LUNES DE PASCUA DE RESURRECCION

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LUNES DE PASCUA DE RESURRECCION
(corresponde al III Domingo de Pascua de la liturgia actual)
SERMON 2º 1
"¿Tú eres el único peregrino de Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado en ella estos
días" Lucas 24,18
1.- Una de las cosas que más ayudan a recorrer la peregrinación de esta vida presente con
algún descanso es la devoción del Rosario de la Madre de Dios, porque consuela tanto a sus devotos,
que hace que pasen esta peregrinación con alegría. Leí de una mujer veneciana, que era muy rica, y
vino a caer en una gran pobreza, y hacíasele muy pesada esta peregrinación. Le aconsejaron que
fuera muy devota del Rosario, pues nuestra Señora la consolaría. Lo hizo así, y nuestra Señora la
consoló de tal manera, que pasó el resto de su peregrinación con mucho consuelo. Por tanto, si
quieres que esta peregrinación no te sea tan pesada, sé devoto del Rosario. Y puesto que todos lo
podemos ser, supliquémosle nos alcance la gracia al principio de este sermón, diciéndole: Ave Maria.
2.- La historia del Evangelio de hoy es un coloquio muy dulce y suave, tenido el día de la
resurrección, por la tarde, entre Cristo resucitado y dos de sus discípulos, en el que se trataron
secretos admirables, referentes tanto a la muerte de Cristo, como a su resurrección. Y para que todos
los podamos entender, mi sermón versará primero sobre la letra del sagrado Evangelio, y después
sobre el tema escogido.
3.- Escribe el evangelista San Lucas: El mismo día, dos de sus discípulos iban a una aldea
distante de Jerusalén 60 estadios, por nombre Emaús (Lc 24,13). El evangelista viene a decirnos que
el día de la resurrección de Cristo, por la tarde, dos de sus discípulos, viendo que no tenían noticia
cierta de la resurrección de su Maestro, antes de que se pusiese el sol sobre el firmamento, se les
envió la fe en la resurrección a su entendimiento. Y si queréis saber quienes eran esos dos discípulos,
sabemos que uno se llamaba Cleofás, pero del otro no se nos dice quién era. Basta con que sepamos
que tanto él como su compañero, puesto que se hacía tarde, y no habían visto a su Maestro, perdieron
la esperanza de que su Maestro resucitara. Y como hombres que no esperaban verlo resucitado,
marcharon de Jerusalén y se fueron a Emaús, a una pequeña aldea, distante de Jerusalén siete millas
y media. Y como eran discípulos que amaban mucho a su Maestro, aunque tardos en la fe de su
resurrección, no perdieron el amor con que le amaban. Y por eso, salidos de Jerusalén, sus pláticas
consistieron en ir tratando de las cosas referentes a su Maestro: de la vida santa que había llevado; de
los milagros que había hecho; de la muerte tan áspera y tan cruel que le habían dado los judíos. Y al
recordar todo esto, sintieron tanto dolor, que andaban tristes y desconsolados, y sus ojos llenos de
lágrimas de dolor por haber perdido a un Maestro tan admirable.
4.- Yendo tratando de estas cosas, he aquí que nuestro Redentor se les hizo el encontradizo en
figura de peregrino; pero se mudó de tal manera sus ojos y los demás sentidos, que no lo
reconocieron ni por el rostro, ni por la voz, ni por la ropa. Este es el castigo con que Dios castigará
en el día del juicio a los que hubieren perdido la fe, o al menos la hubieren escondido, porque no le
reconocerán el rostro y así no verán su divinidad. Como dice el Deuteronomio: Esconderé de ellos
mi rostro (Dt 32,20). Tampoco le reconocerán por la ropa gloriosa con que aparecerá vestido, pues se
hallarán privados de tanto bien. Y tampoco le reconocerán la voz, porque no les hablará como Padre
piadoso, sino como riguroso juez.
