Ruta de la celebración renovada de nuestros sacramentos

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La constitución Sacrosanctum Concilium
sobre la Sagrada Liturgia
Ruta de la celebración
renovada de nuestros
sacramentos
Comentarios a
su aplicación en
la Arquidiócesis
de San José a 50 años
de su publicación.
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La constitución Sacrosanctum Concilium
sobre la Sagrada Liturgia
Ruta de la celebración
renovada de nuestros
sacramentos
Comentarios a
su aplicación en
la Arquidiócesis
de San José a 50 años
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Créditos
Coordinación:
Pbro. Alfonso Mora Meléndez, Vicario Episcopal de Pastoral Litúrgica
Equipo de trabajo de la Vicaría Episcopal de Pastoral Litúrgica.
Pbro. Francisco Morales González.
R.P. Fray Luis Gerardo Santamaría Rivera, ofm.
Cinthia Chacón Gamboa.
Luis Carlos Bonilla Soto.
Compilación, diseño y fotografías:
Luis Carlos Bonilla Soto.
Fotografías de la portada, contraportada y diseño interno:
Vitrales de la iglesia del Convento de San Antonio de Guadalupe.
Arquidiócesis de San José de Costa Rica. Año del Señor 2013.
5
Presentación
El 4 de diciembre de este año 2013, se cumplirán 50 años de la promulgación de la
Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia, la primera constitución
aprobada por el Concilio Ecuménico Vaticano II. Siendo este documento conciliar fundamental, pues nos permite descubrir las huellas del soplo del Espíritu en la Iglesia en el
siglo XX.
Para la Iglesia Arquidiocesana de San José, es ineludible recordar con cariño este
momento histórico que brindó un nuevo impulso para anunciar, celebrar y vivir el Reino
instaurado por Jesucristo nuestro Sumo y Eterno Sacerdote. Además, para el Pueblo de
Dios que peregrina en la Arquidiócesis será una oportunidad para recordar las gracias
que Dios otorga a la humanidad y reconocer con alegría nuestro carácter de pueblo sacerdotal, escogido y santo, que recuperan con insistencia las reflexiones conciliares.
Ante tan importante efeméride eclesial, como Arzobispo de San José animo a todos
los fieles que celebran el Misterio de Cristo en cada una de las acciones litúrgicas de las
parroquias y comunidades religiosas, a amar cada día más el depósito de nuestra fe y a
valorar los esfuerzos por catequizar y contemplar cada vez con mayor transparencia y
belleza la celebración de los acontecimientos de nuestra salvación. El presente material
de apoyo ofrece una gran oportunidad para leer de nuevo tan importante Constitución
conciliar.
Que este cincuentenario sea un impulso para vivir la frescura de los sacramentos.
+ José Rafael Quirós Quirós
Arzobispo de san José
6
7
Índice
Proemio
9
CAPÍTULO I
PRINCIPIOS GENERALES PARA LA REFORMA Y FOMENTO DE LA SAGRADA LITURGIA
10
COMENTARIO AL CAPÍTULO UNO: LA TEOLOGÍA LITÚRGICA EN LOS PADRES CONCILIARES Y EL
MOVIMIENTO LITÚRGICO. Pbro. Alfonso Mora Meléndez
19
CAPÍTULO II
SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTÍA
25
COMENTARIO AL CAPÍTULO DOS: LA RENOVACIÓN DEL MISAL ROMANO Y SU APLICACIÓN EN
COSTA RICA . Pbro. Alfonso Mora Meléndez
28
CAPÍTULO III
LOS DEMÁS SACRAMENTOS Y LOS SACRAMENTALES
33
COMENTARIO AL CAPÍTULO TRES: LA TEOLOGÍA SACRAMENTAL A LA LUZ DEL VATICANO
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
37
CAPÍTULO IV
EL OFICIO DIVINO
43
COMENTARIO AL CAPÍTULO CUATRO: LA LITURGIA DE LAS HORAS
46
CAPÍTULO V
EL AÑO LITÚRGICO.
51
COMENTARIO AL CAPÍTULO CINCO: LA ESPIRITUALIDAD DEL AÑO LITÚRGICO.
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
53
CAPÍTULO VI
LA MÚSICA SAGRADA
COMENTARIO AL CAPÍTULO SEIS: EL CANTO POPOULAR RELIGIOSO.
Pbro. Francisco Morales González
CAPÍTULO VII
EL ARTE Y LOS OBJETOS SAGRADOS
COMENTARIO AL CAPÍTULO SIETE: El arte de nuestras iglesias a los 50 años de la
Sacrosanctum Concilium. Luis Carlos Bonilla Soto
Apéndice: Declaración del sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II
sobre la revisión del calendario
TAREA EN CONSTANTE VIGENCIA
LA APLICACIÓN DE LA SACROSANCTUM CONCILIUM. Pbro. Alfonso Mora Meléndez
59
61
77
79
81
86
8
9
CONSTITUCIÓN
SACROSANCTUM CONCILIUM
SOBRE LA SAGRADA LITURGIA
PROEMIO
1.
Este sacrosanto Concilio se propone acrecentar de día en día entre los fieles la vida cristiana,
adaptar mejor a las necesidades de nuestro tiempo las instituciones que están sujetas a cambio,
promover todo aquello que pueda contribuir a la
unión de cuantos creen en Jesucristo y fortalecer
lo que sirve para invitar a todos los hombres al
seno de la Iglesia. Por eso cree que le corresponde de un modo particular proveer a la reforma y al
fomento de la Liturgia.
La Liturgia en el misterio de la Iglesia
2. En efecto, la Liturgia, por cuyo medio "se ejerce la obra de nuestra Redención", sobre todo en
el divino sacrificio de la eucaristía, contribuye en
sumo grado a que los fieles expresen en su vida, y
manifiesten a los demás, el misterio de Cristo y la
naturaleza auténtica de la verdadera Iglesia. Es
característico de la Iglesia ser, a la vez, humana y
divina, visible y dotada de elementos invisibles,
entregada a la acción y dada a la contemplación,
presente en el mundo y, sin embargo, peregrina; y
todo esto de suerte que en ella lo humano esté
ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo
invisible, la acción a la contemplación y lo presente a la ciudad futura que buscamos. Por eso, al
edificar día a día a los que están dentro para ser
templo santo en el Señor y morada de Dios en el
Espíritu, hasta llegar a la medida de la plenitud de
la edad de Cristo, la Liturgia robustece también
admirablemente sus fuerzas para predicar a Cristo
y presenta así la Iglesia, a los que están fuera, como signo levantado en medio de las naciones, para que, bajo de él, se congreguen en la unidad los
hijos de Dios que están dispersos, hasta que haya
un solo rebaño y un solo pastor.
Liturgia y ritos
3. Por lo cual, el sacrosanto concilio estima que
han de tenerse en cuenta los principios siguientes, y que se deben establecer algunas normas
prácticas en orden al fomento y reforma de la Liturgia. Entre estos principios y normas hay algunos que pueden y deben aplicarse lo mismo al rito
romano que a los demás ritos. Sin embargo, se ha
de entender que las normas prácticas que siguen
se refieren sólo al rito romano, cuando no se trata
de cosas que, por su misma naturaleza, afectan
también a los demás ritos.
4. Por último, el sacrosanto Concilio, ateniéndose fielmente a la tradición, declara que la Santa
Madre Iglesia atribuye igual derecho y honor a
todos los ritos legítimamente reconocidos y quiere que en el futuro se conserven y fomenten por
todos los medios. Desea, además, que, si fuere
necesario, sean íntegramente revisados con prudencia, de acuerdo con la sana tradición, y reciban
nuevo vigor, teniendo en cuenta las circunstancias y necesidades de hoy.
10
CAPÍTULO I
PRINCIPIOS GENERALES PARA LA REFORMA
Y FOMENTO DE LA SAGRADA LITURGIA
I. NATURALEZA DE LA SAGRADA LITURGIA
Y SU IMPORTANCIA EN LA VIDA DE LA IGLESIA
La obra de la salvación se realiza en Cristo
5.
Dios, que "quiere que todos los hombres se
salven y lleguen al conocimiento de la verdad" (1
Tim., 2,4), "habiendo hablado antiguamente en
muchas ocasiones de diferentes maneras a nuestros padres por medio de los profetas" (Hebr.,
1,1), cuando llegó la plenitud de los tiempos envió
a su Hijo, el Verbo hecho carne, ungido por el Espíritu Santo, para evangelizar a los pobres y curar
a los contritos de corazón, como "médico corporal y espiritual", mediador entre Dios y los hombres. En efecto, su humanidad, unida a la persona
del Verbo, fue instrumento de nuestra salvación.
Por esto en Cristo se realizó plenamente nuestra
reconciliación y se nos dio la plenitud del culto
divino. Esta obra de redención humana y de la
perfecta glorificación de Dios, preparada por las
maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua Alianza, Cristo la realizó principalmente por el
misterio pascual de su bienaventurada pasión.
Resurrección de entre los muertos y gloriosa Ascensión. Por este misterio, "con su Muerte destruyó nuestra muerte y con su Resurrección restauró
nuestra vida. Pues el costado de Cristo dormido
en la cruz nació "el sacramento admirable de la
Iglesia entera".
En la Iglesia se realiza por la Liturgia
6.
Por esta razón, así como Cristo fue enviado
por el Padre, Él, a su vez, envió a los Apóstoles
llenos del Espíritu Santo. No sólo los envió a predicar el Evangelio a toda criatura y a anunciar que el
Hijo de Dios, con su Muerte y Resurrección, nos
libró del poder de Satanás y de la muerte, y nos
condujo al reino del Padre, sino también a realizar
la obra de salvación que proclamaban, mediante
el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida litúrgica. Y así, por el bautismo, los hombres son injertados en el misterio pascual de Jesucristo: mueren con El, son sepultados
con El y resucitan con El; reciben el espíritu de
adopción de hijos "por el que clamamos: Abba,
Padre" (Rom., 8,15) y se convierten así en los verdaderos adoradores que busca el Padre. Asimismo, cuantas veces comen la cena del Señor, proclaman su Muerte hasta que vuelva. Por eso, el
día mismo de Pentecostés, en que la Iglesia se
manifestó al mundo "los que recibieron la palabra
de Pedro "fueron bautizados. Y con perseverancia
escuchaban la enseñanza de los Apóstoles, se
reunían en la fracción del pan y en la oración, alabando a Dios, gozando de la estima general del
pueblo" (Act., 2,14-47). Desde entonces, la Iglesia
nunca ha dejado de reunirse para celebrar el misterio pascual: leyendo "cuanto a él se refieren en
toda la Escritura" (Lc., 24,27), celebrando la eucaristía, en la cual "se hace de nuevo presentes la
11
victoria y el triunfo de su Muerte", y dando gracias al mismo tiempo " a Dios por el don inefable" (2 Cor., 9,15) en Cristo Jesús, "para alabar su
gloria" (Ef., 1,12), por la fuerza del Espíritu Santo.
Presencia de Cristo en la Liturgia
7. Para realizar una obra tan grande, Cristo está
siempre presente en su Iglesia, sobre todo en la
acción litúrgica. Está presente en el sacrificio de la
Misa, sea en la persona del ministro,
"ofreciéndose ahora por ministerio de los sacerdotes el mismo que entonces se ofreció en la
cruz", sea sobre todo bajo las especies eucarísticas. Está presente con su fuerza en los Sacramentos, de modo que, cuando alguien bautiza, es Cristo quien bautiza. Está presente en su palabra,
pues cuando se lee en la Iglesia la Sagrada Escritura, es El quien habla. Está presente, por último,
cuando la Iglesia suplica y canta salmos, el mismo
que prometió: "Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy Yo en medio de
ellos" (Mt., 18,20). Realmente, en esta obra tan
grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los hombres santificados, Cristo asocia siempre consigo a su amadísima Esposa la Iglesia, que
invoca a su Señor y por El tributa culto al Padre
Eterno.
Con razón, pues, se considera la Liturgia como el
ejercicio del sacerdocio de Jesucristo. En ella los
signos sensibles significan y, cada uno a su manera, realizan la santificación del hombre, y así el
Cuerpo Místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y
sus miembros, ejerce el culto público íntegro. En
consecuencia, toda celebración litúrgica, por ser
obra de Cristo sacerdotes y de su Cuerpo, que es
la Iglesia, es acción sagrada por excelencia, cuya
eficacia, con el mismo título y en el mismo grado,
no la iguala ninguna otra acción de la Iglesia.
Liturgia terrena y Liturgia celeste
8. En la Liturgia terrena preguntamos y tomamos
parte en aquella Liturgia celestial, que se celebra
en la santa ciudad de Jerusalén, hacia la cual nos
dirigimos como peregrinos, y donde Cristo está
sentado a la diestra de Dios como ministro del
santuario y del tabernáculo verdadero, cantamos
al Señor el himno de gloria con todo el ejército
celestial; venerando la memoria de los santos esperamos tener parte con ellos y gozar de su compañía; aguardamos al Salvador, Nuestro Señor
Jesucristo, hasta que se manifieste El, nuestra vida, y nosotros nos manifestamos también gloriosos con El.
La Liturgia no es la única actividad de la Iglesia
9. La sagrada Liturgia no agota toda la actividad
de la Iglesia, pues para que los hombres puedan
llegar a la Liturgia es necesario que antes sean
llamados a la fe y a la conversión: "¿Cómo invocarán a Aquel en quien no han creído? ¿O cómo
creerán en El sin haber oído de El? ¿Y como oirán
si nadie les predica? ¿Y cómo predicarán si no son
enviados?" (Rom., 10,14-15). Por eso, a los no creyentes la Iglesia proclama el mensaje de salvación
para que todos los hombres conozcan al único
Dios verdadero y a su enviado Jesucristo, y se
conviertan de sus caminos haciendo penitencia. Y
a los creyentes les debe predicar continuamente
la fe y la penitencia, y debe prepararlos, además,
para los Sacramentos, enseñarles a cumplir todo
cuanto mandó Cristo y estimularlos a toda clase
de obras de caridad, piedad y apostolado, para
que se ponga de manifiesto que los fieles, sin ser
de este mundo, son la luz del mundo y dan gloria
al Padre delante de los hombres.
Liturgia, cumbre y fuente de la vida eclesial
10. No obstante, la Liturgia es la cumbre a la cual
tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo
la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los
trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez
hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos
se reúnan para alabar a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del
Señor. Por su parte, la Liturgia misma impulsa a
los fieles a que, saciados "con los sacramentos
pascuales", sean "concordes en la piedad"; ruega
12
a Dios que "conserven en su vida lo que recibieron en la fe", y la renovación de la Alianza del Señor con los hombres en la eucaristía enciende y
arrastra a los fieles a la apremiante caridad de
Cristo. Por tanto, de la Liturgia, sobre todo de la
eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de
su fuente y se obtiene con la máxima eficacia
aquella santificación de los hombres en Cristo y
aquella glorificación de Dios, a la cual las demás
obras de la Iglesia tienden como a su fin.
Necesidad de las disposiciones personales
11. Mas, para asegurar esta plena eficacia es necesario que los fieles se acerquen a la sagrada Liturgia con recta disposición de ánimo, pongan su
alma en consonancia con su voz y colaboren con
la gracia divina, para no recibirla en vano. Por esta
razón, los pastores de almas deben vigilar para
que en la acción litúrgica no sólo se observen las
leyes relativas a la celebración válida y lícita, sino
también para que los fieles participen en ella
consciente, activa y fructuosamente.
Liturgia y ejercicios piadosos
12. Con todo, la participación en la sagrada Liturgia no abarca toda la vida espiritual. En efecto, el
cristiano, llamado a orar en común, debe, no obstante, entrar también en su cuarto para orar al
Padre en secreto; más aún, debe orar sin tregua,
según enseña el Apóstol. Y el mismo Apóstol nos
exhorta a llevar siempre la mortificación de Jesús
en nuestro cuerpo, para que también su vida se
manifieste en nuestra carne mortal. Por esta causa pedimos al Señor en el sacrificio de la Misa que,
"recibida la ofrenda de la víctima espiritual", haga
de nosotros mismos una "ofrenda eterna" para Sí.
Se recomiendan las prácticas piadosas aprobadas
13.
Se recomiendan encarecidamente los ejercicios piadosos del pueblo cristiano, con tal que
sean conformes a las leyes y a las normas de la
Iglesia, en particular si se hacen por mandato de
la Sede Apostólica.
Gozan también de una dignidad especial las prácticas religiosas de las Iglesias particulares que se
celebran por mandato de los Obispos, a tenor de
las costumbres o de los libros legítimamente
aprobados.
Ahora bien, es preciso que estos mismos ejercicios se organicen teniendo en cuenta los tiempos
litúrgicos, de modo que vayan de acuerdo con la
sagrada Liturgia, en cierto modo deriven de ella y
a ella conduzcan al pueblo, ya que la liturgia, por
su naturaleza, está muy por encima de ellos.
II. NECESIDAD DE PROMOVER LA EDUCACIÓN
LITÚRGICA Y LA PARTICIPACIÓN ACTIVA.
14. La santa madre Iglesia desea ardientemente
que se lleve a todos los fieles a aquella participación plena, consciente y activa en las celebraciones litúrgicas que exige la naturaleza de la Liturgia
misma y a la cual tiene derecho y obligación, en
virtud del bautismo, el pueblo cristiano, "linaje
escogido sacerdocio real, nación santa, pueblo
adquirido" (1 Pe., 2,9; cf. 2,4-5). Al reformar y fomentar la sagrada Liturgia hay que tener muy en
cuenta esta plena y activa participación de todo el
pueblo, porque es la fuente primaria y necesaria
de donde han de beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano, y por lo mismo, los pastores
de almas deben aspirar a ella con diligencia en toda su actuación pastoral, por medio de una educación adecuada. Y como no se puede esperar que
esto ocurra, si antes los mismos pastores de almas no se impregnan totalmente del espíritu y de
la fuerza de la Liturgia y llegan a ser maestros de
la misma, es indispensable que se provea antes
que nada a la educación litúrgica del clero. Por
tanto, el sacrosanto Concilio ha decretado establecer lo que sigue:
Formación de profesores de Liturgia
15. Los profesores que se elijan para enseñar la
asignatura de sagrada Liturgia en los seminarios,
casas de estudios de los religiosos y facultades
13
teológicas, deben formarse a conciencia para su
misión en institutos destinados especialmente a
ello.
Formación litúrgica del clero
16.
La asignatura de sagrada Liturgia se debe
considerar entre las materias necesarias y más
importantes en los seminarios y casas de estudio
de los religiosos, y entre las asignaturas principales en las facultades teológicas. Se explicará tanto
bajo el aspecto teológico e histórico como bajo el
aspecto espiritual, pastoral y jurídico. Además, los
profesores de las otras asignaturas, sobre todo de
Teología dogmática, Sagrada Escritura, Teología
espiritual y pastoral, procurarán exponer el misterio de Cristo y la historia de la salvación, partiendo
de las exigencias intrínsecas del objeto propio de
cada asignatura, de modo que quede bien clara su
conexión con la Liturgia y la unidad de la formación sacerdotal.
Vida litúrgica en los seminarios e institutos religiosos
17. En los seminarios y casas religiosas, los clérigos deben adquirir una formación litúrgica de la
vida espiritual, por medio de una adecuada iniciación que les permita comprender los sagrados
ritos y participar en ellos con toda el alma, sea celebrando los sagrados misterios, sea con otros
ejercicios de piedad penetrados del espíritu de la
sagrada Liturgia; aprendan al mismo tiempo a observar las leyes litúrgicas, de modo que en los seminarios e institutos religiosos la vida esté totalmente informada de espíritu litúrgico.
Vida litúrgica de los sacerdotes
18.
A los sacerdotes, tanto seculares como religiosos, que ya trabajan en la viña del Señor, se les
ha de ayudar con todos los medios apropiados a
comprender cada vez más plenamente lo que realizan en las funciones sagradas, a vivir la vida litúrgica y comunicarla a los fieles a ellos encomendados.
Formación litúrgica del pueblo fiel
19. Los pastores de almas fomenten con diligencia y paciencia la educación litúrgica y la participación activa de los fieles, interna y externa, conforme a su edad, condición, género de vida y grado
de cultura religiosa, cumpliendo así una de las funciones principales del fiel dispensador de los misterios de Dios y, en este punto, guíen a su rebaño
no sólo de palabra, sino también con el ejemplo.
Transmisiones de acciones litúrgicas
20.
Las transmisiones radiofónicas y televisivas
de acciones sagradas, sobre todo si se trata de la
celebración de la Misa, se harán discreta y decorosamente, bajo la dirección y responsabilidad de
una persona idónea a quien los Obispos hayan
destinado a este menester.
III. REFORMA DE LA SAGRADA LITURGIA
21. Para que en la sagrada Liturgia el pueblo cristiano obtenga con mayor seguridad gracias abundantes, la santa madre Iglesia desea proveer con
solicitud a una reforma general de la misma Liturgia. Porque la Liturgia consta de una parte que es
inmutable por ser la institución divina, y de otras
partes sujetas a cambio, que en el decurso del
tiempo pueden y aun deben variar, si es que en
ellas se han introducido elementos que no responden bien a la naturaleza íntima de la misma
Liturgia o han llegado a ser menos apropiados.
En esta reforma, los textos y los ritos se han de
ordenar de manera que expresen con mayor claridad las cosas santas que significan y, en lo posible, el pueblo cristiano pueda comprenderlas fácilmente y participar en ellas por medio de una
celebración plena, activa y comunitaria.
Por esta razón, el sacrosanto Concilio ha establecido estas normas generales:
A) Normas generales
14
Sólo la Jerarquía puede introducir cambios en la
Liturgia
22. §1. La reglamentación de la sagrada Liturgia
es de competencia exclusiva de la autoridad eclesiástica; ésta reside en la Sede Apostólica y, en la
medida que determine la ley, en el Obispo.
§ 2. En virtud del poder concedido por el derecho
la reglamentación de las cuestiones litúrgicas corresponde también, dentro de los límites establecidos, a las competentes asambleas territoriales
de Obispos de distintas clases, legítimamente
constituidos.
§3. Por lo mismo, nadie, aunque sea sacerdote,
añada, quite o cambie cosa alguna por iniciativa
propia en la Liturgia.
Conservar la tradición y apertura al legítimo
progreso
23. Para conservar la sana tradición y abrir, con
todo, el camino a un progreso legítimo, debe preceder siempre una concienzuda investigación teológica, histórica y pastoral, acerca de cada una de
las partes que se han de revisar. Téngase en cuenta, además, no sólo las leyes generales de la estructura y mentalidad litúrgicas, sino también la
experiencia adquirida con la reforma litúrgica y
con los indultos concedidos en diversos lugares.
Por último, no se introduzcan innovaciones si no
lo exige una utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución
de que las nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente a partir de las ya existentes. En cuanto sea posible evítense las diferencias
notables de ritos entre territorios contiguos.
Biblia y Liturgia
dos de su espíritu y de ella reciben su significado
las acciones y los signos. Por tanto, para procurar
la reforma, el progreso y la adaptación de la sagrada Liturgia, hay que fomentar aquel amor suave y vivo hacia la Sagrada Escritura que atestigua
la venerable tradición de los ritos, tanto orientales
como occidentales.
Revisión de los libros litúrgicos
25.
Revísense cuanto antes los libros litúrgicos,
valiéndose de peritos y consultando a Obispos de
diversas regiones del mundo.
B) Normas derivadas de la índole de la liturgia como acción
jerárquica y comunitaria.
26. Las acciones litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de la Iglesia, que es
"sacramento de unidad", es decir, pueblo santo
congregado y ordenado bajo la dirección de los
Obispos.
Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia,
influyen en él y lo manifiestan; pero cada uno de
los miembros de este cuerpo recibe un influjo diverso, según la diversidad de órdenes, funciones y
participación actual.
Primacía de las celebraciones comunitarias
27. Siempre que los ritos, cada cual según su naturaleza propia, admitan una celebración comunitaria, con asistencia y participación activa de los
fieles, incúlquese que hay que preferirla, en cuanto sea posible, a una celebración individual y casi
privada. Esto vale, sobre todo, para la celebración
de la Misa, quedando siempre a salvo la naturaleza pública y social de toda Misa, y para la administración de los Sacramentos.
24. En la celebración litúrgica la importancia de
Cada cual desempeñe su oficio
la Sagrada Escritura es sumamente grande. Pues
de ella se toman las lecturas que luego se explican
en la homilía, y los salmos que se cantan, las preces, oraciones e himnos litúrgicos están penetra-
28. En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple fiel, al desempeñar su oficio, hará
15
todo y sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la acción y las normas litúrgicas.
Auténtico ministerio litúrgico
29. Los acólitos, lectores, comentadores y cuantos pertenecen a la Schola Cantorum, desempeñan un auténtico ministerio litúrgico. Ejerzan, por
tanto, su oficio con la sincera piedad y orden que
convienen a tan gran ministerio y les exige con
razón el Pueblo de Dios.
Con ese fin es preciso que cada uno, a su manera,
esté profundamente penetrado del espíritu de la
Liturgia y sea instruido para cumplir su función
debida y ordenadamente.
Participación activa de los fieles
30.
Para promover la participación activa se fomentarán las aclamaciones del pueblo, las respuestas, la salmodia, las antífonas, los cantos y
también las acciones o gestos y posturas corporales. Guárdese, además, a su debido tiempo, un
silencio sagrado.
Normas para la revisión de las rúbricas
31. En la revisión de los libros litúrgicos, téngase
muy en cuenta que en las rúbricas esté prevista
también la participación de los fieles.
No se hará acepción alguna de personas
32.
Fuera de la distinción que deriva de la función litúrgica y del orden sagrado, y exceptuados
los honores debidos a las autoridades civiles a tenor de las leyes litúrgicas, no se hará acepción de
personas o de clases sociales ni en las ceremonias
ni en el ornato externo.
C) Normas derivadas del carácter didáctico y pastoral de la Liturgia.
33. Aunque la sagrada Liturgia sea principalmen-
te culto de la divina Majestad, contiene también
una gran instrucción para el pueblo fiel. En efecto,
en la liturgia, Dios habla a su pueblo; Cristo sigue
anunciando el Evangelio. Y el pueblo responde a
Dios con el canto y la oración.
Más aún: las oraciones que dirige a Dios el sacerdote —que preside la asamblea representando a
Cristo— se dicen en nombre de todo el pueblo
santo y de todos los circunstantes. Los mismos
signos visibles que usa la sagrada Liturgia han sido
escogidos por Cristo o por la Iglesia para significar
realidades divinas invisibles. Por tanto, no sólo
cuando se lee "lo que se ha escrito para nuestra
enseñanza" (Rom., 15,4), sino también cuando la
Iglesia ora, canta o actúa, la fe de los participantes
se alimenta y sus almas se elevan a Dios a fin de
tributarle un culto racional y recibir su gracia con
mayor abundancia.
Por eso, al realizar la reforma hay que observar las
normas generales siguientes:
Estructura de los ritos
34. Los ritos deben resplandecer con noble sencillez; deben ser breves, claros, evitando las repeticiones inútiles, adaptados a la capacidad de los
fieles y, en general, no deben tener necesidad de
muchas explicaciones.
Biblia, predicación y catequesis litúrgica
35. Para que aparezca con claridad la íntima conexión entre la palabra y el rito en la Liturgia:
1). En las celebraciones sagradas debe haber lectura de la Sagrada Escritura más abundante, más
variada y más apropiada.
2). Por ser el sermón parte de la acción litúrgica,
se indicará también en las rúbricas el lugar más
apto, en cuanto lo permite la naturaleza del rito;
cúmplase con la mayor fidelidad y exactitud el ministerio de la predicación. las fuentes principales
de la predicación serán la Sagrada Escritura y la
Liturgia, ya que es una proclamación de las mara-
16
villas obradas por Dios en la historia de la salvación o misterio de Cristo, que está siempre presente y obra en nosotros, particularmente en la
celebración de la Liturgia.
3). Incúlquese también por todos los medios la
catequesis más directamente litúrgica, y si es preciso, téngase previstas en los ritos mismos breves
moniciones, que dirá el sacerdote u otro ministro
competente, pero solo en los momentos más
oportunos, con palabras prescritas u otras semejantes.
4). Foméntense las celebraciones sagradas de la
palabra de Dios en las vísperas de las fiestas más
solemnes, en algunas ferias de Adviento y Cuaresma y los domingos y días festivos, sobre todo en
los lugares donde no haya sacerdotes, en cuyo
caso debe dirigir la celebración un diácono u otro
delegado por el Obispo.
Lengua litúrgica
36. § 1. Se conservará el uso de la lengua latina
en los ritos latinos, salvo derecho particular.
§ 2. Sin embargo, como el uso de la lengua vulgar
es muy útil para el pueblo en no pocas ocasiones,
tanto en la Misa como en la administración de los
Sacramentos y en otras partes de la Liturgia, se le
podrá dar mayor cabida, ante todo, enlas lecturas
y moniciones, en algunas oraciones y cantos, conforme a las normas que acerca de esta materia se
establecen para cada caso en los capítulos siguientes.
§ 3. Supuesto el cumplimiento de estas normas,
será de incumbencia de la competente autoridad
eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, 2, determinar si ha de usarse la lengua
vernácula y en qué extensión; si hiciera falta se
consultará a los Obispos de las regiones limítrofes
de la misma lengua. Estas decisiones tienen que
ser aceptadas, es decir, confirmadas por la Sede
Apostólica.
§ 4. La traducción del texto latino a la lengua vernácula, que ha de usarse en la Liturgia, debe ser
aprobada por la competente autoridad eclesiástica territorial antes mencionada.
D) Normas para adaptar la Liturgia a la mentalidad
y tradiciones de los pueblos
37.
La Iglesia no pretende imponer una rígida
uniformidad en aquello que no afecta a la fe o al
bien de toda la comunidad, ni siquiera en la Liturgia: por el contrario, respeta y promueve el genio
y las cualidades peculiares de las distintas razas y
pueblos. Estudia con simpatía y, si puede, conserva integro lo que en las costumbres de los pueblos encuentra que no esté indisolublemente vinculado a supersticiones y errores, y aun a veces lo
acepta en la misma Liturgia, con tal que se pueda
armonizar con el verdadero y auténtico espíritu
litúrgico.
38. Al revisar los libros litúrgicos, salvada la unidad sustancial del rito romano, se admitirán variaciones y adaptaciones legítimas a los diversos grupos, regiones, pueblos, especialmente en las misiones, y se tendrá esto en cuenta oportunamente
al establecer la estructura de los ritos y las rúbricas.
39.
Corresponderá a la competente autoridad
eclesiástica territorial, de la que se habla en el artículo 22, § 2, determinar estas adaptaciones dentro de los límites establecidos, en las ediciones
típicas de los libros litúrgicos, sobre todo en lo
tocante a la administración de los Sacramentos,
de los sacramentales, procesiones, lengua litúrgica, música y arte sagrados, siempre de conformidad con las normas fundamentales contenidas en
esta Constitución.
40. Sin embargo, en ciertos lugares y circunstancias, urge una adaptación más profunda de la Liturgia, lo cual implica mayores dificultades. Por
tanto:
1). La competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, § 2, considerará con solicitud y prudencia los elementos que
se pueden tomar de las tradiciones y genio de cada pueblo para incorporarlos al culto divino. Las
17
adaptaciones que se consideren útiles o necesarias se propondrán a la Sede Apostólica para introducirlas con su consentimiento.
2). Para que la adaptación se realice con la necesaria cautela, si es preciso, la Sede Apostólica concederá a la misma autoridad eclesiástica territorial la
facultad de permitir y dirigir las experiencias previas necesarias en algunos grupos preparados para ello y por un tiempo determinado.
3). Como las leyes litúrgicas suelen presentar dificultades especiales en cuanto a la adaptación, sobre todo en las misiones, al elaborarlas se empleará la colaboración de hombres peritos en la cuestión de que se trata.
de alguna manera representan a la Iglesia visible
establecida por todo el orbe.
De aquí la necesidad de fomentar teórica y prácticamente entre los fieles y el clero la vida litúrgica
parroquial y su relación con el Obispo. Hay que
trabajar para que florezca el sentido comunitario
parroquial, sobre todo en la celebración común
de la Misa dominical.
V) FOMENTO DE LA ACCIÓN PASTORAL
LITÚRGICA
Signo de Dios sobre nuestro tiempo
43. El celo por promover y reformar la sagrada
IV. FOMENTO DE LA VIDA LITÚRGICA
EN LA DIÓCESIS Y EN LA PARROQUIA
Vida litúrgica diocesana
41. El Obispo debe ser considerado como el gran
sacerdote de su grey, de quien deriva y depende,
en cierto modo, la vida en Cristo de sus fieles.
Por eso, conviene que todos tengan en gran aprecio la vida litúrgica de la diócesis en torno al Obispo, sobre todo en la Iglesia catedral; persuadidos
de que la principal manifestación de la Iglesia se
realiza en la participación plena y activa de todo el
pueblo santo de Dios en las mismas celebraciones
litúrgicas, particularmente en la misma eucaristía,
en una misma oración, junto al único altar donde
preside el Obispo, rodeado de su presbiterio y ministros.
Vida litúrgica parroquial
42. Como no lo es posible al Obispo, siempre y
en todas partes, presidir personalmente en su
Iglesia a toda su grey, debe por necesidad erigir
diversas comunidades de fieles. Entre ellas sobresalen las parroquias, distribuidas localmente bajo
un pastor que hace las veces del Obispo, ya que
Liturgia se considera, con razón, como un signo
de las disposiciones providenciales de Dios en
nuestro tiempo, como el paso del Espíritu Santo
por su Iglesia, y da un sello característico a su vida, e inclusive a todo el pensamiento y a la acción
religiosa de nuestra época.
