En Medio de la guerra y la persecución religiosa: testimonios de fe, esperanza y perdón Por: Julieta Appendini Directora en México de la Fundación Pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada En días pasados un pequeño grupo de periodistas y directores de las diferentes oficinas en el mundo de Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) organizó un viaje a medio oriente, principalmente en los países de Líbano, frontera con Siria e Irak, para poder conocer y ser testigos de la situación que se está viviendo en esa zona. A continuación se los comparto. Los cristianos en medio oriente están viviendo uno de los momentos más difíciles de su historia, “la persecución”. Desde 2003, varios países han experimentado una ola de violencia sin precedentes, que los ha sumido en un derramamiento continuo de sangre y una vorágine de terrorismo sectario. Las minorías religiosas están pagando el precio más alto y parece no haber ninguna esperanza para la supervivencia del cristianismo. Más de 200 millones de personas son perseguidas a causa de su fe. La persecución y el desplazamiento forzado de tantos cristianos, quienes experimentan la desesperación, dolor y sufrimiento, ante las amenazas del estado Islámico, DAESH o ISIS, como les llaman, han puesto a la Iglesia en una situación muy complicada en medio de un desafío insuperable ante la necesidad de dar respuesta a las carencias humanas y espirituales. ¿Cómo frenar esta situación? Los rostros de la guerra Durante los 10 días de visita en la zona, cada lugar, cada momento, cada minuto, nos mostró la realidad de nuestros hermanos. Es imposible describir en palabras lo que esos lugares transmiten, y más aún el dolor que en ellos se guarda. No son números o cifras, sino rostros que han sufrido la guerra y la persecución a causa de su fe y que nos fueron compartiendo lo que esto ha significado en sus vidas. Historias reales de personas y familias que un día tuvieron que elegir entre la muerte, el martirio, la huida apresurada o renegar de su fe. Miles de ellos permanecen a la espera de volver a su tierra, habitada por cristianos desde hace dos mil años y ocupada ahora por terroristas islámicos del ISIS. El primer lugar fue Líbano y frontera con Siria por lo que daremos algo de contexto. Desde finales de marzo de 2011, cuando aumentó la violencia en Siria, cientos de miles de personas se vieron obligadas a abandonar sus hogares y buscar refugio en países vecinos; muchas familias sirias huyeron a Líbano y buscaron refugio principalmente en las regiones del Norte y de Bekaa. Tras huir a toda prisa dejando la mayoría de sus pertenencias, los refugiados se enfrentaron a la incertidumbre y la inseguridad en el Líbano. La disminución de las reservas de efectivo para las familias y los precios altos del alquiler, han forzado a alojarse con una familia de acogida, o alquilar junto con otras familias desplazadas, o vivir en campamentos informales. Todos estos escenarios resultan en condiciones de hacinamiento o de calidad inferior. En el aspecto económico, el nivel de refugiados sirios continúa ejerciendo presión sobre una economía libanesa frágil. Líbano ha alcanzado una población, donde casi el 50% son refugiados, en su mayoría sirios. Desde el inicio de la guerra en Siria, la Arquidiócesis católica greco-melquita de Furzol, Zahlé y el Valle de la Becá ha venido acogiendo a refugiados procedentes de la vecina Siria. El Arzobispo, Mons. Issam John Darwish, nos escribe: “Empezamos con 18 familias […] entretanto apoyamos a 800 familias, equivalentes a 4.000 personas. Estas familias han perdido su casa y todas sus propiedades, y ahora no tienen ni siquiera cubiertas las necesidades más básicas como ropa, alojamiento y comida”. Pero a los refugiados no solo les falta lo material, pues también han sufrido daños psicológicos. A continuación, dos ejemplos: George, un cristiano de Homs que hace un año buscó refugio con otros cien cristianos en Zahlé cuando la guerra se acercaba a su casa, se siente desarraigado y humillado. “No nos hemos traído nada y seguimos sin tener nada”, dice. Este largo conflicto le ha privado de sus medios de subsistencia y su dignidad. También