1
Obras y sermones, vol. II, pp.27-34
En cuanto Cristo se hubo acercado a ellos, les dijo: ¿Qué conversación es ésta que lleváis entre
vosotros en el camino y que os tiene tristes? (Lc 24,17). Esto es: «¡Dios os guarde!». A lo que
aquéllos respondieron: «¡Señor, seáis bienvenido!». «¿Adónde vais?». «Señor, vamos a Emaús».
«De eso me alegro yo, porque también yo voy hacia allá. Iremos juntos. Pero hacedme la merced de
responderme: ¿Qué es lo que venís tratando, que me parece que deben ser cosas que os causan
mucha pena, pues camináis tan tristes y llorosos? ¿Os ha acaecido alguna desdicha? Dadme parte de
lo que os pasa, por si por ventura puedo consolaros en algo». Respondió Cleofás: «Por cierto, señor,
me maravillo de lo que me preguntáis. Sois peregrino que venís de Jerusalén, ¿y sois vos el único
que no sabéis lo que ha pasado allí en estos días?»… Hermanos, ¿no os extraña el que Cleofás
reprenda tan en seco a este santo peregrino, porque no sabe lo que ellos vienen tratando? Porque si se
lo hubieran contado y el les hubiera dicho que no lo entendía, tendría lugar la reprensión. Mas no le
habían dicho ni palabra; el peregrino sólo les había preguntado sobre qué trataban, y sin más Cleofás
lo reprende porque no lo sabe. Pues, hermanos, no os maravilléis, porque estos discípulos amaban
tanto a su Maestro, que con este proceder dieron a entender que todo el mundo debía entender que no
hablaban sino de su Maestro y de los trabajos a los que se había visto sometido.
5.- Entonces el santo peregrino les respondió: «¿Qué es lo que ha pasado en Jerusalén que os
da tanta pena? Me alegraré que me lo digáis». «Eso haré yo de muy buena gana —respondió
Cleofás—. ¿Conocisteis u oísteis hablar de Jesús el Nazareno?» «Sí, bien le conocí», respondió el
peregrino. «Pues sabed, señor, que fue nuestro Maestro, y fue tan gran profeta, que Moisés nos dejó
dicho que nos lo enviaría de nuestra tierra y de nuestra raza. Fue un varón muy poderoso en obras
tales que nunca jamás se vieron otras semejantes. Y fue también un varón muy poderoso en su
doctrina y en su predicación. Fue un hombre de una vida tan santa, que con ella agradaba tanto a
Dios como a los hombres. Pues bien, a éste, nuestros príncipes, movidos por la envidia, lo
condenaron a muerte y lo colocaron sobre una cruz. Nosotros abrigábamos la esperanza de que él era
el Mesías que había de redimir y liberar a Jerusalén del cautiverio y sujeción de los romanos. Nos
dijo que resucitaría al tercer día, y hoy es ya el tercero, y no lo hemos visto, aunque a decir verdad,
unas mujeres de nuestro grupo fueron al monumento esta mañana y no hallaron el cuerpo en el
sepulcro. Como eran mujeres, fácilmente crédulas, pensamos que debía ser algún sueño que habían
tenido; mas, con todo, algunos de los nuestros quisieron comprobar si era verdad lo que las mujeres
decían. Y fueron al monumento y lo hallaron como las mujeres decían, esto es, no hallaron el cuerpo
de nuestro Maestro. No sabemos lo que ha sido de él, si de verdad ha resucitado, o si lo han robado.
Esto es lo que ha pasado en Jerusalén estos días. Esto es de lo que veníamos tratando, y esto es lo
que nos produce pena, y nos hace llorar e ir tristes: el haber perdido a un tal Maestro».
