LUNES DE PASCUA DE RESURRECCION (corresponde al III Domingo de Pascua de la liturgia actual) SERMON 2º 1 "¿Tú eres el único peregrino de Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado en ella estos días" Lucas 24,18 1.- Una de las cosas que más ayudan a recorrer la peregrinación de esta vida presente con algún descanso es la devoción del Rosario de la Madre de Dios, porque consuela tanto a sus devotos, que hace que pasen esta peregrinación con alegría. Leí de una mujer veneciana, que era muy rica, y vino a caer en una gran pobreza, y hacíasele muy pesada esta peregrinación. Le aconsejaron que fuera muy devota del Rosario, pues nuestra Señora la consolaría. Lo hizo así, y nuestra Señora la consoló de tal manera, que pasó el resto de su peregrinación con mucho consuelo. Por tanto, si quieres que esta peregrinación no te sea tan pesada, sé devoto del Rosario. Y puesto que todos lo podemos ser, supliquémosle nos alcance la gracia al principio de este sermón, diciéndole: Ave Maria. 2.- La historia del Evangelio de hoy es un coloquio muy dulce y suave, tenido el día de la resurrección, por la tarde, entre Cristo resucitado y dos de sus discípulos, en el que se trataron secretos admirables, referentes tanto a la muerte de Cristo, como a su resurrección. Y para que todos los podamos entender, mi sermón versará primero sobre la letra del sagrado Evangelio, y después sobre el tema escogido. 3.- Escribe el evangelista San Lucas: El mismo día, dos de sus discípulos iban a una aldea distante de Jerusalén 60 estadios, por nombre Emaús (Lc 24,13). El evangelista viene a decirnos que el día de la resurrección de Cristo, por la tarde, dos de sus discípulos, viendo que no tenían noticia cierta de la resurrección de su Maestro, antes de que se pusiese el sol sobre el firmamento, se les envió la fe en la resurrección a su entendimiento. Y si queréis saber quienes eran esos dos discípulos, sabemos que uno se llamaba Cleofás, pero del otro no se nos dice quién era. Basta con que sepamos que tanto él como su compañero, puesto que se hacía tarde, y no habían visto a su Maestro, perdieron la esperanza de que su Maestro resucitara. Y como hombres que no esperaban verlo resucitado, marcharon de Jerusalén y se fueron a Emaús, a una pequeña aldea, distante de Jerusalén siete millas y media. Y como eran discípulos que amaban mucho a su Maestro, aunque tardos en la fe de su resurrección, no perdieron el amor con que le amaban. Y por eso, salidos de Jerusalén, sus pláticas consistieron en ir tratando de las cosas referentes a su Maestro: de la vida santa que había llevado; de los milagros que había hecho; de la muerte tan áspera y tan cruel que le habían dado los judíos. Y al recordar todo esto, sintieron tanto dolor, que andaban tristes y desconsolados, y sus ojos llenos de lágrimas de dolor por haber perdido a un Maestro tan admirable. 4.- Yendo tratando de estas cosas, he aquí que nuestro Redentor se les hizo el encontradizo en figura de peregrino; pero se mudó de tal manera sus ojos y los demás sentidos, que no lo reconocieron ni por el rostro, ni por la voz, ni por la ropa. Este es el castigo con que Dios castigará en el día del juicio a los que hubieren perdido la fe, o al menos la hubieren escondido, porque no le reconocerán el rostro y así no verán su divinidad. Como dice el Deuteronomio: Esconderé de ellos mi rostro (Dt 32,20). Tampoco le reconocerán por la ropa gloriosa con que aparecerá vestido, pues se hallarán privados de tanto bien. Y tampoco le reconocerán la voz, porque no les hablará como Padre piadoso, sino como riguroso juez. 1 Obras y sermones, vol. II, pp.27-34 En cuanto Cristo se hubo acercado a ellos, les dijo: ¿Qué