Rabiaa, de 50 años de edad, vive junto con sus tres hijas y un hijo, refugiada en Zahlé. Esta mujer ha vivido lo inimaginable, pues a su marido lo asesinaron frente a sus ojos. “Mataron a mi esposo, tiraron su cadáver a la calle y se fueron”, cuenta. “Yo tenía un miedo tremendo a que violaran a mis hijas, y por eso decidí abandonar el país…”. La suerte que han corrido George y Rabiaa son solo dos ejemplos de los muchos que podemos encontrarnos en Zahlé. Según informa Mons. Issam Darwish, “la afluencia de refugiados no cesa”. La ACNUR (Agencia de la ONU para los refugiados) confirma que un total de 750.000 refugiados, entre ellos, 250.000 registrados por ella, obtienen protección y apoyo del Gobierno libanés, y que este número aumenta a diario. La mayoría de ellos proceden de ciudades como Homs, Idlib, Damasco y Alepo. “Entretanto, cien familias de refugiados han pasado de Líbano a Europa, y otras cincuenta han regresado a Siria, aunque sigan acudiendo cada mes a nosotros para recibir nuestra ayuda, pues de otra manera no tendrían ninguna posibilidad de supervivencia”. Los flujos migratorios se reparten por todo el país (Líbano septentrional 35%, Valle de la Becá 35%, Beirut y Cordillera del Líbano 20%, Líbano meridional 10%). El dinero que traen consigo los refugiados no les dura mucho tiempo. Como muchos, y sobre todo los refugiados cristianos sirios, no se registran por miedo a represalias y no tienen acceso a las ayudas de la ONU. Además, la falta de viviendas debido a la llegada de refugiados ha hecho que suban los precios de los alojamientos, por lo que las viviendas están abarrotadas y las condiciones infrahumanas en ellas son una triste realidad. La presencia de tantos refugiados supone una gran presión para la economía libanesa, ya de por sí bastante frágil. Además, está subiendo la tasa de desempleo, y con ella aumentan la tasa de pobreza y la delincuencia juvenil. ¡Ni fotos, ni nombres! En nuestro recorrido por Líbano y frontera con Siria encontramos varias familias refugiadas sirias quienes nos contaron su historia. Una de ellas recién llegada al Líbano. Samir y Sabine, una pareja con poco más de 50 años, cristianos que han huido de las milicias terroristas del “Estado Islámico”, DAESH o ISIS. Las atrocidades que les han hecho aquellos que se denominan a sí mismos “soldados de Dios” no tienen nombre. “¡Ni fotos ni nombres!” Los gestos de Samir son claros: de lo contrario, rodaría su cabeza. Después deja caer los brazos; en la mano tiene un papel: el recibo por el impuesto que han de pagar los cristianos en el Estado Islámico, 3.700 euros es el precio que han fijado los yihadistas por año y familia, dinero para protección; pero ante el terror nadie está seguro. Samir y su familia vivían bien en Al Raqa. Entonces llegó el Daesh. Samir pagó. Cuando la amenaza se hizo mayor, la familia se convirtió al Islam. “Odiaba esa vida, el velo, el no poder salir a la calle sin ir acompañada por un hombre”, dice Sabine. “¡Esto es no vida para los cristianos!” Samir rezaba en la mezquita, fingiendo, para proteger a su familia. Después llegó el coche con los soldados. Alguien había denunciado a la familia, diciendo que no se habían convertido realmente al islamismo, que en casa seguían rezando a su Dios. Samir y su familia consiguen escapar; encuentran protección en casa de un amigo musulmán. De noche se ponen en camino hacia Alepo, campo traviesa, pues tienen mucho miedo de ser descubiertos. El terror les persigue. “Después de dos meses en Alepo recibí una llamada; decían que vendrían y me matarían”, relata Samir. La familia continúa huyendo hacia Beirut. También allí suena el teléfono: “Sabemos dónde estás”. Esa amenaza directa lleva a la familia a la llanura de la Beká. Samir y Sabine están contentos de no tener que seguir renegando de su fe. “Todo el tiempo teníamos un cuadro de San Chárbel con nosotros; es lo que nos salvó”, dice Sabine. Su fe —así comentan los dos— “es más fuerte que nunca”. Con esa fe deciden abandonar el Próximo Oriente. “No estamos seguros en ningún lugar”, dice Samir. También ahora, en el lugar en que se encuentran, sonó el teléfono: “Estés donde estés, te encontraremos”. Les podríamos llamar Jakob y Claire. También su historia es un tormento de huida con una angustia mortal. Comenzó con protestas. Sus vecinos musulmanes querían apoyo cristiano en la lucha contra el Gobierno. “Pero los cristianos amamos al Presidente Assad”, dice Claire. “Con él vivíamos bien y estábamos seguros”. Los datos de su huida de Al Quseir se relatan pronto: un viernes, los islamistas predicaron la muerte para los cristianos. Todos los hombres mayores de 5 años huyeron al Líbano. 