6.- Entonces el santo peregrino les respondió, no como peregrino, sino como Señor que tenía
autoridad para ello. Y les dijo: ¡Oh insensatos y tardos de corazón para creer todo lo que dijeron los
profetas! (Lc 24,25). ¡Oh gente falta de entendimiento para creer y entender lo que está escrito en los
profetas! ¡Oh hombres de rudo corazón para creerlo y amarlo! ¿No sabíais que era necesario que este
vuestro Maestro muriese con esa clase de muerte, y entrase así en su gloria? ¿No sabíais que eso era
necesario para su exaltación? ¿No sabíais que eso era necesario para que el mundo se salvase? ¿No
sabíais que era necesario que muriese para que así se cumpliese lo que los profetas habían escrito
acerca de su muerte? ¿No sabíais que era necesaria su pasión para poder demostrar a los hombres
cuánto los amaba, pues pudiendo redimirlos con una sola palabra, quiso morir con muerte de cruz?...
Advierte, hermano, que no les reprende porque no han oído las Escrituras, pues bien las habían
escuchado muchas veces. Los reprende porque habiéndolas oído no las habían entendido, ni las
habían amado. ¡Oh Valencia! ¡Con cuánta verdad diría yo eso mismo de ti! No se te reprenderá
porque no has oído la palabra de Dios, pues creo yo que no hay ciudad en la que más se predique esta
palabra. Dios te reprenderá porque habiéndola oído, no la entiendes; porque oyéndola tan
frecuentemente todavía existe tanta ignorancia en saberse los artículos de la fe y los mandamientos
de Dios, pues apenas hallaréis a cuatro, entre cien, que se los sepan. Dios te reprenderá porque
habiendo oído la palabra de Dios, no le amas, ya que si de verdad le amases no habría tanta
ignorancia, ni tantos pecados.
7.- Después de haberles reprendido y dado a entender la necesidad de su muerte, pasó a
probárselo por las Escrituras, declarándoles el sentido de cada una de ellas. Comenzó por Moisés y
discurriendo por todos los profetas les mostró cuanto estaba escrito acerca de su muerte y
resurrección. Y entretenidos en esta conversación tan agradable llegaron a Emaús. El santo
peregrino, para que sus discípulos descubrieran mejor la misericordia que abrigaba en sus entrañas,
les dio a entender que seguía en su camino hacia adelante, y quiso despedirse de ellos. Pero entonces
los discípulos, agarrándole de la capa, le dijeron: «¿Cómo, Señor y Rey? No os dejaremos marchar,
sino que tenéis que quedaros esta noche con nosotros, pues nos habéis hecho la gran merced de
declararnos el sentido de las Escrituras. Nos habéis consolado tanto, que verdaderamente nos parece
que hemos estado con nuestro Maestro. Siendo esto así, ¿os vais a marchar esta noche? Mirad que ya
es tarde, y no hay adonde ir». Y dice el evangelista: Que le forzaron a que se quedase con ellos (cfr.
ibíd. 29). No le forzaron con las manos, ni con los brazos, porque Dios es tan fuerte, que no hay
fuerza ni potencia de los ángeles, ni de los hombres, que puedan sujetarlo por la fuerza. Le forzaron
con ruegos y con humildad de corazón, que es el único poder que vence a Dios. ¿Quieres tú,
hermano mío, vencer a Dios? Pues sé humilde, importúnale con oraciones y lo vencerás para que se
quede contigo.
8.- Y como el Hijo de Dios vio que le importunaban tanto a que se quedase con ellos, hízolo
así, pues en realidad es eso lo que él buscaba. Se fueron a la posada y se sentó en medio de ellos.
Tomó el pan en sus divinas manos, lo bendijo y empezó a partirlo. Y partir el pan y reconocer que
era su Maestro, fue todo uno. Es cosa digna de notar el que no le reconocieran ni por el rostro, ni por
el habla, ni por la ropa, sino sólo cuando partió el pan. Con esto se te quiere dar a entender que los
imperfectos no reconocen a Dios en los bienes espirituales, sino en los temporales. No le reconocen
porque los creó a su imagen, ni porque murió por ellos, ni porque resucitó; sólo le reconocen cuando
parte con ellos el pan de los bienes temporales, es decir, cuando les da salud, hacienda, honra; sólo
entonces le reconocen. David afirma en este sentido: Te bendecirá cuando le hicieres bien (Sal
48,19). Por otra parte, le reconocieron al partir el pan para darnos a entender que nunca Cristo
manifestó mejor su amor a los hombres como cuando les partió el pan de su santísimo Cuerpo y se
los dio a comer. Entonces fue cuando mejor les descubrió cuánto los amaba, pues no se contentó con
estar con ellos por la gracia, sino que quiso estar dentro de ellos corporalmente. Por eso Santo Tomás
califica a este sacramento como signo de excelentísima caridad2, ya que en él nos enseñó la
excelencia del amor con que nos amaba. Y, por último, sólo le conocieron al partir el pan, porque a
Dios no podemos conocerle perfectamente sino cuando comparte con nosotros el pan de su
divinidad. Entonces le conoceremos tal cual es; mientras que ahora sólo lo conocemos como a
través de un espejo y bajo imágenes obscuras (cfr. 1 Co 13,12).