conversación es ésta que lleváis entre vosotros en el camino y que os tiene tristes? (Lc 24,17). Esto es: «¡Dios os guarde!». A lo que aquéllos respondieron: «¡Señor, seáis bienvenido!». «¿Adónde vais?». «Señor, vamos a Emaús». «De eso me alegro yo, porque también yo voy hacia allá. Iremos juntos. Pero hacedme la merced de responderme: ¿Qué es lo que venís tratando, que me parece que deben ser cosas que os causan mucha pena, pues camináis tan tristes y llorosos? ¿Os ha acaecido alguna desdicha? Dadme parte de lo que os pasa, por si por ventura puedo consolaros en algo». Respondió Cleofás: «Por cierto, señor, me maravillo de lo que me preguntáis. Sois peregrino que venís de Jerusalén, ¿y sois vos el único que no sabéis lo que ha pasado allí en estos días?»… Hermanos, ¿no os extraña el que Cleofás reprenda tan en seco a este santo peregrino, porque no sabe lo que ellos vienen tratando? Porque si se lo hubieran contado y el les hubiera dicho que no lo entendía, tendría lugar la reprensión. Mas no le habían dicho ni palabra; el peregrino sólo les había preguntado sobre qué trataban, y sin más Cleofás lo reprende porque no lo sabe. Pues, hermanos, no os maravilléis, porque estos discípulos amaban tanto a su Maestro, que con este proceder dieron a entender que todo el mundo debía entender que no hablaban sino de su Maestro y de los trabajos a los que se había visto sometido. 5.- Entonces el santo peregrino les respondió: «¿Qué es lo que ha pasado en Jerusalén que os da tanta pena? Me alegraré que me lo digáis». «Eso haré yo de muy buena gana —respondió Cleofás—. ¿Conocisteis u oísteis hablar de Jesús el Nazareno?» «Sí, bien le conocí», respondió el peregrino. «Pues sabed, señor, que fue nuestro Maestro, y fue tan gran profeta, que Moisés nos dejó dicho que nos lo enviaría de nuestra tierra y de nuestra raza. Fue un varón muy poderoso en obras tales que nunca jamás se vieron otras semejantes. Y fue también un varón muy poderoso en su doctrina y en su predicación. Fue un hombre de una vida tan santa, que con ella agradaba tanto a Dios como a los hombres. Pues bien, a éste, nuestros príncipes, movidos por la envidia, lo condenaron a muerte y lo colocaron sobre una cruz. Nosotros abrigábamos la esperanza de que él era el Mesías que había de redimir y liberar a Jerusalén del cautiverio y sujeción de los romanos. Nos dijo que resucitaría al tercer día, y hoy es ya el tercero, y no lo hemos visto, aunque a decir verdad, unas mujeres de nuestro grupo fueron al monumento esta mañana y no hallaron el cuerpo en el sepulcro. Como eran mujeres, fácilmente crédulas, pensamos que debía ser algún sueño que habían tenido; mas, con todo, algunos de los nuestros quisieron comprobar si era verdad lo que las mujeres decían. Y fueron al monumento y lo hallaron como las mujeres decían, esto es, no hallaron el cuerpo de nuestro Maestro. No sabemos lo que ha sido de él, si de verdad ha resucitado, o si lo han robado. Esto es lo que ha pasado en Jerusalén estos días. Esto es de lo que veníamos tratando, y esto es lo que nos produce pena, y nos hace llorar e ir tristes: el haber perdido a un tal Maestro». 6.