Eworo Osa Ntongono Recadero de buena fe

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Eworo Osa Ntongono
Recadero de buena fe
A mis padres y a mis sobrinos.
Entonces ocurrió que:
Había una vez un hombre muy
pobre llamado Abum. Todos sus
vecinos del pueblo eran cuanto
menos, millonarios. Todos tenían
esposas, hijos, plantaciones y
riquezas de toda naturaleza, excepto
él. Y eso que lo había intentado en
repetidas ocasiones, atravesando
regiones y selvas frondosas, sin
ninguna oportunidad. Tuvo que
regresar a su humilde cabaña, solo,
sin compañía alguna, salvo la
soledad que amusgaba en su
corazón como un amante resignado.
Harto de esta triste vida que le
imponía el mundo, Abum decidió
rebelarse de su fracasada condición
y poner fin, de una vez por todas, a
la fiel pobreza que dictaba su
destino. Y se convenció de que la
única manera que tenía para
enmendarlo, era visitando, así como
una sorpresa, al creador del cielo y la
tierra; iba a ver a Dios para protestar
contra el destino que le había
impuesto. Estaba seguro que el
sabio Jehová, tendría una formula
eficaz y sencilla para aliviar su
infelicidad.
Y con este argumento inició un
camino sin trazado que nadie había
emprendido con antelación. Caminó
durante día y noche sin descansar
para aguardarse de la lluvia ni
esquivar el sol en sus espléndidas
locuras. Él siguió caminando y
caminando y caminando hasta que
la ruta le juntó con una manada de
hambrientos leones. Abum les
saludó y ello le respondió el saludo.
Los felinos preguntaron por el
motivo de su visita. Él les respondió
que solo estaba de paso, y su
verdadero destino era la casa de
Dios. “tengo algún que otro
reproche que hacerle, y no desistiré
hasta mostrarle mi indignación con
la misérrima vida esta que me está
imponiendo”. A los felinos debió
de llamarles mucho la atención la
valentía de este humano descalzo. Y
aunque su instinto les exigía
devorarlo,
consideraron
más
provechoso encargarle sus propias
quejas, para que el viajante, si no era
mucha molestia, los trasladara al
gran Hacedor. Ellos se quejaban de
que dios les había abandonado en
un rincón de la selva donde no
había alimentos. Decían que casi no
había animales que cazar y las pocas
gacelas que aparecían de vez en
cuando corrían más que cualquier
rayo solar.
_ Imposible de cazarlos, además
con esta hambre que nos tiene más
que debilitados_ sentenció el que
parecía el jefe de la tribu.
Abum aseguró haber recibido el
mensaje y continuó su marcha.
Atravesó mares y océanos, trepó en
rocas que bañaban las nubes. Subió
y bajó montañas y aterrizó en una
llanura tranquila que yacía ante sus
ojos como una majestuosa ciudad.
Parecía rica, a juzgar por el material
que componía las casas; el tamaño
de las carreteras; el oro que
embalsamaba las puertas de las
viviendas; y la cantidad de objetos
valiosos que albergaban los
basureros. Una riqueza que
contrastaba completamente con el
silencio y el vació que custodiaba
este ciudad; ni un solo alma por las
calles; ni un solo claxon en las
carreteras; ningún reflejo humano
detrás de las cortinas de las ventanas
acristaladas. ¿Dónde estaría todo el
mundo?, inquirió en silencio con
cierto temor. Y sus pensamientos
fueron respondidos en alto por una
voz que surgió detrás de él.
_ No hay nadie.
Era una mujer preciosa como
ninguna de la que tuviera recuerdos.
Su mirada profunda impregnada de
luz, latía en su rostro como dos
mariposas en el vuelo. Su cabello
largo y denso, caía hasta su cintura
como una catarata de diamantes. Su
piel
gelatinosa,
simulaba
transparencia bajo el vestido azul
celeste que aleteaba sobre sus
muslos.
_Hola_
dijo
Abum
cuando
estuvieron aún más de cerca sus
caras.
_ No hay nadie_ repitió la chica
como si el saludo del otro hubiese
rebotado en el vacío.
Hubo un silencio microscópico
antes de la mutua presentación de
los encontrados. Abum era Abum,
con la historia que ya conocemos de
este relato y lo que nos aguarda más
delante. Y ella era Belinda, una
mujer soltera que no había conocido
hombre en toda su existencia. Era
poseedora de más riquezas de lo que
la mente humana podría descifrar.
