Eworo Osa Ntongono Recadero de buena fe A mis padres y a mis sobrinos. Entonces ocurrió que: Había una vez un hombre muy pobre llamado Abum. Todos sus vecinos del pueblo eran cuanto menos, millonarios. Todos tenían esposas, hijos, plantaciones y riquezas de toda naturaleza, excepto él. Y eso que lo había intentado en repetidas ocasiones, atravesando regiones y selvas frondosas, sin ninguna oportunidad. Tuvo que regresar a su humilde cabaña, solo, sin compañía alguna, salvo la soledad que amusgaba en su corazón como un amante resignado. Harto de esta triste vida que le imponía el mundo, Abum decidió rebelarse de su fracasada condición y poner fin, de una vez por todas, a la fiel pobreza que dictaba su destino. Y se convenció de que la única manera que tenía para enmendarlo, era visitando, así como una sorpresa, al creador del cielo y la tierra; iba a ver a Dios para protestar contra el destino que le había impuesto. Estaba seguro que el sabio Jehová, tendría una formula eficaz y sencilla para aliviar su infelicidad. Y con este argumento inició un camino sin trazado que nadie había emprendido con antelación. Caminó durante día y noche sin descansar para aguardarse de la lluvia ni esquivar el sol en sus espléndidas locuras. Él siguió caminando y caminando y caminando hasta que la ruta le juntó con una manada de hambrientos leones. Abum les saludó y ello le respondió el saludo. Los felinos preguntaron por el motivo de su visita. Él les respondió que solo estaba de paso, y su verdadero destino era la casa de Dios. “tengo algún que otro reproche que hacerle, y no desistiré hasta mostrarle mi indignación con la misérrima vida esta que me está imponiendo”. A los felinos debió de llamarles mucho la atención la valentía de este humano descalzo. Y aunque su instinto les exigía devorarlo, consideraron más provechoso encargarle sus propias quejas, para que el viajante, si no era mucha molestia, los trasladara al gran Hacedor. Ellos se quejaban de que dios les había abandonado en un rincón de la selva donde no había alimentos. Decían que casi no había animales que cazar y las pocas gacelas que aparecían de vez en cuando corrían más que cualquier rayo solar. _ Imposible de cazarlos, además con esta hambre que nos tiene más que debilitados_ sentenció el que parecía el jefe de la tribu. Abum aseguró haber recibido el mensaje y continuó su marcha. Atravesó mares y océanos, trepó en rocas que bañaban las nubes. Subió y bajó montañas y aterrizó en una llanura tranquila que yacía ante sus ojos como una majestuosa ciudad. Parecía rica, a juzgar por el material que componía las casas; el tamaño de las carreteras; el oro que embalsamaba las puertas de las viviendas; y la cantidad de objetos valiosos que albergaban los basureros. Una riqueza que contrastaba completamente con el silencio y el vació que custodiaba este ciudad; ni un solo alma por las calles; ni un solo claxon en las carreteras; ningún reflejo humano detrás de las cortinas de las ventanas acristaladas. ¿Dónde estaría todo el mundo?, inquirió en silencio con cierto temor. Y sus pensamientos fueron respondidos en alto por una voz que surgió detrás de él. _ No hay nadie. Era una mujer preciosa como ninguna de la que tuviera recuerdos. Su mirada profunda impregnada de luz, latía en su rostro como dos mariposas en el vuelo. Su cabello largo y denso, caía hasta su cintura como una catarata de diamantes. Su piel gelatinosa, simulaba transparencia bajo el vestido azul celeste que aleteaba sobre sus muslos. _Hola_ dijo Abum cuando estuvieron aún más de cerca sus caras. _ No hay nadie_ repitió la chica como si el saludo del otro hubiese rebotado en el vacío. Hubo un silencio microscópico antes de la mutua presentación de los encontrados. Abum era Abum, con la historia que ya conocemos de este relato y lo que nos aguarda más delante. Y ella era Belinda, una mujer soltera que no había conocido hombre en toda su existencia. Era poseedora de más riquezas de lo que la mente humana podría descifrar. Y más solitaria como nunca lo estuvo nada vivo. No