Carl Panzram: la horrorosa vida del “peor criminal que haya existido”

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Dia: 09/06/2002 - Hora: 02:17
DOMINGO 9 DE JUNIO DE 2002 POLICIA CLARIN 43
HISTORIA DEL CRIMEN
Carl Panzram: la horrorosa vida del
“peor criminal que haya existido”
Fue pirata de los ríos,
incendiario, violador,
asesino, ladrón de casas.
No hubo delito que no
cometiera. Mató a 100
hombres o más y a todos
los violó. Adultos y chicos.
Fue “el asesino sin alma”.
MEMORIA
Ricardo V. Canaletti
DE LA REDACCION DE CLARIN
edía un metro ochenta y pesaba
100 kilos. La mandíbula era fuerte y se le notaba una marcada calvicie que había hecho desaparecer el cabello negro y tupido, ondulado. Había usado
un bigote negro y espeso pero ya no, y
mantenía los ojos de un color gris acero.
Tenía un enorme ancla tatuada en el antebrazo izquierdo. En el derecho lucía otra
pero adornada con un águila y la cabeza
de un chino. La amplitud del pecho impresionaba. En el centro había otro tatuaje, el
de dos águilas, y debajo de las alas de cada
una las palabras Libertad y Justicia. Se llamaba Carl Panzram, y daba miedo.
La mañana del 5 de setiembre de 1930
hacía mucho frío en las celdas de la prisión federal de Fort Leavenworth, en Kansas. Era una fortaleza con muros de concreto de 25 metros de alto.
Doce guardias sacaron a Panzram de la
suya a las 5.55 y lo llevaron al cadalso. Toda la noche se la había pasado cantando
un estribillo pornográfico que él mismo
había inventado.
“¡Malditos sean. Maldita sea mi madre
que me parió y maldita sea toda la raza
humana!”. Esos fueron sus buenos días.
Caminó con energía. Tenía los dientes
apretados y la mirada desafiante. Subió los
13 escalones hacia la horca y se paró de
golpe. Cuando dos guardias se acercaron
para ponerle la capucha negra, los escupió
a ambos en la cara. Movía su cuello violentamente para zafarse, aunque con el único
propósito de decirle al verdugo: “¡Apurate
bastardo. Yo en tu lugar ya hubiese matado a diez!”. No quería escapar. Estaba feliz, tal vez por primera vez en su vida.
Las puertas de la trampa se abrieron de
golpe a las 6.03 y Panzram cayó un metro
sesenta. Nadie habló por unos minutos
mientras el cuerpo de quien había sido el
“peor criminal que haya existido jamás” o
el “asesino sin alma” se balanceaba de un
lado a otro. El mismo había perdido la
cuenta de sus crímenes. Robos, incendios,
piratería y asesinatos. Había matado a 100
o más hombres y sólo hombres, a los que
también había violado. Adultos y chicos.
A las 6.18 lo revisó un médico y lo dio por
muerto. Un periodista quiso pincharle los
pies con un alfiler para ver si era cierto.
Nadie reclamó el cuerpo. En una carretilla lo llevaron al cementerio de la prisión.
Su tumba quedó identificada con el número que tenía como presidiario: 31614.
Lo primero que recordaba Panzram
eran los golpes que le daba su padre, un
campesino de origen alemán establecido
en Minnesota y que un buen día abandonó a su mujer y a sus siete hijos.
M
TEMIBLE. CARL PANZRAM POCO ANTES DE SER LLEVADO A LA HORCA, EN 1930.
Lo segundo que le venía a la memoria marcial resolvió expulsarlo del ejército peera las palizas de sus hermanos mayores, ro antes confinarlo a tres años de trabajos
que lo dejaban inconsciente. ¿Y su ma- forzados. Así entró por primera vez en la
dre? “Era demasiado estúpida como para prisión de Fort Leavenworth. Era 1908, el
enseñarme algo que valiera la pena”, escri- entonces secretario de Guerra William
Howard Taft ratificó la condena. Un año
bió Carl años después.
Luego evocaba su primer robo, en una después Taft se convertiría en presidente
granja vecina, a los ocho años. Lo manda- de los Estados Unidos (hasta 1913).
Ya entonces aparentaba más edad de la
ron a un reformatorio y se acordaba de los
golpes de los celadores, que le daban con que tenía y en la prisión lo trataron como
a
un
adulto, a pesar de sus 16 años. Lo entablas, correas de cuero y remos pesados
cadenaron a una bola de metal de 25 kilos,
como rutina de corrección.
Carl sólo había conocido torturas. Cuan- que arrastraba a todas partes. Durante 10
do salió del reformatorio decidió dedicarse horas al día rompía piedras en una cantera, los siete días de
a destruir y matar.
la semana hasta
Abandonó la
cumplir su condegranja de Minneso- “APURATE BASTARDO
na.
ta y subió al primer
Robó granjas y
tren de carga que (MIRANDO AL VERDUGO).
graneros, incendió
vio. Cuatro cirujas YO EN TU LUGAR YA
casas, asaltó a todo
que viajaban con él
aquél que le parecía
lo violaron y lo tira- HUBIESE MATADO A DIEZ”
y violaba a cada una
ron del tren. Vagó
de sus víctimas. Así
a q u í y a l l á h a s t a CARL PANZRAM
se desayunaba y así
que fue arrestado y
enviado a otro penal para menores. Le se iba a dormir. No conocía la piedad ni el
rompió la cabeza a un celador con una ta- remordimiento. El dinero que robaba lo
bla. Entonces lo suspendieron de un gan- gastaba en alcohol, armas y juego.