Y más solitaria como nunca lo
estuvo nada vivo. No tenía familia,
no tenía amigos, no tenía marido,
no tenía hijos, no tenía a nadie. Casi
nació sola en medio de este bosque
y casi jamás había estado en contado
con otro ser humano hasta que
Abum se cruzó en su camino. Ella le
propuso matrimonio. Sin cortejos ni
halagos. Él, tajante, la rechazó. Ella
lloró perdidamente por haber
perdido la última oportunidad de su
vida para formar una familia a la que
heredar su fortuna.
En vista de esta lamentable escena
montada por la joven señora
solitaria, a Abum no le quedó más
remedio que contarle la verdad
sobre su destino. Y le explicó que
en este momento, puede que meses
antes, quién sabe, pero ahora, justo
en este instante, él andaba con un
cuerpo, como quien dice, no muy
animado a matrimoniarse. Ahora
tenía un cometido muy importante
en su cabeza: llegar hasta Dios y
preguntarle por qué diablos había
hecho tan miserable la suya
existencia. La mujer siguió llorando.
Y aunque su soledad le imploraba
secuestrarle en matrimonio, cuando
el viajante le habló de su proyecto,
decidió sacrificar su oportunidad de
amigarse con otro ser humano. Y
por ese motivo, le suplicó al viajante
que, ya que le había rechazado así,
digamos, de una forma un poco
bruta, si podía hacerle el favor de
hablar con Dios de su parte y
preguntarle:
_ ¿Por qué me había dado tantas
riquezas si jamás iba a mandarme a
nadie con quien los pudiera
compartir?_ Abum esperó que ella
añadiese más argumentaos a su
petición, pero eso nunca ocurrió.
Abum se sintió como aquellas veces
que tenía que ir a otra casa del
pueblo a decirle al dueño: “mi papá
me ha mandado”. Era todo el
discurso que tenía que saber. Su
padre o su madre, cuando él
preguntaba más detalles del encargo,
le decían que el vecino mismo ya
sabrá de qué se trataba. Lo único
que tenía que hacer, era llegar a la
casa del vecino y soltar la frase
como un perro se desprende de un
ladrido, o un gallo que libera su
canto matutino. Y a veces, los
vecinos le daban dinero, sal,
tubérculos de malanga o yuca. Pero
otras veces también le respondían
con otra frase aún más misteriosa
como: dile que no lo he conseguido
todavía; dile que espere la semana
que viene, dile que no he ido a la
finca hoy; o dile que yo mismo sé
que le debo, y cuando tenga para
pagarle,
yo
mismo
vendré
personalmente a entregarle lo que le
debo, y no hace falta que mande a
gente a mi casa todos los días. De
aquellos que respondían en este
tono, descubría fácilmente que su
cometido era reclamar una deuda. Y
que “mandar gente a mi casa”, era
una manera de referirse a él y de
definir su trabajo.
Como la mujer solitaria no añadió
nada más, Abum entendió que no
tendría más quejas y se despidió de
ella para continuar su viaje. Y siguió
atravesando mares y océanos. Trepó
a cuatro patas por las montañas y
deslizó por sus paredes rodando
como un neumático viejo. Se puso
enfermo y descansó. Tuvo hambre y
lo sació con las frutas mordidas de
los roedores. Tuvo sed y lo apagó
con las cristalinas aguas que
resbalaban silbando entre rocas y
arbustos. Y así durante meses y
meses, hasta que se encontró con un
árbol gigantesco que cubría el cielo
con sus ramas.
El vegetal le saludó y él le respondió
el saludo. Era una mala costumbre
que tenía, responder el saludo a
cualquiera que se lo ofrecía. De
pequeño sus padres le pegaron
muchas veces por esa mala
costumbre. Recordaba con especial
desagrado la paliza que le fue
impartida el día que le respondió el
saludo a la llanta de camión que
campaneaba las celebraciones de
cultos religiosos. Le recriminaron
que no quería terminar con esta
mala costumbre de responder el
saludo a los desconocidos.
Pero ahora que no estaban sus
padres, en un bosque desconocido,
con habitantes desconocidos, no se
sentía culpable responderle el saludo
a este viejo árbol de ramas
encorvadas. Estuvieron charlando
un buen rato de futbolistas y
músicos, hasta que se metieron en
sus intimidades. El árbol le contó
que estaba viejo y cansado. Que si
no ocurría un milagro pronto que
aliviase la tensión de sus ramas, lo
más probable era que iba a
sucumbir antes de las próximas
lluvias. Le confesó que no sentía sus
raíces.
_ A veces desprenden un dolor tan
intenso que estorba todo el cuerpo.
