Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano BIBLIOTECA DE RECURSOS ELECTRÓNICOS DE HUMANIDADES para red de comunicaciones Internet ÁREA: Publicaciones Electrónicas- Música. Los contenidos incluidos en el presente artículo están sujetos a derechos de propiedad intelectual. Cualquier copia o reproducción en soportes papel, electrónico o cualquier otro serán perseguidos por las leyes vigentes. Liceus, Servicios de Gestión y Comunicación S.L. C/ Rafael de Riego, 8- Madrid 28045 Tel. 91 527 70 26 http://www.liceus.com e-mail: [email protected] T 1 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano EL DRAMA WAGNERIANO ISBN-978-84-9822-624-9 Paloma Benito Fernández ([email protected]) THESAURUS Richard Wagner. Romanticismo. Ópera nacional alemana. Drama musical. Leitmotif. Melodía infinita. Obra de arte total. Judaísmo. Nietzsche. Mito. RESUMEN DEL ARTÍCULO Fue Richard Wagner un hombre polifacético que nace en Leipzig en 1813 y muere en Venecia en 1883 como músico, filósofo, poeta y crítico; vinculado desde su más tierna infancia al mundo del teatro y de orígenes humildes, llegaría a convertirse en uno de los compositores más admirados e influyentes del panorama de la música culta de finales del XIX y comienzos del XX. En estas páginas se analizarán los aspectos más significativos de su vida y obra, abordando el recorrido ideológico y artístico que transita desde la ópera romántica, partiendo de la tradición italiana y francesa, hasta la gestación de una auténtica ópera nacional, con la formulación del “drama musical” como creación artística por antonomasia, donde se logra la simbiosis entre las diversas artes (música, palabra y acción). Se contextualizarán sus postulados teóricos en el seno de las corrientes estéticas del Romanticismo, profundizando en los temas que más despertaron su interés: el concepto de drama, música absoluta versus música como expresión de los sentimientos, la obra de arte total, el factor religioso, la cuestión judía y la misión redentora del arte, que despide una época y anticipa el nacimiento de un nuevo orden social, artístico y cultural. 2 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano “Wagner fue un bello atardecer al que se confundió con un amanecer” (Claude Debussy). 1. Hacia la búsqueda de una ópera nacional alemana. Los antecedentes del drama musical wagneriano Hasta llegar a conceptualizar y materializar el drama musical como tal, Wagner tuvo que transitar su propia senda y la de sus antecedentes, asumir el repertorio italiano y francés (Rossini, Bellini, Auber, Cherubini…) y los tímidos intentos germanos de crear una ópera nacional específica. Algunos nombres poco conocidos se ubican en este contexto: Die Felsenmühle zu Estalières (1831) de Carl Gottlieb Reissiger y Der Vampyr (1828) de P. J. von Lindpaintner se representaron casi de manera exclusiva en las ciudades de Dresde y Stuttgart respectivamente, las óperas de Spohr se divulgaron algo más pero nunca pudieron rivalizar con las producciones francesas e italianas. Heinrich Marschner junto con Carl Maria von Weber serán los compositores que más claramente constituyan los cimientos sobre los cuales se elevará el gran edificio proyectado por Wagner, cabe mencionar del primero tres títulos: una nueva versión de Der Vampyr (estrenada en Leipzig también en 1828), Der Templar und die Jüdin (1829) y Hans Heiling (estrenada en Berlin en 1833). Der Freischütz (1821) de Weber introduce ciertos aspectos típicos, aunque no exclusivos, del Romanticismo alemán: un argumento donde se intercambian los elementos naturales y sobrenaturales, los diálogos hablados característicos de la ópera cómica, el fraseo clásico simétrico y regular, los coros, las arias características del estilo italiano, la influencia popular en las melodías y un tratamiento armónico esencialmente diatónico. 2. Apuntes biográficos y análisis de la obra wagneriana. De la ópera romántica al drama musical Richard Wagner nace en Leipzig el 22 de mayo de 1813, fue probablemente el noveno de los hijos de Karl Friedrich Wilhelm Wagner, un funcionario de policía que moriría poco después de su nacimiento (aún existen ciertas dudas sobre la verdadera ascendencia del compositor). Posteriormente, Johanna Rosine Wagner se casa con el 3 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano actor, cantante, pintor y dramaturgo Ludwig Heinrich Christian Geyer y trasladan su residencia a Dresde, donde el joven músico, además de familiarizarse con el mundo teatral, vivirá desde la niñez hasta 1828, año en el que regresa a su ciudad natal, Leipzig, comenzando allí una educación musical algo más sistemática, tras componer música para una de sus primeras creaciones literarias: la tragedia titulada Leubald, inspirada en las lecturas de Shakespeare y Goethe; posteriormente, estudiará armonía con el compositor y director Gottlieb Müler y contrapunto con Theodor Weinling . 2.1. Primeras composiciones Sus primeras composiciones empiezan a tomar forma en 1829, seis años después habría concluido dos sinfonías, cuatro oberturas de concierto, dos sonatas para piano y algunos fragmentos musicales de la obra Fausto de Goethe; en aquel tiempo también esboza el argumento de una pieza teatral, Die Hochzeit (La Boda) cuya música dejaría inconclusa, pero que le servirá como plataforma de ensayo para la composición de sus primeras óperas románticas. En 1834 comienza su actividad como director musical de una compañía de ópera de Magdeburg, familiarizándose específicamente con el repertorio de moda, es decir, italiano y francés, así ve la luz su primera ópera completa Die Feen (Las hadas, basada en La donna serpente de Gaspare Gozzi), compuesta entre 1833 y 1834 y estrenada poco después de su muerte, en 1884, donde se aprecia la influencia de ese naciente romanticismo alemán fecundado por Marschner y Weber . Otro estilo bien distinto, esta vez el del bel canto italiano (cuya escritura vocal melódica y virtuosística le cautivará momentáneamente) se contempla en su siguiente pieza: Das Liebersverbot (La prohibición de amar, 1834-1835), inspirada en la obra de William Shakespeare Measure for Measure. En 1836 Wagner se casa con la actriz Minna Planer, con quien se traslada a Königsberg y poco después a Riga (1837-1839), donde será nombrado de nuevo director música; aquejado por las continuas deudas económicas, su matrimonio comienza entonces a naufragar y ya nunca este barco arribará a un buen puerto, Minna le abandona definitivamente en 1861. 4 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano 2.2 Las óperas románticas Valga esta metáfora como premonición del accidente marítimo que sufre la familia Wagner, que ya contaba con una hija y un enorme perro, al intentar alcanzar Londres y desde allí París, viéndose sorprendidos por una monumental tormenta que les conduce hasta la costa noruega. Era el verano de 1839 y Wagner soñaba con triunfar en la capital francesa creando una grand opéra de tema histórico que le catapultara a la fama, Rienzi (1838-40), basada en la novela homónima de Edward Bulwer Lytton, estilo que posteriormente atacará de manera visceral al preferir “la natural sencillez del mito, aprehensible de forma inmediata por el sentimiento, y no la artificiosa complejidad de la acción histórica, comprensible sólo por los procesos analíticos de la inteligencia” (Di Benedetto, 1987: 131); sin embargo, la realidad fue bien distinta, ni siquiera con el apoyo incondicional de Meyerbeer lograría el resultado esperado y la obra tuvo que esperar tres años más para ver su estreno en Dresde. Der Fliegende Holländer (El holandés errante), que también ve la luz en la ciudad alemana tan sólo un año después, en 1843, narra la leyenda de un marino holandés que está condenado a vagar eternamente por el océano hasta que el amor de una mujer, Senta, le redima de su destino convirtiéndole en un ser mortal; esta obra, recordando a Der Freischütz de Weber, le permite explorar un amplio colorido orquestal para recrear ese ambiente fantasmagórico y visionario, al igual que un incipiente trabajo motívico en la identificación de personajes y situaciones que constituirá la base de los leitmotifs de los dramas musicales posteriores. Por su parte, la armonía es esencialmente diatónica y se entrevé un cierto continuum sintáctico y expresivo al empezar a borrarse los límites entre los convencionales números cerrados (arias, recitativos…). En esta ópera, Wagner abandona el tema histórico para adentrarse en el mito, acerca del cual escribe en Música del porvenir (1861) “a cualquier época o nación a la que pertenezca, el mito tiene el mérito de captar sólo lo que es puramente humano y de representar este contenido en una forma que sólo pertenece a aquél, que llena al máximo y que, por ello, se comprende inmediatamente”. En la etapa parisina, los Wagner vivirán un cierto desahogo al obtener algún beneficio con la venta del libreto de esta ópera y la composición y arreglos de música ‘a la moda’ para amateurs. Entre 1843 y 1849 Wagner continúa sus trabajos como director de orquesta en Dresde componiendo otras dos óperas románticas: Tannhäuser (1845), representada ese mismo año en Dresde y Lohengrin (1848), estrenada bajo la dirección de Franz Liszt dos años después en Weimar. En Tannhäuser la fuente de inspiración es un