En consecuencia, para fomentar todavía más esta
acción pastoral litúrgica en la Iglesia, el sacrosanto Concilio decreta:
Comisión litúrgica nacional
44. Conviene que la competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo
22, párrafo 2, instituya una comisión Litúrgica con
la que colaborarán especialistas en la ciencia litúrgica, música, arte sagrado y pastoral. A esta Comisión ayudará en lo posible un instituto de Liturgia
Pastoral compuesto por miembros eminentes en
estas materias, sin excluir los seglares, según las
circunstancias. La Comisión tendrá como tarea
encauzar dentro de su territorio la acción pastoral
litúrgica bajo la dirección de la autoridad territorial eclesiástica arriba mencionada, y promover los
estudios y experiencias necesarias cuando se trate de adaptaciones que deben proponerse a la
Sede Apostólica.
18
Comisión litúrgica diocesana
Comisiones de música sagrada y arte sacro
45. Asimismo, cada diócesis contará con una Co- 46. Además de la Comisión de Sagrada Liturgia
misión de Liturgia para promover la acción litúrgica bajo la autoridad del Obispo.
A veces, puede resultar conveniente que varias
diócesis formen una sola Comisión, la cual aunando esfuerzos promueva el apostolado litúrgico.
se establecerán también en cada diócesis, dentro
de lo posible, comisiones de música y de arte sacro.
Es necesario que estas tres comisiones trabajen
en estrecha colaboración, y aun muchas veces
convendrá que se fundan en una sola.
La santa madre Iglesia desea
ardientemente que se lleve a
todos los fieles a aquella
participación plena, consciente
y activa en las
celebraciones litúrgicas que
exige la naturaleza de la
Liturgia misma y a la cual tiene
derecho y obligación, en virtud
del bautismo, el pueblo
cristiano.
S.C. 14
19
COMENTARIO AL CAPÍTULO UNO
LA TEOLOGÍA LITÚRGICA
EN LOS PADRES CONCILIARES Y EL MOVIMIENTO LITÚRGICO
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
El primer capítulo de la Constitución Sacrosanctum Concilium (en adelante SC) sobre la Sagrada Liturgia está dividido en partes, de las que,
en este breve artículo, nos interesa la primera,
titulada naturaleza de la sagrada liturgia y su
importancia en la vida de la Iglesia. A esta primera parte responden los numerales 5 a 13.
A la luz de estos numerales podemos hablar
de una renovación teológica de la Liturgia, sustentada ya desde antes por grandes pensadores, tales como Lambert Beauduin, Romano Guardini y
Odo Casel, entre otros.
La teología litúrgica presente en esta sección
establece una relación de continuidad con la expresada en la Encíclica Mediator Dei (MD), del
Papa Pío XII (noviembre de 1947), pero no la reproduce en su totalidad porque se introducen matices importantes de diferencia entre ambos enfoques. De hecho, la MD pone su acento en el culto
como objeto de la religión y del sacerdocio de
Cristo, mientras que la SC centra su atención más
bien en la Historia de la Salvación y el Misterio
Pascual.
Los puntos medulares de esa reflexión teológica se concentran de manera especial en los números 5-7 (aunque al final se asumen los nn 8-13),
partiendo de la revelación vista como Historia de
Salvación y llevando gradualmente a la comprensión de la liturgia como acción salvífica de Cristo
en la Iglesia. Quedaron atrás las visiones meramente estéticas y jurídicas de la Liturgia, así como
una extraña separación entre Liturgia y Sacramentos, para dar paso a una visión de la Liturgia como
presencia sacramental de la obra redentora en la
Iglesia, manifestación del misterio de Cristo y expresión de la Iglesia como sacramento universal
de salvación.
Casi se puede afirmar que, en una primera
lectura de esos tres numerales mencionados, se
descubre una íntima relación entre Cristo, “su
amada esposa la Iglesia” y la Liturgia.
Contenido teológico de SC 5.
Un primer momento se sitúa en el anuncio o
profecía del plan de salvación: «Habiendo hablado
antiguamente en muchas ocasiones de diferentes
maneras a nuestros padres por medio de los profetas …» (Hb 1,1).
Un segundo momento nos hace llegar al
cumplimiento de la promesa en la plenitud de los
tiempos: «Cuando llegó la plenitud de los tiempos
envió a su Hijo …» (Gal 4,4). Al respecto dice el
padre Marsili: «La salvación entra en el tiempo, para realizarse en el mismo a través de la presencia de
Dios en la humanidad de Cristo». (De su obra la
teología de la liturgia).
En este momento hace su primera aparición
la doble dimensión de la Liturgia, a saber, la ascendente que es el culto y la descendente que es
la santificación. Esta afirmación se apoya en una
cita implícita de una oración de un sacramentario
antiguo (Veronense) «Llega a nosotros la armonía
de la reconciliación y se nos infunde la plenitud del
culto divino».
Es importante que captemos aquí la importancia decisiva de la Encarnación como fuente originaria de la Iglesia y de su vida litúrgica. Monseñor Cipriano Vagaggini lo expresa con estas palabras: «La idea sobreentendida es que en la encarnación del Hijo de Dios se realizó el modelo supremo y
la fuente humano-divina de toda salvación del mundo porque, en la persona de Cristo se dio la perfecta
unión de Dios con una naturaleza humana y la per-
20
fecta respuesta de esta naturaleza humana a Dios,
en la plenitud del culto divino que le tributa» (Comentario a la Constitución de Liturgia).
Cristo asume nuestra humanidad, la dignifica,
supera en ella la forma del siervo y del esclavo, así
como la muerte y las consecuencias del pecado.
La humanidad de Cristo es comunicadora de vida
para el hombre. Pero es su resurrección la que lleva todo eso a su plenitud. Textualmente se asume
este contenido de SC. n. 5: «Esta obra de la redención humana y de la perfecta glorificación de Dios,
preparada por las maravillas que Dios obró en el
pueblo de la antigua alianza, Cristo la realizó principalmente por el misterio pascual de su bienaventurada pasión, resurrección de entre los muertos y
gloriosa ascensión».
A este punto estamos ya alcanzando el tercer momento, que es el tiempo de la Iglesia, cuando Jesucristo enviará el Espíritu prometido, hasta
el fin de los tiempos, cuando él vuelva en la dimensión escatológica. Entonces se puede decir
que se conocen tres momentos que son: momento profético, que prepara y anuncia la venida de
Cristo, momento de plenitud en Cristo en el que
se realiza toda la obra de la salvación, y el tiempo
de la Iglesia.
A través de esos tres momentos se evidencian dos realidades bien precisas: nuestra reconciliación y la plenitud del culto. Preparadas en diversas etapas en el Antiguo Testamento, se cumplen
en Cristo, constituyendo así la obra de nuestra redención, realizada a través del misterio pascual de
la pasión, muerte, resurrección y ascensión de
Cristo.
Este acontecimiento centralísimo en la creación y en la historia es lo que conocemos con el
nombre de Misterio Pascual.
El número 5 de SC que estamos comentando
termina señalando el paso del segundo momento,
la plenitud en Cristo, al tercer momento, que es el
tiempo de la Iglesia. Observemos con qué claridad
lo menciona: «Pues del costado de Cristo dormido
en la cruz nació el sacramento admirable de la Iglesia entera».
Se trata de un texto de san Agustín
(Comentario al salmo 138) y de la oración siguiente: «Oh Dios de poder inmutable y luz sin ocaso,
mira con bondad a tu Iglesia, admirable sacramento, y, según tus eternos designios, lleva a término la
obra de la salvación humana; que todo el mundo
experimente y vea cómo lo abatido se levanta y se
renueva lo viejo, volviendo todo a su integridad primera, por el mismo Jesucristo, en quien todo adquiere su fundamento.» (Misal Romano, primera
oración después de la sétima lectura en la Vigilia
Pascual).
La Constitución recoge, por tanto, un pensamiento patrístico, ya presente en Jn 19, 30-34,
cuando afirma que, del costado abierto de Cristo
en la cruz, brota el admirable sacramento de la
Iglesia, queriendo decir con ello que en el mismo
momento en el que Cristo realiza la obra de la salvación, nace la Iglesia y así la salvación realizada
en la humanidad de Cristo se convierte en una
realidad para todos los hombres, gracias a la acción de los sacramentos (agua-sangre-Espíritu).
Así se ve claro que Cristo realiza la salvación y la
reconciliación de la humanidad en la Iglesia y a
través de la Iglesia. A este respecto, la Constitución dogmática Lumen Gentium (LG) dice: «La Iglesia es en Cristo como un sacramento o signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad
de todo el género humano. Por tanto, en continuidad con la enseñanza de los concilios anteriores,
intenta exponer con precisión a sus fieles y a todo el
mundo su naturaleza y misión universal». (LG 1).
Contenido teológico de SC 6.
Después de haber hablado de los tres momentos –el anuncio, la plenitud en Cristo y el tiempo de la Iglesia- la SC centra su atención en Cristo,
como lo dicen las palabras iniciales del n. 6: «Así
como Cristo fue enviado por el Padre, Él a su vez
envió a los apóstoles, llenos del Espíritu Santo». De
este pensamiento arrancan cuatro momentos o
pasos fundamentales que iluminan el proceso de
la Misión de la Iglesia:
La misión eterna del amor del Padre se prolonga
y continúa en Cristo.
La misión de Cristo es continuada por la Iglesia a
través de sus sucesores.
Así como Cristo fue enviado por el Padre, Cristo
envía, del mismo modo, a los apóstoles y a su
vez, a sus sucesores con la misma misión salvífi-
21
ca, dándoles un medio sensible para transmitirla
a los hombres.
Estos sucesores, realizando la misión recibida del
Hijo, la cumplirán «mediante el sacrificio y los sacramentos, en torno a los cuales gira toda la vida
litúrgica».
Se descubre aquí un punto medular de la teología de la liturgia, la cual aparece claramente como momento de la historia de la revelación, es
decir, historia de la salvación en acto, realización
del misterio de Cristo. Al respecto, dice el padre
Marsili:
«Hoy la liturgia es también –como el mismo Cristo- un acontecimiento de salvación en el que sigue encontrando cumplimiento aquel anuncio
que, en el tiempo antiguo, prometía la realidad
de Cristo. Por tanto, la liturgia es el momento–
síntesis de la historia de la salvación, puesto que
engloba anuncio y acontecimiento, es decir, Antiguo y Nuevo Testamentos; pero al mismo tiempo
es el momento último de la misma historia, porque siendo la continuación de la realidad que es
Cristo, su cometido es el de completar, gradualmente, en cada hombre y en la humanidad la
imagen plena de Cristo». (Teología de la Liturgia,
o.c., p. 91).
Queda así expresada y concretizada la misión
de la Iglesia, que consiste no sólo en anunciar al
Hijo de Dios que, con su muerte y resurrección,
nos libró del poder de Satanás y de la muerte,
sino que realiza también la obra de salvación que
proclama.
Esa salvación realizada por la Iglesia llega a
los hombres a través de la acción litúrgicocelebrativa, que empieza con el bautismo: «Y así,
por el bautismo, los hombres son injertados en el
misterio pascual de Jesucristo …».
A partir de este acontecimiento, los hombres, bien dispuestos en la fe, participan en el misterio pascual, es decir, en la muerte y resurrección
de Cristo, pasando ellos mismos de la muerte a la
vida divina, a imitación de Jesús, nuestro Maestro.
Contenido teológico de SC 7.
A partir de este número lleno de contenido
teológico, la SC pasa a determinar y a concretar la
eficacia de la misma: «Para realizar un obra tan
grande, Cristo está siempre presente en su Iglesia,
sobre todo en la acción litúrgica».
La liturgia, como realización del misterio pascual de Cristo, encuentra la propia razón de ser y
el modo de actuar como consecuencia de la presencia de Cristo en las acciones litúrgicas.
En efecto, Jesucristo, Sumo Sacerdote, por
medio de su palabra y de los sacramentos, continúa estando en medio de los hombres que forman su Iglesia. Pero hay una presencia invisible,
eficaz y constante de Jesucristo en su Iglesia, tanto en los hombres como en las acciones litúrgicas.
La SC enumera diversos tipos de presencia:
Está
presente en el sacrificio de la misa, sea
en la persona del ministro … sea, sobre todo,
en las especies eucarísticas;
Está
presente por su fuerza en los sacramentos;
Está presente en su Palabra;
Está
presente cuando la Iglesia ora y canta
salmos.
Se trata, por tanto, de la función sacerdotal
que es vista a la luz de la presencia personal de
Cristo. La doctrina sobre la presencia de Cristo en
la liturgia se toma casi literalmente, excepto la
referencia a la presencia en la palabra de Dios, de
la MD, que en apartado 28 afirma:
«Por tanto, en toda acción litúrgica, juntamente
con la Iglesia, su divino Fundador Jesucristo está
presente en el augusto sacrificio del altar, ya en la
persona de su ministro, ya principalmente, bajo
las especies eucarísticas; está presente en los
sacramentos con la virtud que infunde en ellos,
para que sean instrumentos eficaces de santidad;
está presente, finalmente en las alabanzas y en
las súplicas dirigidas a Dios, como está escrito:
“Donde dos o tres se hallan congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt,
18,20)».
Desde luego, la SC se expresó con mayor
claridad que la MD. La gran diferencia está en la
doctrina de la presencia de Cristo en la proclamación de la Palabra, que es un elemento común en
22
el magisterio y la patrística. Sin embargo, el n. 7
de SC que estamos comentando no dejó bien clara la realidad presencial que allí debe entenderse.
¿Se trata de una presencia que se equipara a la
eucarística, o se habla solamente de una presencia moral?
El Papa Pablo VI, en la encíclica mysterium
fidei de 3 de setiembre de 1965, afirma que la presencia de Cristo en la eucaristía se denomina real
no por exclusión, como si las demás presencias no
fueran reales. La finalidad que se propone el Papa
es precisamente subrayar una presencia por excelencia.
El sentido de esa afirmación es que él reconoce otras “presencias reales” además de la presencia eucarística, y que, si bien la presencia eucarística es como presencia reina, no impide el realismo de las otras presencias.
La presencia eucarística es real en sentido
especial, es decir, según un criterio de
“excelencia” si se compara con las otras presencias reales, además de que se trata de una presencia permanente, en relación con la misma eucaristía. A esto hay que agregar que una diferencia notoria entre la presencia eucarística y las otras presencias se localiza en que en la primera de da un
cambio sustancial de las especies de pan y vino.
En todas las modalidades de presencia, hay
que decir que la presencia de Cristo en la liturgia
tiene que verse en relación con el advenimiento
de Cristo, porque ése es el hecho que realiza la
palabra de salvación de Dios. La presencia de Cristo en la liturgia, tanto en la eucaristía como en las
demás celebraciones, coloca la misma liturgia en
el plano de realidad crística, en que el advenimiento de Cristo hace de la liturgia cristiana la diferencia radical con las otras liturgias, porque supera la
expectación de una promesa y vive el acontecimiento de una presencia dinámica.
En pos de una definición de Liturgia.
Monseñor Cipriano Vagaggini se dio a la tarea de hacer la mejor definición de liturgia, estudiando las 52 mejores existentes hasta ese momento. Cuando por fin sintió que había terminado
su tarea confesó que sólo había logrado la n. 53.
Es decir, que no quedó satisfecho.
Hay que reconocer que nunca hubo intención de que la SC ofreciera una definición de carácter técnico, porque es tarea imposible. Lo que
en ella encontramos es una descripción: la liturgia
es aquel modo de ejercicio del sacerdocio de Cristo, en el que, por medio de los signos sensibles, se
significa y, según el modo propio de cada uno de
ellos, se realiza la santificación del hombre y el
Cuerpo místico de Cristo, la Cabeza y los miembros, ejerce el culto público íntegro.
Cabe destacar dos aspectos fundamentales
en la descripción mencionada:
La liturgia aparece teniendo como trasfondo
el concepto de sacramento como lo entendieron
los Padres de los primeros siglos. Se trata de una
realidad visible que significa y, a la vez, comunica
la realidad sagrada, invisible, la salvación.
Estructurada en un conjunto de signos, la
liturgia no sólo se refiere al culto que se tributa a
Dios, sino también a la santificación que Dios, por
medio de su Hijo Jesucristo, ofrece al hombre. Ese
doble movimiento, de Dios que se comunica y el
hombre transformado que responde, están indisolublemente unidos en una misma noción.
La eficacia de la liturgia
La parte final de este número 7 de SC habla
de la naturaleza y de la eficacia de la liturgia, y es
vista como la culminación de toda la primera parte del capítulo I.
La eficacia especial de la liturgia, para lograr
el doble efecto de la santificación y del culto, está
indicada en la frase: «cuya eficacia, con el mismo
título y en el mismo grano, no la iguala ninguna otra
acción de la Iglesia».
Y es que la liturgia es anuncio y cumplimiento, sacramento que actualiza el misterio de la salvación, momento que compromete en la proyección del mandato del amor, y realización sacramental de la vida eterna que es la meta del camino con Cristo el Señor. Es culminación y lanzamiento, es realidad y síntesis que ilumina toda la
compleja tarea de la Iglesia en la forja del Reino.
Algunos destellos teológicos en los números 8 a
13.
23
N. 8: Con el n. 7 hemos llegado al punto culminante de la primera parte del capítulo I. El ejercicio del sacerdocio de Cristo alcanza su vértice en
la glorificación del Señor y de la creación que, con
Él, se encamina a la casa del Padre. Comenta Monseñor Cipriano Vagaggini que la liturgia de acá
abajo es un inicio y una pregustación de la liturgia
celestial. (Vagaggini, comentario a la Constitución
sobre la Liturgia).
Unidos en la liturgia a los coros celestiales,
comprendemos y vivimos el carácter peregrino de
la Iglesia y su proyección hacia la ciudad futura.
N. 9 y 10: La liturgia no agota la acción de la
Iglesia, pero es su cumbre y su fuente, aunque la
Iglesia viva todavía en este mundo y deba ocuparse de muchas cosas que se hacen sólo acá abajo.
Los artículos 9 y 10 deducen las consecuencias de
las relaciones que la liturgia mantiene con las demás actividades de todo tipo que incumben a la
Iglesia terrena.
En el n. 9 parte de un principio que, de suyo,
vale para evitar el riesgo de una visión panliturgista de la misión de la Iglesia: No todo, ciertamente,
es liturgia; sin embargo, la evangelización conduce a la acción litúrgica y la precede.
Por su misma naturaleza, la liturgia no tiene
como finalidad última la evangelización; pero hay
que añadir que la liturgia contiene en sí misma
una notable fuerza evangelizadora, tanto en el
kerigma como en la educación de la fe.
La Iglesia tiene que predicar y anunciar, previamente a la acción litúrgica y celebrativa. Claramente se afirma esto en el n. 9: «… pues para que
los hombres puedan llegar a la liturgia es necesario
que antes sean llamados a la fe y a la conversión».
Todos sabemos y comprendemos que hay en
la Iglesia una amplia gama de tareas que desbordan por mucho la acción litúrgica. A este respecto
comenta Vagaggini: «Por tanto, no se preocupen
quienes de la exaltación de la liturgia, hecha por la
Constitución, temen una disminución de las llamadas actividades pastorales …».
La misma SC, en el n. 9, reafirma el principio
según el cual «… a los creyentes les debe predicar
continuamente la fe y la penitencia, y debe prepararlos además para los sacramentos, enseñarles a
cumplir todo cuanto mandó Cristo, ...».
En el n. 10, siempre en la misma línea, se llega
a una de las observaciones más importantes de la
Constitución: «No obstante, la liturgia es la cumbre
a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo
tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza».
Comentando este principio, dice Vagaggini:
«En efecto, de la Liturgia, especialmente de la eucaristía, deriva a nosotros toda gracia de santificación
y de acción que nos permite realizar, de forma sobrenatural, las otras acciones; además, el compromiso cristiano en todos los campos de la vida es requerido a todo aquel que ha participado en la liturgia, como consecuencia y demostración del amor
efectivo de Dios».
En este n. 10 que ahora nos ocupa, viene inserta la siguiente oración que es la post-comunión
en la vigilia Pascual y en el domingo de Resurrección: «Derrama, Señor, sobre nosotros tu espíritu
de caridad, para que vivamos siempre unidos en tu
amor los que hemos participado en un mismo sacramento pascual.»
Se adelanta en esta oración, como en otras
citadas en el mismo texto, el principio de que la
eucaristía es cumbre y fuente de la vida sacramental. Así se ve claro cómo la liturgia es el vértice y la
fuente de la vida de la Iglesia, partiendo de la eucaristía y tendiendo hacia ella. En forma directa y
expresa lo dice este número que comentamos:
«Por tanto, de la liturgia, sobre todo de la eucaristía, mana hacia nosotros la gracia como de su fuente, y se obtiene con la máxima eficacia aquella santificación de los hombres en Cristo y aquella glorificación de Dios, a la cual las demás obras de la Iglesia
tienden como a su fin.»
En el n. 11 de SC se subraya la importancia de
la verdad y la eficacia de la acción litúrgica. La eficacia de la liturgia no depende únicamente de los
sujetos o de una participación comprensiva. La
gracia de la que depende viene del mismo Dios;
pero es necesaria, en sus efectos, la colaboración
de la Iglesia en cada uno de sus miembros. Por
esta razón, este número se podría subtitular liturgia y disposiciones personales, puesto que ilustra
cómo la eficacia plena de la acción litúrgica necesita la colaboración-participación; para explicarlo
mejor, se pone aquí un principio inspirado en la
Regla benedictina que dice: «y así nos disponga-
24
mos a salmodiar, de modo que nuestra mente concorde con nuestra voz» (RB 19,7).
El prefacio I dominical para el tiempo ordinario ilustra doctrinalmente, de manera magistral, la
razón por la cual se entiende el clamor del Concilio que pide una participación consciente, activa y
fructuosa del pueblo de Dios: « … Cristo, Señor
nuestro … por su misterio pascual, realizó la obra
maravillosa de llamarnos del pecado y de la muerte
al honor de ser estirpe elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo de su propiedad … »
El n. 12 recomienda un camino de espiritualidad que prepara y acompaña las disposiciones de
ánimo para la participación fructuosa en la liturgia.
El n. 13 nos da la campanada para que comprendamos la importancia de la piedad popular
que, como ya lo advertía tiempo antes el Papa Pío
XII, debe ser orientada e iluminada por el dato bíblico y la vida litúrgica de la Iglesia.
Referencias bibliográficas
Institutio Generalis Missale Romani (1969) prima
editio.
Pablo VI, SS (1964) Motu Proprio Sacram Liturgiam. Recuperada de: http://www.vatican.va/
holy_father/paul_vi/motu_proprio/documents/
hf_p-vi_motu-proprio_19640125_sacramliturgiam_lt.html
Pablo VI, SS (1965) Carta Encíclica Mysterium Fidei.
Recuperada
de:
http://www.vatican.va/
holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_pvi_enc_19650903_mysterium_lt.html
Pablo VI (1969) Constitución apostólica missale romanum.
Pardo, A (2008) Documentación Litúrgica. Nuevo
Enquiridion. De San Pío X (1903) a Benedicto XVI.
Burgos. Ed. Monte Carmelo.
Sagrada Congregación de Ritos (1964) Instrucción
Inter Ecumenici.
25
CAPÍTULO II
SACROSANTO MISTERIO DE LA EUCARISTÍA
Misterio pascual
47.
Nuestro Salvador, en la Última Cena, la noche que le traicionaban, instituyó el Sacrificio Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con lo cual iba a
perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el Sacrificio de la Cruz y a confiar a su Esposa, la Iglesia, el
Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad,
banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el
alma se llena de gracia y se nos da una prenda de
la gloria venidera.
Participación activa de los fieles
48.
Por tanto, la Iglesia, con solícito cuidado,
procura que los cristianos no asistan a este misterio de fe como extraños y mudos espectadores,
sino que comprendiéndolo bien a través de los
ritos y oraciones, participen conscientes, piadosa
y activamente en la acción sagrada, sean instruidos con la palabra de Dios, se fortalezcan en la
mesa del Cuerpo del Señor, den gracias a Dios,
aprendan a ofrecerse a sí mismos al ofrecer la
hostia inmaculada no sólo por manos del sacerdote, sino juntamente con él, se perfeccionen día a
día por Cristo mediador en la unión con Dios y entre sí, para que, finalmente, Dios sea todo en todos.
49. Por consiguiente, para que el sacrificio de la
Misa, aun por la forma de los ritos alcance plena
eficacia pastoral, el sacrosanto Concilio, teniendo
en cuanta las Misas que se celebran con asistencia
del pueblo, especialmente los domingos y fiestas
de precepto, decreta lo siguiente:
Revisión del Ordinario de la Misa
50.
Revísese el ordinario de la misa, de modo
que se manifieste con mayor claridad el sentido
propio de cada una de las partes y su mutua conexión y se haga más fácil la piadosa y activa participación de los fieles.
En consecuencia, simplifíquense los ritos, conservando con cuidado la sustancia; suprímanse aquellas cosas menos útiles que, con el correr del tiempo, se han duplicado o añadido; restablézcanse,
en cambio, de acuerdo con la primitiva norma de
los Santos Padres, algunas cosas que han desaparecido con el tiempo, según se estime conveniente o necesario.
Mayor riqueza bíblica en el misal
51. A fin de que la mesa de la palabra de Dios se
prepare con más abundancia para los fieles ábranse con mayor amplitud los tesoros de la Biblia, de
modo que, en un período determinado de años,
26
se lean al pueblo las partes más significativas de la
Sagrada Escritura.
55.
te de la misma Liturgia, la homilía, en la cual se
exponen durante el ciclo del año litúrgico, a partir
de los textos sagrados, los misterios de la fe y las
normas de la vida cristiana. Más aún, en las Misas
que se celebran los domingos y fiestas de precepto, con asistencia del pueblo, nunca se omita si no
es por causa grave.
Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa, la cual consiste en
que los fieles, después de la comunión del sacerdote, reciban del mismo sacrificio el Cuerpo del
Señor. Manteniendo firmes los principios dogmáticos declarados por el Concilio de Trento, la comunión bajo ambas especies puede concederse
en los casos que la Sede Apostólica determine,
tanto a los clérigos y religiosos como a los laicos, a
juicio de los Obispos, como, por ejemplo, a los ordenados, en la Misa de su sagrada ordenación; a
los profesos, en la Misa de su profesión religiosa;
a los neófitos, en la Misa que sigue al bautismo.
«Oración de los fieles»
Unidad de la Misa
53.
56. Las dos partes de que costa la Misa, a saber:
Se recomienda la homilía
52. Se recomienda encarecidamente, como par-
Restablézcase la «oración común» o de los
fieles después del Evangelio y la homilía, principalmente los domingos y fiestas de precepto, para
que con la participación del pueblo se hagan súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por
los que sufren cualquier necesidad, por todos los
hombres y por la salvación del mundo entero.
la Liturgia de la palabra y la eucaristía, están tan
íntimamente unidas que constituyen un solo acto
de culto. Por esto el Sagrado Sínodo exhorta
vehemente a los pastores de almas para que en la
catequesis instruyan cuidadosamente a los fieles
acerca de la participación en toda la misa, sobre
todo los domingos y fiestas de precepto.
Lengua vernácula y latín
Concelebración
54.
En las Misas celebradas con asistencia del
pueblo puede darse el lugar debido a la lengua
vernácula, principalmente en las lecturas y en la
«oración común» y, según las circunstancias del
lugar, también en las partes que corresponden al
pueblo, a tenor del artículo 36 de esta Constitución.
Procúrese, sin embargo, que los fieles sean capaces también de recitar o cantar juntos en latín las
partes del ordinario de la Misa que les corresponde.
Si en algún sitio parece oportuno el uso más amplio de la lengua vernácula, cúmplase lo prescrito
en el artículo 40 de esta Constitución.
Comunión bajo ambas especies
57. § 1. La concelebración, en la cual se manifiesta apropiadamente la unidad del sacerdocio, se ha
practicado hasta ahora en la Iglesia, tanto en
Oriente como en Occidente. En consecuencia, el
Concilio decidió ampliar la facultad de concelebrar
en los casos siguientes:
1° a) El Jueves Santo, tanto en la Misa crismal como en la Misa vespertina.
b) En las Misas de los concilios, conferencias
episcopales y sínodos.
c) En la misa de la bendición de un abad.
2° Además, con permiso del ordinario, al cual pertenece juzgar de la oportunidad de la concelebración.
a) En las Misa conventual y en la Misa principal de
las iglesias, cuando la utilidad de los fieles no exija
que todos los sacerdotes presentes celebren por
27
separado.
b) En las Misas celebradas con ocasión de cualquier clase de reuniones de sacerdotes, lo mismo
seculares que religiosos.
§ 2.1° Con todo, corresponde al Obispo reglamentar la disciplina de la concelebración en la diócesis.
2° Sin embargo, quede siempre a salvo para cada
sacerdote la facultad de celebrar la Misa individualmente, pero no al mismo tiempo ni en la misma Iglesia, ni el Jueves de la Cena del Señor.
58. Elabórese el nuevo rito de la concelebración
e inclúyase en el Pontifical y en el Misal romanos.
Restablézcase la
«oración común» o de
los fieles después del
Evangelio y la
homilía,
principalmente los
domingos y fiestas de
precepto, para que
con la participación
del pueblo se hagan
súplicas por la santa
Iglesia, por los
gobernantes, por los
que sufren cualquier
necesidad, por todos
los hombres y por la
salvación del mundo
entero.
S.C. 53
28
COMENTARIO AL CAPÍTULO DOS
LA RENOVACIÓN DEL MISAL ROMANO
Y SU APLICACIÓN EN COSTA RICA
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
Desde el misal de san Pío V
Sería muy interesante que, al menos en ciertos sectores del pueblo de Dios, tuviéramos la experiencia, no de una celebración según el Misal
vigente antes de la renovación conciliar, sino de
un foro, por medio de un video de la misa celebrada según el misal de san Pío V, para poder comprender mejor qué quiso y qué logró la reforma
de la celebración eucarística en la época postconciliar.
El autor del presente recorrido, recibió la
ordenación sacerdotal en diciembre de 1957. Se
comprende que, desde mi experiencia de monaguillo, pasando por la de seminarista y culminando con los once primeros años de mi vida ministerial, corre un período aproximado de veinticuatro
años, vividos en un contacto directo con una forma de celebración que muchas de las generaciones actuales no experimentaron y, por consiguiente, no conocen.
del Antiguo Testamento más el Evangelio y en la Vigilia
de Pentecostés en que había seis lecturas del Antiguo
Testamento y el Evangelio).
Las lecturas eran en latín, frecuentemente cantadas.
Cuando se predicaba, generalmente el domingo, el
sacerdote subía al púlpito, leía en español el evangelio
y predicaba solamente sobre su contenido, sin tomar
en cuenta la lectura anterior.
No había un ordenamiento de las Lecturas como el
que tenemos hoy y, en no pocas ocasiones, una misma
lectura se repetía hasta durante toda una semana y
más.
Predominaba el calendario santoral, excesivamente
cargado, sobre el calendario temporal, que casi no se
sentía, ni siquiera en los domingos que, no pocas veces, eran sustituidos por otras celebraciones que rompían el ritmo temporal del Año Litúrgico.
Los avisos parroquiales se daban antes de la predica-
ción.
No había oración de los fieles.
Sólo existía una plegaria eucarística, conocida con el
Algunos rasgos interesantes
nombre de canon romano. Y toda la plegaria era en
estricto silencio.
Resulta interesante, en este espacio del que
disponemos, rescatar algunos rasgos o detalles
de lo que fue el rito romano de la Misa hasta la
aparición de la MISA TIPICA, en el año 1970.
El canto del Sanctus se hacía como ahora, al terminar
No se hablaba de presidencia de la celebración.
Todo de espalda al pueblo
Casi todo en latín (excepto el Kyrie Eleyson que es
griego, y las pocas veces que se predicaba).
No se conocía el ambón;
Nunca, ni en los domingos, hubo tres lecturas
(excepto en la Vigilia Pascual, que tenía doce lecturas
el prefacio, pero solo en su primera parte. Mientras el
coro o el maestro cantaba, el sacerdote seguía adelante, en silencio. Pasada la consagración, se cantaba la
segunda parte del Santo: Benedictus qui venit (Bendito
el que viene …).
También durante el canto del Benedictus, el sacerdo-
te seguía adelante, en silencio, la plegaria eucarística.
En el canto no había participación del pueblo. Oracio-
nes que hoy se hacen comunitariamente, las hacía solo el presbítero, como el Padre nuestro, recitado o
cantado en latín.
No había saludo de la paz para el pueblo. Para los
29
ministros consagrados sí se daba, en lo que se llamaba
“misa de revestidos”.
Durante la celebración el sacerdote debía hacer la
señal de la cruz 53 veces. Si omitía una, cometía pecado leve o grave, según el momento.
La incensación sobre las ofrendas contenía tres mo-
vimientos en forma de cruz y otros tres en forma de
círculo.
¡Y cuántas cosas más! Pero sin participación ni inteli-
gencia del pueblo que, por lo general, se entretenía
con el santo rosario, alguna novena u otra devoción
popular.
Los pasos de una revisión progresiva
En noviembre de 1947 aparece la gran Carta
Encíclica mediator dei, que da paso para que, en
los primeros meses del año siguiente (1948), el
Santo Padre constituyera una Comisión para la
reforma litúrgica general, que recibió el nombre
de comissione piana, de la cual fue secretario el
sacerdote vicentino Annibale Bugnini, quien luego, en la etapa preparatoria a la primera sesión
del Concilio y, más adelante en la aplicación de la
renovación litúrgica post-conciliar, fue primeramente secretario general de la comisión concilium y luego secretario general de la congregación romana de ritos, hasta el año 1975.
(Monseñor Bugnini alcanzó plenamente su pascua
en 1981).
De la Comisión mencionada surgió, el 1 de
mayo de 1951, el Ordo Sabbati Sancti Instaurati, es
decir, la restauración de la Vigilia Pascual.
Siguiendo los mismos criterios de esa restauración, apareció, en 1955, la restauración de toda
la Semana Santa, a la que siguió en 1960, la revisión del Código de Rúbricas, con especial atención
al Breviario (Hoy Liturgia de las Horas).
Pero ya en 1959, el Papa Juan XXIII había
convocado al Concilio, por lo que la Comissione
Piana cedió el paso a la Comisión preparatoria para la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II.
