Obama y la guerra que no termina

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LATERCERA Domingo 17 de agosto de 2014
INTERNACIONAL
Carta desde Washington
Alvaro Vargas Llosa
Obama y la
guerra que
no termina
S
Si alguien le hubiera dicho al candidato Barack Obama en 2008 que en
agosto de 2014, cinco años y medio
después de asumir el mando debido
a una campaña en gran parte victoriosa gracias al mensaje contra esa guerra, estaría ordenando el regreso de
tropas estadounidenses a Irak, lo habría tomado como un insulto o se habría reído a carcajadas. Y, sin embargo, eso es lo que acaba de hacer, de dos
formas: bombardeando algunas posiciones del llamado Estado Islámico en
el norte del país, y enviando a 130
soldados a hacer una evaluación del
drama de miles de yazidíes atrapados
en una montaña de Sinjar para organizar una misión humanitaria.
Pero lo que está en mente de todos
es si esto será suficiente. Las primeras
señales de que podría no serlo las ha
dado Benjamin Rhodes, viceconsejero para la Seguridad Nacional, al
dejar abierta la posibilidad de utilizar
a los militares para una operación de
rescate que incluirá el derecho a defenderse de los previsibles ataques de
los yihadistas. Impronunciada todavía pero cosquilleando cada vez con
más fuerza la conciencia de todos,
empezando por el presidente, está la
posibilidad, por supuesto, de intervenir en misiones de combate más duraderas y complejas ante el enemigo
yihadista que ha dado un vuelco a las
cosas en Irak.
Así, el asunto que definió la victoria electoral de Obama podría ahora
definir su legado. Pero no de la manera en que lo pretendía, allá por febrero de 2009, al anunciar un plan de
18 meses para abandonar Irak, lo que
se cumplió cuando el último soldado
salió del país el 18 de diciembre de
2011, sino involucrando a Estados
Unidos en una nueva guerra en la
antigua Mesopotamia o aceptando la
toma del territorio por los ejércitos de
Abu Bakr al-Baghdadi, el autoproclamado califa de Irak y el Levante. Si
ocurre lo primero, habrá destruido su
credibilidad; si lo segundo, habrá destruido la del Estado que se jugó durante una década el prestigio de superpotencia en nombre de la lucha contra el terror y la exportación de la
libertad a Oriente Medio.
El gobierno ha insistido en que no
hay planes para enviar tropas en
misión de combate, pero seamos
serios: cuando Estados Unidos inicia una operación militar que no
cumple sus objetivos, es inevitable
que la continúe hasta que los logre,
o parezca que los logra. Y el primero en admitir que los bombardeos
contra posiciones del llamado Estado Islámico en el norte de Irak
han sido poco eficaces ha sido el teniente general Bill Mayville, director de operaciones del Estado Mayor Conjunto. Preparando el terreno para lo que pueda venir, ha
dicho con rotundidad: “De ninguna manera digo que los hemos contenido eficazmente... Están bien
organizados, bien equipados, coordinan sus acciones y atacan en múltiples ejes”.
Se refería a que los bombardeos efectuados por cazas F-18 de la aviación
norteamericana para evitar que el Estado Islámico arrasara con la defensa
kurda de Erbil, la capital del Kurdistán iraquí, y sumara otra ciudad estratégica a su califato han logrado poco.
No sólo fue una operación muy limitada: no pudo hacer retroceder a los
yihadistas sino apenas retardar el in-
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