poema medieval 5 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano cuyo protagonista es un caballero cristiano que se encuentra en la encrucijada entre tener que elegir entre el amor carnal de la diosa Venus o el amor puro y redentor de Santa Isabel. Wagner hace suya la idea de que el amor verdadero no era el que estaba encerrado en los convencionalismos al uso sino el que brotaba de la pasión; así, en la numerosa correspondencia que mantiene con Mathilde Wesendonk señala que ese amor no es una abstracción que se dirige a la humanidad sino una profunda fuerza que emana del deseo sexual. Sigue siendo Tannhäuser una ópera romántica influida ligeramente por la grand opéra francesa, con los tradicionales números cerrados: intervenciones solistas, números de conjunto y coros, aunque con momentos estelares de declamación (a caballo entre el arioso y el recitativo), una expansión del tratamiento armónico a favor de la expresión dramática y el empleo de melodías que permiten reconocer situaciones y personajes. La última ópera de la etapa de Dresde es Lohengrin, con rasgos semejantes a los ya analizados en el trío de las tradicionalmente denominadas “óperas románticas wagnerianas” (junto a El holandés errante y Tannhäuser); de nuevo, la leyenda que retomará en su última producción: el hijo de Parsifal, guardián del Santo Grial, es Lohengrin, quien desposa a Elsa y posteriormente la abandona al comprobar que el amor de una mortal no es suficiente para él. Desde el punto de vista musical avanza inexorablemente hacia esa “melodía continua”, dando un mayor protagonismo a la orquesta, que, como se analizará posteriormente, será la encargada máxima de narrar los aconteceres dramáticos, salvando así las muchas contradicciones ideológicas en las que se verá enredado el compositor a través de sus múltiples ensayos y reflexiones. Los personajes principales de Lohengrin, Elsa y Ortrud, tienen una melodía que les retrata siguiendo una estructura periódica clásica y un desarrollo armónico más conservador de lo esperado. Estalla la revolución en Dresde en mayo de 1849 como consecuencia de ese espíritu nacionalista que se va apoderando de los estados alemanes, anunciando una necesaria unificación y regeneración social, influida por el socialismo de Proudhon, el anarquismo de Bakunin y el hegelianismo de izquierdas de Feuerbach, de tal suerte que Wagner, tras lanzarse a las barricadas se ve obligado a abandonar la ciudad para refugiarse, con la ayuda de su buen amigo y compositor Franz Liszt, en Weimar y posteriormente en Zurich y París, prolongándose su exilio político hasta el año 1862. En un período de cinco años, comprendidos entre 1849 y 1853, pocas partituras se inauguran, dedicando sus esfuerzos a la génesis de los primeros poemas para la 6 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano tetralogía de Der Ring des Nibelungen (El anillo del Nibelungo) y toda una serie de ensayos transmisores de sus fervientes y entusiastas ideas cerca de la misión redentora de la música y de la “obra de arte total”, cuyo estudio se abordará en epígrafes posteriores; entre ellos cabe citar Arte y revolución, La obra de arte del futuro (ambos de 1849) y Ópera y drama (1850-1851). Durante esta etapa de exilio, el compositor vuelve a encontrarse en una situación muy precaria, marginado del mundo musical alemán, sin ingresos y con muy poca esperanza de ver representadas sus creaciones; su todavía esposa, Minna, quien había apreciado poco sus últimas óperas, se encierra poco a poco en una profunda depresión y el mismo Wagner enferma de erisipela, lo que aumenta aún más la dificultad de su trabajo. 2.3. El anillo del Nibelungo Un nuevo proyecto musical se va gestando sobre la serie de poemas homónimos, es la titánica tetralogía Der Ring des Nibelungen (El anillo del Nibelungo) en la cual invertirá más de veinte años de su vida, con casi doce horas de duración; estructurada en un prólogo y tres jornadas fue concebida como la verdadera “ópera del futuro”, en la que, partiendo del antiguo mito germano (extraído de las fuentes de Edda y del Nibelungenlied), se anuncia “el advenimiento de una humanidad purificada de la sed de riqueza y de poder, libre de pactos y leyes, donde el rescate sólo tendrá lugar a costa de la destrucción total del viejo orden social establecido y en el ingente holocausto son inmolados, como primeras víctimas del sacrificio, los propios héroes que encarnan lo puramente humano” (Di Benedetto, 1987: 132). La creación literaria respeta el siguiente orden: durante su estancia en Dresde, en 1848, anuncia un poema titulado Siegfrieds Tod (La muerte de Sigfrido), que posteriormente mutará su nombre por Götterdämmerung (El ocaso de los dioses), cuyo argumento se encuadra en la parte final de la saga de los Nibelungos. En consonancia con la propia historia, ese espíritu revolucionario que se va extendiendo por toda Europa da, como resultado artístico, una obra que materializa la máxima que Hermann Hesse acuñara en Demián: “para nacer un mundo debe morir otro mundo”. De esta manera, Wagner siente la necesidad vital de elaborar los textos y la música de los acontecimientos que precedían a la muerte de Sigfrido, en Zurich escribe el poema Der junge Siegfried (El joven Sigfrido), después titulado Siegfried (Sigfrido) al que 7 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano siguen los libretos de Die Walküre (La Walkyria) y Das Rheingold (El oro del Rin). En 1853 este ambicioso proyecto literario estaba ya concluido, de atrás hacia delante, es decir, en orden inverso a la composición musical y a la secuencia definitiva de la obra, que se inaugura con la partitura de El oro del Rin en 1854 para continuar con La Walkyria, que completará dos años después; el proyecto queda interrumpido en 1857, mientras se estaba gestando Sigfrido, y no se concluye hasta 1874 con la composición de El ocaso de los dioses. Quizá por las dudas que albergaba acerca de la viabilidad de ver representada tan ambiciosa obra o tal vez por el doble estímulo que provocaría en él tanto las lecturas de Schopenhauer como su incipiente relación amorosa con Mathilde Wesendonk, esposa de un adinerado hombre de negocios que habría de sacarle de más de un apuro económico, la cuestión es que desde 1857 a 1859 se consagra por entero a la composición de Tristan und Isolde (Tristán e Isolda). La tetralogía narra la historia de una maldición, ambición y amor son dos “a” incompatibles, de las cenizas de un mundo que fenece, el que aspiró a poseer eternamente el oro, nacerá, como el ave fénix, una fuerza regeneradora capaz de alumbrar una nueva humanidad: el amor. El anillo es custodiado por tres ondinas en el Rin, los Nibelungos, con Alberich a la cabeza, se apoderan de él; el dios Wotan ha prometido entregar a los gigantes Fafner y Fasolt el amor de Freia pero les traiciona y trata de saldar su deuda ofreciéndoles el anillo de Alberich, debatiéndose entonces entre el temor ante una muerte anunciada y el ansia de poder. Erda, la madre Tierra, trata de disuadir a Wotan y preconiza el ocaso de los dioses; sin embargo, es ya tarde, Wotan ha penetrado en el círculo del mal y trata de restituir la bondad con su espada vengadora. De nuevo, otro imposible, la crueldad no sabe engendrar vida y sueña con un héroe cuya pureza sea capaz de mutar el inexorable destino. A la cabaña de Hunding y Sieglinde acude un forastero, es Siegmund que, pronto, reconoce en ella a su propia hermana gemela, de la cual se enamora apasionadamente. Wotan, padre de ambos, encarga a su hija predilecta, la walkyria Brünnhilde que interceda a favor de su hermano Siegmund pero Frida, la esposa del dios vengativo, no acepta el incesto y pide su muerte para restaurar la honra de Hunding. Wotan cede a los deseos femeninos, asesina a su propio hijo y condena a Brünnhilde a la más absoluta soledad por haber prestado ayuda a Siegmund. El conjuro está hecho, del incestuoso amor de los gemelos, nacerá Siegfried, el héroe prometido, el único merecedor del amor de la walkyria y el encargado de recuperar el anillo del gigante Fafner, el cual sobrevive bajo la forma de un dragón. 