Dicha Comisión se estructuró en 13 subcomisiones, cubriendo los mismos aspectos que se
contienen en los 7 capítulos de la Constitución sobre la Liturgia.
De esas trece subcomisiones rescatamos la
a
II , coordinada por el P. Joseph Jungmann, que
tuvo a su cargo es estudio tendiente a la reforma
de la Misa, aspecto que nos ocupa en este trabajo.
Una providencial coincidencia: El 4 de diciembre de 1563, el Concilio de Trento dejó a la Santa
Sede la tarea de hacer una reforma litúrgica, pues
ésta había quedado al final entre las cuestiones no
resueltas. Justamente cuatro siglos después, el 4
de diciembre de 1963, fue promulgada la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia del Concilio Vaticano II, con una vacatio legis hasta el 16 de
febrero de 1964, primer domingo de cuaresma.
Señales de un camino
El 25 de enero de 1964, con el Motu Proprio
Sacram Liturgiam, el Santo Padre Pablo VI constituyó el consilium ad exsequendam consitutionem de sacra liturgia (Comisión para la aplicación
de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia), presidido por el Cardenal Lercaro y con Monseñor Anníbale Bugnini como secretario general.
El 26 de setiembre del mismo año, el Santo
Padre promulga la primera instrucción, con el
nombre Inter Œcumenici. En lo que respecta a la
Misa, se dan los siguientes pasos:
Cuando el pueblo canta, el celebrante ya no dice en
privado las antífonas de entrada, de ofertorio y de comunión;
A una con el pueblo, el celebrante recita o canta las
partes del Ordinario (Kyrie, Gloria, Credo …);
En las oraciones al pie del altar (al comienzo de la
misa) ya no se recita el salmo 42);
La oración sobre los dones y la doxología final del
Canon se dicen en voz alta;
El Padre Nuestro podrá ser cantado por toda la
asamblea, en latín o en lengua vernácula;
Al final de la Misa, se omite el último Evangelio (Jn 1,
1-14), y las preces ordenadas por León XIII;
Las lecturas se harán de cara al pueblo, desde el am-
bón o desde la entrada principal del presbiterio;
Se restituye la Oración de los Fieles con formularios
establecidos o aprobados por la Autoridad competente.
30
Tres años después aparece la segunda Instrucción, precisamente con el nombre Tres
Abhinc annos.
Se trataba de encauzar el entusiasmo que
había suscitado la Instrucción anterior, y de orientar algunas disciplinas de cara a algunos desvíos
que, involuntariamente, se habían ido incorporando.
Los puntos fundamentales del contenido de
esta Instrucción son los siguientes:
Se exalta el valor del signo litúrgico debidamente expresado por medio de los ritos y la oración, por gestos y palabras;
Se destaca la importancia y el carácter sagrado de la Liturgia de la Palabra, destacando la exclusividad de la Palabra de Dios, la unidad entre
Palabra y Sacramento.
Se enriquece la presencia de textos litúrgicos compuestos por la Iglesia, y se abre la posibilidad, a la vez que se reglamenta, para la presencia de moniciones o comentarios catequéticos,
especialmente de parte del que preside.
Se ofrece a las Conferencias Episcopales la
posibilidad de orientar y reglamentar la presencia
de canto popular y el uso de instrumentos en la
celebración eucarística.
Se señala categóricamente la exclusividad
del que preside en pronunciar la Plegaria Eucarística.
Se reglamenta el modo de distribuir la Comunión bajo las dos especies.
Se limita la participación de las mujeres en
los servicios del altar, pero se recomienda la misma en las lecturas y otros servicios proféticos.
Se dan normas en torno a la nobleza de los
vasos sagrados, los ornamentos y otros objetos
destinados al culto.
Se reglamentan los lugares de celebración;
Se ofrecen líneas orientadoras y se recomienda a las comisiones de liturgia cuidar de la
buena disposición del espacio del presbiterio.
El Misal de Pablo VI
Con la Constitución apostólica missale romanum del 2 de mayo de 1969 promulgó el Santo
Padre Pablo VI el nuevo Misal Romano.
Afirma el Santo Padre que la actual reforma
del misal lleva a su culminación la obra iniciada
por Pío XII con la restauración de la Vigilia Pascual
y de la Semana Santa.
Allí también apunta el Santo Padre los puntos esenciales de la reforma:
La Institutio Generalis (Instrucción General) que
es un compendio de la fundamentación doctrinal
y las nuevas normas para la celebración del Misterio Eucarístico;
Las plegarias Eucarísticas (prefacios y anáforas),
que han aumentado en número, con el fin de dar
más variedad a la oración de la Iglesia y hacer las
fórmulas más completas y ricas en contenido en
contenido teológico, bíblico y litúrgico;
Las
fórmulas de la consagración, restituidas a la
pureza de las fuentes bíblicas;
La oración de los fieles y el acto penitencial o de
reconciliación con Dios y con los hermanos al
principio de la misa;
El
nuevo ordenamiento de las lecturas con
abundante número de perícopas,, de modo que
se lean en los días festivos las partes más importantes del Antiguo y del Nuevo Testamentos;
La
revisión general de todos los demás textos y
fórmulas de oración.
Difusión y aplicación en Costa Rica
Los señores obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica, tan pronto como tuvieron en
sus manos el texto oficial de la Editio Typica del
Misal Romano (Es decir, el texto oficial el latín), se
dieron a la tarea de conocer ellos mismos los pormenores del nuevo esquema de la celebración
eucarística, así como de organizar sesiones de
formación para el clero.
Para esas fechas, el que escribe estos apuntes fungía como Secretario Ejecutivo de la Comisión Nacional de Liturgia. Fui llamado por el entonces Secretario General de la Conferencia Episcopal, Monseñor Antonio Troyo Calderón y, con
paciencia y paso cuidadoso, compartí con los señores obispos el conocimiento y la aplicación
práctica del nuevo orden, antes de que ellos, como es de rigor en estos casos, emitieran el decre-
31
to de aplicación en Costa Rica, con la acostumbrada y conveniente vacatio legis.
En el camino se dieron algunos pasos por vía
de información grupal, especialmente en las
asambleas generales del clero de las distintas diócesis.
Como es lógico, con el correr del tiempo fueron surgiendo dudas que se fueron acumulando
en el Secretariado Nacional de Liturgia, hasta que
llegó el momento en que, en un espacio de catorce páginas, fueron respondidas en un solo volumen de la revista El Mensajero del Clero (Hoy Vida
de Iglesia).
Exigencias y pestañeos
Adaptación de los lugares de culto
En un espacio aparte, el Lic. Luis Carlos Bonilla, Asistente del Departamento de Arte Sacro,
hará una amplia valoración del sentido del arte
sacro en relación con el culto litúrgico.
Yo me limito a señalar que, con muy buena
voluntad, algunos altares se separaron del antiguo altar mayor, se hicieron muchos altares movibles para adaptarse a la nueva posición de cara al
pueblo, pero se destruyeron obras valiosas de arte sacro, reconociendo que por una precipitación
en la aplicación de la reforma, no hubo la suficiente información y educación al respecto.
Particular problema presentó la búsqueda
de una nueva ubicación del tabernáculo para cumplir la prescripción de que debía estar unido al altar. No sólo en Costa Rica, pero también aquí, siguiendo noticias de lo que en otras partes de hacía, el tabernáculo fue incrustado en la mesa del
altar y sobre él se ponía el corporal. Como la puerta debía abrir hacia arriba, era necesario remover
el corporal a la hora de la distribución de la comunión.
En no pocas iglesias se cometió inocentemente el error de hacer dos ambones idénticos.
Eso en algunas aún persiste.
La ubicación de la Sede de presidencia ha
sido otro problema de difícil solución, dado que la
Sede no debe dar la espalda al tabernáculo ni al
altar.
El bautisterio se ha venido colocando en di-
versos lugares, dado que no se acaba de esclarecer cuál es el fundamento doctrinal que sustenta
su ubicación.
El confesionario casi desapareció radicalmente de nuestras iglesias, lo cual impone la necesidad de rescatarlo y ubicarlo adecuadamente.
Instrumentos de subsidio para la celebración
Muy pronto, con el afán de facilitar a los
presbíteros el orden de la celebración, en sus elementos eucológicos y bíblicos, se inició una edición mensual de un folleto en rústica, con tapa
roja, con el nombre de la misa de cada día. Se le
hizo acompañar de una edición especial, tipo separata del Misal, con las plegarias eucarísticas.
La primera edición fue de 390 ejemplares,
después de haber hecho un estudio casero de
mercadeo.
En su propio carrito, el Secretario Ejecutivo
de la Comisión Nacional de Liturgia se encargaba
de distribuirlo en sitios claves, aunque bastante
lejanos.
Conforme se dio a conocer, aumentó el tiraje, se tecnificó la distribución y el subsidio llegó a
traspasar las fronteras cubriendo desde Guatemala hasta Venezuela.
Esa humilde criatura lleva hoy el mismo
nombre y alcanza un tiraje superior a los quince
mil ejemplares.
Otro servicio que se prestó desde el inicio
fue el de ayudar a los Delegados de la Palabra con
un folleto, también mensual que, con base en la
misa dominical les ofrecía, totalmente desarrolladas, celebraciones de la Palabra de Dios con orientaciones para distribuir la comunión en los lugares
donde no podía llegar el presbítero. Ese subsidio,
que ya no circula, se llamó palabra y rito.
La formación de los agentes de pastoral litúrgica
Aunque en forma rudimentaria, se asumió la
tarea de impartir formación, especialmente para
lectores y monitores, así como para ministros extraordinarios de la santa comunión
De la misma manera se mantuvo un esfuerzo
de brindar formación a los equipos sacerdotales
(antes no se hablaba de vicarías foráneas) y de las
asambleas generales del clero.
32
Algunas anécdotas
popular, exclamó: ¡La Iglesia se hizo protestante!
Cuando varios presbíteros se encuentran:
Teniendo en cuenta que la concelebración
ha sido uno de los más significativos rescates de la
tradición cristiana, no olvidemos que, durante muchos siglos, había caído en desuso.
Así, cuando había concurrencia numerosa de
presbiterios, podía suceder que todos coincidieran a la hora de celebrar. En las iglesias había varios altares las misas se simultaneaban, a veces
sólo con la presencia del ayudante. Hoy puede
causar escándalo sólo pensar que una misa en
esas condiciones, sin predicación, sin oración de
los fieles y sin pueblo que comulgue podría durar
escasos veinte minutos.
En mi caso viví la experiencia de que 48
alumnos vivíamos en una misma casa (una abadía
de benedictinos), en la que había una capilla redonda con doce altares pequeños. Hacíamos cuatro turnos y celebrábamos en grupos de doce. (¡!).
El temor de asumir un cambio
Me llamaron a ceremoniar en un lugar donde por primera vez lo iban a hacer los sacerdotes
de esa zona. Traté de dar una explicación lo más
detallada posible. Cuando llegó el momento de la
comunión indiqué al que presidía: «Si el coro canta, la antífona no se dice».
Me respondió asombrado: «¿No se dice?
¡Mejor digámosla!» (Es decir: «Vamos a lo seguro».
El temor de celebrar de cara al pueblo
Un sacerdote, que era de los muy mayores
cuando yo no lo era, me dijo que él nunca celebraría de frente al pueblo, porque le daba vergüenza
que la gente lo viera “haciendo gestos extraños”
a la hora de comulgar (¡).
¡La Iglesia se hizo protestante!
Cuando el padre X se enteró de que había
que celebrar de frente al pueblo y en la lengua
Referencias bibliográficas
Anníbale Bugnini (1999.) La Reforma de la Liturgia.
Madrid. Biblioteca de Autores Cristiano.
Institutio Generalis Missale Romani (1969) prima
editio.
Pablo VI, SS (1965) Carta Encíclica Mysterium Fidei.
Recuperada
de:
http://www.vatican.va/
holy_father/paul_vi/encyclicals/documents/hf_pvi_enc_19650903_mysterium_lt.html
Pablo VI (1969) Constitución apostólica missale romanum.
Sagrada Congregación de Ritos (1967) Instrucción
Tres Abhinc annos .
Vagaggini, C (1965) Comentarios a la Constitución
sobre la sagrada liturgia. Madrid. Biblioteca de Autores Cristiano.
La Iglesia, con solícito cuidado, procura
que los cristianos no asistan a este
misterio de fe como extraños y mudos
espectadores.
S.C. 48
33
CAPÍTULO III
LOS DEMÁS SACRAMENTOS Y LOS SACRAMENTALES
Sacramentos
Relación con el misterio pascual
59. Los sacramentos están ordenados a la santi- 61. Por tanto, la Liturgia de los sacramentos y de
ficación de los hombres, a la edificación del Cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, en cuanto signos, también tienen un fin pedagógico. No sólo suponen la fe, sino que, a la vez,
la alimentan, la robustecen y la expresan por medio de palabras y de cosas; por esto se llaman sacramentos de la "fe". Confieren ciertamente la
gracia, pero también su celebración prepara perfectamente a los fieles para recibir fructuosamente la misma gracia, rendir el culto a dios y practicar la caridad.
Por consiguiente, es de suma importancia que los
fieles comprendan fácilmente los signos sacramentales y reciban con la mayor frecuencia posible aquellos sacramentos que han sido instituidos
para alimentar la vida cristiana.
Sacramentales
60. La santa madre Iglesia instituyó, además, los
sacramentales. Estos son signos sagrados creados
según el modelo de los sacramentos, por medio
de los cuales se expresan efectos, sobre todo de
carácter espiritual, obtenidos por la intercesión de
la Iglesia. Por ellos, los hombres se disponen a recibir el efecto principal de los sacramentos y se
santifican las diversas circunstancias de la vida.
los sacramentales hace que, en los fieles bien dispuestos, casi todos los actos de la vida sean santificados por la gracia divina que emana del misterio pascual de la Pasión, Muerte y Resurrección de
Cristo, del cual todos los sacramentos y sacramentales reciben su poder, y hace también que el uso
honesto de las cosas materiales pueda ordenarse
a la santificación del hombre y alabanza de Dios.
Necesidad de una reforma en los ritos
62.
Habiéndose introducido en los ritos de los
sacramentos y sacramentales, con el correr del
tiempo, ciertas cosas que actualmente oscurecen
de alguna manera su naturaleza y su fin, y siendo
necesarios acomodar otras a las necesidades presentes, el sacrosanto Concilio determina los siguiente para su revisión:
Mayor cabida a la lengua vernácula
63. Como ciertamente el uso de la lengua vernácula puede ser muy útil para el pueblo en la administración de los sacramentos y de los sacramentales, debe dársele mayor cabida, conforme a las
normas siguientes:
34
a)
a)
En la administración de los sacramentos y
sacramentales se puede usar la lengua vernácula a tenor del artículo 36.
Las competentes autoridades eclesiásticas
territoriales, de que se habla en el artículo
22, párrafo 2, de esta Constitución, preparen
cuanto antes, de acuerdo con la nueva edición del Ritual romano, rituales particulares
acomodados a las necesidades de cada región; también en cuanto a la lengua y una
vez aceptados por la Sede Apostólica, empléense en las correspondientes regiones.
En la redacción de estos rituales o particulares colecciones de ritos no se omitan las instrucciones que, en el Ritual romano, preceden a cada rito, tanto las pastorales y de rúbrica como las que encierran una especial
importancia comunitaria.
Bautismo de niños
67.
Revísese el rito del bautismo de los niños y
adáptese realmente a su condición, y póngase
más de manifiesto en el mismo rito la participación y las obligaciones de los padres y padrinos.
Rito breve para casos especiales
68. Para los casos de bautismos numerosos, en
el rito bautismal, deben figurar las adaptaciones
necesarias, que se emplearán a juicio del ordinario
del lugar. Redáctese también un rito más breve
que pueda ser usado, principalmente en las misiones, por los catequistas, y, en general, en peligro
de muerte, por los fieles cuando falta un sacerdote o un diácono.
Rito nuevo
Catecumenado
64. Restáurese el catecumenado de adultos dividido en distintas etapas, cuya práctica dependerá
del juicio del ordinario del lugar; de esa manera, el
tiempo del catecumenado, establecido para la
conveniente instrucción, podrá ser santificado
con los sagrados ritos, que se celebrarán en tiempos sucesivos.
69.
En lugar del rito llamado «Ordo supplendi
omissa super infantem baptizatum», prepárese
otro nuevo en el cual se ponga de manifiesto con
mayor claridad y precisión que el niño bautizado
con el rito breve ya ha sido recibido en la Iglesia.
Además, para los que, bautizados ya válidamente
se convierten a la religión católica, prepárese un
rito nuevo en el que se manifieste que son admitidos en la comunión de la Iglesia.
En las misiones
Bendición del agua bautismal
65. En las misiones, además de los elementos de
iniciación contenidos en la tradición cristiana, pueden admitirse también aquellos que se encuentran en uso en cada pueblo, en cuanto puedan
acomodarse al rito cristiano según la norma de los
artículos 37 al 40 de esta Constitución.
70. Fuera del tiempo pascual, el agua bautismal
puede ser bendecida, dentro del mismo rito del
bautismo, usando una fórmula más breve que haya sido aprobada.
Rito de la Confirmación
Bautismo de adultos
66. Revísense ambos ritos del bautismo de adultos, tanto el simple como el solemne, teniendo en
cuanta la restauración del catecumenado, e insértese en el misal romano la Misa propia «In collatione baptismi».
71.
Revísese también el rito de la confirmación,
para que aparezca más claramente la íntima relación de este sacramento con toda la iniciación
cristiana; por tanto, conviene que la renovación
de las promesas del bautismo preceda a la celebración del sacramento. La confirmación puede
35
ser administrada, según las circunstancias, dentro
de la Misa. Para el rito fuera de la Misa, prepárese
una fórmula que será usada a manera de introducción.
Rito de la Penitencia
72. Revísese el rito y las fórmulas de la penitencia de manera que expresen más claramente la
naturaleza y efecto del sacramento.
Unción de enfermos
73.
La «extremaunción», que también, y mejor,
puede llamarse «unción de enfermos», no es sólo
el Sacramento de quienes se encuentran en los
últimos momentos de su vida. Por tanto, el tiempo oportuno para recibirlo comienza cuando el
cristiano ya empieza a estar en peligro de muerte
por enfermedad o vejez.
Rito del matrimonio
77. Revísese y enriquézcase el rito de la celebración del matrimonio que se encuentra en el Ritual
romano, de modo que se exprese la gracia del sacramento y se inculquen los deberes de los esposos con mayor claridad.
«Si en alguna parte están en uso otras laudables
costumbres y ceremonias en la celebración del
Sacramento del Matrimonio, el Santo Sínodo
desea ardientemente que se conserven».
Además, la competente autoridad eclesiástica territorial, de que se habla en el artículo 22, párrafo
2, de esta Constitución, tiene la facultad, según la
norma del artículo 63, de elaborar un rito propio
adaptado a las costumbres de los diversos lugares
y pueblos, quedando en pie la ley de que el sacerdote asistente pida y reciba el consentimiento de
los contrayentes.
Reforma del rito
Celebración del matrimonio
74. Además de los ritos separados de la unción
de enfermos y del viático, redáctese un rito continuado, según el cual la unción sea administrada al
enfermo después de la confesión y antes del recibir el viático.
Número de unciones y oraciones
75. Adáptese, según las circunstancias, el número de las unciones, y revísense las oraciones correspondientes al rito de la unción de manera que
respondan a las diversas situaciones de los enfermos que reciben el sacramento.
Revisión del rito de la ordenación
78. Celébrese habitualmente el matrimonio dentro de la Misa, después de la lectura del Evangelio
y de la homilía, antes de la «oración de los fieles».
La oración por la esposa, oportunamente revisada
de modo que inculque la igualdad de ambos esposos en la obligación de mutua fidelidad, puede recitarse en lengua vernácula.
Si el sacramento del Matrimonio se celebra sin
Misa, léanse al principio del rito la epístola y el
evangelio de la Misa por los esposos e impártase
siempre la bendición nupcial.
Revisión de los sacramentales
76. Revísense los ritos de las ordenaciones, tan- 79.
to en lo referente a las ceremonias como a los textos. Las alocuciones del Obispo, al comienzo de
cada ordenación o consagración, pueden hacerse
en lengua vernácula. En la consagración episcopal, todos los Obispos presentes pueden imponer
las manos.
Revísense los sacramentales teniendo en
cuanta la norma fundamental de la participación
consciente, activa y fácil de los fieles, y atendiendo a las necesidades de nuestros tiempos. En la
revisión de los rituales, a tenor del artículo 63, se
pueden añadir también nuevos sacramentales,
según lo pida la necesidad.
36
Sean muy pocas las bendiciones reservadas y sólo
en favor de los Obispos u ordinarios. Provéase para que ciertos sacramentales, al menos en circunstancias particulares, y a juicio del ordinario, puedan ser administrados por laicos que tengan las
cualidades convenientes.
sión o renovación de votos dentro de la Misa, salvo derecho particular. Es laudable que se haga la
profesión religiosa dentro de la Misa.
Rito de la exequias
81. El rito de las exequias debe expresar más cla-
La profesión religiosa
80. Revísese el rito de la consagración de Vírgenes que forma parte del Pontifical romano. Redáctese, además, un rito de profesión religiosa y de
renovación de votos que contribuya a una mayor
unidad, sobriedad y dignidad, con obligación de
ser adoptado por aquellos que realizan la profe-
ramente el sentido pascual de la muerte cristiana
y responder mejor a las circunstancias y tradiciones de cada país, aun en lo referente al color litúrgico.
82.Revísese el rito de la sepultura de niños, dotándolo de una Misa propia.
Es de suma importancia que los
fieles comprendan fácilmente
los signos sacramentales y
reciban con la mayor
frecuencia posible aquellos
sacramentos que han sido
instituidos para alimentar la
vida cristiana.
S.C. 59
37
COMENTARIO AL CAPÍTULO TRES
LA TEOLOGÍA SACRAMENTAL A LA LUZ DEL VATICANO II
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
Introducción
La Constitución Conciliar sobre la Sagrada
Liturgia SACROSANCTUM CONCILIUM, dedica el capítulo
II a establecer las líneas que rigen la reforma del
sacramento de la eucaristía, y el capítulo III a lo
mismo en lo que respecta a los demás sacramentos y sacramentales.
No se piden allí únicamente reformas de
carácter estético o jurídico, sino que éstas deben
responder a una profunda renovación de la teología y de la espiritualidad sacramentales. De hecho
los nn. 5-10 de la SC ponen el fundamento para el
desarrollo de una teología del Misterio.
Tratando de ofrecer una exposición práctica
que nos lleve a esa meta que propone el Concilio,
hagamos un poco de recuerdo de lo que fue la
celebración eucarística antes de 1969 y la celebración de los sacramentos y sacramentales hasta en
fechas ligeramente posteriores.
Hoy hablamos con seguridad y naturalidad
de las dos grandes partes de la celebración eucarística.
Pero antes del Concilio, en libros de Teología
Moral y en catecismos, así como en la predicación,
se centraba la atención únicamente en la Liturgia
Eucarística y se desconocía el valor de la Liturgia
de la Palabra (aunque se predicaba en torno al
evangelio), al punto de que se advertía a los fieles
que, para cumplir con el precepto en domingos y
algunas solemnidades, era necesario llegar en el
transcurso del Credo, no porque interesara la Profesión de Fe, sino para poder participar del Ofertorio, como “primer momento importante” de la
celebración.
A la Liturgia de la Palabra se la llamaba
“antemisa” o “misa de los catecúmenos”, mien-
tras que se afirmaba que las tres grandes partes
de la misa eran Ofertorio, Consagración y Comunión.
No obstante, no habría que dar todo por
perdido porque, si bien en latín y de espalda al
pueblo, se proclamaban o cantaban la Epístola
(con su gradual) y el Evangelio y, como dije arriba,
se predicaba sobre el tema del segundo.
Pero los otros sacramentos y los sacramentales no corrían la misma suerte: En ningún momento se pensaba que en el rito de algún sacramento o sacramental se tuviera en cuenta una liturgia de la Palabra de Dios. Sencillamente se celebraba lo que hoy se conoce como Liturgia sacramental o, para decirlo con más realismo, se practicaban los ritos y se daba por un hecho que el destinatario recibía las gracias sacramentales.
Recogiendo los clamores del movimiento
litúrgico que arrancó desde 1833 y que, oficialmente fue lanzado por san Pío X, el Santo Padre
Pío XII esclareció la verdadera fisonomía de la vida
litúrgica de la Iglesia, corrigiendo conceptos incompletos como una visión meramente estética o
una puramente jurídica y, sin desconocer el valor
de las mismas, destacando la importancia de una
actitud interior que hace de la Iglesia el pueblo
sacerdotal que participa de la plenitud del sacerdocio de Jesucristo en la culminación del Misterio
Pascual (Mediator Dei, nn. 38-40).
A los 20 años de la promulgación de la Constitución Conciliar sobre la Sagrada Liturgia, se oye
la voz magisterial del hoy Beato Juan Pablo II, con
afirmaciones como éstas:
«Se puede reconocer con satisfacción … que los
fieles han podido progresar sensiblemente en la
comprensión de los contenidos de la fe.»
«Otra característica de gran relieve debe consi-
38
derarse el rico y diverso alimento de la Palabra
de Dios, que a largo plazo está destinada a dejar
una impronta profunda en el espíritu y en la vida
de los oyentes». (Juan Pablo II: Aloc. Conmemorativa de los 20 años de promulgación de SC).
Cinco años después, en la Carta Apostólica
vicesimus quintus annus el mismo Santo Padre
se fundamenta en dos grandes Constituciones
conciliares: La de Liturgia, en la que él recuerda la
necesidad de que las celebraciones litúrgicas estén dotadas de una lectura más abundante de la
Sagrada Escritura, a la vez que más variada y más
apropiada «para que aparezca con claridad la íntima conexión entre la palabra y el rito en la liturgia» (SC 35), y la Constitución sobre la Divina Revelación, de la que rescata el santo Padre las siguientes palabras:
«La Iglesia ha venerado siempre las Sagradas
Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del Cuerpo de Cristo, sobre
todo en la liturgia» (DV 21).
Para todos nosotros es claro que la presencia de la Palabra de Dios en el contexto de los ritos sacramentales, no se reduce a una mera introducción que ilustra la fuerza del sacramento, sino
que ella misma tiene su fuerza sacramental que
nos hace estar con Dios para experimentar su presencia dialogante y santificadora.
Terminada esta breve introducción, pasemos a reflexionar brevemente en torno a los siguientes puntos, esenciales para comprender la
necesidad de asumir una celebración renovada de
los sacramentos. Los puntos a reflexionar son:
- LOS SACRAMENTOS, LUGARES DE ENCUENTRO
- LOS SACRAMENTOS, MOMENTOS DE ALIANZA
- LOS SACRAMENTOS, FUENTES DE GRACIA
- CARÁCTER SIMBÓLICO DE LA VIDA SACRAMENTAL
I. Los Sacramentos: lugares de encuentro
Odo Casel, pionero de la Teología del Misterio, monje benedictino de la Abadía de santa María de los Lagos (Maria Laach), en Alemania, nació
en 1886 y encontró el paso a la vida eterna el año
1968, comenzando a celebrar la Vigilia Pascual en
la abadía de la Santa Cruz. Apenas había cantado
la tercera vez lumen christi, mientras llevaba en
procesión el Cirio Pascual, cuando un ataque cardiaco lo sorprendió. Fue su encuentro, el encuentro que él insistió en reflexionar y anunciar durante su vida. Así miraba este monje el Misterio Pascual. Con su muerte, dio una demostración fehaciente de que estaba en la verdad.
Casel coronó sus estudios filosóficos en
Bonn, con la defensa de la tesis titulada «de philosophorum græcorum silentio mystico» (El silencio
místico de los filósofos griegos), en la que analizó como punto culminante, el concepto de misterio que
manejaban estos pensadores. Para ellos el misterio no era un contenido inalcanzable por la razón
humana, sino un encuentro de los iniciados con la
divinidad, en el cual éstos penetraban la esfera de
lo divino, experimentaban dicho encuentro y salían transformados. Se trataba, entonces de un
acontecimiento.
Ésta es la definición de Mysterion
(sacramento) que ofrece Odo Casel, a partir de su
estudio de los misterios antiguos:
«El misterio es una acción ritual sagrada, en la
que un hecho salvífico se hace presente por el
rito; al ejecutar la comunidad de culto este rito,
toma parte en la acción salvadora y adquiere
para sí la gracia divina» (El Mist. Del Culto cristiano, Ed. Borla, pág 95).
No se escapa, en la reflexión que Odo Casel
hace en sus obras en torno a la teología del misterio, su inspiración en los Padres de la Iglesia, especialmente San Juan Crisóstomo, aunque también
aparecen abundantes aportaciones de San León
Magno y San Agustín.
Mencionamos esta clara influencia del pensamiento patrístico, teniendo en cuenta que de
parte de estos grandes pensadores la palabra
griega «mysterion» fue traducida al latín por
«sacramentum».
Abundantes escritos surgieron luego de su
pluma, aceptados en sus aspectos generales por
los teólogos de su tiempo, aunque cuestionados
en algunos puntos.
Posteriormente, las Constituciones conciliares SC y LG se encargarán de darle la razón.
39
Efectivamente, siguiendo el pensamiento
del padre Marsili, del Instituto Pontificio San Anselmo,
«el espíritu del Concilio se puede resumir en un
solo pensamiento: operar un reacercamiento a
Cristo Misterio de Salvación, o sea, a Cristo representado, sentido, visto como una presencia
operante en la Iglesia. Y, si la renovación litúrgica impulsada por el Concilio puede resultar para
algunos una gran reforma ritual, a los espíritus
avezados no se les escapa que el verdadero sentido de la reforma consiste más bien en redescubrir en la liturgia la continuación del misterio de
Cristo, del cual la Iglesia intenta darnos, a través
de una renovación de los ritos, una más clara
conciencia y un contacto más inmediato con
Cristo presente y actuante en el seno de la comunidad celebrante.» (Marsili).
Queda claro en la doctrina de Casel, que la
liturgia debe ser necesariamente, ante todo, una
acción de Dios sobre el hombre, o sea, una acción
que procede en forma descendente, como iniciativa que es de Dios.
De hecho, no se puede negar que los sacramentos pertenecen de manera tan esencial a la
liturgia cristiana, que determinan su naturaleza, al
punto que, en virtud de éstos, la liturgia resulta en
la Iglesia la continuación y la actuación perenne
del misterio pascual de Cristo, como lo dice claramente la constitución conciliar sobre la sagrada liturgia, en sus números 5 a 7.
II. Los Sacramentos: momentos de alianza
Al comienzo de esta exposición comentábamos la escasez de la Palabra en la celebración eucarística y la total ausencia en los demás sacramentos.
Rescatando terreno perdido, puntualicemos
brevemente la importancia de la Palabra en la
celebración de los sacramentos.
Partamos del principio fundamental de la
Revelación Divina: en ella Dios es quien realiza la
comunicación y habla de Sí mismo. Él se comunica
hablando de Dios, y Él se comunica dándose como
don de sí mismo al hombre. Toda comunicación de
Dios es donación de sí mismo y requiere, de parte
del hombre, una respuesta de fe comprometida.
En términos parecidos habla el evangelista
san Juan de la Palabra Eterna que «se hizo carne y
habitó entre nosotros». A partir de este gran principio que, en san Juan aparece encarnado, hablemos de la presencia y relación de la Palabra en la
acción sacramental.
Si la Palabra por el don que brota de la voluntad salvífica del mismo Dios, tiene en sí el poder de salvar, se explica que, en el lenguaje de los
signos intentado por el mismo Dios para su comunicación con el hombre, el don de la palabra se
concretice en siete mandatos institucionales, con
lo que los sacramentos quedan determinados, en
su existencia, desde la palabra, de manera que la
eficacia salvífica es idéntica e inseparable entre
Palabra y Sacramento.
Los sacramentos son fruto de la palabra,
puesto que el mandato institucional de JesucristoPalabra los incluye. Por lo tanto, no cabe distinguir entre palabra y sacramento como si se tratara
de dos entidades salvíficas distintas y desconectadas. Lo único correcto es reconocerlos unidos en
la voluntad misteriosa de Dios manifestada por su
palabra. Y dada esta unión en su origen y en su
finalidad, hay que concluir que en la celebración
de los sacramentos alcanza su total cumplimiento
la Palabra.
De ahí que Jesucristo ordenara como único
principio de salvación la fe y el bautismo, mandato
que san Pedro reconoció y puso en práctica desde
el mismo día de Pentecostés, como consta en su
primer anuncio misionero, cuando estimula a
cuantos le han escuchado a que se conviertan y se
dejen bautizar en el nombre de Jesucristo, en el
que han de creer, para alcanzar así la remisión de
los pecados y conseguir el don del Espíritu Santo.
Se puede afirmar entonces que la administración de los sacramentos ha de ser considerada
como la misma palabra de Dios celebrada como
acontecimiento de alianza. La palabra de Dios fundamenta los sacramentos y éstos, a su vez, encuentran su cumplimiento en la Palabra. Ningún
rito sacramental tiene sentido ni valor si no es fundado en la palabra que le antecede y forja la alianza, y en la palabra que le acompaña, le imprime la
eficacia y le hace ratificar la alianza.
40
III. Los Sacramentos: fuentes de Gracia
Siguiendo la lógica de la donación que Dios
hace de Sí mismo al hombre, empecemos presentando los sacramentos como lugares y momentos
del ofrecimiento gratuito de Dios, que se dona al
hombre en el contexto de una celebración litúrgica eclesial.
Ahora bien, en la relación entre la actitud de
Dios que se dona (ex opere operato) y el hombre
que, en el contexto eclesial, recibe el don (ex opere operantis ecclesiæ), se ubica el sacramento como el lugar del encuentro transformante y santificante y el momento que ratifica la alianza entre
Dios y el hombre.
Teniendo en cuenta que la celebración del
sacramento presupone el acto de fe en la Palabra
de Dios, se sigue que el signo causa la gracia en
dos dimensiones, a saber: remotamente a partir
del acto institucional de Jesucristo, y próximamente en el momento en que la Iglesia lo celebra.