tenía familia, no tenía amigos, no tenía marido, no tenía hijos, no tenía a nadie. Casi nació sola en medio de este bosque y casi jamás había estado en contado con otro ser humano hasta que Abum se cruzó en su camino. Ella le propuso matrimonio. Sin cortejos ni halagos. Él, tajante, la rechazó. Ella lloró perdidamente por haber perdido la última oportunidad de su vida para formar una familia a la que heredar su fortuna. En vista de esta lamentable escena montada por la joven señora solitaria, a Abum no le quedó más remedio que contarle la verdad sobre su destino. Y le explicó que en este momento, puede que meses antes, quién sabe, pero ahora, justo en este instante, él andaba con un cuerpo, como quien dice, no muy animado a matrimoniarse. Ahora tenía un cometido muy importante en su cabeza: llegar hasta Dios y preguntarle por qué diablos había hecho tan miserable la suya existencia. La mujer siguió llorando. Y aunque su soledad le imploraba secuestrarle en matrimonio, cuando el viajante le habló de su proyecto, decidió sacrificar su oportunidad de amigarse con otro ser humano. Y por ese motivo, le suplicó al viajante que, ya que le había rechazado así, digamos, de una forma un poco bruta, si podía hacerle el favor de hablar con Dios de su parte y preguntarle: _ ¿Por qué me había dado tantas riquezas si jamás iba a mandarme a nadie con quien los pudiera compartir?_ Abum esperó que ella añadiese más argumentaos a su petición, pero eso nunca ocurrió. Abum se sintió como aquellas veces que tenía que ir a otra casa del pueblo a decirle al dueño: “mi papá me ha mandado”. Era todo el discurso que tenía que saber. Su padre o su madre, cuando él preguntaba más detalles del encargo, le decían que el vecino mismo ya sabrá de qué se trataba. Lo único que tenía que hacer, era llegar a la casa del vecino y soltar la frase como un perro se desprende de un ladrido, o un gallo que libera su canto matutino. Y a veces, los vecinos le daban dinero, sal, tubérculos de malanga o yuca. Pero otras veces también le respondían con otra frase aún más misteriosa como: dile que no lo he conseguido todavía; dile que espere la semana que viene, dile que no he ido a la finca hoy; o dile que yo mismo sé que le debo, y cuando tenga para pagarle, yo mismo vendré personalmente a entregarle lo que le debo, y no hace falta que mande a gente a mi casa todos los días. De aquellos que respondían en este tono, descubría fácilmente que su cometido era reclamar una deuda. Y que “mandar gente a mi casa”, era una manera de referirse a él y de definir su trabajo. Como la mujer solitaria no añadió nada más, Abum entendió que no tendría más quejas y se despidió de ella para continuar su viaje. Y siguió atravesando mares y océanos. Trepó a cuatro patas por las montañas y deslizó por sus paredes rodando como un neumático viejo. Se puso enfermo y descansó. Tuvo hambre y lo sació con las frutas mordidas de los roedores. Tuvo sed y lo apagó con las cristalinas aguas que resbalaban silbando entre rocas y arbustos. Y así durante meses y meses, hasta que se encontró con un árbol gigantesco que cubría el cielo con sus ramas. El vegetal le saludó y él le respondió el saludo. Era una mala costumbre que tenía, responder el saludo a cualquiera que se lo ofrecía. De pequeño sus padres le pegaron muchas veces por esa mala costumbre. Recordaba con especial desagrado la paliza que le fue impartida el día que le respondió el saludo a la llanta de camión que campaneaba las celebraciones de cultos religiosos. Le recriminaron que no quería terminar con esta mala costumbre de responder el saludo a los desconocidos. Pero ahora que no estaban sus padres, en un bosque desconocido, con habitantes desconocidos, no se sentía culpable responderle el saludo a este viejo árbol de ramas encorvadas. Estuvieron charlando un buen rato de futbolistas y músicos, hasta que se metieron en sus intimidades. El árbol le contó que estaba viejo y cansado. Que si no ocurría un milagro pronto que aliviase la tensión de sus ramas, lo más probable era que iba a