8 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano Brünnhilde, convertida en una simple mortal, será la depositaria de ese vivificante amor y del anillo, codiciado ahora por los hermanos Gunther y Gutrune, que trazan un malévolo plan por el cual Siegfried bebe una pócima mágica, cae en el olvido y seduce a Gutrune, acontecimiento que aprovechan Gunther y Hagen (hijo este último de Alberich), para apoderarse del anillo; Brünnhilde descubre la aparente traición de su amado y jura venganza. En el último acto de la tercera jornada Siegfried recupera la memoria, se percata del entuerto e intenta restablecer el orden primitivo, pero muere a manos del ambicioso Hagen; la walkyria le secunda en la pila funeraria llorando desconsoladamente, devuelve el oro a las hijas del Rin y se auto inmola para redimir a los hombres del mal. Tanto Hagen como su morada, el Walhalla, sucumben entre las llamas de la destrucción y el amor de una humana se revela como la única fuerza capaz de vivificar al mundo. Desde el punto de vista musical, siguiendo el análisis que sostiene Plantinga (1992: 295), “la acción es concebida como un todo unitario, estamos ante el auténtico drama musical, los motivos musicales se utilizan de un modo consistente desde el comienzo hasta el final de la obra en su conjunto, la escritura vocal está dominada por un estilo declamatorio que evoluciona entre dos polos: una melodía rítmicamente regular y una especie de contrapunto realizado entre la voz y la orquesta. La parte instrumental es poderosa, flexible, expresiva y coherente en sí misma; en este lenguaje wagneriano de madurez, la sintaxis cromática opera en el marco de una armonía que, a pesar de lo intrincada que puede resultar, es sólidamente tonal”. Uno de los recursos armónicos más empleados por Wagner es precisamente el de los centros tonales emparentados, vinculando series de acordes de dominante (generadores de tensión) que no resuelven en la tónica (el ansiado reposo) hasta el último momento. En cuanto al empleo de los leitmotifs o motivos conductores, que tan ampliamente ha sido estudiado, el citado musicólogo comenta (1992: 300-302) que “algunas veces se refieren a los acontecimientos dramáticos en el sentido más obvio (cuando Wotan habla del fuego nupcial, la orquesta interpreta una música asociada con la idea del fuego); en otras ocasiones, por el contrario, la referencia es más sutil (en el verso “pues sólo uno liberará a la doncella” se escucha un motivo musical que simboliza a Siegfried, el cual no ha nacido aún). Los motivos son la parte más importante de su música y están sujetos a todo tipo de desarrollo, transformación y combinación motívica que uno podría esperar en una composición instrumental de grandes dimensiones”. Respecto al tratamiento orquestal no escatima en recursos tímbricos, específicamente en la sección del viento metal (incluyendo instrumentos poco habituales 9 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano como un trombón contrabajo y una tuba contrabajo), con un manejo tan audaz que, partiendo de los terrenos ya abonados por Berlioz y Meyerbeer, es capaz de recrear desde una tierna atmósfera hasta la más vigorosa energía. 2.4. Tristán e Isolda En junio de 1857 Wagner comenta a Liszt: “planeo escribir Tristán e Isolda como obra de dimensiones limitadas y requerimientos técnicos modestos, para facilitar la producción (…), pues confío en que me procurará pronto buenos dividendos y me mantendrá en marcha por un tiempo”; un año después, confiesa a su amada Mathilde Wesendonk desde su retiro en Venecia: “ahora estoy regresando a Tristán, para que el profundo arte del sonoro silencio pueda hablar por mí a ti a través de él. Por el momento me revigoriza la gran soledad y el retiro que estoy viviendo (…), hasta que obtenga permiso para visitar Alemania por un tiempo, permaneceré solo con él en el mundo viviente de sueños que ahora me rodea”. En otra epístola dirigida al compositor húngaro continúa su confesión “ahora bien, como jamás he gozado en la vida la felicidad única del amor, quiero hacer un monumento a este sueño, el más hermoso de todos, en donde desde el principio al fin debe satisfacerse este deseo. He diseñado en mi mente un Tristán y una Isolda, la composición musical más sencilla pero más pletórica. Con la bandera negra que ondea al final quiero cubrirme yo mismo para morir.” Vuelve Wagner la mirada, una vez más, a la mitología medieval para escoger un poema de Gottfried von Strassburg del siglo XIII, que narra la historia de un amor tan pasional como imposible que encuentra su culminación definitiva y su propia liberación sólo a través de la muerte. Tristán, sobrino del rey Mark de Cornwall, regresa de Irlanda con Isolda, la princesa irlandesa que ha hecho prisionera y ha protegido a lo largo del camino para convertirse en la esposa de su tío, Brangania la acompaña; Isolda fue, en otro tiempo, prometida del caballero irlandés Morold, a quien Tristán ha dado muerte, por ello, Isolda proclama venganza y trata de envenenarle con un brebaje mágico. Kurwenal, fiel escudero, llega para anunciar la entrada en el puerto, la princesa decide perdonarle la vida y le ofrece beber junto a ella en la copa de la reconciliación y del olvido; beben los dos sin saber que Brangania ha introducido el filtro del amor que les conduce a una pasión desenfrenada. 10 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano Ya en el castillo de Mark, los amantes aguardan un nuevo encuentro, Brangania es la encargada de velar por su seguridad, pues Melot intenta descubrirles. Tristán e Isolda, ajenos a todo, desbordantes de amor, maldicen la luz del día, hostil a su felicidad, se sumergen en la profunda noche y sueñan con unir indisolublemente sus almas. Kurwenal, seguido por Melot y el rey Mark los descubre, se siente traicionado pero perdona a los amantes invitando a su prometida a acompañarle, ella acepta resignada pero Melot, lleno de rabia, hiere mortalmente a Tristán con su espada. En el tercer y último acto, Tristán aguarda en el castillo de Kareol mientras espera ansioso la llegada de Isolda desde Cornualles, se arroja en sus brazos pero en este último esfuerzo fallece, ella intenta en vano reanimarle y cae sobre su cuerpo para fundirse, con la muerte, en una eterna unión. En palabras de Liberman (1990: 55-60) “Wagner hace de la música un fiel dibujante de las motivaciones psicológicas, entrando y saliendo en la vida de los personajes como un soporte de su búsqueda eterna y de su eterna frustración (…). Sólo con la música puede dar la múltiple respuesta que el mito convoca, sólo la música puede decir lo indecible, su extrema sensualidad y su desenfreno melódico tiene los prolegómenos de un acorde orgásmico, revela un mundo en el cual el deseo es sólo una última y ardiente languidez en el alma que se alivia de vivir”. Ronald Taylor expresa “la acción y el sentido del drama están insertos en la trama orquestal. Y si la pasión de los amantes es inmoral -la absorción en ellos mismos completa la angustia tan intensa que padecen y su destino trágico tan inexorable- es la música la que descansa en armonías ambiguas, disonancias resueltas a media, cadencias interrumpidas, arcos melódicos prolongados y amplios, densas texturas orquestales, música que fluye constantemente y mira hacia dentro y expresa el flujo y reflujo del deseo y su consumación en la muerte” (Liberman, 1990: 78). En Tristán e Isolda, que no sería estrenada hasta 1865, se mantienen las características musicales analizadas en la tetralogía pero ampliadas en cuanto al empleo de los leitmotifs, que estarán siempre relacionados con la acción dramática y su continuo desarrollo y transformación, manteniendo la orquesta un protagonismo inigualable y aportando el material melódico básico que nutrirá toda la composición. En cuanto al tratamiento armónico se produce una mayor expansión de la tonalidad, con el empleo masivo de sonoridades inconclusas (por la presencia sucesiva de acordes de séptima de dominante que no resuelven en la tónica salvo al final de la progresión); el más que analizado “acorde de Tristán”, transmisor de ese sufrimiento de un amor no colmado, admite, según Plantinga (1992: 311-314) dos posibles análisis: 11 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano como un acorde alterado sobre el segundo grado (3 4), en el cual, “sol sostenido” y “re sostenido” son apoyaturas de “la” y de “re natural” respectivamente o bien considerar al “sol sostenido” como sonido principal y al “re sostenido” como una apoyatura, convirtiendo al acorde, globalmente, en una séptima disminuida alterada, en ambos casos respecto a la tonalidad de “la menor”. De esta manera, el acorde (fa, si, re sostenido y sol sostenido) resuelve en el acorde (fa, si, re natural, la), generando un momento dramático de auténtica tensión emocional que se traduce musicalmente a través de un recurso armónico no lo suficientemente explotado hasta el momento. Otro elemento expresivo es el tratamiento del ritmo y del tempo, inserto el preludio en una cadencia tranquila y lánguida con un ritmo poco preciso, contribuye a potenciar ese clima de incertidumbre y vacilación que estará presente a lo largo de toda la obra; otras veces, por el contrario, la orquesta intensifica el conflicto interno que sufren los protagonistas aumentando vorazmente la dinámica e insistiendo en figuraciones rítmicas casi obsesivas y en momentos de mayor calma, el fraseo se vuelve más regular y simétrico. De esta manera, la música delinea los vaivenes psicológicos de los personajes y el drama se convierte definitivamente en “acción de la música que se ha hecho visible”, materializando la idea defendida por el compositor en Música y drama. En 1861 tiene lugar la representación de Tannhäuser en París, acogida por el público con desdén salvo para un élite intelectual, entre quienes se encontraba el poeta simbolista Baudelaire, que publicitaría el nombre de Wagner como uno de los referentes obligados en el progreso de la cultura y del arte. 2.5. Los maestros cantores de Nüremberg Wagner aborda la creación de su penúltima obra, Die Meistersinger von Nürnberg (Los maestros cantores de Nüremberg) concibiendo, como en toda su producción, primeramente el libreto, en 1845, para crear la partitura entre 1861 y 1862 y concluirla en 1867. Al igual que Tristán e Isolda, había sido diseñada con modestas proporciones pero a medida que la obra avanzaba, iría adquiriendo una dimensión no sospechada por