A este respecto, el Catecismo de la Iglesia
Católica dice:
«Celebrados dignamente en la fe, los sacramentos confieren la gracia que significan. Son eficaces porque en ellos actúa Cristo mismo; Él es
quien bautiza, Él quien actúa en sus sacramentos
con el fin de comunicar la gracia que el sacramento significa. El Padre escucha siempre la oración de la Iglesia de su Hijo que, en la epíclesis de
cada sacramento, expresa su fe en el poder del
Espíritu Santo. Como el fuego transforma en sí
todo lo que toca, así el Espíritu Santo transforma
en vida divina lo que se somete a su poder».
(C.I.C. 1127).
IV. Carácter simbólico de la vida sacramental
Dice el Beato Juan Pablo II:
«La Liturgia no es inmaterial; es más bien, en los
signos mediante los que se expresa, la representación y la reactualización eficaz del misterio de
Cristo, es decir, de la Sabiduría eterna de Dios,
que “apareció en el mundo y vivió entre los
hombres”. (…). La liturgia no puede ser reducida a puro ceremonial decorativo o a mera suma
de preceptos y leyes, concepción ya reprobada
por la Mediator Dei, y queda también excluida
aquella visión, a veces presente en nuestros
tiempos, que en la liturgia subraya los aspectos
sociales, como la invitación a la amistad, la alegría de volver a encontrarse juntos, la llamada
del grupo y otros semejantes, más bien que la
iniciativa de Dios, el cual convoca a los creyentes, y su palabra, a la que el hombre debe prestar atención para adaptar a la misma su oración
y su actuación». (27 de octubre de 1984, al finalizar el congreso de Comisiones Nacionales de
Liturgia en Roma).
En efecto, sacramentalidad quiere decir un
mundo de símbolos. La dimensión simbólica del
hombre es la clave para interpretar la realidad sacramental. El símbolo es una clave de lectura de
cómo actúa Dios en nuestras vidas.
En la reflexión teológica post-conciliar se ha
recuperado el concepto de símbolo desde el pensamiento bíblico, desde el trasfondo de la tradición eclesial –cómo han estudiado y abordado la
categoría de símbolo los Santos Padres-, y desde
el diálogo con las ciencias del hombre, que han
recuperado, felizmente, la categoría antropológica del símbolo que la liturgia y la teología de los
sacramentos han adoptado.
Actualmente todavía constatamos, con
desazón y amargura, la separación existente entre
el culto de la Iglesia en general y la vida del hombre actual. Debemos preguntarnos ¿por qué,
nuestra liturgia, nuestros sacramentos, no conectan con la vida del hombre, con sus inquietudes y
necesidades?
El Cardenal Montini (más tarde el Papa Pablo VI), en su intervención en el Concilio, al hablar
de la Reforma litúrgica, demostró cómo también
le atormentaba a él esta falta de conexión con la
vida de los hombres desde el punto de vista de la
liturgia y los sacramentos. Dice así:
«La liturgia, ciertamente, ha sido instituida a favor de los hombres; no los hombres para la liturgia. Si queremos que la comunidad cristiana no
abandone nuestros templos, sino que acceda a
ellos de buen grado, prudentemente, pero sin
demora ni vacilaciones, se debe retirar el impedimento de una lengua que no se puede entender,
o que solamente es inteligible a una minoría, y la
cual no invita a nuestra gente a participar en el
culto divino, sino que, por el contrario, la aparta
41
de él. Es bueno recordar la sentencia de San
Agustín cuando nos dice: “Es mejor que nos reprendan los gramáticos, a que no nos entienda
el pueblo”.»
Lo estético resulta totalmente insuficiente
para dar una respuesta que sea, a la vez contemplativa del misterio, dialogante de una alianza y, al
mismo tiempo, encarnada en la realidad del hombre con sus ocupaciones, expectativas y angustias, y con el ajetreo del diario vivir.
La respuesta tiene que arrancar de un mejor
conocimiento del dinamismo simbólico de la vida
sacramental. Porque el símbolo une la realidad
trascendente de Dios y la realidad inmanente del
hombre.
La realidad sacramental no es algo que se
impone al hombre desde fuera, sino que está enraizada en la naturaleza humana; los sacramentos
no son un acontecimiento separado de nuestra
vida, sino que están enraizados en la vida cotidiana.
En su comunicación con el hombre, Dios no
va a utilizar otro lenguaje que no sea el del hombre. Y el lenguaje humano –todo lenguaje humano
- es, por exigencia de su propia naturaleza, lenguaje de símbolos.
Así, en la vida sacramental, a través del símbolo descubrimos que el hombre, no solamente
recibe el sacramento, sino que también hace el
sacramento; es algo suyo, de su propio mundo, de
su vivir y de su existir, porque es partenario del
encuentro y del diálogo de alianza con Dios.
Pero para comprender todo esto, hemos de
partir de la dinámica propia del símbolo que se
hace presente en todo sacramento.
El símbolo tiene un soporte antropológico, a
partir del cual, como si se tratase de un trampolín,
podemos llegar a la realidad superior trascendente que se simboliza; ésa es la virtualidad, la riqueza del sacramento. A partir de esa plataforma humana, experiencial, se puede llegar a poder comprender la realidad salvífica, escatológica, trascendente, de lo que es Dios para nuestra vida.
En el símbolo, la realidad humana llega a ser
el lugar donde se manifiesta lo divino. La estructura simbólica es la realidad humana que hace de
soporte -que visibiliza o vislumbra- la realidad sal-
vífica y trascendente.
«Y la Palabra se hizo Carne»
Es importante comprender que la teología
sacramental es la teología de la mediación simbólica, a través de la cual Dios se hace cercano al
hombre; de tal forma que, si la mediación más
grande de Dios que ha habido es Jesucristo, su
Hijo, podemos decir que la humanidad de Jesús es
símbolo de la divinidad.
Por la Teología de la Encarnación del Hijo
de Dios, desarrollada ya por los Santos Padres, y
reasumida magistralmente por el monje Odo Casel en su obra el misterio del culto cristiano,
nuestra humanidad hace de sacramento de Dios:
«Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza». (Gn 1, 26 ss). Por la encarnación del Hijo de
Dios, la capacidad simbólica de la realidad creatural para manifestar a Dios fue llevada a una plenitud insospechada, puesto que, en y a través de la
humanidad de Jesús de Nazaret, se manifestó y
comunicó su divinidad de Hijo de Dios: «Hemos
visto su gloria» -dice san Juan Evangelista.
«Él es Imagen de Dios invisible, Primogénito de
toda la Creación … Él es también la Cabeza del
Cuerpo, de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos …» (Col. 1, 15. 18ab).
El acontecimiento de la Encarnación nos
ofrece, por tanto, una perspectiva para comprender lo que es la realidad sacramental, es decir, que
en lo humano se hace presente lo divino. Y todo
lo que está asociado a lo humano de Jesús de Nazaret, la creación, la experiencia humana… tiene
unas enormes consecuencias, muy ricas para la
espiritualidad.
La sacramentalidad fundamental
Para hablar de la sacramentalidad, tenemos
que explicar que el fundamento y la raíz de toda
sacramentalidad es Jesucristo. Nuestro mundo
puede hablar de Dios y trascender hacia la realidad divina. Por Jesucristo, por su encarnación y
redención también el cosmos, el hombre y la historia son sacramentos fundamentales donde tenemos que fundamentar cada uno de los siete sacramentos.
42
Desde que el Concilio Vaticano II comenzó a
hablar de la Iglesia como sacramentum, hemos
pasado de cada uno de los 7 sacramentos como
acontecimientos aislados, al mysterion como sacramento generante, es decir, al fundamental, a la
realidad humana penetrada de Dios, visitada por
Dios, impregnada del misterio grande de Dios, es
decir, Jesucristo y la Iglesia.
Explicar así el sacramento supone comprender que nuestra realidad humana está impregnada de la realidad del misterio santo de Dios.
El mysterion se identifica con la economía de
la revelación. Toda la historia de la salvación es
una historia de la sacramentalidad; Dios se ha hecho presente en Jesucristo, el misterio de Dios
humanizado y glorificado. De igual manera, la Iglesia es mysterion de Dios, es sacramentum, signum, instrumentum… son categorías que utiliza
el Concilio Vaticano II para explicar que el sacramento de Dios está presente en la realidad de los
sacramentos, de Jesucristo, de la Iglesia, de la Palabra, del pobre… es decir, en esta realidad sacramental que es fundamento y principio de cada
uno de los siete sacramentos.
Cristo ha impactado con su salvación nuestro mundo y nuestra vida, que se han convertido
así en la “tienda de campaña” donde Dios se ha
hecho presente… «Y acampó entre nosotros».
Antiguamente para alcanzar la salvación, se
decía que la persona tenía que acudir a los siete
sacramentos. Ahora decimos que, para alcanzar la
salvación hace falta encontrar a Dios en nuestra
vida cotidiana y celebrar, en cada uno de los siete
sacramentos, esa salvación presente en ella.
Referencias bibliográficas
Arnau, R (1998) Tratado general de los sacramentos.Madrid. Biblioteca de Autores Cristiano.
Catecismo de la Iglesia Católica (2000). Bogotá. Ed.
San Pablo.
Casel, O. (2001) El misterio del Culto Cristiano. Cuaderno Phase 129. Barcelona, CPL.
Ferrándiz, A (2004) Teología sacramental en clave
simbólica. Barcelona, CPL.
García, J (1991) Teología fundamental de los sacramentos. Madrid. Ed. San Pablo.
Marsili, S (1996) “Sacramentos”. En-: Nuevo diccionario de Liturgia. Madrid. Ed. San Pablo.
Miralles, A (2006) Los sacramentos cristianos. Madrid. Ed. Palabra.
Martínez, G (2009) Los sacramentos, signos de libertad. Salamanca. Ed. Sigueme.
Nicola, M (1969) Teología del signo sacramental.
Madrid. Biblioteca de Autores Cristiano.
43
CAPÍTULO IV
EL OFICIO DIVINO
Obra de Cristo y de la Iglesia
Obligación y altísimo honor
83.
85.
El Sumo Sacerdote de la nueva y eterna
Alianza, Cristo Jesús, al tomar la naturaleza humana, introdujo en este exilio terrestre aquel himno
que se canta perpetuamente en las moradas celestiales. El mismo une a Sí la comunidad entera
de los hombres y la asocia al canto de este divino
himno de alabanza.
Por tanto, todos aquellos que ejercen esta
función, por una parte, cumplen la obligación de
la Iglesia, y por otra, participan del altísimo honor
de la Esposa de Cristo, ya que, mientras alaban a
Dios, están ante su trono en nombre de la madre
Iglesia.
Valor pastoral del Oficio divino
Porque esta función sacerdotal se prolonga a través de su Iglesia, que, sin cesar, alaba al Señor e
intercede por la salvación de todo el mundo no
sólo celebrando la eucaristía, sino también de
otras maneras, principalmente recitando el Oficio
divino.
84. Por una antigua tradición cristiana, el Oficio
divino está estructurado de tal manera que la alabanza de Dios consagra el curso entero del día y
de la noche, y cuando los sacerdotes y todos
aquellos que han sido destinados a esta función
por institución de la Iglesia cumplen debidamente
ese admirable cántico de alabanza, o cuando los
fieles oran junto con el sacerdote en la forma establecida, entonces es en verdad la voz de la misma Esposa que habla al Esposo; más aún, es la
oración de Cristo, con su Cuerpo, al Padre.
86.
Los sacerdotes dedicados al sagrado ministerio pastoral rezarán con tanto mayor fervor las
alabanzas de las Horas cuando más vivamente estén convencidos de que deben observar la amonestación de San Pablo: «Orad sin interrupción» (1
Tes., 5,17); pues sólo el Señor puede dar eficacia y
crecimiento a la obra en que trabajan, según dijo:
«Sin Mí, no podéis hacer nada» (Jn., 15,5); por esta
razón los Apóstoles, al constituir diáconos, dijeron: «Así nosotros nos dedicaremos de lleno a la
oración y al ministerio de la palabra» (Act., 6,4).
87.
Pero al fin de que los sacerdotes y demás
miembros de la Iglesia puedan rezar mejor y más
perfectamente el Oficio divino en las circunstancias actuales, el sacrosanto Concilio, prosiguiendo
la reforma felizmente iniciada por la Santa Sede,
ha determinado establecer lo siguiente, en relación con el Oficio según el rito romano:
44
Curso tradicional de las Horas
Distribución de los salmos
88.
91. Para que pueda realmente observarse el cur-
Siendo el fin del Oficio la santificación del
día, restablézcase el curso tradicional de las Horas
de modo que, dentro de lo posible, éstas correspondan de nuevo a su tiempo natural y a la vez se
tengan en cuenta las circunstancias de la vida moderna en que se hallan especialmente aquellos
que se dedican al trabajo apostólico.
89. Por tanto, en la reforma del Oficio guárdense estas normas:
a) Laudes, como oración matutina, y Vísperas, como oración vespertina, que, según la venerable
tradición de toda la Iglesia, son el doble quicio sobre el que gira el Oficio cotidiano, se deben considerar y celebrar como las Horas principales.
b) Las Completas tengan una forma que responda
al final del día.
c) La hora llamada Maitines, aunque en el coro
conserve el carácter de alabanza nocturna, compóngase de manera que pueda rezarse a cualquier
hora del día y tenga menos salmos y lecturas más
largas.
d) Suprímase la Hora de Prima.
e) En el coro consérvense las Horas menores, Tercia, Sexta y Nona. Fuera del coro se puede decir
una de las tres, la que más se acomode al momento del día.
Fuente de piedad
90. El Oficio divino, en cuanto oración pública de
la Iglesia, es, además, fuente de piedad y alimento
de la oración personal. por eso se exhorta en el
Señor a los sacerdotes y a cuantos participan en
dicho Oficio, que al rezarlo, la mente concuerde
con la voz, y para conseguirlo mejor adquieran
una instrucción litúrgica y bíblica más rica, principalmente acerca de los salmos.
Al realizar la reforma, adáptese el tesoro venerable del Oficio romano de manera que puedan disfrutar de él con mayor amplitud y facilidad todos
aquellos a quienes se les confía.
so de las Horas, propuesto en el artículo 89, distribúyanse los salmos no es una semana, sino en un
período de tiempo más largo.
El trabajo de revisión del Salterio, felizmente emprendido, llévese a término cuanto antes, teniendo en cuenta el latín cristiano, el uso litúrgico, incluido el canto, y toda la tradición de la Iglesia latina.
Ordenación de las lecturas
92.
En cuanto a las lecturas, obsérvese lo siguiente:
a) Ordénense las lecturas de la Sagrada Escritura
de modo que los tesoros de la palabra divina sean
accesibles, con mayor facilidad y plenitud.
b) Estén mejor seleccionadas las lecturas tomadas
de los Padres, Doctores y Escritores eclesiásticos.
c) Devuélvase su verdad histórica a las pasiones o
vidas de los santos.
Revisión de los himnos
93. Restitúyase a los himnos, en cuento sea conveniente, la forma primitiva, quitando o cambiando lo que tiene sabor mitológico o es menos conforme a la piedad cristiana. Según la conveniencia,
introdúzcanse también otros que se encuentran
en el rico repertorio himnológico.
Tiempo del rezo de las Horas
94. Ayuda mucho, tanto para santificar realmente el día como para recitar con fruto espiritual las
Horas, que en su recitación se observe el tiempo
más aproximado al verdadero tiempo natural de
cada Hora canónica.
Obligación del Oficio divino
95. Las comunidades obligadas al coro, además
45
de la Misa conventual, están obligadas a celebrar
cada día el Oficio divino en el coro, en esta forma:
a) Todo el Oficio, las comunidades de canónigos,
de monjes y monjas y de otros regulares obligados al coro por derecho o constituciones.
b) Los cabildos catedrales o colegiales, las partes
del Oficio a que están obligados por derecho común o particular.
c) Todos los miembros de dichas comunidades
que o tengan órdenes mayores o hayan hecho
profesión solemne, exceptuados los legos, deben
recitar en particular las Horas canónicas que no
hubieren rezado en coro.
obligados a coro, y principalmente los sacerdotes
que viven en comunidad o se hallan reunidos, recen en común, al menos, una parte del Oficio divino.
96.
100. Procuren los pastores de almas que las Ho-
Los clérigos no obligados a coro, si tienen
órdenes mayores, están obligados a rezar diariamente, en privado o en común, todo el Oficio, a
tenor del artículo 89.
97.
Determinen las rúbricas las oportunas conmutaciones del Oficio divino con una acción litúrgicas.
En casos particulares, y por causa justa, los ordinarios pueden dispensar a sus súbditos de la obligación de rezar el Oficio, en todo o en parte, o bien
permutarlo.
Oración pública de la Iglesia
98. Los miembros de cualquier Instituto de estado de perfección que, en virtud de las Constituciones, rezan alguna parte del Oficio divino, hacen
oración pública de la Iglesia.
Asimismo hacen oración pública de la Iglesia si
rezan, en virtud de las Constituciones, algún Oficio parvo, con tal que esté estructurado a la manera del Oficio divino y debidamente aprobado.
Recitación comunitaria del Oficio divino
99. siendo el Oficio divino la voz de la Iglesia o
sea, de todo el Cuerpo místico, que alaba públicamente a Dios, se recomienda que los clérigos no
Todos cuantos rezan el Oficio, ya en coro ya en
común, cumplan la función que se les ha confiado
con la máxima perfección, tanto por la devoción
interna como por la manera externa de proceder.
Conviene, además, que, según las ocasiones, se
cante el Oficio en el coro y en común.
Participación de los fieles en el Oficio
ras principales, especialmente las Vísperas, se celebren comunitariamente en la Iglesia los domingos y fiestas más solemnes. Se recomienda, asimismo, que los laicos recen el Oficio divino o con
los sacerdotes o reunidos entre sí e inclusive en
particular.
Uso del latín o de la lengua vernácula
101.
§1. De acuerdo con la tradición secular del
rito latino, en el Oficio divino se ha de conservar
para los clérigos la lengua latina. Sin embargo, para aquellos clérigos a quienes el uso del latín significa un grave obstáculo en el rezo digno del Oficio,
el ordinario puede conceder en cada caso particular el uso de una traducción vernácula según la
norma del artículo 36.
§ 2. El superior competente puede conceder a las
monjas y también a los miembros, varones no clérigos o mujeres, de los Institutos de estado de
perfección, el uso de la lengua vernácula en el Oficio divino, aun para la recitación coral, con tal que
la versión esté aprobada.
§ 3. Cualquier clérigo que, obligado al Oficio divino, lo celebra en lengua vernácula con un grupo
de fieles o con aquellos a quienes se refiere el § 2,
satisface su obligación siempre que la traducción
esté aprobada.
46
COMENTARIO AL CAPÍTULO CUATRO
LA LITURGIA DE LAS HORAS
Resumen de un amplio trabajo, elaborado por el Pbro. Manuel Humberto Rojas, Secretario Ejecutivo de la
Comisión Nacional de Liturgia. El resumen ha sido trabajado por el Pbro. Alfonso Mora M.,
Vicario Episcopal de Pastoral Litúrgica de la Arquidiócesis de San José.
Comencemos esta reflexión comprendiendo
lo que significa el tiempo en el mundo celebrativo.
Luego nos detendremos en algunos de los valores
fundamentales que tejen y sostienen el Oficio Divino. De tal suerte que, profundizando en su sentido, nos facultemos para una celebración capaz de
desplegar toda su potencialidad.
I. El tiempo en la liturgia.
En el ámbito celebrativo, el tiempo es espacio de encuentro con Dios y su oferta gratuita de
salvación. Si el Antiguo Testamento pensaba la
temporalidad como experiencia de la acción divina, el Nuevo Testamento hablará de cómo Jesucristo -el Dios humanizado- hace del tiempo un
lugar de plenificación gracias a la irrupción de lo
eterno en lo temporal.
El tiempo es un signo que pone de manifiesto una potencialidad de salvación para el creyente; como signo sacramental portador de salvación, posee una cierta eficacia en razón de su institución por la Iglesia, que se sirve de estos y de
otros signos para hacer patente y cercana la presencia salvadora de su Señor (ex opere operantis
Ecclesiae).
El tiempo es un espacio donde la experiencia
de la propia indigencia abre al hombre la posibilidad para el encuentro y la confianza en Jesucristo.
En la liturgia, el tiempo participa de la eficacia dada por la presencia constante del Señor.
II. Valores fundamentales del Oficio Divino
Como toda acción litúrgica, la celebración
del Oficio Divino se sustenta sobre una serie de
principios teológico-pastorales que merece la pena de enunciar y profundizar.
Celebración eclesial
Dimensión comunitaria
Con mayor o menor énfasis, todas las reflexiones sobre teología litúrgica concuerdan en presentar la dimensión comunitaria como eje medular de la reforma del Vaticano II. Por ende, las imágenes con las que se busca develar una parte del
Misterio de la Iglesia son, al mismo tiempo, una
manifestación de la inagotable riqueza de la Liturgia de las Horas.
Recordemos que la liturgia es acción de Jesucristo, sacramentalizado siempre de forma primera y fundante por su Cuerpo Eclesial; por lo
cual, podemos afirmar que si no hay Iglesia tampoco puede haber Liturgia. De donde se sigue que
esa referencia a la comunidad creyente, sacramentalizada verdaderamente por la asamblea litúrgica, se traduce en la imposibilidad teológica
de reducir cualquier acción litúrgica a un acto personal y en la urgencia de procurar la superación
de cualquier celebración individual y casi privada.
En el caso de la Liturgia de las Horas, esa referencia a la Iglesia es igualmente fundamental
para que el rezo de los salmos supere el nivel de
plegaria personal o popular. Por eso, aun en la recitación individual que una persona se viese obligada a realizar, la referencia comunitaria sería
siempre un valor fundamental: rezarán con la clara conciencia de que “la Iglesia los delega para la
Liturgia de las Horas de forma que al menos ellos
aseguren de modo constante el desempeño de lo
que es función de toda la comunidad”, orarán en
comunión con toda la Iglesia y en nombre suyo.
El rezo realizado fuera de una celebración
comunitaria sólo puede entenderse como una excepción. Conviene tener muy presente que:
A los que han recibido el orden sagrado o
47
están provistos de un peculiar mandato canónico
les incumbe convocar a la comunidad y dirigir su
oración:
Procuren que todos los que están bajo su cuidado vivan unánimes en la oración. Cuiden, por
tanto, de invitar a los fieles y de proporcionarles
la debida catequesis para la celebración común
de las partes principales de la Liturgia de las Horas, sobre todo en los domingos y fiestas. Enséñenles a participar de forma que logren orar de
verdad en la celebración, y encáucenlos mediante una instrucción apropiada hacia la inteligencia
cristiana de los salmos, a fin de que gradualmente lleguen a gustar mejor y a hacer más amplio
uso de la oración de la Iglesia. (IGLH, n° 23)
Quien recibió el “mandato canónico” de la
Liturgia de las Horas verá el rezo privado como
último recurso. Su verdadera responsabilidad es
que todos los fieles tengan la posibilidad real de
celebraciones comunitarias en las que oren al ritmo y estilo de la Iglesia.
La Liturgia de las Horas no es oración de clérigos. Es una plegaria que, perteneciendo a todos
los cristianos, sólo es diáfana y plena cuando se
celebra en asamblea litúrgica.
Dimensión memorial
La liturgia es acción de Cristo sacerdote que,
presente en la celebración, se vale de los elementos sensibles para significar y realizar la santificación del hombre y la glorificación de Dios, gracias
a la actualización de una acción salvífica que alcanzó su plenitud en la entrega y triunfo pascual
de Jesucristo.
Cuando participamos de la Liturgia nos
adentramos en un mundo donde el pasado es más
que un punto de referencia. Las acciones redentoras, acaecidas en un momento y lugar determinados, son traídas al presente para desplegar toda
su fuerza salvadora en razón de lo actual de su
existencia. No se trata de una repetición, sino de
la “re-presentación” de un hecho único e irrepetible.
Es cierto que Cristo se entregó una sola vez.
Pero esa entrega única del Señor extiende su existencia y efectos más allá de los límites humanos
del espacio y del tiempo: Él no vuelve a ser crucifi-
cado, no vuelve a morir en la Cruz, ni tampoco repite su resurrección; pero, cada vez que la Iglesia
se reúne para una celebración litúrgica, ese Misterio Pascual se hace presente con toda su fuerza
salvadora, como si en ese momento y lugar se estuviera acaeciendo por vez única en la historia.
La Pascua de Jesucristo también es actualizada real y eficazmente en la celebración de las
Horas. Recordemos que:
La memoria bíblica se refiere a contactos
acaecidos en el pasado, en los que quedó establecida la alianza. Evocando estos hechos primordiales, refuerza la alianza; induce a vivir el “día de
hoy” con la intensidad que emana de la alianza.
La liturgia no busca hacer gestos o decir palabras que hagan presente a Dios; sino que la presencia del Señor, que se asegura por una alianza
validada a través de los signos que de ella dependen, hace que éstos adquieran un valor salvífico.
Otro de los fundamentos sobre los que descansa la fuerza del memorial es la Palabra del Señor y su eficacia. Al hablar de “Palabra de Dios”
aludimos a una acción que no sólo es hecha “en la
presencia de Dios”, sino que es Él mismo quien la
produce. Por eso, en esa operación va comprometida la fuerza misma de Dios, razón por la cual se
trata de una palabra eficaz, capaz de realizar lo
que dice, superando en ello las expectativas y mediciones humanas (cf. Mt 13, 24-30; Is 55,10-11).
La Liturgia de las Horas es una acción en la
que se manifiesta la eficacia de la Palabra como
consecuencia de la alianza que en ella se manifiesta. En el Oficio Divino, como en toda acción litúrgica, Cristo nos congrega para elevar el culto agradable en el que, por la santificación del hombre,
Dios es perfectamente glorificado. (SC 7).
Todo se ubica -entonces- en un nuevo nivel.
La asamblea de los fieles, sacerdotes y laicos, deja
de ser simplemente un grupo humano, para convertirse en auténtico sacramento de Cristo, en
cuanto verdadera expresión de la Iglesia. En la
presencia del Señor, la acción de su Espíritu hace
que la comunidad de los fieles sea realmente Cristo en medio de nosotros. Por eso, la Ordenación
General de la Liturgia de las Horas presenta el Oficio Divino como una acción en la que estamos vinculados gracias a nuestro bautismo:
48
Cuando es el cuerpo del Hijo quien ora, no se
separa de su cabeza, y el mismo salvador del
cuerpo, nuestro Señor Jesucristo, Hijo de Dios,
es el que ora por nosotros, ora en nosotros y es
invocado por nosotros. Ora por nosotros como
sacerdote nuestro, ora en nosotros por ser
nuestra cabeza, es invocado por nosotros como
Dios nuestro. (San Agustín)
En ese contexto, los salmos de la Liturgia de
las Horas son un medio para que, sirviéndose incluso de recursos tan humanos como la música,
los creyentes puedan entrar en la dinámica de lo
que en ellos se expresa. Allí, el “recuerdo” de la
liberación en Egipto deja de ser simplemente una
evocación del pasado; se convierte en un acto que
permite al orante insertarse en ese acontecimiento histórico, para experimentar la fuerza divina
que le capacita para ser redimido.
Recordemos que todo acto litúrgico es fundamentalmente acción de Dios. Sea cual sea el
“actor litúrgico” que se desempeñe en uno u otro
de los roles que componen un programa ritual, el
“autor de la gracia” es siempre el Señor. Él es el
principal protagonista, el que realiza la transformación que es propia de la liturgia.
Dimensión mystagógica y su ritualidad
Nadie aprende más respeto a la eucaristía
que quien dobla la rodilla ante el Misterio que en
ella se encierra, y nada mejor para aprender el
sentido comunitario que vivir celebraciones en las
que todos los miembros de la asamblea somos
invitados a reaccionar al unísono. La liturgia es
también una escuela de cristianismo, en donde el
aprendizaje se realiza con medios más eficaces
que charlas y cátedras. En la liturgia se aprende a
través de la repetición de gestos y palabras, con lo
cual paulatinamente se penetra, no sólo la mente
sino también el corazón.
El Oficio Divino, y toda la ritualidad que él
comporta, está lleno de una serie de elementos
gestuales y orales que están destinados a la fragua de nuestro ser cristiano. Entre muchos que
podrían ser mencionados, nos detenemos en algunos que consideramos de particular importancia.
Ir donde están los otros: Como ya lo hemos
mostrado, la celebración comunitaria no es solamente la forma ideal de vivir la Liturgia de las Horas, sino que además se constituye en el modelo
teológico a partir del cual debemos tratar de comprenderla. Tanto que, aun cuando las circunstancias de una persona u otra le lleven a una vivencia
individual de esta práctica, la comunidad siempre
estará al menos como punto de referencia. Por
eso, para la celebración del Oficio Divino, en cualquiera de sus horas, el paso primero y fundamental es encontrarse con la Comunidad, realidad sacramental; lo cual exige un abandono del aislamiento y el individualismo.
La asamblea es presencia sacramental del
Señor, cuyo sacramento fundamental es la Iglesia.
Por eso, orar de frente a los hermanos es orar de
cara al Señor.
Lo cual requiere un equilibrio que es propiciado por la dinámica celebrativa de toda acción
litúrgica. Pues, en el mecanismo de plegaria que
nos ofrece la Liturgia de las Horas –por ejemplose descubre que las particularidades personales y
los rasgos propios del otro encuentran su punto
de comunión y convergencia en la enseñanza de
la Iglesia. El orante comunitario aprende la escucha y docilidad a la Palabra, cualificadamente
transmitida en la comunidad eclesial.
Lugar y actitudes corporales en la celebración de las horas: El liturgista belga, Paul De
Clerck, en su libro llamado L’intelligence de la liturgie, se refiere así al Oficio Divino:
«Debo confesar, incluso, que cuando se trata de rezar la Liturgia de las Horas, me gusta asistir a esas comunidades en las que se tiene la costumbre de levantarse y hacer claramente la inclinación cuando se hace la doxología de cada uno
de los salmos. Ese gesto ayuda a entender que la
glorificación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es lo esencial de la plegaria. Más prosaicamente, ese movimiento permite recobrar el dominio
de sí, abandonar sus distracciones para retomar
su plegaria, o incluso salir de su dulce adormecimiento en que se pueda caer. ¡La liturgia lo ha
previsto todo!».
Podemos entender incluso que, como toda
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acción litúrgica, el Oficio Divino esté destinado a
realizarse normal y ordinariamente en un lugar
especialmente “dedicado” a la plegaria. Y es que,
además de fortalecer nuestra identidad eclesial,
esos espacios nos disponen mejor a recibir la gracia de Dios, que nos permite reorientar todos los
momentos y dimensiones de nuestra existencia.
Por eso la Liturgia de las Horas nos ayuda a entender que un auténtico proceso de conversión implica también a la totalidad de la Iglesia. En primer
lugar, porque la fidelidad de cada uno de los bautizados fortalece el camino de la comunidad; pero
también, porque el creyente tiene la posibilidad
de experimentar que no está sólo en el camino de
la santidad.
Al orar en comunión con la entera catolicidad eclesial, el creyente está invitado a descubrir
que la Iglesia es un conjunto de hermanos en crecimiento espiritual comunitario.
El canto de los salmos y de los himnos:
¿exigencia o solemnización? Tanto en el nivel litúrgico como en el puramente humano y social, hay
elementos que exigen ineludiblemente el canto:
sin él aparecen desfigurados, desnaturalizados. Y
en la Liturgia de las Horas este principio se verifica
con especial fuerza.
La ausencia del canto no invalida la riqueza
que se encierra en la celebración de las Horas. Pero, debemos recordar que el canto se constituye
en un vehículo privilegiado para la transformación
del hombre que Dios realiza en la liturgia.
Basta tomar conciencia de que el canto permite una mejor apropiación de los textos y la Verdad que en ellos se nos comunica. Pues, mientras
que una plegaria o una exhortación son fácilmente olvidadas, un canto, en virtud de la melodía y
cadencia que tiene, al ser más fácilmente retenido
por las personas, permite una mejor identificación.
Una buena musicalización puede llenar de
ánimo el corazón de la persona e impulsarle a una
vivencia más comprometida del Evangelio.
Consecuentemente, todos aquellos elementos del Oficio Divino que son susceptibles de ser
cantados deben de recurrir siempre a esa posibilidad, según lo permita la naturaleza y rango de la
celebración que se esté viviendo; es decir, según
sea un tiempo litúrgico u otro, una u otra hora del
día. Especialmente cuando se trate de elementos
que en su propia naturaleza y origen están marcados por el canto, como es el caso de los salmos,
cánticos, himnos y responsorios; pues, al emplearlos en concordancia con su naturaleza, daremos a
la Celebración de las Horas las proporciones que
realmente requiere para el desarrollo ordinario de
todo su potencial transformante y evangelizador.
Dimensión ministerial
El Concilio Vaticano II pide que “En las celebraciones litúrgicas, cada cual, ministro o simple
fiel, al desempeñar su oficio, hará todo y sólo
aquello que le corresponde por la naturaleza de la
acción y las normas litúrgicas” (S.C. 28).
El principio que está de fondo en esta norma
es la comprensión de la ministerialidad en la Iglesia. Pues no basta con decir que todo ministerio
existe por y para la Iglesia; además, es necesario
entender que un ministerio implica una cualificación carismática. El encargo hecho a un determinado servidor eclesial encuentra su fundamento
último en la sacramentalidad de la Iglesia, que se
distribuye en diversidad de ministerios. Por eso, la
acción litúrgica siempre requerirá el despliegue
ministerial, aun en sus más elementales manifestaciones; razón por la cual nos detenemos ahora
en algunas consideraciones acerca de esta temática.
Servicio vicario: Al explicar la naturaleza de
la Liturgia de las Horas, los “prænotanda” (Notas
previas) empiezan presentando a Jesucristo como
el sacerdote sumo y eterno de la nueva y definitiva alianza que, con su muerte y resurrección, se
constituyó en la cabeza de ese Cuerpo Eclesial llamado a penetrar gloriosamente en el santuario
celestial donde ha llegado ya el Supremo Pastor.