Y otras veces, ya ni me suministran
agua para florecer las hojas. No las
entiendo. No me cuentan nada, no
me hablan._ hizo una breve pausa
para adoptar un tono más
melancólico_
toda
la
vida
guiándolos a tierras más pantanosas
y así me lo pagan.
El viajante también le contó sus
infortunios. Aquella última mujer
que había ido a pretender y le
rechazó sin escusa aluna. Decía
desde entonces que odiaba a las
mujeres. Que eran ambiciosas y lo
único que les interesaba era un
hombre con riquezas, como si esto
fuera lo más importante del mundo.
Bueno, quizás lo fuera. Pero daba
igual. Ya le cambiarían las cosas
muy pronto y podrá tener a todas
las mujeres que quisiera.
_ Mi vida es un asco_ se definió_ y
este es precisamente el motivo de
mi viaje, querido amigo. Voy a ver a
Dios para preguntarle por qué me
había hecho tan desagradable a los
ojos de los demás.
El árbol lamentó no estar en
disponibilidad para acompañarle,
que iba a echarle mucho de menos.
Porque no había mantenido
conversación con nadie desde la
caída de su queridísima esposa.
_ También traicionado por sus
propias raíces_ bromeó el vegetal_
en realidad, si es que mi queja es una
tontería. Al fin y al cabo, mi
problema no es más que una
tradición ancestral que venimos
arrastrando, los de mi especie, desde
varias generaciones anteriores.
Marcó un silencio para compartir
una risa tranquila con su buen
amigo,
y
después
continuó
descargando sus penas.
_ Pero bromas aparte_ continuó la
planta_ si de verdad vas a ver a
Dios, quiero que, de mi parte,
también le lleves un recado.
Tenía una pregunta para el Altísimo.
Quería saber si las raíces de un árbol
están para condenarlo o para
proteger, alimentar, y sujetarlo
contra viento y sequías. Que no
entendía por qué sus propias raíces
le trataban de este modo. Que si el
Padre Nuestro que estaba en los
cielos podría hacerle el favor, de
mandarle unas rices nuevas.
_ Sé que uno ya no tiene edad para
criar nuevas raíces, pero bueno, yo
entiendo que para eso existe un
Dios. Para ayudar a los necesitados
a prescindir de los males que le
azotan.
No obstante, si le parece
complicado mandarme nuevas
raíces, también podría interferir para
que tengo ahora, fueran menos
desagradecidos. Pero dile que no me
ande con rodeos, yo soy un anciano
y estoy cansado de encajar
desilusiones, si lo que realmente
quiere de mí es derrumbarme ya,
que me lo avise cuanto antes, para
recolectar a tiempo y dejar los frutos
a buen recaudo.
>>
Abum prometió con toda efusividad
que jamás olvidaría ninguna sola
palabra de las que le había dicho. Y
que cuando estuviera frente a frente
con Dios, le iba a trasladar una por
una todas estas preocupaciones que
le había encomendado transportar.
Entonces retomó su camino,
buscando a Altísimo por todos los
rincones de la selva; entre los
escarabajos que encubaban debajo
de las piedras y los insectos que
almorzaban los troncos podridos de
los árboles; junto a las ardillas y aves
que guitarreaban en las ramas más
altas; entre moluscos que anidaban
en las profundidades de los ríos;
debajo de los hoyos que acobijaban
reptiles y cangrejos. Y no obtuvo
una respuesta que le transmitiese
divinidad; así durante meses y
meses.
Estaba a punto de desanimarse, dar
media vuelta, empezar de cero,
suicidarse;
desmoronarse
por
cualquiera de estos motivos cuando
de repente, se dio cuanto que estaba
apoyado a un cerco de acero que
protegía una gran vivienda. Se
adentró en el recinto y caminó
lentamente hasta llegar a la puerta
de la casa que sostenía el letrero
“casa de Dios” en cursiva y
mayúsculas fija. Era de día. Supuso
que estaría comiendo la familia y así
aconteció. Tocó el timbre y le abrió
Jesucristo. Le reconoció por la
forma que tenía despedazado el
cuerpo. En casa de Dios, como no
podía ser de otra manera, se comía
la carne de Cristo. La virgen añadió
un cubierto y una silla para él. Y se
sentó sobre la mesa en la que yacía
el Rey de los Judíos, desnudos, y
con las manos abiertas en cruz.
