Poesia /// Final Abierto: Una Reescritua de la Lectura INTRODUCCIÓN El hombre no preexiste al lenguaje, ni filogenéticamente ni ontogenéticamente. Nunca topamos con ese estado en que el hombre estaría separado del lenguaje, y elaboraría este último para "expresar" lo que pasa en su interior: es el lenguaje el que enseña cómo definir al hombre, y no al contrario. (1) La escritura no es más que repetición y esta repetición a su vez es una transformación constante de lo dicho, comenzando a nombrar lo que el otro ya ha nombrado, tomando su palabra para hacerla nuestra y dársela al otro. Y si es así, ¿es válido decir que existe un Autor y una Obra, una creación? ¿Y qué será de todo aquello que recibimos de la historia, sus enseñanzas, sus tradiciones? Del autor, del lector, de la obra, del sentido, de la retórica y la catarsis, etc. ¿Por dónde sería que habría que comenzar? El "origen" es una palabra que le da unidad a la obra, que la mantiene en un estado de estabilidad y fija su lugar, mantiene a la obra cerrada, enclaustrada en sí misma. Leer ya no significa consumir por el placer que produce la lectura. La lectura y la crítica se han unido fijando su mismo objeto: el lenguaje. La voz de la obra ya no pertenece al autor, sino que es la voz del lenguaje, con sus signos y códigos que conforman un texto. El texto es un producto que no es dado por nadie. El texto se da a sí mismo, obtiene su valor por sí mismo, lo toma del contexto, del lector, olvida su origen. La búsqueda de un origen, el deseo de un origen es creer que éste se encuentra allí: de donde provienen todas estas voces, estos símbolos, donde una vez algo comenzó. Es inevitable escuchar en la voz del lenguaje la pregunta por el origen, la búsqueda mítica del Padre, una búsqueda que no llega a ningún lado. ANÁLISIS Como eje de este análisis, quisiera tomar al soneto XVII de William Shakespeare, para luego unirlo en ciertos puntos con el poema "Valediction" de Seamus Heaney y el soneto LXXV de Edmund Spencer. El soneto XVII de Shakespeare comienza con el siguiente verso: "Who will believe my verse in time to come"(2). Comienza con una pregunta por parte del sujeto enunciativo, que puede ser dirigida tanto al lector como al sujeto amado o hasta a sí mismo. Esta pregunta es crucial, este dilema tan profundo es la raíz por la cual se nutre este soneto. Es importante tomar en cuenta que la pregunta no se refiere al sujeto enunciativo, sino que hace referencia a los versos de éste, a su producción, o sea, a este mismo soneto que estoy analizando. El sujeto enunciativo del soneto XVII, con su pregunta inicial, está introduciéndose en la cuestión de lo que puede ser tomado o no como verosímil. En La Poética de Aristóteles se plantea que: "Es preferible imposibilidad verosímil a posibilidad increíble."(3). En referencia a lo verosímil según el texto de Aristóteles, la introducción a La Poética por García Bacca explica: puede suceder que lo posible convenza a la razón, y resulte increíble para el sentimiento, y que por el contrario, algunas cosas parezcan imposibles al entendimiento y que, con todo, resulten creíbles a ciertos afectos. (4) En esta concepción de lo verosímil, se entiende que esta noción es totalmente relativa a las creencias de la gente. No alcanza con que los enunciados sean razonables, también deben concordar de alguna manera con los sentimientos. Lo verosímil depende de lo que la gente cree en su momento o más bien de lo que la gente puede creer en su momento gracias a las diversas ciencias y sus respectivos postulados, los respectivos "saberes". Por otro lado, un texto de Jacques Derrida dice: no se puede dar testimonio más que de lo increíble. En todo caso, de lo que solamente puede ser creído, de lo que, tras pasar por alto la prueba, la indicación, la constatación, el saber, apela únicamente a la creencia, por lo tanto a la palabra dada. (...) Tal es la verdad que invoco y en la cual hay que creer, aún, y sobre todo, si miento o