sucumbir antes de las próximas lluvias. Le confesó que no sentía sus raíces. _ A veces desprenden un dolor tan intenso que estorba todo el cuerpo. Y otras veces, ya ni me suministran agua para florecer las hojas. No las entiendo. No me cuentan nada, no me hablan._ hizo una breve pausa para adoptar un tono más melancólico_ toda la vida guiándolos a tierras más pantanosas y así me lo pagan. El viajante también le contó sus infortunios. Aquella última mujer que había ido a pretender y le rechazó sin escusa aluna. Decía desde entonces que odiaba a las mujeres. Que eran ambiciosas y lo único que les interesaba era un hombre con riquezas, como si esto fuera lo más importante del mundo. Bueno, quizás lo fuera. Pero daba igual. Ya le cambiarían las cosas muy pronto y podrá tener a todas las mujeres que quisiera. _ Mi vida es un asco_ se definió_ y este es precisamente el motivo de mi viaje, querido amigo. Voy a ver a Dios para preguntarle por qué me había hecho tan desagradable a los ojos de los demás. El árbol lamentó no estar en disponibilidad para acompañarle, que iba a echarle mucho de menos. Porque no había mantenido conversación con nadie desde la caída de su queridísima esposa. _ También traicionado por sus propias raíces_ bromeó el vegetal_ en realidad, si es que mi queja es una tontería. Al fin y al cabo, mi problema no es más que una tradición ancestral que venimos arrastrando, los de mi especie, desde varias generaciones anteriores. Marcó un silencio para compartir una risa tranquila con su buen amigo, y después continuó descargando sus penas. _ Pero bromas aparte_ continuó la planta_ si de verdad vas a ver a Dios, quiero que, de mi parte, también le lleves un recado. Tenía una pregunta para el Altísimo. Quería saber si las raíces de un árbol están para condenarlo o para proteger, alimentar, y sujetarlo contra viento y sequías. Que no entendía por qué sus propias raíces le trataban de este modo. Que si el Padre Nuestro que estaba en los cielos podría hacerle el favor, de mandarle unas rices nuevas. _ Sé que uno ya no tiene edad para criar nuevas raíces, pero bueno, yo entiendo que para eso existe un Dios. Para ayudar a los necesitados a prescindir de los males que le azotan. No obstante, si le parece complicado mandarme nuevas raíces, también podría interferir para que tengo ahora, fueran menos desagradecidos. Pero dile que no me ande con rodeos, yo soy un anciano y estoy cansado de encajar desilusiones, si lo que realmente quiere de mí es derrumbarme ya, que me lo avise cuanto antes, para recolectar a tiempo y dejar los frutos a buen recaudo. >> Abum prometió con toda efusividad que jamás olvidaría ninguna sola palabra de las que le había dicho. Y que cuando estuviera frente a frente con Dios, le iba a trasladar una por una todas estas preocupaciones que le había encomendado transportar. Entonces retomó su camino, buscando a Altísimo por todos los rincones de la selva; entre los escarabajos que encubaban debajo de las piedras y los insectos que almorzaban los troncos podridos de los árboles; junto a las ardillas y aves que guitarreaban en las ramas más altas; entre moluscos que anidaban en las profundidades de los ríos; debajo de los hoyos que acobijaban reptiles y cangrejos. Y no obtuvo una respuesta que le transmitiese divinidad; así durante meses y meses. Estaba a punto de desanimarse, dar media vuelta, empezar de cero, suicidarse; desmoronarse por cualquiera de estos motivos cuando de repente, se dio cuanto que estaba apoyado a un cerco de acero que protegía una gran vivienda. Se adentró en el recinto y caminó lentamente hasta llegar a la puerta de la casa que sostenía el letrero “casa de Dios” en cursiva y mayúsculas fija. Era de día. Supuso que estaría comiendo la familia y así aconteció. Tocó el timbre y le abrió Jesucristo. Le reconoció por la forma que tenía despedazado el cuerpo. En casa de Dios, como no podía ser de otra manera, se comía la carne de Cristo. La virgen añadió un cubierto y una silla para él. Y se sentó sobre la mesa en la que yacía el Rey de los