Itinerarios vitales y género: Las condicionamientos sociales de la inserción laboral de las mujeres Pérez Rubio, Ana M. Licenciatura en Relaciones Laborales - UNNE. Av. Italia 434 - (3400) Corrientes - Argentina. Tel./Fax: +54 (03783) 427141 - E-mail: [email protected] ANTECEDENTES: CICLOS VITALES Y PARTICIPACION LABORAL DE LA MUJER Hasta hace poco tiempo atrás, los itinerarios vitales de las mujeres se limitaban a la carrera familiar, desestimando la posibilidad de una carrera profesional o laboral, como otra alternativa. Este itinerario socialmente construido es el que se rompe y se hace múltiple en la última década del siglo XX. Los indicadores principales de tales transformaciones pueden analizarse tanto cualitativa como cuantitativamente. En primer lugar, los que miden la dependencia familiar de las mujeres: descenso intenso y sostenido de la natalidad y de la nupcialidad y la reducción del tiempo dedicado por ellas al trabajo doméstico. Por otro lado, los indicadores que miden el grado de independencia personal de la mujer: aumento de la tasa de escolaridad (que iguala y sobrepasa a la masculina) y de la tasa de actividad económica. Para comprender el alcance del cambio, es necesario establecer un sistema de relaciones de interdependencia entre los indicadores: la dinámica demográfica, la tasa de actividad femenina y la paridad en el acceso a los niveles educativos en función del género, parecen estar sincrónicamente relacionados, formando parte de un sistema en el que cada uno de estos indicadores es causa y efecto de los demás. El aumento de la participación femenina tanto en el ámbito educativo como laboral al tiempo que intentan articular su papel dentro de la familia con la realización de actividades en el mercado laboral, en parte por razones económicas, pero también por el deseo de desarrollarse profesionalmente. Esto ha supuesto también un cambio en la imagen de las mujeres y de sus capacidades y derechos. Esto se advierte, en particular, en el interior de las diferentes clases sociales, en las que se verifican modos diversos de establecer las relaciones de género, en general en términos de capital cultural acumulado. De este modo, es posible encontrar distintas maneras de desempeñar los roles de género, a partir de diferentes pertenencias de clase. El estudio de la situación de la mujer en la sociedad, tanto en el ámbito público como privado aparece como un elemento interesante para avanzar en el conocimiento de la estructura social y de los mecanismos de desigualdad social. En verdad, los itinerarios personales (que son sociales), se constituyen y someten a la estructura social. En el caso específico de las mujeres, se advierte que sus itinerarios laborales se configuran dentro de patrones específicos, fuertemente condicionados por los roles adscriptos a su condición femenina. El modo cómo se asumen estos roles y el momento en que tal asunción se realiza, se halla influenciado tanto por la edad como por el nivel educativo. Es interesante destacar, a propósito de esto, que los estudios, en general, muestran que existe cierta universalidad en estos comportamientos. (Mari-Klose y Nos Colom, 1999). En este marco, el propósito de este artículo es presentar una caracterización de la situación de actividad de las mujeres a partir de la consideración de tres variables que consideramos fundamentales: educación, trabajo y estado civil (3). En él se pretende mostrar cómo la configuración de los itinerarios vitales de ellas se organizan a partir de la confluencia de un conjunto de circunstancias diversas, que derivan, a la vez, de su situación de clase, su status familiar o la generación a la que pertenecen. MATERIALES Y METODOS Se analizan datos provenientes de la Encuesta Permanente de Hogares correspondiente a la onda mayo del año 2000, de la ciudad de Corrientes, a partir de la consideración de las tres variables fundamentales mencionadas anteriormente: educación, trabajo y estado civil. DISCUSION DE RESULTADOS a. La educación: El itinerario social de la mujer se inicia con su incorporación al sector educativo. La educación podría considerarse, como pretendía la Ilustración, el factor emancipatorio que permite el progreso, la libertad y la igualdad, en este sentido constituye un elemento que propicia la independencia personal, siendo una forma de capital favorable para la promoción personal y la movilidad social. Las desigualdades sociales encuentran su razón última en los niveles diferenciales de acumulación de los distintos capitales - educativo, cultural, relacional, simbólico, económico -; y es posible que sea a través de la acumulación de capital educativo, como las mujeres han logrado alcanzar las máximas recompensas.