SANTIAGO ORTEGA ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? RESUMEN: El presente artículo tiene por finalidad la exposición sistemática de los principales argumentos aportados por la teoría jurídica discursiva de Jürgen Habermas, en torno a la autonomización del sistema jurídico y su relación con la moral, la cooriginalidad de la autonomía ciudadana y la autonomía individual en la formación del sistema de derecho de la Modernidad, ya sea en su interpretación liberal o republicana de origen kantiano o roussoniano, respectivamente, así como la fundamentación de los principios del Estado de derecho. En tanto, que desde la perspectiva raziana se analiza el carácter virtuoso del Derecho como instrumento moralmente neutro así como el Estado de derecho en tanto ideal político del sistema jurídico. PALABRAS CLAVES: Estado de derecho - Racionalidad, normatividad - Positivismo jurídico, derecho natural racional - Positivismo jurídico. El Estado de derecho como modelo institucional de organización político – jurídico de las sociedades capitalistas surge como alternativa de fundamentación a las complejas relaciones socio - económicas de una realidad cuya dinámica se basaba en el libre mercado, la movilidad social y la soberanía de los Estados – nación. En tal sentido, el proceso de racionalización del sistema jurídico, expresado en la positivización del derecho, no armonizaba con la deducción a priori de los principios jurídicos, los cuales se deducían de la razón práctica y eran postulados por el Derecho Natural Racional. Sin embargo, este proceso de racionalización de las relaciones sociales, cuyos sistemas normativos fueron diferenciándose históricamente, mantenía una tensión estructural cuyo origen procede de la concepción instrumental de un derecho profano que recibe su validez de un derecho natural divino de carácter no-instrumental interpretado en términos cristianos. Esto es, en el proceso de fundamentación de la normatividad de los sistemas de derecho (¿porqué las normas jurídicas son de obligatorio cumplimiento?), ya sea en el estadio premoderno del derecho sacro, el Derecho Natural Racional o el Estado de derecho, las tensiones entre la dimensión institucional y la dimensión deontológico del derecho se han mantenido inalterables. En el debate contemporáneo en torno a los principios del Estado de derecho y las relaciones entre moral, derecho y política la filosofía del derecho alemana de orientación racionalista y la filosofía jurídica analítica inglesa han efectuado aportes valiosos. En el primer caso, las corrientes filosóficas racionalisInterseXiones 1: 207-222, 2010. ISSN-2171-1879. 208 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? tas se pueden identificar en cuatro vertientes: el iusnaturalismo crítico de Otfried Höffe, la Jurisprudencia de Valores promovida por Karl Larenz y W. Cannaris entre otros, la Escuela de Erlangen liderada por Paul Lorenzen y la racional – discursiva, representada por Robert Alexy, Jürgen Habermas y su discípulo Klaus Günther (Sobrevilla Alcázar 2008: 19). En tanto que en la tradición filosófica jurídica analítica inglesa, el positivismo jurídico mantiene plena vigencia en el pensamiento de Joseph Raz. El presente artículo tiene por finalidad la exposición sistemática de los principales argumentos aportados por la teoría jurídica discursiva de Jürgen Habermas, en torno a la autonomización del sistema jurídico y su relación con la moral, la cooriginalidad de la autonomía ciudadana y la autonomía individual en la formación del sistema de derecho de la Modernidad, ya sea en su interpretación liberal o republicana de origen kantiano o roussoniano, respectivamente, así como la fundamentación de los principios del Estado de derecho. En tanto, que desde la perspectiva raziana se analiza el carácter virtuoso del Derecho como instrumento moralmente neutro así como el Estado de derecho en tanto ideal político del sistema jurídico. 1. RECONSTRUCCIÓN RACIONAL DEL ORIGEN DEL DERECHO Y EL PODER POLÍTICO: EN TORNO A LA TENSIÓN INMANENTE ENTRE INSTRUMENTALIDAD E INCONDICIONALIDAD EN EL DERECHO En la reconstrucción interna del derecho, Habermas desarrolla una autocomprensión de los órdenes jurídicos modernos a partir de las tensiones producidas por la legitimidad y la positividad en la dimensión de validez del derecho, así como analiza las relaciones entre la autonomía ciudadana y la autonomía de la voluntad en los sistemas de derecho contemporáneos. Para ello, parte de la supuesta constitución cooriginal entre derecho y poder político, tomando un modelo abstracto que posibilita la referida reconstrucción del derecho en términos conceptuales según la teoría de la interacción social formulada por Talcott Parsons. En este primer momento, Habermas entiende que todo orden social con patrones de comportamiento relativamente estables debe apoyarse en mecanismos de coordinación de la acción, esto es, antes del origen simultáneo entre derecho y política la preservación de la integración social no se realiza mediante la estabilización de las expectativas de comportamiento contenidas en las normas aplicando medios coercitivos, sino, principalmente, mediante la influencia y el mutuo entendimiento. También existían otras