75 de ellos no lo consiguieron, y fueron ejecutados por Isis. Atrás quedaron las mujeres y los niños. Los soldados entraron en sus casas, destruyeron, saquearon y amenazaron con violarlas. Después, las mujeres huyeron con sus hijos. No hay palabras para describir el dolor y el trauma. “Aquí hay familias que tuvieron que saltar sobre los cadáveres de sus vecinos para poder huir”, relata Sana, la única que dice su nombre. Sana es libanesa y está siendo apoyada por nuestra Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada. Después encontramos a María, quien nos dice: “Todavía hoy, los niños pintan escenas de terror”. Superar los traumas precisa tiempo, pero ella está alegre de que los refugiados hayan comenzado a hablar sobre lo que han sufrido. Esta cristiana de Sadat no quiere relatar su historia; prefiere hablar de sus vecinos. “Esa noche de octubre de 2013 —dice— vinieron los hombres. Gritaron tres veces “Allahu Akbar”. Después mataron a todos: a la abuela, al abuelo, a los padres, a la hija y al hijo. Tres generaciones. Tiraron los cadáveres a un pozo. María calla. “Son demasiadas historias las que han sucedido al pueblo sirio”. Las historias corrieron hasta llegar a Irak. El avión tuvo que rodear Siria para resguardar nuestra seguridad. ¿Y qué pasa con Irak? La Iglesia al rescate En el verano y otoño pasado de 2014, la ola de terror de ISIS, descendió sobre la ciudad de Mosul y las ciudades de la llanura del Nínive. Ante esta terrible situación, miles de familias cristianas que se habían mantenido como tales en la región desde el siglo I, se vieron obligadas a huir hacia la relativa seguridad de Erbil y la región del Kurdistán. En casi todos los casos estas familias huyeron con poco más que la ropa que llevaban puesta. Ante la situación abrumadora y la crisis de las familias desplazadas, el Gobierno de la región de Kurdistán entregó el cuidado de todos los refugiados cristianos al grupo de líderes de las iglesias cristianas del norte de Irak. El Gobierno Regional del Kurdistán entregó la coordinación administrativa de estos esfuerzos a la Arquidiócesis de Erbil, por ser la iglesia más grande dentro del área urbana de Erbil. Al mismo tiempo, la ayuda gubernamental internacional fue canalizada a través del gobierno central, que funciona a duras penas. Pero los fondos entregados para el norte de Irak no lograron alcanzar efectivamente a la población cristiana amenazada. Así comenzó un esfuerzo sin precedentes para salvar a una población desplazada con ayuda gubernamental internacional casi inexistente. En verdad, sin la ayuda privada de varios grupos reconocidos, entre ellos nuestra Fundación, Ayuda a la Iglesia Necesitada, el cristianismo en el norte de Irak bien podría haber perecido en este último año y medio. Hablan los cristianos perseguidos en Irak Y comenzaron las historias en Irak. El ejército kurdo nos invita a visitar un poblado defendido por ellos, que se ha vuelto el cuartel militar y de protección para la zona. ¿Quién quiere ir? – preguntó el encargado - Me sentí con la responsabilidad de presenciar y escuchar, a pesar del riesgo que corríamos. Lo primero que percibo es el silencio absoluto de un poblado que parecía fantasma. Estoy en Telskuf, en Irak, a unos 32 kilómetros al norte del enclave de Mosul del Estado Islámico y a dos kilómetros de la frontera donde el ISIS prepara su ataque. La ciudad está abandonada: sus habitantes, incluidos unos 12.000 cristianos, huyeron ante el avance de las milicias del Estado Islámico en la noche del 6 de agosto de 2014 para refugiarse en la ciudad vecina de Alqosh o en la capital kurda de Erbil. A 43 grados centígrados nos apretamos contra la sombra de las ruinas abandonadas: casas con enormes