El machismo en los cuentos de Juan Bosch El nuevo

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Girón, Jacqueline (2009) El machismo en los cuentos de Juan Bosh Homenaje con motivo del
centenario de su nacimiento (1909 - 2009) Sala Álvarez Nazario, Biblioteca General RUM
29 de octubre
El machismo en los cuentos de Juan Bosch
El nuevo historicismo, o lo que se conoce mejor como estudios culturales
posmodernos, nos provee herramientas críticas con las que tenemos más vías de
acceso tanto al arte como a la historia pasada y la realidad contemporánea. Los
estudios culturales tienen como uno de sus propósitos fundamentales entender de
qué maneras en la obra literaria se reflejan múltiples significados que se originan
en las manifestaciones sociales diversas y complejas a través del tiempo.
La obra de Juan Bosch es especialmente susceptible a esta crítica pues se
trata de obras pensadas, realizadas y publicadas para, desde y con la sociedad en
mente. Cada relato es una estampa de pueblo en el que se ilustran los modos, las
costumbres, las ideas, en fin, la idiosincrasia del pueblo dominicano, en particular,
y del hispanoamericano, en general. Así es posible ver sus penurias y alegrías, sus
conflictos y preocupaciones, sus victorias y derrotas. Entre los muchos temas,
aspectos y matices que pueden ser observados y comentados en la obra narrativa de
este insigne escritor caribeño, quiero concentrarme en el código machista que
caracteriza ideológicamente a sus personajes, especialmente a los masculinos
pertenecientes a la clase campesina dominicana. Pretendo ilustrar como este código
es, en los cuentos de Bosch, un signo de alto prestigio social que paradójicamente
condena a los personajes masculinos emblemáticos del mismo a vivir una
existencia miserable y criminal.
El machismo, elaborado en los textos de Bosch como si fuese un paradigma
honroso y honorable, sostiene estructuralmente la vida y la conducta social del
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campesinado pobre y analfabeta porque le da sentido a una dignidad asentada en
una fachada exterior de hombría antigua, prestigiosa, tradicional y que, según la
consideración más arraigada de la comunidad rural, desgraciadamente ha sido
desplazada por la modernidad y el urbanismo. El machismo y sus preceptos más
arraigados aparecen como un estado de gracia en el que el hombre, aún despojado
de todo, es decir pobre, sin apoyo social, abandonado y hambriento, sabe a qué
atenerse y cómo tiene que actuar para ser un sujeto valorado y admirado dentro de
su comunidad. Así vemos como la voz narrativa legitima la conducta machista del
hombre como emblema nostálgico de unos valores y una época de héroes y
caballeros andantes.
Este es un signo constante en la obra narrativa de Bosch que podemos
detectar claramente al estudiar sus cuentos, como por ejemplo los titulados El
difunto estaba vivo y Todo un hombre. En estos relatos hay tres tipos masculinos:
los cobardes, los abusadores y los hombres verdaderos. A esta última categoría
pertenecen Don Pablo, un terrateniente que resucita para castigar a los cobardes, y
Yeyo, un joven campesino libera a la comunidad de los abusos de Vicente Rosa, el
guapo del barrio. Ambos cuentos nos presentan la típica confrontación entre dos
tipos de machos, los buenos y los malos, que termina con la también típica
conclusión del conflicto, es decir, el bueno castiga al malo.
En la narración titulada Todo un hombre, el protagonista principal es un
joven llamado Yeyo. Al inicio de la obra, se le describe de la siguiente manera:
“Tiene gestos parcos y voz sin importancia. La gente se asombra de verle tan
humilde. Es de cuerpo mediano, de manos gruesas y cortas, de ojos dulces…Yeyo
está contando su caso con una tranquilidad desconcertante.” Mientras Yeyo es
descrito como un muchacho sereno, introvertido y humilde, Vicente Rosa será
caracterizado como un tipo arrogante y agresivo, que se siente con derecho a
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maltratar a todo el mundo porque los ve como sus subalternos. Así vemos como es
capaz de apalear, y hasta de matar, a los indefensos y explotados peones a su cargo
que se niegan a trabajar como animales; como si fuera un rey, Vicente se adjudica
licencia para dejar de pagar sus deudas en el colmado y en la gallera; en los bailes,
no teme arrebatarle las parejas femeninas a otros hombres; y para colmo, se atreve
a toquetear impunemente a las mujeres al verlas sin compañía en la calle o en la
pulpería.
Cuando Yeyo se enfrenta al guapo del barrio y lo humilla frente a los demás
hombres, Vicente Rosa le prepara esa misma noche una emboscada para matarlo;
pero Yeyo se da cuenta y se defiende. Vicente, por cobarde y traicionero,
encuentra la muerte a la entrada misma del bohío de su enemigo.
En el juicio (que es precisamente el marco sobre el que se sostiene la
narración de Bosch), se establece que Yeyo no es perfecto, es decir es
efectivamente culpable de asesinar a otro ser humano; pero la comunidad que lo
acompaña y, por supuesto, la voz narrativa lo absuelven por ser todo un hombre,
como el título del cuento ya lo indica; es decir Yeyo le hace una favor a la
comunidad al matar a Vicente; su acción se justifica y su conducta se describe en
términos positivos. Por eso el cierre del cuento es un chiste con el que Yeyo
despacha jocosamente las recriminaciones del juez: “Le he preguntado – insiste el
juez - ¿Por qué no se quedó acostado, con lo cual se hubiera evitado la tragedia?
Yeyo parece comprender entonces. Tranquilo, con su voz dulce y sus ojos
inocentes, se vuelve hacia el magistrado y dice: “Por que cuando a uno van a
llamarlo a su casa, manque uno sepa que es pa matarlo, su deber ta en atender al
que lo llama”. (p 16 – 17).