formas de coordinación, como las Santiago Ortega 209 prácticas del autoauxilio o la apelación a poderes mágicos. Sea como fuere, en los casos de disputas derivadas de problemas de coordinación de la acción, ya sean individuales o colectivas, el conjunto de la comunidad plantea cuestiones referidas a las reglas de comportamiento y a los fines y vías que colectivamente se desean alcanzar. En este punto, existen dos alternativas de superación de los conflictos: el consenso y el arreglo. Esta etapa de regulación pre – jurídica del comportamiento es el origen de la simbiosis entre derecho y poder estatal. Paulatinamente las interpretaciones míticas del mundo, que concebían la justicia como restablecimiento del orden cósmico así como la gravedad del delito de acuerdo a las consecuencias del hecho y no a la intención del agente, fueron desplazadas por una moral convencional que objetivó a nivel religioso los valores y a nivel normativo las normas jurídicas. Este proceso estuvo, desde luego, vinculado con la formación de una estructura simbólica del mundo, que mediante el lenguaje permitía la interacción social entre los sujetos y de éstos con la naturaleza. En un primer nivel, la referida constitución cooriginal de derecho estatal y poder político se desarrolla de acuerdo a la posición de un juez – rey y luego mediante la organización burocrática del poder: el Estado. En este primer periodo, “todo derecho recibe su modo de validez del origen divino de un derecho natural interpretado en términos cristianos”, es decir, la normatividad de los derechos, lo que en buena cuenta significa el carácter obligatorio de las normas jurídicas, adquiere su legitimidad de una fundamentación metasocial (Habermas 1988: 23). La diferenciación entre derecho profano y derecho sacro, propia de todas las culturas superiores, plantea los límites a las funciones políticas del rey. El marco regulatorio de las funciones reales estaba determinado por un derecho no – instrumentalizable, un tipo de normatividad incondicionada, esto es, el status y poder de la monarquía derivaba de una legitimidad autofundada cuya naturaleza y poder era indiscutible: Dios. Éste derecho sacro constituye la primera expresión de incondicionalidad jurídica, el sentido y valor de las normas sagradas no estaban a disposición de voluntad colectiva o individual alguna. Los límites impuestos a las decisiones de la comunidad derivaban de una compresión dualista del mundo de naturaleza sustancial, cuyas reglas estaban claramente definidas. En este tipo de sociedad la dignidad de los individuos no se fundamentaba en la igualdad o libertad sino en la nobleza del espíritu y el abolengo. La inexistencia de conceptos como la autonomía de la voluntad, permitía un modelo de organización social con roles y funciones establecidos estáticamente. En general, una sociedad tradicional cuya comprensión metafísica del mundo otorgaba un sentido uniforme a las nociones sociales básicas como el de bien y justicia. 210 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? No obstante, el nomos de la Respublica Cristiana, en cuyo seno los espacios públicos y privados no se distinguían se desmembró por varias razones: el ascenso de la burguesía, la conformación de los Estados – nación, la secularización producida por la filosofía nominalista de Ockam, la sustitución de la filosofía realista aristotélica, el apogeo de filosofías pre cristianas, como el epicurismo y el estoicismo y en general, debido al advenimiento de la Modernidad, tanto Barroca como Ilustrada (Salles 2000: 437). En este punto, el derecho estatal y el poder político se institucionalizan haciendo posible una organización de la dominación política. El poder político disponía de la capacidad de instrumentalizar el Derecho como medio para la regulación normativa de la sociedad, y a su vez, la imposición de las leyes demandaba de una estructura permanente. Al producirse una diferenciación entre los espacios públicos y privados, debido a la des centralización de la concepción religiosa del mundo, el derecho sacro fue debilitándose y por tanto la dimensión instrumental del poder político se afianzó. Así pues, la soberanía ocupaba ahora el puesto que le correspondía al derecho natural de origen divino. La legitimidad del derecho derivaba de la voluntad soberana del príncipe y luego del legislador. En estas circunstancias, la dimensión no – instrumentalizable del derecho no se constituía como fuente de normatividad. Habermas afirma que “un derecho convencionalizado se separó de la moral racional postconvencional y se tornó dependiente de las resoluciones de un legislador político que podía programar tanto a la justicia como a la Administración, sin estar ligado, por su parte, a otras normas que a las de la “razón natural”. En la circulación entre poder instrumentalmente entendido y derecho instrumentalizado se abría así un vacío de legitimación que el derecho natural racional quiso llenar…recurriendo a la razón práctica” (Habermas 1998: 231). En efecto, el Derecho Natural Racional surgió como respuesta al hundimiento del Derecho Sacro, en tanto que se asumió que la imposición política de normas jurídicas demandaba de un poder legítimo. Ante un Derecho Sacro desencantado, y