EU-CARISTÍA EN EL PRIMER MES DE LA MUERTE DE GUILLERMO HOYOS VÁSQUEZ (5 de febrero de 2013) Gerardo Remolina, S.J. CONTEXTO Y AMBIENTACIÓN ¿Por qué una Eucaristía para celebrar la memoria de Guillermo? Una EU-CARISTÍA es una oración de “Acción de Gracias”. Agradecemos a Dios por la vida de Guillermo y por todo lo que él supo comunicarnos. Agradecemos por su honestidad en la búsqueda de la verdad, por su compromiso de intelectual y académico con el país y con el mundo de la Universidad. Una Eucaristía es una IMPETRACIÓN por alguien que nos ha precedido en el camino de la vida. Impetramos para Guillermo la gracia de ser acogido benignamente en su nueva forma de vida. Impetramos a Dios para él su bondad y amor misericordioso. ***** Pero esto, más que una explicación, requiere una ambientación. Pacho de Roux, S.J., me envió el 1º de enero el siguiente mensaje: “Querido Gerardo, gracias por tu saludo. Un abrazo grande al iniciar este año y mi sincero deseo para que el Señor te dé salud (…) Hoy he terminado mis Ejercicios Espirituales. He ido a ver a Guillo Hoyos y lo encontré muy mal, pudimos hablar de Dios y le ofrecí una absolución que me aceptó, luego se dio la bendición y me expresó su agradecimiento para con la Compañía. “He sido decente, -me dijo- toda la vida”; y me pidió que lo despidiera de todos sus amigos. (…) Me temo que no volveré a ver a Guillo vivo.” ¿Por qué dirigirnos a Dios? Acudiré a la inspiración de dos filósofos profundamente apreciados y admirados por Guillermo. 1) SÓCRATES (Según la narración de Platón en “El Fedón”) 2 Cuando el esclavo le presentó la copa con la cicuta, Sócrates le preguntó: “-¿Qué dices: con esta bebida es lícito hacer una libación? ¿Se puede o no? (La libación como se recordará era un ritual religioso o ceremonia de la antigüedad que consistía en la aspersión de una bebida en ofrenda a un dios.) Y el esclavo le responde: -Disolvemos, Sócrates, lo que pensamos que es lo justo para beber. -Comprendo -dijo él-, mas es lícito y necesario orar a los dioses que sea feliz el traslado de este mundo al más allá; Esto es lo que yo les suplico. ¡ Y que así sea! “El temor a la muerte, señores, no es otra cosa que considerarse sabio sin serlo, ya que es creer saber aquello que no se sabe. Quizá la muerte sea la mayor bendición del ser humano, nadie lo sabe; y sin embargo, todo el mundo la teme como si supiera con absoluta certeza que es el peor de los males” (ib.) 2) HABERMAS En la época de sus primeros trabajos, Habermas había declarado: "...la autoridad de lo sacro [es decir, de lo religioso] ha sido gradualmente reemplazada por la autoridad de un exitoso consenso", basado en la razón secular.” Sin embargo, la posición de Habermas fue evolucionando: y en su libro “'Una conciencia de lo que falta.- Fe y Razón en una edad postsecular', se refiere a “los límites de la razón secular frente a los contenidos de las tradiciones religiosas que apuntan más allá del reino de lo meramente humano y son capaces de rescatar la sustancia de lo humano”. Posteriormente, en el diálogo que sostuvo en Munich con cuatro jesuitas (Reder, Schmidt, Brieskorn y Ricken) en el año 2007, cuyas actas fueron publicadas en la traducción inglesa de Ciaran Cronin, Habermas trató de ilustrar más ampliamente la pregunta de la relación entre razón secular y fe religiosa. En ese diálogo, Habermas comienza la conversación recordando el funeral de un amigo que en vida 'rechazó cualquier profesión de fe', y sin embargo indicó antes de su muerte que quería que su funeral fuera en la iglesia de San Pedro en Zurich. Habermas interpreta que su amigo "había sentido la incomodidad de las prácticas fúnebres no religiosas y, por su selección del lugar, declaró públicamente que la ilustrada edad moderna no ha podido hallar un reemplazo aceptable de la forma religiosa de acompañar el rito final de la defunción". Lo que dice, prosigue, es que “a la razón secular le falta algo y, sin esto, puede "girar fuera de control". 3 HOMILÍA El filósofo agnóstico Fernando Savater, en su libro “La vida eterna” (Ariel, 2007), pone de relieve “el ansia de inmortalidad” que acompaña, consciente o inconscientemente, a todos los seres humanos; desde el sueño de los alquimistas que buscaban el elixir de la eterna juventud, hasta autores reconocidos como grandes pensadores y académicos. “…compartimos -dice- el grito de protesta que le brota de la entraña misma a Miguel de Unamuno, uno de los pocos autores «cultos» que no temen, llegado el caso, perder la compostura académica e incluso hacer un cierto ridículo frente al self control profesional de los sabios: “no quiero morirme, no; no quiero, ni quiero quererlo; quiero vivir siempre, siempre y vivir yo, este pobre yo que me soy y me siento ser ahora y aquí, y por esto me tortura el problema de la duración de mi alma, de la mía propia” (en “Ensayos”, t.II, ed. Aguilar, 1967, p.770, citado por Savater, p.60) Por otra parte, Savater trae el ejemplo de “La sibila de Delfos: a la que Apolo había prometido el obsequio de cumplir su mayor deseo: ella solicitó no morir nunca y también padeció los horrores de una senectud