(Bourdieu - Passeron, 1998). El nivel de estudios se halla en gran parte Nivel de estudio de las mujeres según edad. asociado a la generación a la que Nivel educ. - 13 14/19 . 20/24 . 25/49 50/59 60 y + Total pertenecen: En el grupo estudiado si bien Primario 91.1% 12.3% 9.7% 29.4% 50.0% 65.5% 41.5% existe un predominio de mujeres con Secundario 8.9% 65.4% 33.6% 36.8% 36.7% 30.3% 34.7% estudios primarios en relación con las Superior 0.6% 12.7% 13.0% 6.7% 2.1% 7.1% universitarias, las diferencias se matizan Universitario 21.6% 44.0% 20.8% 6.7% 2.1% 16.6% si se considera cómo se distribuyen según Total 203 162 134 432 90 142 1163 grupo de edad: a medida que se avanza en edad tiende a disminuir el nivel educativo. Si bien este comportamiento también se encuentra entre los hombres, en el caso de éstos los niveles educativos más altos aumentan en relación con las mujeres en las generaciones mayores: (11.3% de hombre entre 50/59 años con educación universitaria y 5% de más de 60 años). Pero, probablemente, el hecho más significativo sea la equiparación de la proporción de mujeres y varones que cuentan con estudios primarios. De este modo, se observa que, en general, el período educacional de las mujeres jóvenes es mayor que el de las generaciones siguientes. La estrategia de prolongar los estudios es interesante por sí misma, pues maximiza las posibilidades de encontrar empleo (aun cuando la realidad de las actuales sociedades ha puesto en evidencia que una cosa es estudiar y otra distinta encontrar ocupación). b. El trabajo: La integración de las mujeres en el mercado remunerado en las sociedades industrializadas, así como la crítica feminista que se ha desarrollado desde fines de la década de los sesenta, obligan al análisis sociológico a cuestionarse la división sexual del trabajo y su evolución a lo largo del tiempo. Las condiciones de desigualdad que acompañan a la integración de la mujer en el trabajo remunerado son tan notorias que acaban por convertirse en el objeto principal de tal análisis. Los niveles de participación: La visión tradicional acerca de la trayectoria de la mujer ignora la globalidad de su experiencia laboral, en cuanto combinación de trabajo remunerado y trabajo doméstico. Los enfoques más actuales, por el contrario, replantean la noción de trabajo y no trabajo: reconocen como trabajo las tareas domésticas no remuneradas, los trabajos de reproducción y el trabajo informal de cuidado a niños/as, enfermos/as y ancianos/as. Estos estudios ponen de relieve la necesidad de forjar una visión de los trabajos de la mujer en plural, debiendo plantearse desde la perspectiva de la experiencia laboral global de la misma, es decir, desde el trabajo remunerado, el trabajo de la reproducción y de las tareas domésticas. Según los datos se puede establecer que la Estado ocupacional de las mujeres según nivel educativo tasa de participación en la actividad Estado Primario Secundario Superior Universit. Total Ocupadas 17.2% 29.0% 56.6% 32.6% 26.7% económica es particularmente baja, y ello en Desocupadas 1.2% 5.9% 6.0% 4.7% 3.8% comparación con la masculina (49.4%), pero Inactivas 81.6% 65.1% 37.3% 62.7% 69.6% con respecto a otras ciudades de nuestro país. Total 483 404 83 193 1163 Además, existe una relación inequívoca grado de escolaridad alcanzado y estos niveles de integración laboral. Al mismo tiempo, el nivel de formación influye decisivamente en su carrera ocupacional. En efecto, cuanto más alto es el nivel de estudios, se produce una mayor propensión a trabajar. Y aunque esto es así también en nuestra región, a diferencia de otras regiones con mayores niveles de desarrollo, la incorporación al mercado de trabajo con un título universitario no parece menguar las desigualdades de género (47.4% de activos entre los vaornes universitarios, en relación con un 37.3% de mujeres universitarias activas). La educación y la carrera laboral: Otra pauta que aparece, con cierta recurrencia en otras sociedades, es que parecería que incluso el estado civil y la edad no interrumpen el itinerario laboral de las mujeres universitarias, que trabajan prácticamente a lo largo de toda su vida laboral, con independencia de sus situaciones familiares, así como con una dedicación similar a los varones de su generación. De igual modo, según nuestros datos, a medida que aumenta la edad, tiende a disminuir la tasa de actividad de las menos educadas; en tanto crece la de aquéllas que cuentan con mejores niveles educativos. Es decir, que las mujeres con estudios universitarios forman parte de la población activa en todos los grupos de edad, con excepción de las más jóvenes, que se encuentran aún estudiando. Paralelamente, se advierte que existe un porcentaje alto de