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MONSEÑOR ARIEL GUTIÉRREZ MARULANDA
(1933 – 2014)
El 08 de Septiembre de 1933 en Salamina Caldas en el hogar
formado por Don Juan de Dios Gutiérrez y Doña Magola
Marulanda cariñosamente llamada Magolita nació Carlos Ariel,
quienes con Gustavo y Berta, formaron un hogar sencillo,
trabajador, de sanas costumbres y profunda fe. En el seno de su
hogar modelo de virtudes nació la vocación sacerdotal de quien
atraves de su vida dejara huella de luchador incansable, de
hombre de fe y acendrado amor a la Iglesia y a la Patria. Hizo sus
estudios primarios en su cuna natal e ingreso luego al Seminario
Menor de Manizales. Hasta su ordenación sacerdotal sus
primeros años trabajó en la planta de formadores del Seminario
Menor. Solicitó permiso para trabajar con las Fuerzas Armadas y
fue nombrado en la Base de Palanquero en la Fuerza Aérea
Colombiana. Después de un año pasó al Ejército Nacional donde
se escalafonó como Oficial de los servicios en esa época.
Fue Capellán en varias unidades y en especial en la Escuela de Cadetes José María
Córdoba. Ayudó algún tiempo a Monseñor Pedro Pablo Galindo Capellán General de las
Fuerzas; pasó luego a ser Capellán General del Ejército Nacional. En la vacante de
Monseñor Mario Escobar Serna fue designado por el Señor Cardenal Aníbal Muñoz Duque
como Vicario Delegado Castrense durante dos años. Al ser nombrado Monseñor Víctor
Manuel López Forero fue designado Vicario General del Obispado, con su despacho en el
Ministerio de Defensa, distinguiéndose como enlace entre el Ministro de la Defensa y la
cúpula Militar con el Señor Obispo Castrense. A petición del Celam para organizar la
sección de los Vicariatos Castrenses de Sur América y el Caribe, el Señor Obispo le pidió
ese servicio sin perjuicio de su cargo. Más tarde ante el fortalecimiento de la misión trabajó
con ellos casi de tiempo completo sin desvincularse de su Ejército y su Obispado Castrense.
Se retiró del servicio después de una fecunda vida sacerdotal dedicada con amor al Ejército,
al Obispado, al Seminario y al Celam.
Al Ejército: Ya vimos su trayectoria; solo agreguemos que su don de gentes, su sencillez y
su bondad, fueron ganando el corazón de los militares, convirtiéndose en su consejero,
compañero, amigo, confidente, a quien llamaban siempre para suminístrales los
sacramentos. Cuando sabía de algún enfermo acudía a su lecho de dolor, acompañándolo
muchas veces hasta su último aliento de vida: Formador de muchos de ellos razón por la
cual lo admiraban y escuchaban sus sabios consejos.
Digno de mención fue su
preocupación por la salud mental
de los militares en la zona de
conflicto y la separación de su
hogar, así diariamente visitaba
dichos enfermos en el Hospital
Militar: Trabajó sin descanso
para que cada unidad tuviera un
lugar para el culto. Cuánto le
debe el Ejército Colombiano a
este nuestro abnegado servidor de
Cristo Jesús.
Preocupación por la ética dedicó tiempo a la elaboración del libro de ética para el personal
de las Fuerzas Armadas.
El Obispado: No nos equivocamos al decir que Monseñor Ariel Gutiérrez fue un pilar y
gestor del Obispado que hoy tenemos. Sus intervenciones con el Señor Cardenal Muñoz
Duque, con el Cardenal Mario Rebollo y con Mons. Mario Escobar, fueron gestando en la
mente de los Vicarios la idea de su Obispado Castrense organizado como una Diócesis con
Seminario propio. Cuando su Santidad Juan Pablo II emitió la Constitución “Spirituali
Militum Curae” dedicó su tiempo y su ardor por plasmarla en el Vicariato. A Él se le deben
los Estatutos que más tarde aprobaría la Santa Sede. Entregó su alma, su mente, su
inteligencia, su corazón a su Obispado, y era frecuente escucharle después de su retiro, al
ver los avances del Obispado. ¡Cómo me alegra!. El Obispado Castrense guardará siempre
su memoria como plasmador y realizador de la “Spirituali Militum Curae”. Siempre que
digamos la frase “Sus peculiares condiciones de vida” lo recordaremos con gratitud por su
amor a la Iglesia, al Obispado y a los Militares del país.
Al Seminario: Fue pionero de las Vocaciones entre el personal del Ejército Nacional y por
los años 76 – 77, llegaron al Seminario Mayor de Bogotá los primeros seminaristas
castrenses. Le puso el alma a la adecuación de la Casa Seminario y más amor a la Capilla y
al edificio de los Teólogos: visitaba la casa Seminario con frecuencia, departía con los
alumnos y daba la catedra de la Pastoral Castrense. Después de retirado del servicio activo,
fue llamado por el Señor Obispo Fabio Suescún a asumir la rectoría cargo que aceptó con
obediencia y amor del 14 de septiembre de 2004 al 15 de marzo de 2006, cuando le pidió al
Señor Obispo dejarlo descansar. Forjador de Capellanes inculcó en los estudiantes su amor
al Obispado y su realización como sacerdotes de Cristo en las Fuerzas Armadas. Su caridad
sacerdotal, el anhelo de tener más Capellanes propios, lo llevo a fundar la “Asociación de
Amigos del Seminario” para recolectar dineros y ayudar a los seminaristas pobres. El
Seminario Castrense Jesucristo Redentor, guardará recuerdo eterno de su Rector, amigo y
benefactor.
Al Consejo Episcopal Latinoamericano CELAM. Su celo sacerdotal, su amor a la Pastoral
Castrense y su anhelo de servicio lo llevaron al CELAM donde dio cuerpo a la sección de
la Pastoral Castrense, hasta crear auspiciado por el CELAM la reunión de los Obispados
Castrenses de América Latina y El Caribe cuyos frutos podemos constatar después de 16
encuentros. La amistad cordial entre los Obispos, la unidad de acción Pastoral en el
Continente y el peso ante la Santa Sede son fruto del visionario que sacó y realizó el sueño
de la unidad y el trabajo por Cristo Jesús en una Pastoral coordinada y fervorosa.
Fruto de estos encuentros tenemos: a) El Diplomado de Pastoral Castrense integrado por
Capellanes de los diversos Obispados y la cercanía y amistad de los Capellanes Castrenses.
b) El Representante y Coordinador de los Obispos Latinoamericanos ante la Santa Sede.
Monseñor Ariel y otro Capellán fueron a Quito a formar los primeros Capellanes
Castrenses cuando se creó el Ordinariato Militar de ese país. Países sin Obispados
Castrenses como México, Costa Rica, Panamá, van a los encuentros con miras a un futuro
Ordinariato creado por la Santa Sede.
Restan citar entre muchas cualidades que adornaron a Monseñor Ariel. Su amor al deporte,
su espíritu investigador, su solicitud por los enfermos, su lealtad en la amistad, su franqueza
y su alegría y algo que jamás olvidares, su saludo: ¡amigo!, cómo estas.
Paz en su tumba, felicidad en la casa del Padre y seguir velando por su Obispado, su
Ejército, su Seminario y su Celam ante ese Jesús a quien dedicó su vida sacerdotal.
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