perjuro. Esa verdad supone la veracidad, incluso en el falso testimonio, y no a la inversa. (5) Aquí se está planteando la cuestión de creer en la palabra, en la palabra como única verdad. Sólo por el hecho de que el testimonio sea palabra, de que sea pronunciado, ya lo vuelve increíble. Cuando la palabra es tomada como signo, entre el signo y aquello a lo que refiere hay una separación que en el texto La Différance de Derrida es llamada "espaciamiento" o "temporalización". Este espaciamiento, esta distancia entre un signo y la cosa a la que refiere se da porque entre el signo y su referente siempre va a estar mediando otro signo nuevo. Nunca se produce un acercamiento a la presencia del referente, este siempre se mantiene alejado, la sensación que se tiene es que el referente está presente pero en una suerte de aplazamiento, retardamiento. En un discurso, en un testimonio, en cualquier tipo de escritura, jamás se llega a la experiencia real y concreta del objeto referido, el discurso nunca sale de la dimensión del lenguaje. El texto de Derrida plantea que la credibilidad no proviene de si tal o cual saber o sentimiento concuerda con lo que se enuncia. En este texto se está trabajando en el plano de la verdad de la palabra, del significante como ente verdadero, como lo único que se mantiene como verdad en todo enunciado; todo lo demás, su referente y su significado, su contexto y su atestación son increíbles; no se los puede asumir como reales en el discurso ya que han sido desplazados de su realidad por el propio discurso, han perdido su ser en el ser del discurso. Volviendo al soneto XVII de Shakespeare, habría que tener en cuenta ciertas partes del poema para decidir a cuál de las posturas planteadas se le puede aproximar más: En los versos tres y cuatro, el sujeto enunciativo dice haciendo referencia a sus versos: "Though yet, heaven knows, it is but as a tomb,/ Which hides your life and shows not half your parts:"(6). Al comparar los versos con "tumbas", la alegoría puede compararse al concepto de signo de La Différance. La presencia del sujeto se percibe como una especie de "presencia ausente": ni la vida ni la belleza ("your parts") del sujeto se pueden encontrar como presentes en la esencia del signo, lo que el signo mas bien indica es la ausencia de ellas en él. No forman parte del signo, sino que están presentes en él como ausencia, como presencia aplazada, inasible. En la imagen de la tumba la antinomia esencial del signo se repite, la belleza física y la vida del sujeto palpitan por su ausencia. La tumba trae a la memoria la imagen del sujeto en la tumba pero no como muerto sino como vivo, es la tumba la que hace presente el recuerdo del sujeto vivo ausente. De aquí se entiende que para el sujeto enunciativo de este soneto no hay una correspondencia directa entre el verso dedicado al amado y la presencia física y viva de éste, no mantienen una relación de similitud, sino más bien de diferencia, de espaciamiento. La palabra no vendría a sustituir la ausencia del amado, no podría hacer presente al amado, sino mas bien estaría allí indicando su ausencia, haciéndola presente. Esta lógica está marcada en el texto La Différance de Jacques Derrida: El signo, se suele decir, se pone en lugar de la cosa misma, de la cosa presente, "cosa" vale aquí tanto por el sentido como por el referente. El signo representa lo presente en la ausencia. Tiene lugar en ello. Cuando no podemos tomar o mostrar la cosa, digamos lo presente, el ser-presente, cuando lo presente no se presenta, significamos, pasamos por el rodeo del signo. Tomamos o damos un signo. Hacemos signo. El signo sería pues, la presencia diferida. (7) Por otra parte, en el soneto LXXV de Spencer se puede encontrar una opinión diferente en cuanto a la relación signo/cosa mencionada en La Différance. En el soneto de Spencer hay dos voces: está el sujeto enunciativo del poema que es el poeta y luego, tan sólo en la segunda estrofa, aparece la voz de la amada. El sujeto enunciativo del poema dice en los versos once y doce: "my verse your vertues rare shall eternize,/ and in the hevens wryte your glorious name."