RITUAL DE LOS DISCIPLINANTES DE LA VERA CRUZ DE PRADEJÓN Pendón de la Cofradía de la Vera Cruz , en su libro de estatutos, 1681 Las procesiones de disciplinantes eran habituales en todas las cofradías de la Vera Cruz, y por supuesto, la de Pradejón se celebraba cada jueves santo desde su fundación, allá por 1681. En el fondo, la disciplina era una manera de corresponder a la indulgencia que se concedía a los que adoraren la verdadera cruz por bula concedida por Pablo III más de un siglo antes, pero, como todo, acabó en costumbre y apareció el ritual, perfectamente pautado y descrito en el libro de la cofradía. “Este día –se lee en los estatutos de 1681, custodiados en el archivo parroquial- se haga procesión en esta manera. A la hora de las tinieblas estén todos ayuntados en la iglesia, o en la parte o el lugar que fue concertado, donde les hará el sacerdote un breve sermón, que para esto estará prevenido, para los animar y esforzar, y poner algún favor; y para cuando se acabaren las tinieblas, estén todos puestos en orden, vestidos con sus hábitos de lienzo grosero, hecho a manera de cruz, con su capilla para cubrir el rostro y la cabeza, descubiertas las espaldas, y delante un escudo de las cinco llagas y su cordón hecho de esparto o de cáñamo, y con disciplinas en las manos para cuando los sacerdotes bajaren de decir las tinieblas; los cuales salgan a la iglesia... En el interior del templo, en fila tras el cofrade que portaba la cruz, debían desfilar “uno en pos de otro”, mientras el mayordomo y el prior y otros cofrades, “con unas varas negras” iban apartando al gentío. Hay que recordar que en momentos así eran bastante habituales –y lo recuerda repetidamente el padre Calatayud en sus relatos de las misiones que él mismo hacía por los pueblos- los ataques de histeria, por lo que los cofrades que no se disciplinaban cuidaban del orden. Los latigazos comenzaban cuando los curas empezaban a entonar el “O Cruz que spes unica”. “Y empezando dicho verso –sigue diciendo el libro- se hinquen todos de rodillas, y entonces y no antes, comiencen a disciplinarse, y acabado todo el verso, levántense y comiencen el Miserere mei Deus, en tono, y salga la procesión por orden como en la iglesia”. Tras dar una vuelta alrededor del templo, siempre con el látigo sobre las espaldas ensangrentadas, volvían a entrar y adoraban al Santísimo mientras se lavaban, “y hecho el lavatorio sin ruido, ni alboroto, ni palabras ni obras, sean lavados y se salgan”. No sabemos cuando terminó la tradición, pero probablemente no superó los muchos episodios de laicismo que trajeron los gobiernos liberales del siglo XIX. Del libro Pradejón histórico, UR-Ayto. de Pradejón, 2004.