Cunado Abum daba catequesis para
la primera comunión, el catequista le
preguntó un día en qué parte de la
hostia, partida en dos mitades, iría
más carne de Cristo. Él respondió
aplicando los conocimientos que
había aprendido del libro de
catecismo. Y dijo que si eso ocurría,
todos los trozos del pan contendrían
la misma cantidad del cuerpo de
Cristo, independientemente de su
tamaño.
Era muy normal en su aldea que la
gente se quedara sin recibir la
comunión durante la celebración de
la misa. Muchos que ya estaban en
fila de espera hacia el altar, tenían
que dar media vuelta y esperar el
próximo domingo. Eso ocurría
porque el reparto del pan sagrado
era competencia exclusiva del
arzobispado. Y a veces solo
mandaba dos galletitas que no
daban abasto para todos los
feligreses de la parroquia de su
pueblo. Muchos domingos, a la
capilla no le quedaba más remedio
que rezar la oración del “deseo la
comunión”. Y otras veces, la poca
hostia que había mandado la santa
sede, solo servía al cura mientras el
resto tragaba saliva derrotillas. Por
ese motivo era muy importante
inculcar a los nuevos comulgantes
que a veces, el hecho de recibir una
hostia más o menos grande, no tenía
nada que ver con la cantidad de
carne que se adquiría de cristo. Y
por esta misma razón, los libros
respondían a esta incógnita como
bien lo supo interpretar Abum a su
catequista.
Sin embargo, ahora que estaba
frente a la verdadera carne de
Cristo. Se puso a cuestionar estos
conocimientos adquiridos en la
catequesis del segundo sacramento
cristiano. Estaba más que claro que
Jesús, como todos los cuerpos, tenía
más carne en la parte de abajo.
Cortó unas lonchas del muslo y lo
bajó con la sangre que brotó de la
herida. Terminada la cena, la virgen
recogió la mesa. Y la magdalena,
con su pelo untado de lágrimas,
limpió los pies de los comensales.
Al principio anfitrión y visitante
hablaron de cosas sin importancia,
principalmente
del
tiempo.
Hablaban de lo mal que se coordina
el tiempo últimamente.
_Casi siempre violento_ observó
Él_ la lluvia, el calor, el frío, todo
está violento. Y me resulta muy
difícil no intuir una férrea rivalidad
entre ellos mismo. No entiendo qué
tiene de complicado repartirse las
diferentes épocas del año. Antes
nada era así_ dijo con la desgana
que desprenden los hombres para
quedar bien en los auto-reproches_
antes nada era así_ repitió con la
mirada perdida en la ventana, como
acostumbramos hacer en los
pensamientos en voz alta.
_ La verdad es que sí_ intervino él_
Tienes toda la razón. Hasta donde
comienza mi infancia, no recuerdo
que las cosas fueran así. Y lo más
curioso es que han cambiado de
repente de un día para otro.
_ Ay, hijo mío, qué me vas a contar
a mí._ respondió con la mirada
todavía perdida en las nubes.
_ Ya, pues fíjese Señor, yo hasta
había llegado a pensar que el hecho
de que nada sucedía como siempre,
era porque usted tenía pensado
acabar con el mundo ya.
_ Cómo_ replica Él con exagerada
sorpresa_ pero vosotros de dónde
sacáis estas cosas.
_ Bueno, cunado Jesucristo estuvo
en la tierra nos dijo que cunado
empezasen a suceder con frecuencia
acontecimientos
extraños,
era
porque el mundo estaba a punto de
llegar a su fin.
_ Anda, calla, a este tonto ni caso._
categórico_ ¿acabar con el mundo?
Y dónde meto yo a tanta gente.
Aquí ya no hay cabida. Todos los
que trajo esta persona que antes has
hecho mención, ni siquiera tengo
dónde meterlo aún._ un silencio
triste le arrebató otra vez la
concentración_ no, ni hablar, no
pienso acabar el mundo, no, no, no,
no, no._ se repitió a sí mismo como
si la pregunta se auto-irrumpiera en
su cabeza cada vez que la cerraba
con un explícita negativa.
Una buena conversación se moldea
con la misma técnica de construir
casas. Primero el suelo, después las
paredes y finalmente el techo. Y la
conversación entre Él y él ya estaba
muy pavimentada. Ahora lo que le
faltaba era una estructura con
paredes y columnas. Como para una
casa, hubo un hueco de tiempo para
fortalecer la base. Y finalmente llegó
el momento en que Abum tenía que
contar a su Dios el motivo de su
visita. ¿Por qué había decidido
importunar su tranquilo escondite
en las montañas?