(8). A diferencia del sujeto enunciativo del soneto de Shakespeare, el sujeto enunciativo de este soneto no tiene ninguna duda de que sus versos tienen la capacidad de reflejar en ellos la hermosa esencia de su amada. Gracias a la habilidad del poeta, las "vertues rare" de la amada estarán eternamente reflejados en los versos, por esta razón parece ser que la presencia de la amada es totalmente innecesaria para mantener el valor de los versos. Más allá de que el sujeto enunciativo plantee un imposible, la pregunta es cómo se mantiene el sentido de los versos, la belleza de la amada, sin que autor ni amada estén presentes. El valor se mantendrá, según el poeta, gracias a la fama que él reciba. Los versos, aun cuando poeta y amada mueran, van a seguir reflejando para el lector los "vertues rare" de la amada, ya que la fama del poeta hará posible que él esté como ser-presente, que tenga la autoridad para llevar al lector por el camino "correcto". El signo puede prescindir de la cosa a la que refiere, pero no puede prescindir del sentido que el autor le dió. En el capítulo "Escribir la lectura" del texto El susurro del lenguaje de Roland Barthes se dice al respecto: Este exorbitante privilegio concedido al punto de partida de la obra (persona o Historia), esta censura ejercida sobre el punto al que va a parar y donde se dispersa (la lectura), determinan una economía muy particular (aunque anticuada ya): el autor está considerado como eterno propietario de su obra, y nosotros, los lectores, como simples usufructuadores: esta economía implica evidentemente un tema de autoridad: el autor, según se piensa, tiene derecho sobre el lector, lo obliga a captar determinado sentido de la obra, y este sentido, naturalmente, es el bueno, el verdadero. (...) lo que se trata de establecer es siempre lo que el autor ha querido decir, y en ningún caso lo que el lector entiende. (9) El autor planteado en este párrafo se caracteriza por ejercer sobre el lector una falsa autoridad. Esta está dada en definitiva gracias al lector, que ve al autor como el origen del texto que tiene enfrente, que busca el sentido perteneciente al autor, oculto en su obra, el único sentido que para ese tipo de lector puede ser tomado como válido. En contraposición a esta vieja teoría del autor tomado como origen, se puede tomar lo dicho en La muerte del autor, también de Barthes: La escritura es la destrucción de toda voz, de todo origen. La escritura es ese lugar neutro, compuesto, oblicuo, al que van a parar nuestro sujeto, el blanco y el negro en donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo del que escribe. (10) (Esta situación de pérdida de identidad del autor esta perfectamente planteada en el poema "Valediction" de Heaney como en el soneto XVII de Shakespeare, cuyo análisis próntamente retomaré.) Por otra parte, la voz de la amada en la segunda estrofa conlleva una opinión distinta a la del poeta. La amada dice: "for I my selfe shall lyke to this decay,/ and eek my name bee wyped out lykewize."(8). Según ella, la correspondencia que se da entre signo y cosa es directa, absoluta, inmediata; no como en Shakespeare, donde signo y cosa no llegan jamás a estar en correspondencia directa. Según el razonamiento de la amada, una vez que ella muera, su nombre (o sea, todo signo que aluda a ella) morirá también. Ella toma al signo y a la cosa como si no tuviesen diferencia existencial, ambos son uno y lo mismo aunque puedan llegar a ser percibidos por separado. La diferencia con la lógica del sujeto enunciativo de este soneto es que para ella si la cosa, si el sujeto (ella misma) muere, el nombre también debe morir; mientras que para el poeta, el nombre del sujeto en el verso se puede mantener con vida sin necesitar de la vida de la amada gracias a la autoridad que el