un espíritu de la época (Zeitgeist) contrario a la tradición, las normas jurídicas positivizadas necesitaban una fuente de validez no sólo fáctica, sino la rehabilitación de un momento de incondicionalidad, ésta vez proporcionado por la Razón y vinculado a los procedimientos contractualistas de autolegislación colectiva. La tesis contractualista, fundamentada en la Razón como módulo de regulación político social, postulaba la organización de las sociedades a partir de la autonomía ciudadana y la construcción de una diferenciación entre el espacio público y privado. Si la organización de las sociedades tradicionales reposaba en criterios de tipo natural, con la aparición de la teoría contractualista las institu- Santiago Ortega 211 ciones y la sociedad misma adquirían un sentido artificial. El optimismo antropológico del Racionalismo se opuso a la noción de Telos y a la naturaleza imperfecta del hombre, moldeando para ello el concepto de autonomía de la voluntad. En este contexto, la normatividad jurídica encuentra un tipo de fundamentación postmetafísica, pues la imagen religiosa del mundo se fue debilitando (Cassirer 1951: 77). El derecho privado burgués, inspirado por el Derecho Natural Racional, aportó la más importante institución jurídica contemporánea: El contrato, así como también fundamentó la capacidad jurídica individual de los sujetos para crear relaciones jurídicas vinculantes. En adelante, la voluntad individual definía los roles sociales que cumplía cada ciudadano y las diferenciaciones por estamentos quedaban relegadas. El Derecho Natural Racional contribuyó a este proceso ya que vinculó el derecho moderno a principios, es decir, redefinió la fuente de normatividad jurídica y lo asentó en una racionalidad procedimental. El momento de incondicionalidad del derecho se recuperaba y por tanto los vínculos entre los sistemas jurídico, moral y político se mantenían, ésta vez, en virtud de la razón práctica. Resultaban aceptables sólo aquellos tipos de regulaciones que contaban con el asentimiento general, sin la aplicación de mecanismos coercitivos que viciaran la formación de la voluntad general. En esta etapa, el ejercicio de la soberanía popular aún se entendía como masificación de las decisiones, es decir, las decisiones colectivas eran posibles de localizarse en un espacio definido, con sujetos de carne y hueso. Sólo más adelante, la teoría discursiva del derecho, identificará el ejercicio de la autonomía ciudadana y la validez de sus decisiones a partir de mecanismos discursivos institucionalizados. Sea como fuere, en el marco del Derecho Natural Racional “un contrato que cada individuo autónomo concluye con todos los demás individuos autónomos sólo puede tener por contenido algo que razonablemente redunde en el bien de cada uno. Por esta vía sólo resultan aceptables aquellas regulaciones que puedan contar con el asentimiento no forzado de todos. Esta idea básica delata que la razón del derecho natural moderno es esencialmente razón práctica, la razón de una moral autónoma” (Habermas 1988:29). Esto significa que en adelante la normatividad del derecho, y de las reglas individuales, se someterá al análisis de principios que son la expresión de la voluntad y el acuerdo generalizado. Sometidas las normas jurídicas positivas a principios morales, el Derecho Natural Racional trajo consigo dos versiones bastante distintas. Por una lado, Thomas Hobbes, fundador de la primera teoría del Estado moderno y del otro la filosofía idealista trascendental Kantiana. En la experiencia jurídica anglosajona, 212 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? podemos encontrar la distinción entre el common law y el statute law, similar a la proyectada entre el jus commune y jus particulare en Europa Continental. En Inglaterra, la formación del common law fue resultado de la institucionalización de un Derecho consuetudinario surgido de las relaciones sociales y recogida por las instancias judiciales, en tanto que, el statute law es el derecho establecido por el poder soberano del rey o del Parlamento. Esta diferenciación se ha mantenido nominalmente en vigor, pues el statute law es válido en tanto no contradice el common law. “Según una distinción constitucional de la Inglaterra medieval, el poder del soberano se distingue, de hecho, en gubernaculum (poder de gobierno) y jurisdictio (poder de aplicar leyes); el rey, en el ejercicio de la jurisdictio (a través de sus juicios) estaba obligado a aplicar el common law; éste último, por tanto, limitaba el poder del soberano” (Bobbio 1998: 51). No obstante, la inestabilidad del sistema político inglés, resultado de los conflictos interreligiosos, acarreó una versión absolutista del Derecho Natural Racional. Hobbes en polémica con sir Edward Coke, defiende el poder del soberano y la preeminencia del derecho estatutario, pues la preservación de la autoridad y la obediencia al soberano resguardarán las bases políticas de la sociedad. La abierta oposición de Hobbes a un derecho preexistente al Estado, lo convierte en uno de los precursores del positivismo, pues desde una ética utilitarista afirma la preeminencia de la autoridad. “No es la sabiduría, sino la autoridad, la que hace una