Y cuando puso en Su conocimiento
la historia que ya conocemos del
viajante. También quiso transmitirle
las diferentes peticiones recogidas a
lo largo del camino. Cómo de
hambrientos estaba la manada de
leones. Cómo de afligida estaba
aquella mujer solitaria. Cómo de
frustrado estaba el árbol de las raíces
siniestras.
El Otro recibió todo este bagaje de
peticiones sin prestarle especial
atención. Se limitaba a manosear
suavemente la barba teñida de rojo
por el cuerpo de la vida eterna y el
cáliz de la alianza. Abum no había
sabido si debía o no repetir sus
argumentos o ya habían sido
captadas con suficiente claridad.
Una duda que desapareció cuando
Él abrió un cajón empotrado de la
mesa y lo extendió sobre sus
rodillas. Del ataúd extrajo un libro
sin título ni autor y se puso a hojear
sus hojas con lentitud milimétrica;
como un niño que busca dibujos en
un libro de texto; como contando el
número de páginas de esta manual
en blanco. Al final lo cerró y volvió
la mirada al hombre que esperaba
delante de él con crecida ansiedad.
_ Bien_ dijo Dios asumiendo el
control de la conversación_
sinceramente, hijo mío, no preveo
mucha fortuna en el transcurso de
tu destino. Aunque el destino como
el tiempo, puede rebelarse de las
predicciones y adaptarse como
mejor le convenga. Porque al fin y al
cabo, lo que tengo yo aquí no son
más que anotaciones como las de un
libro de contabilidad, que no tienen
por
qué
ser
estrictamente
coincidentes con la realidad, o como
las prendas chinas de marca;
exactamente como el verano que
acoge lluvias o el invierno que
sobrevive al caluroso sol.
¿Entiendes lo que te quiero
decir?_ Abum asintió con la cabeza
mientras una lúgubre sonrisa
rodeaba su rostro. Le resultaba
gracioso que Dios estuviese al
corriente de todo y pudiera
consentirlo con tanta normalidad_
En fin, a lo que voy es que no voy a
decirte que cuando vuelvas a tu
casa, hagas tal o cual cosa para
>>
mejorar tu fortuna. Porque todo eso
depende, únicamente, de tu elección
como persona._ hubo un silencio
que los dos invirtieron en
contemplarse mutuamente._ Y me
temo que en cuanto a tu queja, es
todo lo que puedo decir al respecto.
Y solo terminaré con un consejo
sencillo: el destino no existe, lo que
existe es la voluntad de superar
todos y cada uno de los retos que
impone la vida a diario. El fracaso
no es una cuestión de mala suerte,
sino una cortina de decisiones
inoportunas; el azar no ocupa lugar
en tu vida si no es tu deseo, ni las
anotaciones de un libro imponen tu
destino en contra de tu propia
voluntad.
Y respecto a tus amigos_
continuó después de devolver el
>>
libro en su sitio_ diles que las
soluciones a sus inquietudes son
muy sencillas. Al árbol solo dile que
lo que le pasa no tiene nada que ver
con una rebelión de sus raíces.
Ocurre que bajo la tierra sobre la
que habita, se encuentra enterrado
una gran cantidad de minerales
valiosos que han interrumpido el
buen proceso de su mecanismo
corporal. Trasládale de mi parte que
lo mejor que puede hacer es pedir a
la primera persona que vea, que le
libere de estos minerales, lo cual
además será muy beneficiario para
ambos. Estos minerales, pues, valen
muchísimo dinero_ el visitante
asintió satisfecho.
Procuraba interrumpir lo menos
posible el melódico balanceo con el
que las palabras se filtraban en los
labios del Otro. Un carraspeo ligero,
un suspiro profundo y todas esas
cosas que hacen las personas en
situaciones
de
solemnes
predicaciones.
_ Respecto a tu amiguita solitaria_
continuó el Todopoderoso_ su
solución es aún más sencilla que la
del árbol. Tú dile que lo único que
tiene que hacer es unirse en
casamiento con el primer hombre
que vea. Con éste, formará una
familia, tendrán muchos hijos,
comerán felices y vivirán perdices.
_ Sí_ Abum asintió algo escéptico,
como una grosería en boca de su
padre.
_ Y para terminar está la manada de
leopardos, ¿verdad?
_ No, leones, pero como bien sabrá
Su Altísimo, todos son felinos
carnívoros.
_ Pues no, _ se apresuró a
desmentir el Altísimo cual profesor
ridiculizado_ aunque no lo creas, no
sé mucho de seres carentes de alma.
