157 VI. LA GUERRA CIVIL Niños saludando, con el uniforme falangista, en Calahorra 158 EL PODER DE LAS ARMAS: DESTRUCCIÓN DEL SISTEMA DEMOCRÁTICO Y REPRESIÓN SISTEMÁTICA DE LA DISIDENCIA El 17 de julio de 1936 el Ejército en Marruecos, al mando del General Franco, se sublevó contra la Segunda República. Se ponía de este modo en marcha la conspiración urdida durante meses por un grupo de generales y oficiales de ideología conservadora. El fracaso de la rebelión en gran parte del territorio nacional, allí donde el Gobierno contó con la adhesión de las fuerzas militares o los cuerpos de policía, dio inicio a una encarnizada guerra civil que se prolongaría durante tres años. En La Rioja el día 18 de julio transcurrió en un clima de incertidumbre e inquietud, tras recibirse a través de la radio y la prensa las noticias de la rebelión militar, ante el temor de que ésta se extendiera a nuestra región. Las autoridades republicanas de la capital, Gobierno Civil y Ayuntamiento, no tomaron ninguna medida preventiva, que sí tuvieron la precaución de adoptar varias corporaciones municipales, como las de Nájera, Cervera, Calahorra o Pradejón, donde los alcaldes organizaron rondas de vigilancia con voluntarios armados. No obstante, tras sublevarse al completo la guarnición de Logroño, la madrugada del 19 de julio, ninguna población pudo ofrecer una resistencia eficaz al avance de las fuerzas militares, a las que se unió desde el día 20 la columna Escámez, unidad procedente de Navarra reforzada con voluntarios carlistas. Así pasó en Calahorra, donde el mismo 19 por la tarde, tras un breve tiroteo, entraban las tropas regulares. El Ejército y las milicias de voluntarios, Falange y Requeté, no hicieron hasta el día 21 de julio su entrada en Pradejón, que hasta ese momento habían mantenido bajo su control patrullas armadas formadas por el Ayuntamiento republicano en colaboración con miembros de las organizaciones de izquierda. Sobre el desarrollo de los acontecimientos en estos primeros días contamos con el relato de un vecino que los vivió, el cenetista Mario Martínez Heras. De acuerdo con sus declaraciones, realizadas a un periódico de la zona republicana, tras huir de la villa en los primeros días de la sublevación: “El día 19 de julio, domingo, notaron los elementos de izquierda, que suman en Pradejón unos doscientos, entre afiliados a la CNT, UGT e Izquierda Republicana, que en Calahorra algunos individuos extraños se habían apoderado de este pueblo, y ante el temor de que se pudiera haber declarado el movimiento sedicioso que se temían, adoptaron toda clase de precauciones quedando a la expectativa. Al siguiente día, lunes, vieron con la natural 159 sorpresa que llegaban a Pradejón y otros pueblos personas que manifestaban su condición de izquierdistas, quienes notificaban que los fascistas habían copado los pueblos de Lodosa y Mendavia pertenecientes a Navarra.” El martes, quienes llegaron fueron “los sediciosos, compuestos por los famosos requetés, militares, fascistas y hasta (...) curas y frailes disfrazados con el fusil en bandolera”. No hubo resistencia armada. Desde este momento Pradejón quedó bajo la autoridad militar. Se leyó el bando del general Mola por el que se declaraba el Estado de Guerra, se sustituyó la Corporación republicana por una nueva, y se practicaron las primeras detenciones. Los detenidos por la milicia rebelde, con la que colaboraron en los apresamientos algunos vecinos del pueblo, quedaron recluidos en el Ayuntamiento. A los pocos días empezaron los fusilamientos. “Desde aquel mismo día [21 de julio] por la noche, ya comenzaron los rebeldes ayudados por los derechistas a infligir duros castigos a los ciudadanos que sospechaban eran de izquierdas, procediendo a la detención de éstos y conduciéndoles a la Casa Consistorial, donde eran sometidos a exhibición, y una vez obtenido el voto de los asistentes a este acto criminoso, tanto si era en pro como en contra eran fusilados”. De acuerdo con los datos de defunción consignados en los registros civiles de Pradejón y Calahorra, del 24 al 28 de julio fueron asesinados 22 pradejoneros en parajes cercanos a la Villa, entre ellos los conocidos como “Rubiejo” (término municipal de Ausejo) y “Cuesta de la Gata” (término de Calahorra). Aunque desconocemos las circunstancias de muchos de los fusilamientos, probablemente siguieron la misma pauta que en el resto de la provincia, alcanzando su mayor intensidad en los meses de julio, agosto y septiembre, con el traslado previo de los prisioneros a Logroño, una vez centralizada la represión en las cárceles de la capital, a partir de agosto. A esto apuntan aquellas ejecuciones de septiembre de las que queda constancia, que se perpetraron en la tristemente famosa “Barranca” de