Estuvo en muchas cárceles y en todas lo
cho y lo torturaron. Pero apenas se repuso,
se escapó. Robó en varias casas y quemó trataban como a un animal, como a la mayoría de los reclusos por esas épocas. Fue
unas cuantas iglesias. Tenía 14 años.
Una noche de diciembre de 1907 estaba colgado y azotado, recluido en aislamiento
en una taberna, borracho como una cuba, y a pan y agua, castigos que se aplicaban
y escuchó que un hombre reclutaba para por los motivos más banales (hablar, por
el ejército. Decidió alistarse, pero las cosas ejemplo). Panzram, ya un producto típico
no cambiaron. No obedecía ninguna or- de las prisiones, siempre lograba escapar.
En 1920, en Connecticut, entró a una
den, iba a las guardias borracho y cada
casa aristocrática y se llevó bonos, joyas y
tanto terminaba en el calabozo.
Un año después de su ingreso robó ro- un arma calibre 45. Los bonos estaban a
pa de una intendencia militar. Una corte nombre del ex presidente William Ho-
ward Taft, el mismo que había ratificado
su expulsión del ejército. Taft se desempeñaba entonces como profesor de leyes.
Panzram usó rápido el arma de Taft. La
venta de las joyas le reportó 3.000 dólares
y compró un yate. Contrató a cuatro marineros, los emborrachó, abusó de ellos y les
pegó un tiro en la espalda a cada uno con
el arma de ex presidente. Luego tiró los
cuerpos al río. Y esto mismo hizo al menos tres veces más.
Un año después se embarcó hacia Angola, en Africa. Al llegar violó y mató a un
chico de 11 años. Trabajó un tiempo para
la Sinclair Oil Company hasta que, en una
aldea de pescadores del Congo, contrató a
seis nativos para que lo ayudasen a cazar
cocodrilos. Con ellos hizo igual que con
aquellos marineros estadounidenses.
Fue demasiado. Panzram subió a un
carguero y regresó a los Estados Unidos
como polizón.
En la ciudad de Salem, en Massachussets, la misma que es conocida por un
célebre proceso por brujería en el siglo
XVII, vio a un chico que iba a hacer los
mandados y lo detuvo. Le dio 15 centavos
para que le compre leche. Al regresar con
la compra, lo llevó a un lugar despoblado,
abusó de él y le aplastó la cabeza con una
piedra. El chico era George McMahon y
tenía 11 años. Fue el 18 de junio de 1922.
Por esa época, cerca de Nueva York,
otra vez robó un velero y se dedicó a lo
único que sabía hacer. Ya había acumulado cuatro alias: Jefferson Baldwin, Jeffrey
Rhodes, John King y John O’Leary.
La policía lo sorprendió robando en un
depósito ferroviario y lo arrestó. Por este y
otros asaltos le dieron cinco años en la cárcel de Dannemora, en Nueva York, a la
que llamaban “el agujero del Infierno”.
Panzram quiso trepar uno de los muros
de la prisión pero cayó desde 9 metros. Se
rompió la espalda, las dos piernas y los tobillos. Lo levantaron y lo tiraron en su celda, sin atención médica. Allí estuvo, agonizando, 14 meses, arrastrándose para alcanzar la lata con agua cuando se acordaban de dejársela. Sobrevivió.
Apenas pudo caminar, golpeó y violó a
otro preso y lo volvieron a aislar hasta
cumplir su condena, en 1928.
Salió lisiado de por vida y más trastornado. En dos semanas cometió 12 robos y
mató al menos a un hombre, hasta que
volvió a ser detenido en Washington.
Un guardia, Henry Lesser, le dio un
dólar para que compre cigarrillos. Panzram lo miró. No era una mirada de agradecimiento sino de extrañeza. Fue la primera vez en su vida que alguien tenía un
gesto positivo hacia él. Luego Lesser le dio
papel y lápiz. Carl usó 20.000 palabras para escribir su horrorosa vida.
“Mis aliados son el engaño, la traición,
la brutalidad, la degeneración, la hipocresía y todo lo que es malo”, sostuvo.
Recibió 15 años de cárcel por varios delitos y volvió a Leavenworth. Cuando entró
dijo: “Mataré al primero que me moleste”.
Y ése fue Robert Warnke, su supervisor en
la lavandería, donde lo habían designado.
Lo asesinó con una barra de hierro. Por
este caso lo enviaron a la horca.
Carl Panzram, después de matar a
Warnke, salió caminando tranquilo de la
lavandería. Ningún guardia lo detuvo.
Llegó hasta su celda y se sentó en la cucheta, a esperar. Tenía 39 años.
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COLABORO: CECILIA BENITEZ.
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