poeta/autor ejerce sobre el lector. En el soneto XVII de Shakespeare, el lector es uno de los tantos puntos relacionados a la pregunta inicial acerca de la verosimilitud. En los versos tres y cuatro, el sujeto enunciativo entiende que el signo y su referente no mantienen una relación directa de correspondencia, y que la palabra tradicional no serviría para comprender la belleza que el poeta ve en su amada. En los versos siguientes, el sujeto enunciativo plantea que la belleza del amado no podría ser comprendida más que con la posibilidad imposible de escribir "fresh numbers". A continuación es importante notar que aparece otra voz diferente a la del sujeto enunciativo, es la voz del lector ("The age to come"). En el verso ocho, el lector dice: "Such heavenly touches ne’er touched earthly faces." Aquí, el lector se está posicionando en la postura de la verosimilitud planteada en La Poética de Aristóteles anteriormente; hace una división de la escritura entre creíble e increíble, verosímil o inverosímil. Para este lector lo que los "fresh numbers" están planteando es algo inverosímil, algo que no entra dentro del círculo de su lógica. La errónea suposición del lector aquí es igual que aquella que comete el sujeto enunciativo del soneto LXXV de Spencer. Ambos creen que el lector, cuando se enfrenta a un texto, debe necesariamente remitirse a un origen del texto, que según ellos se encuentra o en el autor o en la persona que ha inspirado al autor. Pero hacer eso es una equivocación, creer que el texto es o no verosímil significa tomar al signo y a la cosa o al sentido y al autor como entidades unidas y necesarias para la comprensión de un texto, para su credibilidad. El texto Elipsis de Derrida dice: "Escribir es tener la pasión del origen." Pero lo que la afecta de esa manera, se sabe ahora, no es el origen sino lo que esta en su lugar; no es tampoco lo contrario del origen. No es la ausencia en el lugar de la presencia, sino su huella que reemplaza una presencia que no ha sido presente jamás, un origen por el que nada ha comenzado. Ahora bien, el libro ha vivido de ese engaño; de haber dado lugar a creer que la pasión, al estar originalmente apasionada por algo, al final podía quedar apaciguada mediante el retorno de eso. Engaño del origen, del final, de la línea, del bucle, del volumen, del centro. (11) Creer que leer un texto es leer la voz del autor es tan erróneo como suponer que leer una descripción equivale a ver la figura descripta. En una obra hay cierta red de coherencia por la cual el lector puede darle a esta uno de entre la multiplicidad de sus sentidos posibles, pero eso "no puede ser un significado (porque ese significado retrocede sin cesar hasta el vacío del sujeto)"(12). Lo que se propone es tomar la palabra no como instrumento o decoración para otra cosa, sino como signo y verdad, "sustitución de la instancia de la realidad (o instancia del referente), mítica excusa que ha dominado y aun domina la idea de literatura, por la instancia del mismo discurso."(13) Para el sujeto enunciativo del soneto, la belleza no puede expresarse más que con bellas palabras. Esto es, su intención no es que el lector vea la belleza del amado en las bellas palabras, sino que las bellas palabras produzcan en el lector la misma sensación que el poeta siente ante la belleza de su amado. Para el sujeto enunciativo, el lector debe relacionarse con el lenguaje y no con el origen. Poeta/autor y amado/referente no están presentes (con vida) en el texto para conducir al lector hacia un significado determinado de la obra que este tiene en sus manos, lo que el lector lee es un texto formado por un lenguaje, estructurado como un sistema totalmente neutral, sin ningún tipo de contingencia, un sistema apersonal. El Texto se lee sin la inscripción del Padre, el yo que está inscripto en la escritura no es más que un yo de papel. La vida del texto sería entonces renovada en su repetición por la lectura. En el soneto de Spencer, el sujeto enunciativo supone que es al revés: "Where whenas death shall all the world subdwe,/ our love shall live and later life renew."