Judíos, desnudos, y con las manos abiertas en cruz. Cunado Abum daba catequesis para la primera comunión, el catequista le preguntó un día en qué parte de la hostia, partida en dos mitades, iría más carne de Cristo. Él respondió aplicando los conocimientos que había aprendido del libro de catecismo. Y dijo que si eso ocurría, todos los trozos del pan contendrían la misma cantidad del cuerpo de Cristo, independientemente de su tamaño. Era muy normal en su aldea que la gente se quedara sin recibir la comunión durante la celebración de la misa. Muchos que ya estaban en fila de espera hacia el altar, tenían que dar media vuelta y esperar el próximo domingo. Eso ocurría porque el reparto del pan sagrado era competencia exclusiva del arzobispado. Y a veces solo mandaba dos galletitas que no daban abasto para todos los feligreses de la parroquia de su pueblo. Muchos domingos, a la capilla no le quedaba más remedio que rezar la oración del “deseo la comunión”. Y otras veces, la poca hostia que había mandado la santa sede, solo servía al cura mientras el resto tragaba saliva derrotillas. Por ese motivo era muy importante inculcar a los nuevos comulgantes que a veces, el hecho de recibir una hostia más o menos grande, no tenía nada que ver con la cantidad de carne que se adquiría de cristo. Y por esta misma razón, los libros respondían a esta incógnita como bien lo supo interpretar Abum a su catequista. Sin embargo, ahora que estaba frente a la verdadera carne de Cristo. Se puso a cuestionar estos conocimientos adquiridos en la catequesis del segundo sacramento cristiano. Estaba más que claro que Jesús, como todos los cuerpos, tenía más carne en la parte de abajo. Cortó unas lonchas del muslo y lo bajó con la sangre que brotó de la herida. Terminada la cena, la virgen recogió la mesa. Y la magdalena, con su pelo untado de lágrimas, limpió los pies de los comensales. Al principio anfitrión y visitante hablaron de cosas sin importancia, principalmente del tiempo. Hablaban de lo mal que se coordina el tiempo últimamente. _Casi siempre violento_ observó Él_ la lluvia, el calor, el frío, todo está violento. Y me resulta muy difícil no intuir una férrea rivalidad entre ellos mismo. No entiendo qué tiene de complicado repartirse las diferentes épocas del año. Antes nada era así_ dijo con la desgana que desprenden los hombres para quedar bien en los auto-reproches_ antes nada era así_ repitió con la mirada perdida en la ventana, como acostumbramos hacer en los pensamientos en voz alta. _ La verdad es que sí_ intervino él_ Tienes toda la razón. Hasta donde comienza mi infancia, no recuerdo que las cosas fueran así. Y lo más curioso es que han cambiado de repente de un día para otro. _ Ay, hijo mío, qué me vas a contar a mí._ respondió con la mirada todavía perdida en las nubes. _ Ya, pues fíjese Señor, yo hasta había llegado a pensar que el hecho de que nada sucedía como siempre, era porque usted tenía pensado acabar con el mundo ya. _ Cómo_ replica Él con exagerada sorpresa_ pero vosotros de dónde sacáis estas cosas. _ Bueno, cunado Jesucristo estuvo en la tierra nos dijo que cunado empezasen a suceder con frecuencia acontecimientos extraños, era porque el mundo estaba a punto de llegar a su fin. _ Anda, calla, a este tonto ni caso._ categórico_ ¿acabar con el mundo? Y dónde meto yo a tanta gente. Aquí ya no hay cabida. Todos los que trajo esta persona que antes has hecho mención, ni siquiera tengo dónde meterlo aún._ un silencio triste le arrebató otra vez la concentración_ no, ni hablar, no pienso acabar el mundo, no, no, no, no, no._ se repitió a sí mismo como si la pregunta se auto-irrumpiera en su cabeza cada vez que la cerraba con un explícita negativa. Una buena conversación se moldea con la misma técnica de construir casas. Primero el suelo, después las paredes y finalmente el techo. Y la conversación entre Él y él ya estaba muy pavimentada. Ahora lo que le faltaba era una estructura con paredes y columnas. Como para una casa, hubo un hueco de tiempo para fortalecer la base. Y