boquetes, muros cubiertos de impactos de proyectiles y caparazones calcinados de coches que reflejan la brutalidad registrada hace pocas semanas. Días antes, el Estado Islámico y sus milicias junto con múltiples coches bomba y terroristas suicidas avanzaron rompiendo el frente kurdo, a lo que respondió un contraataque aéreo estadounidense logrando vencer al Estado Islámico. En la operación murieron tres combatientes kurdos y un soldado estadounidense de las Fuerzas Especiales de 31 años de edad. Según informes no confirmados de los peshmerga o ejército Kurdo, murieron además más de cincuenta milicianos del Estado Islámico, que fueron fotografiados y enterrados en la cuneta de la carretera. Nos las mostraron. Las huellas en la tierra todavía están frescas. A unos 16 kilómetros de Telskuf, Alqosh es ahora la última ciudad cristiana importante de la Llanura de Nínive, en lo que antes era un valle sembrado de pueblos cristianos, ahora ocupados y destruidos por el Estado Islámico. En esta ciudad, el Obispo católico caldeo Mikha Pola Maqdassi ha organizado el apoyo para más de 500 familias desplazadas y a las 1.200 familias originarias del lugar. Todos buscan un trabajo que no hay. La Iglesia Católica es el principal proveedor de asistencia social y, sobre todo, de esperanza. Según nos explica Mons. Maqdassi, los jóvenes viven desencantados en este mundo en ruinas. Nos encaminamos hacia la iglesia católica de Telskuf. De nuevo, el silencio solo se ve interrumpido por nuestras pisadas sobre los vidrios. La iglesia ha sido saqueada y destruida. La imagen de la Virgen María ha sido profanada: le han cercenado la cabeza, siendo el símbolo de la decapitación la firma propia del Estado Islámico. Los peshmerga, armados y con gafas de sol reflectantes, han tomado posiciones en lugares estratégicos para cuidar nuestra seguridad: en la cúpula, en ventanas destruidas y en el campanario. Nosotros nos arrodillamos para rogar al Señor que reinstaure la paz, y en nuestro grupo, en el que suele reinar un ambiente animado y alegre, se instala la conmoción y el silencio. Un general cristiano, un hombre generoso con sienes canosas, espera respetuoso. Cuando terminamos de rezar, nos implora para que nos unamos a él para comer. Aunque el tiempo no lo permite, nos cuenta que lucha contra el Estado Islámico para proteger a su pueblo. “Qué Dios me perdone por matar gente” –me decía conmovido. Hablemos ahora un poco de los yazidíes. Ellos constituyen una minoría religiosa cuyas raíces se remontan 2000 años antes de Cristo. Sus creencias son fruto de una combinación del zoroastrismo persa con elementos del islam e incluso del judaísmo. Se asentaron en la llanura del Nínive más de 2600 años antes de la llegada del islam. Adoran principalmente al Malak de Tau, al que representan como un pavo real y a quien consideran un ángel caído. Los musulmanes los tildan de adoradores del diablo. Se dedican principalmente a la agricultura y su presencia es mayor en la localidad de Siyar, al noreste de Irak y a 50 kilómetros de la frontera con Siria. Ellos son la minoría religiosa que más ha sufrido la ola de violencia a manos del Daesh o ISIS. Han vivido decapitaciones, hombres quemados vivos, secuestros, violaciones de mujeres y niñas, venta de esclavas sexuales; todo un infierno. Eso le pasó a Judea, un señor de 64 años a quien le dispararon por la espalda y tiene 33 piezas de metralleta repartidas por su cuerpo. Se fue a las montañas de Sinyar y ahí se escondió durante varias semanas junto con su familia. Se estima que unas 30,000 familias yazidíes permanecieron ocultas en las montañas sin agua ni comida soportando temperaturas que superaban los 50 grados. Murieron 7,000 yazidíes, entre ellos, 70 bebés por inanición. Gracias a la intervención de una diputada yazidí del parlamento Iraquí, Vian Dkhik, quien imploró ayuda para su pueblo, y el apoyo de millones de personas que la siguieron a través de Youtube, es como Estados Unidos lanza desde el aire paquetes de ayuda humanitaria a este pueblo abandonado en las montañas. Pero también la Iglesia acudió a socorrerlos; ellos reconocen todo el apoyo de los cristianos como parte de su salvación. AIN presente