el autor, llegando a requerir seis solistas principales, un coro y una gran orquesta; no obstante, parece el contrapunto a su Tristán “por su tono luminoso y por su gozosa celebración de la fuerza ya no aniquiladora sino vivificante y creadora del amor” (Di Benedetto, 1987: 133). Técnicamente, regresa a un argumento de tipo histórico, a 12 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano números musicales cerrados semejantes al aria tradicional, con escenas corales y a un tratamiento armónico esencialmente diatónico. La ópera se ambienta en el siglo XVI y toma como escenario la ciudad alemana de Nüremberg, presentando una visión desenfadada del arte de los maestros cantores, entre los cuales Beckmesser representa la línea poético-musical más conservadora y Walther von Stolzing la más progresista; aparece la figura de Hans Sachs, que viene a simbolizar la unión entre la tradición y la inspiración, constituyendo así una especie de alegoría de la creación artística. En lo musical, la obra viene a constituir un homenaje a toda la herencia musical germana: comienza la obertura con un coral de la liturgia protestante, uno de los poemas que lleva Hans Sachs a escena rememora cantos antiguos y en boca de Beckmesser aparece un estilo melódico tan cómicamente adornado que no puede competir con el genio de Walther, visionario del nuevo arte que acabará por imponerse; todo ello hace pensar en la propia biografía de Wagner, quien es consciente, en todo momento, de su contribución al advenimiento de la modernidad. En 1862, coincidiendo con la publicación del poema dramático El anillo del Nibelungo, Wagner invoca la protección de un príncipe alemán que pueda sufragar los gastos de su puesta en escena. Dos años después el recién coronado Luis II de Baviera le invita a su propia corte, otorgándole una generosa subvención para concluir la obra, un sueldo anual que le permite pagar todas sus deudas, una residencia en una pequeña villa próxima al lago Starnberg y una lujosa casa en Munich; de este modo, el compositor se libera definitivamente de su precariedad económica a la vez que concluye su etapa de exilio político. Será en Munich donde se estrene Tristán e Isolda en 1865, acerca del cual, varios años antes, el maestro había sentenciado: “¡Este Tristán es terrible! ¡Qué tercer acto! Temo que lo prohíban, a no ser que venga a dar en parodia por una mala representación. Sólo podría salvarme una representación mediocre; si es buena, la gente se volverá loca”, mas el público aplaudió generosamente con signos de aparente cordura. En 1869 se estrena Los maestros cantores, en 1869 El oro del Rin y en 1870 la Walkyria. Wagner, gozando así del favor real, decide invitar a Munich a varios amigos músicos incluyéndolos en la nómina de la corte, entre ellos estará Hans von Bülow, antiguo alumno de Liszt y célebre director de orquesta que había llegado a estrenar algunas de las obras mencionadas. El espíritu romántico de Wagner y su anhelo de un amor eterno le lleva a una nueva relación, esta vez con la propia esposa de von Bülow, Cósima, hija de Liszt, una joven e inteligente dama veinticinco años más joven que el 13 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano compositor, con quien contraerá matrimonio en 1870. Antes de su enlace definitivo, Cósima da a luz una niña que recibe el nombre de Isolda, a la cual seguirían Eva y Sigfrido; ante tal escándalo, el joven rey se siente presionado por los ciudadanos más influyentes de Munich y decide expulsar al compositor de la ciudad. En 1866 se instalan en Triebschen, cerca del lago Lucerna, en Suiza, donde permanecerán siete años de relativa tranquilidad, frecuentados por las innumerables visitas del filósofo Friedrich Nietzsche. El escritor alemán llama a su obra El nacimiento de la tragedia (1872) “música para aquellos que han sido bautizados en la música” y Wagner denomina “obra de arte total” a lo que, en esencia, es la íntima unión de palabra, música y acción; les une, por lo tanto, esa visión mesiánica del arte como única fuerza capaz de generar una nueva civilización. Es en 1861 cuando llega a manos de Nietzsche, que por entonces tenía diecisiete años, una transcripción para piano de Tristán e Isolda, quedando embriagado al instante por un ‘licor’ que más tarde no dudará en aborrecer. Realmente, a pesar de esa relación de amor-odio que mantendrán a lo largo de su vida, ambos compartían la ida de que para que esta existencia tuviera algún sentido, más allá de la mediocridad, de lo superfluo y de lo cotidiano, el amor, lejos de los convencionalismos sociales y de la burda promiscuidad, debía coronarse en la cabeza de los hombres. “Wagner gestaba en los inquietos interrogantes de Nietzsche el principio del ilusionismo, el derrumbe de todo arquetipo anterior, la exaltación de lo sensorial, la expresión de la oscuridad, la emanación de lo turbio, la magnificencia erótica del amor (…) y nadie supo como él aturdir, narcotizar, exaltar, seducir con la muerte, la extenuación, la enfermedad en la medida en la que el gran mago lo consiguió”. (Liberman, 1990: 92). La muerte, se manifiesta así, en esta era romántica por excelencia, como un remedio contra el hastío y la vulgaridad de la vida. En Tribschen, Nietzsche comienza a criticar ese sentimiento anti francés y antisemita que se va apoderando de Cósima y de algunos amigos comunes y que, poco a poco irá influyendo en el compositor, no tan proclive ahora a las ideas socialistas y revolucionarias que antaño había albergado. Nietzsche, siete años más joven que ella, entrará a formar parte, junto a la pareja, de un triángulo amoroso que le resultará difícil romper. Progresivamente, a medida que avanzan los encuentros, el filósofo se irá distanciando de la familia Wagner, siente que tanto su intelecto como su alma se hallan presos en una cárcel de barrotes invisibles, atados con unas sólidas cadenas que han 14 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano sido forjadas por la música y las palabras del compositor a la luz de la fragua del filósofo Schopenhauer. En términos epistolarios de Nietzsche: “se recompensa mal a un maestro si siempre se permanece discípulo”. Durante esta etapa, Wagner concluye Los maestros cantores (1867), Sigfrido (1871) y El ocaso de los dioses (1872). La idea que se va gestando en el compositor es la fundar un teatro dedicado exclusivamente a las representaciones de sus óperas: en 1872 abandona Tribschen y se coloca la primera piedra del Festspielhaus de Bayreuth, con la interpretación de la Novena Sinfonía de Beethoven; el teatro no estará concluido hasta un año después, en medio de no pocas dificultades y logrará servir de escenario para el estreno íntegro de la tetralogía en 1876. En Ecce Homo (1889) Nietzsche escribe: “los inicios de este libro se sitúan en las semanas de los primeros Festivales de Bayreuth, una profunda extrañeza frente a todo lo que allí me rodeaba (…), me desperté y no conocí nada, apenas si pude reconocer a Wagner. En vano ojeaba mis recuerdos, Tribschen, una isla de bienaventurados, ni sombra de semejanza”. En 1876 realiza el último viaje al festival y concluye su relación con el compositor, expresando con tal crudeza su frustración en Richard Wagner en Bayreuth (publicado en ese mismo año): “mi error es que llegué a Bayreuth con un ideal y tuve que sufrir la amarga desilusión. La profusión de lo feo, deforme, sobre excitante, me repelió violentamente”, añade Liberman (1990: 127): “No están entre los asistentes los nuevos hombres del futuro (él esperaba una auténtica transformación artística y cultural de la sociedad a raíz de los festivales), sino señoras de patronato, ociosos de la Europa pudiente, aburridos decadentes, satélites ciegos, hombres de smoking y champaña, este escenario no es más que una parodia” y concluye Nietzsche: “anhelo marcharme. Estoy harto de todo esto”. En su escrito Nietzsche contra Wagner (1889) afirma: “No soporto nada ambiguo (…). Richard Wagner, aparentemente vencedor, en realidad un decadente, caduco y desesperado, se humilló, desvalido y roto, ante la cruz cristiana”, refiriéndose a su última producción, Parsifal. Su progresiva enfermedad y su creciente locura le conducen al manicomio de Jena para fallecer, diecisiete años después que Wagner, en Weimar, quizá pronunciando la frase de Zaratustra: “¡Hombres superiores, alejaos de la plaza pública! ¡Dios ha muerto!”. 