- Entonces el santo peregrino les respondió, no como peregrino, sino como Señor que tenía autoridad para ello. Y les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los profetas! (Lc 24,25). ¡Oh gente falta de entendimiento para creer y entender lo que está escrito en los profetas! ¡Oh hombres de rudo corazón para creerlo y amarlo! ¿No sabíais que era necesario que este vuestro Maestro muriese con esa clase de muerte, y entrase así en su gloria? ¿No sabíais que eso era necesario para su exaltación? ¿No sabíais que eso era necesario para que el mundo se salvase? ¿No sabíais que era necesario que muriese para que así se cumpliese lo que los profetas habían escrito acerca de su muerte? ¿No sabíais que era necesaria su pasión para poder demostrar a los hombres cuánto los amaba, pues pudiendo redimirlos con una sola palabra, quiso morir con muerte de cruz?... Advierte, hermano, que no les reprende porque no han oído las Escrituras, pues bien las habían escuchado muchas veces. Los reprende porque habiéndolas oído no las habían entendido, ni las habían amado. ¡Oh Valencia! ¡Con cuánta verdad diría yo eso mismo de ti! No se te reprenderá porque no has oído la palabra de Dios, pues creo yo que no hay ciudad en la que más se predique esta palabra. Dios te reprenderá porque habiéndola oído, no la entiendes; porque oyéndola tan frecuentemente todavía existe tanta ignorancia en saberse los artículos de la fe y los mandamientos de Dios, pues apenas hallaréis a cuatro, entre cien, que se los sepan. Dios te reprenderá porque habiendo oído la palabra de Dios, no le amas, ya que si de verdad le amases no habría tanta ignorancia, ni tantos pecados. 7.- Después de haberles reprendido y dado a entender la necesidad de su muerte, pasó a probárselo por las Escrituras, declarándoles el sentido de cada una de ellas. Comenzó por Moisés y discurriendo por todos los profetas les mostró cuanto estaba escrito acerca de su muerte y resurrección. Y entretenidos en esta conversación tan agradable llegaron a Emaús. El santo peregrino, para que sus discípulos descubrieran mejor la misericordia que abrigaba en sus entrañas, les dio a entender que seguía en su camino hacia adelante, y quiso despedirse de ellos. Pero entonces los discípulos, agarrándole de la capa, le dijeron: «¿Cómo, Señor y Rey? No os dejaremos marchar, sino que tenéis que quedaros esta noche con nosotros, pues nos habéis hecho la gran merced de declararnos el sentido de las Escrituras. Nos habéis consolado tanto, que verdaderamente nos parece que hemos estado con nuestro Maestro. Siendo esto así, ¿os vais a marchar esta noche? Mirad que ya es tarde, y no hay adonde ir». Y dice el evangelista: Que le forzaron a que se quedase con ellos (cfr. ibíd. 29). No le forzaron con las manos, ni con los brazos, porque Dios es tan fuerte, que no hay fuerza ni potencia de los ángeles, ni de los hombres, que puedan sujetarlo por la fuerza. Le forzaron con ruegos y con humildad de corazón, que es el único poder que vence a Dios. ¿Quieres tú, hermano mío, vencer a Dios? Pues sé humilde, importúnale con oraciones y lo vencerás para que se quede contigo. 8.- Y como el Hijo de Dios vio que le importunaban tanto a que se quedase con ellos, hízolo así, pues en realidad es eso lo que él buscaba. Se fueron a la posada y se sentó en medio de ellos. Tomó el pan en sus divinas manos, lo bendijo y empezó a partirlo. Y partir el pan y reconocer que era su Maestro, fue todo uno. Es cosa digna de notar el que no le reconocieran ni por el rostro, ni por el habla, ni por la ropa, sino sólo cuando partió el pan. Con esto se te quiere dar a entender que los imperfectos no reconocen a Dios en los bienes espirituales, sino en los temporales. No le reconocen porque los creó a su imagen, ni porque murió por ellos, ni porque resucitó; sólo le reconocen cuando parte con ellos el pan de los bienes temporales, es decir, cuando les da salud, hacienda, honra; sólo entonces le reconocen. David afirma en este sentido: Te bendecirá cuando le hicieres bien (Sal 48,19). Por otra parte, le reconocieron al partir el pan para darnos a entender que nunca Cristo manifestó mejor su amor a los hombres como cuando les partió el pan de su santísimo Cuerpo y se los dio a