9.- Ahora bien, en cuanto lo hubieron reconocido, Cristo desapareció de su vista (Lc 24,31).
¡Oh buen Pastor!, ¿qué es lo que haces? Has trabajado tanto para reducir a estas ovejuelas perdidas,
¿y ahora que te reconocen las dejas? ¿Ahora que las ves reducidas te apartas de ellas? ¿Por qué no
les dejaste gozar un poquito de tu presencia? ¿Por qué no las consolaste haciéndoles partícipes de tus
triunfos sobre el demonio y sobre la muerte? Pensad, hermanos, qué desconsolados se quedarían
estos santos discípulos al ver que se les iba de entre las manos todo su bien y su consuelo. Por eso, al
quedarse solos, empezaron a reprenderse por su poca fe y a decir: ¡Oh dulce Maestro, y cuán
2
SANTO TOMÁS DE AQUINO, Opúsculo sobre el sacramento del altar
justamente nos has castigado, pues teníamos poca fe y poca esperanza! ¡Justamente nos has
castigado permitiendo que te viésemos y gozáramos de ti por tan poco tiempo, pues no reconocimos
que tú eras el que encendías nuestros corazones cuando venías con nosotros y nos declarabas las
Escrituras!
10.- En seguida se levantaron de la mesa y, sin pensar que era de noche, y que habían andado
dos leguas y que de nuevo tenían que andar otras dos, olvidados de todo, se vuelven hacia Jerusalén
con una gran alegría y muy de prisa. No deja de tener su significado todo esto, porque han visto a
Cristo resucitado y le han reconocido. Y es que el alma que ha conocido a Dios por la fe y le ha visto
por la contemplación y el amor no puede estar triste, ni puede ser perezosa en su camino hacia el
cielo, porque Dios quita la pereza y la tristeza del alma de sus siervos. Cuando pecáis mortalmente,
¿qué pensáis que hacéis? Pues salir de Jerusalén, salir del estado de gracia que es estado pacífico,
salir del camino de la gloria que teníais que gozar. Y si os salís de la gracia y de la gloria, es
necesario que andéis tristes y desconsolados, porque el mismo pecado os causa tristeza y
desconsuelo, como afirma San Agustín: Señor, vos tenéis dispuesto, y se cumple puntualmente, que
todo ánimo desordenado sea verdugo de sí mismo3. Y además es necesario que caminéis despacio,
porque el pecado es una carga pesada que no nos deja caminar, como decía David: Mis maldades
sobrepujan por encima de mi cabeza, y como una carga pesada me tienen agobiado (Sal 37,5). ¿Qué
placer ha de sentir el alma que se va condenada al infierno, apartada de Dios? A vuestra alma no la
alegran las honras del mundo, ni las riquezas, ni los pasatiempos. Sólo la alegra Dios. Por eso, en
viéndose privada de Dios, necesariamente ha de andar triste y llorosa y llena de pena, porque Dios es
el principio de su alegría y de su diligencia para caminar sin pereza hacia el cielo. La ida hacia el
pecado es triste y perezosa; en cambio la vuelta es alegre y diligente, porque vuelve del estado de la
culpa al de la gracia, vuelve del camino del infierno al del cielo; y por eso no puede volver sino
alegre y con prisa. ¡Ea, pecador! Mira que te has salido de Jerusalén, que tu alma va triste y llorosa y
perezosa; vuelve a Jerusalén con estos santos discípulos; deja ese pecado en el que te encuentras y
que te hace andar triste y perezoso en tu peregrinación, y regresa a la gracia con alegría y diligencia.