De esta forma, el acto de culto perfecto al
Padre, que fue toda la vida de Jesucristo, es también acción glorificante de todos los que, por el
agua del nuevo nacimiento, estamos unidos a Él.
De tal modo que resuena en el corazón de Cristo
la alabanza a Dios con palabras humanas de adoración, propiciación e intercesión todo ello lo presentó al Padre, en nombre de los hombres. Lo
50
cual implica que, siendo la entrega del Señor un
acto de tan perfecta adoración al Padre que obtuvo para nosotros la redención, la celebración del
Oficio Divino nos permite insertarnos en esa acción redentora. Estamos insertos en Cristo.
Servicio al resto de la Iglesia: La participación en una asamblea litúrgica es una gracia extraordinaria para cada uno de los que en ella se integran. Pero no debe olvidarse que esa dimensión
santificante tiene alcances que desbordan los límites de la asamblea celebrante. Para convencerse
de ello basta fijarse cuidadosamente en la redacción de la Plegaria Eucarística IV, con la cual se ora
diciendo:
“Señor, acuérdate de todos aquellos por
quienes te ofrecemos este sacrificio: de tu servidor el Papa N., de nuestro Obispo N., del orden
episcopal y de los presbíteros y diáconos, de los
oferentes y de los aquí reunidos, de todo tu pueblo santo y de aquellos que te buscan con sincero
corazón”.
Los efectos de la oración litúrgica no quedan
reducidos al ámbito de la asamblea, sino que benefician aun a quienes, incluso sin saberlo, buscan
al Señor con sinceridad de corazón. Para ellos brota, desde la liturgia, una fuente incomparable de
gracia que les ilumina y fortalece en el camino
que, según sus posibilidades, van realizando. Por
eso, al asumir el llamamiento al ministerio diaconal, los ordenandos se comprometen a conservar
y acrecentar el espíritu de oración, tal como corresponde a su género de vida y, fieles a este espíritu, celebrar la Liturgia de las Horas, según su
condición, junto con el pueblo de Dios y en beneficio suyo y de todo el mundo.
Con el Oficio Divino se da lo mismo que ya
comentábamos con la eucaristía, sus efectos alcanzan a todos los seres humanos, tengan ellos
conciencia o no de lo que está sucediendo.
El mismo deseo de encontrarse con el Señor
es ya una gracia de Dios que convalida para cada
persona las gracias obtenidas por la Pascua de
Jesucristo, la misma que es perpetuamente actualizada en la liturgia.
Servicio diversificado: En la celebración del
Oficio Divino hay espacio para que se desarrollen
muchos de los ministerios con los que el Señor
cuida de su Pueblo. El rito está previsto para que,
a lo largo de su desarrollo, se pongan en ejecución
competencias carismáticas muy diversas: desde la
presidencia del Obispo, asistido por sus diáconos,
hasta el salmista que se diferencia claramente del
lector.
Siguiendo la imagen paulina, debemos recordar que somos el Cuerpo de Cristo: cada uno
de nosotros ha recibido el encargo y capacitación
para ejercer carismas determinados en miras a la
edificación de la totalidad de la comunidad. Por
eso, nadie puede sentirse ajeno a la tarea de colaborar con la misión eclesial; pero, de igual manera, nadie puede arrogarse el derecho de prescindir
de las gracias que, para el bien eclesial, Dios ha
querido poner bajo la responsabilidad de otra persona.
Oración para la santificación del tiempo:
la veracidad de las horas
El Código de Derecho Canónico dedica tres
numerales a la Liturgia de las Horas. Comienza
con el canon mil ciento setenta y tres (1173), que
hace una presentación general y básica de lo que
es el Oficio Divino. Inmediatamente después, se
manifiesta cómo “La obligación de celebrar la Liturgia de las Horas, vincula a los clérigos […]”.
Para ellos y para los fieles laicos, éstos últimos encarecidamente invitados a participar de dichas
acciones litúrgicas, se recuerda que “Al celebrar la
Liturgia de las Horas, se ha de procurar observar
el curso natural de cada hora en la medida de lo
posible”.
En su época de mayor esplendor, la celebración de las Horas fue siempre entendida como
una acción destinada a la santificación comunitaria de las distintas horas del día.
Bien sabemos que no se trata de que haya
momentos del día en los que nos encontremos
con el Señor. Los cristianos entendemos perfectamente que Él está a nuestro lado en todo tiempo
y lugar, a lo largo de cada instante de nuestra jornada. De lo que hablamos es de abrir espacios para tomar conciencia de la cercanía constante de
Dios, y así ser más dóciles a su continua acción
51
salvadora a favor nuestro.
Además, los distintos tiempos de plegaria,
por su referencia a un determinado tema en relación con el momento del día en que son celebrados, permiten también que la persona viva cristianamente la particularidad de cada momento de su
jornada. Al empezar el día, la llegada de la luz nos
llena de gozo al remitirnos a la resurrección del
Señor, que vino a disipar las tinieblas del pecado y
de la muerte; mientras que, por su parte, el dominio de la oscuridad al caer la tarde se convierte
para el cristiano en la ocasión propicia para un acto de confianza y gratitud en Aquel cuya grandeza
no conoce el ocaso. Los textos escogidos para
uno y otro momento, aun de manera muy sutil,
permiten tomar conciencia del momento que se
está viviendo y hacer una lectura creyentemente
edificante de su significado. Por eso, “siendo fin
propio de la Liturgia de las Horas la santificación
del día y de todo el esfuerzo humano, se ha llevado a cabo su reforma procurando que en lo posible las Horas respondan de verdad al momento
del día”.
El Oficio Divino está hecho para acompañar
las diferentes fases del día; éste es un elemento
esencial de su constitución. De hecho, su importancia se evidencia en que se trata del aspecto
que ha llegado incluso a darle nombre a esta práctica eclesial significativamente denominada como
“Liturgia de las Horas”.
Espacio para la sinceridad humana
Hay otro elemento de la Liturgia de las Horas que merece ser considerado: tiene que ver
con la expresividad de las más hondas realidades
por las que el orante pueda estar pasando.
Quien hace su oración a partir de los salmos
se da cuenta que no debe esconderse ante Dios,
sino que está llamado a manifestarse tal y como
es, aunque eso parezca censurable o poco convencional; pues, sólo a partir de esa aceptación
abierta y serena se puede construir un verdadero
proceso de conversión y seguimiento del Señor.
Por eso, la oración con los salmos permite entender que la santidad no se puede construir con la
doble moral en la que podemos esconder nues-
tros verdaderos problemas, sino en un reconocimiento abierto y confiado de lo que realmente
somos, aunque nos resulte vergonzoso. Pues sólo
a partir de ese ejercicio el creyente empieza a caminar verdaderamente en la fe.
En esa misma perspectiva de la sinceridad a
partir de la cual se construye la vida cristiana, la
Liturgia de las Horas ofrece también un espacio
muy propicio para una oración donde la fragilidad
humana puede encontrar un apoyo extraordinario. Pues, como podemos fácilmente imaginarlo,
no siempre tenemos las mismas disposiciones para la plegaria: así como hay días de una gran efusión y un profundo entusiasmo, hay otros momentos de la más densa aridez. Y en esos instantes de sequedad, si la plegaria del creyente fuera
sólo personal e individual, se correría el grave riesgo de estar abandonado a la propia subjetividad y
sentimentalismo. Pero cuando se tiene también
experiencia de oración comunitaria, ésta puede
sostener a quien está pasando por un momento
difícil.
En efecto, muchas veces, al asistir a la Plegaria de las Horas podemos hacerlo en medio de una
aridez tan grande que incluso podemos sentir desgano hasta de la más elemental recitación; tal vez
el ánimo apenas nos dé para estar allí en medio de
los demás. En ese caso, por simple que parezca,
esa presencia se convierte ya en oración. Entonces, la persona es envuelta y sostenida por la oración comunitaria que, por la eficacia memorial de
la liturgia y los elementos de los que ella se sirve,
penetra y transforma el corazón del hombre, al
margen de lo que pueda estar sintiendo o de
aquello de lo cual pueda ser consciente. Es la eficacia discreta, pero inequívoca, de una Palabra
que nunca estará encadenada, aun cuando sí lo
estén quienes han sido llamados a transmitirla (cf.
2 Tm 2, 9).
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Missale Romanum ex decreto Sacrosancti Concilii
Tridentini restitutum Summorum Pontificum cura
recognitum. Editio iuxta typicam (1961). Barcelona.
Missale Romanum ex decreto Sacrosancti Concilii
Œcumenici Vaticani II instauratum auctoritate Pauli
PP VI promulgatum Ioannis Paulo PP. II cura recognitum. (2002) Roma.
Misal Romano reformado por mandato del Concilio
Ecuménico Vaticano II y promulgado por Su Santidad el Papa Pablo VI. Edición típica aprobada por la
Conferencia Episcopal Española, adoptada posteriormente por las Conferencias Episcopales de Cuba,
Ecuador, Perú, y Puerto Rico y confirmada por la
Congregación para el Culto Divino (2007). Madrid.
53
CAPÍTULO V
EL AÑO LITÚRGICO
Sentido del año litúrgico
102. La santa madre Iglesia considera deber suyo celebrar con un sagrado recuerdo en días determinados a través del año la obra salvífica de su
divino Esposo. Cada semana, en el día que llamó
«del Señor», conmemora su Resurrección, que
una vez al año celebra también, junto con su santa
Pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua.
Además, en el círculo del año desarrolla todo el
misterio de cristo, desde la Encarnación y la Navidad hasta la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la dichosa esperanza y venida del Señor.
Conmemorando así los misterios de la Redención,
abre las riquezas del poder santificador y de los
méritos de su Señor, de tal manera que, en cierto
modo, se hacen presentes en todo tiempo para
que puedan los fieles ponerse en contacto con
ellos y llenarse de la gracia de la salvación.
103.
En la celebración de este círculo anual de
los misterios de Cristo, la santa Iglesia venera con
amor especial a la bienaventurada Madre de Dios,
la Virgen María,unida con lazo indisoluble a la
obra salvífica del su Hijo; en Ella, la Iglesia admira
y ensalza el fruto más espléndido de la Redención
y la contempla gozosamente, como una purísima
imagen de lo que ella misma, toda entera, ansía y
espera ser.
104.
Además, la Iglesia introdujo en el círculo
anual el recuerdo de los mártires y de los demás
santos, que llegados a la perfección por la multiforme gracia de Dios y habiendo ya alcanzado la
salvación eterna, cantan la perfecta alabanza a
Dios en el cielo e interceden por nosotros. Porque
al celebrar el tránsito de los santos de este mundo
al cielo, la Iglesia proclama el misterio pascual
cumplido en ellos, que sufrieron y fueron glorificados con Cristo, propone a los fieles sus ejemplos,
los cuales atraen a todos por Cristo al Padre y por
los méritos de los mismos implora los beneficios
divinos.
105. Por último, en diversos tiempos del año, de
acuerdo a las instituciones tradicionales, la Iglesia
completa la formación de los fieles por medio de
ejercicios de piedad espirituales y corporales, de
la instrucción, de la plegaria y las obras de penitencia y misericordia. En consecuencia, el sacrosanto Concilio decidió establecer lo siguiente:
Revalorización del domingo
106. La Iglesia, por una tradición apostólica, que
trae su origen del mismo día de la Resurrección de
Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días,
en el día que es llamado con razón "día del Señor"
o domingo. En este día los fieles deben reunirse a
fin de que, escuchando la palabra de Dios y parti-
54
cipando en la eucaristía, recuerden la Pasión, la
Resurrección y la gloria del Señor Jesús y den gracias a Dios, que los «hizo renacer a la viva esperanza por la Resurrección de Jesucristo de entre los
muertos» (1 Pe, 1,3). Por esto el domingo es la fiesta primordial, que debe presentarse e inculcarse a
la piedad de los fieles, de modo que sea también
día de alegría y de liberación del trabajo. No se le
antepongan otras solemnidades, a no ser que
sean de veras de suma importancia, puesto que el
domingo es el fundamento y el núcleo de todo el
año litúrgico.
dicho tiempo. Por consiguiente:
a) Úsense con mayor abundancia los elementos
bautismales propios de la Liturgia cuaresmal y,
según las circunstancias, restáurense ciertos elementos de la tradición anterior.
b) Dígase lo mismo de los elementos penitenciales. Y en cuanto a la catequesis, incúlquese a los
fieles, junto con las consecuencias sociales del pecado, la naturaleza propia de la penitencia, que lo
detesta en cuanto es ofensa de Dios; no se olvide
tampoco la participación de la Iglesia en la acción
penitencial y encarézcase la oración por los pecadores.
Revisión del año litúrgico
Penitencia individual y social
107.
Revísese al año litúrgico de manera que,
conservadas o restablecidas las costumbres e instituciones tradicionales de los tiempos sagrados
de acuerdo con las circunstancias de nuestra época, se mantenga su índole primitiva para que alimente debidamente la piedad de los fieles en la
celebración de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del misterio pascual.
Las adaptaciones, de acuerdo con las circunstancias de lugar, si son necesarias, háganse según la
norma de los artículos 39 y 40.
Orientación de los fieles
108. Oriéntese el espíritu de los fieles, sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran los misterios de salvación durante el curso
del año. Por tanto, el cielo temporal tenga su debido lugar por encima de las fiestas de los santos,
de modo que se conmemore convenientemente
el ciclo entero del misterio salvífico.
Cuaresma
109. Puesto que el tiempo cuaresmal prepara a
los fieles, entregados más intensamente a oír la
palabra de Dios y a la oración, para que celebran
el misterio pascual, sobre todo mediante el recuerdo o la preparación del bautismo y mediante
la penitencia, dése particular relieve en la Liturgia
y en la catequesis litúrgica al doble carácter de
110. La penitencia del tiempo cuaresmal no debe
ser sólo interna e individual, sino también externa
y social. Foméntese la práctica penitencia de
acuerdo con las posibilidades de nuestro tiempo y
de los diversos paises y condiciones de los fieles y
recomiéndese por parte de las autoridades de que
se habla en el artículo 22.
Sin embargo, téngase como sagrado el ayuno pascual; ha de celebrarse en todas partes el Viernes
de la Pasión y Muerte del Señor y aun extenderse,
según las circunstancias, al Sábado Santo, para
que de este modo se llegue al gozo del Domingo
de Resurrección con ánimo elevado y entusiasta.
Fiestas de los santos
111. De acuerdo con la tradición, la Iglesia rinde
culto a los santos y venera sus imágenes y sus reliquias auténticas. Las fiestas de los santos proclaman las maravillas de Cristo en sus servidores y
proponen ejemplos oportunos a la imitación de
los fieles.
Para que las fiestas de los santos no prevalezcan
sobre los misterios de la salvación, déjese la celebración de muchas de ellas a las Iglesias particulares, naciones o familias religiosas, extendiendo a
toda la Iglesia sólo aquellas que recuerdan a santos de importancia realmente universal.
55
COMENTARIO AL CAPÍTULO CINCO
LA ESPIRITUALIDAD DEL AÑO LITÚRGICO
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
En su estructura, el Año Litúrgico es una
creación de la iglesia, pero cuyo contenido constituye la esencia de la fe de la misma iglesia: el misterio de Cristo. Cuando este contenido se presenta íntegramente y en su autenticidad, mediante
una previa catequesis que introduzca al lenguaje
bíblico y tenga en cuenta el lenguaje del hombre
contemporáneo, y cuando se celebra, después,
con las consiguientes implicaciones de vida, ciertamente ayudará a los creyentes a encontrarse
con el Dios de la historia, el Dios Padre de nuestro
Señor Jesucristo "que tanto ha amado al mundo,
que le ha dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). "En
un hoy perenne, la liturgia es capaz -mediante las
acciones litúrgicas- de regular y dimensionar la
existencia de los redimidos. El tiempo de la liturgia es el tiempo de un hoy de gracia en el que la
palabra de Dios se convierte en vida. Reflexionar
sobre el hoy de gracia, para percibir como concentrada toda la trascendencia de la historia de la salvación, concretizada y establecida por la palabra
de Dios, vivida y celebrada a través del año litúrgico, significa trazar las líneas de una teología bíblica auténticamente perenne".
I. Progresivo desarrollo
El año litúrgico no es una idea, sino una persona: Jesucristo y su misterio actuante en el tiempo y que hoy se celebra sacramentalmente por la
iglesia como memorial, presencia, profecía. El misterio de Cristo lo ha comprendido y lo ha celebrado la iglesia a lo largo de los siglos con un criterio
que va de la "concentración" en el misterio pascual a la "distribución" en la meditación de los
misterios, o, dicho de otra manera, por el que progresivamente se ha llegado desde el "todo" consi-
derado en la pascua hasta la explicitación de cada
misterio.
En el primer período de la historia de la iglesia, la pascua fue el centro vital único de la predicación, de la celebración y de la vida cristiana. No
olvidemos este dato importante: el culto de la
iglesia nació de la pascua y para celebrar la pascua. En los primeros tiempos, pues, no se celebraban los misterios, sino el misterio de Cristo. En los
comienzos de la liturgia cristiana solamente se
encuentra el domingo como fiesta única y sin más
denominaciones que la de día del Señor.
Celebración anual y tiempo pascual:
Casi al mismo tiempo, con toda probabilidad
por influencias de las comunidades cristianas procedentes del judaísmo, surgió cada año un gran
domingo como celebración anual de la pascua y
que se ampliaría al triduo pascual, con una prolongación de la festividad durante cincuenta días
(Pentecostés).
Semana Santa y Cuaresma:
A continuación, después del siglo IV, la necesidad de contemplar y revivir cada uno de los momentos de la pasión, dio origen a la semana santa.
La celebración del bautismo durante la noche de
pascua (ya a comienzos del siglo III), la disciplina
penitencial con su correlativa reconciliación de los
penitentes en la mañana del jueves santo (siglo V)
hizo nacer también el período preparatorio de la
pascua, inspirado en los cuarenta días bíblicos, es
decir, la cuaresma.
El ciclo de navidad
Nació en el siglo IV independientemente de
la visión unitaria del misterio pascual. La ocasión
56
fue la necesidad de apartar a los fieles de las celebraciones paganas e idolátricas del sol invicto que
tenían lugar en el solsticio de invierno. Las grandes discusiones teológicas de los siglos IV y V encontraron después en la navidad una ocasión para
afirmar la auténtica fe en el misterio de la encarnación. Al final del siglo IV, para establecer un
cierto paralelismo con el ciclo pascual, se comenzó a anteponer a las fiestas navideñas un período
preparatorio de cuatro a seis semanas, llamado
Adviento.
El culto de los mártires
Es antiquísimo y va vinculado a la visión unitaria del misterio pascual: se había considerado a
quienes derramaron su sangre por Cristo como
enteramente semejantes a él en el acto supremo
de su testimonio ante el Padre en la cruz.
El culto a María
Es históricamente posterior al de los mártires. Se desarrolló sobre todo a partir del concilio
de Éfeso (431) y particularmente durante el período navideño con la conmemoración de la divina
maternidad tanto en Oriente como en Occidente
(siglo VI).
Después de esta breve síntesis, se debe concluir que el año litúrgico, históricamente, no se
formó sobre la base de un plan concebido orgánicamente, sino que se desarrolló y fue creciendo a
partir de unos criterios de vida de la iglesia referida a la riqueza interna del misterio de Cristo y a
las múltiples situaciones históricas con sus consiguientes exigencias pastorales. La reflexión teológica en orden a captar el elemento unificador de
toda la celebración del año litúrgico se hizo después sobre los desarrollos ya realizados.
El fundamento bíblico teológico
Para una adecuada comprensión del año
litúrgico, es imprescindible contar con un buen
fundamento bíblico-teológico. Sin esta previa e
indispensable reflexión se corre el riesgo de no
encontrar el elemento unificador de sus diversos
aspectos y hasta de deformar la interpretación de
su contenido esencial, el misterio de Cristo, con
graves consecuencias en el plano espiritual y pastoral.
El Año Litúrgico fundado en la Historia
de Salvación
Lo que caracteriza a la religión hebraica y
cristiana es el hecho de que Dios haya entrado en
la historia. El tiempo está cargado de eternidad.
La revelación es una economía de salvación, es
decir, un plan divino que se realiza en la historia y
mediante una historia "por obras y palabras intrínsecamente ligadas" (DV 2). Esta historia tiene
una dimensión esencialmente profética, en la que
se recoge la existencia y la realización de una elección divina que se propone establecer una alianza,
merced a la cual puedan llegar los hombres a ser
partícipes de la naturaleza divina (cf 2 Pe 1,4). San
Pablo denomina a este plan divino de salvación,
que se realiza en la historia, con el término misterio. El año litúrgico celebra el misterio de Dios en
Cristo; por lo que radica en aquella serie de acontecimientos mediante los cuales entró Dios en la
historia y en la vida del hombre.
II. Unidad en Cristo y dimensión escatológica de
todo el plan de Dios.
El acto fundamental y constitutivo de la historia de la salvación es la predestinación de Cristo
como principio y fin de toda la realidad creada (cf
Ef 1,4-5; Col 1,16-17). En este plan salvífico, Cristo
es el centro desde donde todo se irradia y a donde todo converge; él es la clave de lectura de todo el designio divino, desde la creación hasta su
última manifestación gloriosa. La creación, desde
su principio, se ordena a él y progresará a través
del tiempo hasta su plenitud, el cuerpo de Cristo
(cf Ef 4,13). El centro vital y de irradiación de todo
es el acontecimiento pascual, es decir, el ágape,
que culminará en el señorío pascual del Resucitado (cf 1 Cor 15,20-28). El misterio de Cristo consiste, pues, en un plan orgánico-progresivo, actualizado en el tiempo y que, desde la creación y la caída
de Adán hasta la promesa de la redención y la vocación de Abrahán, desde la alianza en el Sinaí
hasta el anuncio de la nueva alianza, desde la encarnación hasta la muerte-resurrección de Cristo,
57
se halla en tensión de realización plena hasta el
momento definitivo de la parusía final, cuando
"Dios será todo en todos" (1 Cor 15,28). Cada etapa del plan salvífico no sólo prepara la siguiente,
sino que la incluye ya de alguna manera como en
un germen que va desarrollándose: cada momento de tal desarrollo, desde el comienzo, contiene
la potencialidad del todo. El misterio se contempla, pues, en su profunda unidad y totalidad y en
su dinámica dimensión escatológica. La creación
no es una introducción, sino el primer acto de la
historia de la salvación; el AT no es una simple
preparación histórica de la encarnación del Verbo,
sino que es ya la economía salvífica, si bien todavía no definitiva, que hace a Cristo cabeza (cf Jn
8,56; 1 Cor 10,4). En él y por él hablaba Dios a Israel y lo constituía en pueblo suyo, anticipando el
acontecimiento que había de consumar la salvación.
En la humanidad de Jesús se cumplieron,
pues, los misterios de la salvación, que es ya nuestra salvación (cf Rom 7,4; Ef 2,6).
Consiguientemente, también el tiempo de la
iglesia se considera ligado vitalmente al tiempo de
Cristo, a fin de que la salvación realizada en la carne de Cristo, mediante la palabra y los sacramentos, llegue a ser salvación comunicada a todos los
hombres dispuestos, quienes, precisamente por
eso, llegan a formar el cuerpo de Cristo que es la
iglesia.
La visión del plan de Dios en la historia como
salvación, que es toda, siempre y solamente de
Cristo ayer, hoy y por siempre (cf Heb 13,8), es
fundamental y esencial para captar el sentido, el
valor, la estructura y la unidad interna del año litúrgico.
III. Los Misterios de Cristo en la perspectiva del
Misterio Pascual
También la vida histórica de Jesús viene a
contemplarse en su unidad y en su tensión hacia
el acontecimiento pascual y en orden a nuestra
salvación. Los acontecimientos de la vida de Jesús
aparecen como momentos salvíficos en la unidad
del único, misterio, íntima y profundamente relacionados entre sí -si bien con su propio valor salví-
fico- y orientados hacia un cumplimiento: la pascua de muerte-resurrección. Así, desde este centro -el acontecimiento pascual- es como se contempla y se interpreta la persona y la misión de
Jesús.
El año litúrgico refleja no tanto la vida terrena de Jesús de Nazaret, considerada desde un
punto de vista histórico-cronológico -si bien tampoco prescinde de la misma-, cuanto su misterio,
es decir, Cristo, en cuya carne se ha realizado plenamente el plan salvífico (cf Ef 2,14-18; Col 1,1920).
IV- Del acontecimiento histórico al memorial
Litúrgico
Después de haber contemplado la línea histórico-temporal de los acontecimientos salvíficos,
para comprender el año litúrgico debemos contemplar la línea ritual o litúrgica por la que la salvación realizada por Dios en la historia se hace
presente y eficaz para los hombres de todos los
tiempos y de todas las razas.
Ya en el AT se perpetúa el acontecimiento
salvífico en una fiesta y en un rito memorial, mediante los cuales cada generación conmemora,
hace presente la salvación de Dios y anuncia proféticamente su cumplimiento (cf Ex 12,14; Dt 5,2-3;
Ex 13,14-15). Todas las fiestas de Israel son una celebración memorial vinculada a los acontecimientos pascuales del Exodo (cf Lv 23,4-36; Dt 16,1-17;
Núm 28,6).
Cristo dio cumplimiento a los acontecimientos de la salvación del AT (cf. Me 1,15; He 1,7ss) y,
al mismo tiempo, también al significado de aquellas fiestas memoriales de tales acontecimientos.
En él se cumple la Escritura y con él se inaugura el
año del Señor, es decir, el hoy de la salvación definitiva que realiza las promesas de Dios (cf Lc 4,1621; He 13,32-33). Cuando Jesús dice: "Haced esto
en memoria mía" (cf Lc 22,19; 1 Cor 11,23-25), inserta, con el rito de la cena, su pascua en el tiempo;
con el memorial eucarístico se perpetúa en la historia humana la realidad de la salvación hasta el
momento de su venida gloriosa. De esta manera,
"lo que en nuestro Redentor era visible ha pasado
a los ritos sacramentales" (san León Magno, Dis-
58
curso II sobre la ascensión 1,4, PL 54, 397-399). La
fiesta de la iglesia es, entonces, Cristo, el cordero
pascual sacrificado y glorificado (cf 1 Cor 5,7-8).
El tiempo litúrgico en la iglesia no es más
que un momento del gran año de la redención
inaugurado por Cristo (cf Lc 4,19-21); y cada año
litúrgico es un punto de la línea recta temporal
propia de la historia de la salvación. En la perspectiva del plan orgánico progresivo de la salvación,
la celebración litúrgica nos hace alcanzar el fin
último de la actualización de la economía salvífica,
es decir, la interiorización del misterio de Cristo
(cf Col 1,27). El tiempo llega a ser como la materia
de un acto sacramental que transmite la salvación.
El retorno de la celebración de los misterios
de Cristo en el círculo del año no debe sugerir la
idea de un círculo cerrado o de una repetición cíclica. La historia de la salvación, actualizándose
para nosotros sobre todo en las acciones litúrgicas, es un cumplirse en nosotros, un movimiento
abierto y ascensional hacia la plenitud del misterio de Cristo (cf Ef 4,13-15). La iglesia celebra cada
año este misterio desde sus distintos aspectos, no
para repetir, sino para crecer hasta la manifestación gloriosa del Señor con todos los elegidos.
netrar con una sola mirada toda su infinita riqueza. Poner de relieve litúrgicamente, primero uno y
después otro aspecto del único misterio, es decir,
celebrar cada uno de los misterios, es lo que se
denomina liturgia o fiesta litúrgica. Pero hay, además, una segunda razón de carácter rigurosamente teológico. La obra de la redención y de la perfecta glorificación de Dios se ha cumplido especialmente, pero no exclusivamente, mediante el
misterio pascual. Todos los actos de la vida de
Cristo y sus misterios son salvíficos, y cada uno de
ellos tiene una significación específica y un valor
en el plan de Dios. Tales misterios no tienen solamente una genérica significación de paso hacia el
acontecimiento final, sino que constituyen orientaciones determinadas y determinantes de la vida
de Jesús y manifiestan el amor del Padre en Cristo.
La liturgia, por consiguiente, como actualización del misterio de Cristo no puede menos de
valorar cada hecho salvífico en orden a comunicar
su gracia particular a los fieles. Lo cual, sin embargo, tiene lugar -y no debe olvidarse esto -sobre
todo mediante la celebración eucarística.
VI- La reforma del Año Litúrgico dispuesta por el
Vaticano II
V—Los motivos para celebrar un Año Litúrgico
¿Para qué un Año Litúrgico?, ¿no es suficiente
la eucaristía? Desde el momento en que dentro de
la eucaristía se encierra todo el bien espiritual de
la iglesia, el mismo Cristo, nuestra pascua (cf PO
5), y en ella se actualizan y se concentran en grado sumo los aspectos del misterio de Cristo y de
toda la historia de la salvación, ¿qué necesidad
puede haber de la estructura de un año litúrgico?.
Si la realidad salvífica es plena y total en cada eucaristía, que puede celebrarse a diario, ¿para qué
toda una serie de fiestas distribuidas a lo largo de
un año?
Las razones que justifican un año litúrgico
son de índole pedagógica, pero también teológica. La iglesia, bajo la influencia del Espíritu, ha ido
explicitando los distintos aspectos y momentos
de un único misterio porque, en nuestra limitada
capacidad psicológica, no podemos captar ni pe-
La constitución Sacrosanctum Concilium del
Vaticano II sobre la liturgia, al establecer la reforma general de ésta, había dispuesto con respecto
al año litúrgico que éste "se revisase de manera
que, conservadas y restablecidas las costumbres e
instituciones tradicionales de los tiempos sagrados
de acuerdo con las circunstancias de nuestra época,
se mantenga su índole primitiva para alimentar debidamente la piedad de los fieles en la celebración
de los misterios de la redención cristiana, muy especialmente del misterio pascual [...]. Oriéntese el espíritu de los fieles, sobre todo, a las fiestas del Señor, en las cuales se celebran los misterios de la salvación durante el curso del año. Por tanto, el ciclo
temporal mantenga su debida superioridad sobre
las fiestas de los santos, de modo que se conmemore convenientemente el ciclo entero del misterio
salvífico" (SC 107-108).
Ya san Pío X y Juan XXIII habían dado nor-
59
mas "para devolver al domingo su dignidad primitiva, de modo que todos lo considerasen como la
fiesta principal, y al mismo tiempo para restablecer
la celebración litúrgica de la Cuaresma". Y Pío XII
había "decretado reavivar dentro de la iglesia occidental, y en la noche pascual, la solemne vigilia, durante la cual el pueblo de Dios, al celebrar los sacramentos de iniciación cristiana, renueva su alianza
espiritual con Cristo Señor resucitado". Todo ello
ha encontrado ahora su coronamiento en las Normas generales para la ordenación del año litúrgico y del nuevo calendario, promulgadas
por Pablo VI con el motu proprio Mysterii paschalis del 14 de febrero de 1969, como aplicación de
las normas fijadas por el Vaticano II.
La reforma está inspirada por un criterio
teológico-pastoral de auténtica tradición y de simplificación. Se ha promovido con ella una reestructuración más lógica y más orgánica, clara y
lineal, que evitase los duplicados de fiestas y sobre todo que expresase la centralidad del misterio de Cristo con su culminación en la pascua.
La reforma, pues, ha establecido los siguientes principios fundamentales: 1) el domingo es la
fiesta primordial y, como tal, debe respetarse y
proponerse a la piedad de los fieles (cf SC 106); 2)
el ciclo temporal, es decir, la celebración de todo
el misterio de Cristo con el misterio pascual como
centro ocupa el primer puesto'; 3) las fiestas de
los santos para toda la iglesia se reducen a las de
santos importantes a escala universal (SC 111).
Es importante no olvidar que en el santoral,
lo que se celebra es siempre el mismo misterio de
Cristo, visto ahora en sus frutos, realizados en sus
miembros configurados ya con el Señor muerto y
resucitado, y sobre todo en María, "el fruto más
espléndido de la redención" (SC 103-104).
VII– Espiritualidad del Año Litúrgico
La liturgia, como ha afirmado el Vaticano II,
"es la fuente primaria y necesaria en la que han de
beber los fieles el espíritu verdaderamente cristiano" (SC 14). Con la celebración del año litúrgico
la iglesia, conmemorando los misterios de la redención, abre a los fieles la riqueza de los actos
salvíficos de su Señor, los hace presentes a todos
en todo tiempo, para que puedan los fieles contactar con ellos y llenarse de la gracia de la salvación (cf SC 102). Todo tipo de espiritualidad legítimo y aprobado por la iglesia deberá alimentarse y
conformarse con esta fuente normativa.
Para entrar vitalmente en el misterio de Cristo, tal como lo celebra el Año Litúrgico, es preciso
recuperar, a la luz de la mejor teología bíblicopatrístico-litúrgica y de las enseñanzas del Vaticano II, la visión salvífica y escatológica del misterio de Cristo; recuperar la riqueza y la centralidad
del misterio pascual y contemplarse -mediante la
celebración litúrgica- actualmente envueltos e
inmersos en dicho misterio. Porque no existe una
historia de la salvación ya pasada y cumplida de
cuyos frutos se disfruta hoy, sino una historia de
la salvación que, por la gracia interiorizante del
Espíritu Santo debe realizarse en cada uno.
La espiritualidad del año litúrgico exige, además, vivir la dimensión cristocéntrico-trinitaria
propia del culto cristiano según la clásica fórmula
del Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, al Padre.
Y exige finalmente, vivirse y alimentarse a través
de los ritos y las plegarias de la celebración misma
y ante todo a través de los textos bíblicos de la
liturgia de la Palabra.