ley”, sentenció. Por eso, para esta línea absolutista del Derecho Natural Racional, toda fuente de normatividad descansa en la soberanía del poder político, el cual cedió márgenes de libertad en el momento contractual del paso del estado de naturaleza al estado de sociedad. Para Hobbes, por supuesto, estas circunstancias no eran hipotéticas, sino una realidad en la desordenada Inglaterra del siglo XVII. Motivado por un pesimismo agustino, muy propio del protestantismo de la época, Hobbes creía que la corrupción del hombre le impedía alcanzar las leyes naturales de un orden perfecto, así como también era un crítico pertinaz de los órdenes libertarios. Aún así, en el ideario hobbesiano se hallaba una distinción fundamental para la construcción de la noción de autonomía de la libertad: in foro interno e in foro externo. Por ello, hace bien en afirmar Reinhart Koselleck que el hombre hobbesiano era un hombre dividido en dos mitades: una privada y otra pública, resultado de concesiones por parte del poder político (Koselleck 1988: 79). A nivel jurídico, la teoría hobbesiana desarrolló un equivalente racional que permitía una sustitución del Derecho Sacro, y se apoyaba en el poder soberano del rey. Para Habermas esta tentativa hobbesiana constituye una contradicción realizativa, en el sentido que le otorga Karl Otto Apel, pues según afirma, “el Santiago Ortega 213 contenido manifiesto de su teoría [la de Hobbes], que explica cómo el derecho totalmente positivado funciona de forma ajena a toda moral, cae en contradicción con el papel pragmático de la misma teoría, que trata de explicar a sus lectores por qué podrían tener buenas razones como ciudadanos libres e iguales para decidir someterse a un poder estatal absoluto” (Habermas 1988: 30). La otra vertiente del Derecho Natural Racional está representada por Immanuel Kant, quien le otorga al derecho un carácter esencialmente moral. Kant, ya desde su interpretación liberal de los derechos del hombre y de la soberanía popular en la constitución del sistema de derechos de la Modernidad, deja en claro su comprensión deontológica de los principios jurídicos. El principio general del derecho, de acuerdo a Kant, se deriva del imperativo categórico y de este principio de legislación se sigue el derecho subjetivo originario de cada uno a exigir de todos los demás miembros del sistema jurídico el respeto a su libertad en la medida en que esa libertad se pueda poner en concordancia con la igual libertad de todos conforme a leyes generales, esta sería la base para que luego la dogmática jurídica alemana construyera los derechos subjetivos privados, en cuya forma descansaba la moral en el derecho, según lo afirmaba el propio Savigny. En tal sentido, en Kant el derecho natural se deduce a priori de la razón práctica y de esta deducción el principio general del derecho garantiza la autonomía privada del hombre como anterior a la voluntad soberana de los ciudadanos. Esta restricción es propia de la teoría kantiana de los derechos del hombre y la caracteriza como un tipo de teoría moral de los mismos. Si Hobbes prescinde del momento de incondicionalidad de las normas reemplazándola por una voluntad soberana secularizada, Kant minimiza todo rasgo instrumental del derecho del cual pueda servirse el poder político, es decir, disuelve el derecho en la moral. Con ambas posiciones, el Derecho Natural Racional queda consolidado como reemplazo del Derecho Sacro. No obstante, el Derecho Natural Racional pronto se vio desbordado por una intensa dinámica social, una sociedad con una estructura administrativa compleja y definida según los parámetros del poder fáctico y económico. Se necesitaba, por tanto, un modelo institucional que respondiera a las exigencias planteadas por una intensificada liberalización de la economía, una sociedad funcionalmente diseñada y un aparato político cuyos poderes sean conferidos por la ley. Concretamente, se aspiraba a una profundización de la racionalidad procedimental en la comprensión del mundo. Éste modelo lo proporcionó el Estado de Derecho. A nivel jurisdiccional este acontecimiento tiene consecuencias interesantes pues el 214 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? carácter jurisprudencial – iuris prudentia – del derecho premoderno queda sometido a un módulo racional de regulación: La ley, por tanto, el derecho será identificado a partir de ahora con sus nuevos valores: seguridad jurídica, igualdad ante la ley, libertad frente a la arbitrariedad, etc. A nivel de ciencia jurídica, el Derecho se transforma en un tipo de saber cognoscitivo, pues de acuerdo al principio de legalidad las transformaciones de las normas jurídicas quedan reservadas a un poder legislativo autónomo de las instancias judiciales. Al perderse la identificación entre las opiniones de los doctores, de índole prescriptiva, con el derecho, nace la posibilidad de plantear una ciencia jurídica de naturaleza puramente cognoscitiva (Ferrajoli 2005: 16). 