con las familias en Irak “Desde el principio Ayuda a la Iglesia Necesitada (AIN) ha estado aquí, con los cristianos refugiados para ver y contar su historia”, -nos dice el arzobispo de Erbil en Irak- Mons. Warda. Hasta octubre de 2014 las familias refugiadas vivieron en tiendas de campaña. Sin embargo, en ese verano las iglesias cristianas se unieron para hacer frente a la crisis y trabajaron para que las familias recuperaran su dignidad, en su propia casa prefabricada. Fue importante la unidad que se dio por todos los obispos de las diferentes iglesias cristianas: dos obispos sirio ortodoxos, uno sirio católico, uno caldeo y el arzobispo de Erbil, ya que pensaron que la crisis duraría una o dos semanas, pero después se dieron cuenta que duraría dos o tres años. Sin esa unidad no se hubiera logrado nada. Además de dar un techo en casas prefabricadas, se ha logrado dar apoyo en alimento, se han construido escuelas para alrededor de 8000 niños, centros de salud, espacios de atención psicológica y espacios recreativos para los niños, entre otras cosas. La presencia de sacerdotes, religiosas y laicos comprometidos ha sido fundamental para la sobrevivencia de los refugiados, porque les demuestra que la iglesia no les abandona. Y ahora cuento dos historias más, una de las hermanas del Sagrado Corazón y otra del P. Douglas, verdaderos apóstoles de la misericordia que han arriesgado su vida cada momento en favor de los cristianos perseguidos. Ellas son las religiosas del Sagrado Corazón, quienes tuvieron que abandonar su convento para refugiarse en otra casa de la orden, antes de que el ISIS tuviera el control de la ciudad donde se encontraban. Lo hicieron en el último minuto, Consumieron el Santísimo antes de escapar pues no querían que cayera en manos de los yihadistas. Gracias a un soldado cristiano que las introdujo en un coche americano, las seis hermanas huyeron de Mosul. Salieron con lo puesto y nada más. Una vez superado el susto, la hermana Sana pensó que debía regresar a Mosul para recuperar archivos y documentos de la congregación. Esta hermana logró entrar hasta 3 veces. Fue muy arriesgado, pero en la tercera ocasión después de burlar controles de seguridad y al ISIS, que acababa de arrestar a religiosas de otra congregación, logra entrar a su convento antes de que ellos llegaran, salvando manuscritos, documentos importantes y sobre todo una máquina para hacer formas para consagrar, que además era fundamental porque había un desabasto en toda la zona. Todo lo lograron en dos horas. Ahora dedican todo el tiempo, arriesgando su vida, a atender a los refugiados en los diferentes campamentos. El Padre Douglas “Cuando excavas en Irak, encuentras antes sangre de mártires que petróleo”, estas son las palabras que el P. Douglas. Sacerdote Caldeo que coordina el campo de refugiados Mar Elías, uno de los más grandes de Ankawa. Él nació en Bagdad en 1972 y reconoce que desde entonces la vida no era fácil para un cristiano. Tiene una historia impactante de secuestro por el Daesh. P. Douglas en noviembre de 2006, camino a visitar a una familia se encuentra dos coches que lo detienen. Lo sacan del coche y se lo llevan. Él ya había sufrido varios atentados en su iglesia en Bagdad, en uno de ellos le dispararon en las piernas con una K47. Durante su secuestro por 9 días vivió la tortura y el horror. Le taparon los ojos, le rompieron la nariz y los dientes, lo encadenaron, le colocaban una pistola en la sien y disparaban el gatillo sin balas, y así lo mantuvieron todo el tiempo. Él recuerda con nitidez todo ese horror. El Daesh decapita gente, la quema viva, la mata, pero en el caso del P. Douglas fue utilizado para sacar dinero por su rescate. Así que su cabeza fue negociada. Él se encontraba atado y sin posibilidad de ver; iba contando día a día que pasaba. En todo este tiempo el P. Douglas comenzó a entablar relación con los secuestradores. Por la mañana era un padre espiritual para los terroristas del ISIS quienes le pedían consejo, pero los mismos hombres se transformaban en enemigos por la noche, aterrorizándolo. Cuando terminó la negociación de sus amigos con los secuestradores, se enojaron tanto que tomaron un