comer. Entonces fue cuando mejor les descubrió cuánto los amaba, pues no se contentó con estar con ellos por la gracia, sino que quiso estar dentro de ellos corporalmente. Por eso Santo Tomás califica a este sacramento como signo de excelentísima caridad2, ya que en él nos enseñó la excelencia del amor con que nos amaba. Y, por último, sólo le conocieron al partir el pan, porque a Dios no podemos conocerle perfectamente sino cuando comparte con nosotros el pan de su divinidad. Entonces le conoceremos tal cual es; mientras que ahora sólo lo conocemos como a través de un espejo y bajo imágenes obscuras (cfr. 1 Co 13,12). 9.- Ahora bien, en cuanto lo hubieron reconocido, Cristo desapareció de su vista (Lc 24,31). ¡Oh buen Pastor!, ¿qué es lo que haces? Has trabajado tanto para reducir a estas ovejuelas perdidas, ¿y ahora que te reconocen las dejas? ¿Ahora que las ves reducidas te apartas de ellas? ¿Por qué no les dejaste gozar un poquito de tu presencia? ¿Por qué no las consolaste haciéndoles partícipes de tus triunfos sobre el demonio y sobre la muerte? Pensad, hermanos, qué desconsolados se quedarían estos santos discípulos al ver que se les iba de entre las manos todo su bien y su consuelo. Por eso, al quedarse solos, empezaron a reprenderse por su poca fe y a decir: ¡Oh dulce Maestro, y cuán 2 SANTO TOMÁS DE AQUINO, Opúsculo sobre el sacramento del altar justamente nos has castigado, pues teníamos poca fe y poca esperanza! ¡Justamente nos has castigado permitiendo que te viésemos y gozáramos de ti por tan poco tiempo, pues no reconocimos que tú eras el que encendías nuestros corazones cuando venías con nosotros y nos declarabas las Escrituras! 10.- En seguida se levantaron de la mesa y, sin pensar que era de noche, y que habían andado dos leguas y que de nuevo tenían que andar otras dos, olvidados de todo, se vuelven hacia Jerusalén con una gran alegría y muy de prisa. No deja de tener su significado todo esto, porque han visto a Cristo resucitado y le han reconocido. Y es que el alma que ha conocido a Dios por la fe y le ha visto por la contemplación y el amor no puede estar triste, ni puede ser perezosa en su camino hacia el cielo, porque Dios quita la pereza y la tristeza del alma de sus siervos. Cuando pecáis mortalmente, ¿qué pensáis que hacéis? Pues salir de Jerusalén, salir del estado de gracia que es estado pacífico, salir del camino de la gloria que teníais que gozar. Y si os salís de la gracia y de la gloria, es necesario que andéis tristes y desconsolados, porque el mismo pecado os causa tristeza y desconsuelo, como afirma San Agustín: Señor, vos tenéis dispuesto, y se cumple puntualmente, que todo ánimo desordenado sea verdugo de sí mismo3. Y además es necesario que caminéis despacio, porque el pecado es una carga pesada que no nos deja caminar, como decía David: Mis maldades sobrepujan por encima de mi cabeza, y como una carga pesada me tienen agobiado (Sal 37,5). ¿Qué placer ha de sentir el alma que se va condenada al infierno, apartada de Dios? A vuestra alma no la alegran las honras del mundo, ni las riquezas, ni los pasatiempos. Sólo la alegra Dios. Por eso, en viéndose privada de Dios, necesariamente ha de andar triste y llorosa y llena de pena, porque Dios es el principio de su alegría y de su diligencia para caminar sin pereza hacia el cielo. La ida hacia el pecado es triste y perezosa; en cambio la vuelta es alegre y diligente, porque vuelve del estado de la culpa al de la gracia, vuelve del camino del infierno al del cielo; y por eso no puede volver sino alegre y con prisa. ¡Ea, pecador! Mira que te has salido de Jerusalén, que tu alma va triste y llorosa y perezosa; vuelve a Jerusalén con estos santos discípulos; deja ese pecado en el que te encuentras y que te hace andar triste y perezoso en tu peregrinación, y regresa a la gracia con alegría y diligencia. 