2. RACIONALIDAD PROCEDIMENTAL Y FUNDAMENTOS DEL ESTADO DE DERECHO De acuerdo a la tesis sostenida por Luigi Ferrajoli, se pueden identificar dos modelos de Estado de derecho, que en rigor, hacen referencia a una tipología político – institucional bastante diversa. “En sentido lato, débil o formal, “Estado de Derecho” designa cualquier ordenamiento en el que los poderes públicos son conferidos por la ley y ejercitados en las formas y con los procedimientos legalmente establecidos…En un segundo sentido, fuerte o sustancial, “Estado de Derecho” designa, en cambio, sólo aquellos ordenamientos en los que los poderes públicos están, además, sujetos a la ley (y, por tanto, limitados o vinculados a ella), no sólo en lo relativo a las formas, sino también en los contenidos” (Ferrajoli 2005: 16). Ambos modelos se remiten a una estructura constitucional que fue integrándose paulatinamente. El diseño institucional del Estado liberal se concretó mediante la separación de poderes, conformando de tal modo una concepción política clásica de la Constitución, surgida a partir del art. 16 de la Declaración de los derechos del hombre y del ciudadano (1789). En este primer constitucionalismo la Carta Magna organiza y distribuye las funciones del Estado, así como limita el poder político con la finalidad de proteger la libertad del ciudadano. La ampliación del repertorio de derechos fundamentales y la necesidad de tutela a los mismos generó una nueva concepción según la cual la Constitución no sólo organiza los poderes estatales sino la sociedad civil misma (Guastini 2008: 35). De acuerdo al esquema trazado por Ferrajoli, los modelos normativos del Estado de derecho son el paleo – iuspositivista del Estado legislativo de Derecho y el neo – iuspositivista del Estado constitucional de Derecho. Cabe recordar, que en los orígenes del Estado Moderno, la monopolización de la producción de leyes definía la característica jurídica más relevante de esta etapa, pues la centralización de poder coercitivo demandaba la creación de una comunidad jurídica con Santiago Ortega 215 límites políticos definidos. Más adelante, en la Modernidad Ilustrada, el principio de legalidad se consolidaba como norma de reconocimiento del Derecho válido. Este primer modelo de Estado legislativo de Derecho, de evidente signo liberal, se alzó en reemplazo de un Derecho Natural Racional exhausto, pues un tipo de normatividad deducida a priori llegó a ser insostenible. Ya durante el siglo XIX, los ius publicistas alemanes centraron su interés en regular constitucionalmente el poder administrativo de los monarcas. La más importante categoría conceptual incorporada a la ciencia jurídica fue la de derecho subjetivo público (Zagrebelsky 2002: 72) que en contraposición a la del derecho subjetivo privado (Cruz Parcero 1999: 50), explicaba las relaciones jurídicas resultantes de la pertenencia de un ciudadano a una determinada comunidad jurídica. Esto significó que el concepto de ley moralizada por el Derecho Natural Racional fue paulatinamente abandonado. No obstante, la alternativa que representaba el positivismo jurídico no convencía a los teóricos, de allí la necesidad de encontrar un momento de incondicionalidad inserto en la racionalidad misma de las normas positivizadas. En este circunstancias “la moralidad integrada en el derecho positivo ha de tener más bien la fuerza trascendedora de un procedimiento que se regula a sí mismo, que controla su propia racionalidad” (Habermas 1988: 34). Puchta, uno de los sucesores de Savigny, entiende que la calidad de Estado de Derecho no deriva sólo de la regulación legislativa de la jurisdicción, sino también le otorga a la justicia la labor activa en la construcción de principios, es decir, centraliza el rol del juez en el proceso de generación de derecho. Por eso, afirma Habermas, ya “Puchta ofrece un punto de apoyo para una teoría, que, desde la perspectiva de la jurisprudencia, hace derivar una racionalidad procedimental inserta en el propio discurso jurídico los fundamentos legitimadores de la legalidad” (Habermas 1988: 35), esto es, Habermas identifica el método científico de Puchta como un antecedente de la Teoría discursiva del derecho. Ahora bien, desde las funciones que le son propias a los legisladores, Kant había identificado que en el procedimiento legislativo mismo se hallaba un punto de vista moral de la imparcialidad, aunque el filósofo no distinguió con claridad la diferenciación entre la universalidad semántica de la ley y la generalidad procedimental de la misma, es decir, no se diferenció entre el contenido de la norma y el proceso democrático de la formación de la voluntad, los desarrollos teóricos actuales permiten una clara diferenciación entre los contextos de fundamentación y los contextos de aplicación de las normas (Sobrevilla Alcázar 2008: 125). En efecto, en “los contexto de fundamentación de normas la razón práctica se hace valer examinando si los intereses son susceptibles de universalización, y 216 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? en los contextos de aplicación de normas, examinando si se han tenido en cuenta de forma adecuada y completa todos los contextos relevantes a la luz de reglas que pueden colisionar entre sí” (Habermas 1988: 37). De tal modo, Habermas desea obtener la legitimidad de las normas de una racionalidad que garantice la imparcialidad de los procedimientos legislativos y judiciales. Lo cual significa que el momento de incondicionalidad del Derecho en la