VIII– Pastoral del Año Litúrgico
La pastoral es verdadera y auténtica cuando
ayuda a los fieles a entrar en el misterio y a mantener el máximo contacto con el Señor en la
asamblea de los bautizados, para convertir la vida
entera en sacrificio espiritual agradable a Dios. En
efecto, el memorial no es sino una celebración
sacramental centrada totalmente en el misterio
pascual y cuyo fin es insertar a los participantes
en este gran hecho salvífico al que se ordenan todos los demás hechos. Se observa, sin embargo,
con frecuencia que los tiempos litúrgicos parecen
más una ocasión para aplicar iniciativas pastorales
que verdaderas celebraciones del misterio de Cristo, mediante las cuales se toma conciencia y vigor
para expresar a Cristo con la vida, y que "las fiestas (son) más una circunstancia de asociación
multitudinaria que la congregación de un pueblo
que manifiesta en ellas la fe en el acontecimiento
60
celebrado". La causa parece individualizarse en
una deficiente evangelización previa a la celebración litúrgica. La liturgia es siempre el acto de
unos fieles que son conscientes de lo que celebran y nutren su fe mediante la celebración misma (cf SC 9-14; 19; 48). Se llega al año litúrgico, no
se parte del año litúrgico por la primera evangelización; es dentro del cauce vital del año litúrgico
como se educan los fieles para profundizar en su
camino de seguimiento de Cristo. La pastoral del
año litúrgico, valorizando por tanto los tiempos
fuertes en su auténtico contenido salvífico, deberá planificarse con suma atención a dos exigencias: canalizar el año litúrgico hacia una participación cada vez mayor en la pascua de Cristo por
parte de los fieles; vincular estrechamente la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana a los ritmos y a los tiempos del año litúrgico y
particularmente a la cuaresma y al tiempo pascual". Siguiéndolo pastoralmente con estos criterios, el año litúrgico viene a convertirse en la vía
maestra para el anuncio y la actualización del misterio de Cristo, no según esquemas subjetivos,
sino según el plan sacramental de la iglesia.
...el domingo es la fiesta
primordial, que debe
presentarse e inculcarse a
la piedad de los fieles, de
modo que sea también día
de alegría y de liberación
del trabajo. No se le
antepongan otras
solemnidades, a no ser que
sean de veras de suma
importancia, puesto que
el domingo es el fundamento y el núcleo de todo el
año litúrgico.
61
CAPÍTULO VI
LA MÚSICA SAGRADA
Dignidad de la música sagrada
112.
La tradición musical de la Iglesia universal
constituye un tesoro de valor inestimable, que
sobresale entre las demás expresiones artísticas,
principalmente porque el canto sagrado, unido a
las palabras, constituye una parte necesaria o integral de la Liturgia solemne.
En efecto, el canto sagrado ha sido ensalzado tanto por la Sagrada Escritura, como por los Santos
Padres, los Romanos Pontífices, los cuales, en los
últimos tiempos, empezando por San Pío X, han
expuesto con mayor precisión la función ministerial de la música sacra en el servicio divino.
La música sacra, por consiguiente, será tanto más
santa cuanto más íntimamente esté unida a la acción litúrgica, ya sea expresando con mayor delicadeza la oración o fomentando la unanimidad, ya
sea enriqueciendo la mayor solemnidad los ritos
sagrados. Además, la Iglesia aprueba y admite en
el culto divino todas las formas de arte auténtico
que estén adornadas de las debidas cualidades.
Primacía de la Liturgia solemne
113.
La acción litúrgica reviste una forma más
noble cuando los oficios divinos se celebran solemnemente con canto y en ellos intervienen ministros sagrados y el pueblo participa activamente.
En cuanto a la lengua que debe usarse, cúmplase
lo dispuesto en el artículo 36; en cuanto a la Misa,
el artículo 54; en cuanto a los sacramentos, el artículo 63, en cuanto al Oficio divino, el artículo 101.
Participación activa de los fieles
114. Consérvese y cultívese con sumo cuidado el
tesoro de la música sacra. Foméntense diligentemente las "Scholae cantorum", sobre todo en las
iglesias catedrales. Los Obispos y demás pastores
de almas procuren cuidadosamente que en cualquier acción sagrada con canto, toda la comunidad de los fieles pueda aportar la participación
activa que le corresponde, a tenor de los artículos
28 y 30.
Formación musical
Por tanto, el sacrosanto Concilio, manteniendo las
normas y preceptos de la tradición y disciplinas
eclesiásticas y atendiendo a la finalidad de la música sacra, que es gloria de Dios y la santificación de
los fieles, establece lo siguiente:
115. Dese mucha importancia a la enseñanza y a la
práctica musical en los seminarios, en los noviciados de religiosos de ambos sexos y en las casas de
estudios, así como también en los demás institutos y escuelas católicas; para que se pueda impar-
62
tir esta enseñanza, fórmense con esmero profesores encargados de la música sacra.
Se recomienda, además, que, según las circunstancias, se erijan institutos superiores de música
sacra.
Dese también una genuina educación litúrgica a
los compositores y cantores, en particular a los
niños.
Canto gregoriano y canto polifónico
116. La Iglesia reconoce el canto gregoriano como el propio de la liturgia romana; en igualdad de
circunstancias, por tanto, hay que darle el primer
lugar en las acciones litúrgicas.
Los demás géneros de música sacra, y en particular la polifonía, de ninguna manera han de excluirse en la celebración de los oficios divinos, con tal
que respondan al espíritu de la acción litúrgica a
tenor del artículo 30.
Edición de libros de canto gregoriano
117. Complétese la edición típica de los libros de
canto gregoriano; más aún: prepárese una edición
más crítica de los libros ya editados después de la
reforma de San Pío X.
También conviene que se prepare una edición que
contenga modos más sencillos, para uso de las
iglesias menores.
Canto religioso popular
118.
Foméntese con empeño el canto religioso
popular, de modo que en los ejercicios piadosos y
sagrados y en las mismas acciones litúrgicas, de
acuerdo con las normas y prescripciones de las
rúbricas, resuenen las voces de los fieles.
Estima de la tradición musical propia
119.
Como en ciertas regiones, principalmente
en las misiones, hay pueblos con tradición musical
propia que tiene mucha importancia en su vida
religiosa y social, dése a este música la debida estima y el lugar correspondiente no sólo al formar
su sentido religioso, sino también al acomodar el
culto a su idiosincrasia, a tenor de los artículos 39
y 40.
Por esta razón, en la formación musical de los misioneros procúrese cuidadosamente que, dentro
de lo posible, puedan promover la música tradicional de su pueblo, tanto en las escuelas como en
las acciones sagradas.
Órgano de tubos y otros instrumentos
120. Téngase en gran estima en la Iglesia latina
el órgano de tubos, como instrumento musical
tradicional, cuyo sonido puede aportar un esplendor notable a las ceremonias eclesiásticas y levantar poderosamente las almas hacia Dios y hacia las
realidades celestiales.
En el culto divino se pueden admitir otros instrumentos, a juicio y con el consentimiento de la autoridad eclesiástica territorial competente, a tenor de los arts. 22 § 2; 37 y 40, siempre que sean
aptos o puedan adaptarse al uso sagrado, convengan a la dignidad del templo y contribuyan realmente a la edificación de los fieles.
Cualidades y misión de los compositores
121.
Los compositores verdaderamente cristianos deben sentirse llamados a cultivar la música
sacra y a acrecentar su tesoro.
Compongan obras que presenten las características de verdadera música sacra y que no sólo puedan ser cantadas por las mayores "Scholae cantorum", sino que también estén al alcance de los
coros más modestos y fomenten la participación
activa de toda la asamblea de los fieles.
Los textos destinados al canto sagrado deben estar de acuerdo con la doctrina católica; más aún:
deben tomarse principalmente de la Sagrada Escritura y de las fuentes litúrgicas.
63
COMENTARIO AL CAPÍTULO SEIS
EL CANTO POPULAR RELIGIOSO
EL CONCILIO VATICANO II, FOMENTA CON EMPEÑO EL CANTO DE LA ASAMBLEA
Pbro. Lic. Francisco Morales González
Para todos los que nacimos después de la
celebración del Concilio Vaticano II (1962-1965),
participar de los cantos durante la celebración de
la eucaristía, no tiene nada de relevante ni sorprendente, pues así conocimos la misa; pero al
acercarnos a los 50 años de la aprobación y promulgación de la Constitución sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium, no podemos pasar
por alto, que precisamente, éste fue tal vez, el aspecto más innovador del capítulo VI de dicha
Constitución conciliar, dedicado a la música sacra,
esto es: La posibilidad de cantar en la liturgia en
lengua vernácula, o sea, en el idioma propio de
cada pueblo.
El número de Sacrosanctum Concilium que
abre esta posibilidad, es el 118 y reza así:
«Foméntese con empeño el canto popular religioso, de modo que en los ejercicios piadosos y
sagrados y en las propias acciones litúrgicas
puedan resonar las voces de los fieles según las
normas
y
preceptos
de
las
rúbrxcas» (Sacrosanctum Concilium 118).
Precisamente, el presente artículo tiene como objetivo, hacer un breve recorrido histórico,
partiendo de la aprobación de la Sacrosanctum
Concilium, para así conocer los primeros pasos
que se dieron para poner en marcha, lo que pedían los padres conciliares en el número 118 anteriormente citado; asimismo, conocer los primeros
repertorios de cantos para misa en español y sus
compositores, los cuáles –sin lugar a dudas- pusieron los cimientos del género de música sacra más
extendido en nuestros días: el canto popular religioso.
Antes de iniciar dicho recorrido, me parece
de primordial importancia, presentar algunos as-
pectos clarificadores, con respecto al canto popular religioso en la vida de la Iglesia.
El primer aspecto que debemos tener
presente, es que el canto popular religioso no es –
propiamente hablando- una novedad o una
innovación de la reforma litúrgica de Vaticano II,
sino más bien, la respuesta a uno de sus objetivos
fundamentales, a saber: “Volver a la norma de los
santos padres” (Cf. Concilio ecuménico Vaticano
II, SC 50). Ante esto, debemos reconocer
inmediatamente, que el canto popular religioso,
es el precursor de todos los demás géneros de
música sacra, ya que él está presente desde los
albores del cristianismo y acompañó a las
comunidades cristianas en los primeros siglos.
Tiempo después, con la aparición y el desarrollo
del canto gregoriano, quedó notablemente
eclipsado, pero no ausente; en el transcurso de
los siglos y ante el progreso de formas más
estilizadas de música, a las cuáles la asamblea no
podía acceder (polifonía), el canto popular
religioso continuó sosteniendo la participación de
los fieles, al menos, en el ámbito de los ejercicios
de piedad. Ésto último, así lo manifiestan y
regulan los documentos pontificios sobre la
música sacra, emanados antes del concilio (Cf. Pío
X, Motu proprio TLS 21; Pío XI, Constitución
apostólica DCS IX; Pío XII, Carta encíclica MD 238;
Pío XII, Carta encíclica MSD 10). Ya al acercarse el
concilio Vaticano II, el canto popular religioso fue
tomando nuevamente auge a través del
Movimiento litúrgico y el Movimiento ceciliano,
que abogaban por una participación activa de los
fieles en la liturgia, siendo entonces permitido por
Pío XII, el ejecutarlo al menos, durante las misas
rezadas (Cf. Pío XII, Carta encíclica MSD 19/2).
Finalmente el concilio Vaticano II, le devuelve su
64
antigua dignidad, en el número 118 de la
Constitución sobre la sagrada liturgia, al pedir su
fomento y uso, tantos en los ejercicios de piedad
popular, como en la sagrada liturgia.
A
partir
de
lo
anterior,
surge
inmediatamente una interrogante, que es
necesario explicitar: ¿Qué es entonces, el canto
popular religioso? La Sagrada Congregación de
Ritos en la Instrucción De musica sacra et sacra
liturgia, del 03 de setiembre de 1958, en el número
9, presenta el canto popular religioso, de la
siguiente manera:
«El canto popular religioso es aquel canto
nacido espontáneamente del sentimiento
religioso con que el mismo Creador enriqueció al
hombre, y que, por ello, es universal, esto es,
que florece en todos los pueblos. Como quiera
que este canto sea aptísimo para imbuir de
espíritu cristiano la vida privada y pública de los
fieles, fue, ya desde remota antigüedad,
ampliamente cultivado, y hoy día es
encarecidamente recomendado como fomento
de la piedad y adorno de los ejercicios piadosos;
más aún: en los mismos actos litúrgicos puede a
veces ser admitido» (Sagrada Congregación de
Ritos, IDMS, 03 de setiembre de 1958, 9: AAS L,
634).
Lo primero que debemos subrayar con
respecto a esta definición del canto popular
religioso, es que su formulación fue realizada, en
las vísperas de la celebración del Concilio Vaticano
II y de la reforma litúrgica promovida por él.
Aunque recoge el pensamiento del magisterio
pontificio pre-conciliar y lo sostiene, es posible
percibir el movimiento de reforma litúrgica,
puesta en marcha por Pío XII en la década de los
años 40 y 50 del siglo pasado, sobre todo en el
deseo de impulsar cada vez más, la participación
activa de los fieles en la liturgia. Además, dicha
definición, a pesar de que fue acuñada antes del
concilio Vaticano II, conserva su actualidad, ya que
en la Instrucción Musicam sacram (1967) de la
Sagrada Congregación de Ritos y del “Consilium”,
cuando se refiere por primera vez al canto
sagrado popular, litúrgico y religioso (Cf. Sagrada
Congregación de Ritos y del “Consilium”,
Instrucción MS 4b), retomará esta misma
definición.
Del contenido de la definición del canto popular
religioso, pongo en evidencia los siguientes
aspectos:
Este género de música sacra, brota
espontáneamente del sentimiento religioso con
que Dios ha dotado al hombre y entonces, a
partir de su experiencia de encuentro con Dios y
de su condición de pueblo sacerdotal (Cf. I Pe 2,
9), se siente inspirado a través del canto, a
responder con alabanzas y acción de gracias, a las
bondades de su Padre y Creador. En esta primera
idea, podemos sentir un eco de aquella expresión
del salmista: «Cantaré eternamente las
misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad,
por todas las edades» (Ps 89 (88), 2: BJrs 798).
El canto popular religioso es universal, o sea,
es una constante desde la antigüedad cristiana,
en todos los pueblos a donde fue llegando el
anuncio del evangelio.
Tiene la cualidad de acompañar los distintos
momentos de la vida de los creyentes. Su
flexibilidad hace posible que pueda ser utilizado,
tanto en el ámbito personal, como comunitario,
tanto en los ejercicios de piedad popular, como
también en la celebración litúrgica. Por esta
razón, es importante hacer la siguiente distinción:
«Entre los cantos religiosos populares se han de
distinguir los destinados al culto de los que no lo
son, y entre aquellos, los que pertenecen al
culto litúrgico y culto extra litúrgico ó ejercicios
piadosos. Entre los destinados al culto litúrgico
no se han de enumerar sólo los cantos
gregorianos destinados al pueblo, sino también
los que no pertenecen a ese género musical y
hayan sido adoptados por la competente
autoridad eclesiástica para tal ministerio» (M
Garrido, La música sagrada: C Morcillo González (ed.), Concilio Vaticano II, comentarios a la
constitución sobre la sagrada liturgia, 568).
O sea, se deben distinguir entre los cantos
populares religiosos que pueden ser utilizados en
la liturgia, los cuáles deben de revestir unas
características muy concretas –veremos más
adelante- y los cantos populares religiosos
destinados a cantar la fe, fuera de la liturgia
(catequesis, ejercicios piadosos, movimientos y
65
grupos apostólicos, etc.).
Al mismo tiempo, es fuente de piedad e instrumento indiscutible de participación de las comunidades cristianas en sus manifestaciones de
fe, por lo cual su práctica y ejecución, ha sido vivamente recomendado por los Sumos Pontífices,
antes y después de Vaticano II.
Así mismo, la Instrucción de la Sagrada
Congregación de Ritos y el “Consilium” Musicam
sacram, teniendo ya presente lo dispuesto por la
Sacrosanctum Concilium, se refiere al canto
popular religioso, en éstos términos:
«Con el nombre de música sagrada se designa
aquí: el canto gregoriano, la polifonía sagrada
antigua y moderna, en sus distintos géneros, la
música sagrada para órgano y para otros
instrumentos admitidos, y el canto sagrado
popular, litúrgico y religioso» (Sagrada Congregación de Ritos y del “Consilium”, Instrucción
MS 4b).
A partir de las anteriores palabras de
Musicam sacram, tenemos entonces que el canto
popular religioso, es un género de música sacra
en igualdad de condiciones que los demás;
asimismo, la instrucción presenta el canto popular
religioso, con un enriquecimiento con respecto a
su nombre; ahora lo llama: «canto sagrado
popular, litúrgico y religioso». Con esta nueva
nomenclatura se están diciendo muchas cosas
importantes con respecto a su ser y a su
quehacer.
En primer lugar “sagrado”, como ya lo había
subrayado anteriormente, el canto popular
religioso, es reconocido oficialmente como un
género más, entre aquellos que conforman la
música sacra; es “popular” porque es nacido del
pueblo, en su misma lengua y dirigido a la
asamblea celebrante, para su participación activa
y fructuosa; es “litúrgico”, al darle este apelativo
se está reconociéndo explícitamente que este
género de canto posee las cualidades y
características necesarias para ser admitido en la
liturgia y además, así se responde a lo establecido
en el número 118 de la Sacrosanctum Concilium,
que pide que se fomente con empeño el canto
popular religioso, también en las acciones
litúrgicas. Este es por fin un reconocimiento oficial
por parte de un documento de la Santa Sede, a la
validez y utilidad del canto popular religioso en el
ámbito litúrgico de la Iglesia, devolviéndole el
puesto que tuvo en los primeros siglos del
cristianismo.
Tenemos por último el apelativo de
“religioso”, que designaría entonces, la
funcionalidad del canto popular religioso, en las
celebraciones extra litúrgicas ó de piedad
popular, así como también lo apunta el número
118 de la Constitución sobre la sagrada liturgia.
Teniendo claras éstas generalidades con
respecto al canto popular religioso y
fundamentalmente, la visión que sobre él
presenta la Sacrosanctum Concilium, podemos
pasar a conocer los primeros pasos que se dieron
tanto en América latina, como en nuestro país,
para implementar este aspecto tan importante de
la reforma litúrgica.
El canto popular religioso en Costa Rica.
El primer elemento que debemos considerar
al respecto, es que el desarrollo y el ejercicio del
canto popular religioso después del concilio, echó
a andar en nuestro país, a partir de la
colaboración y del compartir lo ya realizado, por
parte de otras iglesias particulares con mayores
recursos en este campo. Ésta es precisamente la
situación y la relación que en el ámbito del canto
popular religioso, une indudablemente a Francia y
a España con América latina y por ende, con Costa
Rica, como lo veremos a continuación.
Muchos años antes de la reforma litúrgica
de Vaticano II, tanto en Francia como en España,
se comenzaron a hacer esfuerzos notables, para
acercar el canto popular religioso a las asambleas
celebrantes (Para conocer el desarrollo del canto
popular religioso en Francia y en España: Cf. R Reboud, El canto religioso popular en Francia:
«Concilium» 12, febrero (1966) 257-262; D Cols, La
música sagrada en España: «Concilium» 22, febrero
(1967) 297-301).
En el caso concreto de Francia, debemos
destacar el gran impulso que le dieron al canto
66
popular religioso, figuras como Gelineau, Julien y
Deiss. Los cantos de estos compositores, tienen
para nuestros repertorios litúrgicos una especial
importancia, ya que después del concilio, estos
cantos fueron adaptados del francés al español,
constituyéndose en uno de los primeros
repertorios para cantar en lengua vernácula en
toda latinoamérica. Lo mismo podemos decir de
España, que a través de entidades como el
Instituto san Pío X de Salamanca, el Centre de
Pastoral Litúrgica de Barcelona y Monserrat, con
la colaboración de músicos expertos como Tomás
Aragües, Alberto Taulé, J. Ubeda, Domingo Cols,
Dom I. M. Segarra y de D. G. Estrada, entre otros;
fueron componiendo y proporcionando salmos,
himnos y cánticos de carácter popular, dándole
así una fisonomía más aplomada al canto de la
asamblea litúrgica en español (Cf. D Cols, La música sagrada en España: «Concilium» 22, febrero
(1967) 299-300).
Llegados a este punto, es importantísimo
destacar la labor de difusión que tuvieron por
aquellos años, tanto el Instituto san Pío X de
Salamanca, como el Centro de Pastoral litúrgica
de Barcelona, al adoptar el sistema de fichas para
difundir las obras musicales de sus compositores.
Dichas fichas se fueron difundiendo por todo el
mundo de habla hispana, representando una
colaboración vital en el progreso y ejercicio del
canto popular religioso.
Ante esto, podemos afirmar con toda
seguridad, que una inmensa mayoría del
repertorio que se empezó a adoptar en la liturgia,
-y que dicho sea de paso- permanece hasta
nuestros días, son las composiciones en lengua
vernácula
que
nos
fueron
llegando
paulatinamente de Francia y España.
Hago esta afirmación fundamentándome en
aquello que se dijo con respecto al canto litúrgico,
en el Encuentro de responsables de Comisiones
nacionales de América Latina, convocadas por el
Departamento de Liturgia del CELAM, en Caracas,
Venezuela:
«En Brasil esta creatividad (canto popular
religioso) posee estructuras consistentes y
organizadas en forma estable. En otros países
depende en gran parte del exterior» (MA Ville-
gas (ed.), De la reforma a la renovación litúrgica
en América Latina: «Documentación CELAM» 11,
Set- Oct (1977) 1144).
Podemos intuír al respecto, que Brasil por
ser el único país que no comparte lengua con los
demás países de latinoamérica, inició un camino
propio con respecto al canto litúrgico; pero los
demás países de lengua española, si dependimos
de todo aquello que nos fué llegando
fundamentalmente de España.
Anteriormente decíamos que los primeros
pasos y desarrollo del canto popular religioso, se
darían a partir de la colaboración mutua y del
compartir, por parte de aquellos países con más
posibilidades, con respecto a los países menos
aventajados en este campo. Fundamentalmente,
esta fue la dinámica que se vivió en nuestros
países latinoamericanos después del concilio: El
repertorio de cantos litúrgicos que se empezó a
utilizar en Costa Rica, en los primeros años de la
reforma conciliar, fue de origen francés y español.
En otras palabras, todo aquello que se iba
componiendo en estos países, empezó a ser
importado hasta nuestras tierras y adoptado
hasta nuestros días, en nuestros repertorios
litúrgicos.
A pesar de que en nuestro país después de
la celebración del concilio, se realizaron notables
esfuerzos por poner en marcha la renovación
litúrgica, específicamente en el ámbito del canto
litúrgico, definitivamente un momento muy
significativo y de gran impulso pastoral al
respecto, fue la celebración del V Sínodo
Arquidiocesano, convocado por Mons. Román
Arrieta Villalobos, V Arzobispo Metropolitano de
San José (q.d.D.g).
Dicho sínodo fue convocado el 08 de abril
de 1981; las sesiones conclusivas se celebraron
entre el 16 y el 21 de diciembre de 1984.
Promulgado el 26 de mayo de 1985, en la
Solemnidad de Pentecostés y su entrada en
evigencia, el 02 de agosto de 1985, en la
Solemnidad de Ntra. Sra. de los Ángeles, Patrona
oficial de Costa Rica (Arquidiócesis de San José
de Costa Rica, V Sínodo Arquidiocesano, Decretos
sinodales, 5).
El objetivo fundamental de dicho sínodo, era
67
renovar el camino pastoral de la Arquidiócesis de
San José, a la luz de la doctrina emanada por la
Iglesia universal, a través del concilio Vaticano II;
los seis sínodos generales de Obispos y uno
extraordinario, que ya para ese momento se
habían celebrado; la revisión y promulgación del
nuevo CIC de 1983, y el Magisterio abundantísimo
de los últimos Pontífices; entre otros
acontecimientos eclesiales de gran reelevancia. Al
llegar a este punto, es importante destacar, que el
último sínodo arquidiocesano, se había celebrado
en diciembre de 1944 (Cf. Arquidiócesis de San
José de Costa Rica, V Sínodo Arquidiocesano, Decretos sinodales, 179).
Cabe destacar en relación con Mons. Román
Arrieta Villalobos, la claridad que poseía con
respecto al Concilio Vaticano II y al nuevo Código
de Derecho Canónico, pues del primero había sido
padre conciliar de las cuatro sesiones y del
segundo, había sido consultor del mismo,
nombrado por su Santidad Juan Pablo II; de
manera que fue mucho lo que pudo aportar a
nuestra Iglesia costarricense.
Con respecto al canto popular religioso, el V
Sínodo Arquidiocesano, hace eco a la letra de lo
dispuesto
en
Sacrosanctum
Concilium,
dedicándole varios números:
«Las siguientes orientaciones pastorales
atienden a dos aspectos de gran importancia en
la liturgia: la música y el arte sacros. En lo
tocante a la primera es preciso esclarecer que
ya no es “sierva nobilísima” sino parte
integrante de la celebración y que, por lo
mismo, debe revestir las características de
nobleza e inteligencia que hagan posible la
participación de los fieles [...].
Considerando:
Que la “tradición musical de la Iglesia universal
constituye un tesoro de valor inestimable, que
sobresale entre las demás expresiones
artísticas, especialmente porque el canto
sagrado, unido a las palabras, constituye una
parte de la liturgia solemne” (SC 112).
Que “la música sacra, por consiguiente, será
tanto más santa cuanto más íntimamente esté
unida a la acción litúrgica”, y que “además, la
Iglesia aprueba y admite en el culto divino todas
las formas de arte auténtico que estén
adornadas de las debidas cualidades” (SC 112).
Disponemos:
Que la Comisión Arquidiocesana de liturgia, arte
y música sacra,
Revise el repertorio con el fin de excluír lo que
no esté de acuerdo con los principios
establecidos por la Iglesia universal en este
campo;
Incorpore en las celebraciones litúrgicas las dos
formas más significativas de la música, el canto
gregoriano y la polifonía, siempre que no anulen
la participación de la Asamblea y que su
ejecución tenga la calidad artística que
corresponde a la delicadeza de ambos géneros
musicales;
Fomente la creación de música sacra que
corresponda al ser y sentir del pueblo.
Que se fomente con empeño el canto popular
de modo que en los actos litúrgicos resuene la
voz de los fieles.
Que se promueva la creación de coros
parroquiales que en algunos momentos de las
celebraciones litúrgicas puedan actuar, sin
excluír la participación de la Asamblea. Lo
mismo vale para la participación de conjuntos
instrumentales» (Arquidiócesis de San José de
Costa Rica, V Sínodo Arquidiocesano, Decretos
sinodales, nn. 184, 187,188, 189, 190, 191).
Con respecto a la doctrina que contienen los
anteriores numerales del sínodo, -como decía
anteriormente- se fundamentan en lo indicado
por la Sacrosanctum Concilium en los números 112,
118 y 121. Cabe destacar entonces, las
disposiciones que se establecen para llevar
adelante dichas directrices, que podemos
sintetizar de esta manera:
Siendo fundamentalmente el canto popular
religioso, el género de música sacra más
extendido en nuestro contexto eclesial, se pide en
primer lugar la revisión del repertorio existente,
para así desterrar todo aquello que no
corresponda a la naturaleza propia del canto
litúrgico.
Por otra parte, el sínodo en total
correspondencia con Sacrosanctum Concilium,
pide que se fomenten en la medida de las
posibilidades, los dos géneros de música sacra
más significativos de la liturgia romana, como lo
68
son, el canto gregoriano y la polifonía (Cf. Concilio ecuménico Vaticano II, SC 116), siempre y
cuando no anulen la participación activa de los
fieles.
Asimismo, el sínodo anima a los
compositores y músicos a crear nuevas obras, que
estén en sintonía con nuestro contexto eclesial;
en esta exhortación hay una clara alusión al canto
popular religioso, que es el género musical que
más se adapta al ser y sentir de nuestro pueblo.
Al mismo tiempo, se pide fomentar el canto
en la asamblea litúrgica, a partir de lo establecido
en el número 118 de Sacrosanctum Concilium. Para
lograr esto, se pide fomentar la creación de coros
parroquiales, que puedan desempeñar el
ministerio del canto, animando y ayudando
fundamentalmente a la asamblea en la
participación. Lo mismo se indica para algunos
instrumentos musicales que se pueden unir a
dicho ministerio. Con esta indicación se quiere
evitar el peligro de que el coro ó el grupo
instrumental, conviertan la celebración en un
concierto, impidiendo la participación de los
fieles.
Para tener una visión de conjunto de todo lo
que ha sido este proceso de renovación litúrgica
en relación al canto, pienso que la persona más
autorizada para referirse al respecto, es el Pbro.
Alfonso Mora Meléndez, actual Vicario Episcopal
de Pastoral Litúrgica de la Arquidiócesis de San
José, pues por aquellos años del post-concilio, al
desempeñarse como profesor de liturgia y de
canto en el Seminario Central de Costa Rica, vivió
y puso en marcha la reforma litúrgica,
prácticamente en todo el país.
Estas son sus impresiones en relación al
inicio de los trabajos de renovación litúgica y las
luces y sombras que han acompañado este
proceso hasta nuestros días. El padre Alfonso se
refiere aquí concretamente al desarrollo y
situación presente del canto litúrgico en nuestro
país y en latinoamérica:
«Tres fenómenos se han dado en el curso de
algo más de cuarenta años. El primero debe
considerarse fruto de la renovación litúrgica
post-conciliar. El segundo y el tercero, lamentablemente, hay que verlos como una posición
cómoda de instalarse en un proceso innovador,
más bien que renovador. Hagamos una breve
referencia a cada uno de estos fenómenos:
El primero de ellos, muy claramente ubicado en
Francia y extendido rápidamente por el mundo
cristiano católico, fue un arranque de gran riqueza impulsado por autores de mucha seriedad, entre los que destacan Joseph Gelineau,
David Julien y Lucien Deiss en Francia, secundados por Libard, Reboud, Rozier y Geofray, entre
otros. Esta escuela francesa de canto litúrgico
también supo aprovechar textos y melodías de
compositores de la época clásica y del barroco,
siempre que fueran piezas de música sacra. Es
de notar que muchas de las composiciones hechas en Francia en los primeros años después
del Concilio fueron inspiradas en el canto gregoriano y, por consiguiente, beneficiaron fuertemente de tonalidades antiguas como las del mismo gregoriano. Para nuestro interés España
inició una tarea parecida, con grandes representantes como Manzano, Aragüés, Jordán, Prieto,
Goicoechea y Arrondo. En una etapa posterior
se dio una abundante creatividad procedente de
España, Portugal, Colombia, Argentina, Brasil y
México, de la que cosechamos abundantes, variadas y ricas obras de autores como Jesús Pérez, Renato D’Andrea, Carmelo Erdozáin, Joaquín Madurga, Zezihno, Gabaraín, Palazón, Alejandro Mejía (México), Briceño y Serrano (de
Colombia) para citar solo algunos. Las aportaciones que han hecho todos los autores citados
arriba son de gran riqueza y de gran valor para
la animación del canto litúrgico, y considero que
deben ser rescatadas y organizadas pastoralmente, además de ser iluminadas catequéticamente.
Analicemos ahora aunque sea brevemente, el
segundo fenómeno. Se trata de la fuerte oleada
de influencia pentecostal en la piedad popular y
con alta incidencia en el culto. En lo que respecta al canto, emisoras de radio y televisoras, sean
o no confesionales, nos tienen saturados de
cantos cuya proveniencia y contenido son muy
discutibles. Cantautores (como se les llama) y
compositores de las filas del variadísimo sectarismo presente en América Latina, pero de manera especial del pentecostalismo, son muy gustados en ciertos sectores de nuestro cristianismo católico. El problema es que el hecho de ser
“muy gustados” no es criterio para que sean
admitidos en nuestro culto. Primero que todo
69
hay que señalar que la gran mayoría de estos
cantos son de escasísimo o nulo mensaje evangelizador. En otras palabras, no promueven la fe
sino el angelismo desencarnado.
Pero considero más peligroso el caso de los que
sí tienen algún contenido doctrinal, pues los
puntos de divergencia doctrinales entre protestantes y católicos no son pocos, lo que nos hace
correr el riesgo de que errores doctrinales se
filtren en el mensaje de dichos cantos no provenientes de la producción católica. Pero también,
en un tercer lugar, hay que señalar que, curiosamente, los autores preferidos son los que también han manifestado una fuerte animadversión
contra la Iglesia, el sacerdocio, los sacramentos
y el culto a los santos, especialmente a María.
¿Qué decir, por ejemplo, de Marcos Witt, Marcos Vidal, Danilo Montero (de Costa Rica), Juan
Carlos Alvarado (Guatemala), Sandi Paty
(EEUU), Steve Green (EEUU en español), Karman, White Cruce, Petra (Guatemala), Yury, José Luis Rodríguez, José Feliciano, Nelson Ned,
Marcos Barrientos?
Hay un tercer fenómeno que también nos afecta
seriamente: Nuestra pobreza se manifiesta,
aparte de lo apuntado anteriormente, en el hecho de asumir melodías de cualquier procedencia (hablo de melodías de ambientes profanos),
a las que se les aplica, a veces muy forzadamente, textos religiosos, y se las hace entrar en las
celebraciones litúrgicas.
Como se puede ver por este breve recorrido, la
verdadera riqueza de la etapa posterior al Concilio ha venido quedando relegada a una expresión mínima, mientras que los cantos provenientes del pentecostalismo y los plagios hechos con
base en melodías profanas, han cobrado notoria
fuerza» (A Mora Meléndez, Canto y música en la
celebración del misterio de Cristo, Ponencia ofrecida en ciudad de Guatemala en 2008).
De esta relación que nos ofrece el padre Alfonso, destaco fundamentalmente dos aspectos:
Como ya lo había anotado, el repertorio que
utilizamos en nuestros países latinoamericanos
para cantar en la liturgia, es prácticamente de origen francés y español. El padre Alfonso agrega
algunos otros aportes realizados por México, Brasil y Colombia.
Asimismo, en estos últimos años hemos emprendido una ardua labor de formación y cateque-
sis, con los responsables del canto litúrgico de
nuestras parroquias, con el objetivo de desterrar
de nuestros repertorios litúrgicos, aquellos elementos protestantes y sectarios que se nos han
infiltrado, y así devolverle al canto popular religioso, su auténtico lugar y misión dentro de la liturgia
y la piedad popular.