finalmente llegó el momento en que Abum tenía que contar a su Dios el motivo de su visita. ¿Por qué había decidido importunar su tranquilo escondite en las montañas? Y cuando puso en Su conocimiento la historia que ya conocemos del viajante. También quiso transmitirle las diferentes peticiones recogidas a lo largo del camino. Cómo de hambrientos estaba la manada de leones. Cómo de afligida estaba aquella mujer solitaria. Cómo de frustrado estaba el árbol de las raíces siniestras. El Otro recibió todo este bagaje de peticiones sin prestarle especial atención. Se limitaba a manosear suavemente la barba teñida de rojo por el cuerpo de la vida eterna y el cáliz de la alianza. Abum no había sabido si debía o no repetir sus argumentos o ya habían sido captadas con suficiente claridad. Una duda que desapareció cuando Él abrió un cajón empotrado de la mesa y lo extendió sobre sus rodillas. Del ataúd extrajo un libro sin título ni autor y se puso a hojear sus hojas con lentitud milimétrica; como un niño que busca dibujos en un libro de texto; como contando el número de páginas de esta manual en blanco. Al final lo cerró y volvió la mirada al hombre que esperaba delante de él con crecida ansiedad. _ Bien_ dijo Dios asumiendo el control de la conversación_ sinceramente, hijo mío, no preveo mucha fortuna en el transcurso de tu destino. Aunque el destino como el tiempo, puede rebelarse de las predicciones y adaptarse como mejor le convenga. Porque al fin y al cabo, lo que tengo yo aquí no son más que anotaciones como las de un libro de contabilidad, que no tienen por qué ser estrictamente coincidentes con la realidad, o como las prendas chinas de marca; exactamente como el verano que acoge lluvias o el invierno que sobrevive al caluroso sol. ¿Entiendes lo que te quiero decir?_ Abum asintió con la cabeza mientras una lúgubre sonrisa rodeaba su rostro. Le resultaba gracioso que Dios estuviese al corriente de todo y pudiera consentirlo con tanta normalidad_ En fin, a lo que voy es que no voy a decirte que cuando vuelvas a tu casa, hagas tal o cual cosa para >> mejorar tu fortuna. Porque todo eso depende, únicamente, de tu elección como persona._ hubo un silencio que los dos invirtieron en contemplarse mutuamente._ Y me temo que en cuanto a tu queja, es todo lo que puedo decir al respecto. Y solo terminaré con un consejo sencillo: el destino no existe, lo que existe es la voluntad de superar todos y cada uno de los retos que impone la vida a diario. El fracaso no es una cuestión de mala suerte, sino una cortina de decisiones inoportunas; el azar no ocupa lugar en tu vida si no es tu deseo, ni las anotaciones de un libro imponen tu destino en contra de tu propia voluntad. Y respecto a tus amigos_ continuó después de devolver el >> libro en su sitio_ diles que las soluciones a sus inquietudes son muy sencillas. Al árbol solo dile que lo que le pasa no tiene nada que ver con una rebelión de sus raíces. Ocurre que bajo la tierra sobre la que habita, se encuentra enterrado una gran cantidad de minerales valiosos que han interrumpido el buen proceso de su mecanismo corporal. Trasládale de mi parte que lo mejor que puede hacer es pedir a la primera persona que vea, que le libere de estos minerales, lo cual además será muy beneficiario para ambos. Estos minerales, pues, valen muchísimo dinero_ el visitante asintió satisfecho. Procuraba interrumpir lo menos posible el melódico balanceo con el que las palabras se filtraban en los labios del Otro. Un carraspeo ligero, un suspiro profundo y todas esas cosas que hacen las personas en situaciones de solemnes predicaciones. _ Respecto a tu amiguita solitaria_ continuó el Todopoderoso_ su solución es aún más sencilla que la del árbol. Tú dile que lo único que tiene que hacer es unirse en casamiento con el primer hombre que vea. Con éste, formará una familia, tendrán muchos hijos, comerán felices y vivirán perdices. _ Sí_ Abum asintió algo escéptico, como una grosería en boca de su padre. _ Y para terminar está la manada de leopardos, ¿verdad? _ No, leones, pero como bien sabrá Su Altísimo, todos son felinos carnívoros. _ Pues no, _ se apresuró a desmentir el Altísimo cual profesor ridiculizado_ aunque no lo creas, no sé mucho de seres carentes de alma. Pero a lo que vamos, diles a tus amigos, felinos carnívoros, que… la verdad es que no sé muy qué decirles. _ Entonces se le cambió la cara de repente y un nuevo tono lleno de enfado emergió de sus cuerdas vocales_ ¿no se suponía que los tigres tenían que cazar?