teoría jurídica del discurso se obtiene del cumplimiento de una racionalidad procedimental institucionalizada en los mecanismos democráticos de formación de la voluntad, que le otorgan validez al derecho positivo y que deriva del cumplimiento de las reglas del discurso práctico racional general. La sociedad postmetafísica encuentra en la imparcialidad de los procedimientos una forma de organización social justa en la cual caben distintas nociones de bien. Al constituirse la imparcialidad en núcleo de la razón práctica no sólo en el momento de la aplicación de las normas sino en el momento de fundamentación misma, las teorías morales y las teorías de la justicia quedarán vinculadas a un tipo de comprensión procedimental que expresa el sentido actual de nuestras sociedades. En ese tenor, todas las alternativas teóricas existentes provienen de la tradición neokantiana. En primer lugar John Rawls, quien parte del modelo del contrato social mediante el uso de una “posición original” en la que las partes definen los principios de justicia aplicables a su estructura social. En segundo lugar, L. Kohlberg, quien desde la asunción ideal de rol exige del sujeto que juzga moralmente ponerse en lugar de todos aquellos que se verían afectados por la entrada en vigor de la norma en cuestión. Finalmente, Karl Otto Apel y Jürgen Habermas, quienes desde la teoría del discurso asumen que del cumplimiento de la reglas de la argumentación racional general deriva la fuente de validez de los principios de justicia. Pero sea como fuere, esta referencia a las teorías procedimentales de la justicia mantiene con la racionalidad procedimental jurídica la garantía de validez de la decisión final. En el caso del derecho el momento de incondicionalidad se garantiza por el cumplimiento de una estructura discursiva, la normatividad de las leyes tiene como fuente procesos de formación de la voluntad mediante mecanismos no – coercitivos, lo cual significa una teoría jurídica que reposa en la racionalidad del lenguaje. Aún así, las diferencias entre la teoría procedimental de la justicia y la del derecho se dejan notar, pues “los procedimientos jurídicos cumplen aproximativamente las exigencias de una racionalidad procedimental perfecta porque quedan ligados a criterios institucionales y a criterios independientes, recurriendo a los cuales puede establecerse desde la perspectiva de un no implicado si una decisión se produjo o no conforme al Derecho. El procedimiento que representan los discursos morales, es decir, los discursos no jurídicamente regulados, no cumplen esta condición” (Habermas 1988: 40). Santiago Ortega 217 La teoría discursiva del derecho nos presenta un tipo de fundamentación procedimental de la validez jurídica. La obligatoriedad de las normas queda justificada en virtud de la imparcialidad del principio del discurso, el cual rehabilita el momento de no – instrumentalidad. Todo este proceso se desenvuelve en el marco del Estado de derecho, pero las razones que justifican su vigencia van más allá de las expuestas. En sentido estricto, el carácter moral de éste deriva de sus funciones reguladoras entre el poder comunicativo y el poder administrativo. En efecto, aunque la autonomía ciudadana genere una voluntad colectiva común, el proceso de implementación pasa por una instancia administrativa que en términos democráticos es manejada por grupos políticos. La política como expresión de racionalidad instrumental tiende al debilitamiento del poder comunicativo disperso en la sociedad civil, poder que también se ve afectado por el capital o por otros poderes fácticos. Por ello, el Estado de derecho no sólo se justificaría moralmente como diseño político en cuyo seno se desenvuelve una racionalidad jurídica procedimental, sino también como regulador del equilibrio entre los poderes de integración social: el dinero, el poder administrativo y la solidaridad. 3. EL ESTADO DE DERECHO COMO IDEAL POLÍTICO Tal como hemos hecho referencia, Thomas Hobbes fue uno de los precursores del positivismo jurídico. Sin embargo, en sus orígenes, el positivismo como estructura de comprensión teórica, tuvo en Jeremy Bentham y John Austin sus máximos representantes. Bentham ejerció un gran influjo en la ciencia jurídica continental y americana, mas no así en la inglesa. Es conocida su postura anti – iusnaturalista en razón del empirismo y utilitarismo que practicaba. En referencia a su vocación empirista, Bentham negaba la posibilidad de un derecho natural, pues al fundamentarse éste en una metafísica incontrastable, no susceptible de conocimiento experimental resultaba inconcebible como regulador de las relaciones sociales. A pesar de ello, y quizá debido a su inicial entusiasmo por los logros obtenidos por la Revolución Francesa y los postulados filosóficos del Racionalismo, Bentham coincidió con el iusnaturalismo en la necesidad de establecer una ética objetiva, esto es, una ética fundada en un principio objetivamente válido y científicamente verificado del cual deducirían las reglas del comportamiento humano (Bobbio 1998: 160). Aunque en este punto, Bentham sostenía una coincidencia vital con los iusnaturalistas, quienes basaban sus ideas en el Derecho Natural Racional, la fundamentación