mujeres que continúan dedicándose mayoritariamente a las laborales domésticas en todos los grupos de edad; tendencia que se acentúa para las mujeres con estudios primarios. Las mujeres jóvenes con estudios secundarios, se comportan inicialmente de manera parecida a las universitarias, pero : a medida que pasa el tiempo, la tendencia es a abandonar el mercado laboral, probablemente cuando se inicia su "carrera familiar". A partir del siguiente tramo de edad, tiende a disminuir el grupo de mujeres activas y al mismo tiempo, el grupo de desempleadas, a la vez que aumentan las inactivas (dedicadas a las labores domésticas). Esta pauta se acentúa a medida que se aproximan a la edad de abandonar el mercado de trabajo - la bifurcación en el itinerario vital de las mujeres se produce con el inicio de su carrera familiar-. La población de desempleadas decrece, de forma acentuada, a partir del grupo de edad de mujeres entre los 25 y 49 años, mientras que se incrementa el grupo de las que se dedican a labores domésticas. Las mujeres desempleadas antes del inicio de su carrera familiar, a partir de la misma, dejan de considerarse como potencialmente trabajadoras, para entrar a formar parte del colectivo de amas de casa: a diferencia del varón, la mujer es absorbida por el mercado laboral o bien por el ámbito familiar. En el abanico de categorías ocupacionales que se le presentan al varón, dedicarse a las labores domésticas no se contempla como una opción personal si se encuentra desempleado. En cambio, una mujer con cargas familiares que abandona el mercado laboral difícilmente se defina como desempleada. c. El estado civil y carrera laboral: El punto de inflexión en el itinerario vital de las mujeres se sitúa en el grupo de edad entre los 25 y 49 años. La actividad de las mujeres jóvenes se ubica en la esfera pública: trabajan, buscan trabajo, o estudian (46.3% entre 20/24 años de las mujeres inactivas, son estudiantes). Estas tres opciones aglutinan cerca del 86% de la población de mujeres entre 14 y 24 años, mientras que las que se dedican exclusivamente a las labores domésticas alcanza sólo al 11%. A partir de la segunda generación, se observa un incremento sustancial de las que afirman dedicarse al trabajo doméstico (35%); un poco más de la tercera parte de esta generación se reparte en las distintas actividades de la esfera pública. De éstas, el 41% trabaja, en tanto que la proporción de las que están desempleadas o son estudiantes resulta insignificante. La tendencia iniciada por esta segunda generación se acentúa con la edad. Los lazos de dependencia económica cambian en función del estado civil de las mujeres, ubicándose, a partir de estas relaciones de dependencia, en las diferentes categorías ocupacionales. Las solteras jóvenes son, en su mayoría, estudiantes, como ya se señaló anteriormente. Estas jóvenes parecen establecer una relación de dependencia con su familia de origen, puesto que los post-adolescentes todavía conviven con sus padres ( 62% entre 14/24 años). A su vez, el destino de las jóvenes que se incorporan al mercado de trabajo es el de figurar como desempleadas en una proporción mayor que los varones; en efecto, el 29.4% de ellas se encuentran buscando activamente empleo, frente a un 25% de los varones jóvenes. Las jóvenes que se casan se dedican en su mayor parte a las labores domésticas, sólo el 27% de casadas jóvenes trabajan fuera del hogar. Las que, tras el matrimonio, se definen como desempleadas, se reducen notablemente en número, si se compara con el mismo tramo de edad, pero de mujeres solteras. Es de suponer que este descenso se deba, no tanto a su integración en el mercado laboral, sino a la nueva relación de dependencia económica que establecen después del matrimonio. Estas mujeres, al casarse, transitan de la dependencia respecto a la familia de origen a la dependencia con la familia de adscripción, perpetuando así el rol tradicionalmente asignado. Cuando la relación de dependencia económica respecto al marido se rompe, con el divorcio o la separación, la mujer pasa a ser laboralmente activa. Es notorio el descenso de las que se dedican principalmente a las labores domésticas (21%, contra 51% en el mismo tramo de edad). En cambio, las viudas se comportan de forma similar a las casadas, ya que la muerte del marido no las empuja al mercado laboral mucho más que a éstas, dado que reciben el soporte económico por parte del sistema jubilatorio, hecho que explicaría que, la mayoría, continúe dedicándose a las labores domésticas. Sin embargo, las viudas difieren de las casadas en el porcentaje de desempleadas, que en el caso de las primeras, aumenta. El 55% de las solteras en el grupo de edad de 25 a 49 años trabajan. Son