Pero a lo que vamos, diles a tus
amigos, felinos carnívoros, que… la
verdad es que no sé muy qué
decirles. _ Entonces se le cambió la
cara de repente y un nuevo tono
lleno de enfado emergió de sus
cuerdas vocales_ ¿no se suponía que
los tigres tenían que cazar?_ Abum
asiente con asombrosa timidez,
como si la pregunta sugiriese una
traición a un familiar suyo_ Y luego
vosotros_ acusando con el índice
derecho_ os ponéis a gritar tonterías
como: ¡Ay dios mío, por qué te
fuiste a vivir tan lejos!
Ahora estaba totalmente alterado,
sin motivo aparente.
¿Cómo queréis que habite entre
vosotros si cuando uno tiene la
oportunidad de pedir a Dios, le
cuesta hasta limpiarse el culo por sí
mismo? “¡Haz que la caca
desaparezca de mi culo!”, rezos
estúpidos que disparáis a mis oídos
día y noche. “¡Ay dios Padre, que mi
hijo tiene moco en la nariz, imponga
su voluntad y líbranos de este mal,
tú que vives y reinas en la unidad del
padre del hijo y del espíritu santo
por los siglos de los siglos!”
>>
_ Amen_ decretó efusivo el
visitante. Pero la mirada del
Anfitrión le recriminó su torpeza.
_ ¿sabes lo que le dices a tus amigos
de mi parte? Que se coman al
primer hombre que vean. Y que me
dejen en paz_ otra pausa para
ahuyentar el infarto y retoma el
evangelio no con menor intensidad_
¡Maldita sea mi creación! Harto,
cansado estoy de que me
manipuléis, que matéis en mi
nombre, que estaféis en mi nombre,
vale, hasta ahí digamos que lo
entiendo, pero que un león, lo que
viene siendo un león de toda la vida,
no sepa cazar y me lo pida a mí, es
que, vamos, de verdad. No se puede
vivir así_ ahora volvía desentenderse
de su invitado_ Hasta este
desgraciado de hijo que mandé con
vosotros, también otro qué tal. Un
vago de cabo a rabo; sube, baja y así
todo el día. ¡Hijo de la gran…! Hace
las cosas como a él le da la santísima
gana. Vamos, que le digo, “Hijo,
estate tres días en la tumba” y ¿para
qué? Pues yo que sé, porque así lo
habían escrito mis colegas, un favor
a los amigos lo debe cualquiera.
Pero no, él ni caso, va y se resucita
el domingo. ¿Qué le costaba estar
ahí hasta lunes? Nada, que es un
vago y un miedica que le teme a los
espíritus, a su edad.
Fíjese que ni siquiera estoy seguro
de que sepa sumar, ¿qué hablo de
aritmética? contar de uno a tres,
algo tan sencillo como esto. Todo el
día en la carpintería. “Quiero ser
carpintero, quiero ser carpintero”,
claro, como vio que a José le iba tan
bien… si es que hay que ser idiota
del culo para estudiar carpintería en
estos tiempos corren. Y mira que se
lo dije: “Hijo, estudia, una carrera de
>>
verdad, que esto de carpintería esta
pasado ya de moda. Estudia
arquitectura o informática, que es lo
que da dinero hoy en día”. Ni caso,
gritándome incluso: “papá, déjame,
que mi reino no es de este mundo”.
¡Malnacido! Que si los muertos
resucitados, que si los ciegos y los
epilépticos currados, que si caminar
sobre el agua.
“Qué haces desgraciado, que las
drogas no te traerán nada bueno”. Y
así le va, en paro, sin profesión
alguna, y ahora se auto llama
músico. Y no creas que hace una
música normal de hosanna, aleluya,
gloria a Dios y esas cosas. Dice que
es rapero, como los negros.
¡Alabado sean los negros, porque de
ellos será el reino de los cielos! Y
una polla, en mi casa no entra ni
>>
Michael Jackson. Y por si fuera
poco, va y se cambia de nombre, ni
cristo ni Jesús, ni hostias ni leches.
Ahora se llama Jessy Crish, con
hache al final; “para qué”, le
pregunto yo, “si la hache es mucha”.
“déjame papa” me responde con
esta prepotencia tan suya “que yo
me llamo como a mí me da la gana”.
Y qué pasa con los nombres que
tenías. ¿Qué pasa con Cristo? ¿Qué
pasa con Jesús? ¿Qué pasa con este
bonito nombre que te puse al nacer?
Emmanuel. Con lo bien que suena.
Y puestos a recortar los nombres,
pues ponte Emma. Que suena muy
bien, a mujer, pero total, qué más
da, con estas pintas que llevas,
tampoco es que importe mucho ¿a
que sí?