Lardero. La represión más intensa se desarrolló en el verano de 1936, pero el fusilamiento de pradejoneros continuó, aunque de forma esporádica, a lo largo de la guerra y hasta acabada ésta, debido a que algunos de quienes se incorporaron como voluntarios a filas o de quienes consiguieron llegar a territorio republicano, sobre todo desertores del Tercio Sanjurjo, del que hablaremos por extenso más adelante, fueron cayendo prisioneros conforme avanzaban los “nacionales”, y no encontraron clemencia. Hay problemas para cuantificar con exactitud el número de pradejoneros fusilados como consecuencia directa de la represión que siguió a la instauración del nuevo gobierno autoritario militar. La relación más fiable de la que disponemos la suministra Antonio 160 Hernández García, quien tomó como fuente tanto las defunciones consignadas en los registros civiles como testimonios orales de familiares de fallecidos y vecinos que vivieron la época. Dicha relación, bastante detallada, arroja la cifra de 42 asesinatos. Otra fuente la constituye la lista confeccionada por el alcalde, en octubre de 1938, a requerimiento del Comandante del Puesto de Villar, documento que presenta el inconveniente de englobar bajo el mismo concepto de “desaparecidos” tanto a los fusilados como a aquellos que huyeron a zona republicana o desertaron tras incorporarse a filas (algo frecuente, como veremos más adelante). Esas eran las instrucciones de la autoridad militar: “como fusilados, solo se incluirán los que lo fueron en virtud de Consejo de Guerra y [a] los que no lo fueron por este procedimiento se les incluirá como DESAPARECIDOS”. El alcalde contestó con una lista en la que se enumeran 55 desaparecidos, acompañada de una nota, para mayor claridad: “Los que se fusilaron por la fuerza o Milicias se ponen como desaparecidos. Creo [que] no existe ningún fusilado en esta demarcación”. Los dos listados, el de Hernández García y el del Ayuntamiento falangista, una vez excluidas de éste aquellas personas de quienes hay constancia de su situación bien de evadidos bien de desertores, presentan entre sí abundantes coincidencias, aunque también algunas divergencias, y vienen a completarse mutuamente. Conservando la duda acerca de la suerte de los “desaparecidos” (hasta un total de 7), del cruce de ambas listas resulta una balance de víctimas mortales de la represión bastante aproximado (48 vecinos). Aunque tal vez nunca podamos saber con exactitud la identidad de todos los asesinados: el nuevo poder no reconoció sus crímenes fundacionales. Un mínimo de entre 42 y 48 vecinos de Pradejón perdieron la vida a consecuencia directa de la represión política planificada por los militares sublevados, erigidos en nueva autoridad. Como resultó habitual, entre los asesinados por los sublevados encontramos a los dirigentes más destacados del republicanismo local, entre ellos algunos cargos del Ayuntamiento, y a aquellos funcionarios municipales encargados del orden público. Hay que señalar también la presencia del pastor evangélico, y maestro de la escuela de primera enseñanza protestante, Simón Vicente Vicente. Aunque algunas fuentes datan su ejecución en 1946, tras un largo proceso judicial, su asesinato se produjo temprano, en el verano de 1936, sin duda con el objetivo de disgregar la comunidad protestante, objeto a partir de entonces de represalias generalizadas. La tradicional hostilidad de la Iglesia hacia la congregación de Pradejón, y el decidido apoyo prestado por el pastor al Estado laico puesto en marcha por la Segunda República, le granjearon la enconada enemistad de sus adversarios ideológicos: el alcalde franquista y el Jefe Local de Falange le describen hacia 1937 como “quien más contribuyó o 161 quizá el principal inductor de hechos censurables cometidos durante el mando de la República” y “uno de los mayores enemigos del Movimiento Nacional”. Pero junto a estos protagonistas notorios del periodo republicano encontramos también el nombre de muchos otros vecinos que no ejercieron cargos públicos y no destacaron por su liderazgo político. Gran cantidad de los represaliados no “se significaron”, según el término empleado por los verdugos, y teniendo en cuenta su posición, probablemente se habían limitado a pertenecer, como meros afiliados de base, a los partidos republicano y socialista o a los sindicatos obreros. Si nos fijamos en la profesión, la mayor parte de los asesinados eran trabajadores, con claro predominio de los campesinos y los jornaleros. Y si tomamos como representativa la filiación política en los pocos casos en que la conocemos con cierta exactitud, la represión afectó principalmente a los anarcosindicalistas de la CNT. El nuevo poder pretendía implantar su autoridad por medio de la violencia, y