11.- Cuando estos santos discípulos llegaron a Jerusalén, hallaron a los once Apóstoles y a las mujeres que estaban en el cenáculo todos alegres y con un gran regocijo, diciendo: El Señor ha resucitado realmente y se ha aparecido a Simón (Lc 24,34). Entonces ellos comenzaron a contar lo que les había acontecido, cómo se les había aparecido en el camino en forma de peregrino, y cómo le habían reconocido al partir el pan. Hasta aquí el sentido literal del Evangelio de hoy. Ahora pasemos al tema con que comenzamos este sermón. 12.- ¿Tú eres el único peregrino de Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado en ella estos días? Con estas palabras Cleofás afirma dos cosas de Cristo resucitado. La primera que es el único; y la segunda que es peregrino. Bueno será que averigüemos qué quiere decir con que es peregrino y que es único. El adjetivo único, entre los hombres y entre los ángeles, designa soberbia, presunción y singularidad, que es hija de la soberbia. Por ejemplo, si pensáis de vosotros mismos que sois el único en nobleza y en habilidad, grande soberbia es; en cambio sería signo de una gran humildad el que pensarais que sois el único pecador, el único siervo inútil, el único que por vuestros pecados merecéis el infierno, mientras que los demás por sus buenas obras merecen el cielo. Por eso denota una grandísima soberbia el que penséis que sois el único que merece honra, nobleza y todo lo demás. De esta manera pensó de sí mismo el rey Nabucodonosor, dando a entender que no había otro dios sobre la tierra, sino él. Y porque pensó ser el único, anduvo siete años viviendo como un buey, hasta que reconoció que no era el único, sino que había otro mayor que él (cfr. Dn 3-4). Y a Lucifer, 3 SAN AGUSTÍN, Confesiones, lib. I, cap. 12 porque también quiso ser el mayor de todos dando a entender que sólo él merecía ser semejante a Dios, lo echaron al infierno. 13.- Solamente en Dios no es soberbia el ser el único, sino signo de majestad, de gran excelencia y una propiedad derivada de su divinidad. Es único como Dios, único en majestad, único en potencia, único en sabiduría y único en bondad. El mismo lo afirma cuando dice: Ved cómo yo soy solo y único Dios, y cómo no hay otro fuera de mí (Dt 32,39). Yo soy único en divinidad y en el resto de excelencias y dignidades. No hay hombre, ni ángel, que me iguale, ni otro dios que se me compare. Lo mismo podía decir Cristo de sí mismo, pues sólo él es la Palabra del Padre; y sólo él es el Hijo de Dios con dos naturalezas, una divina y otra humana. Sólo él estaba al mismo tiempo sentado a la derecha de su Padre, acompañado de todos los ángeles, y en la cruz en medio de dos ladrones. Sólo él fue al mismo tiempo comprensor y viador. Y fue también el único en amar a los hombres como él los amó. Como dice San Juan: No cabe en nadie amor más grande que este dar la propia vida por sus amigos (Jn 15,13). ¿Quién hay que se le pueda comparar en su amor hacia los hombres? ¿Quién hay que se haya puesto sobre una cruz como él lo hizo? Esto es lo que afirmaba San Pablo cuando decía: En verdad, apenas hay quien quiera morir por un justo: tal vez se hallaría quien tuviese valor de dar la vida por un bienhechor. Pero lo que hace brillar más la caridad de Dios hacia nosotros es que entonces mismo, cuando éramos aún pecadores, fue cuando murió Cristo por nosotros (Rm 5,7-8). Como si dijera: ¿Queréis que os diga cuánto amó el Hijo de Dios a los hombres? Pues mirad que apenas se hallará a uno en el mundo que voluntariamente se ofrezca a la muerte por un justo. Digo por un justo, porque por un bien común, puede que se halle quien se ofrezca a la muerte, y así se han hallado hombres que por el bien de la república se han ofrecido a la muerte. Mas por un justo en particular, apenas se hallará a uno que muera por él. Sólo el Hijo de Dios fue el que amó tanto a los hombres que, siendo malos y enemigos suyos, murió por ellos. Por eso Cristo fue el único en amar a los hombres como él los amó. 14.