15 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano 2.6. Parsifal En 1877, Wagner inicia su último drama, Parsifal. Tardó en componerlo cuatro años, durante los cuales escribe también una serie de ensayos sobre la religión y el arte, incluyendo su reflexión personal sobre “lo femenino en lo humano”, su auténtico y obsesivo leitmotif, que dejó inconcluso a su muerte. Las fuentes literarias e históricas de Parsifal son: Introducción al budismo indio de Bournouf (donde Chakya Munni se convierte en Buda al alcanzar la sabiduría a través de la piedad), la epopeya de Wolfram von Eschenbach y la tradición evangélica cristiana. Narra la historia del rey del Grial, Amfortas, hijo del anciano Titurel, que, por ceder a las tentaciones de Kundry, mujer malévola y poliédrica enviada por Klingsor, queda exento de poder oficiar el sacrificio del Grial, en recuerdo de la Santa Cena, donde los caballeros reponen sus fuerzas físicas y espirituales; éste es herido con la lanza de Klingsor sin llegar a morir, pero sólo la llegada de un noble caballero podrá curarle. Parsifal, simple e ignorante, se adentra en las fronteras de Montsalvat y mata a uno de los cisnes sagrados que, lejos de acarrearle algún tipo de castigo, le conduce a la celebración del Santo Grial. Kundry, enviada por Klingsor, trata de seducir a Parsifal; para ello, le relata la muerte de su madre, momento emotivo que aprovecha para ofrecerle un beso, él revive en ese instante la herida de Amfortas y el sufrimiento de los caballeros, alcanza la sabiduría a través de la piedad y de la renuncia de un amor vil y perverso. Kundry, rechazada, intenta herirle con la misma lanza pero Parsifal logra detenerla, trazando con ella la señal de la cruz en el cielo. Tras varios años de éxodo, Parsifal regresa a Montsalvat con motivo de los funerales de Titurel, perdona a Kundry bautizándola y toca con la lanza la herida de Amfortas, que se cierra al instante y le permite convertirse en el rey del Grial; ordena que se descubra el cáliz sagrado y los caballeros restauran su primitiva fuerza espiritual. El tema que está presente a lo largo de toda la producción wagneriana es el de la “redención”, pero adquiriendo diversos matices y significaciones: no es el amor puro de Senta e Isolda salvando al hombre de su condena eterna y purificándolo a través de la muerte o el amor humano y valeroso de Siegfried, rompiendo la soledad de Brünnhilde sino que es la renuncia a un amor falso lo que restaura la vida verdadera. Por ello, no es tanto la renuncia de un Wagner “caduco y cansado de vivir” como creyera Nietzsche que “había entrado en el ámbito de la decadencia, del histrionismo y de 16 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano la exageración, engañando al público con su ambigua teatralidad, lejos de la claridad formal y del argumento cotidiano y sencillo, para culminar su producción artística con una obra donde abrazaba el Cristianismo al aceptar la redención cristiana, la renuncia a la vida y la afirmación de la modernidad” (Fubini, 1988: 320), sino más bien su último canto al amor verdadero, en esta ocasión místico, sin encuentro sexual, casi “sagrado” por su pureza y autenticidad. Es significativo que durante la ceremonia del Santo Grial se eleve una custodia en la que está ausente la sagrada forma, el pan que, en la tradición cristiana, evoca el cuerpo del Señor, “como si ese vacío simbolizara una trascendencia sin dogmas y quizá, sin Dios” (Liberman, 1990: 37). Numerosos son los símbolos de esta obra, herederos de las más variadas tradiciones esotéricas: el bosque, el castillo, la copa, la sangre, la lanza, la herida, el beso, el cisne, la paloma, la ausencia de la hostia, el círculo formado por los caballeros…mas Nietzsche no pudo soportar esa “castidad” y se obstina en identificar culpa, abstinencia, castigo y redención como sentimientos perversos que dan la espalda a la vida. Más allá de las interpretaciones, quizá fuera Wagner consciente de que el final de sus días estaba cerca, aunque le concediera, por breve tiempo, la última oportunidad para el amor sensual, el de la jovencísima Judith Gautier, ante la celosa mirada de Cósima. Como despedida del rey Ludwig II, Wagner le ofrece precisamente el preludio de un Parsifal que quizá no pretendiera ser más que el último eslabón de la cadena productiva de un hombre que deseaba expresar a la sociedad el goce de vivir, ya fuera a través del Grial, del amor, de la redención o de la muerte; en este caso, un deseo de amor, inherente al corazón humano, transformado en ritual religioso y espiritual. Para esta obra Wagner escribió un poema organizado según el modelo tradicional de la rima al final del verso, a diferencia de sus dramas anteriores, y guarda algún tipo de reminiscencia con la grand opéra francesa; sin embargo, no se trata de sorprender al público con una gran escenografía y un despliegue insólito de medios musicales sino de presentar ese último gran misterio que se está celebrando. De nuevo, el empleo de los leitmotifs identificando acciones y personajes da coherencia formal a la obra, rescatando recursos habituales como el uso de acordes no resueltos y de cromatismos abundantes para expresar sentimientos de dolor y adversidad y el empleo de armonías más diatónicas para representar la ingenuidad inicial de Parsifal o el alzamiento del Santo Grial. Parsifal se estrenó en enero de 1882, la enfermedad de Wagner iba ganando terreno y pasaría sus últimos días con la familia en Venecia, instalándose en el palacio de Vendramín Calergi. El 13 de febrero de 1883 dijo a su ayudante de cámara estas 17 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano premonitorias palabras: “hoy es necesario que esté atento” y efectivamente, al mediodía, una crisis cardiaca acababa con su vida. Su cuerpo fue repatriado e inhumado en el jardín de Wahnfried, en su villa en Bayreuth, donde todavía hoy se puede contemplar la boina de terciopelo que llevaba y su máscara mortuoria. 3. Características musicales del drama wagneriano 3.1. El concepto de drama musical Como se ha podido constatar en estas páginas, el drama musical no es una ópera tradicional sino que más bien podría definirse como un concepto artístico que trata de conferir unidad y expresión a la creación, amalgamando música, palabra y acción a través de la representación escénica. El concepto de drama musical no fue acuñado por Wagner sino por los estudiosos de su obra, él denominó a Tristán e Isolda handlung (acción), a la tetralogía El anillo de los Nibelungos bühnenfestspiel (fiesta escénica) y a Parsifal bühnenweihfestspiel (fiesta escénica sacra). 3.2. La melodía infinita y el leitmotif La diferencia esencial que Wagner establece entre sus óperas románticas de los años cuarenta (El holandés errante, Tannhäuser y Lohengrin,) y sus dramas posteriores a 1850 (El anillo del Nibelungo, Tristán e Isolda, Los maestros cantores y Parsifal) es la continuidad sintáctica que se establece a lo largo de la acción, sin estar fragmentada por los tradicionales números cerrados (arias, recitativos, duetos, números de conjunto, coros…) o por las escenas, a este recurso se le denominó “melodía infinita”. El leitmotif viene a ser un motivo conductor, de esencia poética y técnicocompositiva, que a través de su sustrato melódico, rítmico o armónico identifica personajes, objetos, situaciones, sentimientos e ideas dotándolos de vida propia, permitiéndoles desenvolverse a través del drama de manera autónoma; es la orquesta la que realmente se apodera de esos motivos para transmutarlos, a través de procesos sinfónicos, específicamente la elaboración motívica beethoveniana y la transformación temática inaugurada en la música programática por Berlioz y Liszt, generando la auténtica acción que el espectador aprehende a nivel auditivo, oculto a la percepción visual. El propio Wagner, en cierta ocasión, con motivo de una de las representaciones de Tristán e Isolda exhortó a una señora del público diciéndole: “Quítese las gafas y escuche”. 18 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano Este recurso o procedimiento, que otorga cohesión formal y sintáctica a la obra, no constituye una aportación novedosa, lo encontramos ya en las óperas de Cherubini o Spohr, entre otros. Tanto los conceptos de “melodía infinita” como el de leitmotif son términos que se emplean habitualmente al abordar el drama musical; sin embargo, el primero aparece sólo citado en uno de sus ensayos sin un significado muy preciso y el segundo fue acuñado por Hans von Wolzogen, autor contemporáneo de Wagner que analiza por primera vez el empleo de estos “motivos conductores” en la tetralogía. Los motivos tienen una identidad fija y al mismo tiempo deben ser susceptibles de transformación armónica, rítmica, melódica o tímbrica; por una parte, no pueden perder la idiosincrasia que garantiza su función representativa y por otra, deben ser lo suficientemente dúctiles para someterse a infinitas mutaciones, adoptando significados nuevos en los diversos contextos dramático-musicales en los que se inserten; así, podrán establecer relaciones con otros motivos diferentes e integrarse en esa extensa red que da forma al drama. Existe una estrecha relación entre la “melodía” y el “motivo”; por un lado, la melodía no es concebida exclusivamente como un parámetro musical sino que se vincula con la idea poética, en cuanto que debe ser fecundada por la acción dramática y no por medios externos a ella; es decir, debe estar gestada por un “motivo dramático”, que es al mismo tiempo un motivo musical y literario porque se vincula a un determinado acontecer escénico; de esta manera, la melodía se conforma de motivos individuales. Estos motivos conductores, con sus continuas y variadas recurrencias, forman la trama sinfónica donde se entreteje el drama; sin embargo, no pretenden plasmar en sonido lo que se está contemplando visualmente en la escena, ya que sería reiterativo, sino que pueden recordar algún fenómeno ya acontecido o anticipar lo que aún está por suceder, logrando que pasado y futuro estén presentes en la evolución psicológica de los personajes; de esta manera, aun cuando éstos permanezcan mudos, la orquesta hablará por ellos. En consecuencia, a nivel compositivo, la melodía evitará tanto las cadencias como el fraseo regular y simétrico del período clásico, ya que interrumpiría la acción y con ella, la naturalidad que pretende el drama en cuanto expresión de las pasiones humanas. 