que sÃ-, que agua estaba bien, y Deliz fue a la cocina y le dijo a Ana que viera el departamento. Fue al cuarto, pasó por el baño, y se dio cuenta de una barra de cortina en la bañera, una cortina bien doblada en su cubierta de plástico, y una caja de productos de limpieza en la tapa del inodoro.     La mitad del dormitorio cerca de la puerta estaba intacta; la cama de Deliz se encontraba al otro lado, cerca del clóset, que estaba a lo largo de la pared e incluÃ-a algunos armarios encima. Ella habÃ-a traÃ-do también una mesa de noche y una lámpara, aunque el dormitorio estaba iluminado por la luz que estaba en cielo raso; el ventilador zumbaba en silencio. HabÃ-a una ventana grande, con sus dos cristales apenas abiertos.     Deliz volvió con el vaso de agua. Le sirvió en una jarra de mermelada con dibujos de la Pantera Rosa. «Entonces», dijo Deliz, «¿cómo te fue con tu padre?».     Ana tomó un trago y se acercó a la ventana abierta. Una brisa ligera refrescaba su rostro, las luces de la calle iluminaban las casas del barrio. Vio una piscina azul, un columpio, un árbol grande punteado de amarillo con limones, la iglesia al otro lado de la calle, un enorme campo oscuro detrás de la secundaria. Pensó en los niños que salÃ-an rumbo a casa apurados después de las clases, comprando limones de la gente que vivÃ-a a dos puertas: ella les pagarÃ-a un dólar por cada bolsa y harÃ-a limonada fresca todo el verano.     «¿Y?», Deliz preguntó otra vez. «¿Cómo salió?».     «Voy a necesitar ayuda con mis cosas», dijo Ana.     Ella pasó esa última noche en casa, acostada en su colchón, esperando que sonara la alarma. Hasta ahora, su cuarto era el único que habÃ-a conocido. Ansiosa por su decisión, le pareció importante memorizar ese espacio, el lugar exacto donde ponÃ-a su aparador, la disposición de las fotos encajadas en el espejo. Abrió las cortinas y vio el resplandor de las luces de los coches que pasaban clavándose al otro lado de la pared. Cuando era más joven, la luz habrÃ-a mostrado a lo largo del cuarto los afiches de Johnny Depp y Robert Smith que ella habÃ-a arrancado de Tiger Beat y Smash Hits. http://luvina.com.mx/foros Potenciado por Joomla! Generado: 24 November, 2016, 15:31     A la mañana siguiente, la alarma del papá de Ana sonó por unos segundos, no lo suficiente como para reconocer qué canción habÃ-a tocado. Ella lo escuchó cepillarse los dientes y recoger su fiambrera, y vio su camioneta bajar silenciosamente por la entrada y encenderla haciendo ruido en la pista para luego irse a la lecherÃ-a.     Estaba preocupada por lo furioso que estarÃ-a, preguntándose si le deberÃ-a dar su nueva dirección. No la podÃ-a recordar con exactitud. Le escribirÃ-a una nota, explicándole que estarÃ-a bien, a salvo, y que lo llamarÃ-a después. Pero cambió de opinión: no querÃ-a que su padre estuviera esperando ansioso su llamada.     Se llevó lo que podÃ-a entrar en su Volkswagen, su ropa y sus cintas, los cajones vaciados en bolsas de basura, todos ellos puestos en la puerta de adelante, al lado de su radio. Dobló las frazadas y las sábanas y desarmó su cama con un destornillador. No sabÃ-a si Deliz tenÃ-a herramientas, y por eso puso el destornillador en su bolso. DejarÃ-a su cómoda, pero las fotos del espejo las metió en un sobre. Éstas eran chicas a quienes ya no les hablaba. También dejó algunos juguetes viejos que no habÃ-a donado a los Veteranos, asÃ- como algunos animales de peluche, un juego completo de libros de Plaza Sésamo que su padre le habÃ-a comprado, uno cada semana, en el Old Vons, algunos bocetos al carbón que su madre habÃ-a enviado, una camiseta estampada con la imagen de Fonzi, los zapatos de baile que se habÃ-a puesto para tres clases. Arregló todo lo mejor posible en una esquina de su clóset, poniendo una nota sobre la pila de cosas que su padre no deberÃ-a tirar, ya que volverÃ-a por ellas. Ella querÃ-a volver a ver estas cosas, y sabiendo que a su padre le gustaba la camiseta, la puso encima del montón de artÃ-culos.     Deliz vino a la mañana siguiente, después de las siete. Era tarde y estaba todavÃ-a en pijama, con sus pantuflas d peluche rojo. Se apresuraron a cargar la cajuela del coche, amarrándola con una cuerda para que no se les abriera. Pusieron en el asiento trasero la cabecera de la cama, con las tablas y las patas. El colchón de Ana, asÃ- como los largueros de la cama, los colocaron en el techo.      Traducción de Miguel Õngel Zapata   http://luvina.com.mx/foros Potenciado por Joomla! Generado: 24 November, 2016, 15:31