- También fue el único en vencer al demonio, pues sólo él le quebró las muelas y le sacó de la boca la presa de los santos padres a quienes tenía atrapados. Como dice David: Las muelas de los leones las triturará el Señor (Sal 57,7). Como si dijera: No te gloríes, demonio, de tener metidos en la boca de tu poder a esos santos, pues vendrá el tiempo en que el Señor te quebrará las muelas, para que no puedas comértelos. Cristo fue también el único en vencer a la muerte, pues sólo él, en el día de hoy, con sus propias fuerzas, la venció, como afirma el profeta Oseas: ¡Oh muerte! Yo he de ser tu muerte; y seré tu destrucción, ¡oh infierno! (Os 13,14). Yo seré tu muerte cuando dé vida perpetua a mi cuerpo y levantaré a mis escogidos para que no tengas ya potestad sobre ellos. ¡Oh Cleofás! ¡Cuán sabiamente nos habéis dicho que este peregrino es único, pues él, como Dios, es único en deidad; y como hombre, es el único en poseer una humanidad subsistente en una persona divina! 15.- Lo segundo que afirmó Cleofás de Cristo es que era peregrino. Esto es más dificultoso de entender. ¿Cómo le conviene a Cristo ser peregrino? Decimos de una persona que es peregrino cuando anda fuera de su casa y tierra. Nuestra propia tierra y casa es el cielo empíreo, para el cual fuimos creados, según afirma San Pablo: No tenemos aquí ciudad fija, sino que vamos en busca de la que está por venir (Hb 13,14). Y todo el tiempo que estamos fuera del cielo somos peregrinos, como lo asegura el propio San Pablo: Mientras habitamos en este cuerpo somos peregrinos del Señor y estamos fuera de nuestra patria (2 Co 5,6). Por eso David se llamaba a sí mismo peregrino: Yo soy ante ti como un advenedizo y peregrino, como todos mis padres (Sal 38,13). De esta manera fueron peregrinos todos los padres pertenecientes a la ley natural y a la Ley Antigua, porque estaban fuera de su propia tierra, que es el cielo. Pues bien, si todos los que estamos fuera del cielo somos peregrinos, veamos ahora cómo le conviene a Cristo el apelativo de peregrino. En Cristo hay divinidad, alma y cuerpo. ¿A cuál de ellas le conviene el ser peregrino? No por parte de su divinidad, porque ella es la ciudad en la que se nos acaba la peregrinación. Por eso nosotros somos peregrinos, porque no vemos la divinidad de Dios, y en cuanto la veamos cesará nuestra peregrinación. Tampoco le compete a Cristo la condición de peregrino en razón de su alma, porque desde el primer momento en que fue creada entró en su propia tierra, pues veía la divinidad de Dios y era bienaventurada. A Cristo sólo le compete el ser peregrino en cuanto al cuerpo. Este es el que anduvo como peregrino por el mundo, durante treinta y tres años, fuera de su gloria y de su casa. Este es el que, como peregrino, andaba fuera del cielo empíreo, que es su propia casa. Por eso Cleofás llama a Cristo peregrino, porque aunque con la divinidad y con el alma era ya morador del cielo, pero en cuanto al cuerpo andaba peregrinando. 16.