R18 b PODER LATERCERA Domingo 14 de septiembre de 2014 Portafolio global Sebastián Edwards Alberto Arenas, no tiene (casi) ninguna culpa E En Chile abundan las ideas peregrinas. La lista es interminable y va desde lo deportivo a lo cultural, desde lo financiero a lo educativo. La última de estas ideas es que el ministro de Hacienda es el culpable de todas las dolencias que aquejan al país. Según los cultores de esta visión, Arenas es responsable de la desaceleración económica, del aumento del dólar, del déficit externo y, especialmente, de la caída en la popularidad del gobierno. Algunos incluso han argumentado que la Presidenta debiera despedirlo. Es verdad que el ministro ha tenido algunos traspiés, que ha tomado algunas malas decisiones, y que a veces su lenguaje no ha sido el más adecuado, pero de ahí a responsabilizarlo de todas las calamidades hay un gran paso. Una desaceleración anunciada Vittorio Corbo -el respetadísimo decano de los economistas chilenos- lo dijo con todas sus letras. La desaceleración de la economía responde, en casi un 75%, a factores externos. Cualquier analista medianamente informado debiera haber previsto esta caída de actividad. Estaba cantado. El súper ciclo de las materias primas llegaba a su fin, el apetito por riesgo disminuía, y en los últimos años (al menos 10) Chile no ha hecho prácticamente nada por mejorar su competitividad internacional. ¿Alguien puede sorprenderse por la caída del crecimiento? Lo mismo para el dólar, otro fenómeno que debiera haber sido anticipado por banqueros, empresarios, y autoridades. Chile tiene uno de los déficit externos más elevados del mundo, lo que significa que ante cualquier cambio de condiciones financieras globales -un anuncio de normalización de la política de la Reserva Federal, por ejemplo-, el peso se iba a depreciar. Y es lo que pasó. Pero además de los factores externos, está el 25% de factores locales a los que se refirió el profesor Corbo. En Chile ha habido un repliegue del gasto de familias y empresas, gatillado, en gran parte, por la incer- tidumbre que genera un gobierno que llega como un torbellino para cambiarlo todo. Es un efecto de las expectativas, de lo que Keynes llamó los “espíritus animales”. El principio es simple: “Ante la duda, abstente”. Y este gobierno, querámoslo o no, ha generado dudas. Dudas sobre el futuro institucional de la nación, dudas sobre el sistema económico, dudas sobre su compromiso con las grandes obras concesionadas, dudas sobre los colegios emblemáticos, y dudas sobre el sistema educacional, entre muchas otras materias. Y la población ha respondido a estas dudas en forma previsible y sabia: absteniéndose; esperando a que las cosas se aclaren, a que los partidos de la Nueva Democracia se pongan de acuerdo, a que Nicolás decida si se pueden arrendar los colegios o si estará prohibido, a saber si la reforma laboral va este año o el próximo, a enterarse si se intentará convocar a una asamblea constitucional, si aumentarán las pensiones, si se termina el binominal, si se ayuda a las regiones extremas. Una lista larga que suma y sigue. Pero esto no es responsabilidad de Arenas como individuo. Dadas las metas del gobierno y de los partidos que lo apoyan, estas dudas, con su consecuente incertidumbre, se hubieran dado con cualquier ministro de Hacienda. Incluso, con un Vittorio Corbo al timón. A Arenas sí podemos evaluarlo por la manera en que su ministerio enfrentará esta desaceleración. Y hasta ahora el ministro lo ha hecho relativamente bien: moderó su lenguaje, buscó acuerdos con los técnicos de la oposición, llevó a puerto una reforma que mantiene el incentivo al ahorro, y está poniendo en marcha un programa públicoprivado de obras públicas. Exactamente, lo que el médico hubiera recetado. Claro, aún es muy pronto para saber si se hará cargo de las macizas críticas del ex Presidente Ricardo Lagos. Esa es, posiblemente, su gran asignatura pendiente. Un mega error de cálculo El problema del gobierno va mucho más allá que un par de individuos; más allá de Arenas o de Nicolás. El problema de este gobierno es un error de cálculo serio, una incapacidad de entender el sentimiento de los chilenos, de aquellos millones de personas