_ Abum asiente con asombrosa timidez, como si la pregunta sugiriese una traición a un familiar suyo_ Y luego vosotros_ acusando con el índice derecho_ os ponéis a gritar tonterías como: ¡Ay dios mío, por qué te fuiste a vivir tan lejos! Ahora estaba totalmente alterado, sin motivo aparente. ¿Cómo queréis que habite entre vosotros si cuando uno tiene la oportunidad de pedir a Dios, le cuesta hasta limpiarse el culo por sí mismo? “¡Haz que la caca desaparezca de mi culo!”, rezos estúpidos que disparáis a mis oídos día y noche. “¡Ay dios Padre, que mi hijo tiene moco en la nariz, imponga su voluntad y líbranos de este mal, tú que vives y reinas en la unidad del padre del hijo y del espíritu santo por los siglos de los siglos!” >> _ Amen_ decretó efusivo el visitante. Pero la mirada del Anfitrión le recriminó su torpeza. _ ¿sabes lo que le dices a tus amigos de mi parte? Que se coman al primer hombre que vean. Y que me dejen en paz_ otra pausa para ahuyentar el infarto y retoma el evangelio no con menor intensidad_ ¡Maldita sea mi creación! Harto, cansado estoy de que me manipuléis, que matéis en mi nombre, que estaféis en mi nombre, vale, hasta ahí digamos que lo entiendo, pero que un león, lo que viene siendo un león de toda la vida, no sepa cazar y me lo pida a mí, es que, vamos, de verdad. No se puede vivir así_ ahora volvía desentenderse de su invitado_ Hasta este desgraciado de hijo que mandé con vosotros, también otro qué tal. Un vago de cabo a rabo; sube, baja y así todo el día. ¡Hijo de la gran…! Hace las cosas como a él le da la santísima gana. Vamos, que le digo, “Hijo, estate tres días en la tumba” y ¿para qué? Pues yo que sé, porque así lo habían escrito mis colegas, un favor a los amigos lo debe cualquiera. Pero no, él ni caso, va y se resucita el domingo. ¿Qué le costaba estar ahí hasta lunes? Nada, que es un vago y un miedica que le teme a los espíritus, a su edad. Fíjese que ni siquiera estoy seguro de que sepa sumar, ¿qué hablo de aritmética? contar de uno a tres, algo tan sencillo como esto. Todo el día en la carpintería. “Quiero ser carpintero, quiero ser carpintero”, claro, como vio que a José le iba tan bien… si es que hay que ser idiota del culo para estudiar carpintería en estos tiempos corren. Y mira que se lo dije: “Hijo, estudia, una carrera de >> verdad, que esto de carpintería esta pasado ya de moda. Estudia arquitectura o informática, que es lo que da dinero hoy en día”. Ni caso, gritándome incluso: “papá, déjame, que mi reino no es de este mundo”. ¡Malnacido! Que si los muertos resucitados, que si los ciegos y los epilépticos currados, que si caminar sobre el agua. “Qué haces desgraciado, que las drogas no te traerán nada bueno”. Y así le va, en paro, sin profesión alguna, y ahora se auto llama músico. Y no creas que hace una música normal de hosanna, aleluya, gloria a Dios y esas cosas. Dice que es rapero, como los negros. ¡Alabado sean los negros, porque de ellos será el reino de los cielos! Y una polla, en mi casa no entra ni >> Michael Jackson. Y por si fuera poco, va y se cambia de nombre, ni cristo ni Jesús, ni hostias ni leches. Ahora se llama Jessy Crish, con hache al final; “para qué”, le pregunto yo, “si la hache es mucha”. “déjame papa” me responde con esta prepotencia tan suya “que yo me llamo como a mí me da la gana”. Y qué pasa con los nombres que tenías. ¿Qué pasa con Cristo? ¿Qué pasa con Jesús? ¿Qué pasa con este bonito nombre que te puse al nacer? Emmanuel. Con lo bien que suena. Y puestos a recortar los nombres, pues ponte Emma. Que suena muy bien, a mujer, pero total, qué