- Llámase peregrino, porque en cuanto tal vino a Jerusalén a ganar dos indulgencias plenarias para nosotros, pues para eso van los peregrinos a Jerusalén, a ganar alguna indulgencia plenaria. La primera indulgencia plenaria que nos ganó fue para el alma, y consistió en la remisión de todos nuestros pecados. ¿Qué pensáis que significó el morir por nosotros en la cruz sino alcanzarnos una indulgencia plenaria por todos nuestros pecados? Y los primeros que la ganaron fueron aquellos santos padres que, en virtud de esta indulgencia plenaria que el Cristo peregrino nos ganó, salieron del limbo, en donde estaban detenidos desde hacía muchos años, porque no había quien pudiese ganarles esta indulgencia plenaria. Cuando vosotros ganáis una indulgencia plenaria por un alma del purgatorio, ésta en seguida sale de él. Pues así, ésta que ganó Cristo, sacó del limbo a todos aquellos santos padres. 17.- La segunda indulgencia que vino a ganar fue para su cuerpo y para el nuestro. ¿Qué pensáis que significa la resurrección de Cristo sino una indulgencia plenaria para su cuerpo y para el de los escogidos? Su resurrección fue una indulgencia para su cuerpo, pues lo libró de todas las penalidades del mundo. Lo libró de la mortalidad, de la pasibilidad, del hambre, de la sed, del cansancio, y de todas las demás penalidades de la vida. De todas ellas le dejó libre esta indulgencia. Y esto mismo ganó también para el cuerpo de sus escogidos, pues resucitando él, resucitaron en su persona todos los justos, como lo afirma San Pablo: Nos resucitó con él y nos hizo sentar sobre los cielos en la persona de Jesucristo (Ef 2,6). Al resucitar él, que es la cabeza, resucitó también a los escogidos que son sus miembros. Los primeros que gozaron de esta indulgencia fueron aquellos que, según San Mateo, resucitaron con Cristo cuando resucitó éste (cfr. Mt 27,52). ¡Dichoso y más que dichoso, el que puede gozar de estas dos indulgencias plenarias, que este santo peregrino nos ha ganado con su muerte y con su resurrección! 18.- Después de la resurrección Cleofás llama a Cristo peregrino porque, aunque es verdad que hoy con la indulgencia plenaria de la resurrección su cuerpo entró ya en el estado glorioso y se le acabaron los trabajos de la peregrinación de esta vida, sin embargo se quedó peregrino en cuanto al lugar, porque hasta el día de la Ascensión no entró definitivamente en la gloria, por la que se le acabó por completo la peregrinación. Y así, podemos decir que en cuanto al lugar, aquellos cuarenta días que anduvo por el mundo después de la resurrección, que su cuerpo andaba peregrinando, pues estaba fuera del cielo empíreo, que es su propia casa. Esto es lo que Salomón decía en el libro de los Proverbios: El hombre se halla ausente de su casa y ha ido a un viaje muy largo; un talego de dinero llevó consigo y piensa regresar a su casa para el día del plenilunio (Pr 7,19-20). ¿Quién es este varón, sino el Hijo de Dios? Así lo llama el profeta Zacarías: He aquí el varón cuyo nombre es oriente (Za 6,12). Este salió de su casa el día que vino al mundo para hacerse hombre, como él mismo lo atestigua por Jeremías: He desamparado mi casa y he abandonado mi heredad (Jr 12,7). El camino largo que anduvo fue de treinta y tres años por el mundo. Camino largo, porque fueron años llenos de trabajos, como lo manifiesta David cuando exclama: De puro dolor se va consumiendo mi vida, y mis años con tanto gemir (Sal 30,11). El saco de dinero que trajo, fueron los méritos de su encarnación y de su sangre, que fueron los dineros que trajo para redimirnos, tal como lo afirma San Pedro: Fuisteis rescatados de vuestra vana conducta de vida que recibisteis de vuestros padres, no con oro, ni plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo como de un cordero inmaculado y sin tacha (1 P 18-19). De éste se nos dice que peregrinó hasta el día de la luna llena, en que regresó a su casa. Llama luna al