del mencionado principio, en el caso del filósofo inglés, descansaba en una ley verificable: todo hombre persigue su propia utilidad, en tanto que los iusnaturalistas, hacían lo propio expresando su confianza en la naturaleza del hombre. Como Hobbes, Bentham también se 218 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? adhirió a las críticas formuladas contra el derecho común, esto, en razón de su carácter asistemático y retroactivo, su falta de certeza, su naturaleza jurisdiccional y el que no se fundara en el principio de utilidad. Pronto, Bentham se desilusionaría de los cambios políticos propiciados por la Revolución Francesa, más no de su herencia codificadora. En el caso de John Austin, se deja notar con facilidad el influjo ejercido por la escuela histórica alemana en su obra. A primera vista, esto no parece nada compatible con sus intereses académicos y sus convicciones teóricas, quizá por ello, la inconsistencia de algunos puntos de vista expuestos por el autor. Bobbio ofrece una interpretación benevolente sobre las forzadas afirmaciones austinianas ya que considera que el influjo del historicismo alemán en Austin “no debe ser exagerada, y que las correspondencias y coincidencias entre el pensamiento de la escuela histórica y el de Austin son bastante limitadas y superficiales, y reducibles en último término a un solo punto: el rechazo de la consideración del Derecho natural como Derecho verdadero y estricto…” (Bobbio 1998: 116). Nuestro autor, como todo positivista del siglo XIX, creía que el carácter obligatorio de las normas jurídicas derivaba, exclusivamente, del mandato de un soberano. Así lo aseveró en sus famosas Lectures on Jurisprudence, pues “toda ley positiva, o sea toda ley en sentido estricto, es impuesta por una persona soberana o por un cuerpo soberano de personas a uno o más miembros de la sociedad política independiente en la que la persona o el cuerpo es soberano o supremo”, sentenció. Tanto Austin como Bentham desempeñaron roles principales en los orígenes del positivismo jurídico, el cual ha brindado sus mejores aportes en su versión inglesa. Las discusiones actuales sobre el positivismo han girado en torno a sus tipos: positivismo excluyente, incluyente, normativo o axiológico. Moreso, ha afirmado que en cualquiera de sus manifestaciones el positivismo se caracteriza por la defensa de la tesis de las fuentes sociales del Derecho, la separación entre Derecho y moral y los criterios de identificación del Derecho no dependientes de la moral. Por ello, según el tipo de relaciones entabladas entre estas características se puede identificar tres grandes formas de positivismo: “el duro o excluyente la entiende en el sentido de que la identificación del Derecho no puede depender de criterios morales; el blando o incluyente afirma que no necesita depender de criterios morales, aunque en sistemas jurídicos desarrollados sí depende de tales criterios…y finalmente, el positivismo jurídico axiológico o normativo sostiene que esa identificación debería no depender de criterios morales” (Atienza 2008: 303) . Uno de los representantes del positivismo jurídico excluyente es Joseph Raz, sucesor de Herbert Hart en la cátedra de Jurisprudence Santiago Ortega 219 en Oxford y recientemente jubilado en la misma. Aunque ambos mantienen una similar comprensión del derecho, de acuerdo a su orientación positivista, Hart puede ser catalogado como un positivista incluyente, en cambio, Raz no. El profesor oxoniense considera que “la identificación de una norma como norma jurídica consiste en atribuirla a una persona o institución relevante” y que “tales atribuciones pueden basarse únicamente en consideraciones de hecho” (Raz 2001: 43). Pero esta versión positivista sostiene tesis más audaces, en las que se puede observar, claramente, su vinculación a la racionalidad instrumental, empezando, por la afirmación de que toda racionalidad es inmanentemente instrumental. Partiendo de la noción de Estado de derecho elaborada por Friederick von Hayek, Raz afirma que si el Estado de derecho es la expresión del derecho bueno entonces se necesitaría una filosofía social completa para explicarla y si así fuese el término no cumpliría alguna función útil. Para el autor, el Estado de derecho es un ideal político del que un sistema jurídico puede carecer o poseer en mayor o menor grado, una virtud posible de identificarse en cualquier tipo de orden jurídico. Por ello, no se debe confundir esta virtud con otras nociones como la de democracia, justicia e igualdad, pues sea cual fuere las características del sistema jurídico es plenamente aceptable que éste se conforme según los requerimientos del Estado de derecho. Un sistema jurídico puede ser calificado como justo, injusto o injustísimo y aún así acomodarse con perfección a la virtud representada por el Estado de derecho. De acuerdo a la idea fundamental que se tiene de Estado de derecho, éste es frecuentemente catalogado en teoría jurídica y política como el gobierno del derecho y no de los hombres. Raz, asume que con toda seguridad un gobierno debe ser tanto de derecho como de hombres, por tanto, la muy conocida frase expresa una vacua tautología. Kelsen también calificó como tautológica la noción