>>
_ Yo… Dios Padre Nuestro_
intervino el oyente con editada
cautela, como si en lugar de
palabras, su comunicación se
manifestara a través de burbujas de
jabón que no podían romperse al
soltarse de su boca_ Lo que pasa
señor, si no es mucho pedir, es que
preferiría marcharme ya antes de
que anochezca.
_ Ah, pero ¿te vas esta noche?
_ Bueno yo había pensado que…
_ ¡Vete, fuera, sal de mi casa! Todos
los humanos sois unos egoístas.
Solo os acordáis de mí cuando estáis
sufriendo. Pero por una vez que yo
intento exponeros el cúmulo de
problemas que también me azota,
ahora te vas; ahora os vais. Muy
bien. Pero recordad esto siempre: yo
os hice a mi imagen y semejanza. Y
no soy uno menos entre vosotros,
sino uno más bajo la presión de
todos los problemas del mundo.
Si tu deseo es marcharte, no voy a
retenerte.
Ya
he
atendido
satisfactoriamente a todas tus
peticiones. Haz lo que te he dicho y
transmite a tus colegas mis palabras.
Hasta la vista y que dios te
acompañe.
>>
_Gracias Señor_ Respondió el
hombre despegando su trasero de la
silla.
¿A qué Dios se refería este Otro
para que le acompañase? Ah sí,
recapacitó, Dios es único pero está
en todas partes. Aunque esto le
despertó otra duda: ¿en todos los
sitios a la vez o en un sitio cada
segundo diferente? Obviamente,
pensó, a la vez, porque con él no se
había desaparecido ni un solo
instante. Pero aquello, a su vez
significaba que él acababa de
entrevistarse con un Dios que podía
estar en numeroso sitios en un
mismo
momento.
Lo
cual
implicaba, sin lugar a dudas, que era
divisible en tantas partes como
habitantes en el mundo. Y si esto
era así de verdad, continuó
reflexionado
Abum
mientras
caminaba
absorbido
por
la
curiosidad, quería decir que existían
miles de millones de dioses.
Entonces ¿cómo podía estar seguro
de que había estado con el
verdadero?
_ Éste, desde luego, no era el
auténtico_ dedujo al final el
caminante_ solo había que oírle
hablar de su propio hijo Jesucristo.
Sin embargo la casualidad de
encontrase a Jessy Crish y sus
colegas en los alrededores de la
vivienda, junto al riachuelo de la
parte baja, le hizo replantear su
reflexión y dudar de su propia duda.
Reconoció al mesías por sus
aberturas en el lomo y los muslos.
Junto a Él irían unos quince
chavalitos más o quieras menos.
Yacían todos junto al riachuelo que
ahora andaba teñido de rojo. La
mitad
de
los
muchachos
tambaleaban de un lado para otro
entre los arbustos de la orilla, en
busca constante de un equilibro que
les permitiese una canina meada.
Mientras que el resto de la pandilla,
tumbado sobre el césped, ya se
había resignado a deshacerse de esta
molestia en los pantalones.
_ Jessy, tío_ intervino uno de los
tendidos en la hierba_ la próxima
vez que trinques la lika, no la subas
a tantas gigas, que con cuarenta ya
driblas de puta madre.
_ ¿Sabes Jessy?, Santy Asphol tiene
razón_
corroboró otro que
transmitía alergia a las cuchillas_
esta vez te has pasado mil infiernos.
_ ¿Qué coño va a tener razón
éste? si está más derretido que un
hielo al sol_ replicó el Líder_ lo que
os pasa a los dos es que sois unos
maricas.
Las carcajadas inunda el ambiente
húmedo. El Mesías saca del bolsillo
unas cajas de perejil, los frota por el
culo y los rescata con las ramas
transformadas. Hay enfrentamientos
de aceptaciones. Unos aplauden el
“truco de la hierba” con gran
regocijo. Otros manifiestan más
escepticismo con el hecho de tener
que fumar el culo de su colega. “No
te digo que no sea buena, pero a mí
eso de fumar culos, ¿sabes? No se
me da nada bien”. Pero Jesucristo,
en su inmensa sabiduría, vuelve a
defenderse con su ya torcido sentido
del humor.
_ Lo que pasa es que sois unos
nenazas.
Esta vez no hay risas. Duele cuando
los buenos amigos se vuelven
indiferentes y no sabes muy bien si
son las palabras o los actos lo que
les aleja. Algo así fue lo que debió
pasar al Buen Pastor por la cabeza.