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Yeyo no tiene ni parece necesitar amigos, mujer, familia que legitimen sus
actos siempre justificados por su propia consciencia; no tiene ataduras
sentimentales que le nublen el entendimiento; ante cualquier situación de crisis o
de peligro se mantiene distante y sereno, siempre y cuando no se viole su código
férreo de conducta masculina, es decir nunca abusar de la fuerza bruta contra los
más débiles, código que viola constantemente Vicente Rosa y es por eso que se
merece la humillación y la muerte. Para Bosch, al campesino dominicano sólo le
queda ser “hombre”. Su virtud más preciada y valiosa es ser macho cabal, fuerte y
justiciero como se puede apreciar en el cuento El difunto estaba vivo.
En este relato también hay un juicio contra Felicio, el anciano que atacó y
agredió al sargento Felipe cuando éste se atrevió a profanar la tumba de don Pablo
de la Mota. Por ganarse unos pesos, el sargento Felipe vende unos terrenos suyos a
una compañía constructora de carreteras, sin importarle que por aquellos predios
está enterrada la familia del primer dueño del vecindario, don Pablo de la Mota.
Felicio, que fue su peón de toda la vida y le guarda al difunto la admiración y el
respeto que siente un hijo por su padre, va a hablar con los ingenieros del proyecto
para que desistan de profanar la tumba de su antiguo patrón. Por supuesto, ni los
ingenieros ni los trabajadores no le hacen caso y cuando desentierran el ataúd, éste
se abre y Felicio, por la impresión emocional que siente, cree ver que don Pablo
sale de la caja, se monta en el caballo, lo alza y le ordena pegarle, con uno de sus
huesos, en la cabeza al sargento Felipe.
Esta es la acción principal del cuento que sin embargo tiene su verdadero eje
de interés en la figura patriarcal y altanera de don Pablo de la Mota. El cuento se
dilata y se deleita con las anécdotas de vida de don Pablo en las que se subraya el
carácter recio, severo e infalible del hombre todopoderoso fundador del pueblo.
Así por medio de una voz narrativa en tercera persona que recoge las perspectivas
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tanto del ingeniero principal como del peón Felicio, nos vamos enterando de la
vida y milagros del terrateniente: “era dueño de potreros, siembras de tabaco y
caña, de varios conucos, reses, caballos y mulos…Al cabo de largos años de vivir
entregado al cuidado del desmonte… bajó un día a Tireo, conoció a una muchacha
y se la llevó. Antes del año empezó a tener hijos, y todos fueron varones.” Esta
última acotación parece querer subrayar su propia hombría e irrefutable virilidad.
No muestra flaqueza ni dolor ante la muerte de su mujer o frente a la
conducta díscola y delincuente de sus hijos. Esto es lo que dice a los vecinos que se
vienen a quejar de los abusos de poder cometidos por sus hijos: “Los hombres son
para entenderse con los hombres. Si el muchacho lo embroma, mátelo y tíreselo a
los perros.” Sin embargo, don Pablo se convierte en una furia contra un toro
cimarrón que de una cornada mata a su primogénito: “Echaba candela por los ojos.
Ahí mesmo le agarró un chifle al animal y le cayó a machetazos por la cara. El toro
fuetaba la tierra con el rabo y pegaba unos gritos que partían el corazón… cogió el
sable y se lo metió entero al animal…” La venganza irracional y brutal de don
Pablo lo equipara en salvajismo al ataque del toro. Los crímenes cometidos por
don Pablo se justifican por la voz de Felicio: “Don Pablo mata un hombre y no lo
hace por maldad, sino por autoridá…”
Don Pablo es inmisericorde y vengativo con sus enemigos o rivales, callado
y parco en sus expresiones, severo y estricto con sus hijos y allegados, incapaz de
mostrar nunca un asomo de ternura, cariño o solidaridad por los suyos o los ajenos,
soberbio y altanero con sus vecinos. El poder y la autoridad de don Pablo se
magnifica en el cuento cuando se le adjudica la capacidad de que, aún después de
muerto, sale de su tumba y castiga severamente a quien osó enfrentársele. Felicio,
su empleado, se encarga de inmortalizar la memoria de don Pablo: “Sí, el difunto
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taba vivo y seguirá vivo mientras yo no me muera, porque naiden se muere de a
verdá si queda en el mundo quien respete su memoria.”
Tanto don Pablo como Yeyo son personajes modelos para la sociedad
campesina que paradójicamente viven une existencia amargada e infeliz, marcada
por la soledad, la agresión y el conflicto. Para sostener el valioso prestigio de
machos cabales deben vivir a la defensiva, agredir primero, inhibirse de expresar
con libertad sus sentimientos o emociones, reprimir la intimidad, rechazar la
solidaridad, usar el puño o el puñal para resolver conflictos o disputas, esconderse
en el rincón más lejano posible del corazón humano.
Al estudiar los cuentos de Bosch podemos ver una galería de cuadros
diversos del universo caribeño. El retrato del “verdadero hombre” valorado
superlativamente en estos escritos se concreta desde una perspectiva conservadora
que le atribuye específicamente al género masculino virtudes que irónicamente lo
obligan a vivir en soledad, privado de la libre expresión de sus sentimientos,
condenado a agredir en vez de hablar, a actuar en vez de pensar, a reprimirse
emocionalmente en vez desahogarse.
El paradigma masculino en los cuentos de Bosch es un personaje condenado
a la misma existencia de una roca, es decir son seres minerales: duros, estáticos e
impenetrables, incapaces de sentir.
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