no dudó en utilizarla a discreción para descuajar cualquier resistencia de la población civil y todo vestigio del periodo republicano. Las organizaciones políticas y sindicales de izquierda fueron desarticuladas, y muchos de sus integrantes pasados por las armas. Esta destrucción a sangre y fuego del pluralismo anterior afectó también en Pradejón, como hemos adelantado, a la congregación protestante, estrategia represiva que debe encuadrarse dentro de la persecución llevada a cabo, desde la confesionalidad católica del Nuevo Estado, contra cualquier disidencia en materia religiosa. Pese a lo sostenido por Antonio Hernández García respecto a Pradejón, la pertenencia al protestantismo no parece ser un factor que determinara por sí sólo el fusilamiento, ya que en los pocos casos en que conocemos la condición de protestante de los asesinados, como los de el ex alcalde Perfecto Miranda, Santos García y el propio Simón Vicente, ésta estuvo acompañada por lo normal de una militancia política destacada. Pero para los protestantes ya no habría en adelante derecho a ejercer sus creencias, ni en público ni en privado, y como colectivo sufrieron un hostigamiento sañudo de las autoridades. En julio de 1936 los milicianos que ayudaban a las tropas sublevadas asaltaron la Iglesia y Escuela evangélicas, situadas en la calle mayor, y posteriormente se incautaron de sus locales, utilizados, tras algunas reformas, como cuartel para las milicias de Falange y Requeté. Esta rapiña ocasionó un incidente diplomático, ya que los inmuebles, costeados por una misión congregacionalista norteamericana, eran propiedad de la Spanish American Company, con sede en Estados Unidos, y el cónsul estadounidense en Vigo, George M. Graves, los reclamó ante las autoridades franquistas. La primera petición del cónsul, dirigida al Ayuntamiento de Pradejón en mayo de 1938, no consiguió que fueran restituidos los dos 162 edificios, por lo que en octubre Mr. Graves insistió ante el Gobierno Civil, quien solicitó a la Corporación “un informe con toda clase de detalles” en caso de que fuera cierto que los inmuebles se encontraban “habitados por personas extrañas”, dejando claro que “como se trata de una cuestión formulada por el Representante Diplomático de una nación extranjera, sírvase informar urgentemente a este Gobierno”. No obstante, los nuevos trámites sólo consiguieron más explicaciones, y la expropiación de hecho continuó en vigor. Estados Unidos tenía interés en mantener sus relaciones financieras, comerciales y políticas con el bando sublevado, al que las empresas de su país proveían de crédito y productos de gran importancia logística para el Ejército, como camiones y gasolina, y el expolio y represión infligidos sobre la comunidad protestante de la Villa no debió suponer un serio obstáculo para que prosiguieran de modo amistoso el entendimiento y la cooperación con el Gobierno de Franco, al que el Presidente Roosevelt reconoció como legítimo nada más terminar la Guerra Civil. La mujer del pastor evangélico de Pradejón, Casimira Rivas, consiguió asentarse en territorio francés probablemente tras la evacuación del País Vasco previa a la caída del frente norte, aunque prefirió enviar a sus hijas como refugiadas políticas a la Unión Soviética. Gracias a la correspondencia con una amiga que quedó en el pueblo, Teresa Moreno, esposa de Nicomedes Miranda, represaliado que se encontraba entonces en la cárcel, pudo saber del estado en el que había quedado la Iglesia protestante. Regresar para reconstruirla, una vez derrotados los franquistas, constituyó a partir de entonces su obsesión. En una carta que escribe a Teresa desde Calvados (Francia), en agosto de 1937, queda patente cuánta rabia y desesperación hubo de padecer, cuando proclama, respecto a las niñas asiladas en Rusia: “Se fueron de luto por la muerte de su padre; pero volverán de rojo y verán el castigo que Dios dará a los asesinos (...)”. Fervorosa creyente, estaba convencida de que la crueldad de la que habían sido víctimas no quedaría impune: “Dios dará venganza”. Cuando se hizo evidente, ya en los primeros días de la sublevación, que las nuevas autoridades militares tenían pensado llevar a cabo una represión planificada, extensa y expeditiva, carente por completo de cualquier garantía jurídica, hubo izquierdistas que decidieron esconderse o huir, intentando ganar la frontera o llegar hasta el bando republicano. Así lo hizo Marino, un joven de tan solo 15 años, el hermano menor de Mario Martínez Heras, cuyo relato hemos utilizado para reconstruir los primeros momentos de la guerra en Pradejón; pero, como cuenta Mario, “a los ocho días de andar errante por el campo se venció su voluntad y se entregó a los conjurados sediciosos, quienes inmediatamente le fusilaron”. 