Es mucho lo que al respecto se ha realizado,
pero también es mucho lo que falta por hacer.
Repertorio de cantos populares religiosos y sus
principales impulsores en lengua española.
Inicio este apartado, haciéndo una
constatación porcentual: Si tomamos un cantoral
litúrgico proveniente de cualquiera de nuestros
países latinoamericanos, y miramos el índice y el
nombre de los compositores de sus cantos,
caeremos inmediatamente en la cuenta, de que al
menos un 55% de su contenido, es de origen
francés y español. En Costa Rica el cantoral más
utilizado es Cantad alegres a Dios, contiene 373
cantos, de los cuales 201 son de origen francés y
español, siendo los últimos los más predominantes. El problema que presenta dicho cantoral, está
en que no hace la distinción entre cantos litúrgicos y cantos para momentos extra litúrgicos. En
estos momentos se está trabajando en la elaboración de un verdadero cantoral litúrgico nacional.
Asimismo, tomando el cantoral colombiano, Cantemos al Dios de la vida, constatamos que de los
786 cantos que presenta, 316 son también de origen francés y español.
Para demostrar este argumento con mayor
conocimiento de causa, expongo a continuación a
los más grandes exponentes del canto popular
religioso en francés y en español, ofreciéndo una
pequeña reseña biográfica y el elenco de sus
obras más conocidas; esto último con el objetivo
pastoral de dar a conocer el repertorio que existe
al respecto. Los consigno en el orden cronológico
de sus composiciones.
Autores de origen francés:
Rev. Joseph Gelineau, S.I. Nació en
Chamsur-Lyon, Francia en 1920. Se distinguió en el
70
campo de la música sacra, por haber unido su talento musical con la teología. Ya en 1953 ofrece la
musicalización del salterio en francés, a partir de
la traducción realizada por la Biblia de Jerusalén,
haciendo accesible a todos, el canto de los salmos. Fue requerido como perito del Vaticano II,
en el campo de la liturgia.
Después del concilio se destaca como uno
de los fundadores del Movimiento Universa Laus,
asociación internacional para el estudio de la música en la liturgia. Es considerado también como el
“padre” del canto nuevo Taizé, para la cual compuso muchas obras. Murió en el año 2007, a la
edad de 87 años (Datos biográficos tomados de:
www.cattoliciromani.com).
Entre sus obras más conocidas tenemos:
Me adelantaré hasta el altar de Dios; Tu palabra,
Señor es la verdad; Letanías del papa Gelasio; Oh
Señor dueño nuestro; El Señor es mi Pastor; Lo mismo que la cierva; Todos los pueblos batid palmas;
Aclamad al Señor toda la tierra; Desde el abismo
clamo a Ti; Dadle gracias al Señor porque es bueno;
Canto a la Virgen María; entre otros muchos (Cf. J
Rodríguez (ed.), (1961) Cantemos al Señor, Ediciones Instituto Pontificio san Pío X, Salamanca
196917).
Abbé David Julien. Antes del concilio
Vaticano II ya tenía una larga trayectoria en el
campo de la música, en la cual se había iniciado
componiendo cantos destinados a los jóvenes,
deteniéndose definitivamente en el canto
litúrgico. R. Reboud, describe su estilo con estas
palabras: « [...] escribe en un estilo que seduce a
las masas; su música tiene su ambiente más
propicio en las grandes masas. Su lenguaje es
sencillo y fuerte» (R Reboud, El canto religioso popular en Francia: «Concilium» 12, febrero (1966)
260).
Entre sus composiciones más conocidas
tenemos: Victoria, tú reinarás, oh cruz tú nos
salvarás; Bendigamos a Dios; Marcha de la Iglesia ó
mejor conocida como: Desde los pueblos y las
ciudades, vamos hacia tí; Por tí Patria esperada; El
Señor hizo en mí maravillas; entre otras (Cf. J Rodríguez (ed.) (1961) Cantemos al Señor, Ediciones
Instituto Pontificio san Pío X, Salamanca 196917).
Rev. Lucien Deiss, CSSp: Nació en Francia
en 1921 y residió en el Seminario de los Misioneros
del Espíritu Santo en Larue, Francia. Fue durante
toda su vida un pastor, liturgista, compositor, conferencista internacional, reconocido estudioso de
la Escritura, y experto en música litúrgica. De entre los compositores franceses, cuyas obras han
llegado hasta nosotros, es el más conocido, prolífero y cantado. Participó arduamente en la reforma litúrgica del concilio Vaticano II. Fue designado
por el papa Pablo VI para coordinar la edición del
Leccionario Psaliter tras concluir el Concilio Vaticano II. El padre Deiss falleció el 9 de octubre de
2007, a la edad de 86 años (Datos biográficos tomados de: www.enciclopediacecilia.org).
La obra del padre Deiss se caracteriza fundamentalmente porque sus himnos, salmos, recitativos y responsorios, están cuidadosamente escogidos de la sagrada Escritura y de la Tradición,
respondiendo con esto, a lo que pedía la Sacrosanctum Concilium, en el número 121. Con respecto
a la música, el padre Deiss le da mucha importancia a la armonía, recurriendo en muchos casos a la
polifonía ó a los recitativos con inspiración evidentemente gregoriana. No por esto, sus cantos están alejados de la participación activa de los fieles.
La razón por la que los cantos del padre
Lucien Deiss han llegado hasta nosotros, está en
que después de la aprobación de la Sacrosanctum
Concilium, fue llamado a España por el equipo Berit, para que adaptara sus cantos al español (Cf. D
Cols, La música sagrada en España: «Concilium» 22,
febrero (1967) 300). Fruto de este trabajo, son los
tres folletos que recogen lo mejor de su producción. El primero de estos es: Un solo Señor (1964),
que reúne cantos como: Un solo Señor; Gloria, honor a Ti; Oh luz gozosa; Como brotes de olivo; Alabad siervos de Dios; Ciudadanos del cielo; entre
otros. Está también Hija de Sión (1966), que ofrece
cantos como: Hija de Sión; Canto de paz; En la paz
de Cristo; La alianza nueva; entre otros. Finalmente
tenemos a mi juicio, la producción más famosa y
reconocida del padre Deiss que es Pueblo de reyes
(1966), que reúne cantos como el que le da nombre a toda la obra: Pueblo de reyes; también: Sí,
71
me levantaré; Acuérdate de Jesucristo; Oh Señor
envía tu espíritu; Nuestra Pascua inmolada; Deseo
de Dios; entre otros.
dríguez (ed.) (1961) Cantemos al Señor; Secretariado Nacional de liturgia de España (1982) Cantoral litúrgico nacional).
Autores de origen español:
Pbro. Miguel Manzano Alonso: Nació en Zamora, España, el 13 de febrero de 1934. Ordenado
sacerdote en el año 1957. Después de su ordenación sacerdotal, asumió el cargo de organista de
la catedral de Zamora y director del coro del Seminario mayor de la misma ciudad. A partir del año
1968 y con toda una experiencia músico-pastoral,
comienza un nuevo estilo en sus composiciones, a
partir de la musicalización de textos sobre la base
del carácter y colorido de la música modal. Esta es
la razón por la que desde sus primeros años de
actividad, el padre Manzano fue requerido por
diversas instituciones para ejercer una serie de
cargos de responsabilidad relacionados con la música, entre las más importantes, tenemos que fue
llamado como Consultor del Episcopado Español,
en la especialidad de música popular religiosa, en
la etapa de la aplicación de la reforma del Concilio
Vaticano II (1968-1972), fue miembro del Consejo
asesor de cultura tradicional de la Junta de Castilla
y León, desde 1986 hasta su renuncia en 1988, fue
Vocal de la Junta Directiva de la Sociedad Española de Musicología (1987, Miembro del Consejo de
Redacción de la Revista de Musicología Nassarre
(desde el 3 de enero de 1997), y Consejero miembro del Consejo de Música, nombrado por el Director General del INAEM (BOE del 27 de Octubre
de
2001)
(Cf.
Web
del
autor,
www.miguelmanzano.com).
De entre las muchas obras del padre Miguel
Manzano, existe una que es un referente obligado, cuando se habla del canto popular religioso en
lengua española; ésta lo constituyen sus famosos
y conocidos Salmos para el pueblo del año 1968.
Para caer en la cuenta de la importancia y trascendencia que han tenido estos salmos en las comunidades cristianas de habla hispana, nos bastan las
siguientes palabras de Alberto Taulé al afirmar
que «quién ha hecho cantar al pueblo en la iglesia
ha sido Miguel Manzano».
En la producción Salmos para el pueblo están
reunidos los siguientes salmos: Salmo 117, Este es
el día en que actuó el Señor; Salmo 129, Desde lo
Por ser muy extenso el elenco de
compositores de canto popular religioso de
España, destacaré aquí únicamente, aquellos que
después del concilio fueron enriqueciendo el
repertorio litúrgico en lengua española. Así pues,
tenemos entonces los siguientes:
Tomás Aragüés: Nació en Albalete del Arzobispo (Teruel) en 1935. Gran conocedor de la música coral sacra. Con una producción de más de cuatrocientas obras, por la que ha recibido diversos
premios tanto nacionales como internacionales.
Produjo un gran repertorio de música pastoral
modélica, recogida en las ediciones del Instituto
Pontificio san Pío X, adscrito a la Universidad Pontificia de Salamanca. Se trata de música escrita
para cubrir la necesidad creada tras las innovaciones del Concilio Vaticano II. De todas estas partituras ha adquirido una popularidad especial su
“Misa en castellano”, que se canta en todos los
países de lengua hispana.
De este autor, destacamos en primer lugar,
la Misa cantada conocida como “Y1”, que
corresponde a la nomenclatura asignada por el
Instituto san Pío X de Salamanca, a la ficha donde
aparece. Como lo declara el mismo Instituto san
Pío X de Salamanca, «esta es una de las misas
cantadas más conocidas en el ámbito de lengua
española» (J Rodríguez (ed.) (1961) Cantemos al
Señor, 30). La anterior afirmación es totalmente
cierta, pues en nuestros países latinoamericanos,
no hay comunidad parroquial que no la sepa y que
la entone expontáneamente a falta de coro.
Otros cantos destacados y conocidos de
este mismo autor y que permanecen en el
repertorio actual de los cantorales, son los
siguientes: Juntos para soñar; Qué bien todos
unidos; Llegaré al altar de Dios; Este es el día; Canto
de las criaturas; Ha resucitado; Las puertas
salvadoras de tu Iglesia; Señor, danos el agua viva;
Tú eres Señor el pan de vida; Nos ha nacido un niño;
Yo soy la resurrección; entre otros más (Cf. J Ro-
72
hondo a tí grito, Señor; Salmo 114, Alma mía,
recobra tu calma; Salmo 12 ¿Hasta cuando, Señor?;
Salmo 126, Que el Señor nos construya la casa;
Salmo 71, Tu reino es vida, tu reino es verdad; Salmo
97, Cantad al Señor un cántico nuevo; Salmo 120,
Levanto mis ojos a los montes; Salmo 122, A tí
levanto mis ojos y el Salmo 121, Qué alegría cuando
me dijeron.
Rev. Juan Antonio Espinosa, S.I.: Nació en
Villafranca de los Barros, Badajoz, España, en
1940. Con motivo de la reforma litúrgica, sobre
todo en el campo de la música, empieza a componer cantos que respondan al deseo del concilio,
en cuanto a una participación más activa de los
fieles en la liturgia. Las letras de sus cantos se caracterizan por la promoción de un cristianismo
abierto, encarnado y comprometido. Sus cantos
se extendieron y se arraigaron rápidamente en
todos los repertorios populares de América Latina, esto quizás, porque Espinoza trabajó varios
años en Perú y Colombia, por lo tanto conocía
muy bien la sensibilidad y los ritmos musicales de
los pueblos de América. De regreso a España en
1975, continuó su obra musical. Actualmente,
Juan Antonio Espinosa imparte talleres de liturgia
y canción. Es colaborador y ex delegado nacional
en Madrid, de la asociación para la promoción de
la música religiosa Apromur (Datos biográficos
tomados
de:
www.ocpenespanol.org
/
www.ciberiglesia.net).
Entre sus cantos más conocidos están por
ejemplo: Alegre la mañana, Caminaré en presencia
del Señor, Danos un corazón, El Señor es mi fuerza,
Tu palabra me da vida, Un pueblo que camina, Llegará la libertad, Ven con nosotros al caminar, etc.
Mons. Cesáreo Gabaraín Azurmendi: Nace
en Hernani, Guipuzkoa, región vazca de España, el
16 de mayo de 1936. Doctor en teología bíblica,
Licenciado en filosofía, en ciencias morales y en
catequesis. Es mucho lo que se puede decir de
Cesáreo Gabaraín, pero creo que bastará con esta
semblanza que nos ofrece Ediciones san Pablo,
para intuir la grandeza de este enamorado del
canto popular religioso:
«Posiblemente el compositor de música litúrgica en lengua española del siglo XX más
cantado y conocido. El único artista de Iglesia que ha recibido un Disco de Oro. En España y toda América se canta cada domingo. ¿Quién no conoce Una espiga dorada por
el sol, Ven, ven, Señor, Juntos como hermanos, o La paz esté con vosotros? Su Pescador
de Hombres ha sido traducido a múltiples
idiomas y es cantado con inmensa devoción
por todo el mundo. Lamentablemente murió de forma inesperada antes de cumplir 55
años, en 1991, cuando estaba en plena madurez» (Datos biográficos tomados de:
www.musica.sanpablo.es).
Pbro. Carmelo Erdozáin: Nació en Aibar, Navarra,
España el 3 de enero de 1939. Desde finales de los
años sesentas del siglo pasado, se ha dedicado a
componer música popular litúrgica para el pueblo
y los coros parroquiales. Carmelo Erdozáin al lado
de Cesáreo Gabaráin, es reconocido como uno de
los compositores de música litúrgica que más
canciones ha creado para este fin. Sus melodías
han recorrido toda la geografía donde se canta en
español (Datos biográficos tomados de:
www.ocpenespanol.org / www.euskomedia.org)
De entre sus canciones más conocidas,
podemos destacar: Fiesta del banquete; Si vivimos,
vivimos para Dios; Cristo libertador; Creo en Jesús;
Cerca está el Señor; Vamos a preparar el camino;
Cristo es la resurrección; entre otras muchas.
Francisco Palazón: Nace en Madrid en 1935.
En cuanto a sus composiciones litúrgicas,
debemos de destacar el empeño de Francisco
Palazón, por dotar a la liturgia en lengua
española, de cantos que siendo al mismo tiempo
solemnes, son completamente accesibles para la
participación activa de las comunidades. Palazón
es famoso por la musicalización que ha hecho del
salterio, sus famosas misas y los cantos que ha
compuesto para otros momentos de la
celebración litúrgica.
Sus obras litúrgicas mas famosas, están
recogidas en las siguientes publicaciones:
73
Salmos al Creador y Cantos del pueblo de
Dios; Misa Alrededor de tu mesa, para solo y
pueblo; Caminando hacia Él; Madre de los
creyentes;
Cantos
litúrgicos
de
Semana
Santa;Reunidos en su nombre, misa para la
asamblea.
Emilio Vicente Matéu: Nacido en Molina de
Segura, Murcia en 1946. Desde hace muchos años,
viene desarrollando una intensa actividad musical
como compositor y autor, encuadrándose su
creación en el movimiento de renovación de la
música litúrgica, a partir de la reforma del concilio
Vaticano II. Con profunda formación teológica y
humanística, siempre ha sabido compaginar su
trabajo con la creación musical y literaria, que
ejerce ininterrumpidamente hasta el día de hoy.
Su producción más reciente lleva como título:
Jesucristo es Señor, himnos y cantos del Nuevo
Testamento del año 2011.
A partir de 1971 comienza su carrera
discográfica y a ser conocido por canciones tan
populares como Somos un pueblo que camina,
Quédate junto a nosotros, Creemos en el amor,
Amar es darse, Madre del pueblo o Pescador, entre
otras muchas.
Pbro. Joaquín Madurga Oteiza: Nace en
Dicastillo, Navarra, en 1938. Ordenado sacerdote
en 1961. Desempeñó la pastoral durante 21 años
en la Parroquia de Santiago de Pamplona, en la
que fundó la Coral del mismo nombre, con la que
grabó sus primeros discos para “Ediciones
Paulinas”, así denominada entonces. Comenzó de
esta forma su contribución musical, a la reforma
litúrgica de Vaticano II. En la actualidad sigue
componiendo y produciendo con ediciones San
Pablo. Sus cantos se distinguen por lo
estrictamente apegados a los textos litúrgicos,
siendo esto una ventaja enorme para todos
aquellos que desempañan el ministerio del canto
litúrgico. Esto se puede notar fácilmente, con solo
mirar el nombre de sus producciones. Entre ellas
destacamos las siguientes:
Vamos a Belén; Alabemos al Señor; Unidos
en la Fiesta; ¡Hosanna! cantos del Misterio Pascual;
En comunión, cantos de la asamblea cristiana;
Cantos de Penitencia (letra de J.A. Olivar); Venimos
a tu mesa, celebraciones eucarísticas con niños y
adolescentes; Madre de la Esperanza (letra de J.A.
Olivar); El Sendero de Belén (1988); Campanas de
Belén (letra de J.A. Olivar); El Señor es mi luz,
cantando salmos con los niños; El Misterio Pascual:
Cantos de Semana santa y Pascua; 2000 años
Dichosa y Contigo vamos.
Mons. Alberto Taulé Viñas: Presbítero y
compositor. Barcelona, España. Por muchos años
fue el director del Departamento de Publicaciones
Musicales en el Centro de Pastoral Litúrgica de
Barcelona, siendo uno de los pioneros del canto
popular religioso en español, dedicándose
especialmente a la musicalización del salterio.
Monseñor AlbertoTaulé falleció el 24 de marzo de
2007
(Datos
biográficos
tomados
de:
www.ocpenespanol.org).
Entre sus composiciones más famosas y
que todavía siguen teniendo una notable vigencia
en nuestros cantorales, tenemos las siguientes:
El Señor es mi luz; El Señor nos llama; Marchad por
el mundo: 10 cantos para el año litúrgico y Salmos
para cantar: 30 salmos responsoriales y 3 cánticos
bíblicos.
Pbro. Antonio Alcalde: Nace en La Zubia,
Granada, en 1952. Durante varios años trabajó
formando equipo con Cesáreo Gabaráin y Mariano
Fuertes en Apromur (Asociación para la
promoción de la música religiosa), dando cursos y
talleres en numerosas ciudades de España,
Hispanoamérica y Estados Unidos. En la
actualidad es párroco de la parroquia del Buen
Pastor (Madrid), asesor musical de varios colegios
e instituciones, consultor del departamento de
música de la Comisión Episcopal de Liturgia de la
Conferencia Episcopal Española (CEE), profesor
en la Facultad de Teología San Dámaso (Madrid)
de "Liturgia y Música sagrada" en el bienio de
licenciatura y profesor de música sagrada en la
Escuela de Agentes de pastoral de la diócesis. Ha
pronunciado conferencias y publicado, además,
numerosos artículos revistas como Homilítica,
Catequética, Sal Terrae, Pastoral Litúrgica, Phase,
Liturgia y Canción (Norteamérica), Nova, Revista
74
de Música Sacra (Portugal). También ha publicado
varios libros sobre el canto y la música litúrgica
(Datos
biográficos
tomados
de:
www.musica.sanpablo.es).
Entre sus obras más destacadas tenemos:
Por tus caminos: Cantos para la oración con
jóvenes; Seréis mi pueblo; Habla, Señor;
Paz a Vosotros: Cantos para la eucaristía;
Hacia la Pascua; María en los tiempos litúrgicos; Paz
y Bien; Nuevo Adviento; Piedras Vivas; Espíritu
Santo, guíanos; Descúbrenos tu rostro: Cantos
cuaresmales; Gloria, Alabanza y Honor: Cantos
litúrgicos de Semana Santa; Semillas de alabanza:
Himnos de Laudes y Vísperas; Load a mi Señor:
Himnos de Laudes y Vísperas; Pascua de Cristo;
Laudate: Himnos para la liturgia y Navidad es tu
hogar.
parafrasear las siguientes palabras del padre
Aldazábal, diez años atrás:
«El cambio de lengua –del latín se ha pasado
a unas cuatrocientas lenguas oficiales para
la liturgia- revolucionó la concepción del
canto en la liturgia, sobre todo fomentando
la participación del pueblo. Ha sido un difícil
camino, recorrido con un clima de clara
oposición por parte de algunos ambientes,
quejosos de lo que llamaban pérdida del
tesoro antiguo, pero con logros evidentes,
aunque esté todavía lejos de su realización
plena» (J Aldazábal, La música sacra, su
función: JM Canals-I Tomás (ed.), (2004) La
liturgia en los inicios del tercer milenio, 690).
Referencias bibliográficas
En este elenco de compositores de cantos
populares religiosos, debemos hacer mención
obligada de: Domingo Cols (España), Ricardo
Cantalapiedra (España), Luis Elizalde (España),
Kiko Argüello (España), Alfonso Luna (España),
Alejandro Mejía (México); José Fernandes de Oliveira (Padre Zezinho, Brasil); además de grupos
como: Brotes de Olivo, Kairoi y Jesed.
En el ámbito costarricense, entre los
compositores que han hecho notables aportes al
canto popular religioso tenemos: Alcides Prado
(Misas y cantos votivos); Jorge Villalobos (Misas);
Alejandro Monestel (Cantos como Ave María y
otros); Pbro. Rosendo Valenciano
(Cantos
votivos);
Roberto Campabadal; Julio Mata
Oreamuno (Misas y una gran cantidad de cantos
votivos); Carlos Enrique Vargas.
Como conclusión a este recorrido, por los
autores y obras más destacadas del canto popular
religioso, debo decir que ciertamente lo que
pretendía la reforma litúrgica de Vaticano II, con
lo solicitado concretamente en el número 118, no
ha sido una tarea fácil, pero paulatinamente se
han ido abriendo las puertas a aquel objetivo más
acariciado por la misma, que era la participación
activa, plena y consciente de los fieles en la
liturgia. A cincuenta años de la aprobación de la
Sacrosanctum Concilium, podemos perfectamente
Acta Apostolicae Sedis, Annus L, Series II, Vol.
XXV, Typis polyglottis Vaticanis, 1958 / Sacra Congregatio Rituum, Instructio De Musica sacra et
sacra liturgia ad mentem litterarum encyclicarum
Pii Papae XII (Musicae sacrae disciplina) et
(Mediator Dei) 630-663.
A Mora Meléndez, Canto y música en la celebración del misterio de Cristo, Ponencia ofrecida en
ciudad de Guatemala en 2008
Arquidiócesis de San José, V Sínodo Arquidiocesano, Decretos sinodales, Editorial CECOR, San José 1985.
Canals, Juan María-Tomás, Ignacio (ed.), La
Liturgia en los inicios del Tercer Milenio. A los XL
años de la Sacrosanctum Concilium, Grafite
Ediciones S.L., Bilbao 2004.
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MA Villegas (ed.), De la reforma a la renovación
litúrgica en América Latina: «Documentación CELAM» 11, Set- Oct (1977) 1144
75
Morcillo González, Casimiro (ed.) (1964)
Concilio Vaticano II, comentarios a la constitución
sobre la sagrada liturgia, BAC, Tomo I, Madrid
19652.
Pardo, Andrés (2006) Documentación litúrgica,
nuevo enquiridion de Pío X (1903) a Benedicto XVI,
Editorial Monte Carmelo, Burgos 20082.
R Reboud, El canto religioso popular en Francia:
«Concilium» 12, febrero (1966) 257-262; D Cols, La
música sagrada en España: «Concilium» 22, febrero
(1967) 297-301.
Rodríguez Medina, J (ed.) (1961) Cantemos al
Señor, Ediciones Instituto Pontificio san Pío X,
Salamanca 196917.
Secretariado Nacional de liturgia (1982) Cantoral litúrgico nacional, Coeditores litúrgicos, Barcelona 20056.
Direcciones de Internet:
www.cattoliciromani.com. Consultada en junio
2013.
www.enciclopediacecilia.org
www.miguelmanzano.com
www.ocpenespanol.org
www.ciberiglesia.net
www.musica.sanpablo.es
www.euskomedia.org
76
Foméntese con empeño el canto religioso popular, de
modo que en los ejercicios piadosos y sagrados y en
las mismas acciones litúrgicas, de acuerdo con las normas y prescripciones de las rúbricas, resuenen las voces de los fieles. S.C. 118
77
CAPÍTULO VII
EL ARTE Y LOS OBJETOS SAGRADOS
Dignidad del arte sagrado
122. Entre las actividades más nobles del ingenio
humano se cuentan, con razón, las bellas artes,
principalmente el arte religioso y su cumbre, que
es el arte sacro.
Estas, por su naturaleza, están relacionadas con la
infinita belleza de Dios, que intentan expresar de
alguna manera por medio de obras humanas. Y
tanto más pueden dedicarse a Dios y contribuir a
su alabanza y a su gloria cuanto más lejos están
de todo propósito que no sea colaborar lo más
posible con sus obras para orientar santamente
los hombres hacia Dios.
Por esta razón, la santa madre Iglesia fue siempre
amiga de las bellas artes, buscó constantemente
su noble servicio, principalmente para que las cosas destinadas al culto sagrado fueran en verdad
dignas, decorosas y bellas, signos y símbolos de
las realidades celestiales. Más aún: la Iglesia se
consideró siempre, con razón, como árbitro de las
mismas, discerniendo entre las obras de los artistas aquellas que estaban de acuerdo con la fe, la
piedad y las leyes religiosas tradicionales y que
eran consideradas aptas para el uso sagrado.
La Iglesia procuró con especial interés que los objetos sagrados sirvieran al esplendor del culto con
dignidad y belleza, aceptando los cambios de ma-
teria, forma y ornato que el progreso de la técnica
introdujo con el correr del tiempo.
En consecuencia, los Padres decidieron determinar, acerca de este punto, lo siguiente:
Libre ejercicio de estilo artístico
123. La Iglesia nunca consideró como propio ningún estilo artístico, sino que acomodándose al
carácter y condiciones de los pueblos y a las necesidades de los diversos ritos, aceptó las formas de
cada tiempo, creando en el curso de los siglos un
tesoro artístico digno de ser conservado cuidadosamente. También el arte de nuestro tiempo, y el
de todos los pueblos y regiones, ha de ejercerse
libremente en la Iglesia, con tal que sirva a los edificios y ritos sagrados con el debido honor y reverencia; para que pueda juntar su voz a aquel admirable concierto que los grandes hombres entonaron a la fe católica en los siglos pasados.
Arte auténticamente sacro
124. Los ordinarios, al promover y favorecer un
arte auténticamente sacro, busquen más una noble belleza que la mera suntuosidad. Esto se ha de
aplicar también a las vestiduras y ornamentación
sagrada.
Procuren cuidadosamente los Obispos que sean
78
excluidas de los templos y demás lugares sagrados aquellas obras artísticas que repugnen a la fe,
a las costumbres y a la piedad cristiana y ofendan
el sentido auténticamente religioso, ya sea por la
depravación de las formas, ya sea por la insuficiencia, la mediocridad o la falsedad del arte.
Al edificar los templos, procúrese con diligencia
que sean aptos para la celebración de las acciones
litúrgicas y para conseguir la participación activa
de los fieles.
Imágenes sagradas
125.
Manténgase firmemente la práctica de exponer imágenes sagradas a la veneración de los
fieles; con todo, que sean pocas en número y
guarden entre ellas el debido orden, a fin de que
no causen extrañeza al pueblo cristiano ni favorezcan una devoción menos ortodoxa.
siempre que su trabajo es una cierta imitación sagrada de Dios creador y que sus obras están destinadas al culto católico, a la edificación de los fieles
y a su instrucción religiosa.
Revisión de la legislación del arte sacro
128. Revísense cuanto antes, junto con los libros
litúrgicos, de acuerdo con el artículo 25, los cánones y prescripciones eclesiásticas que se refieren a
la disposición de las cosas externas del culto sagrado, sobre todo en lo referente a la apta y digna
edificación de los tiempos, a la forma y construcción de los altares, a la nobleza, colocación y seguridad del sagrario, así como también a la funcionalidad y dignidad del baptisterio, al orden conveniente de las imágenes sagradas, de la decoración
y del ornato. Corríjase o suprímase lo que parezca
ser menos conforme con la Liturgia reformada y
consérvese o introdúzcase lo que la favorezca.
Vigilancia de los Ordinarios
126. Al juzgar las obras de arte, los ordinarios de
lugar consulten a la Comisión Diocesana de Arte
Sagrado, y si el caso lo requiere, a otras personas
muy entendidas, como también a las Comisiones
de que se habla en los artículos 44, 45 y 46.
Vigilen con cuidado los ordinarios para que los objetos sagrados y obras preciosas, dado que son
ornato de la casa de Dios, no se vendan ni se dispersen.
Formación integral de los artistas
127. Los Obispos, sea por sí mismos, sea por medio de sacerdotes competentes, dotados de conocimientos artísticos y aprecio por el arte, interésense por los artistas, a fin de imbuirlos del
espíritu del arte sacro y de la sagrada Liturgia.
Se recomienda, además, que, en aquellas regiones
donde parezca oportuno, se establezcan escuelas
o academias de arte sagrado para la formación de
artistas.
Los artistas que llevados por su ingenio desean
glorificar a Dios en la santa Iglesia, recuerden
En este punto, sobre todo en cuanto a la materia
y a la forma de los objetos y vestiduras sagradas
se da facultad a las asambleas territoriales de
Obispos para adaptarlos a las costumbres y necesidades locales, de acuerdo con el artículo 22 de
esta Constitución.
Formación artística del clero
129.
Los clérigos, mientras estudian filosofía y
teología, deben ser instruidos también sobre la
historia y evolución del arte sacro y sobre los sanos principios en que deben fundarse sus obras,
de modo que sepan apreciar y conservar los venerables monumentos de la Iglesia y puedan orientar a los artistas en la ejecución de sus obras.
Insignias pontificales
130. Conviene que el uso de insignias pontificales
se reserve a aquellas personas eclesiásticas que
tienen o bien el carácter episcopal o bien alguna
jurisdicción particular.
79
COMENTARIO AL CAPÍTULO SIETE
El arte de nuestras iglesias a los 50 años de la
Sacrosanctum Concilium
Lic. Luis Carlos Bonilla Soto
El Concilio Vaticano II, un parte aguas
Una queja se mantiene vigente en las comunidades costarricenses cuando sobre bienes artísticos y objetos empleados en el culto se habla.
Una serie de mitos y realidades se entrelazan sobre el destino de los bienes que, antes de la reforma del Concilio Ecuménico Vaticano II, eran utilizados en el culto divino, asociándose la queja al
acontecimiento eclesial más importante del siglo
XX. El malestar principal gira en torno a las razones de la pérdida de muchísimos de los objetos de
los lugares de culto (imágenes, ornamentos, vasos sagrados y muebles por ejemplo), ya fuera por
venta, destrucción o traslados indebidos.
¿Fueron las disposiciones del Vaticano II las
que ocasionaron tales pérdidas? La respuesta es
un rotundo NO.
Entonces, ¿cómo podemos entender lo que
sucedió en el campo del arte sacro y de bienes
culturales de la Iglesia a partir de las instrucciones
que secundaron la promulgación de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia en diciembre de
1963?
Algunas respuestas a esas inquietudes es lo
que se pretende dilucidar en las líneas siguientes,
distinguiéndose de este modo las fantasías y falacias de las realidades y acciones concretas, que se
dieron en esta materia litúrgica y pastoral tan específica.
Primero es necesario recordar cuáles fueron
las líneas trazadas por los padres conciliares y las
directrices emanadas de los distintos dicasterios
para ser aplicadas en las Iglesias particulares. Para
en un segundo momento distinguir los usos de las
distintas obras sagradas y religiosas en la acción
del culto litúrgico, en la piedad popular de las comunidades creyentes y en otras acciones pastora-
les y de evangelización. De este modo se podrán
describir y comentar las acciones que se han desarrollado desde la Arquidiócesis de San José para
conservar, emplear y divulgar el arte que por décadas y siglos hemos heredado.
Las artes al servicio de la infinita belleza de Dios.
En el capítulo VII de la Constitución Sacrosanctum Concilium se dedican nueve numerales
para afirmar el papel y la relación de las bellas artes en la acción ritual para rendir tributo a Dios y
propiciar la santificación del pueblo santo de Dios.
Allí se indica cómo se debe desarrollar el
vínculo entre los creadores artísticos y las especificidades culturales de los distintos ritos y pueblos
en los que los creyentes celebran su fe, procurándose por una parte la autenticidad asociada a lo
bello y la exclusión de las falsas manifestaciones
que tratan de filtrarse desde su inautenticidad como arte.
Siguiendo la tradición de la Iglesia se ratifica
lo que otros concilios ya habían determinado en
materia de espacios y objetos sagrados, como lo
es mantener “firmemente la práctica de exponer
imágenes sagradas a la veneración de los fieles” (SC 125) promoviéndose a su vez una sana
devoción y piedad.
Se insiste en el papel de los obispos de velar
por el cuido de los bienes sagrados desde distintas vías: 1. Escuchando los criterios de su comisión
diocesana de Arte Sagrado; 2. Vigilando para que
no se vendan ni dispersen las obras sagradas; 3.
Estimulando y promoviendo la labor de los artistas de crear al servicio de Dios; 4. Educando en los
seminarios y otros centros de estudio con principios para apreciar las manifestaciones artísticas;
5. Revisando los usos de los ornamentos, espacios
80
sagrados y demás objetos en los libros para que
estos respondan a la teología y líneas de acción
señaladas en los capítulos precedentes en la constitución.
Con lo anterior, se puede observar que lo
planteado por los padres conciliares busca abordar el arte sacro desde distintas aristas, que van
desde el servicio en el culto hasta su valoración
como bienes histórico-culturales. Es necesario tener claro que la Constitución sobre la Sagrada Liturgia, al igual que las otras tres constituciones
conciliares, no profundiza en acciones y tareas
precisas, sino que, desde la Sagrada Escritura y el
Magisterio, señala los principios o criterios que
guiarán las tareas posteriores.