(8). Aquí, es la obra la que el sujeto enunciativo supone que produce vida, nueva vida, nuevos lectores. Esto se produce por la incrédula creencia del sujeto enunciativo de que su obra va a perdurar gracias a que él puede mantener en el texto su autoridad de autor, su intencionalidad. No nota que lo que perdura es exactamente aquello que mata al autor, que mata toda intención por parte del autor, esto es: la escritura. En el soneto de Shakespeare, se entiende entonces que el hecho de que el lector busque en la obra los indicios de un origen, de una autoría, no es valido ya que no produce el sentido deseado: el comprender la belleza del amado gracias a la belleza de los "fresh numbers". Por eso, en los últimos dos versos dice: "But were some child of yours alive that time,/ You should live twice: in it, and in my rhyme."(10). Que el lector se empeñe en buscar un origen en la obra no es válido. La única solución que el sujeto enunciativo plantea para conformar a este tipo de lectores es que un origen falso, un suplemento del origen (el hijo, el heredero de la belleza) se encuentre presente para aquel futuro lector que necesita de pruebas fácticas para creer en estos "fresh numbers" que lamentáblemente no se pueden valer por su propia belleza como lo desea el poeta. En "Valediction", la presencia ausente de la persona amada en la escritura produce un caos en el mundo tanto interno como externo del sujeto enunciativo. Este sufre en carne propia lo que se decía en La muerte del autor: "La escritura es ese lugar (...) donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo del que escribe."(15) Al hacer referencia a su amada, el sujeto enunciativo la menciona primero como: "Lady with the frilled blouse/ And simple tartan skirt,"(16). La ropa es un detalle totalmente intransigente si lo que se está buscando es "representar" con esa imagen a una persona (a menos que esa persona siempre use algo distintivo como por ejemplo un sombrero o botas. La blusa y la falda mencionadas en el poema son ítems de vestuario que no suelen usarse más que para un día. No me parece que una mujer use siempre la misma falda y la misma blusa todos los días, aunque se puede llegar a dar, uno nunca sabe.) La importancia de esta imagen está exactamente en aquello que no se puede encontrar, en esa falta de referente, en esa referencia vacía con que el lector se encuentra ni bien comienza el poema, esa incertidumbre inicial. El sujeto enunciativo menciona a su amada de esa manera porque es así como él se la representa en su cabeza, ese es el recuerdo que él tiene de ella: su blusa fruncida y su falda de tartán. La imagen de la amada que sólo mantiene su sentido en aquel que la creo representa la intención del autor, su identidad. Pero como se puede ver, el sentido del autor se ha ido de la casa, se ha diseminado una vez que el sujeto enunciativo ha volcado inevitablemente sus sentimientos e ideas en la escritura. La imagen ya no sugiere el único sentido que el autor le atribuía. La obra se ha perdido, y en su lugar (re)aparece el texto con su lenguaje incontingente, el cual a su vez está atravezado en su coherencia formal por el lenguaje simbólico que produce la multiplicidad de los sentidos del poema hasta el infinito. Como dice el texto "La palabra soplada" de Derrida: mi obra, mi huella, el excremento que me roba de mi bien después de haber sido yo robado a mi nacimiento, tiene que ser rehusado. Pero rehusarlo no es en este caso rechazarlo, sino retenerlo. Para guardarme, para guardar mi cuerpo y mi palabra, me hace falta retener en mí la obra, confundirme con ésta para que entre ésta y yo el Ladrón no tenga ninguna oportunidad, tengo que impedirle que se eche a perder lejos de mí como escritura. Pues "la escritura es enteramente una porquería" (El pesa-nervios, I, p. 95). (17) Al referirse