11.- Cuando estos santos discípulos llegaron a Jerusalén, hallaron a los once Apóstoles y a las
mujeres que estaban en el cenáculo todos alegres y con un gran regocijo, diciendo: El Señor ha
resucitado realmente y se ha aparecido a Simón (Lc 24,34). Entonces ellos comenzaron a contar lo
que les había acontecido, cómo se les había aparecido en el camino en forma de peregrino, y cómo le
habían reconocido al partir el pan. Hasta aquí el sentido literal del Evangelio de hoy. Ahora pasemos
al tema con que comenzamos este sermón.
12.- ¿Tú eres el único peregrino de Jerusalén que no sabe las cosas que han pasado en ella
estos días? Con estas palabras Cleofás afirma dos cosas de Cristo resucitado. La primera que es el
único; y la segunda que es peregrino. Bueno será que averigüemos qué quiere decir con que es
peregrino y que es único. El adjetivo único, entre los hombres y entre los ángeles, designa soberbia,
presunción y singularidad, que es hija de la soberbia. Por ejemplo, si pensáis de vosotros mismos que
sois el único en nobleza y en habilidad, grande soberbia es; en cambio sería signo de una gran
humildad el que pensarais que sois el único pecador, el único siervo inútil, el único que por vuestros
pecados merecéis el infierno, mientras que los demás por sus buenas obras merecen el cielo. Por eso
denota una grandísima soberbia el que penséis que sois el único que merece honra, nobleza y todo lo
demás. De esta manera pensó de sí mismo el rey Nabucodonosor, dando a entender que no había otro
dios sobre la tierra, sino él. Y porque pensó ser el único, anduvo siete años viviendo como un buey,
hasta que reconoció que no era el único, sino que había otro mayor que él (cfr. Dn 3-4). Y a Lucifer,
3
SAN AGUSTÍN, Confesiones, lib. I, cap. 12
porque también quiso ser el mayor de todos dando a entender que sólo él merecía ser semejante a
Dios, lo echaron al infierno.
13.- Solamente en Dios no es soberbia el ser el único, sino signo de majestad, de gran
excelencia y una propiedad derivada de su divinidad. Es único como Dios, único en majestad, único
en potencia, único en sabiduría y único en bondad. El mismo lo afirma cuando dice: Ved cómo yo soy
solo y único Dios, y cómo no hay otro fuera de mí (Dt 32,39). Yo soy único en divinidad y en el resto
de excelencias y dignidades. No hay hombre, ni ángel, que me iguale, ni otro dios que se me
compare. Lo mismo podía decir Cristo de sí mismo, pues sólo él es la Palabra del Padre; y sólo él es
el Hijo de Dios con dos naturalezas, una divina y otra humana. Sólo él estaba al mismo tiempo
sentado a la derecha de su Padre, acompañado de todos los ángeles, y en la cruz en medio de dos
ladrones. Sólo él fue al mismo tiempo comprensor y viador. Y fue también el único en amar a los
hombres como él los amó. Como dice San Juan: No cabe en nadie amor más grande que este dar la
propia vida por sus amigos (Jn 15,13). ¿Quién hay que se le pueda comparar en su amor hacia los
hombres? ¿Quién hay que se haya puesto sobre una cruz como él lo hizo? Esto es lo que afirmaba
San Pablo cuando decía: En verdad, apenas hay quien quiera morir por un justo: tal vez se hallaría
quien tuviese valor de dar la vida por un bienhechor. Pero lo que hace brillar más la caridad de
Dios hacia nosotros es que entonces mismo, cuando éramos aún pecadores, fue cuando murió Cristo
por nosotros (Rm 5,7-8). Como si dijera: ¿Queréis que os diga cuánto amó el Hijo de Dios a los
hombres? Pues mirad que apenas se hallará a uno en el mundo que voluntariamente se ofrezca a la
muerte por un justo. Digo por un justo, porque por un bien común, puede que se halle quien se
ofrezca a la muerte, y así se han hallado hombres que por el bien de la república se han ofrecido a la
muerte. Mas por un justo en particular, apenas se hallará a uno que muera por él. Sólo el Hijo de
Dios fue el que amó tanto a los hombres que, siendo malos y enemigos suyos, murió por ellos. Por
eso Cristo fue el único en amar a los hombres como él los amó.