163 Julio Ezquerro García se ocultó en el canal de Lodosa, donde según algunos testimonios permaneció varios días bajo el agua, respirando a través de una pajita, hasta que le descubrieron y le mataron allí mismo, el 26 de julio. Feliciano García García, dirigente local de la CNT, permaneció encerrado en su casa, como topo, durante cuatro meses, y acabó entregándose a las autoridades, que respetaron su vida. Aún se cuenta en la Villa que, ante la sospecha de que había sido descubierto y no estaba seguro en su escondite, cambió de lugar oculto en un serón de paja mientras la mayor parte de los vecinos asistía a un partido de pelota. Entre quienes optaron por la huida al bando republicano se encontró el propio Mario Martínez Heras. “Provisionalmente se escondió en el pajar de su casa provisto de un pan, donde estuvo tres días”, y luego se dirigió a pie hacia Bilbao, manteniéndose con remolachas y otros productos del campo que encontraba por el camino, hasta llegar a Mondragón a primeros de agosto, “con los pies llagados”. Merece la pena describir con detalle el drama de la familia Martínez Heras porque refleja la dureza y el salvajismo de la persecución franquista en la retaguardia durante la Guerra Civil. La persecución política de la que Mario consiguió huir, y que le valió la muerte a Marino, su hermano menor, alcanzó también a su otro hermano, Emeterio, el mayor de los tres: primero le llevaron a la cárcel, en septiembre de 1936 ingresó (bajo coacción) en el Tercio Sanjurjo, desertó a la zona republicana en el frente de Aragón, los “nacionales” le capturaron tras la toma de Valencia, en abril de 1939, y se le juzgó en Consejo de Guerra, lo cual significa que probablemente se le condenó a muerte o a una larga pena de cárcel. El cabeza de familia, Francisco Martínez Ezquerro, quien aconsejara a Mario huir, se encontraba detenido a principios de 1938 en la Prisión Habilitada del Cine Beti-Jai de Logroño, donde permaneció al menos hasta finales de ese año. Procesado por “responsabilidades políticas”, se le impuso una elevada multa y se procedió a embargar sus bienes para hacer frente al pago. ¿Qué fue de la madre de esta familia destrozada? A la hora de hablar de la represión tiende a pasar desapercibido el sufrimiento de las mujeres, exento de violencia directa (que no estructural) y, por lo tanto, menos evidente, pero también muy intenso. Joaquina Heras Ezquerro quedó sola en Pradejón, una mujer sin medios de vida, con el marido en la cárcel, un hijo asesinado y otros dos en paradero incierto, y marcada con el estigma de “roja”. Una mujer que, sumados al dolor, tuvo que arrostrar la humillación, la segregación y la pobreza. Y a la que ni siquiera le consintieron protestar. Joaquina consiguió que otros 45 vecinos de Pradejón firmaran una declaración avalando la “buena conducta política, moral y social” de su esposo y la elevó al General Gobernador Militar de la 164 provincia, en agosto de 1938, junto con la solicitud de que se pusiera en libertad a su marido. Ante esta demanda el Delegado de Orden Público reaccionó imponiendo a todos los que la suscribieron multas que oscilaron entre 300 y 25 pesetas, “teniendo en cuenta que los firmantes de dicho escrito tratan de evitar la verdadera justicia de la Nueva España”. A Joaquina le impuso la segunda más elevada, 250 pesetas. Una cantidad que desde luego no podía pagar, y que probablemente tampoco las autoridades esperaban llegar a cobrar. En la anterior relación aparecen varias de las diversas formas de represión utilizadas por el nuevo poder autoritario para afirmarse y mantener el control público. Nos hemos ocupado por extenso de la más extrema, la ejecución, que hasta entonces no había sido utilizada de un modo tan arbitrario y expeditivo. Otras modalidades empleadas por extenso fueron la cárcel y las sanciones económicas. Por lo que respecta a la privación de libertad, a mediados de agosto de 1938, cuando ya había tenido lugar la excarcelación a gran escala en La Rioja, aún permanecían encerrados 5 vecinos de Pradejón: Francisco Martínez Ezquerro, Julián Gómez, Benjamín Ocón, Ángel Pellejero y Nicomedes Miranda Medrano. Benjamín Ocón Martínez, miembro de la CNT y sereno con el Ayuntamiento republicano, había permanecido oculto desde la sublevación hasta noviembre de 1936, momento en que se entregó a las autoridades e ingresó en prisión. A Nicomedes Miranda Medrano, de 50 años por estas fechas, le había condenado un Consejo de Guerra Sumarísimo, celebrado en Logroño a principios de 1937, y no saldría en libertad condicional hasta mayo de 1941. Hay que añadir a estos encarcelados en la retaguardia aquellos desertores y evadidos a zona republicana que cayeron capturados a lo largo de la contienda, con