martillo y le golpearon la cara. Le dijeron “te vamos a matar”, él se rio y los demás se extrañaron preguntándole que por qué reía, por lo que les contestó: “Para ustedes, la muerte es el fin de la vida, pero para nosotros, es el principio de la vida. Escogí ser sacerdote y este es el precio. Si muero, al menos sabré donde voy a estar, pero si sigo vivo nadie sabrá donde estoy, así que la muerte es una buena opción”. El padre Douglas tuvo mucho miedo a morir pero logró mantenerse con fe y esperanza. Además, él señala que aquello que lo sostuvo durante los nueve días fue el rezo del rosario, que además, lo hacía a través de los eslabones que sobraban de la cadena que tenía en sus manos, y que curiosamente eran 10. Fueron los rosarios más profundos y mejores de su vida. P. Douglas tuvo que salir del país a operarse la nariz, los dientes y la espalda. Sin embargo, él logró sanar su corazón y estar tranquilo el día que perdonó delante de Dios a sus agresores. Él nos dice: “tenemos que perdonar para dejar que la Gracia se transmita de generación en generación. De no hacerlo, continuará el dolor y el odio y así cerramos el camino a la Gracia de Dios. Cuando transmitamos la historia a los niños, también les hablaremos del gran poder el perdón. No estoy preocupado por lo que vaya a pasar conmigo o con mi generación. Pero sí lo que transmitamos a los niños. Si no educamos a nuestros niños ahora, que son el futuro, la siguiente generación del ISIS, no estará de nuestro lado. Ahora tenemos que ser como la sal y la luz del mundo. No es el tiempo de los lamentos ni de las palabras; es el tiempo de trabajar. Pido al Señor no cerrar esta oportunidad de permitir que su Gracia se transmita a la siguiente generación”. Fe, esperanza y perdón Gracias a este viaje de Ayuda a la Iglesia Necesitada, hoy puedo mirar y compartir tres características esenciales que nuestros hermanos de medio oriente muestran en cada una de las historias que escuchamos: Fe, Esperanza y Perdón. Una fe en Jesús que les permite decir “Yo creo en ti y no me convierto al Islam”, una esperanza de poder regresar a sus hogares y el perdón como un elemento fundamental para poder convivir en medio del dolor y del sufrimiento, con un corazón tranquilo y agradecido, confiados en la voluntad de Dios. Por último comparto el testimonio vivido en medio de una plática con 3 familias sirias recién llegadas al Líbano huyendo del Isis. Nos encontrábamos escuchando sus testimonios, cuando me animé en un momento difícil de mucho dolor a decirles: “Muchos mexicanos cristianos se han unido en oración por ustedes, les mandan un abrazo solidario y les dicen que no están solos, estamos orando por ustedes…”, varios agradecieron el gesto, sin embargo, una señora me respondió: “gracias, pero nosotros también nos enteramos de lo que pasa en México, y le pido le diga a los cristianos mexicanos, que somos nosotros quienes vamos a rezar por ustedes, porque el pueblo de México está perdiendo su fe. Nosotros damos gracias a Dios de lo que está pasando, porque nos ha fortalecido y unido”. Me quedé helada. Sin embargo, tiene toda la razón, nosotros estamos perdiendo nuestra fe, en medio de esta persecución religiosa de baja intensidad que nos provoca miedo y nos orilla a callar que somos católicos y creemos en Cristo. ¡Qué falta hace en nuestro país, reivindicar el derecho a la libertad religiosa, como un derecho inscrito en el artículo 18 de la declaración universal de los derechos humanos! ¡Qué falta hace poder fortalecer nuestra fe, nuestra esperanza y practicar el acto del perdón! Los cristianos en medio oriente nos dan un mensaje: “Les pediríamos que despierten y que vivan verdaderamente su fe. Porque es la parte que les toca. A nosotros nos toca la persecución y a ustedes les toca vivir la suya. Somos parte de la misma Iglesia, del mismo cuerpo que es Cristo. Si pueden dar ayuda material está bien, pero apelamos a su responsabilidad a ser conscientes de su fe y vivirla. También les pedimos que abran los ojos y cuenten nuestra historia al mundo, porque si nos destruyen y desaparecemos, ustedes serían testigos de eso. Mejor sean parte de nuestra memoria. Despierten y pónganse en acción.