mujeres que probablemente han finalizado su etapa educativa y se incorporan al mercado laboral. En este grupo sólo el 8.2% sigue estudiando. También aumenta el porcentaje de mujeres casadas, con respecto a las mujeres jóvenes, que se dedican principalmente a las labores domésticas. Esta tendencia igualmente se encuentra entre las mujeres separadas, pero, en este caso, el porcentaje de activas continúa siendo mayoritario. La tarea principal del grupo con más de 50 años se ubica en el ámbito doméstico. La generación a la que pertenecen puede ser el determinante que define el tipo de actividad asignado por género. Se trata de mujeres socializadas en el rol tradicional femenino que las circunscribe a la esfera privada. Es además, un grupo cercano al retiro del mercado laboral. Las que cuentan con estudios universitarios mantienen - comparativamente - unas tasas de actividad elevadas y constantes a lo largo de su carrera laboral; y si bien, las casadas se dedican mayoritariamente a las laborales domésticas, presentan, al mismo tiempo, mayores niveles de participación en la actividad económica (61.5% de los casos de universitarias, en contraposición al 26,3% de mujeres con educación primaria que se han incorporado al mercado laboral). De este modo, los datos demuestran que existe una relación inequívoca entre años de escolaridad alcanzados e integración en el ámbito laboral. Cuanto más alto es el nivel educativo, se observa mayor propensión a trabajar. Si bien, en general, las dificultades para articular trabajo y hogar suelen retirar a la mujer del mercado, esta tendencia se diluye en el caso de las que poseen estudios superiores, que siguen una carrera profesional similar a la de los varones. Esta propensión, que asocia mejores niveles educativos y mayor incorporación al mercado de trabajo, se mantiene también para el caso de las mujeres con estudios secundarios, aunque las diferencias tienden a atenuarse entre las que se dedican a las tareas domésticas y las que se encuentran en actividad. Finalmente, los ingresos bajos en el hogar, suelen incrementar la orientación de las mujeres a realizar una ocupación fuera del ámbito doméstico, independientemente de su nivel educativo. Los datos - para la región en estudio - indican que en los tramos más bajos del ingreso, la participación de la mujer en el sistema productivo es comparativamente más alta, aún con bajos niveles de educación (61% de las mujeres con ingresos bajos y nivel primario de educación). Otro factor que incide en el comportamiento laboral de las mujeres es el número de hijos. Si bien no se cuenta con datos para aportar en este sentido, es sabido que al aumentar el número de hijos se tiende a abandonar la vida activa, si bien esta tendencia es menos acentuada cuando el marido tiene un nivel de ingresos alto. Probablemente, se trata de mujeres cuya capacidad económica familiar les permita comprar su tiempo de reproducción (se hace referencia aquí a las mujeres que recurren a otras personas para realizar las tareas domésticas o de cuidado familiar y que pagan por esos servicios). Del mismo modo, las mujeres sin hijos se sitúan, de preferencia, en el grupo de las activas. Cuando tienen hijos los índices de actividad varían en función del nivel educativo. En cuanto a la dedicación laboral, según sea su estado civil, la pauta habitual de trabajo es la de trabajar a jornada completa, incrementándose entre las mujeres solteras (70.3%) y divorciadas (65.3%). Según estos datos se puede argumentar que las Horas trabajadas según estado civil obligaciones familiares inciden en las estrategias Cant. de horas Soltera Casada Separada Viuda laborales femeninas. El porcentaje más elevado de 1/30 hs. 29.7 40.8 34.6 33.3 mujeres trabajando a tiempo parcial está entre el 31 y + 70.3 59.1 65.3 66.7 grupo de casadas; el sustento económico no depende Total 111 164 26 15 exclusivamente de su salario, que más bien representa una contribución a la economía familiar. Por el contrario, entre las mujeres solteras y, especialmente las divorciadas, el trabajo a jornada completa deviene un indicador de necesidad económica. CONCLUSIONES En las últimas décadas se ha producido un número importante de transformaciones culturales y de valores, que se reflejan en particular en las relaciones interpersonales, pero también en dos grandes instituciones, la enseñanza y la familia. De este modo, el campo no económico, el del "no-trabajo" ha supuesto un nuevo marco más tolerante, evidente en la disminución de las desigualdades de clase y las discriminaciones de sexo. Sin embargo, muchas de ellas permanecen, aunque bajo otras dimensiones y otras formas; en general, la carga global de trabajo - compuesta por el volumen de