Wagner y Verdi, bicentenarios en pinceladas

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Viernes 21 de Junio de 2013 | GRANADA HOY
ACTUAL
62 FESTIVAL DE MÚSICA Y DANZA | LA CITA COMIENZA ESTA NOCHE EN EL PALACIO DE CARLOS V
Juan José Ruiz Molinero GRANADA
El mundo de la música y de los
Festivales se enfrenta a los dos bicentenarios de Wagner y Verdi
que se celebran este año con distinta y distante intensidad. Mientras, naturalmente, el templo de
Bayreuth se vuelca, como es habitual, en su compositor emblemático, creador de un drama épico
germano que tantas connotaciones diversas tendría, e Italia lo hace en su no menos representativo
autor de un auténtico espíritu nacional, que llegó a considerar como himno del pueblo el coro de
esclavos, de la ópera Nabucco,
otros salen del paso, por falta de
medios u otras circunstancias, sólo con unas pinceladas fragmentadas. El Festival de Granada sólo
puede sumarse al homenaje de estos dos genios con una velada conmemorativa, con oberturas y fragmentos sinfónicos más conocidos
que ofrece esta noche la Orquesta
Nacional de Francia, bajo la dirección de Daniele Gatti, un director
de máximo prestigio que acaba de
dirigir en Nueva York un magistral
Parsifal, con Jonas Kaufmann y
René Pape, y le espera Salzburgo
para el nuevo montaje, que con
tanto secreto guarda Stefan
Herheim, de Los maestros cantores
de Núremberg.
EL CASO WAGNER
Aunque sea también en breves
pinceladas, creo necesario hacer
una rápida reflexión en el bicentenario del nacimiento de estas figuras que surgen en una Europa
que inicia el gran carnaval del siglo XIX. Es una Europa convulsa,
desde las cancillerías al pueblo, en
la que irrumpe el sentimentalismo contra el cerebralismo y tras
las puertas abiertas por Rousseau
y Chateaubriand, aparece la gran
Europa del pensamiento: Lessing,
Goethe, Schiller, Richter, Heine,
Shopenhauer.
Y en esta escena irrumpe Richard Wagner, nacido en Leipzig
el 23 de mayo de 1813. A los 20
años, enjuto, seco y soberbio, el
joven Wagner no es más que un
‘diletantti’ de todo: filosofía, literatura, pintura, filología, música.
Sin conocer nada en profundidad,
se abraza a la música, después de
una audición de Freischutz, componiendo a tuertas y derechas.
Seis meses le bastan para asimilar
todo cuanto ignora. Primero, director de orquesta en provincias;
después, compositor; hambre en
París, Rienzi y esbozo de El buque
fantasma. Wagner se presenta superando –como toda su vida– su
improvisación por la fuerza temperamental de su genialidad. Surge el ‘caso Wagner’, una convulsión para la música que derriba
pedestales, agrieta sólidos prestigios y encontraría fervorosos seguidores y no menos radicales adversarios.
Hace décadas que la obra wagneriana ha encontrado su reposo.
Se ha superado el magnetismo
pernicioso que llevó a considerar
Wagner y Verdi,
bicentenarios
en pinceladas
●
La Orquesta Nacional
de Francia, dirigida por
Daniele Gatti, inaugura
esta noche el Festival
de Granada con
fragmentos de los dos
compositores
su filosofía creadora como una
profecía para la música del porvenir, cosa que el tiempo ha desmentido. La apoteosis wagneriana significó también apoteosis, además
del espíritu nacionalista germánico, con sus connotaciones racistas
incluidas, que hasta Hitler intentó apoderarse de él, la de los
Mann, Zola y, sobre todo, de su
templo de Bayreuth que ha sabido
renovarse en el tiempo, con las
puestas en escena más actuales y
las voces y los directores más pres-
La estética wagneriana
supo encontrar una
sublimación de sus
anhelos raciales
Arriba, Richard Wagner. Sobre estas líneas, Verdi.
tigiosos. Un templo que para Stravinski era un lugar inconcebible
donde se desarrollaban ritos insoportables. Pero lo que es cierto es
que sólo fue apoteosis de su época, aunque como todos los grandes clásicos, quedará como un eje
inmortal. Lo que no logró es que lo
consideran un profeta de la época
moderna. El propio Falla, admirador, con matices, del talento creativo del alemán, lo decía hace
ochenta años: Ni en técnica –atonalidad contra politonalismo– ni
en contenido –exasperación romántica– la obra wagneriana po-
dría ser profecía para el futuro. El
tiempo pone orden en el arte, subrayando su trascendencia y originalidad, pero también derribando
barreras que, precisamente, es lo
que define la fuerza creadora de
cada época y de cada artista.
HACIA UN DRAMA ÉPICO
NACIONAL
No cabe aquí siquiera una somera
reflexión sobre la obra de Wagner.
Sí decir que estuvo dirigida para
crear un drama épico nacional –no
hay más que pensar en su Tetralogía–, una tragedia auténticamente nacionalista, buceando en los
valores más germánicos que pueden quedar como símbolo de un
pueblo, orgulloso de su raza, de
sus valores, de su historia, de sus
leyendas y héroes de una mitología propia y, sobre todo, de su porvenir como pueblo dominador. La
estética wagneriana supo encontrar una sublimación de sus anhelos raciales y de su sentimiento
más arraigado. A pesar de las
grandes figuras musicales que ha
tenido Alemania, el germanismo
encontró en Wagner su intérprete
más fiel. Unir música y escena ya
se había hecho en el teatro italiano y francés. Pero convertirlo en
un espectáculo total, afianzado en
el drama épico de una Alemania
nueva, pero apoyada sentimentalmente en el pasado, era un reto
que superaba los problemas puramente musicales –leit motiv o infi-
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