más da, con estas pintas que llevas, tampoco es que importe mucho ¿a que sí? >> _ Yo… Dios Padre Nuestro_ intervino el oyente con editada cautela, como si en lugar de palabras, su comunicación se manifestara a través de burbujas de jabón que no podían romperse al soltarse de su boca_ Lo que pasa señor, si no es mucho pedir, es que preferiría marcharme ya antes de que anochezca. _ Ah, pero ¿te vas esta noche? _ Bueno yo había pensado que… _ ¡Vete, fuera, sal de mi casa! Todos los humanos sois unos egoístas. Solo os acordáis de mí cuando estáis sufriendo. Pero por una vez que yo intento exponeros el cúmulo de problemas que también me azota, ahora te vas; ahora os vais. Muy bien. Pero recordad esto siempre: yo os hice a mi imagen y semejanza. Y no soy uno menos entre vosotros, sino uno más bajo la presión de todos los problemas del mundo. Si tu deseo es marcharte, no voy a retenerte. Ya he atendido satisfactoriamente a todas tus peticiones. Haz lo que te he dicho y transmite a tus colegas mis palabras. Hasta la vista y que dios te acompañe. >> _Gracias Señor_ Respondió el hombre despegando su trasero de la silla. ¿A qué Dios se refería este Otro para que le acompañase? Ah sí, recapacitó, Dios es único pero está en todas partes. Aunque esto le despertó otra duda: ¿en todos los sitios a la vez o en un sitio cada segundo diferente? Obviamente, pensó, a la vez, porque con él no se había desaparecido ni un solo instante. Pero aquello, a su vez significaba que él acababa de entrevistarse con un Dios que podía estar en numeroso sitios en un mismo momento. Lo cual implicaba, sin lugar a dudas, que era divisible en tantas partes como habitantes en el mundo. Y si esto era así de verdad, continuó reflexionado Abum mientras caminaba absorbido por la curiosidad, quería decir que existían miles de millones de dioses. Entonces ¿cómo podía estar seguro de que había estado con el verdadero? _ Éste, desde luego, no era el auténtico_ dedujo al final el caminante_ solo había que oírle hablar de su propio hijo Jesucristo. Sin embargo la casualidad de encontrase a Jessy Crish y sus colegas en los alrededores de la vivienda, junto al riachuelo de la parte baja, le hizo replantear su reflexión y dudar de su propia duda. Reconoció al mesías por sus aberturas en el lomo y los muslos. Junto a Él irían unos quince chavalitos más o quieras menos. Yacían todos junto al riachuelo que ahora andaba teñido de rojo. La mitad de los muchachos tambaleaban de un lado para otro entre los arbustos de la orilla, en busca constante de un equilibro que les permitiese una canina meada. Mientras que el resto de la pandilla, tumbado sobre el césped, ya se había resignado a deshacerse de esta molestia en los pantalones. _ Jessy, tío_ intervino uno de los tendidos en la hierba_ la próxima vez que trinques la lika, no la subas a tantas gigas, que con cuarenta ya driblas de puta madre. _ ¿Sabes Jessy?, Santy Asphol tiene razón_ corroboró otro que transmitía alergia a las cuchillas_ esta vez te has pasado mil infiernos. _ ¿Qué coño va a tener razón éste? si está más derretido que un hielo al sol_ replicó el Líder_ lo que os pasa a los dos es que sois unos maricas. Las carcajadas inunda el ambiente húmedo. El Mesías saca del bolsillo unas cajas de perejil, los frota por el culo y los rescata con las ramas transformadas. Hay enfrentamientos de aceptaciones. Unos aplauden el “truco de la hierba” con gran regocijo. Otros manifiestan más escepticismo con el hecho de tener que fumar el culo de su colega. “No te digo que no sea buena, pero a mí eso de fumar culos, ¿sabes? No se me da nada bien”. Pero Jesucristo, en su inmensa sabiduría, vuelve a defenderse con su ya torcido sentido del humor. _ Lo que pasa es que sois unos nenazas. Esta vez no hay risas. Duele cuando los buenos amigos se vuelven indiferentes y no sabes muy bien si son las palabras o los actos lo que les aleja. Algo así fue lo que debió pasar al Buen Pastor por la cabeza. Pues pese a la fresca sonrisa que barnizó su rostro, aparentaba gran indignación en su