14.- También fue el único en vencer al demonio, pues sólo él le quebró las muelas y le sacó de
la boca la presa de los santos padres a quienes tenía atrapados. Como dice David: Las muelas de los
leones las triturará el Señor (Sal 57,7). Como si dijera: No te gloríes, demonio, de tener metidos en
la boca de tu poder a esos santos, pues vendrá el tiempo en que el Señor te quebrará las muelas, para
que no puedas comértelos. Cristo fue también el único en vencer a la muerte, pues sólo él, en el día
de hoy, con sus propias fuerzas, la venció, como afirma el profeta Oseas: ¡Oh muerte! Yo he de ser tu
muerte; y seré tu destrucción, ¡oh infierno! (Os 13,14). Yo seré tu muerte cuando dé vida perpetua a
mi cuerpo y levantaré a mis escogidos para que no tengas ya potestad sobre ellos. ¡Oh Cleofás!
¡Cuán sabiamente nos habéis dicho que este peregrino es único, pues él, como Dios, es único en
deidad; y como hombre, es el único en poseer una humanidad subsistente en una persona divina!
15.- Lo segundo que afirmó Cleofás de Cristo es que era peregrino. Esto es más dificultoso de
entender. ¿Cómo le conviene a Cristo ser peregrino? Decimos de una persona que es peregrino
cuando anda fuera de su casa y tierra. Nuestra propia tierra y casa es el cielo empíreo, para el cual
fuimos creados, según afirma San Pablo: No tenemos aquí ciudad fija, sino que vamos en busca de la
que está por venir (Hb 13,14). Y todo el tiempo que estamos fuera del cielo somos peregrinos, como
lo asegura el propio San Pablo: Mientras habitamos en este cuerpo somos peregrinos del Señor y
estamos fuera de nuestra patria (2 Co 5,6). Por eso David se llamaba a sí mismo peregrino: Yo soy
ante ti como un advenedizo y peregrino, como todos mis padres (Sal 38,13). De esta manera fueron
peregrinos todos los padres pertenecientes a la ley natural y a la Ley Antigua, porque estaban fuera
de su propia tierra, que es el cielo.
Pues bien, si todos los que estamos fuera del cielo somos peregrinos, veamos ahora cómo le
conviene a Cristo el apelativo de peregrino. En Cristo hay divinidad, alma y cuerpo. ¿A cuál de ellas
le conviene el ser peregrino? No por parte de su divinidad, porque ella es la ciudad en la que se nos
acaba la peregrinación. Por eso nosotros somos peregrinos, porque no vemos la divinidad de Dios, y
en cuanto la veamos cesará nuestra peregrinación. Tampoco le compete a Cristo la condición de
peregrino en razón de su alma, porque desde el primer momento en que fue creada entró en su propia
tierra, pues veía la divinidad de Dios y era bienaventurada. A Cristo sólo le compete el ser peregrino
en cuanto al cuerpo. Este es el que anduvo como peregrino por el mundo, durante treinta y tres años,
fuera de su gloria y de su casa. Este es el que, como peregrino, andaba fuera del cielo empíreo, que
es su propia casa. Por eso Cleofás llama a Cristo peregrino, porque aunque con la divinidad y con el
alma era ya morador del cielo, pero en cuanto al cuerpo andaba peregrinando.