frecuencia internados en campos de concentración y luego condenados a largas penas de cárcel en Consejo de Guerra, situación de la que nos ocuparemos por extenso al tratar del Tercio Sanjurjo. En un principio el gobierno municipal o provincial impusieron multas por motivos políticos, a propia discreción, a algunos vecinos. En enero de 1937 el gobierno dictatorial franquista se encargó de tipificar un nuevo delito, el de “responsabilidades políticas”, con el objeto de imponer sanciones económicas que compensaran los “daños y perjuicios de todas clases” causados por algunos individuos al triunfo del “Glorioso Movimiento Nacional”. El mismo decreto por el que se promulgaba la “Ley de Responsabilidades Políticas” disponía la incautación de bienes de los condenados a fin de liquidar la cuantía de la multa, en un momento en el que los sublevados necesitaban allegar recursos para mantener la maquinaria bélica. 165 Por concepto de “responsabilidades políticas” se procesó a un total de 14 pradejoneros, entre ellos varios vecinos ya fusilados (técnicamente “desaparecidos”). De acuerdo con el procedimiento habitual en este tipo de juicios, la administración de justicia, subordinada en última instancia a la autoridad militar, usó como piezas inculpatorias los informes de “antecedentes políticos y sociales” emitidos por el alcalde, el cura Párroco, el Comandante de la Guardia Civil (en el caso de Pradejón, el del vecino puesto del Villar de Arnedo) y el Jefe Local de FET-JONS. La “depuración” de los empleados públicos de izquierda, tanto municipales como estatales, también puede considerarse una represalia económica, aunque las nuevas autoridades lo hicieran básicamente con la intención de asegurarse la fidelidad de sus subordinados. El Ayuntamiento de derecha constituido en Pradejón tras el golpe de Estado adoptó en su primera sesión, en julio de 1936, el acuerdo de despedir a todos los empleados municipales del periodo anterior. Y en septiembre la depuración de personal docente emprendida por el Gobierno afectó a una de las maestras de primaria de la localidad, Dolores Casas Cerezo, entonces huida, a quien se suspendió de empleo y sueldo. Para concluir tan larga lista de persecuciones debemos recordar, por último, que en el caso específico de las mujeres se usó al inicio de la Guerra Civil una modalidad más de castigo por motivos políticos, al que también se vieron sometidas algunas vecinas de Pradejón: el rapado de pelo, considerado humillante, y la posterior exhibición al escarnio público. Los informes de “antecedentes políticos y sociales”, mencionados más arriba, acabaron convirtiéndose bajo la Dictadura en la herramienta esencial para clasificar y controlar a la población, de la que se valieron tanto los cuerpos de seguridad (Guardia Civil, Investigación y Vigilancia), como, en general, la administración pública. En el Archivo Municipal de Pradejón, sección de Orden Público, donde se conservan copias de tales expedientes, encontramos un buen ejemplo de este proceder. Ya acabada la guerra, en verano de 1940, la Comisaría de Investigación y Vigilancia de la provincia solicitó del Ayuntamiento informes sobre la conducta observada durante el periodo republicano por 39 pradejoneros, en el momento de la petición residentes en otras localidades. En el régimen franquista quienes contaban con un pasado de izquierdas quedaron bajo sospecha y, con frecuencia, marginados. Una represión tan violenta, que exterminó de forma directa aproximadamente a un 2% de los habitantes, la mayor parte en un intervalo muy corto de tiempo, causó una profunda conmoción en Pradejón. Y las primeras persecuciones y represalias dieron paso luego a un 166 largo periodo dictatorial caracterizado por la vigilancia y la coerción permanentes, en el que se mantuvo constante durante mucho tiempo el espíritu revanchista. Esta experiencia traumática supuso para la Villa el final abrupto de un periodo de libertades y pluralidad, en el que, si bien se habían puesto de manifiesto tensiones y conflictos sociales, estos casi siempre se dirimieron dentro de un marco de convivencia pacífica. El movimiento obrero revolucionario, que había hecho presencia en la localidad durante un breve lapso de tiempo, quedó arrancado de raíz, y los partidarios de las reformas sociales, la tolerancia y la democracia tardarían décadas en volver a participar en la vida pública. OTRA CONTRIBUCIÓN DE SANGRE: LA MOVILIZACIÓN AL FRENTE DE VOLUNTARIOS Y QUINTOS Convertida la primitiva insurrección militar en una guerra de frentes, ante la resistencia que encontró su pretensión de derrocar a la Segunda República, los sublevados ejercieron la autoridad que, por medio de las armas, habían obtenido sobre una parte del territorio, orientándola de modo