cuerpo de Cristo, porque así como la luna crece y mengua, así aquel sagrado cuerpo crecía y menguaba como la luna. Y es que todo el tiempo que anduvo por esta vida mortal, el cuerpo de Cristo fue como la luna menguante, porque anduvo menguando en honra, en riquezas y en descansos. La luna llena fue el día de la Ascensión, pues allí se halló lleno de la gloria que se le debía; allí halló la indulgencia plenaria de la resurrección; allí se halló en el cielo empíreo como en su propia casa, y allí se sentó a la derecha del Padre, lugar que a él solo pertenece. Allí se le acabó la peregrinación, pues volvió a la casa de donde había salido, y volvió el día de la luna llena. 19.- Cleofás también le llamó peregrino, porque a Cristo le acaeció lo que a los peregrinos. Os encontraréis con que algunos no quieren verlos a sus puertas, y por eso, en cuanto llegan, los despiden. Otros hay que se huelgan en recibirlos, mas al cabo de tres días se cansan y les parece cosa muy pesada tenerlos en casa, y los despiden diciéndoles: ¡Váyanse con Dios! Otros hay que, entendiendo que representan a Cristo, y que éste dice que quien recibe a un peregrino en su casa le recibe a él mismo, los reciben de mil amores, y nunca los despiden, sino que se quedan allí todo el tiempo que quieren. Pues esto mismo le acontece a este santo peregrino, Cristo. Hay unos que no le quieren recibir, y son los que perseveran en su pecado. Viene este peregrino a la puerta de tu alma con santas inspiraciones y te pide la limosna de tu salvación. Es decir, que te pide la limosna que tú deberías pedirle a él con lágrimas. Y sin embargo, aunque te pide la limosna de la salvación de tu alma, tú le das con la puerta en las narices y no quieres admitirlo, como él mismo lo declara en el Apocalipsis: He aquí que estoy a la puerta de tu corazón, y llamo (Ap 3,20). Yo doy aldabadas una y otra vez, y tú con la perseverancia de tus pecados y con la dureza de tu corazón me despides. Otros hay que le reciben de buena gana, mas luego se cansan de tenerle, como son los que durante esta cuaresma se han confesado y comulgado, recibiendo a este peregrino en sus almas. Mas como Cristo quiere que en la casa en donde él está todos han de ser castos, humildes, devotos, obedientes, etc. esto les resulta muy pesado, —el ser durante tres días casto, humilde, etc.—, y por eso le despiden, tornándose a los pecados como antes. Pues, ¡ay de los que no reciben a este peregrino en su casa, porque si no le reciben ahora en esta vida, tampoco los recibirá el Hijo de Dios en el cielo! Y, ¡ay de ti!, si, después de haberle recibido, lo echas, porque como a hombre que le has afrentado más que si no le recibieras, el día del juicio te echará de su gloria. 20.- Finalmente hay otros que se huelgan de recibirle y tenerle siempre consigo, como son los buenos, que de tal manera le han recibido en su alma, que antes morirán, que le dejarán marcharse de su casa, pues aunque es peregrino y parece pobre, sin embargo viene lleno de riquezas del cielo para los que le reciben y no lo despiden. ¿Quién, hermanos, no se holgará de recibirle, y conservarlo siempre en su alma, pues es tan sabio que te explica todas las Escrituras? ¿Quién no se holgará de tenerle, para que con el calor de sus palabras le inflame el corazón en su amor y le haga partícipe de la indulgencia que ha ganado para él? 21.- ¡Oh divino peregrino! Pues has venido a Jerusalén para ganarnos estas indulgencias tan importantes, todos te suplicamos por tu santísima resurrección, que te duelas de nuestra pobreza y que nos hagas partícipes de estas indulgencias, aquí por la gracia, prenda segura de la gloria, a la cual nos conduzca nuestro Señor. Amén.