interior. Parecía que toda la pandilla se había volcado de repente en contra del truquillo anal. A nadie le apetece ya fumar el trasero del colega, por muy mesías que sea. Que también, tío, la peña tiene su dignidad. Y quien la hierre la paga. Todos se le echan encima con puños, garras, dientes y patadas. Cuando se desprenden de su Rey, el pobre tiene el cuerpo troceado y los incisivos colgando de las encías como el escaparate de una tienda de playa. Menos mal que se recupera enseguida, piensa el viajero cunado Jessy pasa delante de él. Le observa arrastrase hasta su casa. Su madre le recoge en la puerta donde finalmente se ha derrumbado. No son pocas las intrigas que redoblan el cabeza de Abum mientras retoma el camino de regreso entre los arbustos, río abajo. Menos mal que el camino de vuelta siempre es más escueto. _ Siempre es más tranquilizante seguir una ruta que sabes lo que te aguarda en la esquina, en las curvas, en la cuentas, en los árboles y en los ríos. Cuando sabes todo eso, caminas más relajado. Y cuando caminas relajado y seguro, aunque menos deprisa, siempre llegas antes._ Eran palabras de su padre que guardaba con especial cariño, se las dijo una tarde, volviendo a casa después de una jornada de caza. Iba de caza con su padre todos los sábados. Él cargaba la escopeta, los alambres afectados en la lucha por la supervivencia de algún animal y en los bolsillos de su vaquero color jubilado, los royos de ovillo, el plomo y los anzuelos de pescar. Toda la caza iba en los hombros del padre. Descienden la ruta siguiendo la ruta con las puntas de los dedos. El sol se ha acampado, como ahora. Y la luna demasiado débil para atravesar el follaje de las ramas que tapizan el cielo, igual que en este momento. La conversación de Abum Padre y su hijo fluye con la misma lentitud que los grillos mastican el crepúsculo con sus antorchas de culo. ¿Me sigues?, pregunta el padre cada cuarto de hora. Sí, responde el hijo temblando bajo su carga; con el estómago encogido; la voz desaparecida y los oídos reventados por el chirriar del silencio. No tengas miedo hijo, volvía intervenir el padre en el siguiente cuarto de hora. Él no respondía. Ahora solo procuraba administrar mejor su respiración y los temblores de las rodillas. Sabía que su padre lo notaba y lo interpretaba como miedo. Pero solo estaba angustiosamente cansado. Cuando llegaban a la aldea, las puertas de las casas ya estaban cerradas. Su madre les servía la comida en un mismo cuenco. Para los dos hombres de la casa, solía decir al depositar el plato humeante sobre el taburete-mesa. El jovencito alteraba los mordiscos sin seguir el guion de buena conducta que ordenaban las costumbres. Mañana temprano tendrá que enderezar los alambres estropeados, atar los anzuelos a las cañas de pescar. Y a media mañana, saldrá con la primera palangana llena de carne de uno de los animales. La madre se encargaría de descuartizarlos y envasar los recipientes llanos que él tendría que pasear por el pueblo alardeando a viva voz la razón social de su empresa: ¡carne, carne, carne! Y lo que sobre la madre lo cocinará en salsa de tomate para los coches que pasen por la carretera; no siempre pasan coches. Mientras separa los alambres buenos de los insalvables. Procura localizar el sitio exacto de la selva por donde lo habían quitado; los árboles que estaban alrededor y el pájaro que habría cantado. Parecen que canta el mismo y en todas partes por igual. Pero si te fijas bien, cada uno cuenta una historia diferente; cada uno anuncia un futuro particular. Hay unos que te cuentan lo que ha sucedido en el pueblo. Unos que te dicen cómo será la jornada de caza. Otros te comentan qué bestias rondan la zona. Hay los que te dicen el tiempo que va hacer; la hora exacta del día; dónde hay un refugio o un riachuelo cerca. Y otros, sencillamente, te cantan para agradarte la rutina. Su padre decía que éstos últimos no servían para nada, pues solo estorbaban la expansión del mensaje de los demás. Sin embargo, eran aquellos los que más le entusiasmaban al muchacho.