prioritario a mantener el esfuerzo bélico. Con este objetivo se apresuraron a movilizar la población bajo su mando, a fin de reforzar los efectivos con los que contaban. En los primeros momentos la movilización bélica se canalizó a través de la llamada a filas de voluntarios, que podían incorporarse bien a las milicias existentes, Falange y Requeté, bien al Ejército regular. Posteriormente las milicias pasaron a fusionarse con el Ejército ordinario, disolviéndose en la práctica, y se recurrió a la progresiva leva de quintos, que llegó hasta la “Quinta del Biberón”, formada por jóvenes que cumplían los 17 años en 1939. Dado lo masivo del reclutamiento en los primeros meses de la Guerra Civil hay que hacer notar que, pese a su carácter “voluntario”, en la decisión de incorporarse a las fuerzas sublevadas influyó siempre, en mayor o menor grado, la coerción ejercida por el nuevo poder militar, dispuesto a castigar a quienes no demostraran su adhesión al “Glorioso Movimiento Nacional”. Desde luego hubo quien empuñó las armas a favor del triunfo de los “nacionales” por convicción personal, a fin de defender un orden social que consideraban amenazado, en particular las prerrogativas de la Iglesia católica y la estructura tradicional de la propiedad. En el otro extremo encontramos a quienes acudieron a alistarse por miedo a las represalias sobre ellos o sus familias. Y entre ambos polos, todo un abanico de matices. En la Guerra Civil nadie pudo dejar de elegir aquel bando que le deparó el éxito o fracaso de la sublevación allí donde residía. 167 En Pradejón hubo sin duda numerosos voluntarios de derecha. Pero también encontramos junto a ellos un claro ejemplo de voluntariado forzoso. Los mandos militares decidieron reunir a todos los reclutas de izquierda procedentes de Calahorra y otros pueblos cercanos de ambas orillas del Ebro, de lealtad dudosa, en una misma unidad, el Tercio Sanjurjo, luego incorporado a la Primera Legión. Como en La gran evasión, juzgaron prudente colocar todas las “manzanas podridas” en el mismo cesto. En la Segunda Bandera, formada en septiembre de 1936, quedaron encuadrados 50 vecinos de Pradejón, la tercera parte de ellos conceptuados como pertenecientes a la CNT, y el resto como de izquierda, sin precisar filiación. El Tercio Sanjurjo constituyó una unidad excepcional, con tendencia a la defección, y muchos de sus soldados recibieron un duro castigo por ello: ante la sospecha de una fuga colectiva se fusiló en la retaguardia a 200 de sus integrantes, luego enterrados en zanjas en el cementerio de Zaragoza. En el frente gran parte de estos reclutas tan poco convencidos cambiaron de bando, y muchos de los desertores acabaron hechos prisioneros y encarcelados. De los pradejoneros integrados en la Segunda Bandera del Tercio Sanjurjo, el 42% desertó al bando republicano una vez en el frente. De estos desertores al menos la mitad acabaron siendo capturados por los “nacionales” en su avance victorioso y sometidos a Consejo de Guerra, lo que significó, probablemente, el inicio de un largo periodo de reclusión. Fueron los últimos vecinos de Pradejón represaliados a consecuencia directa de la Guerra Civil. Algunos vivieron un auténtico peregrinaje en este trayecto de ida y vuelta entre trincheras. Félix Ambrosi Ezquerro, tras conseguir desertar, prestó servicios en el cuerpo de Guardias de Asalto de Valencia, resultó capturado a la caída de la ciudad y se le juzgó en Consejo de Guerra Sumarísimo de urgencia en Zaragoza, en agosto de 1939. Miguel Ocón San Casimiro desertó cuando se produjo la rendición de Belchite ante las tropas republicanas, los “nacionales” le capturaron en Valencia, pasó por los campos de concentración de GiletPetres (Valencia) y Zeluan (Región Oriental de Marruecos) y acabó siendo procesado en Zaragoza en 1940. Otros desertores corrieron mejor suerte tras conseguir alcanzar un refugio seguro. Ese parece ser el caso de Félix Íñiguez Martínez, a quien el Comandante del Primer Tercio de la Legión había dado por muerto en combate, y que en realidad se encontraba en Beni-Suf, Argelia. Así se encargó de denunciarlo ante las autoridades militares el alcalde de Pradejón, tras interceptar una carta que el fugado había escrito a su esposa. Como viuda de guerra, la 168 mujer de Félix Íñiguez se encontraba cobrando una pensión mensual del Estado, que perdió tras descubrirse la verdadera situación de su marido. Lo mismo les sucedió a las esposas de otros dos pradejoneros del primitivo Tercio Sanjurjo, Domingo León Ezquerro y Eladio García Ezquerro, igualmente dados por muertos en acción de guerra, y a quienes también acusó el alcalde de ser en realidad desertores. Pero hubo también muchos pradejoneros que combatieron en los ejércitos de Franco, bien