a "the house", el sujeto enunciativo está hablando del poema, aquel lugar donde inocentemente el intentó "alojar" a su amada. Aquello que el sujeto enunciativo podía "alojar" en su mente se pierde una vez que pasa a la dimensión de la escritura, ya que una vez que esta se ha instituido sus signos codificados no pueden dar garantías a ninguna cosa. La verosimilitud aristotélica es imposible, la verdad derridiana es la única respuesta. Si se escribe es para hacer presente aquello que está ausente, por ende, escribir es producir la ausencia del otro y firmar como autor es afirmar la ausencia propia. No escribo para reemplazar la ausencia, escribo para afirmarla. Cuando el sujeto enunciativo dice: "Since you have left the house/ Its emptiness has hurt/ All thought.(...)"(16), está haciendo referencia a ese mismo acto en que la escritura se instituye: el significante del signo se vacía de sentido por el hecho de diseminarse en una multiplicidad de sentidos, y el pensamiento no puede asumir la angustia que le provoca el lenguaje (ver Sobre la angustia en el lenguaje de Maurice Blanchot). En los versos que siguen, es importante notar el juego que hace el sujeto enunciativo con palabras referidas al tema de la navegación ("rode", "anchored", "rocked", "breaks", "strand", "sea", "command", "mutiny") y cómo las utiliza para hacer una alegoría de su propio mundo. El mundo exterior ("Time") del sujeto enunciativo mantiene con su mundo interior ("love") una relación directa de concordancia, dos mundos que se perciben de igual manera en un solo mundo que es la mente del sujeto enunciativo. En este poema, tal como en el soneto de Shakespeare y a diferencia del soneto de Spencer, el sujeto enunciativo en "Valediction" es consciente de que su presencia como autor está ausente en la escritura, de que el texto se vale por sí mismo sin tener el menor lazo de unión con el autor, con la identidad. El "Self" se amotina contra sí mismo, la voz e imagen de la amada dejan de tener fuerza, vitalidad, se han distanciado. La identidad que equivale a la amada y al sentido del sujeto enunciativo se revolucionan y quedan a la deriva, el sujeto ya no tiene control de nada de lo que habita el poema, ni siquiera de sí mismo, él no es nada más que un "yo de papel", forma parte del ser de la escritura. El centro es un hueco, el origen se ha perdido aunque en verdad no se puede decir que alguna vez se lo tuvo. La ausencia de la tríada amada/autor/identidad provoca un "temblor mitológico de los sentidos"(18), refiriéndose a la palabra mito como "una palabra que parece no tener emisor verdadero que asumiera el contenido y reivindicase el sentido, por consiguiente, enigmático."(19) El uso de la imagen del mar en este poema es muy parecido a aquel que se le da en el soneto de Spencer. En este soneto, el mar es aquel que demuestra que el nombre de la amada no puede ser inmortalizado, como es el deseo del sujeto enunciativo. Una y otra vez la marea borra el nombre de la amada que el poeta marca sobre la arena. Gracias a esta metáfora inicial, se entiende que el sujeto enunciativo está equivocado y que su amada tiene razón. Es importante recordar que para la amada, la relación signo/referente es directa: si el referente está presente el signo también lo está y viceversa. Para el sujeto enunciativo, el signo tiene la capacidad de hacer presente a su referente gracias a que se mantiene la autoridad del poeta sobre el poema. El mar, que borra la escritura del autor, sería la imagen del tiempo, de la muerte que menciona la amada, o sea, de la escritura. Acechando sobre la autoridad que el poeta asume sobre sus poemas, la escritura les quita todo vestigio de intencionalidad. En los signos del lenguaje no está presente más que la ausencia del poeta, "en el lenguaje no hay otra verdad que confesarse lenguaje."