3.3. El tratamiento del libreto Ahora bien, dado que texto, música y acción son inseparables, si hay cambios en los procesos compositivos, obligadamente, tendrá que tener su paralelo en el tratamiento 19 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano del poema. El verso ya no puede estar marcado por esa especie de cadencia que es la rima estereotipada, por un número predeterminado de sílabas ni por la secuencia regular de acentos internos fuertes y débiles a la que se estaba acostumbrado; en su lugar, la palabra deberá brotar del momento dramático concreto. Para ello, es necesario volver a las raíces lingüísticas de los vocablos, a su significante primitivo para hallar que es la aliteración de las consonantes la que determina su ritmo flexible y variable a la vez que da forma auditiva a las relaciones semánticas de afinidad y contraste entre las palabras (rima contraria); de idéntica manera, se entremezclarán versos de longitud variable en los poemas. En Ópera y drama propone un ejemplo para ilustrar tal procedimiento y que analiza minuciosamente Plantinga (1992: 293): “Die Liebe bringt Lust und Leid/ Doch in ihr Weh auch webt sie Wonnen” (El amor provoca alegría y dolor/ Pero en su tristeza también forja el éxtasis). En estos versos, la música debe enfatizar el contenido emocional opuesto entre las palabras de “rima contraria” (“Lust” y “Leid” significan “alegría” y “dolor” respectivamente), cambiando inicialmente de tonalidad al llegar a la palabra “Leid” para expresar inmediatamente después la idea de que el que el amor es el origen de estos dos sentimientos regresando a la tonalidad original al final del segundo verso. De esta manera, se vinculan los recursos literarios y musicales como medios expresivos portadores de una única intención. 3.4. La función de la orquesta A pesar de las veces que Wagner habría defendido, en Ópera y drama, la idea de que la palabra es quien engendra la obra, como elemento masculino, y la música el medio que lo permite, como elemento femenino, lo cierto es que, en escritos posteriores, bajo la influencia de ese Schopenhauer (que defiende la música pura instrumental, por ser inefable e indeterminada, como la única capaz de representar la voluntad, la idea y el sentimiento en sí mismo, sin ningún tipo de concreción y sin estar subyugada a la palabra) y de su propia experiencia compositiva de El anillo del Nibelungo y de Tristán e Isolda, pondrá en tela de juicio las primitivas afirmaciones para defender otro nuevo concepto, en Sobre la denominación de drama musical (1872) lo define como “acciones de la música 20 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano que se han hecho visibles”, expresando en su escrito Beethoven (1870) “lo que acontece en el escenario es la apariencia sensible de una acción que, en realidad, se desarrolla en la música, la cual expresa la última esencia de aquella”. Es, por lo tanto, la orquesta la que permite esa continuidad musical que formula a través del concepto de “melodía infinita”, de tal suerte que las voces se convierten en un instrumento más en el complejo entramado polifónico que caracteriza su música. 4. Aspectos de la ideología wagneriana 4.1. El compositor en el contexto de la estética romántica Wagner, en su faceta como poeta, filósofo y crítico logra, dentro del ámbito del pensamiento musical, no tanto innovar cuanto sintetizar las distintas corrientes de pensamiento existentes, a través de sus escritos intenta justificar los principios artísticos en los que se basa su reforma operística. Se nutre de las ideas que ya expusieran los románticos desde comienzos del siglo XIX donde Hegel, Wackenroder, Schopenhauer o E.T.A. Hoffman defienden, reiteradamente, que la música es un lenguaje privilegiado, capaz de expresar el sentimiento, la idea de lo absoluto y de lo infinito, es precisamente su asemanticidad lo que le permite expresar aquello que con el lenguaje común verbal es inefable. Esta senda inicial se bifurcará, a finales de siglo, en dos caminos, el que pone el acento en ese carácter abstracto y asemántico de la música, apostando por la expresión de la forma pura sin contenido concreto alguno, que derivará en la teoría formalista de Eduard Hanslick y el que sigue insistiendo en que la música debe liderar la unión e integración de todas las artes porque sólo de esta manera es posible “la obra de arte del futuro”, destinada a expresar los sentimientos e ideas humanas, con toda su complejidad, naturalidad y amplitud. Esta última línea tendrá varios adeptos, entre ellos Franz Liszt, con su defensa de la música programática y el propio Richard Wagner, creador del “drama musical”. El poema sinfónico, que tanto le debe a la sinfonía programática de Berlioz, se erige como una nueva forma musical capaz de sintetizar sonido y palabra en una única creación artística, de tal manera que “la inspiración poética se trasvase sin dejar residuo y se transforme en el elemento revolucionario capaz de renovar la forma tradicional” ya que “la música instrumental pura tiene límites de insuficiencia y careciendo de comunicabilidad no podrá dirigirse a todos los hombres, pues sólo unos pocos podrán comprenderla (…). El músico-poeta es quien puede extender los confines de su arte a través de un programa, la 21 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano música pura instrumental no comunica más que la abstracta expresión del sentimiento humano universal de una forma impersonal, mientras que la música programática nos podrá comunicar la universalidad concreta de los caracteres” (Fubini, 1988: 305-306). De esta manera, queda de relieve el tránsito conceptual que se produce respecto a la consideración de la música a medida que avanza el Romanticismo, donde esa música instrumental pura que era capaz de expresar lo incognoscible y lo absoluto, siendo superior en especie a la música vocal, se vuelve del todo insuficiente para ilustrar el sentimiento del hombre, siendo necesaria tanto la música programática como el nacimiento del drama wagneriano, ya que ambas manifestaciones persiguen esa ansiada y “revolucionaria” fusión de las artes en un todo completo y coherente. Los precedentes los hallamos, una vez más, en el ámbito germano: Beethoven y Weber. Beethoven fue, en cierto modo, uno de los compositores más admirados por Wagner, al tiempo que sentiría la necesidad vital de trascenderle y es que la audacia de incorporar por vez primera, en su Novena sinfonía, un fragmento vocal en una forma clásica puramente instrumental no dejó indiferente a ningún compositor, estableciéndose desde ese momento los cimientos de un nuevo edificio donde habitarían inquilinos en diversos términos de amistad. Weber, por su parte, reiteraría, a través de sus escritos y de su propia creación, la urgencia de fusionar todas las artes, con el engranaje perfecto entre la poesía y la música, “todas deben desaparecer y sumergirse de distintos modos para emerger de nuevo al crearse un nuevo mundo” (Fubini, 1988: 307), a la vez que reclamaba la búsqueda de una auténtica ópera nacional en lengua germana, capaz de competir con la de cuño francés e italiano. Es especialmente lírico el texto donde considera “lo que el amor es para la humanidad es la música para las artes. De hecho, la música es, en realidad, el amor mismo, el lenguaje más puro y etéreo de que se sirven las emociones, que es comprendido simultáneamente por millares de personas diferentes al no contener más que una verdad fundamental” (Fubini, 1988: 308), en perfecta consonancia con el espíritu de los estetas románticos de las primeras décadas del XIX. 4.2. La obra de arte total y el concepto de revolución Insiste, al igual que lo hiciera Gluck en el siglo anterior, en que “el poeta y el compositor están tan vinculados el uno al otro que resultaría ridículo imaginar que este último pudiera añadir algo de valor a la ópera sin contar con el primero” (Fubini, 1988: 22 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano 308). Wagner, con su concepto de Gesamtkunstwerk u “obra de arte total” añade, a este racimo de pensamientos filosóficos y artísticos el concepto de “revolución”, mas no entendido como una ruptura violenta sino como una “regeneración de la humanidad”, una especie de peldaño necesario para subir la escalera que conduciría a una cierta “salvación y redención” al restaurarse un nuevo tipo de ópera denominada “drama” completa y verdadera que pudiera servir como “obra de arte del futuro” y elevar las almas hacia un nuevo cielo ‘estético', más que moral o político, donde el oprimido obrero de la industria pudiera hacer realidad su deseo de convertirse en un hombre bello y vigoroso. Llega a considerarse a sí mismo como una especie de mesías anticristiano que escribe: “soy el dueño, el consuelo, la esperanza de quien sufre. Yo destruyo cuanto existe y a mi paso brota una vida nueva de la roca muerta (…). Yo quiero derribar desde sus cimientos el orden de las cosas imperante en vuestras vidas, puesto que ese orden se deriva del pecado y sus frutos son la miseria y el