que no marchan ni son vociferantes, que no tuitean o se manifiestan en forma violenta, que no creen que la política nacional deba ser guiada por los caprichos de un puñado de adolescentes y postadolescentes, por más fotogénicos que ellos sean. Los ideólogos del gobierno -y, lo que es más grave, muchos de sus líderes-, confundieron el comprensible deseo de las personas por progresar, porque terminen los abusos, por tener mayor dignidad y mejores jubilaciones y por una educación y salud de mayor calidad, con un rechazo a eso que algunos en la Nueva Mayoría llaman, con desprecio, “el modelo.” El error es pensar que la población rechazaba a la Concertación y sus logros históricos. Pero resulta que la gente no quiere cambiarlo todo; ni siquiera quiere cambiar muchas cosas. Lo que los ciudadanos quieren es seguir construyendo sobre lo ya logrado, sobre los avances de Aylwin, Frei, y Lagos; y, desde luego, sobre los logros del primer gobierno de Bachelet. Porque la gente sabe que Chile ha avanzado enormemente, y que es la estrella más brillante en el firmamento latinoamericano. Lo que los ciudadanos desean es perfeccionar este “modelo” que transformó a un país de tercera en un líder regional, en una nación respetada y emulada. Perder el tiempo A seis meses de inaugurado el gobierno tiene poco o nada que mostrar. Está la reforma tributaria, pero sus efectos no se verán en esta administración; más aún, ni siquiera está claro que sus resultados vayan a ser los que se han anunciado. Pero hasta ahora no hay logros que hayan impactado directamente en la calidad de vida de la gente. Lo peor es que se hubieran podido hacer cosas, que no era necesario perder el tiempo – porque en un ciclo político de cuatro años, no avanzar en los primeros seis meses es un problema – que se hubiera podido avanzar en cuestiones concretas. Pero aún hay tiempo para reaccionar, para establecer una hoja de ruta concreta y pragmática. Cuatro ideas: -Acortar la semana laboral de 45 a 40 horas. Esto sí tendría un impac- to positivo sobre un enorme número de personas. Aún nos dejaría como uno de los países con mayores horas trabajadas en la OCDE, pero sería un alivio enorme para todos los trabajadores, especialmente para las mujeres. Es una medida de mucho mayor impacto efectivo que cualquiera de los acápites de la reforma laboral. Y sin embargo, el gobierno la ignora. -Aumentar el número de horas lectivas en una hora por día en un grupo de 100 liceos en zonas vulnerables. Estás horas serían de matemáticas o de idioma inglés. El programa empezaría en primero medio y sería equivalente a enrolar en forma gratuita a estos estudiantes en el mejor preuniversitario existente. Además, serviría como plan piloto para la verdadera reforma educativa, la reforma de contenidos y de curriculos. Es un programa que podría implementarse a partir de marzo y tendría un impacto mucho mayor que cualquiera de las ideas de Nicolás. (El alcalde Bill de Blasio de Nueva York puso en marcha, en tan solo seis meses, un programa universal de pre kínder. Si él puede actuar con celeridad y eficiencia, ¿por qué no nosotros?) -Aumentar la contribución pensional en 4 puntos a cargo del empleador para los cotizantes jóvenes (no para los de tercera edad). Esto debiera ir acompañado de transferencias solidarias a los jubilados actuales con pensiones excesivamente bajas. Estas últimas se pueden financiar con un aumento del endeudamiento soberano. Estas medidas tienen un impacto verdadero, no como la creación de la AFP estatal, un capricho sin fundamentos. -Un plan de fomento a la lectura por medio de un programa que devuelva el IVA de los libros. Este programa, que es prácticamente equivalente a eliminar el IVA al libro, debiera de ir acompañado de un plan regional de recuperación patrimonial que transforme a edificios emblemáticos en grandes centros culturales, en bibliotecas, en puntos de encuentro para la comunidad. Ya es hora de partir en busca del tiempo perdido. Sólo se requiere visión y voluntad.R Pero resulta que la gente no quiere cambiarlo todo; ni siquiera quiere cambiar muchas cosas. Lo que los ciudadanos quieren es seguir construyendo sobre lo ya logrado, sobre los avances de Aylwin, Frei y Lagos.