(20) En el poema de Heaney, no es el mar quien ausenta la identidad del sujeto sino que es el sujeto quien se pierde al adentrarse en la inmensidad del mar. A diferencia del sujeto enunciativo de Spencer, que intenta una y otra vez escribir el nombre de su amada contra la irremediable fatalidad del mar, el sujeto enunciativo en el poema de Heaney se lanza y a su vez es lanzado a la mar, al lenguaje, cuando su amada se aleja. El sujeto enunciativo de "Valediction" se pierde en el mar del lenguaje para hablar de esa ausencia, para recuperarla y a su vez ausentarse con ella: La ausencia dura, me es necesario soportarla. Voy pues a manipularla: transformar la distorsión del tiempo en vaivén, producir ritmo, abrir la escena del lenguaje (el lenguaje nace de la ausencia (...)). La ausencia se convierte en una practica activa, en un ajetreo (que me impide hacer cualquier cosa); en él se crea una ficción de múltiples funciones (dudas, reproches, deseos, melancolías). Esta escenificación lingüística aleja la muerte del otro (...). Manipular la ausencia es aplazar este momento, retardar tanto tiempo como sea posible el instante en que el otro podría caer descarnadamente de la ausencia a la muerte. (21) CONCLUSIÓN Estamos en una etapa de la historia del ser humano en que la verdad y lo seguro han perdido sus antiguos dominios. Donde la solidez de la estructura se ha vuelto obsoleta y los centros se han descubierto perdidos. Es un tiempo en donde es necesario comprender que no hay nada absoluto, nada definitivo a qué aferrarse. Lo hemos aprehendido de nuestros antepasados, que vimos saltar de aquí para allá sin poder quedarse quietos. Nosotros les seguimos el camino conscientes de nuestro interminable rodeo, conscientes de que el rodeo es el sentido, comprendiendo que el cambio es lo único que no cambia, que es lo necesario para la vida. Después de miles de años, por fin comprendimos que nada ni nadie tiene la capacidad para afirmarse como el nuevo Mesías, como el poseedor de La Palabra. Nos dimos cuenta de que no somos más que episodios perdidos, abiertos a la interminable lectura que se pueda tomar de lo que se ha dejado: el lenguaje. El nihilismo puro, la destrucción de la fe, la búsqueda de los huecos por donde se devela que el ser humano no es más que un pasaje profundo hacia otro hueco, hacia un infinito del que no hay retorno. La apertura de los sistemas, la pérdida del sentido y de la identidad y de la voz. Es necesario comenzar de nuevo, repetir el acto, buscar la respuesta allí quizás donde nunca antes nos habíamos fijado, allí quizás donde nos fijamos pero no vimos. Meter la mano para ver qué sacamos, quién sabe, nunca se sabe. La relatividad a la orden del día, todo y nada a la vez, unidos en su desunión, las antinomias fusionadas en la esencia del ser, la única vida con que contar, con que leer, con que hablar, con que pensar. La nueva vida del ser: el lenguaje. Después de todo, comenzar por repetir no está mal, es comenzar de nuevo, es retornar al final, es comenzar del final y finalizar desde el comienzo. Es usar la única voz que (nos) conocemos para ser fantasmas, es tener en cuenta que mañana de esa voz ya nada más quedará de nosotros. El hombre no preexiste al lenguaje, ni filogenéticamente ni ontogenéticamente. Nunca topamos con ese estado en que el hombre estaría separado del lenguaje, y elaboraría este último para "expresar" lo que pasa en su interior: es el lenguaje el que enseña como definir al hombre, y no al contrario. (22) Diego Carabelli NOTAS 1-Barthes, Roland. "Escribir, ¿un verbo intransitivo?": El susurro del lenguaje. Barcelona: Ediciones Paidós, 1994. p.25 2-Duncan-Jones, Katherine, ed.. Shakespeare’s Sonnets. Reino Unido: The Arden Shakespeare Third Edition, 1998. p.145 3-Aristóteles. La Poética. Versión de García Bacca. México: Editores Mexicanos Unidos, 1996. p.171 4-Ibídem. p.65 5-Derrida, Jacques. El monolingüismo del otro, o la prótesis del origen. Buenos Aires: Manantial, 1997. pp.34-35 6-Duncan-Jones, Katherine, ed.. Op.Cit. p.145 7-Derrida, Jacques. "La Différance": Márgenes de la filosofía. Buenos Aires: Cátedra-Teorema, 1989. p.45 8-AA. VV. "LXXV": la lírica amorosa en la Literatura Inglesa, una antología. S.cf.. p. 187 9-Barthes, Roland. Op. Cit. p.36 10-Barthes, Roland. "La muerte del autor": El susurro del lenguaje. Barcelona: Ediciones Paidós, 1994. p.65 11-Derrida, Jacques. "Elipsis": La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos, Editorial del Hombre, 1989. p.403 12-Barthes, Roland. Critica y Verdad. México: Siglo Veintiuno editores, 1996. p. 74 13-Barthes, Roland. "Escribir, ¿un verbo intransitivo?": El susurro del lenguaje. Barcelona: Ediciones Paidós, 1994. p.32 14-Duncan-Katherine, ed.. Op. Cit. p.145 15-Barthes, Roland. "La muerte del autor": El susurro del lenguaje. Barcelona: Ediciones Paidos, 1994. p.65 16-AA.VV. "Valediction": la lírica amorosa en la Literatura Inglesa, una antología. S. cf. p.86 17-Derrida, Jacques. "La palabra soplada": La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos, Editorial del Hombre, 1998. p.251 18-Barthes, Roland. Critica y Verdad. México: Siglo veintiuno ediciones, 1996. p.62 19-Ibídem. p.61 20-Barthes, Roland. "El retorno a la poética": El susurro del lenguaje. Barcelona: Ediciones Paidós, 1994. p. 217 21-Barthes, Roland. "El ausente": Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo veintiuno editores, 1998. p.48 22-Barthes, Roland. Op. Cit. p.25 BIBLIOGRAFIA Aristóteles. La Poética. Versión de García Bacca. México: Editores Mexicanos Unidos, 1996. AA. VV. la lírica amorosa en la Literatura Inglesa, una antología. S. cf. Barthes, Roland. Critica y Verdad. México: Siglo veintiuno editores, 1996. Barthes, Roland. Fragmentos de un discurso amoroso. México: Siglo veintiuno editores, 1998. Barthes, Roland. El susurro del lenguaje. Barcelona: Ediciones Paidós, 1994. Blanchot, Maurice. Falsos Pasos. Buenos Aires: Pre-Textos, 1977. Derrida, Jacques. Márgenes de la filosofía. Buenos Aires: Catedra-Teorema, 1989. Derrida, Jacques. La escritura y la diferencia. Barcelona: Anthropos, Editorial del Hombre, 1989. Derrida, Jacques. El monolingüismo del otro, o la prótesis de origen. Buenos Aires: Manantial, 1997. Duncan-Jones, Katherine, ed.. Shakespeare’s Sonnets. Reino Unido:The Arden Shakespeare Third Series, 1998. APÉNDICE Soneto XVII (William Shakespeare) Who will believe my verse in time to come, If it were filled with your most high deserts? Though yet, heaven knows, it is but as a tomb, Which hides your life and shows not half your parts: If I could write the beauty of your eyes, And in fresh numbers number all your graces, The age to come would say, ‘This poet lies; Such heavenly touches ne’er touched earthly faces.’ So should my papers (yellowed with their age) Be scorned, like old men of less truth than tongue, And your true rights be termed a poet´s rage, And stretched metre of an antique song; But were some child of yours alive that time, You should live twice: in it, and in my rhyme. Soneto LXXV (Edmund Spencer) One day I wrote her name upon the strand, but came the waves and washed it away: agayne I wrote it with a second hand, but came the tyde, and made my paynes his pray. Vayne man, sayd she, that doest in vaine assay, a mortall thing so to immortalize, for I my selfe shall lyke to this decay, and eek my name bee wyped out lykewise. Not so, (quod I) let baser things devize to dy in dust, but you shall live by fame: my verse your vertues rare shall eternize, and in the hevens wryte your glorious name. Where whenas death shall all the world subdew, our love shall live, and later life renew. Valediction (Seamus Heaney) Lady with the frilled blouse And simple tartan skirt, Since you have left the house Its emptiness has hurt All thought. In your presence Time rode easy, anchored On a smile; but absence Rocked love´s balance, unmoored The days. They buck and bound Across the calendar Pitched form the quiet sound Of your flower-tender Voice. Need breaks on my strand; You´ve gone, I am at sea, Until you resume command Self is in mutiny.