Pues pese a la fresca sonrisa que
barnizó su rostro, aparentaba gran
indignación en su interior.
Parecía que toda la pandilla se había
volcado de repente en contra del
truquillo anal. A nadie le apetece ya
fumar el trasero del colega, por muy
mesías que sea. Que también, tío, la
peña tiene su dignidad. Y quien la
hierre la paga. Todos se le echan
encima con puños, garras, dientes y
patadas. Cuando se desprenden de
su Rey, el pobre tiene el cuerpo
troceado y los incisivos colgando de
las encías como el escaparate de una
tienda de playa.
Menos mal que se recupera
enseguida, piensa el viajero cunado
Jessy pasa delante de él. Le observa
arrastrase hasta su casa. Su madre le
recoge en la puerta donde
finalmente se ha derrumbado.
No son pocas las intrigas que
redoblan el cabeza de Abum
mientras retoma el camino de
regreso entre los arbustos, río abajo.
Menos mal que el camino de vuelta
siempre es más escueto.
_ Siempre es más tranquilizante
seguir una ruta que sabes lo que te
aguarda en la esquina, en las curvas,
en la cuentas, en los árboles y en los
ríos. Cuando sabes todo eso,
caminas más relajado. Y cuando
caminas relajado y seguro, aunque
menos deprisa, siempre llegas
antes._ Eran palabras de su padre
que guardaba con especial cariño, se
las dijo una tarde, volviendo a casa
después de una jornada de caza.
Iba de caza con su padre todos los
sábados. Él cargaba la escopeta, los
alambres afectados en la lucha por
la supervivencia de algún animal y
en los bolsillos de su vaquero color
jubilado, los royos de ovillo, el
plomo y los anzuelos de pescar.
Toda la caza iba en los hombros del
padre. Descienden la ruta siguiendo
la ruta con las puntas de los dedos.
El sol se ha acampado, como ahora.
Y la luna demasiado débil para
atravesar el follaje de las ramas que
tapizan el cielo, igual que en este
momento.
La conversación de Abum Padre y
su hijo fluye con la misma lentitud
que los grillos mastican el
crepúsculo con sus antorchas de
culo. ¿Me sigues?, pregunta el padre
cada cuarto de hora. Sí, responde el
hijo temblando bajo su carga; con el
estómago
encogido;
la
voz
desaparecida y los oídos reventados
por el chirriar del silencio. No
tengas miedo hijo, volvía intervenir
el padre en el siguiente cuarto de
hora. Él no respondía. Ahora solo
procuraba administrar mejor su
respiración y los temblores de las
rodillas. Sabía que su padre lo
notaba y lo interpretaba como
miedo.
Pero
solo
estaba
angustiosamente cansado.
Cuando llegaban a la aldea, las
puertas de las casas ya estaban
cerradas. Su madre les servía la
comida en un mismo cuenco. Para
los dos hombres de la casa, solía
decir al depositar el plato humeante
sobre el taburete-mesa. El jovencito
alteraba los mordiscos sin seguir el
guion de buena conducta que
ordenaban las costumbres.
Mañana temprano tendrá que
enderezar los alambres estropeados,
atar los anzuelos a las cañas de
pescar. Y a media mañana, saldrá
con la primera palangana llena de
carne de uno de los animales. La
madre
se
encargaría
de
descuartizarlos y envasar los
recipientes llanos que él tendría que
pasear por el pueblo alardeando a
viva voz la razón social de su
empresa: ¡carne, carne, carne! Y lo
que sobre la madre lo cocinará en
salsa de tomate para los coches que
pasen por la carretera; no siempre
pasan coches.
Mientras separa los alambres buenos
de los insalvables. Procura localizar
el sitio exacto de la selva por donde
lo habían quitado; los árboles que
estaban alrededor y el pájaro que
habría cantado. Parecen que canta el
mismo y en todas partes por igual.
Pero si te fijas bien, cada uno cuenta
una historia diferente; cada uno
anuncia un futuro particular. Hay
unos que te cuentan lo que ha
sucedido en el pueblo. Unos que te
dicen cómo será la jornada de caza.
Otros te comentan qué bestias
rondan la zona. Hay los que te dicen
el tiempo que va hacer; la hora
exacta del día; dónde hay un refugio
o un riachuelo cerca. Y otros,
sencillamente, te cantan para
agradarte la rutina.
Su padre decía que éstos últimos no
servían para nada, pues solo
estorbaban la expansión del mensaje
de los demás. Sin embargo, eran
aquellos
los
que
más
le
entusiasmaban
al
muchacho.
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