porque fueron movilizados con su quinta, bien por convicción propia, en este caso, ingresando en las milicias de Falange y Requeté. Muchos –no menos de 17- fallecieron en el frente, dejando viudas y huérfanos; otros muchos resultaron heridos. Eran jóvenes soldados como Andrés Ocón Mangado, encuadrado en la 2ª Compañía del 2º Batallón, que cayó en el frente de Madrid, sector del Jarama, el 13 de marzo de 1937, embarcado en una guerra que seguramente no había querido. Andrés había escrito a su madre en septiembre del año anterior una carta que quería ser tranquilizadora, aunque en ella contara que cada noche la aviación, no sabía si la propia o la enemiga, bombardeaba la zona, y el ruido no le dejaba dormir. Otro pradejonero enrolado en el bando "nacional", Santiago López García, falleció en el Hospital de Basurto el 5 de febrero de 1938, a consecuencia de las heridas recibidas en el frente de Santander. También en el Norte, en el frente de Asturias, resultó herido el Cabo Antonio Hernáez Vallejo, perteneciente a la Centuria de Falange de Navarra, a finales de 1937. Y en el frente de Aragón perdieron la vida otros tres pradejoneros, éstos "voluntarios" forzosos del Tercio Sanjurjo: Félix Ocón Martínez, que cayó en Teruel el 20 de agosto de 1937, Jesús Ortega Hernández, que murió el 7 de septiembre de 1937 en la posición de Orna (Jaca), y Máximo Ezquerro Ezquerro, fallecido el 3 de abril de 1938. De todos los rincones de España, en especial de los pueblos y ciudades donde tuvieron lugar las grandes batallas – Guadalajara, Brunete, Jarama, el Ebro-, llegaban a Pradejón noticias de defunción, acompañadas a veces de algunos efectos personales del fallecido (una manta, un mechero, una fotografía) destinados a los familiares. El luto afectaba también a las familias de los que iban a ganar la guerra. Un total de 17 pradejoneros que participaron en la Guerra Civil en el bando franquista perdieron la vida en combate. Desde los inicios de la Dictadura, y hasta años hace pocos años, una placa colocada en la fachada de la Iglesia recordaba los nombres de todos ellos para honrar su memoria como “caídos por Dios y por España”. Con las obras de reconstrucción de la iglesia la lápida desapareció entre los escombros, lo que ha planteado a los historiadores una curiosa paradoja: el recuerdo de los pradejoneros fusilados, los “rojos”, 169 que los vencedores trataron de sepultar en el olvido, aparece constantemente en la documentación, pues fueron objeto de la atención de las autoridades, generalmente para aumentar su oprobio y el de sus familias. Sus nombres y actividades, a veces sólo indicios de sus ideas, pasaron a los legajos judiciales, perfectamente conservados; sin embargo, los vencedores sólo mantuvieron la memoria de los caídos en la lápida. Eran soldados caídos: nada había que añadir. No hay que advertir que el acceso a las fuentes archivísticas era imposible al público, por lo que al franquismo no le preocupó dejar papeles que hoy resultan realmente comprometedores. Los franquistas confiaron en que la memoria de los fusilados iría diluyéndose, convertido en un tema tabú del que sólo se hablaba en familia, lo que perduró incluso durante los primeros años de democracia. En el otro bando, tampoco se hizo ostentación de los caídos: al fin y al cabo, la mayoría eran jóvenes de familias trabajadoras. En algunos casos, entre los propios parientes había víctimas de uno y otro lado. A las penalidades y riesgos propios de la vida de un soldado en guerra hay que añadir el drama de la retaguardia: las familias también padecieron un coste añadido a causa de la movilización en forma de falta de medios de vida, debido a la ausencia de los jóvenes que con su trabajo suministraban una parte o la totalidad de los ingresos domésticos. Dan testimonio de esta situación, por lo que respecta a quienes se dedicaban a trabajar en el campo, las solicitudes presentadas por el alcalde de Pradejón a los mandos militares para reclamar que concedieran a soldados en servicio unos días de permiso a fin de que pudieran venir al pueblo sobre todo en el tiempo de recoger las cosechas. Drama sobre drama, la Guerra Civil no dejó indemne a casi nadie. Vecinos de Pradejón asesinados por la represión franquista Nombre y apellidos [Alias] Abad Aparicio, Antonio Delgado Calvete, Félix Elvira Martínez, Pedro ["el Pescador"] Escudero, Juan Ezquerro De Blas, Ángel Ezquerro De los Remedios, Laureano Ezquerro Ezquerro, Valentín Ezquerro Ezquerro, Ángel Ezquerro Ezquerro, Dionisio Ezquerro Ezquerro, Víctor ["el Estanquero"] Ezquerro Ezquerro, Victoriano Ezquerro García, Elías ["el Rana"] Ezquerro García, Julio Ezquerro García, Pedro Oficio Contratista obra Escuelas Veterinario Pescador Edad Ejecución Filiación supuesta 26-VII-1936 