Respecto a la conformación y función de las
comisiones diocesanas de arte mencionadas por
la S.C., estas se han desarrollaron de distintas maneras en las distintas Iglesias particulares. En el
caso de la Iglesia Arquidiocesana de San José se
dispusieron en el V Sínodo (1985) cuatro acciones
específicas al respecto. El número 193 precisa que
para la construcción, remodelación, y demolición
de lugares de culto y del patrimonio histórico
(menciona: imágenes, ornamentos, altares y vasos sagrados) la Comisión Arquidiocesana de Liturgia, Arte, Arquitectura y Música Sacra es la que
“establecerá las normas y mecanismos que regularán todo lo concerniente a esta materia”.
En los numerales del 194 al 195 se indica cómo se debe manejar el patrimonio artístico e histórico de la Iglesia, estableciéndose la prohibición
de cualquier tipo de venta, trueque, donación u
otra enajenación de las obras. Pues en lo que se
insiste en dichos numerales es la permanencia de
los bienes para el uso sagrado del culto o la realización de un Museo Arquidiocesano de Arte Sacro
que recoja los objetos abandonados o que sean
de la Iglesia y se hallen en manos particulares. De
esta manera en estos números se responde también al número 126 de la S.C. que afirma el deber
de los obispos de vigilar que no se dispersen bienes eclesiales.
Sobre la estimulación y la promoción de la
acción de los artistas el Beato Juan Pablo II señaló
en su Carta a los Artistas (1999), la visión de la
Iglesia a partir de lo postulado por el Concilio.
…al concluir el Concilio, los Padres dirigieron un
saludo y una llamada a los artistas: «Este mundo
en que vivimos -decían- tiene necesidad de la
belleza para no caer en la desesperanza. La belleza, como la verdad, pone alegría en el corazón
de los hombres; es el fruto precioso que resiste
a la usura del tiempo, que une a las generaciones
y las hace comunicarse en la admiración». Precisamente con este espíritu de estima profunda
por la belleza, la Constitución Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia recordó la histórica amistad de la Iglesia con el arte y, hablando
más específicamente del arte sacro, «cumbre»
del arte religioso, no dudó en considerar «noble
ministerio» la actividad de los artistas cuando
sus obras son capaces de reflejar de algún modo
la infinita belleza de Dios y de dirigir el pensamiento de los hombres hacia Él. También por su
aportación «se manifiesta mejor el conocimiento
de Dios» y «la predicación evangélica se hace
más transparente a la inteligencia humana».
En la labor de los artistas se puede afirmar
que convergen el culto de fe y las culturas de los
pueblos. Considerando que la Iglesia no tiene ningún estilo artístico como propio (S.C. 123), esto ha
generado una gran riqueza en las expresiones
plásticas, tanto en la diversidad de formas, colores y apropiaciones desde las identidades del
mensaje evangélico, por lo que “esto hace que el
patrimonio de la Iglesia, materializado en gran
parte en los lugares de la celebración, plantee
cuestiones espaciales tanto en lo que refiere a su
conservación y acceso público, ya que es un bien
social y cultural que afecta (…) a toda la sociedad” (Secretariado Nacional de Liturgia de España
en Pardo, 2008: 1219)
Con lo anterior, se puede mirar cómo el Magisterio universal y particular, exhortan desde distintas vías a valorar y apreciar las artes que sirven
con su esplendor al culto tributado a la Trinidad.
Sin embargo, esto no eximió que se dieran abusos
y desacatos en las realidades de las comunidades
específicas, en esto es dónde radica el malestar de
muchas personas creyentes sensibles a la dimensión estética de la Liturgia y a la sensibilidad de
aquellas que trabajan con bienes históricopatrimoniales en el país.
81
Las lecturas erróneas y la pastoral “de oídas”.
En la carta de la Sagrada Congregación para
el Clero a las Conferencias Episcopales del 11 de
abril de 1971 se señala:
Los fieles se quejan de que ahora, más aun
que en el pasado, se malvenden indebidamente
dichas obras y tienen lugar numerosos robos,
usurpaciones y destrucciones del patrimonio histórico-artístico de la Iglesia.
Incluso ha habido muchos que, olvidando las
normas y disposiciones emanadas de la Santa Sede, han tomado como pretexto la renovación litúrgica para verificar cambios absurdos en los lugares sagrados, arruinando y perdiendo obras de
inestimable valor. (Pardo, 2000: 1333)
Pese a comunicados de este tipo y a la legislación específica de nuestra Iglesia particular, las
diócesis de Costa Rica no se escaparon de esta
problemática. Las manipulaciones, enajenaciones
y desapariciones de bienes ocasionaron pérdidas
considerables que muchos achacaron equívocamente a las disposiciones conciliares. Ejemplos
concretos abundan, mas la intención de esta reflexión es analizar cómo la clara afirmación de la
Iglesia de proteger los bienes artísticos se vio negada por las acciones de desmantelamiento de
algunos centros de culto.
Lo anterior se debe en mucho a la tendencia
de propagar “certezas” que no se sostienen en
ningún punto del magisterio, es decir la validación
de determinadas prácticas a partir de rumores revestidos de “verdad”. Por ejemplo, la línea pastoral que invitaba a purificar las devociones a los
santos y santas dentro de los espacios celebrativos, a través de la exclusión de la Casa de Dios y
los lugares sagrados de aquellas obras artísticas
que repugnen a la fe, las costumbres y piedad
(S.C. 124), fue interpretada como la potestad de
destruir, regalar o vender todo lo que no calzaba
con el gusto del responsable o responsables de
cada uno de los recintos, omitiéndose de este modo el interés eclesial de respetar la herencia de fe
generada desde el origen de la Iglesia.
Sobre los espacios celebrativos y las obras
de arte que estos albergan se pueden determinar
que no todos atravesaron la misma situación, sino
que las intervenciones en los mismos variaron,
entre estas variantes se tienen:
Demolición de edificación preconciliar para
construir un nuevo templo de mayores dimensiones.
Construcción de nuevo templo de mayores
dimensiones contiguo al antiguo.
Construcción de nuevas edificaciones cultuales en comunidades que no contaban con ellas.
Readecuación de los espacios celebrativos,
con énfasis en el presbiterio.
Eliminación de mobiliario litúrgico que cayó
en desuso ritual.
Coexistencia de mobiliario litúrgico en
desuso con nuevos elementos.
En el primero de los casos se dieron demoliciones debido a razones que coincidieron con la
coyuntura de la reforma conciliar, como lo son el
crecimiento poblacional y la expectativa de embellecimiento del lugar de culto. Entre estos casos se
cuentan la iglesia parroquial de Nuestra Señora de
Guadalupe de Goicoechea, de Nuestra Señora del
Pilar de Tres Ríos, San Ignacio de Acosta, Nuestra
Señora de la Asunción en Ciudad Colón, San Rafael Arriba y San Antonio de Desamparados. Esto
tuvo como consecuencia que obras artísticas
muebles de gran valor no fueran cuidadas debidamente, por lo que unas fueron destruidas de inmediato y otras por las pésimas condiciones de
almacenamiento se perdieron paulatinamente.
En el segundo caso las comunidades optaron por mantener en pie la antigua iglesia y erigir
un nuevo templo para suplir las necesidades de
espacio para la asistencia de la feligresía a las acciones cultuales. Ejemplos de esta situación son
Palmichal de Acosta (la iglesia antigua sucumbió
en un incendio años después de construido el
nuevo templo), El Sagrado Corazón de Jesús en
Heredia y San Rafael de Montes de Oca.
En el caso de las nuevas iglesias y las readecuadas, los diseños de planta siguen los criterios
de la Instrucción «Inter Oecumenici» promulgada
en septiembre de 1964. En la cual se señala la conveniencia de la disposición del altar de cara al pueblo y la disposición de la sede, altares laterales en
caso de que existan, reserva de la eucaristía, am-
82
bón, sitio de la schola y el órgano, así como el lugar de los fieles y del baptisterio.
En el caso de las iglesias en las que se realizaron readecuaciones en la distribución de los espacios celebrativos, sucedieron tres situaciones
evidentes:
Se instaló el altar de celebración en el centro
del presbiterio con la posibilidad de rodearlo, y se
mantuvo el altar adosado a la pared con su retablo.
Se instaló el altar de celebración en el centro
del presbiterio con la posibilidad de rodearlo y se
trasladó el altar adosado con su retablo a otro lugar de dicho templo o a otro templo del país.
Se instaló el altar de celebración en el centro
del presbiterio con la posibilidad de rodearlo y se
destruyó el altar adosado.
En esto último se vislumbra la desaparición y
la conservación de bienes empleados en el culto,
donde el desuso provocó que se desinstalaran,
trasladaran, modificaran y/o destruyeran obras de
gran valor, que además de los altares se encontraban púlpitos, comulgatorios, sedes, pilas bautismales y confesionarios.
Aunque, la constitución conciliar y los documentos emanados del V Sínodo Arquidiocesano,
insistieron en que la valoración de peritos en las
distintas ramas del arte son fundamentales en el
juicio de cada uno de los Obispos que pastorean
las Iglesias por todo el mundo, se extendió entre
las prácticas, evitar consultar a personas conocedoras en nombre del ahorro y la “autonomía parroquial”.
Otro mito generado alrededor de la manutención de las obras artísticas es que por ser tan
altos los costos de mantenimiento y restauración,
se entregaban las piezas a personas “de buena
voluntad” que donaban su trabajo de intervención en las piezas, lo que se tradujo, en buen número de casos, en malas praxis.
Otra de las ideas erróneas que surgieron fue
la de mirar los bienes antiguos como “pasados de
moda”, por lo que se miró muy fácil marginarlos o
destruirlos, lo que aprovecharon distintas personas - unas con fines loables y otras con fines cuestionables - para adquirir tales bienes.
Estas son algunas de las acciones que se die-
ron por seguir una pastoral “de oídas”, es decir, la
realización de intervenciones en los espacios sagrados en nombre de la renovación pastoral de la
liturgia, sin una comprensión global ni profunda
de lo que se programó en la constitución conciliar,
dejándose llevar por interpretaciones incorrectas
o tendenciosas que buscaban imponer criterios
subjetivos en lugar de aplicar los criterios y orientaciones que sabiamente señaló y continúa señalando el Magisterio universal.
Conocer para proteger,
cuidar para alabar y evangelizar.
Como se reconoció párrafos atrás, las experiencias de las Iglesias particulares respecto a la
aplicación de los numerales del 122 al 130 de la Sacrosanctum Concilium, son muy variadas. En el caso de la Arquidiócesis de San José, por medio del
llamado a constituir una comisión eclesiástica que
se ocupara de la materia y del patrimonio artístico
desde el V Sínodo, ya mencionado, se iniciaron
varios intentos.
La necesidad imperante de conocer el vasto
conjunto de objetos eclesiásticos patrimoniales se
constató con la organización de la exposición
temporal de arte sacro en las instalaciones de la
Antigua Aduana (en ese momento FERCORI), llamada Arte en la Evangelización, inaugurada el 9 de
octubre de 1992 y coordinada por el pbro. Fernando Muñoz, en el contexto del V Centenario de la
Evangelización de América.
Dicha muestra auspiciada por el Ministerio
de Cultura, Juventud y Deportes y la Curia Metropolitana de San José, arrojó en la memoria realizada al finalizar el proyecto que “el conocimiento de
las colecciones se constituyó en uno de los problemas de mayor dificultad” (Herrero, 1992) pues no
se contaba con un inventario que indicara datos
sobre las dimensiones de las piezas para orientar
el diseño de la museografía, su origen y su estado
de conservación.
No fue sino dos años después de dicha exhibición, que dio inicio la generación de los inventarios con información detallada de los objetos importantes por su arte e historia, como lo solicitaba
la carta circular Opera Artis de la Sagrada Congre-
83
gación del Clero en 1971. Desde ese momento se
ha venido insistiendo desde el Departamento de
Arte Sacro y Ambientación Litúrgica la Arquidiócesis de San José en la creación y actualización de
dicho inventarios (Cfr. Circulares del Arzobispado
fechadas del 30 de junio y 5 de julio de 1995, así
como la del 16 de julio de 2007).
En la década del noventa la iniciativa se redujo al fichado de ciento sesenta piezas; este trabajo de registro y catalogación fue realizado por
el R.P. Luis Gerardo Santamaría Rivera, o.f.m. para su tesis de licenciatura en arte. El trabajo general de recopilación se retomó nuevamente en el
2007, para de este modo levantar el registro de
todas las piezas artísticas y empleadas en el culto
bajo un formato uniforme de fichas de inventario.
Este proceso finalizó en este año 2013, luego de la
visita a los más de 500 lugares destinados al culto
de las ciento diez parroquias arquidiocesanas
(quedando excluidas las piezas de las parroquias
de la provincia de Cartago que fueron inventariadas por el padre Santamaría anteriormente, pues
en el 2005 Cartago se erigió como diócesis).
Con lo anterior se tiene que conforme se va
profundizando en el conocimiento del acervo de
bienes artísticos y de valor patrimonial de la Iglesia particular se ha ido constatando la urgencia de
formación y generación de conciencia acerca de la
relevancia del cuido de estos bienes.
No obstante, el cuido va más allá de tener
las piezas como testigos de épocas anteriores y
considerarlas meramente como obras de arte solamente. La generación de conciencia está principalmente en la línea de destacar el valor sagrado y
la identidad de la comunidad creyente en la que
se ubican. Por esta razón, se ha iniciado un camino paulatino que busca el cambio de mentalidad en el presbiterio, seminaristas y entre los
agentes de pastoral litúrgica encargados de los
recintos de culto, por medio de talleres y sesiones
cortas de capacitación sobre apreciación de las
expresiones artísticas, el manejo de bienes eclesiásticos y la aplicación de principios básicos de
conservación preventiva.
Estas alternativas de cuido de los bienes lo
que procuran a su vez es despertar en las miradas
de quienes se posicionan ante estas obras, la ca-
pacidad de mirar la belleza de Dios en todas y cada una de las composiciones surgidas del carisma
suscitado por el Creador en las personas que llamamos artistas. Pues, se parte de que la vía privilegiada para tomar conciencia del valor de algo es
familiarizarse y mantener el contacto constante
con ese algo.
Como las artes sólo puede ser captadas y
valoradas por medio de los sentidos, el arte sagrado es una ruta privilegiada, expresiva, digna y funcional para dejarse invitar, seducir y profundizar
en la experiencia del Misterio celebrado de manera predilecta en la Liturgia.
Como señaló el Secretariado Nacional de
Liturgia en España en 1987 en el directorio litúrgico pastoral:
La liturgia no busca la belleza por sí sola,
sino unida a otros valores. Lo esencial de la celebración es el encuentro con Dios en Jesucristo, el
acercamiento de la criatura al Padre Creador, la
posesión de la vida divina y la salvación. «Cuando
así procedamos, es cuando se nos dará, como premio y añadidura, el regalo egregio de la belleza.
Solo cuando vivamos y nos asociemos intensamente a la severa realidad de la liturgia, es cuando
se nos revelará en su integral perfección, con toda
la plenitud de vida y de eficacia que en ella se contiene» (Pardo, 2008: 1218)
De aquí la necesidad de realizar un salto cualitativo en la pastoral, que posibilite establecer
vínculos entre el cuido de los bienes y el uso de
estos en la celebración de la redención que la Iglesia realiza en los sacramentos, unido esto último a
la posibilidad que dan las obras artísticas sagradas
de anunciar y aprehender el mensaje de las Sagradas Escrituras y el Magisterio Eclesial por medio
de lo plasmado en lienzos, esculturas, vidrieras,
muros y tantos bienes muebles e inmuebles distintos.
La tarea constante de discernir la vía de la belleza
El remozamiento de la liturgia a partir del
concilio ecuménico, implicó reformas considerables; es decir, las maneras de celebrar el Misterio
de Cristo en la Iglesia recuperaron elementos pro-
84
pios de las celebraciones de las primeras comunidades e iniciaron un camino de purificación de algunas incorporaciones generadas en el caminar
de siglos que llegaron a dificultar y hasta distorsionar la vivencia del culto en espíritu y verdad tributado al Padre. Por consiguiente, en el ámbito de
los espacios sagrados esta reforma se convirtió en
un parte aguas, pues implicó un antes y un después con respecto a los objetos dispuestos para la
celebración de los Sacramentos.
La transformación de los espacios celebrativos llevó consigo aciertos, considerando que muchos sitios se reorganizaron para facilitar la comprensión y experiencia de fe, además de que estimularon la creación nuevas y valiosas obras plásticas. Pero, hubo también desaciertos sobre el uso
y manejo de muchos de los bienes, pues en nombre de la reforma se dieron graves pérdidas.
Sin embargo, pese a esos desaciertos, las
realidades que se desenvolvieron en el transcurso
de cincuenta años, han posibilitado aprendizajes y
un constante discernimiento de las acciones más
atinadas para responder de modo pertinente a la
teología litúrgica asumida por los padres conciliares. Lo que ha exigido en los años más recientes
que se consideren indispensablemente tanto los
criterios litúrgicos como los criterios técnicos respecto a historia del arte, restauración y conservación de patrimonio material.
Si la Iglesia, en palabras del beato Juan Pablo II, afirma que la Fe tiene necesidad de arte, un
cuidadoso pastoreo de las artistas y un delicado
trato de las creaciones realizadas a lo largo de la
historia del Pueblo de Dios y puestas al servicio de
la liturgia, continuaran posibilitando que la vía pulchritudinis sea camino seguro para acercarnos al
que es Suma Belleza, Suma Bondad y Suma Verdad.
Referencias bibliográficas
Pardo, A (2008) Documentación Litúrgica. Nuevo
Enquiridion. De San Pío X (1903) a Benedicto XVI.
Burgos. Ed. Monte Carmelo.
Concilio Ecuménico Vaticano II (1993) Sacrosanctum Concilium sobre la Sagrada Liturgia. Madrid.
Biblioteca de Autores Cristianos. pp 210-285
Herrero, P (1992) El Arte en la Evangelización. Memoria de la exhibición realizada en celebración del V
Centenario de la Evangelización. Ministerio de Cultura, Juventud y Deportes – Curia Metropolitana.
Juan Pablo II (1999) Carta a los artistas. Disponible
en línea:
http://www.vatican.va/holy_father/john_paul_ii/
letters/documents/hf_jpii_let_23041999_artists_sp.html
Santamaría Rivera, L. (1996). Inventario de arte
religioso en la Arquidiócesis de San José: catálogo.
Trabajo Final de Graduación, Licenciatura en Artes
Plásticas con énfasis en Pintura, Universidad de
Costa Rica, San José, Costa Rica.
85
APÉNDICE
Declaración del sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II
sobre la revisión del calendario
El sacrosanto Concilio Ecuménico Vaticano II, reconociendo la importancia de los deseos de muchos
con respecto a la fijación de la fiesta de Pascua en un domingo determinado y a la estabilización del calendario, después de examinar cuidadosamente las consecuencias que podrían seguirse de la introducción del nuevo calendario, declara lo siguiente:
1. El sacrosanto Concilio no se opone a que la fiesta de Pascua se fije en un domingo determinado dentro del Calendario Gregoriano, con tal que den su asentimiento todos los que estén interesados, especialmente los hermanos separados de la comunión con la Sede Apostólica.
2. Además, el sacrosanto Concilio declara que no se opone a las gestiones ordenadas a introducir un
calendario perpetuo de la sociedad civil.
La Iglesia no se opone a los diversos proyectos que se están elaborando para establecer el calendario
perpetuo e introducirlo en la sociedad civil, con tal que conserven y garanticen la semana de siete días
con el domingo, sin añadir ningún día que quede al margen de la semana, de modo que la sucesión de
las semanas se mantenga intacta, a no ser que se presenten razones gravísimas, de las que juzgará la
Sede Apostólica.
En nombre de la Santísima e individua Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Todas y cada una de las cosas contenidas en esta Constitución han obtenido el beneplácito de los Padres del Sacrosanto Concilio. Y Nos, en virtud de la potestad apostólica recibida de Cristo, juntamente
con los Venerables Padres, las aprobamos, decretamos y establecemos en el Espíritu Santo y mandamos que lo así decidido conciliarmente sea promulgado para gloria de Dios.
Roma, en San Pedro, 4 de diciembre de 1963.
Yo, PABLO, Obispo de la Iglesia Católica
86
TAREA EN CONSTANTE VIGENCIA
LA APLICACIÓN DE LA SACROSANCTUM CONCILIUM
Pbro. Alfonso Mora Meléndez
Pocos meses antes de la apertura de la primera sesión del Concilio Vaticano II, el recordado
padre Adrien Nocent1, de la Orden de San Benito,
ponía en circulación su obra titulada el porvenir
de la liturgia. La primera edición en lengua española apareció en mayo de 19632. Comienza el autor comentando la reforma litúrgica posterior al
Concilio de Trento. Su comentario al respecto suscita en nosotros algunos interrogantes, más bien
interpelaciones, en torno a la evolución de la más
grande reforma litúrgica en la historia del cristianismo, es decir, la que estamos viviendo cuando
ya corren 50 años desde la promulgación de la
Constitución Conciliar sobre la sagrada liturgia Sacrosanctum Concilium.
Los tres siglos posteriores al Concilio de Trento, que algunos historiadores los llaman de estancamiento, el padre Nocent los considera más bien
de deterioro. No nos detenemos aquí a enumerar
abusos, de los que también tenemos conocimiento por otras fuentes, (también los combatió el
abad Prosper Guéranger) pero señalamos dos
problemas que denunciaba este gran maestro de
la teología de la liturgia.
El primero: Nocent habla del “validismo”. Un
camino a la vez derrotista y escrupuloso. Se concentraba exageradamente la atención en las fórmulas sacramentales, mientras que, por otra parte, no se valoraba el carácter unitario y sacramental de la palabra y los ritos sacramentales. Se cumplía para garantizar la validez, pero se consideraba secundario todo lo que rodeaba el momento
“culminante”.
El segundo: Hablando del “rubricismo”, al
que él agrega el “juridicismo”, dice Nocent: «La
rúbrica y el derecho son cosas indispensables y be-
llas en su aspecto funcional y necesario, pero por
culpa de los que abusan de ellas y las toman como
un fin, se ven envueltas en un ridículo lamentable,
adquiriendo incluso a veces un carácter francamente odioso»3.
Comentamos
La búsqueda de una espiritualidad litúrgica
impulsada por el abad Guéranger en Francia, el
impulso de una renovación que lanzó el santo padre Pío X, purificando por primera vez el santoral
y resaltando el ritmo de los tiempos litúrgicos
(luego lo retomó el Beato papa Juan XXIII), el
“atrevimiento” de Pío XII que, sobre todo en la
restauración de la Vigilia Pascual y, luego, de toda
la Semana Mayor, incorporó reformas en el Misal
Romano, la estructura creada por el mismo Pío XII
para impulsar una reforma, y el gran lanzamiento
de Juan XXIII para «abrir las ventanas de la Iglesia», culminan, en la primera sesión del Concilio
Vaticano II, con la mayor reforma litúrgica en toda
la historia de la misión santificadora de la Iglesia.
Entonces, a partir de las grandes líneas, comienzan a aparecer, en el correr de los años, las
cinco grandes Instrucciones de aplicación de la
reforma conciliar y otros documentos del magisterio litúrgico post-conciliar, que orientan y sustentan los grandes pasos de una renovación que
ha transformado profundamente, por decirlo de
alguna manera, el estilo y el ambiente de las celebraciones litúrgicas que responden a la misión
santificadora de la Iglesia.
¿Solucionado el problema de una nueva visión de
la vida litúrgica?
Si el padre Nocent señalaba los grandes pro-
87
blemas que afectaban la liturgia después del concilio de Trento y durante los tres siglos siguientes,
hoy podemos preguntarnos cómo entendimos el
período post-conciliar del Vaticano II en lo que
atañe a la recta aplicación de la reforma litúrgica
actual.
Hay recomendaciones en la Misma SC que,
de primera entrada, no fueron cumplidas, por una
carrera precipitada, en muchos casos, de aplicar lo
nuevo y “defenestrar” (tirar por la ventana) lo
anterior. Eso produjo que, en no pocos casos, se
ignorara un camino pedagógico indispensable para una buena aplicación de la reforma.
En la Constitución conciliar Sacrosanctum
Concilium, sobre la Sagrada Liturgia, se recomienda vivamente que, a todos los agentes de pastoral
litúrgica, se les eduque para comprender y vivir en
profundidad las diversas etapas posteriores de la
gran renovación. Véanse, al respecto, los nn. 14-20
de la Constitución y las subsiguientes Instrucciones.
Los mencionados números de la SC hacen
incapié en la debida preparación espiritual y doctrinal de los fieles (14 y 19), una seria formación en
los seminarios y en las casas de formación (15-17),
así como una formación permanente a los sacerdotes (18); precisamente en este número, referente a los presbíteros, se nos recomienda vivamente
que la educación de los fieles vaya debidamente
acompañada de nuestro testimonio. Más adelante, en la primera instrucción para aplicar la reforma, se señala:
«La mayor parte de las dificultades encontradas en
la actuación de la reforma litúrgica y, sobre todo,
de la misa, provienen del hecho de que algunos
sacerdotes y fieles no han tenido quizá un conocimiento suficiente de las razones teológicas y espirituales por las que se han hecho los cambios, según
los principios establecidos por el Concilio.
Los sacerdotes deben profundizar más en el concepto auténtico de la Iglesia, de la cual, la celebración litúrgica, sobre todo la misa, es expresión viva. Sin una cultura bíblica adecuada, los sacerdotes
no podrán presentar a los fieles el significado de la
liturgia como actualización, en los signos, de la historia de la salvación. También el conocimiento de
la historia de la liturgia contribuirá a hacer comprender los cambios efectuados, no como nove-
dad, sino como renovación y adaptación de la auténtica y genuina tradición4».
Es posible que todos los agentes de liturgia,
consagrados y fieles, tengamos que asumir un
“mea culpa”. Empecemos por tomar clara conciencia de que una educación litúrgica en todos
los niveles, si bien, cuenta con valiosos esfuerzos,
está muy lejos de alcanzar el ideal, o para decirlo
de otra forma, las metas señaladas por el Concilio
y las Instrucciones siguientes.
El espíritu de la liturgia, reclamado por el papa Pío XII en la Mediator Dei5, reiterado luego por
el beato Juan Pablo II6, no ha sido asumido debidamente, por lo que, sin superar lo estético y jurídico de los validismos y los rubricismos que señalaba Nocent, en no pocos sectores se sigue hoy
pensando solamente en el carácter estético y jurídico de las celebraciones, con grave detrimento
de la profundización contemplativa en el Misterio
Pascual.
Lamentablemente, en varios sectores de la
Iglesia hemos hecho de la reforma litúrgica una
reforma meramente ritual, como bien señala el
padre Marsili:
«Si la renovación litúrgica puede resultar para
algunos una gran reforma ritual, a los espíritus avezados no se les escapa que el verdadero sentido de
la reforma consiste más bien en redescubrir en la
liturgia la continuación del misterio de Cristo …»7
Las tareas que hoy nos incumben
Primer paso: nuestra plena identificación
con Cristo
A la luz de SC 7, parece que aún no hemos
tomado conciencia clara de que «… se considera la
liturgia como el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo», en el que «Cristo asocia siempre consigo a su
amadísima esposa la Iglesia, que invoca a su Señor y
por él tributa culto al Padre Eterno».
Estas expresiones, tan concisas y de aparente simplicidad, exigen poner nuestra mirada en la
profundidad espiritual de Pablo de Tarso, Agustín
de Hipona, Tomás de Aquino, Juan María Vianney,
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entre otros. «Con Cristo estoy crucificado; y ya no
vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí»8 exclamaba y vivía en su interior y con todo su ser san
Pablo, y así lo asumieron los otros grandes testigos mencionados. Los fieles laicos reclaman de
sus pastores unción, devoción, piedad, más que
activismos e innovaciones.
Segundo paso: Conozcamos el espíritu de la Iglesia
en su misión santificadora.
Al cumplirse veinticinco años de haber sido
promulgada la Constitución Conciliar sobre la sagrada Liturgia, el beato Juan Pablo II apunta:
«El Concilio ha querido ver en la liturgia una
manifestación de la Iglesia, pues la liturgia es
la Iglesia en oración. Celebrando el culto divino, la Iglesia expresa lo que es: una, santa,
católica y apostólica»9.
En el desarrollo de esta idea central el santo
Padre explica brevemente el sentido de estas cuatro notas de la Iglesia.
La unidad de la Iglesia, o la comunión eclesial,
proviene de la comunión trinitaria, que se expresa
de manera particular en toda celebración litúrgica
que, por su misma naturaleza y exigencia, es comunitaria.
Estamos llamados a mantener nuestra comunión con el obispo y entre los hermanos. Y, en
tono casi suplicante, o si se quiere, imperante, exclama el papa: «¡Que nada rompa ni debilite, en la
celebración de la liturgia, esta unidad de la Iglesia!».
Refiriéndose a la santidad, el santo padre
acude decididamente a la fuente de toda santidad
que es Cristo, así como al dinamismo santificador
que proviene de la acción del Espíritu Santo.
Al hablar de la catolicidad, el santo padre sugiere el carácter testimonial de todo el santo pueblo de Dios, llamado a reflejar la presencia dinámica y salvadora de Cristo en toda la humanidad.
Por último, al mencionar la apostolicidad, el
papa nos recuerda que uno de los pilares de la comunión trinitaria, crística y eclesial, es la sucesión
apostólica. Efectivamente, Cristo el Señor, junto
con el envío, ha comunicado a la Iglesia en sus
apóstoles, los poderes señoriales que parten del
vinculo comunional y garantizan la presencia y la
acción salvífica del Señor a través de la Iglesia, en
todos los tiempos y rincones, por medio de la sucesión apostólica, de la cual el obispo en cada
diócesis (iglesia particular) es como el eslabón
que, actuando en la persona de Cristo, actualiza la
misión y la fuerza salvífica.
Tercer paso: Eduquémonos para vivir la misión
santificadora.
Ya mencionamos, al comienzo, las recomendaciones que nos brindan la misma SC y las instrucciones siguientes, en torno a la necesidad de
mantener un ritmo constante de educación en la
vida litúrgica, que involucra a pastores, seminarios, casas de formación y al pueblo santo de Dios.
Ciertamente, hay que reconocer con satisfacción que se han llevado adelante esfuerzos valiosos, que hoy se mantienen, aunque con lagunas y
tropiezos que no permiten un avance parejo y enteramente saludable. Especialmente cuando se
trata de formar agentes seglares, éstos luego encuentran que no hay, de parte de algunos presbíteros, la acogida y el apoyo necesarios para aplicar, en el ámbito de las comunidades, lo que se ha
recibido en las formaciones.
De manera especial, los ministros consagrados tenemos que asumir que, con el correr del
tiempo y el fragor del trabajo pastoral, corremos
el peligro de desactualizarnos o de olvidar lo
aprendido. De ahí la necesidad de que, ávidamente, sintamos nosotros mismos la necesidad de
aprovechar las fuentes de educación, que son
abundantes y están a nuestro alcance.
Sólo pensar en la Instrucción General del Misal Romano, en las Notas Previas (Prænotanda)
de los rituales de sacramentos y sacramentales
mayores, ya nos garantiza abundancia de formación teológica, pastoral y normativa.
Asimismo, hace falta revisar con frecuencia el
desarrollo de cada rito y la considerable variedad
de recursos que ofrece para realizar celebraciones
vivenciales del Misterio de Cristo.
De nuevo acudamos al ejemplo de san Pablo
que nos invita a exclamar: «Para mí la vida es Cristo»10.
89
NOTAS:
10. Filip 1, 21
1. Adrien Nocent nació en 1913 y falleció en 1996.
Fue un monje benedictino belga de la Abadía de
Maredsous. Profesor del Pontificio Ateneo San
Anselmo en Roma. Uno de los grandes artífices de
la reforma litúrgica del Concilio Vaticano II. Miembro de la comisión encargada de establecer una
nueva
escogencia
de
lecturas
bíblicas
(leccionario) para las celebraciones litúrgicas católicas. Ha publicado numerosas obras y artículos de
nivel científico, así como libros de divulgación.
2. Ed. Estela, Barcelona.
3. A. Nocent: El porvenir de la Liturgia, Ed. Estela,
págs. 15-24
4. Congregación para el Culto y la Disciplina de los
Sacramentos: Instrucción inæstimabili donum n.
27 (3 de abril de 1980).
5. MD 38. No tienen por esto una exacta noción
de la Sagrada Liturgia aquellos que la consideran
como una parte exclusivamente externa y sensible del culto divino ó como un ceremonial decorativo; ni yerran menos aquellos que la consideran
como una mera suma de leyes y de preceptos,
con los cuales la Jerarquía eclesiástica ordena al
cumplimiento de los ritos.
6. «La Liturgia no puede ser reducida a un mero
ceremonial decorativo, o a mera suma de
pre3ceptos y leyes, concepción ya reprobada por
la Mediator Dei» (Roma, 27 de octubre de 1984, al
finalizar el Congreso de Comisiones Nacionales de
Liturgia).
7. El señalamiento de Marsili logra poner a la luz lo
negativo y lo positivo. Lo negativo ha consistido
en quedarse en la periferia, en lo estético (en la
punta del iceberg que es lo que se ve). Lo positivo
que, según Marsili es la médula de la reforma litúrgica, es redescubrir allí la continuación del Misterio de Cristo.
8. Gál. 2, 19s.
9. VQA n. 9
Se considera la Liturgia
como el ejercicio del
sacerdocio de Jesucristo.
En ella los signos sensibles
significan y, cada uno a su
manera, realizan la
santificación del hombre, y
así el Cuerpo Místico de
Jesucristo, es decir, la
Cabeza y sus miembros,
ejerce el culto público
íntegro. S.C. 7
90
91
92
Publicación conmemorativa
1963-2013
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