horas que se invierten en el mercado laboral más el de las que se dedican al trabajo fuera del mercado - está repartida de modo notoriamente desigual entre mujeres y hombres: el trabajo no monetarizado recae, desproporcionadamente, en manos de las mujeres, dejando en sus manos la responsabilidad sobre el ámbito doméstico, en tanto el trabajo remunerado ocupa un lugar secundario. Sin embargo, los recorridos no son homogéneos, debido fundamentalmente al ciclo vital por el que atraviesan o al nivel educativo que poseen. En los datos presentados se constatan, al mismo tiempo, ambas cuestiones, junto con la influencia del sesgo generacional histórico. La otra característica, que segmenta la fuerza de trabajo femenina, es la pertenencia de clase. La participación laboral viene marcada por el nivel de estudios, y la deserción se sitúa en los estratos inferiores; aunque, la clase social, definida a través del ingreso del marido, matiza el efecto de la educación de las mujeres: en el nivel de los estudios primarios, se mantienen en el mercado laboral cuando los ingresos del marido son bajos. En cambio, las mujeres con estudios universitarios tienden a abandonar el mercado de trabajo cuando los ingresos del marido son altos. La maternidad - y en especial el número de hijos - es otro de los factores que explica la permanencia o abandono del mercado laboral. La incidencia de estos factores revela que, pese a los cambios, persiste el rol tradicional socialmente asignado; el comportamiento dominante es mantener su actividad cotidiana en el área de la reproducción de la fuerza de trabajo y de las condiciones de vida cotidiana. La transición del sector educativo al laboral es complicado. Podrían considerarse dos itinerarios distintos: por un lado, las mujeres con estudios primarios que no siguen su carrera educacional por tener que incorporarse tempranamente al mercado de trabajo; por el otro, las que alcanzaron niveles de estudio más altos, secundarios o universitarios que acceden al mundo laboral luego de finalizar su período de formación. Anteriormente, se ha mostrado que a medida que avanza el curso vital de la mujer, ésta va encontrando obstáculos que dificultan su permanencia en el mercado laboral, cuando su no incorporación. Por lo demás, el elevado porcentaje de mujeres con estudios primarios, sin hijos, trabajando a tiempo parcial, indica que el mercado absorbe a mujeres poco cualificadas. La cuestión es discernir en qué condiciones y en qué sectores de empleo ocurre eso. Los indicadores apuntan a itinerarios distintos y destinos desiguales, para varones y mujeres. El mercado circunscribe a la mujer a unas pocas ocupaciones, signadas frecuentemente por la inestabilidad y la precariedad laboral. Se trata de mujeres con escasa formación, muy jóvenes o de edad relativamente alta. En este sentido se podría considerar que la inclusión de las mujeres en el mercado laboral no se ha acompañado por un cambio cultural, de igual magnitud, en el modelo de familia y trabajo, que facilite esta transición. La segmentación de los mercados de trabajo, está dada tanto por las diferencias entre uno y otro género, como por las diferencias que se establecen entre las posibilidades de cada uno de los géneros derivadas de sus condiciones de clase. Según este planteo, las carreras laborales de las personas, y en este caso particular de las mujeres, se constituyen como procesos condicionados por fuerzas estructurales y culturales de las diversas clases, incidiendo en la configuración de las carreras laborales. Estos itinerarios se bifurcan según tales pertenencias, los desplazamiento no se dan al azar en el espacio social, sino que están determinados/condicionados por las fuerzas y mecanismos que estructuran y configuran la trayectoria individual . El otro factor que opera, se vincula con el conjunto de propiedades y el volumen del capital heredado (capital social y cultural) que la persona posee y que actúa sobre las fuerzas del campo: de este modo, bajo la apariencia de trayectorias individuales se descubren trayectorias sociales, que son en definitiva trayectorias de clase, o de género; esto es, trayectorias colectivas en el sentido que esta determinación se ejerce sobre la clase o fracción de clase en su conjunto y proporciona a la trayectoria una cierta orientación y sentido, que la sitúa en un abanico de posibles sociales. BIBLIOGRAFIA Bourdieu, Pierre, 1998a La distinction. Trad. Por Ma. del Carmen Ruiz de Elvira. 2da. Ed. Taurus, Madrid. Bourdieu, P. - J.c. Passeron, 1998b La reproduction. 3ra. Ed. Editorial Laia. México: Mari-Klose y Nos Colom, 1999 Itinerarios vitales. Educación, trabajo y fecundidad de las mujeres. Madrid: Centro de Investigaciones sociológicas.