de Estado de derecho, pues desde una teoría formalista del Estado sus componentes se definen en términos normativos, es decir, el Estado representa el conjunto de normas jurídica válidas, conexiones de sentido, mas no sistemas de acción concretamente identificables. Raz, prosigue este formalismo pues de la idea básica de la cual deriva la noción de Estado de derecho, esto es, que el derecho tiene que ser capaz de guiar el comportamiento de los súbditos, no se deduce nada referido a derechos fundamentales, justicia o igualdad. En un intento por ir más allá de la concepción de Estado de derecho como orden y derecho aplicado al gobierno, Raz estima que la superación de la tautología en la que cae la referida noción se encuentra en la diferenciación entre el sentido profesional y el sentido lego de derecho. Asevera, siguiendo a Hart, que “para el jurista cualquier cosa 220 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? es derecho si satisface las condiciones de validez establecidas en el sistema de reglas de reconocimiento o en otras normas del sistema…para el lego, el derecho consiste únicamente en una subclase de esto. Para él, el derecho es en esencia un conjunto de disposiciones jurídicas abiertas, generales y relativamente estables. “Gobierno del derecho y no de los hombres”, no es una tautología si “derecho” significa derecho general, abierto y relativamente estable” (Raz 2002: 32). Pero no es posible gobernar sólo con reglas generales. Las exigencias políticas y las expectativas que recaen sobre un gobierno demandan acciones efectivas, cuya especificidad no viene determinada por las reglas generales y abiertas caracterizadas por el lego. Una doctrina del Estado de derecho que asuma éste como un ideal político deberá articular la producción de reglas de tal modo que las particulares sean jerárquicamente inferiores a las generales, de allí el importante principio doctrinario de que la creación de disposiciones jurídicas particulares deba ser guiada por normas generales abiertas y relativamente estables, principio fundamental del cual se derivan otros principios como: El que todas las disposiciones jurídicas deben ser prospectivas, abiertas y claras, la independencia del poder judicial tiene que ser garantizada, los tribunales deben ser fácilmente accesibles, entre otros. Se hizo referencia que la conformidad de un orden jurídico al Estado de derecho es una virtud, una entre otras tantas. Aunque una noción formal del Estado o del derecho suele ser identificada con regimenes políticos autoritarios, en tanto que no establece límites al poder derivado de contenidos o valores objetivos, Raz deja claramente establecido que un poder autoritario puede adecuarse perfectamente al Estado de derecho, así como también puede oponerse a los principios derivados de una idea formal fundamental de éste. Es más, afirma sin vacilación que “la única área en que el Estado de derecho excluye todas las formas de poder arbitrario es en la función aplicadora de derecho por parte de la judicatura donde se requiere que los tribunales estén sometidos únicamente al derecho…” (Raz 2002: 25¨). Pero el valor del Estado de derecho no sólo se realiza en virtud de los límites que impone al poder arbitrario. Nuestro autor identifica el valor del Estado de derecho a partir de su capacidad para ofrecer marcos seguros y estables que permitan escoger y preservar estilos de vida. Con tal finalidad, el Estado de derecho estabiliza las relaciones sociales y establece una política de autolimitación, con el propósito de que el derecho sea una base segura para la planeación. De tal manera, Raz deja establecida sus convicciones liberales a partir de una comprensión del Estado de derecho como virtud que defiende la dignidad del hombre al garantizar la certeza de las condiciones en las cuales se desenvuelve sus decisiones y se cumplen sus expectativas. Santiago Ortega 221 Desde esta perspectiva el Estado de derecho se asume como un valor negativo, pues su conformidad a él no causa bien alguno, en absoluto, su carácter virtuoso deriva de minimizar el poder arbitrario, cuyas condiciones de generación son creadas por el mismo derecho mediante las disposiciones jurídicas particulares, además de la garantía de certeza a las expectativas. Negando una conexión necesaria entre el derecho y la moral propuesta por Lon Fuller, Raz establece que el Estado de derecho no es meramente una virtud moral sino “una condición necesaria para que el derecho sirva directamente cualquier buen propósito” (Raz 2002: 32). El carácter virtuoso del Estado de derecho, inherente al derecho mismo, radica en la capacidad de guiar comportamientos a través de normas y tribunales. Esta consideración deriva de una concepción instrumental del derecho, pues como técnica de regulación social el derecho puede servir para distintos fines, y aún así no perder su calidad de virtud moral. Una virtud específica, una virtud moralmente neutra es la virtud de la eficiencia, la virtud del instrumento en tanto instrumento esa virtud es el Estado de derecho. Universidad Nacional Mayor de San Marcos (Perú) E-mail: [email protected] 222 ¿Es el Estado de derecho una virtud moral? 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