16.- Llámase peregrino, porque en cuanto tal vino a Jerusalén a ganar dos indulgencias
plenarias para nosotros, pues para eso van los peregrinos a Jerusalén, a ganar alguna indulgencia
plenaria. La primera indulgencia plenaria que nos ganó fue para el alma, y consistió en la remisión
de todos nuestros pecados. ¿Qué pensáis que significó el morir por nosotros en la cruz sino
alcanzarnos una indulgencia plenaria por todos nuestros pecados? Y los primeros que la ganaron
fueron aquellos santos padres que, en virtud de esta indulgencia plenaria que el Cristo peregrino nos
ganó, salieron del limbo, en donde estaban detenidos desde hacía muchos años, porque no había
quien pudiese ganarles esta indulgencia plenaria. Cuando vosotros ganáis una indulgencia plenaria
por un alma del purgatorio, ésta en seguida sale de él. Pues así, ésta que ganó Cristo, sacó del limbo
a todos aquellos santos padres.
17.- La segunda indulgencia que vino a ganar fue para su cuerpo y para el nuestro. ¿Qué
pensáis que significa la resurrección de Cristo sino una indulgencia plenaria para su cuerpo y para el
de los escogidos? Su resurrección fue una indulgencia para su cuerpo, pues lo libró de todas las
penalidades del mundo. Lo libró de la mortalidad, de la pasibilidad, del hambre, de la sed, del
cansancio, y de todas las demás penalidades de la vida. De todas ellas le dejó libre esta indulgencia.
Y esto mismo ganó también para el cuerpo de sus escogidos, pues resucitando él, resucitaron en su
persona todos los justos, como lo afirma San Pablo: Nos resucitó con él y nos hizo sentar sobre los
cielos en la persona de Jesucristo (Ef 2,6). Al resucitar él, que es la cabeza, resucitó también a los
escogidos que son sus miembros. Los primeros que gozaron de esta indulgencia fueron aquellos que,
según San Mateo, resucitaron con Cristo cuando resucitó éste (cfr. Mt 27,52). ¡Dichoso y más que
dichoso, el que puede gozar de estas dos indulgencias plenarias, que este santo peregrino nos ha
ganado con su muerte y con su resurrección!
18.- Después de la resurrección Cleofás llama a Cristo peregrino porque, aunque es verdad que
hoy con la indulgencia plenaria de la resurrección su cuerpo entró ya en el estado glorioso y se le
acabaron los trabajos de la peregrinación de esta vida, sin embargo se quedó peregrino en cuanto al
lugar, porque hasta el día de la Ascensión no entró definitivamente en la gloria, por la que se le
acabó por completo la peregrinación. Y así, podemos decir que en cuanto al lugar, aquellos cuarenta
días que anduvo por el mundo después de la resurrección, que su cuerpo andaba peregrinando, pues
estaba fuera del cielo empíreo, que es su propia casa. Esto es lo que Salomón decía en el libro de los
Proverbios: El hombre se halla ausente de su casa y ha ido a un viaje muy largo; un talego de dinero
llevó consigo y piensa regresar a su casa para el día del plenilunio (Pr 7,19-20). ¿Quién es este
varón, sino el Hijo de Dios? Así lo llama el profeta Zacarías: He aquí el varón cuyo nombre es
oriente (Za 6,12). Este salió de su casa el día que vino al mundo para hacerse hombre, como él
mismo lo atestigua por Jeremías: He desamparado mi casa y he abandonado mi heredad (Jr 12,7). El
camino largo que anduvo fue de treinta y tres años por el mundo. Camino largo, porque fueron años
llenos de trabajos, como lo manifiesta David cuando exclama: De puro dolor se va consumiendo mi
vida, y mis años con tanto gemir (Sal 30,11). El saco de dinero que trajo, fueron los méritos de su
encarnación y de su sangre, que fueron los dineros que trajo para redimirnos, tal como lo afirma San
Pedro: Fuisteis rescatados de vuestra vana conducta de vida que recibisteis de vuestros padres, no
con oro, ni plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo como de un
cordero inmaculado y sin tacha (1 P 18-19). De éste se nos dice que peregrinó hasta el día de la luna
llena, en que regresó a su casa. Llama luna al cuerpo de Cristo, porque así como la luna crece y
mengua, así aquel sagrado cuerpo crecía y menguaba como la luna. Y es que todo el tiempo que
anduvo por esta vida mortal, el cuerpo de Cristo fue como la luna menguante, porque anduvo
menguando en honra, en riquezas y en descansos. La luna llena fue el día de la Ascensión, pues allí
se halló lleno de la gloria que se le debía; allí halló la indulgencia plenaria de la resurrección; allí se
halló en el cielo empíreo como en su propia casa, y allí se sentó a la derecha del Padre, lugar que a él
solo pertenece. Allí se le acabó la peregrinación, pues volvió a la casa de donde había salido, y
volvió el día de la luna llena.