29 47 27-VII-1936 26-VII-1936 Fusilado en filas Desaparecido Labrador Herrero Labrador 52 33 31 47 Labrador 50 Labrador Labrador 27 27 26-IX-1936 24-IX-1936 26-VII-1936 CNT Fusilado en el frente 26-VII-1936 CNT Cargo público 170 ["el Cacharro"] Ezquerro González, Justo Ezquerro González, Pablo Ezquerro Herce, Juan Ezquerro Marrodán, Isidro ["El Popo"] Ezquerro Martínez, Manuel ["el Zurdo"] Ezquerro Miranda, Ángel Ezquerro Santos, Damián Ezquerro Santos, Justiniano Ezquerro Vallés, Ángel Garbayo Martínez, Ignacio ["Sagasta"] García Domínguez, Pablo García García, León ["Ocario"] García García, Máximo García García, Miguel ["Ocario"] García Ocón, Gregorio ["el Monín"] Goicoechea Alonso, Julián Gómez Martínez, Francisco Gómez Ramos, Ángel Gómez, Fidel Íñiguez Ezquerro, Venancio Mangado Fernández, Teófilo Mangado Preciado, Víctor Martínez Heras, Marino Miranda Medrano, Faustino Miranda Medrano, Perfecto Ocón Martínez, Fermín Ocón San Casimiro, Félix ["el Catorce"] Ocón, Victoriano Pérez Jiménez, Juan ["el Churrero"] Ramírez Ezquerro, José Ramírez García, Santos ["el Tuerto" o "el Morito"] San José Ezquerro, Simón Simón Ezquerro, Julio ["Chumarro"] Vicente Vicente, Simón Obrero Labrador Jornalero 22 39 29 27-VII-1936 Desaparecido 27-VII-1936 Labrador 47 25-VII-1936 Tahonero Labrador Labrador Labrador Jornalero 30 29 36 16 30 26-IX-1936 24-VII-1936 25-VII-1936 27-VII-1936 Jornalero Del campo 38 Desaparecido 26-VII-1936 Jornalero Jornalero 28 29 27-VII-1936 26-VII-1936 Labrador 34 27-VII-1936 Sastre Pastor (jubilado) 33 54 Desaparecido Jornalero 54 12-IX-1936 Desaparecido 25-VII-1936 Jornalero Labrador Jornalero Jornalero 15 52 54 39 28 Desaparecido 28-VII-1936 27-VII-1936 CNT/ Dirig. IR 24-VII-1936 Herrero 20 Desaparecido 27-VII-1936 Labrador 49 25-VII-1936 Albañil 50 27-VII-1936 Maestro 43 9-IX-1936 Guarda de campo Concejal CNT Alguacil Desertor fusilado alcalde CNT/FP Juez Municipal Dirig. IR Pastor evangélico Voluntarios de Pradejón en la Segunda Bandera del Tercio Sanjurjo (septiembre de 1936) Nombre y apellidos Acero Carvajal, Rafael Ambrosi Ezquerro, Félix Ambrosi Martínez, Miguel Benito Garbayo, Nicolás Cordón Ezquerro, Emiliano De Diego Martín, Pedro Elvira Recio, Félix Ezquerro De Petra, Pedro Ezquerro Ezquerro, Félix Ezquerro Ezquerro, Francisco Ezquerro Ezquerro, Jacinto Ezquerro Ezquerro, José Ezquerro Ezquerro, Máximo Filiación supuesta CNT Elemento izquierda Elemento izquierda CNT Elemento izquierda CNT CNT Elemento izquierda Elemento izquierda CNT Elemento izquierda Elemento izquierda Elemento izquierda Incidencias Desertor; capturado Valencia; Consejo Guerra Zaragoza 1939 Desertor Desertor Desertor Detenido Prisión Provincial Logroño por hurto Falleció frente Aragón (3-IV-1938) 171 Ezquerro Fernández, José María Ezquerro García, Mariano Ezquerro González, Francisco Ezquerro Miranda, Francisco Ezquerro Ortega, Domingo Isaías Ezquerro Santos, Agapito Fernández Mangado, Félix Fernández Marín, Félix Fernández Pérez, Máximo García Ezquerro, Eladio Gómez González, Julián Gutiérrez Ezquerro, Antonio Heras Preciado, Jacinto Herce Ezquerro, Julián Íñiguez Ezquerro, Félix Íñiguez Ezquerro, Pedro Íñiguez Fernández, Daniel Íñiguez Martínez, Félix Lavega Gómez, León Elemento izquierda Elemento izquierda Elemento izquierda Simpatizante CNT Elemento izquierda Elemento izquierda CNT Elemento izquierda Elemento izquierda Elemento izquierda CNT Elemento izquierda Elemento izquierda Elemento izquierda CNT Elemento izquierda CNT Elemento izquierda León Ezquerro, Domingo López Mangado, Julián Mangado Ezquerro, Fermín Mangado Preciado, Víctor Marín Muñoz, Juan Marrodán Mangado, Gerardo Martínez Ezquerro, Miguel Martínez Heras, Emeterio Elemento izquierda Secretario CNT Elemento izquierda CNT Elemento izquierda Elemento izquierda CNT CNT Martínez Jiménez, Demetrio Miranda González, Gabino Muñoz Heras, Luciano CNT Elemento izquierda Elemento izquierda Ocón Mangado, Felipe Ocón Martínez, Félix Ocón San Casimiro, Miguel CNT Elemento izquierda Elemento izquierda Ortega Hernández, Jesús Pellejero Cordón, Santos Ramírez Ezquerro, Jesús Santos Ezquerro, Daniel CNT CNT Elemento izquierda Elemento izquierda Desertor; capturado Figueras Caballero Mutilado de Guerra ¿Desertor? ¿Falleció frente Teruel (21-IV-1937)? Desertor Desertor Desertor Desertor Desertor; capturado Valencia; Consejo Guerra Tauima 1940 Desertor Fallecido Desertor Desertor; fusilado Desertor Desertor Desertor frente Aragón; capturado Valencia; Consejo Guerra Tauima 1940 Desertor V-1937; capturado Valencia; Consejo Guerra Tauima 1941 Falleció frente Teruel (20-VIII-1937) Desertor frente Aragón; capturado Valencia; Consejo Guerra Zaragoza 1940 Falleció frente Jaca (7-XI-1937) Desertor; capturado Valencia Desertor Desertor