crimen.” (Fubini: 1988, 312). La auténtica creación operística debe aspirar a la verdad y alejarse de la corrupción moral, en este sentido parece retomar la idea platónica de bondad y belleza como dos certezas indisolubles. Sin embargo, en la concepción wagneriana, es la estética la que condiciona y determina lo ético; el arte musical, para cumplir con esta “sagrada” misión debe unificar la palabra, la música y la acción en un todo perfectamente articulado y cohesionado, al igual que en la tragedia griega. La base de su concepto de “obra de arte total” se halla en la creencia de que en el lenguaje primitivo la música y la palabra tuvieron un origen común, creencia heredada del Iluminismo a través de Rousseau, Kant, Herder, etc. En ese tiempo mítico el lenguaje reunía en sí mismo a la música y a la poesía; la base vocálica y prosódica del lenguaje representaba la parte emotiva y musical, mientras que las consonantes representaban la parte plástico-intelectiva, capaz de determinar y concretar la expresión de ese lenguaje. Lo que estaba ocurriendo a aquel tiempo es que el lenguaje había olvidado sus raíces, hasta el punto de que la palabra, en manos del poeta, representaba el lenguaje de la razón, que todo lo explica y analiza, mientras que el sonido, en manos del músico, se dirigía a un sentimiento global e indeterminado que no concretaba la amplia gama de emociones puramente humanas. Wagner aspira, en el drama, a integrar ese carácter original del lenguaje dotándolo de su musicalidad primigenia. Para lograr ese noble cometido, tendrá que tener en cuenta que los acentos de las palabras sean el punto de partida que permita a la lengua acceder al canto, entendido como melodía y expresión de sentimientos. 23 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano Dicha palabra no debe entenderse como el acompañamiento tradicional de una melodía que interpreta el cantante de moda de forma reiterada, sino que es una palabra viva, transformadora de la realidad, que transmite la emoción oportuna en función del momento dramático en el cual se inserta; de este modo, continúa Wagner en Ópera y drama: “el poeta y el músico son una única y misma cosa, porque cada uno de los dos sabe y siente lo que el otro sabe y siente. El poeta se ha convertido en músico y el músico en el poeta: ambos forman ahora el hombre artístico completo”. 4.3. La dialéctica histórica “texto-música” en el género operístico Al estudiar el drama wagneriano resulta inevitable recordar las viejas premisas sobre las que se alzó la reforma operística que Gluck en el siglo XVIII, quien promulgara en el prefacio de su ópera Alceste: “pensé restringir la música a su verdadero oficio de servir a la poesía, para las expresiones y para las situaciones de narración, sin interrumpir la acción y sin enfriarla con adornos superfluos e inútiles, diría que la música tenía que hacer, sobre un plan muy correcto y preparado, viveza de colores y un contraste bien surtido de luces y sombras, que sirven para animar las figuras sin alterar sus contornos (…). El conjunto de los instrumentos deberá regirse según los intereses y la pasión, y no dejar esa cortante separación en el diálogo entre el recitativo y el aria, que no detenga el período en sentido contrario y que no interrumpa inoportunamente la fuerza y el calor de la acción” (Pestelli, 1986: 256) Su contrapartida, en aquel momento histórico fue Mozart, que defiende justo la idea contraria: “la música debe guiar a la poesía, de manera que ésta se convirtiera en devota hija de aquélla, porque mucho más gustará una ópera en la que el argumento se trabaje bien y los versos se escriban aposta para la música” (Pestelli, 1986: 263); Wagner, quizá amalgamando ambas posturas y a pesar de la ambivalencia y más de una contradicción que se desprende de algunos de sus ensayos, lo cierto es que apuesta porque ambos componentes, en igualdad de condiciones, estén al servicio de la “acción”, siendo vigoroso en la crítica contra numerosas obras de su tiempo que habían convertido a la música (medio de la expresión) en finalidad y al drama (el fin de la expresión) en puro medio instrumental. 24 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano 4.4. La función de lo religioso en la obra wagneriana Su aversión hacia el Cristianismo queda de manifiesto en Arte y revolución (1849) según el axioma de que “el Cristianismo justifica una deshonrosa, inútil y mísera existencia del hombre en la tierra por obra del maravilloso amor de Dios, quien, por supuesto, no creó al hombre sino que lo recluyó dentro de una asquerosa cárcel en la tierra con el fin de que se preparara –compensándolo del desprecio que había adquirido de sí mismo- para el estado de magnificencia cómoda e inerte que le esperaría después de la muerte (…). El arte es la suprema actividad del hombre que tiene bien desarrollados sus sentidos y que vive en armonía consigo mismo y con la naturaleza, el artista honesto se percata desde el primer momento de que el Cristianismo ni fue arte ni puede, de ninguna manera, producir en su seno la verdadera energía viviente”. De este modo, al igual que Nietzsche expresara en El nacimiento de la tragedia, se hacía necesario volver a la función que cumpliera el arte en la Antigua Grecia, de elevar la virtud del hombre hacia la bondad y la belleza, representado, específicamente por la figura de Apolo. En aquel tiempo, además, todas las artes convivían juntas, en perfecta armonía y con el devenir de la historia se fueron alejando unas de otras hasta que dejaron de reconocerse, el drama era el encargado de restaurar esa primitiva unión. Todos estos testimonios y el análisis ya acontecido de su última producción Parsifal, conducen a la tesis de que quizá la única religión del compositor fuese la misión redentora que él mismo le había asignado a su arte “cerrándose así el círculo arte-revolución-religión-mito, al tiempo que podía establecerse las premisas sobre las cuales arrancaría una postura globalmente nueva con respecto al arte y a la sociedad dentro del mundo contemporáneo” (Fubini: 1988, 314). La nueva sociedad en la que Wagner creía debía escapar al yugo del poder establecido por la industria, el arte comercial, el progreso, el dinero, el utilitarismo y el judaísmo, de ahí que el arte más que estar en armonía con los valores de la humanidad, como creía que había ocurrido en el mundo antiguo, debía contradecirla y superarla. Por eso, no será un arte social sino antisocial, revolucionario y redentor, que hundirá su fuente de inspiración en el mito y la leyenda del Medievo como buscando aquel ‘paraíso perdido’ que no se sabe si alguna vez existió. 25 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano 4.5. La cuestión judía El último aspecto ideológico que se analizará en la figura de Wagner es, sin duda, el más polémico de todos, se trata del trasfondo racista y antisemita que se revela en su obra literaria El judaísmo en la música (1850, edición bajo seudónimo y 1869, reedición ya firmada), donde expresa que el origen de la civilización europea se encuentra en la montaña del Himalaya, cuna de los pueblos asiáticos que luego se extenderían hacia Europa, y que es allí donde hay que buscar, por lo tanto, las raíces de la lengua y de la religión; Wagner parecía convencido de que existía una raza superior llamada a suprimir toda herencia opresora del mundo judeo-cristiano; por ello, no dudó en expresar su antipatía hacia la obra de los hebreos Meyerbeer o Mendelssohn, quizá motivado por la envidia que hubiera podido generarle el éxito artístico de aquéllos. Se completa así la idea ya expuesta con anterioridad del “arte como redención del mundo” al suprimir la influencia hebrea que convierten el campo musical en terreno estéril. La cuestión del judaísmo en Wagner es especialmente compleja y no exenta, como todos sus escritos, de las más variadas contradicciones. Desde de sus propios orígenes, aún no se ponen de acuerdo los estudiosos, sobre si su padre fue el notario de policía Karl Friedrich Wilhelm Wagner o el actor, cantante, pintor y dramaturgo Ludwig Heinrich Christian Geyer, de ascendencia judía; continuando con su propia biografía, fue amigo, en ocasiones circunstancial, en otras incondicional, de ilustres judíos: el director de orquesta Herman Levi (que estrenaría Parsifal), Angelo Neumann, Joseph Rubinstein, Eduard Hanslick (el filósofo que acuñara la frase de que la música de Wagner era “infinito sin forma”), el editor Maurice Schlesinger (del cual reniega por considerarlo un “judío desagradable”), el compositor Frömental Halévy, el adinerado compositor y director Ferdinand Hiller o el poeta Heinrich Heine, entre otros. En muchas ocasiones, los hombres que inicialmente eran aplaudidos por su capacidad artística se convertían en el blanco de sus más exacerbadas críticas; en otras, por el contrario, sabía apreciar la grandeza más allá de su origen hebreo. Según sus propias confesiones, era necesario que los judíos renunciaran a sus propias raíces culturales, lingüísticas y religiosas para poder integrarse o asimilarse en la cultura europea y así conquistar la anunciada salvación de la humanidad; sin embargo, en otras ocasiones, duda de que realmente tal asimilación sea posible y alega que las inspiraciones alemana y judía son incompatibles. La aversión que