19.- Cleofás también le llamó peregrino, porque a Cristo le acaeció lo que a los peregrinos. Os
encontraréis con que algunos no quieren verlos a sus puertas, y por eso, en cuanto llegan, los
despiden. Otros hay que se huelgan en recibirlos, mas al cabo de tres días se cansan y les parece cosa
muy pesada tenerlos en casa, y los despiden diciéndoles: ¡Váyanse con Dios! Otros hay que,
entendiendo que representan a Cristo, y que éste dice que quien recibe a un peregrino en su casa le
recibe a él mismo, los reciben de mil amores, y nunca los despiden, sino que se quedan allí todo el
tiempo que quieren. Pues esto mismo le acontece a este santo peregrino, Cristo. Hay unos que no le
quieren recibir, y son los que perseveran en su pecado. Viene este peregrino a la puerta de tu alma
con santas inspiraciones y te pide la limosna de tu salvación. Es decir, que te pide la limosna que tú
deberías pedirle a él con lágrimas. Y sin embargo, aunque te pide la limosna de la salvación de tu
alma, tú le das con la puerta en las narices y no quieres admitirlo, como él mismo lo declara en el
Apocalipsis: He aquí que estoy a la puerta de tu corazón, y llamo (Ap 3,20). Yo doy aldabadas una y
otra vez, y tú con la perseverancia de tus pecados y con la dureza de tu corazón me despides. Otros
hay que le reciben de buena gana, mas luego se cansan de tenerle, como son los que durante esta
cuaresma se han confesado y comulgado, recibiendo a este peregrino en sus almas. Mas como Cristo
quiere que en la casa en donde él está todos han de ser castos, humildes, devotos, obedientes, etc.
esto les resulta muy pesado, —el ser durante tres días casto, humilde, etc.—, y por eso le despiden,
tornándose a los pecados como antes. Pues, ¡ay de los que no reciben a este peregrino en su casa,
porque si no le reciben ahora en esta vida, tampoco los recibirá el Hijo de Dios en el cielo! Y, ¡ay de
ti!, si, después de haberle recibido, lo echas, porque como a hombre que le has afrentado más que si
no le recibieras, el día del juicio te echará de su gloria.
20.- Finalmente hay otros que se huelgan de recibirle y tenerle siempre consigo, como son los
buenos, que de tal manera le han recibido en su alma, que antes morirán, que le dejarán marcharse de
su casa, pues aunque es peregrino y parece pobre, sin embargo viene lleno de riquezas del cielo para
los que le reciben y no lo despiden. ¿Quién, hermanos, no se holgará de recibirle, y conservarlo
siempre en su alma, pues es tan sabio que te explica todas las Escrituras? ¿Quién no se holgará de
tenerle, para que con el calor de sus palabras le inflame el corazón en su amor y le haga partícipe de
la indulgencia que ha ganado para él?
21.- ¡Oh divino peregrino! Pues has venido a Jerusalén para ganarnos estas indulgencias
tan importantes, todos te suplicamos por tu santísima resurrección, que te duelas de nuestra pobreza
y que nos hagas partícipes de estas indulgencias, aquí por la gracia, prenda segura de la gloria, a la
cual nos conduzca nuestro Señor. Amén.
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