interminable, hasta que convertida en una suerte de grillo amojonado acabó como juguete de los niños. Los chavales la tenían encerrada en una jaulita, que zarandeaban gritando entre carcajadas: «sibila… ¿qué quieres?», y acercando el oído podían escuchar un chirrido estridente y agónico: «¡quiero morir, quiero morir!» (Savater, p.61-62). Creer en la vida eterna. Savater nos habla entonces de la credulidad y de la fe. “Lo característico de la credulidad -afirma- es su carácter acrítico y su fondo siempre interesado (…) Si algo debiera combatirse implacablemente por medio de la educación no es tanto la fe sino la credulidad. Pero a la credulidad por exceso se contrapone también otra por defecto: el cientifismo reductor que despacha como supersticiones sin sentido no solo las soluciones religiosas sino incluso las mismas inquietudes humanas de que provienen. (Savater, p. 184). “Es más, muchos ateos ilustres consideran que el primer y más claro argumento contra la fe es que responde con directa franqueza a nuestros más íntimos deseos.” (ib., p.188). En una entrevista aparecida en EL TIEMPO del 27 de enero de 2013 (“Debes leer”, p.2) con ocasión del evento cartagenero “Hay festival”, el escritor Mario Vargas Llosa afirmaba: 4 “Fue una gran ingenuidad de los liberales del siglo XIX creer que la religión iba a desaparecer con el progreso de la ciencia. La ciencia puede seguir avanzando hasta extremos absolutamente fantásticos, pero los seres humanos no pueden vivir sin cierta seguridad de que existe la trascendencia, de que no todo se termina aquí.” “Los grandes pensadores liberales, muchos de ellos agnósticos, siempre vieron la necesidad de una vida espiritual muy rica. (…) yo defiendo la existencia de una vida espiritual muy rica, pero al mismo tiempo creo que la religión no debe identificarse con el estado”. Recientemente, a raíz de algunas declaraciones de los dos últimos Papas -Juan Pablo II y Benedicto XVI-, a las que de manera superficial han hecho eco los medios de comunicación, se ha planteado la pregunta de si “Cielo e infierno son metáfora o realidad”. Con relación a ambos, los dos Pontífices han afirmado, desde la fe cristiana, que ni cielo ni infierno son “lugares” físicos, materiales, sino “estados” de plenitud o de frustración absoluta. El cielo y el infierno existen aunque ninguno de ellos sea un lugar. En 1999 Juan Pablo II, afirmó en algunas audiencias de los miércoles, que “El cielo es el fin último del hombre y la realización de sus aspiraciones más profundas, el estado de felicidad suprema y definitiva”… “sabemos que el cielo o la bienaventuranza en que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes”. Otra manera de expresarnos, es decir que el cielo es la “vida eterna”. Hace algunos días leí en una revista de gran circulación en el país la entrevista que se le hizo a un conocido periodista colombiano. ¿Quiere ir usted al cielo? Le preguntaba la entrevistadora. De ninguna manera, respondió el interrogado. Porque, ¡Qué jartera! Vivir para siempre en las nubes, como ángeles, o seres asexuados, tocando el arpa y la lira… ¡De ninguna manera! El Papa Benedicto, en su reciente Encíclica “Spe Salvi” (30 de noviembre de 2007) se pregunta: “¿De verdad queremos esto: vivir eternamente? Talvez muchas personas rechazan hoy la fe porque la vida eterna no les parece algo deseable. En modo alguno quieren la vida eterna, sino la presente, y para esto la vida eterna les parece más bien un obstáculo. Seguir viviendo para siempre -sin fin- parece más una condena que un don. Ciertamente, se querría aplazar la muerte lo más posible. Pero vivir para siempre, sin un término, sólo sería al fin de cuentas aburrido y al final insoportable. (…)” Por un lado, no queremos morir; los que nos aman, sobre todo, no quieren que muramos. Por otro lado, tampoco deseamos seguir existiendo ilimitadamente. Entonces, ¿qué es realmente lo que queremos? (…) ¿Qué es realmente la vida eterna?” Y responde: es la verdadera vida, la vida bienaventurada… “Sería el momento de sumergirse en el océano del amor infinito, en el cual el tiempo -el antes y el después- ya no existe. (…) es la vida en sentido pleno (…) desbordados simplemente por la alegría. «Volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y nadie os quitará vuestra alegría» (Juan 16,22)”. 5 También recientemente, el pasado 6 de enero de 2013, en su artículo “En baile con la muerte”, Umberto Eco se lamentaba: “La muerte ha desaparecido en gran medida de nuestro horizonte de experiencia inmediato. El resultado es que habrá más gente aterrada cuando llegue el momento de enfrentarse al evento que ha sido nuestro destino desde el nacimiento. Un destino que los hombres sabios dedican toda su vida a aceptar.” Como, según Heidegger, nuestro “ser-ahí” mundano es un “ser para la muerte”, como sabios debemos resolver el dilema entre muerte e inmortalidad, entre vida provisoria y vida imperecedera, entre presente fugaz y futuro inmortal . Como seres auténticos, debemos asumir el sentido de la condición originaria de nuestra existencia: ser para lamuerte, o ser para la inmortalidad. *****