muestra en reiterados textos hacia el mundo artístico judío se basa esencialmente en considerar que dicho 26 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano grupo étnico ha alcanzado altas cotas de poder en una sociedad capitalista y que, por lo perentorio de su propia tradición bíblica, es incapaz de aprender la lengua germana y por lo tanto, en absoluto hábil para crear ninguna música digna de sus oídos, afirma en El judaísmo en la música: “extranjeros, fríos, bizarros, artificiales y deformes, sus obras musicales producen la impresión que nos daría, por ejemplo, un poema de Goethe recitado en jerga judía”. Su alegato contra el mundo hebreo comienza, como se ha dicho, en la figura de Meyerbeer, mostrando así su ingratitud hacia la inestimable ayuda que le reportara en los duros años de París, y se extiende posteriormente a todo lo demás; su insistencia en el surgimiento de una nueva sociedad y en el nacionalismo germano manifestado a través del mito, de ese “súper hombre” del que hablara Nietzsche a través de su Zaratustra, tenía que ver más con esa misión “redentora” de la música que con el advenimiento de un nuevo régimen que, bajo el liderazgo de Adolf Hitler, prendado de Wagner tras la escucha de Lohengrin, destruiría esa “nueva humanidad” con la que tanto habían soñado tanto Wagner como Nietzsche. Señala Liberman (1990: 191): “hay que juzgar al compositor en el contexto histórico e ideológico del siglo en el cual vivió, el XIX, y no desde los deleznables crímenes del nazismo hitleriano”, quizá estaba influido el dictador por su amistad personal con la hermana de Nietzsche, Elizabeth y por papel que jugara en toda esta cuestión Cósima Wagner. Como consecuencia de esta aversión semita que se va generando en Bayreuth quedan excluidos de la escena los directores de orquesta más cotizados de su tiempo: Gustav Mahler, Bruno Walter, Otto Klemperer y Fritz Busch, entre otros; con la coronación del nacionalsocialismo en Alemania la música de Wagner se convierte en un instrumento político de primer orden: el fragmento final de Los Maestros Cantores se emplea como si fuese un himno y la llamada del cuerno de Siegfried en el drama homónimo de El anillo del Nibelungo se interpreta como la del pueblo germano contra los ladrones del oro, los judíos, para enaltecer a la juventudes hitlerianas. Esta mediatización quizá no hubiera sido aceptada por un hombre que consideraba amor y política como dos realidades irreconciliables; en el año 1942, Hitler planea el Gran Festival de la paz en Bayreuth con Parsifal, Los Maestros Cantores y la tetralogía completa, creyendo que saldría victorioso de la contienda bélica. Al final de sus días, Wagner escribe: “Yo no quiero saber nada del actual movimiento antisemita y lo anunciaré en un artículo a publicar por los Bayreuther Blätter de tal manera que 27 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano desarmaré a la gente de espíritu que quiera hacer cualquier aproximación entre dicho movimiento y yo mismo”. Como dato de actualidad no se puede obviar que, a pesar de los esfuerzos del director de orquesta Zubin Mehta, la música de Wagner está proscrita en el Estado de Israel, ya que aún existen miles de supervivientes de los campos de exterminio que sufrieron literalmente los sonidos wagnerianos al tiempo que eran sometidos a todo tipo de vejaciones y torturas. 5. Influencia de Wagner: críticos y defensores La influencia de Wagner en el entramado cultural (y no sólo musical) de finales del siglo XIX y comienzos del XX es incuestionable para cualquier musicólogo. Ese decadentismo que Nietzsche quiso ver en el autor de Parsifal iba minando las formas y las instituciones europeas de aquel tiempo; un movimiento estético y literario que influyó y se dejó a su vez influir por las ideas subyacentes en el drama musical fue el del Simbolismo, con Baudelaire y Mallarme a la cabeza, al considerar aquella música como algo mágico, por su fuerza de sugestión, su capacidad de penetrar en la esencia de los fenómenos y de captar la unidad que subyace en una realidad siempre tenebrosa y llena de misterio. También el movimiento expresionista, proclive a mostrar las auténtica pasiones humanas dando cabida a “lo feo y deformado”, como así calificaron tanto Nietzsche como Hanslick la producción wagneriana, encuentra aquí una fuente de inspiración; en el ámbito musical se relaciona directamente con el tratamiento que recibe la armonía, emancipándose progresivamente de la tonalidad, para llegar al Atonalismo y, posteriormente, al Dodecafonismo de la Segunda Escuela de Viena, con Schoenberg como baluarte. La influencia wagneriana estará presente tanto en la ópera como en el ámbito sinfónico. Respecto a la música escénica, salvando el éxito cosechado por Hänsel und Gretel de Engelbert Humperdinck en 1893, casi toda la producción alemana pos wagneriana es una concomitancia del mismo lenguaje, aunque sin tanta parafernalia ideológica; en lo referente a la música sinfónica, continuando el precedente de su admirado Beethoven, contribuirá al renacimiento de la música instrumental de final de siglo, de tal forma que sea posible hablar de “la segunda edad de la sinfonía” como lo ha calificado Di Benedetto (1987: 140). Este hecho descansa en dos premisas, por un lado, la propia importancia otorgada por el compositor a la parte orquestal de sus dramas como 28 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano auténtico sustento de la acción dramática, y por otro, los nuevos postulados formalistas e intelectualistas del citado crítico y esteta Eduard Hanslick, quien posicionándose ante el sentimentalismo romántico, aboga por la primacía de la música pura instrumental al despojarse de su contenido para ceñirse sobre su propia forma, técnica y lenguaje. Así, tras asistir al estreno de El anillo del Nibelungo en Bayreuth desaprueba la creación wagneriana por tres procedimientos musicales concretos: “primero, la ausencia de una melodía vocal separada e independiente, que es sustituida por una especie de recitativo exagerado basado en una melodía sin fin; en segundo lugar, la disolución de todo concepto de forma, no sólo de las formas tradicionales (aria, recitativo…) sino de toda simetría y lógica musical y tercero, la exclusión, con contadas excepciones, de los conjuntos vocales polifónicos, es decir, duetos, tríos, coros y el número de conjunto final” (Plantinga,1992: 319). Las Sociedades Wagnerianas, creadas por el compositor en la época con el objeto de continuar su causa, siguen estando vigentes por todo el mundo, la publicación de revistas como la citada Bayreuther Blätter a través de estas sociedades, contribuiría a difundir tanto su música como su ideología; los Festivales de Bayreuth, a los que acuden Debussy, Hugo Wolf o Gustav Mahler, entre otros, continúan a comienzos de siglo bajo la atenta mirada de Cósima y desde su fundación, todos los años dan cita a los incondicionales wagnerianos, de tal suerte que sólo se ha interrumpido su actividad en los periodos de las dos guerras mundiales. A modo de conclusión y sin ánimo de agotar el tema Liberman afirma (1990: 153): “se podría decir que Wagner, desde un punto de vista absolutamente estético, no hizo más que saber recoger los temas más difundidos de la cultura romántica con un alto grado de sabiduría, pero es también necesario decir que nunca se ha llegado más lejos en la impronta que una personalidad singular puede establecer en su obra. Con Wagner culminan una época y el espíritu que la alimentó”. A lo cual Whittall añade (2001: 106) “la auténtica revolución de Wagner implica el descubrimiento de nuevas clases de temas, un nuevo estilo de texto y una nueva música cuyo rasgo principal es la síntesis poéticomusical “. Lo cierto es que más allá de ser uno de los compositores que más tinta ha hecho verter sobre el papel, como testimonia su extensa bibliografía, continúa cautivando a unos y repeliendo a otros; Wagner logra vivir como un inmortal en un mundo de mortales, consciente, en todo momento, de que aceptando la muerte física y renunciando a la 29 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM Paloma Benito Fernández- El drama wagneriano primera y última fuente de placer, el amor, alcanzaría, a través de su arte, la codiciada eternidad. BIBLIOGRAFÍA -Wagner, Richard (1948): Epistolario a Mathilde Wesendonk, Madrid, Colección Austral. -Martin Gregor Dellin-Ángel Fernando Mayo Antoñanzas (1983): Wagner. Su vida. Su obra. Su siglo, 2 vols., Madrid, Alianza música. -De la Guardia, Ernesto (1984): Tristán e Isolda, Buenos Aires, Ricordi. -Pestelli, Giorgio (1986): La época de Mozart y Beethoven, Madrid, Ediciones Turner. -Di Benedetto, Renato (1987): La música en el siglo XIX, Madrid, Ediciones Turner. -Fubini, Enrico (1988): La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo XX, Madrid, Alianza música. -Arnoldo Liberman (1990): Wagner, el visitante del crepúsculo, Barcelona, Gedisa. -Plantinga, León (1992): La música romántica, Madrid, Akal música. -Arnoldo Liberman (1997): El pentagrama secreto, Barcelona, Gedisa. -Whitthall, Arnold (2001): Música romántica, Barcelona, Editorial Destino. -Giroud, Françoise (2002): Cósima Wagner, Barcelona, Debolsillo. http://archivowagner.info/ http://www.wagnermania.com 30 © 2009, E-EXCELLENCE – WWW.LICEUS.COM